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1988

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septiembre martes 27

S… la belleza de todo esto: exactamente los mismos deseos, los mismos actos que en otro tiempo, en 1958, en 1963, y con P. Y la misma somnolencia, o el mismo torpor, podría decir. Tres escenas se desgajan. Por la noche (domingo) en su habitación, cuando nos habíamos sentado uno junto a otro, tocándonos, cuando no nos habíamos dicho nada y estábamos de acuerdo, deseosos de lo que iba a venir y aún dependía de mí. Su mano pasaba, rozándolas, cerca de mis piernas estiradas, cada vez que depositaba la ceniza de su cigarrillo en el recipiente posado en el suelo. Delante de todos. Y hablábamos como si no pasara nada. Luego los demás se van (Marie R., Irène, R.V.P.) pero F. se nos pega, me espera para irnos juntos. Sé que si me voy ahora de la habitación de S. no tendré fuerzas para volver. Aquí todo se lía. F. está fuera, o casi, la puerta está abierta, y me parece que S. y yo nos lanzamos el uno sobre el otro, que la puerta se cierra (¿quién?), estamos en la entrada, yo con la espalda contra la pared apago y enciendo la luz. Dejo caer el impermeable, el bolso, la chaqueta del traje. Él apaga. La noche comienza, y la vivo con absoluta intensidad. (Y sin embargo el deseo de no volver a verle, como de costumbre).

Segundo momento, lunes por la tarde. Acabo de terminar de hacer la maleta cuando llama a la puerta de mi habitación. En la entrada nos acariciamos. Me desea tanto que me pongo de rodillas y le hago gozar con la boca durante mucho tiempo. Se calla, luego murmura mi nombre con su acento ruso, como una letanía. Sigo con la espalda contra la pared, en medio de la oscuridad (no quiere luz): la comunión.

Último momento, en el tren nocturno, hacia Moscú. Nos besamos en uno de los extremos del vagón, yo con la cabeza pegada a un extintor (que identifico solo después). Y todo esto ha sucedido en Leningrado.

Ninguna prudencia por mi parte, ningún pudor, ni, a fin de cuentas, ninguna duda. El bucle concluye, cometo los mismos errores que en otro tiempo y ya no son errores. Solo belleza, pasión, deseo.

Desde mi vuelta en avión, ayer, intento reconstruir, pero todo tiende a escaparse, es como si algo hubiera sucedido fuera de mi conciencia. La única certeza, en Zagorsk, el sábado, en ese momento, en la visita del Tesoro, con las zapatillas puestas, me toma por la cintura durante unos segundos y sé inmediatamente que aceptaría acostarme con él. Pero luego, ¿dónde está mi deseo? Comida con Chetverikov, el director de la VAAP [Agencia Soviética de Derechos de Autor], y S. está lejos de mí. Salimos para Leningrado, en un tren de literas. En ese momento, le deseo, pero nada es posible y eso no me preocupa: que suceda o no suceda no me hace sufrir. El domingo, visita de Leningrado, la casa de Dostoievski, por la mañana. Creo haberme equivocado al creer que le atraigo y dejo de pensar en ello (¿seguro?). Comida en el hotel Europa, a su lado, pero eso sucede tantas veces desde el principio del viaje. (Un día, en Georgia, se había puesto a mi lado, yo me limpié las manos mojadas en su vaquero, espontáneamente.) Visita del Ermitage, no estamos juntos a menudo. Vuelta por un puente sobre el río Neva, estamos juntos, acodados en el parapeto. Cena en el hotel Karalia, estoy separada de él. R.V.P. le empuja a que saque a bailar a Marie, es un baile lento. Sin embargo, sé que siente el mismo deseo que yo. (Acabo de olvidar un episodio, el espectáculo de los ballets, antes de la cena. Estoy sentada junto a él, y solo pienso en mi deseo de él, sobre todo durante la segunda parte del espectáculo, tipo Broadway, «Los tres mosqueteros». La música sigue resonando hoy en mi cabeza. Me digo entonces que, si me acuerdo del nombre de la compañera de Céline, una bailarina, nos acostaremos juntos. Me acuerdo: es Lucette Almanzor.) En su habitación, donde nos ha invitado a beber vodka, se las arregla visiblemente para sentarse a mi lado (gran dificultar para apartar a F. que también quiere, que me va detrás). Y ahí, lo sé, lo siento, estoy segura. Es el encadenamiento perfecto de los momentos, la complicidad, la fuerza de un deseo que no ha necesitado de muchas palabras, todo de una gran belleza. Y esa «ausencia» de unos segundos, cuando se produce la fusión cerca de la puerta. Agarrarse uno a otro, besarse hasta morir, me arranca la boca, la lengua, me estrecha.

Siete años después de mi primera estancia en la URSS, una revelación sobre mi relación con el hombre (con un solo hombre, él, no con otro, como antes con Claude G., luego con Philippe). Y el inmenso cansancio. Tiene treinta y seis años, aparenta treinta, alto (junto a él, sin tacones, parezco bajita), delgado, ojos verdes, pelo castaño claro. La última vez que pensé en P. fue en la cama, después de hacer el amor, ligera tristeza. Ahora solo pienso en volver a ver a S., ir hasta el final de esta historia. Y como en 1963 con Philippe, vuelve a París el 30 de septiembre.

jueves 29

A veces capto su rostro, pero de manera muy fugitiva. Aquí, ahora, se me escapa. Conozco sus ojos, la forma de sus labios, de sus dientes, nada forma un todo. Solo su cuerpo me resulta identificable, sus manos todavía no. Me devora el deseo hasta hacerme llorar. Quiero la perfección del amor como al escribir Una mujer creí alcanzar la perfección de la escritura, que solo puede surgir del don, de la pérdida de toda prudencia. La cosa ha empezado bien.

