Читать книгу El viento de Bansuri o la triste historia de la bruja muda - Alexandra Campos Hanon - Страница 8
DOS
ОглавлениеEn el mismo Japón que vio reinar al emperador Hiro Akihita, pero subiendo a través de la isla de Honshu, se extendía Bansuri, un bosque de grandes planicies arboladas donde siempre soplaba el viento. Si bien es cierto que los habitantes de la región hablaban con frecuencia de su verdor y sus árboles ancestrales, también es cierto que muy pocos lo conocían. Era un lugar apartado, de espesura cambiante y senderos movedizos.
Si el recuerdo de Bansuri siguió vivo en la memoria de los isleños, fue solo por la fama de su oráculo. Porque ahí, en el corazón del bosque, habitaba una pitonisa que respondía al mismo nombre: la bruja de Bansuri.
Según la cultura popular, la bruja era muda, no por eso callada, ni siquiera reservada. Aunque no tenía voz, hablaba a través del viento, y a través del viento cantaba con silbidos, gritos y murmullos, el destino de los hombres.
—Así lo cuenta, en forma confusa, profana.
—Profana y perturbadora.
Todos sabían que aquella mujer sin voz era una virtuosa de la palabra, la profecía y la premonición. También del embuste y los malos agüeros.
—Una bruja de cuidado —advertían los viejos—, porque no sabe todo lo que dice, ni dice todo lo que sabe.
A pesar de su propensión a generar conflictos, Bansuri tenía todas las respuestas. La gente, queriendo anticipar el futuro y conocer su porvenir, esperaba los días de otoño. Cuando las veletas giran sin cordura, la bruja habla sin mesura, rezaba el proverbio: lo que la brisa murmura, el viento canta. Y lo que el viento canta, el vendaval levanta.
Bansuri la llamaban, pero nadie sabía su verdadero nombre. Tampoco la razón de su mutismo y eterno deambular. Algunos decían que, siendo una joven astuta y soberbia, había abusado de su buen hablar para sembrar la discordia entre los hombres. Como castigo, una hechicera venida de otras tierras le quitó la voz. Otros aseguraban que lejos de tener aquella lengua viperina, la joven utilizaba su talento para ofrecer consuelo. Según se cuenta, la hechicera, envidiosa de su arte, le robó lo más preciado que tenía: el don de la palabra.
—¿Quién la puede liberar? —preguntaban los niños cuando escuchaban una y otra historia.
—Un príncipe, un leñador, un cazador.
—Un beso, una poción, un conjuro.
Buena o mala, el misterio que encerraba y sus contados avistamientos, hicieron de Bansuri una leyenda local. Si todos los hombres y mujeres del reino no se adentraron en el bosque para hacer una, dos, tres preguntas, fue por falta de valor. No solo era su penumbra, su olor a incienso y sus angustiosas veredas. Era la certeza de la tragedia, la mitología de sus demonios... el mal presentimiento de quien se sabe perdido.