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INTRODUCCIÓN

la historia de las cosas pasadas tiene valor y precio inestimable porque es conservadora de la memoria y mensajera de la verdad y da mucha causa de deleite y de honesta utilidad... E como quiera que los preceptos y doctrinas de la filosofía informen y enseñen la vida de los hombres con mucho provecho y hermosura, con mayor utilidad y más hermoseadamente lo hacen las lecciones historiales.1

En los últimos se ha revitalizado el interés por la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo (Madrid, 1478 – Santo Domingo, 1557). Conocido habitualmente por su obra americanista, lo cierto es que el ilustre madrileño fue, además de Cronista Real de las Indias y alcalde de Santo Domingo, autor de una novela de caballería, Don Claribalte (1519), genealogista, historiador de la España del dieciséis, experto en heráldica y viajero incansable. Como señala el epígrafe anterior, la verdad fue siempre para Oviedo la suprema deidad. Para transmitirla a sus lectores, siguiendo el ideal erasmiano,2 Oviedo recurrió a lo antiguo y lo moderno, a lo moral y a lo natural, a la historia y a la ficción.

Los orígenes del cronista fueron modestos. Nacido en el seno de una familia hidalga de origen asturiano, en 1478, en Madrid, Oviedo entró en contacto por primera vez con el pensamiento humanista en la casa ducal de Alonso de Aragón, segundo duque de Villahermosa y sobrino de Fernando el Católico, donde trabajó como paje de su hijo primogénito.3 Tres años después, a los catorce años de edad, fue transferido a la corte itinerante de los reyes Fernando e Isabel, ocupando el puesto de mozo de cámara del príncipe Juan, el único hijo varón y heredero al trono de los Reyes Católicos, con un sueldo de ocho mil maravedíes y título firmado por la misma reina.4 En aquel ambiente cortesano, formado por mayordomos, secretarios, tesoreros, notarios, escribanos y cronistas fue donde se familiarizó con el pensamiento, la erudición y las fuentes del saber humanista y clásico que el heredero recibía de su tutor, el catedrático salmantino fray Diego de Deza (luego Inquisidor General),5 así como de destacados humanistas italianos, como del siciliano fray Bernardo Gentile, de Alejandro Giraldino, de Perugia, de Lucio Marineo Sículo –llegado a España en 1484, donde permaneció hasta su muerte en 1533– y de Pedro Mártir de Anglería (ca. 1457-1526), o Anghiera –traído de Italia en 1487 por el Conde de Tendilla y nombrado «Maestro de los caballeros de la Corte en las Artes Literarias».6 Pero más importante aún, aquel ambiente de «Minerva y de Marte», según escribió el mismo Oviedo, le ayudó a configurar una ideología letrada basada en los valores hispanos y en la dedicación y la lealtad exclusivas al rey.7

Su presencia en las cortes generales de Aragón, celebradas en Barcelona y Zaragoza en 1493, le permitió familiarizarse con las primeras noticias sobre tierras desconocidas y productos exóticos, así como conocer a personalidades relevantes de la vida política y económica del Nuevo Mundo. Entre ellos cabe destacar a Vicente Yánez Pinzón, Nicolás de Ovando, y sobre todo, a Cristóbal Colón, a quien conoció en 1493 y cuyo hijo Diego sirvió como paje –oficio de mayor prestigio que el de mozo de cámara– en el séquito principesco.8 La repentina muerte del príncipe, pocos meses después de su matrimonio con Margarita de Habsburgo, hija del emperador Maximiliano I (1459-1519), en la ciudad de Burgos (4 de octubre de 1497), le hizo perder su lugar en la corte y buscar fortuna en Italia (1499-1502), donde entró al servicio de distintos señores –Ludovico Sforza, apodado «El Moro», el cardenal Juan Borja, sobrino-nieto de Alejandro IV, Isabel de Aragón, don Fadrique Enríquez de la Cabrera– y aprendió de los intelectuales del Renacimiento italiano.

De vuelta a España en 1502, Oviedo entró al servicio de Don Fernando de Aragón, hasta que en 1512 el duque de Calabria fue encerrado en el castillo de Játiva.9 Participó también en la campaña del Rosellón –cuando los franceses apresaron Sales– y a principios de 1505 regresó a la villa de Madrid con el fin de obtener una escribanía pública. En 1506 –año de la muerte de Felipe I «el Hermoso»– trabajó como notario público y secretario del Consejo de la Santa Inquisición de los cuatro obispados de Osma, Sigüenza, Cuenca y Calahorra, en tiempos del por entonces Inquisidor General fray Diego de Deza, cesando en 1507. Hacia 1502 se casó con la bella Margarita de Vergara profundamente enamorado y cuya pérdida (1505) le costó mucho aceptar.10 Pocos años después, el 14 de diciembre de 1507, la reina Juana lo nombró «mi notario e escribano público en la mi corte e todos mis reinos e señoríos». Sin embargo, sus ambiciones personales le llevarán siempre a desdeñar dicho oficio.11