viernes 30

Aún no ha llamado. No sé a qué hora llega su vuelo. Representa a esa casta de hombres algo tímidos, altos y rubios que ha ido marcando mi juventud y que acababa mandando a paseo. Pero ahora sé que son esos los únicos que pueden soportarme, hacerme feliz. ¿Por qué la extraña consonancia silenciosa de ese domingo en Leningrado, si todo ha de interrumpirse? En el fondo, no creo posible que no nos veamos, pero cuándo.

octubre sábado 1

Era la una menos cuarto. El vuelo tenía tres horas de retraso. La felicidad dolorosa: en el fondo, ninguna diferencia entre que haya llamado y la ausencia de llamada, la misma tensión atroz. Desde los dieciséis años conozco eso (G. de V., Claude G., Philippe, los tres principales, luego P.). ¿Está empezando la «hermosa historia de amor»? Tengo miedo de morir en coche (esta noche Lille-París), miedo de todo lo que me impediría verlo.

domingo 2

Cansancio, torpor. He dormido cuatro horas después de volver de Lille. Dos horas haciendo el amor en el apartamento de David. [David y Éric son mis dos hijos.] Heridas, placer, y siempre el pensamiento de aprovechar el momento, antes de marchar, la fatiga. Antes de la terrible amenaza «soy demasiado mayor». Pero, a los treinta y cinco años, habría sentido celos de una bella mujer de cincuenta.

El Parc des Sceaux, los estanques, un tiempo frío y húmedo, el olor a tierra. En 1971, cuando vine aquí para pasar la oposición de catedrática de instituto, nunca habría adivinado que volvería a este parque con un diplomático soviético. Ya me he visto volviendo dentro de unos años tras las huellas de este paseo de hoy, como hice en Venecia, hace un mes, en recuerdo de 1963.

Le gustan los coches grandes, el lujo, las relaciones mundanas, muy poco intelectual. Y eso mismo es un retroceso, imagen de mi marido, detestada, y que, aquí, por corresponder a un periodo de mi vida pasada, se vuelve dulce, positiva. Ni siquiera tengo miedo a ir en coche con él.

Cómo hacer para que no se note que me encariño demasiado rápido, para que él sienta de vez en cuando la dificultad de conservarme.

lunes 3

Ayer por la noche, llamó, yo estaba durmiendo, quería venir. Yo no podía (Éric presente). Noche agitada, qué hacer con ese deseo, y hoy de nuevo, porque no le veré. Lloro por tanto deseo, por esa hambre absoluta que tengo de él. Representa la parte de mí misma más «advenediza», la más adolescente también. Poco intelectual, le gustan los coches grandes, la música mientras corre a toda velocidad, «aparentar», es «ese hombre de mis años jóvenes», rubio y un poco zafio (las manos, las uñas cuadradas) que me colma de placer y al que ya no tengo ningunas ganas de reprochar su falta de intelectualidad. Tendría que dormir un poco, profundamente, estoy al límite del agotamiento, incapaz de hacer nada. El duelo y el amor son una única y misma cosa en mi cabeza, mi cuerpo.

Canción de Edith Piaf, «Dios mío, dejádmelo, un poco más, un día, dos días, un mes… el tiempo de adorarse y de sufrir…». Cuanto más mayor me hago, más me entrego al amor. La enfermedad y la muerte de mi madre me han revelado la fuerza de la necesidad del otro. Me divierte oírlo, a S., cuando me contesta, cuando le digo «te quiero»: «¡Gracias!», algo parecido a «¡Gracias, no hay de qué!». En efecto. Y dice: «Verás a mi mujer», con dicha, con orgullo. Yo soy la escritora, la puta, la extranjera, la mujer libre también. No soy el «bien» que se posee y se exhibe, que consuela. No sé consolar.

martes 4

No sé si tiene ganas de seguir. Enfermedad «diplomática» (¡risas!). Pero yo estoy a punto de llorar, porque se ha aguado la fiesta. Cuántas veces he esperado, preparándome, poniéndome «guapa», agradable, y luego nada. No pasa nada, no se celebra nada. Me es tan impenetrable, misterioso, por necesidad, sin duda preñado de una natural duplicidad. Está en el Partido desde 1979. Orgulloso, como de una promoción, de un examen: forma parte de los mejores servidores de la URSS.

Única alegría hoy: un rockero ha intentado ligar conmigo en el metro, y encontrar ese lenguaje que me viene a la punta de la lengua de manera espontánea, «te parto la cara como sigas, etc.». Ser heroína de un ligue ordinario, crapuloso (dos comparsas observaban la escena), en un vagón de metro desierto.

