Читать книгу Destinados a amarse - Annette Broadrick - Страница 8
Capítulo Tres
ОглавлениеClay miró conmocionado a la mujer que estaba en su cama.
–¿Qué estás haciendo tú aquí? –preguntaron los dos al unísono.
Clay salió de la cama como una exhalación y entonces se dio cuenta de que estaba completamente desnudo. «¡Maldición! ¿Cómo…?», pensó, pero los nervios no le dejaron seguir pensando. Sabía que esa vez tenía un auténtico problema. Se había metido en la cama con los calzoncillos puestos y sólo había una razón para que ya no los tuviera.
El sueño que recordaba había sido mucho más real de lo que debería.
Levantó la sábana de su lado de la cama completamente y gimió al encontrar los calzoncillos a los pies de la cama. Se los puso y sólo entonces se giró hacia ella. Pam se incorporó en la cama, tapándose con la sábana. Incluso en aquella situación tan desafortunada, estaba de lo más sexy. Aunque su expresión era todo lo contrario.
–Quiero saber qué estás haciendo en mi habitación –le exigió ella secamente.
–Esto… yo… ¡Maldita sea, no lo sé! –exclamó él–. Creía que ésta era mi habitación. No creerás que vine aquí anoche deliberadamente para…
Se detuvo, incapaz de enunciar lo que había sucedido.
–No sé qué pensar, Clay. Prácticamente me ignoraste toda la noche y luego tú… te metes en mi cama y…
Ella tampoco podía poner palabras a la situación.
–Sé que tenemos que hablar de esto –dijo él al cabo de un rato de silencio–, pero ahora no tengo tiempo. Tengo que ir abajo.
Estuvo a punto de preguntarle por qué, pero si ella no sabía que iba a tener que trabajar con él, él no quería ser quien se lo anunciara. La situación ya era suficientemente delicada tal cual estaba. Clay recogió la ropa que había dejado por el suelo. Ni siquiera recordaba haberse desvestido antes de meterse en la cama.
¿Cómo podía haber cometido un error tan estúpido?
Encontró su maleta y sacó lo primero que encontró, que fueron unos vaqueros desgastados y una camisa. Sin mirar hacia la cama, se metió en el cuarto de baño. Se dio una ducha rápida y se vistió. Luego se puso unas deportivas y se marchó de la habitación.
¿Qué demonios hacía él en la habitación de Pam? ¿Acaso Melanie no le había dicho que estaría en la habitación 937? De pronto se detuvo y se masajeó la cabeza, que comenzaba a dolerle. ¿O Melanie le había dicho la 973?
Maldición, él debía de haberse confundido de número. Y de todas las personas con las que podría haber compartido la cama, ¿por qué había tenido que coincidir justamente con Pamela McCall?
Clay pasó por delante de la habitación 973 y llamó a la puerta. Melanie la abrió, vestida con un camisón casi transparente y con una expresión de confusión. Y tenía toda la razón.
–Buenos días, Clay –dijo advirtiendo su nuevo atuendo y enarcando una ceja–. Cuando anoche dijiste que te acostarías tarde no bromeabas…
Él se apoyó en el quicio de la puerta y se masajeó el rostro.
–Sé que está siendo una cita terrible. Te lo explicaré todo cuando regrese de otra reunión –dijo él y se irguió intentando pensar en una disculpa creíble–. Sé que cuando escuches mi historia verás el humor que tiene, pero ahora ya llego tarde a la reunión y…
–Tus reuniones se están interponiendo en nuestro encuentro –le advirtió ella mirándolo con cautela–. Menos mal que no he detenido mi vida esperando a que mantuvieras tus promesas, Clay.
–No sabes lo mucho que lo siento –murmuró él sacudiendo la cabeza y le apretó la mano cariñosamente–. Estaré de regreso en cuanto pueda.
Se apresuró al ascensor y sintió alivio al verlo vacío. ¿Qué demonios iba a hacer? ¿Cómo podía explicarle a Melanie lo que no podía explicarse ni a sí mismo? Y además, todavía tenía que enfrentarse a Pam.