Alrededor de 1509 contrajo segundas nupcias con Isabel de Aguilar. Nombrado secretario del «Gran Capitán», don Gonzalo Fernández de Córdoba, duque de Terranova, Oviedo estaba nuevamente preparado para volver a Italia formando parte de las tropas de la Liga Santa contra Francia, después de la victoria francesa en Rávena (1511-1512). Llegó a vender parte de sus bienes para cumplir su objetivo, dejando a su mujer, a su tío Juan de Oviedo y a su primo –oficiales en la secretaría del aragonés Lope de Conchillos y Quintana– con poderes notariales para que le representaran en la corte.12 Pero, en 1513, el bloqueo de los planes militares de la Corona con respecto a sus dominios italianos de Cerdeña, Sicilia y Nápoles llevó al Gran Capitán a disolver la armada.13 Frustrado y arruinado, satisfizo su curiosidad intelectual leyendo los libros de la prodigiosa Biblioteca d’Aragona, formada cuidadosamente en el Castel Nuovo de Nápoles por Alfonso V –apodado «el Magnánimo» y muerto en 1458– de Aragón y llevada a Valencia por su patrón, el duque de Calabria, quien se encontraba prisionero en el castillo de Játiva. Algunos meses después, agobiado por las deudas contraídas, Oviedo decidió convertirse en un soldado de fortuna y partir a las Indias como escribano mayor de minas, además de participar en diversos oficios para los negocios particulares del influyente secretario real Lope de Conchillos, como los de fundición y preparación de los metales preciosos, las escribanías de justicia criminal y civil, y sobre todo, entró en el negocio de herrar a los indios esclavizados en guerra justa, que garantizaba un ingreso fijo por esclavo herrado. Y por si todo ello no fuera poco, el 2 de noviembre de 1513 se hizo además con el puesto de Veedor de las fundiciones de la provincia del Darién,14 acompañando al nuevo gobernador Pedro Arias (Pedrarias) Dávila (1440?-1531) en una flamante expedición compuesta de 22 naves y carabelas y unos dos mil hombres que partió de Sanlúcar de Barrameda el 11 de abril de 1514 y desembarcó en el puerto de Santa Marta, en Tierra Firme, el 12 de junio de 1514.15

Después de haberse embarcado por dos veces a las Indias (abril de 1514; abril de 1520), Oviedo volvió a Castilla después de haber sido requerido por Pedrarias en otoño de 1523 para promover su destitución.16 En Santo Domingo se casó por tercera vez y última vez con Catalina Rivafecha.17 Tan pronto pisó tierras castellanas se concentró en la publicación el Sumario de la natural y general historia de las Indias (1526), un breve tratado de ochenta y seis capítulos que antecedió a la primera parte de la Historia General y Natural de las Indias (1535).18 A finales de septiembre de 1530 regresó por cuarta vez como procurador –o agente– de las municipalidades de Panamá y de Santo Domingo. Su trabajo consistía en acusar al cordobés Pedro de los Ríos –quien substituyó a Pedrarias, conocido como «el Galán» o «el Gran Justador», en la gobernación de Castilla del Oro en 1526– de defraudar los intereses de la Corona y de mala administración ante el Consejo Real de Indias (1518). Situado en medio del tráfico de influencias políticas y económicas de magistrados y oficiales reales, Oviedo consiguió que el ambicioso gobernador fuera destituido.19 A pesar de su efectividad como burócrata e intermediario en el nombramiento y destitución de los «malos gobernantes» coloniales de la época, Oviedo perdió en mayo de 1532 la gobernación de Cartagena que ambicionaba durante tanto tiempo.20 En compensación, Francisco de los Cobos, un influyente secretario del Consejo de Finanzas del Emperador (muerto en 1547),21 concedió a Oviedo un salario de 30.000 maravedíes anuales para averiguar las cosas concernientes a la geografía y la historia del Nuevo Mundo, con la obligación de enviarlas al Consejo para ser incorporadas a la Crónica Real de Castilla.22 A finales de mayo, Oviedo pidió al Consejo de Indias que le permitiera renunciar a la veeduría del Darién a favor de su único hijo Francisco Fernández de Valdés –que contaba veintitrés años y murió ahogado al intentar cruzar un río cerca de Arequipa en noviembre de 1536, cuando iba en compañía de la hueste de Diego de Almagro, de regreso de la fabulosa expedición a Chile. Con más de cincuenta años y amoldado a la vida y al clima de Santo Domingo, las Cortes de Castilla vieron con buenos ojos el nombramiento oficial de Oviedo como cronista real el 18 de agosto de 1532 –un cronista erudito y castellano, no un cronista agente de propaganda e italiano– en un momento crucial de debate acerca de la legitimidad del dominio político de las Indias.23

A lo largo de los siglos XVI y XVII, la historiografía indiana –sin duda el género literario más significativo de la historiografía española temprana– experimentó una notable expansión. Historiadores y/o cronistas de la época, como Pedro Mártir de Anglería, Francisco López de Gómara o el mismo Fernández de Oviedo, produjeron una nueva historia en lo que Michel de Certeau definió alegóricamente como escribir en una «página en blanco», convirtiéndose en figuras clave de la nueva economía escriturística del Renacimiento español. Escribir historias en el mundo medieval no tenía que ver con la adquisición de nuevos saberes sino con la acumulación de lo ya sabido. A partir del siglo XVI la concepción historiográfica del humanismo tenía mucho que ver con el reconocimiento de los grandes modelos clásicos –como Polibio, Salustio, Tácito o Tito Livio– y retóricos. Pero también con las pretensiones de una mayor proyección internacional de la monarquía española y el mecenazgo. La actitud del historiador hacia el pasado ya no es de una simple imitación de los modelos antiguos, sino de una revisión de los mismos para las necesidades del presente.24 Siguiendo al pensador francés, la escritura de la historia reinventa continuamente los eventos de la experiencia pasada y los convierte en un producto cultural que se extiende más allá de las experiencias particulares o individuales de sus protagonistas, contribuyendo a satisfacer los intereses de una cultura expansiva y hegemónica.25