¿La felicidad con S. ya es agua pasada?

miércoles 5

Las nueve, ayer, llamada… «Estoy cerca de tu casa, en Cergy…» Vino y nos quedamos dos horas encerrados en mi despacho, porque David estaba en casa. Esta vez, ningún pudor por su parte. No pude dormir, ni despegarme de su cuerpo que, una vez que se fue, seguía aún ahí, en mí. Todo mi drama reside en eso, en mi incapacidad de olvidar al otro, de ser autónoma, soy porosa a las frases, a los gestos de los demás, e incluso mi cuerpo absorbe el otro cuerpo. Es tan difícil trabajar después de una noche así.

jueves 6

Ayer por la noche, vino a buscarme a Cergy y nos fuimos al apartamento de David, en la Rue Lebrun. Penumbra, su cuerpo visible y velado, la misma locura, casi tres horas. A la vuelta, conduce deprisa, con la radio («En rouge et noir…», una canción del año pasado), hace ráfagas. Me muestra el coche potente que desea comprar. El perfecto advenedizo y algo patán («aún son vacaciones, podemos vernos otra vez», me dice…). Y misógino. Las mujeres en política, se parte de la risa, conducen mal, etc. Y a mí todo eso me resulta gracioso… qué extraño placer el mío con esas cosas. Cada vez más «el hombre de mi juventud», el ideal descrito en Los armarios vacíos. Llegados a la entrada de casa, una última escena, soberbia, así lo siento, para la realización de eso que, a falta de otras palabras, se denomina amor: deja la radio puesta (Yves Duteil: Le petit pont de bois) y le acaricio con la boca, hasta el goce, ahí mismo, en el coche detenido en la Allée des Lozères. Después, nos perdemos con las miradas del uno en el otro. Al despertar, esta mañana, vuelvo a ver la escena, una y otra vez, ininterrumpidamente. No hace una semana que ha vuelto a Francia y ya tanta complicidad, tanta libertad de gestos (hemos hecho casi todo lo que puede hacerse) en comparación con Leningrado. He hecho siempre el amor y he escrito siempre como si tuviera que morir después (de hecho, ganas de accidente, de muerte, al volver por la autopista ayer por la noche).

viernes 7

No haber agotado el deseo, al contrario, verlo renacer con más dolor, con más fuerza. No sé su cara fuera de su presencia. Incluso cuando estoy con él, tiene otro rostro, tan cercano, tan evidente, como un doble. Soy casi siempre yo la que dirijo, pero según su deseo. Ayer por la noche, estaba dormida cuando llamó, como sucede a menudo. Tensión, felicidad, deseo. Mi nombre murmurado con ese acento gutural, que palataliza y acentúa la primera sílaba, hace la segunda muy breve [âni]. Nunca nadie dirá así mi nombre.

Me acuerdo de mi llegada a Moscú en 1981 (hacia el 9 de octubre), el soldado ruso, tan alto, tan joven, mis lágrimas espontáneas por encontrarme allí, en ese país casi imaginario. Ahora, es un poco como si hiciera el amor con ese soldado ruso, como si toda la emoción de hace siete años confluyera en S. Hace una semana, no preveía la efusión. La frase de André Breton, «hicimos el amor como late el sol, como baten los féretros», más o menos.

sábado 8

Apartamento de la Rue Lebrun. Ligero cansancio al principio, luego dulzura, agotamiento. En un momento dado, me ha dicho: «Te llamaré la semana que viene» = no quiero verte durante el fin de semana. Sonrío = lo acepto. Sufrimiento, celos, sabiendo, con todo, que más vale espaciar un poco los encuentros. Me sumo en la desazón de después de la fiesta. Tengo miedo de parecer que me pego a él, o peor, que me pego por ser mayor, y me pregunto si no tendré que jugar a las separaciones, ¡todo o nada!

martes 11

Se ha ido a las once de la noche. Es la primera vez que vivo tantas horas seguidas haciendo el amor sin tiempos muertos. A las diez y media se levanta. Yo: «¿Quieres algo?». Él: «Sí, a ti». Vuelta al dormitorio. Qué duro va a ser el final del mes de octubre, que supondrá el fin de nuestras relaciones con la llegada de su mujer. Pero ¿podrá renunciar tan fácilmente? Me parece que está enganchado al placer que sentimos juntos. ¡Y oírle condenar la libertad sexual, la pornografía! ¡Las costumbres disolutas de los georgianos! Ahora se atreve a preguntarme «¿te has corrido?». Al principio, no. Esta noche, sodomía por primera vez. Está bien que sea él, para una primera vez. Es verdad que un hombre joven en la cama le hace a una olvidar la edad y el tiempo. Esa necesidad de hombre, que es tan terrible, próxima al deseo de muerte, a mi aniquilación, hasta cuándo…

miércoles 12

Tengo la boca, la cara, el sexo, doloridos. No hago el amor como un escritor, es decir, diciéndome que «me servirá», o con distancia. Hago el amor como si fuera siempre (¿y por qué no habría de ser así?) la última vez, como un simple ser vivo.

Reflexionar: en Leningrado, él era muy torpe (¿por timidez? ¿o relativa inexperiencia?). Lo es cada vez menos, entonces ¿yo sería una especie de iniciadora? Ese papel me encanta, pero es frágil, ambiguo. No es promesa de duración (puede rechazarme por puta). La inconsciencia o las contradicciones me divierten: me habla de su mujer, de cómo se conocieron, del necesario comedimiento en las costumbres en la URSS y, cinco minutos después, me suplica que hagamos el amor, que subamos al dormitorio. Qué felicidad. Y naturalmente se ha puesto muy contento cuando le he dicho «¡qué bien haces el amor!», a mí también me gustó que me dijera algo parecido en Leningrado.

jueves 13

Habría que evocar esa relación constante entre el amor y el deseo de ropa nueva, insaciable (a la vez que sospecho su inutilidad para la mirada del deseo). Lo mismo que en 1984, cuando no dejaba de comprarme faldas, jerséis, vestidos, etc., sin mirar el precio. Gastar, y desgastarse.

La espera del teléfono. Además, una impenetrabilidad total: ¿qué le une a mí?

¡Y empiezo a aprender ruso!

sábado 15

Los pasos en la escalera, en la Rue Lebrun. No llama, intenta entrar. Le doy la vuelta a la llave. Cuerpo suave, liso, poco viril, salvo… Y alto, mucho más alto que yo. El gesto de apagar la luz para hacer el amor, interminablemente. Al volver, conduce muy rápido, y yo tengo la mano encima de su muslo, el estereotipo. Amor/muerte, pero qué intenso.

