Читать книгу En el paraíso con su enemigo - Annie West - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеDAMEN había hecho la propuesta impulsivamente, pero le satisfizo ver que por fin Stephanie lo miraba con una expresión que no era puro desdén. Y se dijo que quizá su intuición había sido una genialidad.
Necesitaba temporalmente una mujer soltera, atractiva e inteligente. Stephanie reunía todas las condiciones. Que sintiera animosidad por él era aún más perfecto, a pesar de que sentirse tratado como si fuera venenoso le causara una mezcla de culpabilidad y de indignación.
Sabía que merecía su enfado y comprendía que la había herido, pero qué otra cosa podía haber hecho cuando su amigo estaba loco de preocupación y Stephanie Logan tenía las clave que necesitaba.
Había hecho todo lo posible para que le diera la información, pero finalmente había tenido que recurrir a tomar medidas drásticas. Su motivación había sido loable: que Christo resolviera sus problemas con su esposa.
Pero también era verdad que nunca se había esforzado en ver las cosas desde la perspectiva de Stephanie hasta que lo había mirado con sus enormes ojos marrones llenos de dolor. Ni siquiera que luego reaccionara con ira había borrado el recuerdo de aquella primera intuición. Damen había sentido emociones que no había experimentado desde la fatídica noche con su padre
Posteriormente, había intentado verla para disculparse, pero una crisis en el trabajo había exigido su atención y había tenido que marcharse.
«O tal vez te resultó más fácil no enfrentarte a lo que te hacía sentir».
–Si es una broma, no tiene gracia.
Stephanie siguió caminando y su cabello negro se balanceó al ritmo de su paso decidido. Era una mujer vibrante, el aire crepitaba con su energía y con una fuerza interior que iluminaba sus facciones, bien estuviera triste, contenta o furiosa.
Y cuando besaba…
–No es ninguna broma.
Eso hizo que se detuviera y se volviera a mirarlo con una ceja arqueada.
Damen la prefería así. Sabía manejar mejor su ira que su dolor.
–¿Cómo vas a pagar dos millones de dólares para…?
–¿Pasar tiempo contigo? –Damen dio un paso hacia ella–. Lo digo en serio.
Ella sacudió la cabeza.
–¿Cuánto has bebido?
Damen sonrió.
–Estoy completamente sobrio –en lugar de sentirse insultado, le gustaba que fuera tan directa. Solo su familia y Christo lo trataban así.
–No puede ser una frase para ligar conmigo, porque sé que no tienes el menor interés en mí.
Aunque lo dijo con frialdad, sus mejillas enrojecieron, traicionándola. Damen recordó al instante la noche en Melbourne, la deliciosa sensación de tenerla en sus brazos…
–Así que, ¿qué pretendes? ¿Quieres reírte otra vez de mí? –preguntó ella, cruzándose de brazos y mirándolo airada.
Damen sintió la pulsión del deseo. Con un vestido verde que se pegaba a su cuerpo, parecía una sirena. Se obligó a concentrarse.
–Vamos, Stephanie. No soy así. Sabes por qué actué como lo hice –ya estaba harto. Podía admitir que la hubiera herido involuntariamente, pero no era el sádico que ella pintaba–. Me he disculpado. Haré lo que quieras para que me perdones.
–Muy bien. Déjame en paz. Eso es lo que quiero.
Stephanie dio media vuelta y la falda del vestido se arremolinó en torno a sus piernas, marcando su estrecha cintura.
–¿No quieres que te cuente lo de los dos millones de dólares? –dijo él incitador.
En su experiencia, nadie despreciaría una oferta así. Al ver que Stephanie se detenía, se dijo que no le desilusionaba que fuera como todo el mundo. Después de todo, la necesitaba.
–Sigo sin creerte.
–Hablo en serio –estaba dispuesto a todo para resolver el problema entre Clio y su familia.
–Muy bien –Steph lo miró con suspicacia–. ¿Qué quieres?
–A ti –Damen vio que se tensaba y se apresuró a añadir–. Mejor dicho, tu compañía en público.
–¿En público?
¿Qué había pensado, que iba a pagarle para que se acostase con él? Damen apretó los dientes. Luego dijo fríamente:
–Por supuesto. Es una cuestión de imagen. No te estoy proponiendo que seamos amantes.
Inexplicablemente, sin embargo, se le contrajo el estómago al ver que Stephanie parecía sentirse insultada.
Le recordó su expresión de dolor después del beso en el coche, cuando había descubierto el engaño.