Al llegar a la cafetería, Clay divisó a Carruthers sentado a una mesa en una esquina y se dirigió allí. Estaba hablando con otro hombre a su lado. Cuando Clay llegó a la mesa, los dos hombres dejaron de hablar. Sam lo saludó con la mirada y le sirvió café.
–Siéntate –le dijo el coronel con una medio sonrisa–. Tienes aspecto de necesitar esto.
«No sabes cuánto. Ojalá pudiera volver atrás veinticuatro horas», pensó Clay.
–Clay Callaway, le presento a Joe Chávez. Joe es uno de los mejores expertos en reconocimiento que conozco. Amablemente, se ha ofrecido voluntario para ayudarnos en nuestra investigación.
Clay le estrechó la mano.
–¿Así que voluntario, eh? –preguntó Clay.
–El coronel tiene un fino sentido del humor –respondió Joe en tono plano.
–Dejemos los cargos –les recordó Sam–. No tenemos que tratarnos con formalidad, ya que se supone que somos amigos del ejército pasando unos días de vacaciones.
Joe puso los ojos en blanco y Clay se sintió mejor al ver esa reacción. Así que él no era el único al que habían obligado a aceptar esa misión.
Sam miró su reloj.
–Por fin he hablado con Pamela McCall, hace unos minutos. Ha dicho que vendrá lo antes posible, pero que vayamos desayunando.
La camarera les tomó nota y en cuanto se fue, Sam retomó la conversación.
–Joe ya está al corriente de lo que ha ocurrido recientemente. Los dos estamos de acuerdo en que es sencillo colocar explosivos en tierra, pero la explosión de la plataforma petrolífera, con las cargas subacuáticas, la tuvo que preparar alguien con entrenamiento militar. Así que es posible que nos encontremos con sorpresas al buscar al responsable –comenzó el hombre y los miró detenidamente–. Os he escogido porque necesitaba a hombres en quienes pudiera confiar en cualquier situación. Los dos trabajáis bien solos, sois expertos en explosivos y sois capaces de poneros en la mente de quien ha realizado estas explosiones. Además tenemos que averiguar por qué, y por eso la señorita McCall forma parte del grupo. Ella se ocupará de investigar a los empleados.
–¿Sabe ella con quién va a trabajar? –preguntó Clay, incapaz de contener su curiosidad por más tiempo.
Sam negó con la cabeza.
–La mayoría del tiempo trabajará sola recabando información. Clay, tú vas a formar pareja con ella porque quizá ella necesite hacer trabajo de campo. Tiene experiencia, pero casi siempre ha estado en una oficina. Prefiero saber que tú estás con ella, en caso de que nos encontremos con problemas inesperados. También vamos a necesitar un lugar que nos sirva de base para la misión.
–Mi familia tiene unos apartamentos en Austin que podríamos usar. Hay varios de ellos en el mismo bloque, no creo que tuviéramos problemas en quedarnos allí.
Sam asintió pensativo.
–Suena bien. Se lo comentaré a Cole en cuanto terminemos aquí. Además, vamos a necesitar medios de transporte. Cole dijo algo anoche de que podríamos usar el avión privado de la corporación para desplazarnos a Austin. Y allí ya alquilaremos un par de coches. ¿Alguno tiene alguna pregunta?
Chávez bebió un sorbo de café.
–¿Qué dicen las autoridades locales respecto a las explosiones?
–No se lo explican –contestó Sam–. No confío en ellos. Trabajaremos independientes de ellos y no compartiremos nuestra información. Uno de nuestros hombres va a entrar a trabajar en la plataforma petrolífera. Tenemos que saber cuanto antes si las cargas explosivas las colocó alguien de dentro o no. Chávez, tú te ocuparás de cubrir la frontera del sur de Texas y les dirás a todos que estás buscando a familiares tuyos, ésa será tu coartada cuando te hagan preguntas.
La camarera les llevó el desayuno. Sam esperó hasta que se hubo marchado para seguir hablando.
