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Introducción

Angélica Tornero

Coordinadora

“Y un día, de pronto, te conviertes en un hombre Chernóbil. ¡En un bicho raro! En algo que le interesa a todo el mundo y de lo que no se sabe nada. Quieres ser como los demás, pero ya es imposible. No puedes, ya es imposible regresar al mundo de antes. […] No perdimos una ciudad, sino toda una vida” (Alexiévich, 2019: 73). Nikolái Fómich, residente en el área de Chernóbil, necesita dar testimonio de su sufrimiento y el de su familia, no solo porque súbitamente fue segregado, sino también porque su vida quedó totalmente destrozada. El padre de familia de una pequeña de siete años que murió víctima de la emisión de radiaciones producida por el accidente en la central nuclear nunca imaginó que su única hija sería cercenada por un desastre que lo alcanzaría en su propia casa, el lugar en el que supuestamente nuestras inseguridades se atenúan. Con estupefacción, le dice a Svetlana Alexiévich: “Quiero dejar testimonio: mi hija murió por culpa de Chernóbil. Y aún quieren que nosotros callemos. La ciencia, nos dicen, no lo ha demostrado, no tenemos bancos de datos. Hay que esperar cientos de años. Pero mi vida humana… es mucho más breve. No puedo esperar. Apunte usted” (Alexiévich, 2019: 75).

En 1986, Chernóbil reveló que toda la vida en el planeta estaba en riesgo y que las vidas humanas de muchos –como la de la hija de Nikolái Fómich y de cientos de miles más–, independientemente de la religión, la raza o la clase social, podrían ser destruidas; patentizó, también, la impotencia y estupefacción de los científicos, quienes, otrora admirados, se convirtieron de pronto, dice el fotógrafo Víktor Latún, en “ángeles caídos […] ¡En demonios!” (Alexiévich, 2019: 329). Además, mostró la carencia de explicaciones de lo ocurrido, como ha señalado el profesor de Literatura Andréi, quien no sabe cómo exponer a sus estudiantes lo ocurrido. A Andréi le preocupan cuestiones como la siguiente: “¿Por qué el académico Legásov, uno de los que dirigió los trabajos de liquidación de la avería, acabó suicidándose? Regresó a casa a Moscú y se pegó un tiro. Y el ingeniero jefe de la central atómica se volvió loco. Que si partículas beta, partículas alfa… Que si cesio, que si estroncio… Elementos que se descomponen, se diluyen, se trasladan…” (Alexiévich, 2019: 230). Las explicaciones científicas, agrega Andréi, “está[n] muy bien, pero con el hombre ¿qué pasa? […] Hemos perdido todo un mundo. Un mundo así ya no lo habrá nunca más, no se va a repetir” (Alexiévich, 2019: 230).

Tras la catástrofe de Chernóbil quedó claro que, además de otras amenazas, como el fascismo o el nacionalismo, había que enfrentar los desafíos que presentaba el modelo de desarrollo capitalista tardoindustrial, el cual, habiéndose erigido como máxima expresión de progreso y civilidad, resultaba cada vez más amenazante. A partir de ese momento, los países del centro, siguiendo la distinción de Wallerstein, paralelamente tenían que insistir en las enormes ventajas de la modernidad capitalista, de las ventajas del neoliberalismo y la globalización, sobre todo a la luz de la inminente caída del comunismo, que ocurriría unos años después, y por otro lado, les urgía comprender la magnitud de los riesgos provocados por el mismo sistema para instrumentar políticas de control de daños.

En este marco, Ulrich Beck, Anthony Giddens, Scott Lash, Niklas Luhmann, Zygmunt Bauman y muchos otros pensadores propusieron formas alternativas de comprender la situación del modelo de desarrollo a la luz de diversas catástrofes. En particular, Beck se interesó por describir los “efectos secundarios” con el fin de tomar conciencia de los riesgos que enfrentaba el mundo entero. En La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, libro publicado un año después de la explosión, Beck señalaba que, generacionalmente, nos toca ser testigos de la fractura producida dentro de la modernidad, “la cual se desprende de los contornos de la sociedad industrial clásica y acuña una nueva figura a la que aquí llamamos sociedad (industrial) del riesgo” (Beck, 1998: 16).

