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Buffer Overflow

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Cuando el error se hace colectivo

adquiere la fuerza de una verdad.

Gustave Le Bon

La humanidad apenas recordaba el principio de la guerra; el inicio de todo. Tampoco recordaba que había sido consumida casi por completo hacía unos veinte años. Una raza extraterrestre, a la que llamaron Syohas, la había diezmado.

Esas memorias solo persistían en la mente de los miembros del Council Stack.

Martín Mora gozó siempre de una picardía extraordinaria para los negocios. Desde pequeño tuvo que echar mano de su ingenio para sobrevivir y adaptarse al medio en el que se desenvolvía. Santclair era una dura ciudad. Así, adquirió experiencia de sus fracasos, y no tardó en convertirse en un excepcional corredor de bolsa.

Martín fue millonario, y también famoso.

Aquel día se trasladaba de un centro de transacción de valores a otro. Planeaba consultar los estados financieros de sus acciones y debatir con su equipo las nuevas estrategias para atacar el mercado de capitales. También había sido informado de varios problemas, y quería atenderlos en persona.

Sentado en la parte trasera de su limusina, recordaba con añoranza los viejos tiempos en los que no existía el nervo-conector. Construía en su mente imágenes claras de las calles demacradas del Condado (su barrio pobre) y de los charcos que se formaban con la lluvia; en los que solía revolcarse para que luego su madre le propinara aquellas infames palizas que ahora rememoraba con cariño. «Sí, antes los niños eran más libres», pensó al ver pasar de largo a un grupo de muchachos que seguían obedientes las órdenes de su profesora mientras cruzaban la calle.

Por un instante se llevó una mano al cuello y acarició con suavidad su parte derecha. Sintió el objeto incrustado en la piel que tenían que utilizar de manera obligatoria: el nervo-conector. «No solo los niños…, ya nadie es libre».

Dos hombres conversaban frente a una forma oscura, que por momentos mostraba pequeños puntos blancos sobre su superficie. Uno de ellos era perceptiblemente mayor; su pelo níveo, aunque parecía antinatural, reforzaba esa idea. Su figura, en cambio, indicaba que debía de tener alrededor de treinta y cinco años; el más joven aparentaba unos veinte.

—¿Recuerdas lo que es un buffer overflow? —preguntó el veterano con voz un tanto inexpresiva, mientras el otro prestaba total atención a sus palabras.

—Sí. Básicamente, un error grave de seguridad producido por algún defecto en la programación —respondió el joven, luego de meditar unos segundos.

El maestro asintió satisfecho.

—El buffer overflow más frecuente se manifiesta en estas personas —dijo, al tiempo que mostraba a su acólito el comportamiento de algunos individuos que aparecían sobre la negra forma.

—Maestro, pensé que ya habíamos eliminado esos errores. ¿No los corrigió…? —Hizo una pausa para luego añadir en forma de auto-respuesta—. Sí, cuando Wilson Y. Fitch reparó la instrucción 0x0112816 del programa nervo-conector.

—No, el program-master Wilson desapareció antes de poder revisar todo el sistema. En recientes análisis he descubierto, junto con un grupo de miembros del Council Stack, que los buffers continúan desbordándose por causa de otras instrucciones. Y los desbordamientos están llegando a un nivel crítico.

—Y entonces, ¿qué quiere explicarme? ¿Alguna nueva teoría que utilizará para reparar las instrucciones? —preguntó intrigado.

—No, Nmael. Quiero hacer énfasis en el program malfunction. Me temo que has sido designado a la resolución y soporte de esos errores.

—¿Designado? Pero… soy un simple program-student, por encima de mí hay un montón de program-expert y program-master.

Martín olvidó por un rato su nervo-conector, se concentró en los problemas de la bolsa; en lo que era de veras productivo. Estar pensando en ideales inalcanzables nunca había definido su manera de vivir. Aunque, en los últimos días, esos pensamientos lo invadían con frecuencia.

—¡Las acciones de Gestav están subiendo astronómicamente! —gritó uno de los corredores del equipo, sacando a Martín de su reflexiva anomalía—. ¿Qué hacemos, señor?

—Alejandro, quiero un informe de esa empresa —ordenó Martín al estadista, que se encontraba a su lado, concentrado y absorto.

—Estoy en ello, señor —respondió el hombre sin apartarse de su tarea. Utilizaba el nervo-conector para estudiar los disímiles datos que flotaban en la Red.

—Bien, Rafael, continúa evaluando las acciones de Gestav y compra alguna, al menos por el momento.