–Callaway, Pamela y tú trabajaréis conmigo en la zona central de Texas –dijo y vio acercarse a alguien y se puso en pie–. Buenos días, señorita McCall. Me alegro de que se una a nosotros.
Le estrechó la mano y la animó a sentarse con ellos. Clay levantó la vista a regañadientes y la miró. Ella estaba pálida, lo cual era comprensible dadas las circunstancias. A pesar de todo, parecía tranquila y ultrasofisticada.
–Quiero que conozca al resto del equipo. Éstos son Clay Callaway y Joe Chávez. Caballeros, Pamela McCall.
Clay estaba muy impresionado con ella. Si no la conociera tan bien, no hubiera advertido la leve tensión en su rostro cuando los saludó con un asentimiento de cabeza. Luego se sentó con ellos. Eludió todo el rato la mirada de Clay.
Sam sirvió café en otra taza y se la ofreció a Pam. Ella la agarró y se la llevó a los labios sin levantar la vista de la mesa. La camarera se acercó para tomarle nota.
–Con el café tengo suficiente, gracias –dijo Pam.
Sam fue a decir algo pero sacudió la cabeza. Los tres hombres acabaron rápidamente con sus desayunos mientras Pam tomaba una segunda taza de café.
–Estaba diciéndoles a ellos que tenemos que tener una tapadera sencilla. Clay está de permiso. Yo estoy jubilado y estoy visitando a unos amigos. Joe está buscando a familiares suyos. Me han dicho que usted conoce a la familia Callaway. He pensado que tendría sentido que Clay y usted trabajaran juntos, nadie sospechará de ustedes si parecen una pareja.
Ella carraspeó y evitó la mirada de Clay.
–¿Eso es realmente necesario? Mi trabajo no requiere que esté en contacto con nadie. Supongo que Clay tendrá que estar más al pie del camino.
–Eso es cierto –respondió Sam–. Pero tendrán que estar en permanente contacto el uno con el otro; si usted estornuda, quiero que él lo sepa. Esta misión nos va a llevar largas horas porque vamos a ser muy minuciosos. Si tiene algún problema en trabajar con Callaway, dígamelo ahora.
Pam lanzó una mirada a Clay. Él le sonrió desafiándola a contarle al coronel su pasado juntos. Él no pensaba mencionárselo.
–Lo que usted decida me parece bien –contestó ella.
–De acuerdo. Esto es lo que necesitáis conocer de mi pasado: soy de Virginia; nos conocimos hace algunos años; me he retirado del servicio activo en el ejército y estoy cuidando la granja familiar; he venido a ver a unos amigos –dijo Sam y miró a Clay–. Tú te has enterado de que yo estaba en la ciudad y me has invitado a verte, digamos que… para renovar nuestra amistad.
Clay se recostó en el respaldo de su silla y miró a Sam.
–Supongo que eso funcionará –señaló y miró a Pam–. ¿Eso es lo que estamos haciendo nosotros… renovar nuestra amistad?
Pam miró a Carruthers y respondió rápidamente.
–Eso no importa mucho, ¿verdad? Lo realmente importante es llegar al fondo de este asunto lo antes posible y continuar después con nuestras vidas –dijo ella.
–Exacto. ¿Alguna otra pregunta? –dijo Sam y esperó, pero nadie dijo nada–. Entonces es todo por el momento. Chávez, será mejor que te pongas en marcha. Tienes un camino largo por delante. Tienes mi número de teléfono móvil, llámame cuando lo necesites.
–Sí, señor –respondió Chávez poniéndose en pie y marchándose.
A los pocos instantes Katie Henley se detuvo junto a su mesa.
–Clay, me ha parecido que eras tú. ¿Puedo sentarme a desayunar con vosotros? Aunque me parece que llego tarde…
Clay, sin saber qué decir, miró a Sam y se quedó atónito ante el cambio en su expresión. Sam estaba mirando a Katie como si fuera un ángel. Sam se puso en pie inmediatamente.
–Por favor, únase a nosotros –dijo con una cálida sonrisa.
