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Prólogo

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No sé cómo hemos llegado a ello, pero cuando nos dimos cuenta, ya habíamos convertido la realidad en un puto videojuego. Quedar con Efe Jean (ese es su alías en la red social); chica en proceso de adopción que busca a hombre sin patria ni bandera, que sea simplemente él, sin florituras y con las ideas claras, no es muy diferente a jugar al Sega Rally: lleno de checkpoints por todas partes y un tiempo bien marcado que, como no aprietes el acelerador y el freno como dios manda, la partida terminará con un GAME OVER estampado en tus ojos. Supongo que todo esto tendría que pasar tarde o temprano, no lo sé, pero me siento un gestor moviendo contactos de un lado a otro y estructurando el horario para dar cabida a tantas citas. Digo que sí a cualquier chica receptiva como digo que sí a cualquier oferta laboral que se me presente. Todo suma y es aprovechable. «Hola Efe Jean, me gustaría trabajar en tu empresa, soy entusiasta, proactivo y dinámico. Creo que los pequeños gestos pueden cambiar el mundo. No me interesa la mierda superflua. Me interesa la gente que vibra. Una mañana sin sonreír es una mañana perdida. Soy consciente de los problemas políticos, sociales y económicos que acucian este jodido país y creo que deberíamos pensar más en ellos, ¿sabes? También sueño con asistir a un concierto de Morrissey en directo y en viajar a Nueva York de la mano de una buena compañía. ¿Tengo cabida en plantilla? ¿Sí? ¿Será un contrato indefinido? Perfecto. Mañana nos vemos sobre las seis y trabajamos a fondo el asunto, ¿vale? Venga, un saludo». Hemos convertido el erotismo en un enorme Mickey Mouse sin orejas. Los festivos versos de Ana Elena Pena, nacidos de la incertidumbre y el miedo ante un Eros que sabe más a capitalismo que a otra cosa, confirman esa dulce enfermedad de la que no dejamos de enorgullecernos día tras día hasta el hastío. Quizá sea porque vivimos en una sociedad donde parece tarea imposible ligar el sexo al amor, donde cuando «yo digo amor, tú no dices nada más que puras mierdas». Ecuación irresoluble en unos tiempos en los que a todos nos cuesta tanto ser pacientes y tolerar los errores del otro. Por eso preferimos el sexo rápido de marca blanca y el amor Cosmopolitan de boquilla, la acumulación de cuerpos en un tiempo limitado a la exploración y experimentación de uno solo. Basta con saber apretar los botones adecuados a base de ensayo y error en ese infinito catálogo humano que brinda internet hasta llegar al bonus, a ese momento de flipe infinito, de penetrazzione deliziosa, de destrucción, en definitiva. Para ello, solo hay que saber jugar; conocer las reglas y aplicar la estrategia para meter la bola en el primer golpe, nada más. ¿Nada más? Este poemario tragicómico es un grito contra el artificio, contra la superfluidad, contra ese barniz con el que tanto nos empeñamos en cubrirnos para tirarnos a la Efe Jean o al Jean Efe de turno, limpiamente, sin dejar huella. Pero también es un manual para no claudicar, para no dejarse arrastrar por el delirante ciclón fast food que la propia sociedad impone y que con su ideal de transparencia made in Silicon Valley, barre todo resquicio de enigma, de singularidad, de magia que nos impulse a relacionarnos, pensarnos e imaginarios fuera de los dictados pornográficos del capital. Con todo, una brecha de esperanza articula este pequeño libro, más pensado en ser mordido que en ser leído, en ser pensado pero también en ser sentido, porque «entre tanta falsedad, tanto espejismo y tanto engaño, lo cierto es que hasta los cuentos de Andersen –esos donde la gente muere de frío y soledad– a veces tienen final feliz».

Alejandro Serrano Sierra

Vamos a follar hasta que nos enamoremos

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