—Señor —llamó otro integrante del equipo—. Las acciones de Trinstal siguen en descenso. También las de ProgFixed.

«Misericordioso Dius —pensó Martín mientras evaluaba, con ayuda de su nervo, los índices y gráficos de las compañías mencionadas para generar un análisis técnico exhaustivo de las mismas—, vamos a ver cómo resolvemos este dilema. ¿Así será el resto de mi vida?».

—Pienso que deberíamos apostar por Trinstal. Siempre ha tenido esos altibajos, pero a la larga es una empresa estable —comentó Ernesto, uno de los corredores más destacados del equipo.

—Yo pienso lo mismo —expresó Rafael.

Eduardo entornó los ojos. Era el más joven, pero había demostrado su capacidad en la toma de buenas decisiones. Martín le tenía gran aprecio.

—Ejecutar operaciones precipitadas o al azar no ha sido nunca nuestra estrategia. Recuerden que esto no es un juego. Veamos qué dicen los datos. Luego le daré la razón al que la tenga.

—Es cierto —añadió Luis con voz fúnebre—, vamos a espe… ¡Señor! —exclamó interrumpiéndose—. Las acciones de FiberFish han comenzado a subir.

—¿Otra vez? —preguntó Alejandro, sin separar su vista del punto en el que aparecían los hologramas que su nervo reproducía—. Ya van tres veces en esta semana.

—¿FiberFish? Alguien que me ponga al tanto —exigió Martín.

—Cierto —apresuró a explicar Rafael—, es una nueva empresa norteamericana que está en ascenso en el mercado de alimentos.

—No creo que esté interesado en invertir con yanquis. Alejandro, aun así, quiero un estudio de ella… Eduardo, ¿cómo lo va llevando ProgFixed?

—Sus acciones siguen en descenso —respondió el joven corredor.

Nmael y su maestro continuaban de pie frente a la enorme forma negra (por momentos esférica, por momentos cúbica) que seguía mostrando aleatorios puntos blancos para indicar fallas de programación.

—Tu visión acerca de los programas ha demostrado ser acertada. Puedo decirte que varios program-expert e incluso program-master envidian tus habilidades.

—¿No deberían envidiarte a ti? —Una finísima sonrisa, casi imperceptible, se dibujó en el rostro del maestro.

—En cierto modo, pero tus logros son solo tuyos. Yo simplemente te he proporcionado una guía.

—¿Y usted? ¿Trabajará corrigiendo algún buffer?

—No —suspiró el hombre—, yo seré el supervisor.

—¿Supervisor…? Esas son palabras mayores, Omin. Aunque era de esperarse.

—¿Sí? ¿Cómo de esperarse?

—No me pregunte a mí. El program-master es usted —respondió el acólito en tono irónico, y luego, cuando su maestro puso cara de desconcierto, prosiguió con seriedad—. Entonces, ¿quién o qué está provocando estos nuevos desbordamientos?

—Las propias personas están sobrescribiendo sus datos, algo que incluso el program-master Wilson no previó. No sabemos cómo ha sucedido, pero es evidente la violación de memorias. Ellos se están convirtiendo en sus propios verdugos…

En la bolsa permanecía sin aclararse la situación. El equipo se enfrentaba a desafíos importantes. Solo había dos cosas en el mundo que Martín anhelaba más que el dinero: el amor y la libertad. Y de nuevo, no sabía por qué razón pensaba tanto en asuntos que antes no venían a su mente. Dinero, debía ganar dinero para conseguir todo lo demás. Ese era el pequeño secreto de la vida. Uno que había descubierto por sí mismo.

—Señor, ya tengo el análisis de Gestav —informó Alejandro, y por un segundo se permitió desconectar de la Red su nervo.

—Entonces…

—Gestav es una compañía de experiencia —explicó el estadista en términos académicos—, afianzada en negocios armamentistas. Sus acciones fluctúan entre valores normales y valores astronómicos, con pocos picos descendentes; las gráficas lo indican. Además, por su condición de empresa armamentista cuenta con una estabilidad casi asegurada.

—Bien, vendan todas las acciones de Gestav que hemos adquirido.

—¿Está seguro? —preguntaron Luis y Rafael al unísono, aunque sin dejar de ejecutar los procesos previos a la venta. En el equipo nadie contradecía los designios de Martín. Él había demostrado ser un corredor excepcional.

—Compren unas pocas acciones de FiberFish —prosiguió—, no se preocupen ahora por las gráficas. Esas serán para el fondo monetario. Vendan las de Trinstal, esa empresa está en quiebra. Compren todas las de ProgFixed.