Clay observó maravillado cómo la sonrisa cambiaba el aspecto de Sam. Le presentó a Katie usando la tapadera de que se habían conocido cuando Sam estaban en el ejército y que en ese momento estaba visitando a unos amigos.
Katie sonrió a Sam.
–Es un placer conocerlo –le dijo y miró a Pam–. Me alegro de verte de nuevo, Pam. Anoche no logré saludarte. Es fabuloso veros juntos de nuevo.
Sam enarcó una ceja.
–¿De nuevo?
Katie se dio cuenta de que quizá estaba poniendo a alguien en una situación comprometida y se sintió incómoda.
–Pam y Clay crecieron juntos. De hecho, creo que incluso hablaron de casarse, pero entonces eran muy jóvenes, todavía estaban en el instituto. Supongo que la idea no prosperó… –explicó Katie.
Clay agradeció que su prima se contuviera a tiempo antes de que el agujero que estaba cavando para él se lo tragara vivo. Sam lo miró inquisitivamente, pero acudió en su ayuda.
–Si hubiera sabido que Clay tenía una prima tan hermosa como usted, hubiera venido a verlo hace mucho tiempo –comentó con los ojos brillantes.
Clay advirtió que Katie se ruborizaba con el cumplido. Ella estaba mucho más animada que la noche anterior, se parecía más a la Katie con la que él había crecido. Le gustaba que conocer a Sam le diera un poco de vida; casi la perdonaba por haber sacado a relucir un tema tan delicado del pasado.
–Es usted muy amable –apuntó ella.
Sam soltó una carcajada.
–¿Amable, yo? Estoy seguro de que Clay no opinaría lo mismo.
Clay recordó situaciones de la instrucción. Desde luego, «amable» no era el mejor adjetivo para describirlo. Como sabía que ya no iban a seguir hablando de la misión con Katie delante, se arriesgó a enfadar a su superior.
–Si me disculpáis, tengo que ocuparme de algunos asuntos antes de marcharme.
Katie rió.
–No permitas que te entretenga, Clay.
–Lo cierto es que yo también tengo que marcharme –intervino Pam y miró a Clay–. Creo que tenemos que terminar la discusión que empezamos antes, ¿tú no?
–Yo me quedaré aquí acompañándola, si a usted le parece bien –le dijo Sam a Katie–. No tiene por qué desayunar usted sola.
Katie miró a Pam y a Clay, y luego a Sam.
–Si tenéis que iros, lo entiendo perfectamente –les aseguró.
Sam negó con la cabeza.
–No tengo prisa –dijo y asintió hacia Pam y Clay–. Os veré luego, muchachos, estoy seguro.
En cuanto salieron de la cafetería, Pam se giró hacia Clay.
–¿Has preparado tú esto?
–¿El qué, que Katie apareciera para desayunar?
–No, que Sam nos pusiera juntos para trabajar.
–No te hagas ilusiones. Hasta anoche yo no sabía que trabajas para el Gobierno y menos aún que te habían elegido para esta misión. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para el FBI? –le preguntó mientras se dirigían a los ascensores.
–Cinco años, ¿por qué?
–Por nada en especial. ¿Y antes de eso, qué hacías?
–Formarme. Pasé algún tiempo trabajando al otro lado del Atlántico con una ONG antes de regresar a Estados Unidos y presentarme al puesto que ocupo ahora.
Entraron en el ascensor.
–¿A qué planta vas? –le preguntó ella.
–A la novena. Tengo que sacar mi maleta de tu habitación.
–Por cierto, ¿qué sucedió con tu cita de anoche? ¿Sabe ella dónde has pasado la noche?
Él la miró sin sonreír.
–Luego hablaré con Melanie, no te preocupes por mí.
Ella desvió la mirada sin decir nada. Las puertas del ascensor se abrieron en la novena planta y los dos se encontraron de frente con Melanie Montez.
Sam Carruthers observaba desayunar a Katie Henley mientras se sentía como un tonto ilusionado. Él nunca había tenido mucho tiempo para mujeres. A sus cuarenta y dos años, había decidido hacía tiempo que, a su pesar, siempre sería soltero. Lo último que esperaba era que, estando de misión en Texas, se volvería un sensiblero a causa de una sonrisa arrebatadora y unos ojos color miel de lo más expresivos.
