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Anna Bosch Pablo R. Suanzes sobre Anna Bosch

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Si para calibrar el carácter y la personalidad de un periodista usáramos como indicador el número de veces que le ha colgado el teléfono a sus jefes durante una discusión encendida sobre la relevancia de una noticia, o al revés, cuántas veces esos jefes han zanjado la conversación con furia e impotencia por la terquedad del interlocutor, Anna Bosch ocuparía un lugar muy destacado en el ranking histórico de los corresponsales españoles.

Si le preguntan a ella les dirá que tiene una merecidísima fama de borde e intratable. Pero si le preguntan a sus compañeros, los que han compartido banco, equipo, micrófono o destino desde hace décadas, los adjetivos que usan son otros. Profesional, entregada, dedicada, cuidadosa, comprometida, curiosa, incansable. En el mundo en que vivimos, la ambigüedad, la equidistancia, la neutralidad o indiferencia ante la mentira, el abuso, la injerencia política o la falta de rigor es cualquier cosa salvo una virtud. El silencio es a menudo la vía más cómoda e incluso la única para la supervivencia. Por eso voces propias y potentes como la suya se han convertido en imprescindibles para mantener la esperanza.

Anna ha explicado el mundo y la actualidad desde Moscú, Washington o Londres como corresponsal para TVE y desde cientos de otros lugares como enviada especial. Estando donde hay que estar, pero sin buscar la gloria personal en cada paso. Ella sabe que para traducir lo que ocurre en lugares lejanos a espectadores no especializados hace falta un trabajo previo ingente e invisible. De documentación y contextualización. Hay que conocer el idioma, el país, la sociedad. Estar listo para cuando llegue lo imprevisto y poder reaccionar en minutos. Por eso aprendió todo lo que pudo de fútbol para contar las novedades de la Premier League cuando sus equipos se llenaron de jugadores y entrenadores españoles. Aprendió de arte para cualquier exposición que se abriera en la Tate. O de nacionalismo e imperialismo para entender y explicar lo que ocurría en Chechenia.

La han visto con una máscara de gas en medio de una manifestación en Estambul y en la frontera de las dos Irlandas para hacer visible, de forma casi dolorosa, las consecuencias del brexit. O en una mezquita perdida en medio del Brabante flamenco, donde la conocí una tarde de agosto hace unos años, tratando de averiguar algún detalle que aportara claridad al perfil de un misterioso imán implicado en los atentados de Barcelona.

En el imposible mundo de la televisión, donde tienes que contar en veinte segundos lo que otros pueden desarrollar en 2.000 palabras, se ha convertido en una institución, una referencia. Ella es el ejemplo que usan sus colegas por la habilidad que tiene para combinar el dominio de la técnica y la pedagogía. Entre saber y no aburrir, entre la preparación teórica y la entrega absoluta sobre el terreno. Millones de españoles la reconocen y tienen un vínculo como el que hace medio siglo se tenía con unos pocos rostros de intachables credenciales. Y eso, que se puede perder en un minuto, solo se logra tras lustros de esfuerzos.

Anna dice que salió afrancesada de fábrica, que ella sola se italianizó y que luego se empapó de la cultura anglosajona. Todas y cada una de esas facetas se ven en su trabajo, en su ansia por aprender en cada conversación. En la búsqueda de referentes, en los estándares que se pone y que pone a los demás. Ha cometido errores y no lo oculta, porque es imposible no cometerlos. Tiene fans y detractores, y es imposible no tenerlos cuando peleas hasta el final por tu trabajo, por la noticia y por defender toda una cosmovisión sobre el periodismo y el servicio público.

En este oficio nuestro tan peculiar hay quienes se decantan por la noticia, quienes destacan en la búsqueda de la exclusiva. Están quienes dominan el análisis, la descripción, la entrevista o el reportaje. Anna, que lo ha hecho todo y lo hace todo ofensivamente bien, si por algo destaca es por su apetito infinito. Con su trayectoria, su fama y sus premios podría vivir de las rentas, pero pelea cada día como si fuera el primero. Porque sufre cada vez que escucha que los temas internacionales son demasiado complicados, difíciles o no interesan. Y arremete cuando le dicen que las noticias duras aburren y que hacen falta cosas más ligeras.

Hay quienes sostienen que Europa es una idea, un sueño, un proyecto. Para ella, Europa es una cuestión personal. Nació en un país sin libertad y descubrió jovencísima lo que suponía el intercambio, la diferencia, la riqueza del continente. Por eso cruzó las fronteras ya antes de cumplir la mayoría de edad, aprendió idiomas y se lanzó a la aventura. Por eso se toma más en serio que nadie los desafíos que afectan al continente, las amenazas populistas, esa retórica que aboga por retroceder a un idílico pasado que ella sabe que nunca existió. Por eso su Unión Europea no es el mercado único, no es el fin del roaming o unas elecciones (que también), sino un continente sin fronteras, con paz y libertad.

Hay periodistas natos y exploradores natos, y ella es probablemente el mejor ejemplo de ambas cosas. Ha vivido algunos de los años dorados, cuando todavía era fácil conseguir trabajos con los que se podía llegar a fin de mes. Pero a diferencia de muchos nostálgicos que viven atrapados en los recuerdos, no habla con pesar de los nuevos tiempos. Aprecia el torrente de información que hoy tenemos al alcance de las manos, las posibilidades de la tecnología y la pujanza de los nuevos proyectos. A pesar de la falta de medios, de la frivolización del clic, de que ahora cada uno de sus compañeros tiene que hacer lo que antes hacían tres, Anna vive en el presente. Se cabrea, protesta y se rebela, grita en voz alta, pero ni es fatalista ni arroja la toalla. Por eso pasa mucho más tiempo haciendo preguntas que contando batallitas.

Tras dos décadas viéndola en la pantalla, unos años leyéndola y habiendo podido escucharla en las distancias cortas, sin focos, cámaras ni espectadores, puedo decir que Anna Bosch contagia entusiasmo y desborda credibilidad. Y no creo que haya muchas más cosas que se le puedan pedir a un periodista.


Europa soy yo

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