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CORNEILLE DE WITT.

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Jean, con lágrimas en los ojos, enjugó una gota de aquella noble sangre que había manchado la hoja, la entregó a Craeke con una última recomendación y se volvió hacia Corneille, a quien el sufrimiento le había hecho palidecer más, y que parecía próximo a desvanecerse.

-Ahora -explicó-, cuando ese valiente Craeke deje oír su antigun silbato de contramaestre, es que se hallará fuera de los grupos del otro lado del vivero… Entonces, partiremos a nuestra vez.

No habían transcurrido cinco minutos, cuando un largo y vigoroso silbido rasgó con su retumbo marino las bóvedas de follaje negro de los olmos y dominó los clamores de la Buyten- hoff.

Jean levantó los brazos al cielo para dar las gracias.

-Y ahora -dijo- partamos, Corneille.

El tulipán negro

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