El martes pasado, cerca de La Défense, pensaba yo lo que me gustaba ese mundo urbano, ese paisaje de rascacielos, de luces, de coches, esos lugares anónimos y llenos, donde he vivido, vivo, encuentros y pasiones. (Yvetot, Le Mail, los domingos vacíos, cuatro gatos, «¿saldré de ahí alguna vez?»).

De todas formas, S., es ya una bonita historia (solo tres semanas).

lunes 17

Creer como siempre en la indiferencia: hoy certeza de que no habrá más después del final de octubre, y quizá antes. He pensado que no le había preguntado el nombre de su mujer (las formas sutiles de los celos o el deseo de aniquilar a la otra mujer).

martes 18/miércoles 19

La una y media. Se ha marchado a la una menos cuarto después de llegar conmigo a París a las ocho y media. Hace el amor (hacemos, más bien) con un deseo cada vez más agudo, profundo, habla, bebe vodka, y volvemos a hacer el amor, etc. Tres veces en cuatro horas. Mis martes valen tanto como los de la Rue de Rome (hablo de Mallarmé… y de mí, hace cuatro años, con P.). Naturalmente, se me pasan pocas cosas por la cabeza, o, mejor dicho, solo cosas sin vuelta de hoja: el presente, la piel, el Otro. A cada minuto, soy ese presente que huye, en el coche, en la cama, en el salón cuando hablamos. La precariedad confiere una intensidad absoluta, violenta, a estos encuentros.

Después, durante el día, no consigo zafarme de esa presencia. Por fogonazos, vuelvo a ver los momentos del amor (me pide que me dé la vuelta, está boca arriba y gime cuando le hago una felación, me dice «eres increíble haciendo el amor», me guía suavemente hacia su vientre, tomando por fin la iniciativa).

Luego el recuerdo, el abotagamiento desaparecen, vuelvo a necesitarle, pero estoy sola. Otra vez a esperar. En semejantes condiciones, no veo cuándo voy a ponerme a trabajar (en las clases o en el libro), a menos que todo se detenga.

viernes 21

Nada desde el martes por la noche. No saber nunca por qué. Esperar. Trabajo sin parar en el jardín. Unas horas más y ya será demasiado tarde para una cita esta noche, en París. Solo he llorado una vez desde el principio de esta historia. Puede que esta noche, si no nos vemos.

sábado 22

Me voy a Marsella sin que haya dado señales de vida. Llanto, claro está, anoche. Me desperté a las dos de la mañana, dolor e indiferencia ante la muerte, deseo incluso. Luego escribir, la idea de poder escribir sobre «esa persona», sobre los encuentros, sustituye la idea de la muerte. Y entiendo que, desde siempre, el deseo, la escritura y la muerte son para mí intercambiables. Así, ayer, me vino a la cabeza una frase de mi libro sobre mi madre. «Fuera aún me siento peor.» Habría podido decirlo para este día en que todo el amor me ha parecido perdido. Sé que Los armarios vacíos se han escrito con fondo de dolor y unión destruida. Sé que entre Philippe y yo ha estado presente la muerte, ese aborto. Escribo en lugar del amor, para rellenar ese vacío, y por encima de la muerte. Hago el amor con el mismo deseo de perfección que cuando escribo.

He soñado que robaba, para conducirlo, el Renault Alpine que teníamos hace nueve años. Símbolo más que claro: es el objeto que seduciría a S., uno de esos locos por los coches rápidos y «con estilo». Qué malentendido. Solo le gusto por mi estatus de escritora, por mi «fama», y todo eso se construye sobre los cimientos de mi sufrimiento, de mi incapacidad de vivir, precisamente en la base de nuestra historia.

domingo 23

Esta mañana, casi sola en el Café Les deux garçons, en Aix-en-Provence. Recuerdo de Burdeos, 1963. Mi amor por los grandes cafés, el anonimato, el encuentro. Semejanza con 1963, por el dolor, por el malestar. Ninguna señal desde la noche del martes al miércoles. No saber. Tal indiferencia por su parte es, por supuesto, heladora para la imaginación. Me llamaba por la noche. Quince días. Y ya tan lejano todo. En el TGV, deseo de él enorme, ganas de gritar. Acordarme de la última vez, una y otra vez, de cada gesto, cada palabra (tan pocas). Pero me pasó a los dieciocho años, me volví loca, quería morirme. Ahora ya no es la misma desesperación.

lunes 24

Las 11h10, el teléfono. Para el miércoles (quizá). Evidentemente, todas estas cosas nocturnas no tienen la misma importancia para él que para mí. Tengo demasiado tiempo para pensar en la pasión, ese es mi drama. Ninguna obligación venida imperativamente del exterior. La libertad me conduce a la pasión, tan acaparadora.