Como sabemos, la Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano –recordemos que Fernández de Oviedo es el primero que utiliza el término para designar la historia de la totalidad de las nuevas tierras descubiertas– se publicó por primera vez el 30 de septiembre de 1535 (Sevilla: Juan Cromberger) y parcialmente el 2 de mayo de 1547 (Salamanca: Juan de Junta).26 La segunda y la tercera parte fueron publicadas conjuntamente por Amador de los Ríos en cuatro grandes volúmenes en Madrid en 1851-1855.27 Recientemente, historiadores como Jesús María Carrillo (2003, 2004) y Antonio Barrera (2006) han señalado que el Sumario de la natural historia de las Indias (Toledo, 1526) y la Historia (Sevilla, 1535) son las primeras obras ilustradas de un funcionario real encargado de desentrañar y sacar a la luz la materialidad americana –vegetación, animales y modos de vida– a través de la acción y la voluntad científica –el «querer saber»– de sus protagonistas.28 La construcción de un modelo de autoridad basado en la experiencia directa, vivencial, le permitirá al Oviedo naturalista inventariar y clasificar esa materialidad como lo habían hecho los Antiguos, en especial Aristóteles y su admirado Plinio Segundo –el Viejo (23-79 DC).29 Para ello no utilizará un vocabulario ex novo y unitario, sino que, como apunta Carrillo, intentará reproducir en la medida de lo posible la singularidad de lo ya existente –la «novedad»– mediante un estilo sencillo y llano. Esta correlación entre lo visible y lo nombrable significa que los españoles debían aprender a «leer» el Nuevo Mundo tal y como se presentaba ante sus ojos, observando las virtudes estéticas de las especies y las posibilidades de transferirlas a un lenguaje visual.30 Cínicamente, a mediados de 1540, Oviedo lamentaba que sus fuentes de información estuvieran desapareciendo, y con ellos, el conocimiento empírico de las «cosas» americanas, sin advertir que dicho conocimiento dependía de su papel como agente observador del presente colonial y de los requerimientos –políticos, económicos, morales– del sistema social del que formaba parte.31

Como señala Mercedes Serna, la «verdad histórica» del Renacimiento se relacionaba con la capacidad de evocar una realidad espiritual oculta a los ojos de los hombres vulgares, pero accesible a los dotados de una visión poética. La historiografía española del siglo XVI, por tanto, incorporaba leyendas y profecías que provenían de la tradición bíblica o grecolatina.32 Este es el caso de la Historia General y Natural de Fernández de Oviedo, una obra compuesta por un conjunto de relatos y narraciones legendarias, interpolaciones episódicas, digresiones anecdóticas, diálogos ficticios, en suma, estilos de contar las experiencias vividas en el Nuevo Mundo, impregnadas de providencialismo y de otros juicios de valor procedentes de una formación retórica tradicional –Aristóteles, Cicerón, Quintiliano– y de la pastoral judeocristiana.33 La particularidad y la contingencia de los hechos históricos –informes, cuestionarios, etc.– autorizaban la Historia en tanto eran verdaderos. Pero, como ha señalado J. M. Carrillo (2003), ese «discurso de la verdad» utilizó imágenes o concepciones para representar la viveza e inmediatez de lo narrado.34 Imágenes que, como es sabido, reproducían discursos coloniales con significados de alto contenido exegético, ideológico y mesiánico.

Hayden White fue uno de los primeros en preguntarse sobre el estatus literario-historiográfico de los textos coloniales, señalando las conexiones entre la actividad del historiador y el novelista. Desde el campo de la crítica literaria, White sostiene que la intención política y social de un texto historiográfico puede rastrearse a partir de la estructura narrativa y arquetípica de su autor.35 De acuerdo con esto, observamos que Oviedo inscribe su obra en el marco elegante de la cultura clásica renacentista.36 Su estilo literario es propio de la historia panegírica o encomiástica (laudatio y exordio), configurando un discurso salpicado de héroes arquetípicos de un orden teleológico cristiano en lucha contra las fuerzas del mal. Al otro lado se situaban los «indios flecheros» o caribes, que se complacían en ser licenciosos y practicaban el canibalismo de acuerdo con una lógica colonial.37 Estas prácticas corrompidas, al tiempo que horrorizaban a los europeos, alimentaban su fascinación por otros pueblos monstruosos con particularidades extrañas y diversas, como las amazonas, los pigmeos, los nereidos u hombres marinos y los gigantes patagones, que pertenecían a la mitología medieval, heredada de la patrística y del topos pliniano.38