Para comprender la figura de esta vertiente de la modernidad Beck propone un acercamiento distinto que cuestiona las categorías mismas de la teoría social, la cual enfatiza la lógica del reparto de la riqueza. Si la teoría clásica piensa en los riesgos grupales –empresariales y profesionales–, la teoría de la modernización reflexiva, como la denomina Beck, pone en el centro el pensamiento sobre el reparto de los riesgos y las consecuencias que surgen como amenazas irreversibles a la vida de las plantas, de los animales y de los seres humanos; en otras palabras, de los riegos que “contienen una tendencia a la globalización que abarca la producción y la reproducción y no respeta las fronteras de los Estados nacionales, con lo cual surgen unas amenazas globales que en este sentido son supranacionales y no específicas de una clase y poseen una dinámica social y política nueva” (Beck, 1998: 19).

Aun cuando nos quedaba muy claro que habían transcurrido tres décadas desde que se produjo aquel nefasto accidente y que las sesudas elaboraciones sobre riesgos, peligros y amenazas, realizadas por especialistas de distintos ámbitos, databan también de aquellas fechas, en 2019 algunos integrantes de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades del Estado de Morelos (ACSHEM) consideramos importante retomar las discusiones sobre este asunto, particularmente las reflexiones de Ulrich Beck, para revisar la situación de los riesgos en la actualidad, a partir de dos consideraciones: primera, incorporar a la reflexión el grado de desarrollo tecnológico alcanzado y, segunda, reflexionar preferentemente de cara a la situación de Latinoamérica y, especialmente, de México.

En aquel mayo de 2019, cuando planeábamos el Coloquio anual, nos pareció pertinente explorar la situación de riesgo de las sociedades menos favorecidas económicamente; dirimir qué riesgos enfrentamos en la segunda década del siglo XXI y alertar sobre la importancia de no abandonar este mirador, ante los relevantes desarrollos científicos y tecnológicos que están modificando no solamente nuestras formas de vida, sino también las de relacionarnos y comprendernos. Motivadas y motivados por esta orientación, en octubre de ese mismo año realizamos el Coloquio en torno a esta temática y, como resultado de ese intercambio, elaboramos el libro que aquí presentamos.

Durante la reunión hablamos sobre el impacto del veloz e imparable desarrollo de la tecnología de las comunicaciones, de las implicaciones de este en las relaciones humanas y en la conformación de las subjetividades; hablamos sobre los riesgos de las redes sociales, de las fake news y de la Internet de las cosas. También abordamos asuntos como los riesgos actuales en la educación superior, en los procesos productivos y en el ámbito del trabajo, y dialogamos sobre la oportunidad que tenemos a la luz de las discusiones sobre el fin o no de la modernidad, de pensar las modernidades desde otro locus, el latinoamericano.

Ahí, en el lugar en donde dialogábamos presencialmente, como lo habíamos hecho muchas otras veces, sentados en las butacas, respirando cerca unos de otros, sintiéndonos humanamente, además de escuchándonos académicamente, no imaginamos que en ese mismo momento, en una ciudad llamada Wuhan, comenzaban a morir personas atacadas por el virus que unos meses después pondría en riesgo la vida de todos los habitantes del planeta, nos confinaría y modificaría nuestras formas de trabajar y de relacionarnos. En nuestras elucubraciones, considerábamos los riesgos provocados por un modelo de desarrollo que ha perdido el rumbo, que está cimbrando las estructuras y resquebrajando el tejido social irrecusablemente, debido, entre otras causas, al imparable proceso de diferenciación, pero no imaginábamos que una amenaza circulaba entre países, que el virus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, se desplazaba velozmente en los cuerpos de los vacacionistas, en los hombres y mujeres de negocios, en los migrantes, y que muy pronto se extendería por todo el planeta, sin tregua, y después de algunos meses se convertiría en asunto prioritario –por no decir único– en las agendas de todos los países del mundo.