Miércoles a mediodía. Almuerzo con el embajador de la URSS, Riabov, y el presidente de la VAAP. S. estará, seguro. Situación excitante y turbadora a la vez. La perfección sería que viniera por la noche, después de la ceremonia pública en la que habríamos mostrado indiferencia el uno por el otro. La clandestinidad posee encantos inagotables.

martes 25

Por la mañana, sueño, sueño, imaginando lo que, dentro de dos días, estará ya detrás. Luego me concentro mal sobre lo que hago, en la medida en que mis sueños no son gratuitos sino destinados a realizarse. Son ya realidad, forman parte de ella. Aunque, y eso es lo que me sorprende, la realidad pasada sea, quizá, más fantástica (como Leningrado). Me gustaría una especie de perfección en el día de mañana, y puede que resulte catastrófico: cena aburrida e imposibilidad de verse por la noche. En cualquier caso, traje de chaqueta negro, blusa verde con collar de perlas, el que me he dejado puesto para hacer el amor (si se fija, en la mesa…). Sé que nunca he estado tan guapa (todo el mundo me lo dice y no paro de ligar, esta misma mañana, en Alcampo). Más que a los veinte, más que a los treinta. El canto del cisne. (De hecho, ese era el espectáculo en Leningrado.) Ahora recuerdo lo que sucedió, en la habitación de Leningrado: estaba lista para salir; iba a cerrar la puerta, y volví adentro. Tenía que estar muy cerca porque caímos inmediatamente en los brazos el uno del otro.

miércoles 26

Decir la felicidad del almuerzo. De tenerle frente a mí. Saber que le veré esta noche. Saber que somos amantes. Y que no se note (¿igual algo sí, en mi caso?). Son ahora las ocho de la tarde. Tiene que venir dentro de una hora o dos.

Esas horas de espera son el fin del mundo, una dicha inmensa, pero sin cumplir. La antesala de la felicidad. A fin de cuentas, sé que puede suceder cualquier cosa, que no pueda venir, un accidente. La canción de Edith Piaf: «Dios mío, déjamelo un poco más». Tanta belleza, tanto deseo. Borrar octubre de 1963. Juventud tan torpe, tan espantosamente torpe.

jueves 27

Las diez menos veinte, quizá. Se va a las tres menos cuarto de la mañana. «He conducido como un loco.» No puedo sacar nada de esta porción de noche que hemos vivido juntos. El amor, sin parar, unos cuerpos (¿pero se trata de cuerpos en ese momento? ¿qué es esa cosa hambrienta, más allá del deseo mismo?) siempre pegados, o despegados tan poco tiempo. Y se parecía a una última vez, aunque le apeteciera volver a verme, a pesar de su mujer.

En un mes, hemos pasado del amor mal hecho a una especie de perfección, bueno, o casi. Resiste al sentimiento, y así ha de ser (¿qué haría yo de un hombre que quisiera cambiarme la vida?) pero no a la dependencia sensual. Más deseoso ahora de «dar», como yo tengo ganas de dar, aunque siga conservando cierta brutalidad significativa de la falta de experiencia. Impresión de que descubre realmente lo que puede ser el amor, que desea hacerlo todo (de ahí su petición de hacer el amor entre los pechos, mis pechos). Se ha ido, he dormido como dentro de su cuerpo.

El miércoles 26 de octubre ha sido un día perfecto.

Él enumera: la camisa Yves Saint Laurent, el chaquetón Yves Saint Laurent, la corbata Cerruti, el pantalón Ted Lapidus. Gusto por el lujo, por lo que no tiene en la URSS. ¿Cómo yo, la adolescente mal vestida, muriéndome de ganas por tener uno de esos vestidos de niña rica, podría reprochárselo? Y me ha parecido que todas esas prendas eran nuevas, que quería ir mejor vestido. Arreglarse para el ceremonial amoroso. Esas cosas también son hermosas.

Mi nombre en medio de la noche, gemido de placer. Adoración de su sexo. Pienso en las pinturas del Cristo desnudo, descolgado de la cruz, cuando está medio caído, queriendo verme cómo le acaricio (al principio de la relación, no), disfrutando de esa imagen de mí, en adoración. La curva de su pecho, de su vientre, la blancura de su piel en medio de la penumbra. Estoy tan cansada… incapaz de hacer otra cosa que no sea esto: escribir sobre él, sobre «eso», tan misterioso, tan terrible.

Ahora ya no busco la verdad en el amor, busco la perfección de una relación, la belleza, el placer. Evitar lo que hiere, decir lo que le resulte agradable. Evitar también lo que, aun siendo verdad, pudiera dar de mí una imagen poco gratificante.

La sombra de la verdad solo puede darse en la escritura, no en la vida.

domingo 30

He ido a La Rochelle, un domingo de cielo claro, a la apertura del puerto. En el tren me he forzado a leer y siempre la misma obsesión: vuelve su mujer. Ayer por la noche, a eso de las doce y media, me llama para verme esta semana que entra, el lunes o el martes. Y digo entonces en voz alta, y lo repito después varias veces: «¡Qué alegría!». Por haberlo escuchado, por saber que la cosa sigue. Esta tarde, he pensado en aquel día de diciembre, con dieciséis años, en que, para ver a G. de V., aguanté la jornada entera de clases con 39º de fiebre, dispuesta a ir al día siguiente al cine con 40º si hacía falta. Él no podía. Volví a casa, me acosté y tuve un principio de neumonía, lo que me valió quince días de cama. Sigo siendo la misma. Solo que igual algo menos (quiero decir que menos capaz de tales locuras). Es cierto lo que he escrito a S.: «Es como si antes de ti no hubiera habido nadie».

noviembre martes 1

Ayer a mediodía, en el apartamento de la Rue Lebrun, con menos intimidad (por la tele del vecino). Llega, helado debido a los primeros fríos (0º), lleva una camiseta interior muy soviética. Le veo las uñas mal arregladas (con ese aire zafio que, en la residencia del embajador, les noté a todos los soviéticos). Y precisamente, esos detalles son los que más me enternecen. Después voy a casa de Heloísa Novaes y Carlos Freire. Está José Arthur, no lo sabía, y llego cansada, aureolada por un fuerte olor a hombre, con la cara marcada por los besos (no deja lugar a dudas, se ve, tengo unas placas rojas en la barbilla). Todo mi dolor está ahí: nada más dejar de verle, en cuanto se me pasa la embriaguez de ese amor que hacemos casi sin descanso, me pongo de nuevo a esperarle. Pero noviembre no podrá ser ese mes de octubre resplandeciente, también porque la pasión se apaga de manera inexorable.