La manera en la que lo había mirado cuando se había despertado y él intentaba hacerse con su teléfono, había sido de felicidad, de bienvenida, como si no hubiera nada más natural que los dos estuvieran juntos.
Por unos minutos, él había olvidado por qué estaban allí y había caído en su sensual embrujo. Más tarde, le había asombrado hasta qué punto había estado al borde de distraerlo de su objetivo.
Ignorando una punzada de culpabilidad, dijo:
–Necesito una mujer que se haga pasar por mi novia durante unos meses, eso es todo.
–¿Eso es todo? –preguntó ella con ojos desorbitados–. ¿Qué pasa, todas las mujeres de Grecia han visto ya tu verdadero carácter?
Empezaba a poner a prueba su paciencia. Damen alzó la barbilla y ella pareció ser consciente de que lo había insultado, pero no se amilanó.
Damen consiguió dominarse. Que Stephanie tuviera tan mala opinión de él la hacía perfecta para el papel.
–No pienso hablar de mi vida personal, excepto para aclarar que ahora mismo no tengo ninguna amante. No vas a sustituir a nadie. Solo necesito a alguien que finja ser mi novia.
–¿Por qué?
–¿Acaso importa?
–Por supuesto. Ninguna mujer con un mínimo de dignidad haría algo así sin saber por qué. Me estás pidiendo que mienta.
–No sería la primera vez que lo hicieras.
Stephanie le lanzó una mirada incendiaria y Damen tuvo que reprimir una sonrisa.
–Eso es distinto, estaba protegiendo a mi amiga.
–Y yo a mi amigo.
Steph exhaló lentamente.
–Está bien. Explícate.
A pesar de que Damen sabía que debía de estar contento porque no tendría que temer que Stephanie pretendiera ser su novia de verdad, no podía evitar sentirse… ofendido. No estaba acostumbrado a que ninguna mujer lo rechazara, y menos una que… lo intrigara tanto.
También era consciente de que podía ser un error elegir a la mejor amiga de Emma, pero lo cierto era que tenía que actuar con prontitud. La boda de Cassie estaba cerca y la farsa debía resultar plausible. Cuanto antes se filtrara la noticia a la prensa, y Manos la leyera, de que convivía con una mujer, mejor. Nadie que lo conociera habría esperado que esos dos términos, amante y convivencia, pudieran ir unidos.
–Quiero que parezca que tengo una relación estable.
–Pero ¿para qué? –preguntó de nuevo Steph–. ¿Estás teniendo una relación con una mujer casada y quieres despistar a su marido?
–¡No! –¿acaso creía que era así de indigno?–. ¡Jamás he tocado a una mujer casada! –Damen se pasó la mano por el cabello en un gesto de frustración–. Alguien tiene la errónea idea de que voy a casarme con una mujer en concreto. Necesito una amante para convencerle de que no es así.
–Hiciste creer a una pobre chica que…
–¡No! –Damen parpadeó, sorprendido al darse cuenta de que había elevado la voz.
Él nunca gritaba ni daba explicaciones. Stephanie conseguía que hiciera las dos cosas.
–La mujer en cuestión no tiene el menor interés en casarse conmigo –continuó–. Es su familia quien lo quiere, en parte por mi fortuna.
–Eso es esperable.
Stephanie lo dijo como si pensara que nadie querría casarse con él si no fuese por su dinero. Era evidente que pasar un mes con ella iba a ser una cura para su ego. Si es que conseguía convencerla…
–Escucha, esa mujer y yo solo somos amigos. Pero su padre está presionándola.
–¿Para que se case contigo?
Damen asintió.
–Es un hombre testarudo y está convirtiendo la vida de mi amiga en un infierno. Por eso quiero demostrarle que estoy interesado en otra.
–Así que sí quieres una coartada.
–Escucha, Stephanie, esta farsa no perjudica a nadie. Al contrario, mejorará la vida de mi amiga.
Stephanie lo miró en silencio y Damen se preguntó qué pensaba. ¿Cedería? ¿Le pediría más dinero?
–Nadie creería que estamos juntos.
–¿Porque nos movemos en distintos círculos sociales? –preguntó él.
–¿Quieres decir que estás por encima de mí? –replicó Stephanie. Y Damen supo que la había ofendido–. De hecho, mis amigos piensan que tengo mejor gusto respecto a los hombres.