Dentro de la historiografía indiana existen dos géneros o tipos discursivos que influyeron decididamente en la construcción de la Historia ovetense. Dos procedimientos narrativos que evolucionaron en el transcurso del siglo XII y que se extendieron por toda España hasta alcanzar los territorios por ella conquistados: uno, literario, basado en el texto o narración –narratio o ars narrandi– que recupera y organiza los hechos pasados como parte de un género discursivo retórico –rerum gestarum– a través de la composición de cantares de gesta, relatos de viajes, novelas de caballerías e historia moral, y otro, historiográfico, que busca explicar los hechos históricos en un sentido moderno; esto es, dar cuenta de las particularidades de los acontecimientos a través del criterio de verdad que reflejan lo «visto» y lo «vivido» –res gestae.39 Pero como ya señaló José Antonio Maravall, la autoridad moral del hombre sabio no se vio súbitamente reemplazada por la autoridad del testigo ocular e investigador de los acontecimientos.40 El «yo estuve allí» como transmisor de conocimientos de primera mano evocaba una presencia participatoria que se remontaba a Tucídides (455-395 AC), Polibio (208-126 AC) y Flavio Josefo (37-95 DC),41 un contacto sensitivo –la vista, el tacto, el olfato, el sabor, e incluso el sonido– con la naturaleza americana, una tangibilidad de percepción que se correspondía con los acontecimientos del presente americano. También sugería un conocimiento acumulativo, enciclopédico, que favoreció la progresiva revisión y el cuestionamiento de enunciados anteriores, abriendo la posibilidad de añadir nueva información sobre los límites del mundo a través de una nueva cultura del viaje de gran popularidad durante el Quattrocento italiano (1350-1550).42

La unidad de estos procedimientos o grupos narrativos depende de una serie de principios reguladores que definen y delimitan una formación discursiva (e.g., la historiografía o ars historiae de mediados del siglo XVI) sobre la base de lo que Walter D. Mignolo ha definido como metatexto. O lo que es lo mismo, el «medio» a través del cual una disciplina (e.g., la historia, la literatura) controla la producción de discursos (texto, narración) y el dominio de objetos (e.g., el contenido del texto en cuestión).43 La inclusión de unos pasajes meta-textuales, prólogos o proemios al inicio de cada libro, inspirados en la Historia Naturalis de Plinio, proporcionaban un sentido de orden que justificaba la lógica específica de cada uno de ellos en relación con el esquema general de la obra.44

La Historia, que integra los ochenta y seis capítulos contenidos en De la Natural Historia de las Indias (más conocido como Sumario), además de la historia española hasta la fecha, buscaba un lugar en el contexto literario del Renacimiento para lo que había sido designado en la primera edición de la Geografía (1513) de Claudio Ptolomeo como terra incognita. Mientras que Alberto M. Salas sostuvo que el gusto de Oviedo por describir las novedades y lo maravilloso podría compensar por cualquier descuido en el orden expositivo,45 Stephanie Merrim planteó que esta «totalidad amorfa» obedecía a una ideología premeditada –un estilo histórico y no el producto directo de las circunstancias– que estaba indisolublemente ligado a una poética renacentista en la que la contemplación de la naturaleza era el vehículo para la contemplación de Dios como hacedor.46

Una de las características esenciales del discurso natural ovetense es la creencia en la utilidad de todas las cosas naturales: «no hay cosa errada ni mal compuesta en la natura, porque el Maestro y Hacedor de ella, no pudo errar, ni hizo cosa desconveniente o sin provecho, pues que hasta en las ponzoñas y cosas nocivas hay secretos medicinales y excelentes propiedades; y cuanto son más varias y diferentes, tanto es más hermosa la Natura».47 Dios no había creado cosa inútil. Lo que hacía falta era tratar de averiguar su utilidad a través de la clasificación y la comparación. Antonio Barrera ha señalado que el Sumario formaba parte del interés de la Casa de Contratación de Sevilla y el Consejo de Indias por recopilar información acerca de la cosmografía, geografía y los recursos naturales y humanos del Nuevo Mundo.48 Oviedo describió la existencia de felinos, roedores, insectos, reptiles y aves conocidas y diferentes a las que había en España, confirmando la existencia de peces voladores («luengos del tamaño de sardinas»), siguiendo la tradición de los bestiarios medievales. Pero no hay que olvidar que aquellas imágenes exóticas y exuberantes que Oviedo envió a sus amigos y patronos españoles e italianos, al mismo tiempo que desafiaban los límites de la historia clásica sobre la irrepresentabilidad de lo natural, situaban sus descripciones al servicio de una ideología colonial expansionista que Oviedo compartía. Dicho instrumento informativo fue concebido como un «discurso de la verdad» que impuso un orden social y político sobre el Nuevo Mundo, de modo que el monarca pudiera ejercer de manera más eficaz su soberanía o dominio sobre los reinos hispánicos, tanto en su dimensión interior como internacional.49


Lirio.


Perorica.

Para muestra un botón. En la Historia General y Natural de las Indias (1535), Fernández de Oviedo sostuvo que los habitantes del Nuevo Mundo eran en realidad los descendientes de una diáspora visigoda, con lo cual redujo la singularidad del descubrimiento de Cristóbal Colón y las donaciones pontificias del Papa Alejandro VI (Inter Caetera I y II, 1493) a un segundo nivel.50 No se trataba del descubrimiento de un continente, sino del hallazgo no premeditado de unas islas lejanas, fabulosas, para la antigüedad mediterránea –las legendarias Hespéridas, o Hespéride– que tomaban su nombre del rey Hespero XII, uno de los veinticuatro antiguos reyes de España, según la versión propagada por Juan Annio de Viterbo, que las habría mandado descubrir más de tres mil años antes.51 El primer Almirante se convirtió, así, en un instrumento de la Providencia Divina al devolver el señorío de las islas antillanas a España, con lo que la verdad cognitiva quedaba supeditada a una verdad normativa o moral de orden superior.52 Esta exaltación de los valores «patrios» no era ajena a la historiografía tradicional, defensora de la restauración de la monarquía visigoda. Si Oviedo se alineó con esta postura «nacionalista» era para reivindicar los cronistas hispanos frente a la cultura grecorromana.53