Recuerdo, ayer por la noche: durante muchos meses guardé, en mi cuarto de Yvetot, las bragas con la sangre de la noche de Sées, en septiembre de 1958. En el fondo, «salvo» 1958, ese horror de los tres últimos meses de 1958 sobre los que he construido mi vida y que he trasladado, mal, a Lo que dicen o nada.

Viernes, viernes… Presentación, horrible de prever, de su mujer. Ser, yo, la más guapa, la más radiante, desesperadamente.

miércoles 2

Todos los días sueño con algo más: por ejemplo, con encuentros particulares, a orillas del Nièvre, o en cualquier otro lugar, etc. No pudiendo detenerme en la repetición de las relaciones actuales. (Sin duda por eso quise casarme con Philippe, sin sospechar que significaba el final del sueño.)

Es de noche. Una semana. Ese sentimiento de que nada sería nunca tan fuerte. Le tengo cada vez más miedo. No podrá venir más por la noche a Cergy. El apartamento me echa para atrás, con su luz, el ruido de los vecinos. Impresión de que todo eso va a acabarse, lentamente. No hablo su lengua. Nunca me llama para algo que no sea hacer el amor (iba a decir «follar», más claro). Pero el viernes en la embajada se producirá por lo menos la satisfacción de la clandestinidad, de lo que sabemos el uno del otro, de nuestros cuerpos, de nuestros hálitos, del animal que llevamos dentro, de lo que para mí es esencial, y que los otros ni imaginan. ¡La Revolución de Octubre! Esas lágrimas, al llegar a Moscú en 1981, ¿eran premonitorias?

viernes 4

La Revolución de Octubre… Un montón de gente triste de la embajada de la URSS, el «bunker». S. me pregunta, «¿puedo ir esta tarde?». No lo había previsto, de ahí la ausencia de sueño, de espera. ¿Lo desea tanto? No sé, eso creo. Tiempo soberbio, cerrar las contraventanas y encontrarme con su cuerpo, el deseo más refinado, perfeccionado, antes del amor.

Angustia ante la cena del Elíseo, el lunes, con Charles y Diana. ¿No se acabará nunca? ¿Habrá siempre algo más angustioso que la mundanidad? ¿Va a verse superado el horror de la última comida en Gallimard con F. Mitterrand?

Principio de cuaderno: Deseos: —Tener una relación cada vez más sólida con S. —Escribir tal y como pretendo un libro más extenso a partir de principios del 89. —No tener problemas de dinero.

lunes 7

Es evidente que he aceptado ir por la noche a cenar al Elíseo por S. Hacerme valer a sus ojos en ese orden que es el suyo, el de la gloria visible. Considero ese «paso» como una prueba que vencer, un desafío necesario: ir hasta el final de la mundanidad, de lo que fue no un sueño sino una realidad de la que me sabía excluida a los dieciséis años (en 1956, leo, no sé debido a qué casualidad, Le Figaro, en la cama, porque estoy enferma, y sufro porque sé que G. de V. frecuenta esos medios y que yo soy tan «indigna»).

martes 8

Esta vez, un verdadero deseo de conocer la fastuosidad, la cúspide de todos los honores. Mi furiosa angustia al llegar con retraso, miedo de «ser» de los del último momento. Carreras en Renault 5 por los Campos Elíseos y la Avenue de Marigny. ¿El príncipe Charles era real para mí? Cena regia, música. Pensaba que ese «entendimiento cordial» del viejo mundo se vería un día barrido por otras fuerzas. Pensaba en la URSS, en China. Quizá éramos semejantes anoche a esas personas de 1913 o de 1938, en los mismos salones dorados. Fugitivamente también, la cena de Madame Bovary en Vaubyessard. Todo esto no vale para mí como el deseo de un hombre, la velada en Leningrado. Y si sueño con volver a Moscú (sin duda, una locura) al mismo tiempo que Mitterrand a finales de noviembre (que se acordaba perfectamente de que habíamos estado hablando de Venecia en Gallimard: «Este verano fui a Venecia y pensé en usted», me dijo), es para «ofrecer» el honor a S., para que me quiera. Sin embargo, sé muy bien que el amor no tiene casi nunca nada que ver con esas cosas (por ejemplo, los honores con los que S. se sentiría colmado a mí me aburrirían, sin lugar a duda).

S. nació el 6 de abril de 1953. Mi madre murió el 7 de abril. Eric fue concebido el 2 de abril.

De nuevo el deseo de verle. No obstante, la cosa se resume así: folla, bebe vodka, habla de Stalin.

Tengo una relación con el tiempo completamente distinta a la de antes, o con P. Cada vez que estamos juntos, sé que algo terriblemente intenso se ha añadido que, por fuerza, nos alejará al uno del otro. La lucidez actual, la ausencia de sufrimiento (amordazado, más bien), me deja de manera más pura frente al tiempo.