Ya en el confinamiento, mientras atendíamos las difíciles situaciones que se nos presentaron en lo individual y familiar, trabajamos los capítulos que el lector tiene hoy en sus manos. Al mismo tiempo, decidimos elaborar reflexiones breves sobre el riesgo provocado por el SARS-CoV-2, y las publicamos con el título Pandemia y sociedad, que apareció en otoño de este año. La desfiguración de la modernidad capitalista industrial, de la que hablaba Beck, resuena en 2020 de manera contundente, pero también nos conduce a preguntarnos por los beneficios de la modernización reflexiva. ¿Cuál es el balance después de insistir en la toma de conciencia sobre lo que el modelo está provocando?

La pandemia nos ha hecho responder con hechos. Tres décadas después de mostrar la urgencia de considerar los riesgos del modelo de desarrollo para intentar evitar catástrofes, no sabemos cómo hacerlo. Pero esto no es lo peor. No sabemos cómo resolver o, más bien, quienes deciden siguen sin querer atender las crisis severas de progresión lenta, como las llama Boaventura de Sousa Santos (2020: 63); es el caso de la contaminación atmosférica, que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) mata a siete millones de personas al año, o el de morbilidades provocadas por los alimentos industrializados, que frente al virus SARS-CoV-2 son condiciones de riesgo mortal. A esto hay que agregar que la pandemia discrimina, según Sousa Santos, “tanto en términos de su prevención, como de su expansión y mitigación” (2020: 66). Una parte importante de la población mundial no está en condiciones de seguir las recomendaciones de la OMS, debido a las condiciones precarias de vida. Constantemente escuchamos la expresión: “o muero de COVID-19 o muero de hambre”.

Ya en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, de 1755, Rousseau señalaba que los males que originan las desigualdades tienen su causa en el estado de sociabilidad, pero que, para poder profundizar en la exploración de este estado, había que empezar primero por conocer al hombre mismo como lo formó la naturaleza. Pero este conocimiento, escribe Rousseau, no resulta fácil debido a que el hombre moderno es semejante a la estatua de Glauco: “A semejanza de la estatua de Glauco, que el tiempo, el mar y las tormentas llegaron a desfigurar hasta el punto de que ya no parecía un dios sino una bestia feroz, el alma humana alterada en el seno de una sociedad por mil causas reiteradas […] terminó por cambiar de apariencia hasta quedar casi irreconocible” (Rousseau, 2012: 29-30). Desde entonces la humanidad ha estado viviendo alterada, irreconocible para sí misma, en el seno de una sociedad descrita, primero, como sociedad capitalista industrial y, después, como sociedad (industrial) del riesgo.

Nikolái Fómich, Víktor Latún, Andréi podrían sumarse al discurso de Rousseau cuando afirman con desesperación que la ciencia está muy bien, ¿cómo no va a estarlo?, pero, ¿qué con el hombre?, ¿qué con la vida humana? La madre de Andréi, la narradora y cantora Maria Fedótovna Vélichko, complementa los decires del filósofo ginebrino con sus propias palabras: “Dios nos mandó la señal de que el hombre ya no vive en su propia tierra” (Rousseau, 2012: 238). Las víctimas de SARS-CoV-2 que han enfermado y se han recuperado o que han perdido a sus familiares sin la oportunidad de darles el último adiós también claman por un giro, por “cambiar la mentalidad”. Es el caso de la joven mexicana Kenia Espinoza, que pide “no bajar la guardia”, porque la COVID-19 “te decapita la salud y te derrumba emocionalmente” (Cárdenas, 2020), y que perdió a su abuela sin poder despedirse de ella, o del policía local de Ceuta, España, Manuel Navia, quien tras sufrir en carne propia el deshacimiento de sus entrañas, afectadas por el virus, y escuchar los lamentos de los enfermos de las camas concurrentes en el hospital, suplica: “Hay que cambiar la mentalidad, os lo pido desde el sufrimiento porque lo que he vivido ha sido un infierno que no quiero que nadie lo viva” (Echarri, 2020).