Diversos historiadores (José Manuel Nieto Soria, Mª Dolores Pérez Baltasar) han llamado la atención sobre los recursos propagandísticos y legitimadores puestos al servicio de las necesidades políticas de la realeza Trastámara por algunos historiadores y miembros del clero, como Pablo de Santa María (1350-1435), Alfonso de Cartagena (1384-1456), Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404-1470) y Lope de Barrientos (1382-1469). Todos ellos compartían un providencialismo de puras raíces medievales que identificaba lo castellano con lo hispánico, estableciendo conexiones entre los Trastámara y la realeza visigoda.54 La utilización del conocido recurso de remontarse a un pasado remoto y heroico, basándose en ese criterio tan típico de la mentalidad medieval, según el cual, cuanto más antiguo, más legítimo, llevó al capellán y cronista real de la reina Isabel, Diego Rodríguez de Almeida (1426-1489), a otorgar una antigüedad de cerca de mil años a la dinastía española (Compendio historial de las crónicas de España, 1476-1480).55 No debe sorprender, pues, que Fernández de Oviedo buscara también apoyos en el pasado visigodo para construir un modelo de verdad imperial adaptado a la realidad de la unificación y expulsión sarracena. El objetivo no era otro que ofrecer la imagen de una continuidad, la de la realeza española, ininterrumpida a través de los siglos, legitimando así las pretensiones universalistas de la nueva dinastía de los Habsburgo.56

De lo que no hay ninguna duda es que la narrativización de su experiencia –o la de otros– no produjo necesariamente un «discurso de la verdad». Además de la carga ideológica y ética que contiene, tampoco puede desligarse de la relación entre la «realidad-objeto» y los valores culturales e ideológicos del relator que la produce.57 De acuerdo con los influyentes trabajos de Roberto González Echevarría (1983), Enrique Pupo-Walker (1982), José Juan Arrom (1983), Stelio Cro (1989) y Jesús Mª Carrillo (2003, 2004) sobre los discursos coloniales, la crónica ovetense contiene ciertos rasgos de estilo propios de un género cuyo carácter tiene que ver indudablemente con la tradición historiográfica castellana e italiana. Asimismo, incorpora múltiples planos alegóricos e imaginativos, como el mito de la edad de oro difundido en las célebres Saturnalis de Luciano, o las no menos conocidas amazonas, que aunque son mitos clásicos por excelencia, pertenecen a una formación textual poética o literaria de plena actualidad durante el Quattrocento italiano. La posibilidad de utilizar dichas simbologías, tropos y alegorías, las cuales eran perfectamente vigentes a mediados del siglo XVI, proporcionaba a Oviedo una mayor libertad creativa en la elaboración de la Historia, proyectando una ejemplaridad moral que sería decodificada por una comunidad de lectores mediante una apropiación interpretativa.58 Negar, pues, la narratividad del discurso historiográfico conlleva olvidar el amplio sentido ideográfico que contiene la Historia de Fernández de Oviedo. Pero afirmar el carácter “literario” de la crónica ovetense por su utilización de figuras retóricas de diverso signo significa no entender las preceptivas historiográficas de la época. La presencia del ornato retórico no invalida su compromiso con la verdad histórica, pues su fin consistirá en proporcionar al lector una lección moral. No olvidemos que, como apunta S. Fabregat, el cronista madrileño era mayormente de formación autodidacta, y por lo tanto, la inserción retórica de mitos clásicos y medievales obedecía a la voluntad de justificar su erudición y autoría individual ante el Emperador y su audiencia.59 A continuación analizaremos algunos ejemplos que mostrarán la imposibilidad del cronista de despojarse de la práctica retórica del mito clásico en la elaboración de una historia nueva e imperecedera sobre las Indias.

1 G. Fernández de Oviedo, Epílogo real, imperial y pontificial, Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 6224, fol. 1, citado en J. B. Avalle-Arce, Introducción al Sumario, p. 11. Al respecto, véase también su Historia, Libro XXVIII, Cap. IV, pp. 186-187.

2 El primero en señalar la influencia del erasmismo en la obra ovetense fue M. Bataillon, Erasmo y España.

3 G. Fernández de Oviedo, Catálogo Real de Castilla, ff. 379r; J. B. Avalle-Arce, «Oviedo a media luz», p. 140; K. A. Myers, Fernández de Oviedo’s Chronicle of America, p. 12.

4 G. Fernández de Oviedo, Quinquágenas II (Las Memorias de Gonzalo Fernández de Oviedo, editadas por J. B. Avalle-Arce), [1555], p. 281; Fernández de Oviedo, Libro de la Cámara real del príncipe don Juan e officios de su casa e servicio ordinario, [1546-1548]. Véase también A. de los Ríos, «Introducción», p. XIII; J. de la Peña y Cámara, «Contribuciones documentales y críticas…», pp. 603-705; 631-640; D. Turner, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés..., X-XII.

5 Para S. Fabregat Barrios, la erudición de Oviedo no proviene de la educación que hubiera podido recibir en la corte, pues él mismo decía que las lecciones diarias que el heredero recibía de fray Diego de Deza tenían lugar en la absoluta privacidad entre maestro y discípulo («Presencia y función de los mitos…», pp. 68-69).

6 Para un estudio de Mártir de Angleria y Gentile como representantes de la «historiografía oficial» de Carlos V, véase Druez, «Perspectives Comparées», pp. 84-95.