La mirada retadora que le dirigió hizo que Damen tuviera que reprimir una sonrisa al preguntarse qué sucedería si invirtiese toda aquella energía en algo distinto, algo mucho más físico.
–¿Por qué yo? –preguntó ella, finalmente.
Damen se encogió de hombros.
–Estás soltera; tienes tiempo libre, porque Emma me ha dicho que estás de vacaciones. Y sé que no intentarías convertir esto en algo permanente. Que te caiga mal es un punto a tu favor.
Stephanie entornó los ojos.
–¿Porque cualquier otra intentaría hacerse un hueco en tu vida?
–Es posible.
Stephanie masculló algo de lo que Damen solo oyó «ego», y se tensó. ¿Era una buena idea atarse a una mujer que lo despreciaba? ¿Sería capaz de representar el papel de enamorada? La respuesta era afirmativa. Stephanie Logan era la candidata ideal. Era forastera, no la conocían ni sus amigos ni su familia y no tenía la menor intención de seducirlo.
En cuanto a interpretar el papel… siempre se decía que el odio y el amor eran dos caras de una misma moneda. La forma en que el ambiente se electrificaba cuando estaban juntos convencería a cualquiera de que estaban juntos.
–¿Y no quieres asentarte porque estás ocupado siendo un soltero de oro? –preguntó ella con desaprobación.
–Algo así.
Damen no pensaba explicar que no pensaba casarse ni tener hijos. Sus sobrinos heredarían sus negocios. Entre otras cosas, porque no quería preguntarse siempre si su mujer se había casado con él por amor o por dinero.
–Sigo sin entender por qué me lo propones a mí, pero la respuesta es «no». No me gusta mentir y tú eres el último hombre con el que quiero pasar tiempo.
Damen observó a Stephanie, su rostro encendido, su actitud airada, su respiración agitada… y supo que no debía presionarla. Era una mujer apasionada y, enfadada, era capaz de atacar aun cuando ello supusiera dejar pasar una magnífica oportunidad.
Necesitaba tiempo para evaluar las ventajas de su proposición. Tenía margen de tiempo. Iba a alojarse en la villa mientras Emma y Christo iban de luna de miel. Y él tenía su yate atracado en la orilla.
–No decidas ahora, Stephanie. Esperaré a que me des tu respuesta –dijo.
Y tomando la copa de la mano de Stephanie, se encaminó de vuelta a la fiesta.
«¡No decidas ahora!» Damen era tan arrogante que no estaba dispuesto a aceptar una negativa.
Pensar en él hacía que le hirviera la sangre. ¡Así que era perfecta para su plan porque no intentaría conquistarlo! ¡Quién querría conquistar a semejante gusano!
En cualquier caso, se dijo Stephanie reclinándose en una hamaca junto a la piscina, no tenía de qué preocuparse. Como era de esperar, Damen no había aparecido, así que debía de haberse tratado de una broma de mal gusto.
Era evidente que no iba en serio. Ni siquiera un magnate de la industria naviera se gastaba dos millones de dólares en semejante farsa.
Damen la enfurecía hasta el punto de que le había dicho que estar con él sería rebajarse. Eso sí tenía gracia. Su gusto respecto a los hombres era deplorable.
No había visto a Damen desde la noche anterior, cuando los invitados a la boda se habían despedido de los recién casados.
Por lo que Emma había insinuado, Steph sospechaba que habían ido a Islandia a ver la Aurora Boreal. Era un destino al que ella ansiaba ir, pero como el resto de su vida, tendría que ponerlo en espera. Aquellos días en Corfú iban a ser sus últimas vacaciones en mucho tiempo.
Tomó un bolígrafo y se concentró en el listado de posibles empleadores, pero estaba desanimada. Ya había contactado a las mejores agencias y no tenían nada que ofrecer. Y aunque consiguiera un trabajo, sus problemas continuarían. Tenía que recuperar todo el dinero, y la justicia procedía con lentitud. Para cuando las autoridades atraparan a Jared, su dinero habría desaparecido. Y el de su abuela.
Se le contrajo el estómago al pensar en esta, tan ansiosa por apoyar a su nieta que había invertido todos sus ahorros en su primera aventura empresarial.
De haberlo sabido, Steph no lo habría permitido. No le habría presentado a Jared. Pero ya no había vuelta atrás. Su exjefe y casi socio, había abandonado el país dejándola sumida en una deuda que no podía afrontar. Y a su abuela sin capital para la residencia a la que planeaba retirarse.