En este libro ofrecemos a los lectores reflexiones que pretenden contribuir a la búsqueda de soluciones a la situación por la que atravesamos como humanidad, debida a los excesos de un modelo de desarrollo que promueve un modo de vida con costos muy altos. Para realizar estos capítulos no hemos partido de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, pues, como explicamos arriba, el trabajo inició unos meses antes. Hemos tomado situaciones que son análogas e igualmente riesgosas y graves. Algunas autoras y algunos autores han optado por mencionar aspectos vinculados con la pandemia, otras y otros no. Esto ha quedado al criterio de cada una y uno.

El libro está divido en cuatro secciones. En la primera, “Sociedad del riesgo, racionalidad científica y perspectivas histórico-sociales”, se incluyen dos capítulos que abordan la temática del riesgo desde perspectivas amplias. En el primero, de mi autoría, que lleva como título “Sociedad del riesgo: racionalidad científica y construcciones sociales”, recorro brevemente la discusión que comienza con la crítica a la racionalidad científica, a la razón enferma, realizada por los integrantes de la Escuela de Frankfurt; continúo con el giro que da Beck a esa discusión y, finalmente, recurro a autores latinoamericanos y de otros países de la periferia que piensan en epistemologías y modernidades alternativas, para proponer que en esos “otros saberes” está quizá la cura de la razón que puede contribuir a construir un mundo en el que se opta por la vida y no por la autodestrucción. En el segundo capítulo, titulado “La sociedad del riesgo y el pozo del que podemos beber agua pura: una visión desde la trayectoria histórica de la sociedad mexicana”, Brígida von Mentz analiza expresiones del riesgo de morir de numerosos mexicanos en contextos específicos a partir de la trayectoria histórica de la sociedad. Tras este recorrido, ante el riesgo que se percibe a morir en una pandemia, propone que en un pozo de tradición histórica podemos encontrar “aguas claras y puras, que nos refresquen y alienten” a mantener la esperanza de un mundo mejor.

La segunda sección del libro se titula “Sociedad del riesgo y tecnología” y está conformada por tres capítulos. En “Apuntes sobre el peligro de la deshumanización en las sociedades del riesgo y su racionalidad tecnocientífica”, Samadhi Aguilar Rocha ofrece una perspectiva crítica de las sociedades del riesgo y analiza la amenaza de deshumanización que generan los procesos civilizatorios de la llamada hipermodernidad, basados en sistemas globales y en el desarrollo tecnocientífico. Vicente Arredondo Ramírez, en “Riesgos de la sociedad cibernética”, aporta elementos para reflexionar sobre los posibles peligros personales y sociales que enfrentamos debido al desarrollo de la cibernética. Para ello, en primer lugar, da cuenta de aspectos centrales del avance cibernético vinculado a la Internet. Posteriormente, distingue diversos tipos de riesgo en las dimensiones personal y colectiva, y, finalmente, insiste en la necesidad de estar conscientes de ellos para que la tecnología verdaderamente esté al servicio del ser humano. Por su parte, en el capítulo “En el mundo digital, el principal riesgo somos nosotros”, María Luisa Zorrilla Abascal introduce la idea de la “sociedad digital de riesgo”. A partir de ella, analiza los riesgos construidos socialmente por quienes participan en el “mundo digital”. Ante un panorama que califica como poco favorable, propone apostar por “usos más competentes, solidarios y estratégicos de la tecnología”.