7 J. Mª Carrillo, «La teatralización de la verdad...», p. 11; Carrillo, Naturaleza e imperio..., pp. 32-33.

8 Oviedo describió a Colón como un hombre «más alto que mediano, e de recios miembros; los ojos vivos, e las otras partes del rostro de muy buena proporción; el cabello muy bermejo, e la cara algo encendida e pecoso». Además, consideraba al Almirante como el precursor de esta visión mesiánica, y como un hombre «bien hablado, cauto e de gran ingenio, e gentil latino, e doctísimo cosmógrafo» (G. Fernández de Oviedo, Historia, Tomo 117, Libro II, Capítulo II, p. 16). Por el contrario, el franciscano Jerónimo de Mendieta y Francisco López de Gómara, entre otros, pensaban que dicho honor debía corresponder a Hernán Cortés.

9 J. Pérez de Tudela Bueso, «Vida y escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo», XXXIII.

10 Margarita de Vergara murió seis meses después de dar a luz a Francisco González de Valdés (noviembre, 1509), su segundo hijo (el primero nació muerto). Sus escritos revelan una profunda admiración por su esposa y el tremendo dolor de su pérdida (G. Fernández de Oviedo, Historia, Tomo 117, Libro VI, Capítulo XXXIX, pp. 197-198). Véase también K. A. Myers, Fernández de Oviedo’s Chronicle of America, p. 14.

11 J. Pérez de Tudela Bueso, «Vida y escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo», XXXVII. Por ejemplo, Oviedo explicaba que el 15 de enero de 1508 vivía humildemente con un insignificante cargo de escribano en una notaría de Madrid (G. Fernández de Oviedo, Batallas y Quinquágenas, [1550-1552], pp. 148; 152).

12 J. Pérez de Tudela Bueso, «Vida y escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo», XLI.

13 A. Gerbi, La naturaleza de las Indias nuevas..., p. 179.

14 Situada en el golfo de Urabá, el Darién era una zona aurífera que comprendía la costa de las Perlas (Veragua) y Castilla del Oro.

15 B. Aram, Leyenda negra y leyendas doradas..., pp. 87-99; K. A. Myers, Fernández de Oviedo’s Chronicle of America, pp. 41-42.

16 Como apunta K. A. Myers, Oviedo dedica el libro XXIX a repasar las conductas de los conquistadores, «but the portrait of the infamous Pedrarias dominates; he represents the ultimate traitor to the king» (Myers, Fernández de Oviedo’s Chronicle of America, pp. 44-45). Recientemente, B. Aram ha cuestionado esta descripción negativa que Oviedo hace de Pedrarias, y su alter ego, Vasco Núñez de Balboa, capitán y alcalde de la provincia del Darién (Leyenda negra y leyendas doradas..., p. 168).

17 Como señala K. A. Myers, tuvieron al menos una hija: Juana (Myers, Fernández de Oviedo’s Chronicle of America, p. 17).

18 Recientemente Álvaro Baraibar ha editado nuevamente el Sumario de la Natural Historia de las Indias (Madrid: Universidad de Navarra & Iberoamericana & Vervuert, 2010).

19 J. Pérez de Tudela Bueso, «Vida y escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo», CXVCXVI.

20 H. H. Orjuela, «Orígenes de la literatura colombiana...», p. 253.

21 En 1529 el secretario de la cancillería castellana, don Francisco de los Cobos, fue ascendido a miembro del Consejo de Estado, «siendo el responsable desde entonces de dirigir toda la política imperial en los territorios españoles e italianos» (X. Tubau, «Alfonso de Valdés y la política imperial...», p. 20).

22 E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias..., pp. 405-406. En marzo de 1532 algunos hidalgos de La Española habían solicitado al Emperador el nombramiento de Oviedo como cronista oficial de las Indias (E. Otte, «Gonzalo Fernández de Oviedo, alcaide», p. 32).

23 La carta del nombramiento oficial por Carlos V se guarda en el Archivo de Simancas, Secretaría de Estado, Leb. 636 (J. Pérez de Tudela Bueso, 1957, p. 428. También en Ibidem, «Vida y escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo», CXVIII). Véase al respecto J. de la Peña y Cámara, «Contribuciones documentales y críticas...», pp. 603-705; M. Ballesteros Gaibrois, Gonzalo Fernández de Oviedo, p. 157.

24 Simón Valcárcel, Las crónicas de Indias, citado en M. Serna, Crónicas de Indias, p. 60.

25 Sobre la noción discursiva de escribir lo «real» en la formación de una cultura escrita expansiva y hegemónica, véase M. de Certeau, La escritura de la historia, pp. 11; 90-91; y M. de Certeau, The Practise of Everyday Life. En un sentido similar se expresa H. White, «Rhetoric and History», pp. 7-25.

26 A lo largo del siglo XVI los vocablos crónica e historia se convirtieron prácticamente en sinónimos (W. D. Mignolo, «El metatexto historiográfico…», p. 375). Por el contrario, A. M. Salas opina que Oviedo no era un historiador, sino un cronista, porque el orden y la sistematización no son los factores dominantes en la Historia (Tres Cronistas de Indias, pp. 112-114). Para un análisis reciente de las crónicas de Indias del siglo XVI, véase Kohut, «Las crónicas de Indias y la teoría historiográfica», pp. 15-60.

