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1.- El origen

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Todo partió en la segunda mitad de la década del 60, tiempo de variados contrastes, de una dura guerra fría a nivel mundial, con bloques muy marcados y antagónicos, con una Iglesia católica que vivía cambios muy profundos después de concluir, no sin tropiezos, el Concilio Vaticano Segundo, tiempo de grandes revueltas estudiantiles, de aires de democracia, de libertad, de justicia y profundos anhelos de una ansiada paz, del nacimiento de los hippies y de revoluciones independentistas en todo el mundo. Algunos países muy importantes de América Latina ya vivían cruentas dictaduras militares, de las cuales llegaban noticias escabrosas de torturas, de violencia, de desapariciones y del doloroso exilio de muchos de sus habitantes.

En la calle Sao Paulo de la Población Brasilia, situada en la llamada “república independiente” de San Miguel, comuna grande e importante del sur de Santiago, de clase media y media baja, en un sector muy popular, nació Rogelio Armando Burgos Espinoza, hijo de un obrero ferroviario del sur de Chile, que por razones de trabajo y amor había anclado hace un tiempo en la capital del reino, Santiago.

Fue conocido desde pequeño como el Chico Lío, debido a su pequeña estatura y a su tremenda capacidad de criticarlo todo, de oponerse a todos, de buscarle las cinco patas al gato, como se dice en la sabiduría que nace del pueblo. Su familia, compuesta por seis miembros, se caracterizó por ser muy luchadora en una población que se declaraba acérrimo bastión de las fuerzas populares. Fidel Castro, el Che Guevara, Pablo Neruda y el Chicho (Salvador Allende) eran los héroes que guiaban el actuar de esas calles polvorientas que renovaban el maquillaje de sus fachadas con los ideales de justicia y reivindicación, alentadas por los signos de los tiempos que se vivían.

La música de Violeta Parra, Inti-Illimani, Víctor Jara, Quilapayún, Patricio Manns, Quelentaro, Los Jaivas, Rolando Alarcón, Osvaldo (Gitano) Rodríguez, Illapu y tantos otros eran ecos que salían de cada una de esas pequeñas casas, inundaban el alma y la mente de ese pueblo, que presentía la llegada de la hora del triunfo tantas veces deseado y ahora tocado con la punta de los dedos. La Revolución cubana daba pie para pensar que se podía. Si un pequeño país de Centroamérica, como la isla de Cuba lo había logrado, ¿por qué Chile, que era un país de poetas y de grandes revolucionarios, inteligentes y combativos, no lo podía alcanzar?

Las ansias de reivindicaciones en todo el mundo, que nacían del grupo etario más desafiador como eran los jóvenes de la generación del 60, irrumpían, explotaban, invadían las mentes, de una sociedad que tenía miles y millones de deudas con los pueblos originarios, con los proletarios y trabajadores de todo el mundo, con los países explotados a través de colonias centenarias, desde donde se habían robado gran parte de sus riquezas. En el siglo XIX le había tocado alcanzar su libertad a América del Sur, en la primera mitad del siglo XX le tocó sacudirse del yugo imperialista a Asia. Ahora el desafío independentista provenía de África, continente tantas veces mancillado, explotado y usado como botín de las esclavitudes más tremendas.

La irrupción del marxismo en el pensamiento global se había tomado las universidades del mundo y eran cientos los intelectuales que pensaban que era posible un mundo sin pobres, sin clases sociales, con sueldos más justos, con oportunidades de desarrollo y crecimiento económico, al alcance de toda la humanidad. Ciertamente era una juventud y una generación muy soñadora, romántica, fantasiosa, tolerante, visionaria, idealista y quijotesca.

Y esos sueños, más que de grandeza, eran ideales de justicia y de igualdad que irrumpían en forma potente también en el mundo del arte, a través de la literatura, la música, la pintura, la escultura, la danza, el folclore, el muralismo, etc.

Era una década de artistas, de sociólogos, de cientistas políticos, de profesores, de economistas, de eximios filósofos, de fundadores de escuelas, de lucha contra el analfabetismo y de una gran irrupción femenina en todos los ámbitos del saber: profesional, social, educacional, político, artístico y científico. Todo esto produjo también un fuerte quiebre en la sociedad machista e irrumpió el mal llamado sexo débil, con cambios que marcaron para siempre a la sociedad occidental y universal.

La creatividad musical rompió con todo lo conocido hasta ese momento y aparecieron una infinitud increíble de autores y grupos, que no solo le cantaban al amor, como era en la antigüedad, sino a la vida, a la lucha social, a los afanes de justicia, a la libertad en todas sus formas.

Y en esta explosión de conquistas sociales en todo el orbe, la Revolución cubana fue clave para la comprensión de esta década. Profundicemos en el hecho que cambió el rumbo de la historia. Y que fue clave para Latinoamérica.

Ciudadano de un sueño sin retorno

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