La tercera sección se titula “Sociedad del riesgo y educación”. El capítulo de Elisa Lugo Villaseñor y Cony Saenger Pedrero, “Cultura de seguridad y del cuidado: retos y desafíos desde la formación universitaria para enfrentar la sociedad del riesgo”, es resultado de una investigación que tuvo como objetivo indagar la manera en la que las universidades públicas conforman la cultura de la seguridad y de prevención del riesgo. Las autoras parten del supuesto de que la universidad atiende necesidades sociales y promueve la cultura de seguridad y cuidado y confirman, al cabo del estudio, que, en efecto, en estas instituciones se promueve el cuidado de sí. También concluyen que se han diseñado carreras para la atención de riesgos. “La educación superior en busca de rumbo”, capítulo de Ana Esther Escalante Ferrer, presenta un análisis de la función de la universidad pública en el contexto de la sociedad del riesgo. La perspectiva de la autora no es del todo optimista, ya que considera que las universidades no pueden responder a los grandes desafíos que plantea el escenario de la industria 4.0 y, de paso, a la responsabilidad con el planeta ante la crisis socioambiental. Según Escalante, la universidad está rezagada: continúa preparando profesionales para ocupaciones que tienen menos relevancia actualmente y no atiende los problemas sociales derivados del contexto de riesgo.

El primer capítulo de la cuarta y última sección, “Sociedad del riesgo, trabajo y actividades productivas”, es de Elsa Guzmán Gómez y lleva por título “Escenarios de riesgo del maíz nativo en México”. La autora refiere que hoy el maíz en México, que es de origen biológico y tiene una larga historia cultural, se enfrenta a escenarios que amenazan su supervivencia. Estos escenarios están relacionados con imaginarios construidos desde la modernidad occidental, los cuales promueven su desaparición. Guzmán muestra que el maíz nativo persiste porque hay actores que se resisten a que los mercados globales acaben con él y con su entorno cultural. Posteriormente, en “Trabajo y riesgo entre las jornaleras y jornaleros agrícolas en México”, Alex Ramón Castellanos Domínguez, teniendo como marco la discusión sobre los enfoques del concepto de riesgo planteados en las ciencias sociales, describe la realidad que la población jornalera de México vive cada año. Refiere casos de familias jornaleras víctimas de enfermedades provocadas por plaguicidas y destaca los riesgos que implica el uso de agroquímicos actualmente. Asimismo, señala la fragilidad de la población jornalera ante la pandemia. Por su parte, en “Vulnerabilidad y trabajo: precarización del empleo en la zona metropolitana de Cuernavaca”, Francisco Rodríguez Hernández y Fidel Olivera Lozano analizan el empleo asalariado en la zona metropolitana de la capital de Morelos, México, y describen lo que denominan vulnerabilidad laboral en esta zona del estado que consiste, entre otras cosas, en la dificultad de conservar empleo digno o la remuneración adecuada. Como resultado de esta situación, predomina el trabajo precario y las bajas remuneraciones, lo que explica el empobrecimiento de esta metrópoli en la última década.

Esperamos que estas líneas resulten de interés a todos aquellos que, como nosotros, bregan a diario por un mundo con mejores condiciones de vida, con justicia social y con futuro. No hay que olvidar que somos mayoría.

Referencias bibliográficas

Alexiévich, Svetlana (2019). Voces de Chernóbil. Crónica del futuro. Barcelona: Debolsillo.

Beck, Ulrich (1998). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.

Cárdenas, Felipe (2020). “‘Por favor, no bajen la guardia’, testimonio de jovencita víctima de COVID-19”. El Sol de San Luis, 2 de agosto. Consultado en www.elsoldesanluis.com.mx/local/video-por-favor-no-bajen-la-guardia-testimonio-de-jovencita-victima-de-COVID-19-5572172.html.

Echarri, Carmen (2020). “Testimonio de un policía local víctima del COVID: ‘El virus no perdona, mata día a día’”. El Faro, Ceuta, 4 de diciembre. Consultado en elfarodeceuta.es/testimonio-policia-local-victima-COVID/.

Rousseau, Jean-Jacques (2012). Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Sousa Santos, Boaventura de (2020). La cruel pedagogía del virus. Buenos Aires: Clacso.

La sociedad del riesgo: retos del siglo XXI

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