Martín se apresuró en tomar esa iniciativa. El tiempo era importante en la bolsa. Un segundo más, uno menos, significaba dinero ganado o perdido. Los demás quedaron perplejos, excepto Eduardo, que sonrió; su cara mostraba la satisfacción de alguien que se sabe seguro de haber acertado en secreto. Martín se permitió descansar. Su intuición en la bolsa estaba más allá de la comprensión de los otros, pero no tan alejada…, por suerte. Suspiró, había resuelto de manera eficaz aquel problema. «Y así dejo asegurado el futuro de este equipo, al menos por el momento», pensó mientras su mente regresaba una vez más a los recuerdos de la niñez.

Nmael se había quedado perplejo, con los ojos fijos en el rostro de Omin.

—¿Verdugos? —preguntó.

—Sí, víctimas de sus propias decisiones. No entienden que más allá del orden no existe nada. Nosotros hemos dictado el orden, impuesto el programa nervo-conector; y aun después de eliminar sus memorias hay algo todavía que los incita a desviarse del camino que deben seguir. Esos desbordamientos atentan contra sí mismos. Las memorias sobrescritas son un peligro.

—Maestro, me confunde con sus palabras. —Nmael experimentó un pequeño conflicto de ideas, causado por la tormenta de argumentos en su cabeza.

—Hombres como ese —dijo Omin ampliando una imagen en la negra esfera para mostrar el rostro de un afamado corredor de bolsas, de la ciudad de Santclair, que descansaba en su cama—. Hay que evitar que las personas piensen demasiado, que intuyan. La sensación de otra búsqueda más allá de nuestra verdad tiene que ser eliminada para que puedan sobrevivir a este caos. Por esa razón creamos el programa. —Hizo una pausa, la cual aprovechó para tomar aliento—. Nmael, necesitamos reparar esos errores de desbordamiento.

Martín había tenido un duro día, y una dura vida. Aquella noche en casa se permitió pensar por última vez en el dinero. Estaba seguro de que sus herederos le darían un mejor uso. Se levantó de la cama y, en un impulso de arrebato, arrancó de un tajo su nervo-conector. Sintió miedo entonces de haberlo hecho. Observó en derredor. Decían algunos que te ganabas un severo castigo solo de intentarlo. Eran insípidos rumores, no había testimonio de ello. «Sin dudas nadie me ha visto. Al fin seré libre», se regocijó de sus actos.

En un instante descendió al infierno, o a un lugar que supuso como tal. Pareció como si su mundo de repente se hubiera transformado en un universo de desasosiegos. Todo lo que antes estaba en orden ahora era un completo caos. Los edificios destruidos, las calles también. El ambiente lo asfixió, saturándolo de olores inmundos. Unas presencias se acercaron. «Seguro son demonios», pensó Martín. Luego palpó con suavidad el pequeño agujero ensangrentado que había dejado, en su cuello, la ausencia del implante que sostenía en la mano. Su rostro, antes de morir, no mostró ninguna sensación de miedo.

Martín Mora fue devorado por aquellos entes. Cayeron sobre él. Eran demasiados. No sobrevivió a la embestida de los Syohas.

La forma negra aún mostraba la imagen ampliada del sitio en el que yacía el corredor de bolsa. La sangre se confundía con el color del suelo; solo eran perceptibles algunas tonalidades.

—¿Lo entiendes ahora, Nmael? —preguntó Omin. El joven acólito experimentó una profunda sensación de repugnancia. Tenía conocimiento de causa, pero jamás había observado una escena como esa. Sus lecciones de programación no incluían clases de aquella índole—. El nervo-conector los protege del mundo real. Los buffer overflow atacan la memoria sobrescribiendo sectores importantes y llevando a los nuestros a cometer hechos como este. Luego, desaparecen del mundo ilusorio que hemos creado para mantenerlos ocultos de la masacre e invisibles a los sentidos de los Syohas, y al final son consumidos por ellos. ¿Entiendes la importancia de reparar este error? ¿Entiendes nuestro compromiso? Como un miembro más del Council Stack y de este planeta, debes comprenderlo.

El acólito asintió, mas quedó pensativo mientras su maestro se marchaba por la enorme puerta blanca que se encontraba detrás. Nunca había tenido en cuenta lo que representaba, tal vez estuviera comenzado a madurar.

Cerró los ojos y ejecutó un gesto de negación con la cabeza.

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