27 E. O’Gorman, Sucesos y diálogo de la Nueva España. Para un estudio arqueológico de la edición de J. Amador de los Ríos, véase J. Mª Carrillo Castillo, Naturaleza e imperio..., pp. 107-117.

28 J. Mª Carrillo Castillo, Naturaleza e imperio...; A. Barrera, «Empire and Knowledge...», pp. 39-54.

29 Somos conscientes de que el término «experiencia» tenía muchos significados. Oviedo no estaba interesado en la comprobación directa y objetiva de los hechos naturales, sino en la elaboración de un discurso intelectual, basado en su práctica y vivencias personales, sobre la naturaleza, la geografía y la botánica del nuevo continente. Con respecto a la posición autorial del historiador del Renacimiento, véase el trabajo de S. Greenblatt, «Renaissance Self-fashioning...».

30 Del mismo modo había que prestar atención al sonido exacto de los nombres nativos, según eran pronunciados, para luego trasladar al alfabeto latino los sonidos con que los indios se referían a los fenómenos de su entorno (J. Mª Carrillo Castillo, Naturaleza e imperio..., pp. 150-152).

31 Como apunta G. Fernández de Oviedo, «Y de otros muchos (ríos) no se saben los nombres, porque, como se han acabado los hombres antiguos de estos indios naturales de esta isla (Española), así se han olvidado los nombres de los ríos y de otras cosas» (G. Fernández de Oviedo, Historia, Libro VI, Cap. VII, p. 154).

32 De acuerdo con Mercedes Serna, a lo largo del siglo XVI «la verdad histórica y la evocación poética se dan la mano» (M. Serna, «José de Acosta y las cosmografías fabulosas de la Antigüedad», pp. 261-262).

33 E. O’Gorman, Cuatro historiadores de Indias, p. 67; A. Mendiola, Bernal Díaz del Castillo; Mendiola, Retórica, comunicación y realidad, pp. 9-23; M. Serna, Crónicas de Indias, pp. 60-62.

34 Para una discusión acerca de la tensión entre un «discurso de lo real» y un «discurso de la verdad» en la obra americana de Oviedo, véase Carrillo, «La teatralización de la verdad...», pp. 9-24.

35 H. White, Metahistory; White, Tropics of Discourse. Véase también P. Ricoeur, Temps et récit.

36 S. Cro, «Los cronistas primitivos de Indias...», p. 421.

37 C. Jáuregui, Canibalia; C. Jáuregui, «Cannibalism, the Eucharist, and Criollo Subjects», pp. 61-63.

38 A mediados del siglo XVI, la autoridad de Plinio era enorme. Fue el escritor más antiguo en dar una descripción sistemática de aquella antropología mítica que vivía muy lejos, en los confines del mundo conocido. Fernández de Oviedo tuvo la oportunidad de leer la Historia Naturalis de Plinio en la prodigiosa Biblioteca d’Aragona, formada cuidadosamente en el Castel dell’Ovo, en la bahía napolitana, por Alfonso V –apodado «el Magnánimo» y muerto en 1458– de Aragón I de Nápoles y llevada a Valencia por el duque de Calabria (J. Alcina Franch, La Biblioteca de Alfonso V de Aragón, pp. 43-44).

39 W. D. Mignolo, «El Metatexto Historiográfico y la Historiografía Indiana», pp. 358-402; K. Kohut, «La conquista en la crítica literaria», pp. 30-34. Uno de los primeros en sistematizar esta «realidad objetiva» que llamamos historia fue G. W. F. Hegel («Lecciones sobre la filosofía de la historia universal», p. 137).

40 J. A. Maravall, Antiguos y modernos, p. 438.

41 Mientras que Heródoto de Halicarnaso (485-424 AC) mezclaba realidad y ficción, Tucídides y Polibio se alejaban del énfasis en lo fabuloso, limitándose a una «verdad (histórica) de lo visto y lo vivido». Al respecto, véase F. Hartog, Le Miroir d’Hérodote...; M. Serna, Crónicas de Indias, pp. 56-57.

42 I. Soler, El nudo y la esfera...

43 W. D. Mignolo, «El metatexto historiográfico...», pp. 358-402.

44 Historiadores como K. Kohut («Fernández de Oviedo, historiador y literato...», pp. 43-104), J. Mª Carrillo (Naturaleza e imperio..., pp. 69-106) y K. A. Myers (Fernández de Oviedo’s Chronicle of America, p. 3; 36) han corroborado la creciente preocupación del cronista madrileño por ordenar y sistematizar la información que iba recibiendo del Nuevo Mundo a través de una estrategia simultánea de imitación y distinción del principio del modelo antiguo pliniano.

45 A. M. Salas, «Crónicas: Fernández de Oviedo y la naturaleza de las Indias», p. 116.

46 S. Merrim, «Un mare magno e oculto...», p. 105. En un trabajo más reciente, Merrim sugiere que el cronista madrileño puso en práctica una economía del placer sensual a través de la descripción de la naturaleza americana. Un mundo compuesto de frutas jugosas, de variadas texturas y colores exóticos, como la famosa piña, de propiedades medicinales y terapéuticas, se expone a los ojos del lector y lo trasladan a un mercado del placer en el que poder visualizar –y casi probar– las maravillas del Nuevo Mundo (S. Merrim, «The Work of Marketplaces...», pp. 215-238).

