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Prólogo
Оглавлениеpor Felisa Waksman de Fisch
La lectura de un texto ensayístico atrae por lo que informa y retiene por las emociones que evoca. En este sentido, es deleitable encontrar un texto psicoanalítico que despierte no sólo el interés de conocimiento sino un cierto “suspenso”, el deseo de saber qué sigue en el desarrollo del tema central y cuáles son sus conclusiones.
El libro de Ana María Giner genera este anhelo debido a la pertinencia del desenvolvimiento de los temas y a los autores que elige para conducirnos al motivo central: la investigación psicoanalítica del humor. Son destacables la claridad y fidelidad con que desarrolla el pensamiento de autores que provienen de diferentes campos del conocimiento para conducirnos a los escritos freudianos sobre un tema poco frecuentado después de Freud hasta años recientes, pese a que constituye un componente del trabajo de elaboración y al mismo tiempo un indicador relevante de la marcha del proceso psicoanalítico.
Giner comienza el recorrido con la investigación de campos diversos como la literatura, la filosofía, el espectáculo y una revisión epistemológica actual acerca del viejo debate de la verdad científica y el estatus científico del psicoanálisis. Basada en esta revisión, propone que a partir de la dinámica interacción entre la investigación empírica y la conceptual se concluye el carácter conjetural y provisorio de las teorías, ligadas a sus contextos y en continua evolución y cambio. La fijeza de la teorías detienen su enriquecimiento y conlleva a creencias fanáticas.
Este repensar epistemológico que la autora ejercita provee fundamentos a su propuesta de investigación, sus objetivos y alcances, que son la delimitación conceptual del humor, su diferenciación de estados similares –como el chiste, la manía, la ironía o la burla–, sus manifestaciones y estructuras profundas.
En los capítulos subsiguientes explora con elegancia las contribuciones de diversas escuelas de la psicología, de las que emerge un hilo conductor alrededor de los siguientes ejes: la diferencia entre el humor y manifestaciones similares; el establecimiento de una relación recíproca con el terreno orgánico, tanto en su génesis como en sus efectos; la búsqueda de una forma de cuantificar el humor; la consideración del humor como una evidencia de un yo maduro y su potencial para producir una óptica benévola en la apreciación de sí mismo y del mundo.
En algunas de los trabajos citados se indica como prescripción voluntaria el uso del humor como actitud terapéutica o su inducción en el paciente. Prescripciones de este tipo son ajenas al enfoque psicoanalítico.
A partir de esta amplia revisión la autora se enfoca en el escrito de Freud sobre la interpretación de los sueños de 1905 y en el de 1927 sobre el humor. Durante ese intervalo de más de veinte años se produjo una evolución del pensamiento psicoanalítico y una notable extensión de su práctica. El enfoque freudiano inicial, predominantemente económico, se enriqueció con el aporte de la segunda tópica, la teoría estructural. Desde el punto de vista económico, el placer del humor está vinculado al ahorro de sentimientos negativos como contenidos del preconciente, lo que lo diferencia del sueño, el síntoma y el lapsus, expresiones pulsionales inconscientes que emergen modificadas, ahorrando un gasto en el proceso defensivo del yo. El humor es así una defensa contra el sufrimiento, un movimiento psíquico privilegiado sin carácter de síntoma.
Cuando Freud incluye la segunda tópica, la modificación estructural está dada por un aumento de la investidura del superyó que se erige como instancia protectora del yo, desempeñando una función paternal cariñosa que consuela al yo sufriente y lo enaltece con benevolencia. La autora destaca la diferencia entre la dependencia del yo de un superyó benévolo y la confusión entre yo y superyó en la manía, en la que el yo asume como propias las funciones y poderes paternos, diferencia entre dependencia e identificación.
Por otro lado el chiste, los sueños y la ironía vinculan al yo con pulsiones del ello, por lo tanto incluye tendencias agresivas; como fenómeno opuesto, el humor es un clima mental que facilita la comunicación y los vínculos.
La autora presenta una cuidadosa síntesis del pensamiento freudiano, manteniendo su complejidad, que según Morin –a quien cita– genera un halo de incertidumbre y de azar del que carece el pensamiento simple, lineal. Como fenómeno complejo, el humor es un proceso creativo cercano al insight y vinculado a la “experiencia emocional” que define la escuela inglesa.
Umberto Eco, citado por Giner, señala la diferencia entre las intenciones del autor de una obra y el texto generado por el lector. En el viaje que nos propone este libro –que abarca la filosofía de la antigüedad clásica, la epistemología actual, los enfoques de la psicología general y los escritos freudianos– es importante marcar un lugar de encuentro entre autora y lector, un acortamiento de la distancia producido por la compleja intervención del contexto mental de ambos participantes. Este lugar de encuentro es la clínica psicoanalítica.
Quisiera finalizar estas reflexiones que prologan el trabajo de Ana María Giner aportando una viñeta de mi propia práctica clínica. Hace dos años comenzó tratamiento un paciente de 92 años a quien yo había analizado más de treinta años atrás. Este pedido de reanálisis estaba motivado su deseo de liberarse de auto-reproches y sentimientos de culpa que surgían en relación a su evaluación de cómo había transcurrido su vida familiar, si bien su desarrollo profesional había sido altamente exitoso. Luego de un trabajo analítico sostenido e interesante su sufrimiento se alivió, pero con el transcurso del tiempo comenzaron a aparecer preocupaciones por sus crecientes fallas de memoria. Durante las sesiones el paciente se interrumpía, perdía la continuidad de su discurso. En una sesión que había comenzado hablando con fluidez súbitamente su relato se cortó y entró en un largo silencio que nos angustió a ambos. En respuesta a la situación yo comencé a hablar. Me respondió que había olvidado lo que estaba por decir pero estaba a punto de recuperarlo, y fue claro para ambos, que aún en el contexto de un largo silencio yo lo había interrumpido. Con una sonrisa suave comentó: “La próxima vez me buscaré una analista muda”. Evidente paradoja, en este caso el humor surgió de un deseo benévolo de aliviarme la culpa, tema que lo había conducido a regresar al análisis. No detecté ninguna intención agresiva ni burlona, al contrario, se generó un clima de humor y alivio para ambos. Según el enfoque freudiano, se dramatizó una identificación paterna donde la analista representaba al yo sufriente, al niño que se autorreprocha, y que él quiso aliviar.
Agradezco a Ana María Giner el haberme invitado a escribir este prólogo. El recorrido que este libro propone, naturalmente, queda abierto a muchas y nuevas creaciones y asociaciones cada vez que sea leído, y también re-leído por mí.