Le veo, hombre maduro, con algo de tripa y sienes grises. ¿Cómo estaré yo en su recuerdo?

jueves 10

Ayer, en Yvetot. En cuanto llega, me echo a llorar. He escrito en Una mujer: «Ella servía patatas para que yo esté aquí oyendo hablar de Platón». Y ayer pensaba: «Han vivido y han muerto para que yo asista a una recepción en el Elíseo…». Una historia no se acaba nunca. Ayer me enteré por mis tías que mi madre había conocido a un señor «como Dios manda» en Annecy, que había estado a punto de volver a casarse. Ahora sé por qué fue a consultar a una vidente, una vez más el porvenir, con sesenta y cinco años, puede que más. Me turba y me gusta. Soy la hija de esa mujer de deseo, pero que no se atrevía a ir hasta el final. Yo sí. Espero a S. La presencia de Éric me resulta insoportable, se queda hasta el último minuto, impidiéndome soñar, esperar. Siempre esa ansiedad constante de ver que disminuye el amor.

Por la noche. No, sigue siendo igual de fuerte. Siento haberle enseñado el principio de este diario. No decir nunca demasiado, no mostrar nunca demasiado amor, la ley proustiana. Él la conoce, instintivamente. Pero yo veía (con ayuda de la media botella de vodka que se ha bebido) que la pasión era recíproca. Se va dentro de un año, sin duda. Dice: «Será duro». Al principio no entiendo bien, pero él añade: «Espero que sea duro también para ti». Esa es su manera de decir que le importo. Hemos hecho el amor durante horas. De nuevo, algo diferente. Habla más, se atreve a decir cosas eróticas. Todos sus gestos son amor, como los míos.

viernes 11

Como cada noche, cuando viene, no duermo, sigo en su piel, en sus gestos de hombre. Hoy seguiré estando entre dos aguas, entre la fusión y el retorno al yo. Y siempre esa emergencia de ciertos momentos, en medio del conjunto que constituye la velada. Sus palabras en la cocina, «será duro», luego sus ojos, en el sillón, antes de que se vaya. La última vez, en el dormitorio, su dulzura, sus palabras eróticas, con su acento ruso, sus «eres magnífica» murmurados.

Escribir eso: me di cuenta de que había perdido una lentilla. La encontré en su sexo. (He pensado: Zola perdía sus lentes en los pechos de las mujeres. ¡Yo pierdo la lentilla sobre el sexo de mi amante!)

Comparo con la noche de Leningrado, cómo ha cambiado, su torpeza de entonces. Creo que eso ahora se llama pasión.

sábado 12

Hace justo cuatro años, me otorgaron el premio Renaudot. Prefiero estar en el día de hoy. En esa espera y ese deseo perpetuos. Me han entrado ganas de reconstruir el viaje a la URSS, lo que sin duda nunca habría hecho si no lo hubiera concluido con S.

Domingo 18 de septiembre, por la noche. El coche con los limpiaparabrisas que no funcionan, el rock a todo volumen en el coche que nos lleva del aeropuerto al hotel Rossia. Noche heladora. Desde mi ventana veo el río Moskova.

Lunes 19, editorial Narodna Kultura. Reunión en la Casa de los Escritores, comida. Paseo por la Plaza Roja, con R.V.P., Marie R., Alain N. Regreso por los jardines. Vuelvo a vernos a todos en esos lugares desiertos. Salida para Tiblisi (S. está a mi lado en el avión y me fastidia, me gustaría dormir). Por la noche en Tiblisi: ¡en el piso dieciséis, fundamos la célula Koiba 16, muertos de risa!

Martes 20. Visita de Tiblisi, iglesia suspendida

Comida en el hotel

Museo

Escuela de traducción

Película Don Quijote, S. está a mi lado

Miércoles 21. Reuniones diversas

Monasterio, antigua capital

Vuelta a Moscú. Hotel del Comité Central

Jueves 22.

Visita al Kremlin

Circo

Cena en casa del corresponsal de L’Humanité Viernes 23. Una televisión por la mañana

Comida en la embajada de Francia

Encuentros diversos

Calle Arbat

Sábado 24 Zagorsk

Comida en el Museo

Cena en la sede de la VAAP

Salida para Leningrado en tren

Domingo 25 Casa de Dostoievski

Comida en el hotel (S. a mi lado)

El Ermitage

Los ballets

Cena en el hotel, con orquesta.

martes 15

La espera empieza al despertarme. No hay nunca vida después, quiero decir que la vida se detiene en el momento en que va a llamar, a entrar. El miedo a que no pueda venir me atenaza. Esa precariedad continua constituye la belleza de toda esta historia. Pero no sé cómo se ha encariñado conmigo. Decir «por los sentidos» no quiere decir nada. Sería, de todas formas, la manera más hermosa, la más verdadera, la más clara.

16h. Me acordaré de estos soberbios atardeceres de noviembre, llenos de sol. De esta espera de S. Del ruido del coche que anuncia la entrada en otro tiempo, ese justamente donde el tiempo desaparece, sustituido por el deseo.

Las doce de la noche. Velada loca. Él ha bebido demasiado. El coche no arranca, a las diez y media. Maniobras estúpidas, peligrosas. Le suplico que espere a que el motor no se cale. No se tiene de pie, o con dificultad. Quiere hacer el amor, en la entrada, luego en la cocina. Con la cabeza abajo, muy interesante: esa gimnasia irrisoria del hombre y de la mujer para significar el amor, realizarlo, una y otra vez. Otra vez el deseo. Él ha dicho una vez «amor mío» pero no dirá «te quiero», así lo que no se dice no existe. Tengo miedo a que vuelva «mal» a su casa, que tenga un accidente. Impedirle beber tanto la próxima vez, si hay una próxima vez, superstición tradicional. Nos encontramos en el orden de la pasión.

miércoles 16

Un poco de gusto a abyección, ayer, como de costumbre. Cuando subimos, la última vez, olor a cerveza, agrio, sus palabras, «ayúdame» (a correrse). Luego los problemas del coche, en la entrada, medio vestido, pegado al radiador. En la cocina. Y está visiblemente borracho. Las palabras francesas se han esfumado, casi no habla, solo me desea.

