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Prólogo Miquel Bassols

He aquí un libro que hace suya la apuesta lanzada por Jacques-Alain Miller en el año 2017 a los psicoanalistas del Campo freudiano, y más allá, para extender el discurso del psicoanálisis al campo de la política. Y su autor no esconde desde dónde enuncia su modo de recoger el guante de esta delicada apuesta: desde su propia historia, marcada por las contingencias de los encuentros y desencuentros que deciden la vida de cada sujeto y que el psicoanálisis le enseña a tomar a su cargo.

La incidencia del psicoanálisis en el campo de la política no tiene nada de evidente, requiere de una elaboración precisa del término “política” en la enseñanza de Jacques Lacan, tanto en intensión como en extensión, tanto en el psicoanálisis puro –el que conduce a la autorización de un analista– como en el psicoanálisis aplicado a la terapéutica y a los distintos vínculos sociales. Y no es menos cierto que uno supone el otro, que no es posible pensar un analista sin su implicación decidida en el campo de lo social, del mismo modo que no es posible pensar una incidencia política del psicoanálisis en el orden social sin situar de manera precisa la función del analista en el dispositivo analítico. En este punto, lo interior y lo exterior de la experiencia analítica se encuentran, lo más privado se anuda con lo más público. Y el primero que mostró las consecuencias prácticas de esta lógica del discurso analítico fue el propio Jacques Lacan. Desde la “política de la carencia de ser” –en su texto de 1958 sobre “La dirección de la cura y los principios de su poder”– hasta la política del síntoma –en el texto de 1971 titulado “Lituratierra”– hay un recorrido que no puede hacerse sin pasar necesariamente por la lógica de la experiencia y el dispositivo del Pase, principio de la política de una Escuela de psicoanálisis. Es allí donde se anuda la singularidad de la experiencia de un análisis llevado hasta su final con la dimensión colectiva del sujeto del inconsciente.

No hay un inconsciente colectivo, como podía suponer una reducción culturalista, incluso religiosa, del concepto freudiano de inconsciente. Pero lo colectivo es, para un analizante que haya llegado al final de un análisis, “el sujeto de lo individual”. Es así como Lacan definió el grupo social en el momento de publicar sus Escritos, en una nota final de su texto sobre “El tiempo lógico” que pide releer desde allí toda la elaboración freudiana de “Psicología de las masas”. El término “sujeto” debe entenderse aquí en toda la extensión que recubre la palabra sujet en la lengua francesa: es la materia, el tema de una acción o de un estado de las cosas, el significado de un estudio, de un debate, de una conversación, también el objeto al que se refiere un discurso, el argumento de un relato, su función lógica y gramatical, el tema de una obra pictórica o literaria, la apuesta también de una acción política común, su motivo, su razón. Solo así puede entenderse la dimensión eminentemente política que Lacan da al término “sujeto” y a la exigencia que impone al psicoanalista que se orienta en ella: reunir su acción en lo colectivo para estar a la altura de la subjetividad de su época. Es allí donde el psicoanalista deja de ser un personaje aislado en la intimidad de su consultorio –aislamiento al que puede llevarle la singularidad de su propia práctica– para hacerse sujeto de la experiencia colectiva que lo define a él mismo como un sujeto esencialmente político, en el sentido aristotélico de un zoon politikon, de un animal afectado por el lenguaje, por el discurso que lo vincula necesariamente a los otros.

Nuestro colega Aníbal Leserre ha escogido abordar este “sujeto”, esta subjetividad de nuestra época, tomando la figura de la hidra neoliberal, monstruo que multiplica sus cabezas en la misma medida que pierde alguna. No le importa, crece y se alimenta así de su propia pérdida, de su propia consumación. Se consuma y se consume en la pérdida sin contar con ella, o contándola como ganancia, haciendo de la pérdida de goce un goce en sí mismo. Es también la hidra devoradora del goce, clara imagen del imperativo –¡Goza siempre un poco más!– que consume al sujeto de nuestro tiempo y que encontramos tanto en la privacidad de la consulta del analista como en los fenómenos de masa que arrastran consigo a toda política que siga este imperativo.

El lector atento sabrá seguir los diversos rodeos que el autor toma para proponer una Conversación –esta difícil disciplina que la red internacional Zadig impulsa en cada lugar– sin perder, a su vez, la cabeza ante la hidra. Yo he reconocido en las huellas del camino de este libro al amigo y colega Aníbal Leserre, que ya conocí en Barcelona hacia los años ochenta, cuando empezamos a compartir una misma causa que defendemos ahora desde uno y otro lado del Atlántico.

Barcelona, 24 de junio de 2019

La hidra neoliberal

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