Apenas se dio cuenta de que Pam y Clay se marchaban de la cafetería porque Katie reclamaba toda su atención. Ella pidió el desayuno a la camarera y lo miró tímidamente.
–Gracias por dejarme sentarme con ustedes. ¿Está seguro de que no lo entretengo?
–En absoluto –respondió él con una sonrisa–. Dígame, ¿vive usted en Dallas?
–No, en Austin. De hecho, regresaré a casa en cuanto desayune.
Una alarma interior hizo a Sam mirar las manos de ella… y advertir que no llevaba anillo de casada.
–Supongo que una mujer como usted está casada –murmuró él, sintiéndose muy torpe.
La sonrisa de ella se desvaneció y sus ojos perdieron su brillo.
–Lo estuve, Sam. Llevo seis meses divorciada.
El alivio que sintió Sam lo hizo alarmarse aún más. ¿Qué demonios le sucedía?, se preguntó. Acababa de conocer a aquella mujer y ya estaba siendo posesivo con ella. Se le hizo un nudo en el estómago, casi como cuando iba a saltar en paracaídas. Y eso no era una buena señal.
–Tengo dos hijas de cinco años que me ayudan a centrarme en la vida y a la vez me vuelven loca –continuó ella con una sonrisa–. ¿Usted tiene hijos?
–No, señorita. Nunca me he casado.
Ella ladeó la cabeza y lo miró atentamente.
–¿De veras? ¿Y no echa de menos tener una familia?
–Ya tengo una familia… Yo era el mayor de varios hermanos. Era duro sobrevivir en la granja. Yo hacía todo lo que podía para asegurarme de que teníamos suficiente para comer. Supongo que ninguna mujer querría vivir así si pudiera evitarlo.
Katie fijó la vista en sus manos.
–Supongo que no tiene muy buena opinión de la gente como yo, que nunca hemos tenido que atravesar situaciones como ésa.
Él sonrió. Lo divertía la actitud de ella.
–En absoluto. No le deseo ese tipo de vida a nadie.
Sam sabía que debía marcharse, pero necesitaba obtener una señal de que ella quería volver a verlo. Y como no sabía cómo lograrlo, continuó allí sentado mirándola. La camarera llevó el desayuno y Sam le preguntó sobre su vida mientras comía, quería conocerla mejor.
Antes de que se diera cuenta, él también estaba contándole cosas sobre su vida. Ella parecía sinceramente interesada, así que él le contó lo que era ser el mayor de seis hermanos, perder a su padre a los nueve años y hacer todo lo posible para cuidar de su familia.
Lo que no le dijo fue que la principal razón por la que se había alistado en el ejército había sido para mandar dinero a su casa.
Cuando Katie miró su reloj y le dijo la hora que era, Sam se sorprendió de lo rápido que había pasado el tiempo.
–Tengo que marcharme –comentó ella con cierta tristeza, según le pareció a Sam–. Gracias por acompañarme.
–Permítame que la invite –dijo él agarrando el ticket.
–No tiene por qué hacerlo –dijo ella ruborizándose.
–Quiero hacerlo, Katie. Me gustaría verla de nuevo.
–¿Tiene pensado pasar por Austin?
–De hecho, Clay me ha invitado a pasar un tiempo en los apartamentos que su familia tiene allí.
Ella sonrió claramente encantada y Sam se puso nervioso.
–En ese caso, tenga mi número de teléfono –dijo ella tendiéndole una tarjeta–. Llámeme y cenaremos una noche.
Él se la guardó cuidadosamente en un bolsillo, se puso en pie a la vez que ella y le estrechó la mano, haciéndola ruborizarse de nuevo. Para él fue como una descarga eléctrica. No quería despedirse de ella pero debían separarse. La vio salir de la cafetería mientras él se dirigía a pagar los desayunos.
Melanie miró a Pam y Clay salir del ascensor. La sonrisa se desvaneció en su rostro al ver que él no estaba solo.