Steph dejó el cuaderno. Un salario fijo no resolvería sus problemas económicos. Una vez volviera a Australia solo le quedaba dinero para pagar una semana de un hostal.
Tenía una solución clara: decírselo a Emma. Tanto ella como su marido eran ricos y Emma no dudaría en ayudarla. Pero la idea le horrorizaba. No podía ser un parásito. Solo ella era culpable de su error y tenía que resolverlo sola. Había confiado en Jared cuando este le dijo que iba a poner el dinero como depósito del local.
Además, no era buena idea mezclar el dinero y la amistad, y no estaba dispuesta a arriesgar la relación que la unía a Emma desde el colegio.
Se le revolvió el estómago al recordar cómo, cuando vivía con su madre, los hijos de los vecinos tenían prohibido ir a su casa; la evitaban y les oía murmurar cosas que, aun sin llegar a comprender porque era pequeña, la avergonzaban. Su madre, que las mantenía a duras penas con su salario de limpiadora, había pedido dinero prestado a los vecinos y no había podido devolvérselo. La amistad se había roto y se habían tenido que mudar a un piso más pequeño.
Su madre había trabajado mucho, pero no ahorraba. Finalmente había tenido que mandarla a ella a vivir con su abuela.
Steph hizo una mueca. Se negaba a ser como su madre. Desde que había tenido su primer sueldo, había ahorrado para poder contribuir a los gastos de su abuela.
Había estado tan orgullosa de sí misma y de su aventura empresarial con Jared, una compañía de viajes personalizada… Y se había convertido en polvo.
Se puso de pie. Necesitaba un plan para rescatar los ahorros de su abuela. Una manera de ganar dinero rápido, no en veinte años.
«Dos millones de dólares».
La descabellada proposición casi sonaba razonable.
Con dos millones de dólares podría comprar a su abuela una casa en la residencia. Tendría dinero para empezar de nuevo y no caer en la pobreza. Sería económicamente independiente y ningún hombre podría decepcionarla. Al contrario que su irresponsable padre, que nunca le había proporcionado apoyo, ni sentimental ni económico, y había acabado desapareciendo para siempre.
Steph rio con amargura y se encaminó hacia la playa. Al volver la esquina de la villa, se chocó contra una inesperada pared de músculos que olía a aire fresco y a hombre.
–Stephanie, venía a verte.
Aquella perfecta sonrisa hizo que se le contrajeran las entrañas. ¿Había algo en Damen que no fuera perfecto?
Damen miró aquellos ojos chispeantes y sintió un golpe en el plexo solar aún más fuerte que cuando el día anterior había visto a Stephanie en su sensual vestido, tan femenina, tan seductora. Pero entonces había pensado que su reacción se debía a la sorpresa.
¿En aquel momento?
La sujetó por los brazos. El bañador rojo que llevaba, supuestamente recatado, sobre sus delicadas curvas resultaba…
Damen alzó la mirada a su rostro. Y vio en ellos algo distinto al desdén del que había hecho gala el día anterior. ¿Angustia?
Miró por detrás de ella, buscando a la persona que la había incomodado, pero no había nadie. Bajo su mano, la sintió tensa, como un cable estirado al máximo.
–¿Qué te ha pasado?
–Nada –Stephanie tomó aire, poniendo a prueba la determinación de Damen de no mirarle el pecho–. Solo que invades mi privacidad.
Aunque a Damen casi le alivió que reaccionara con sarcasmo, algo seguía sin convencerlo.
Era extraño que una mujer que lo desdeñaba despertara su instinto protector y, sin embargo…
La soltó y tras un leve balanceo, Stephanie se estabilizó.
–He venido por una respuesta –dijo él, cruzándose de brazos y asombrándose de lo rápido que le latía el corazón.
–¿Hablabas en serio?
Damen la miró fijamente.
–Desde luego. Dos millones por un par de meses de tu tiempo.
Vio que Stephanie tragaba saliva y decidió presionarla.
–Piensa en todo lo que podrías hacer con ese dinero.
Cualquier otra mujer habría aceptado sin pestañear. Stephanie Logan tenía tendencia a llevar la contraria. Pero eso no era malo.
Stephanie parpadeó, ocultando sus ojos momentáneamente y mordisqueándose unos labios que él sabía lo dulces y suaves que eran. Estaba tan concentrado en ellos que tardó un momento en darse cuenta de que ella lo estaba mirando.
–De acuerdo. Seré tu novia ficticia por dos millones de dólares.