47 G. Fernández de Oviedo, Historia, Tomo 118, p. 188 (Proemio al Libro XIX).

48 A. Barrera-Osorio, «Empire and Knowledge...», pp. 40 y ss.; A. Barrera-Osorio, Experiencing Nature, pp. 1-12.

49 He pedido prestado a Jesús Carrillo el término «discurso de la verdad» («La teatralización de la verdad...», pp. 9-10).

50 El Sumario de la natural historia de las Indias (1526), de Gonzalo Fernández de Oviedo, fue la primera crónica de las Indias en la que se señala al Almirante Cristóbal Colón como primer descubridor de América (Fernández de Oviedo, Sumario. Edición de Álvaro Baraibar, p. 67). Para Bartolomé de Las Casas, no sólo Colón había sido el primero en descubrir el Nuevo Mundo, sino que había sido elegido por el mismo Dios para cumplir el designio divino (M. Serna, Crónicas de Indias, pp. 18-19).

51 Oviedo reproduce la historia antigua de España de Juan Annio de Viterbo (o Seudo-Berosio), quien en su obra «De primis temporibus et quator ac viginti regibus Hispaniae et eius antiquitate», incluida en el tratado que lleva por título Comentaria super omnia opera auctorum diversorumde antiquitatibus looquentium (Roma, 1498), apuntaba a veinticuatro el número de primitivos reyes de España. Esta afirmación se basaba a su vez en las tesis del caldeo Berosio que hablaban de Túbal, nieto de Noé y quinto hijo de Jafet, como el primero que pobló y señoreó la antigua España. Unas tesis que eran bien conocidas en los círculos humanistas y cortesanos (Berosi. Chaldei Sacerdotis. Reliquorumque consimilis argumenti autorum. De antiquitate Italiae, ac totius orbis, cum F. Ioan Annii Viterbensis Theologi comentatione & auses, at verborum rerumque memoriabilium indice plenísimo. Ludguni: Apud Joannem Temporalem, [1498] 1555). Para un estudio sobre la influencia de las tesis bíblicas de Berosio y su aplicación en la historiografía española de finales del siglo XV, véase R. B. Tate, Ensayos sobre la historiografía peninsular... Para un estudio del «tubalismo» y su influencia en la historiografía española de los siglos XVI y XVII, véanse los trabajos de Lida de Malkiel, «Túbal, primer poblador de España», pp. 11-47; Julio Caro Baroja, Las falsificaciones de la Historia; E. Romano de Thuessen, «Un autógrafo inédito de Gonzalo Fernández de Oviedo...», pp. 96-97; K. Kohut, «Tubal und die spanishe...», pp. 377-388; Guarnieri Calò Carducci, Idolatria e identità creola in Perù, pp. 87-92.

52 Oviedo sostuvo esta tesis por primera vez en el Catálogo Real de Castilla (1532, ff. 19r) y en numerosos pasajes de la Historia, Tomo 117, Libro II, Capítulo XIII, p. 50. Véase también el Tomo 118, 1959, p. 86 (Proemio al Libro XVI). En su Historia del Almirante, Hernando Colón la rechazó por considerarla falsa (Historia del Almirante, Tomo I, pp. 76-83). F. López de Gómara también la rechazó, apuntando que las auténticas Hespérides eran las islas de Cabo Verde y las Gorgonas (Historia General de las Indias y vida de Hernán Cortés, p. 314). Sin embargo, los informes oficialmente sancionados de Oviedo proporcionaron un argumento formidable que, en esencia, cuestionaban la legitimidad de los herederos de Cristóbal Colón para reclamar cualquier derecho en los territorios recién descubiertos de Tierra Firme. Un esfuerzo que el Emperador supo agradecer a su fiel vasallo (M. Bataillon, «Historiografía oficial...», pp. 23-39; M. Serna, Crónicas de Indias, pp. 18-19).

53 Mª Dolores Pérez Baltasar, «Fernández de Oviedo...», pp. 309-326.

54 Tras la derrota en 711 de don Rodrigo (o Roderico), el último de los reyes godos, la nobleza visigoda se refugió en Asturias, donde uno de sus hombres, el infante don Pelayo, se convirtió en caudillo al obtener una alianza entre los godos y los asturianos, obligándolos a hacerse cristianos. Así, Asturias se convirtió en el primer reducto cristiano de resistencia al Islam (J. M. Nieto Soria, Iglesia y génesis del Estado moderno..., pp. 215-223; Mª Dolores Pérez Baltasar, «Fernández de Oviedo...», pp. 309-326).

55 R. B. Tate, Ensayos sobre historiografía peninsular..., p. 115.

56 M. Serna, Crónicas de Indias, pp. 18-19.

57 Para un análisis de esta semántica histórico-política de los conceptos, véase Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona: Ediciones Paidos, [1979] 1993, especialmente el capítulo X, pp. 205-236.

58 Al respecto, véase R. González Echevarría, Isla a su vuelo fugitiva..., pp. 13-15. Para una lectura de Oviedo como autor de ficciones, véase E. Pupo-Walker, La vocación literaria..., p. 24. En la misma línea argumentativa, J. J. Arrom señala que Oviedo es uno de los precursores de la narrativa hispanoamericana («Gonzalo Fernández de Oviedo...», pp. 369-383).

59 S. Fabregat Barrios, «Presencia y función de los mitos...», pp. 72 y ss. Sobre el carácter personalista de Oviedo, siempre reclamando atención sobre sí mismo, véase Carrillo, «La teatralización de la verdad...», pp. 10-11.

Historia y ficción

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