–Creo que ya entiendo esas supuestas reuniones que no podías perderte, Clay. Lo que no entiendo es por qué te has molestado en invitarme.
–Melanie, tenemos que hablar –comenzó él.
–Sí, eso es lo que has dicho antes. ¿Dónde has pasado la noche, eh?
Clay sabía que parecía culpable, porque era así como se sentía. Necesitaba decir algo que explicara lo que había sucedido y que no empeorara las cosas.
Melanie entró en el ascensor.
–No te preocupes, puedo suponerlo sin mucho esfuerzo.
–¡No! Espera un minuto. Por favor, tenemos que conseguir encontrar un hueco para…
Melanie lo ignoró y miró a Pam.
–¿Estuvo contigo anoche?
Clay gimió sin poder evitarlo. Oyó que Pam respondía afirmativamente.
–Me confundí con el número de la habitación –se apresuró a aclarar él–. No sé cómo ocurrió y lo siento de veras.
–Qué pena… Pero eso me da igual –dijo Melanie y pulsó el botón de bajada.
Las puertas se le cerraron a Clay en las narices. Él se giró hacia Pam.
–Podías haberme ayudado explicándole la situación –le reprochó él.
–Como no sé por qué estabas en mi habitación, me temo que no puedo inventarme ninguna excusa para ti. Tengo que admitir que lo de confundir los números de la habitación es una historia muy original. Pero ¿que posibilidades hay de que sea real, Clay? –dijo ella–. Creo que harías cualquier cosa para humillarme. No sabía que, después de todos estos años, sigues teniéndome rencor. Esta misión va a ser muy delicada.
Ella se giró y se encaminó hacia su habitación. Clay dio un paso hacia ella pero se detuvo. Tenía que encontrar a Melanie y explicarle lo sucedido. Llamó al ascensor y bajó al vestíbulo. Suspiró aliviado cuando vio a Melanie esperando en Recepción para pagar el hotel. Se acercó a ella.
–Melanie, por favor, no te vayas así –le dijo en voz baja.
Ella se giró hacia él y lo fulminó con la mirada.
–No sé a qué estás jugando, Clay, pero no me gustan las reglas y no quiero jugar. Creía que teníamos una amistad que podía ir a más, o nunca te hubiera acompañado aquí. Pero es evidente que la que sentía algo era yo. Así que ¿para qué querías que viniera? ¿Para darle celos a tu novia? –dijo ella y bajó la voz–. Tienes suerte de que estemos en un lugar público. La parte que no me gusta de mi profesión es que mi comportamiento está siempre a examen. Pero si estuviéramos solos, te aseguro que te daría una patada donde más te doliera. Debía de estar loca por creer que podríamos tener más que una aventura ocasional. Maldito seas, anoche te creí cuando me dijiste toda esa basura de que me echabas de menos y que me deseabas…
A Melanie se le rompió la voz mientras buscaba un pañuelo de papel en su bolso.
–No voy a comportarme de nuevo como una estúpida por un hombre –dijo en voz baja como para sí misma mientras se llevaba el pañuelo delicadamente a los ojos.
–¡No lo había planeado, maldita sea! –protestó Clay–. Fue un accidente estúpido. Cambié de sitio los números de la habitación, eso es todo. ¡Podría haberle sucedido a cualquiera!
Ella levantó la vista y clavó su mirada en él.
–¿Estás diciéndome que no le hiciste el amor?
–¡Creí que eras tú! Por supuesto que… –empezó él pero decidió que era mejor no continuar.
–¿Así que ella era solamente una amiga de la familia, eh? Desde luego eso sí que es ser amigable. Y ahora, si me disculpas, tengo que tomar un avión.
–Déjame que te lleve al aeropuerto al menos.
Ella lo fulminó con la mirada.
–No me hagas favores.
Él la observó mientras se acercaba al mostrador. Él no podía seguir con la discusión sin provocar una escena, y eso era algo que no deseaba. Recordó que su maleta seguía en la habitación de Pam. Le gustara o no, tenía que enfrentarse a ella de nuevo.