Antes me había hablado de su infancia, de la Siberia donde trabajó en la maderada. Los osos en libertad. Es lo bastante antisemita como para decir: «¿F. Mitterrand no es judío?» (¡!). Es como si yo no me lo creyera, como si fuera el fruto puro del adoctrinamiento, como si su responsabilidad no se viera comprometida en absoluto.

Tengo miedo a que se despierte del «infierno de los sentidos» hasta ese momento desconocido para él y en el que nos sumergimos (ya no queda mucho por hacer del Kama Sutra, desde ayer). Sabe de antemano lo que he imaginado, muy sorprendente. ¿Acaso se informa de alguna manera? ¿Con libros, películas eróticas?

Dogma de la naturaleza, en su caso, como en el de los escritores Rasputín, Astáfiev: «El amor, el alcohol, es natural».

Ese rostro de niño que sufre, el que procura el deseo desmesurado, inextinguible, ayer, era el suyo. Yo sé que es el que tengo siempre en momentos así.

Acabo de leer las pruebas de Lo que dicen o nada para la edición de bolsillo. No lo había hecho desde hacía once años. No he cambiado, sigo siendo esa chica que cree en la felicidad, espera y sufre. Ese libro, muy oral, es mucho más profundo (a propósito de las palabras y de lo real) de lo que ha dicho la crítica.

jueves 17

El ciclo vuelve a empezar: una jornada doliente, anestesiada, en la que me siento incapaz de hacer cualquier cosa creativa. Luego vuelve la espera, el deseo, el sufrimiento porque, en el tipo de relación que mantenemos, estoy a la merced de sus llamadas telefónicas. Y debo escribir sobre la Revolución. Horrible. Y sigo sin saber cómo llegó a casa el martes por la noche, si su mujer se dio cuenta de algo, si «habló», lo peor de todo. Mi vida, en estos momentos, no tiene más porvenir que el de la próxima llamada de teléfono, por la noche. Su muerte sería para mí una atrocidad de la que no creo que me recuperara. Desde ayer, pero sobre todo desde esta mañana, estoy en un estado de angustia profunda, a causa de esa vuelta a casa la noche del martes al miércoles. Estaba realmente borracho. Tengo unas ganas locas de llamar a la embajada, no hacerlo, claro está. Estoy enamorada de verdad.

viernes 18

Despertarse a las cuatro y media, y este pensamiento, «no ha llamado» (a lo largo de la noche, como hace a veces). El tiempo se despliega: ¡hace solo quince días de la recepción en la embajada para conmemorar la Revolución de Octubre! Angustia de encontrarme con su mujer, que finalmente no vino. El presente es tan fuerte, tan jadeante, que el futuro y el pasado me parecen estar a años luz.

«Debería» llamar esta noche: en general lo hace tres días después del último encuentro. Pero «el deber», «la regularidad» no tienen aquí cabida.

sábado 19

Me planteo realmente la pregunta: ¿Hay que seguir viviendo así, en la espera y el desgarro, la anestesia y el deseo, alternativamente? Similitud absoluta entre el comportamiento que tuve con ocasión de la muerte de mi madre y ahora, hacer algo por ella/él. Aquí, salir a comprar vodka, quizá también una falda corta y estrecha, «a la moda» (sobre todo porque sé que su mujer no se pone cosas así). Es un infierno adorable, pero a fin de cuentas un infierno. Me pregunto si él no tiene también miedo a lo que sucede entre nosotros, desde el martes.

domingo 20

Teléfono ayer por la tarde, a las siete y media. E inmediatamente todo cambia, como de costumbre: especie de tranquilidad, felicidad dilatada, y después la espera de la próxima cita, el deseo, los gestos previstos. Naturalmente, muy pocas ganas de trabajar (texto sobre la Revolución).

martes 22

Esta noche, velada en casa de Irène. Estará él, con su mujer. Prueba. Sobre todo porque no podremos vernos a solas, luego. Esos obstáculos refuerzan el deseo, es el único encanto que puedo encontrarle a la cosa. Ayer por la noche me llama, visiblemente borracho (¿es algo frecuente? En Moscú no me di cuenta), buscando las palabras. Veinte minutos más tarde vuelve a llamarme y empieza diciendo «yo también», como si respondiera a una de mis frases de la llamada precedente, quizá a un «te quiero». Está confuso, ríe demasiado. Pero al final me dice, aunque en respuesta al mío: «Te quiero». Estoy muy enamorada, es una bella historia.

Por la noche: duro, en efecto. He buscado la causa de ese dolor, de esa infinita tristeza al volver de la velada en casa de Irène. No son celos (Maria, la mujer de S. no es muy guapa, desde luego alguien «sólido», como se dice de un tejido que no tiene nada más) sino el conocimiento, por la memoria inconsciente, de lo que podía sufrir ella: antaño fui «ella», en veladas en las que mi marido se interesaba por otras mujeres, en la que estaba G., su amante. Varias veces, S. me mira intensamente. Entonces, de repente, decido hablar con su mujer. «Conversamos» mucho tiempo juntos, S., ella, otros, como Marie R. y Alain N. Jugar a ser simpáticas (más bien cabronas). De ahí mi tristeza. Y también lo de vernos y nada más, tener que esperar al jueves.

Llevaba una falda larga, sin forma, medias color carne, yo una falda muy corta, medias negras. Imposible imaginar mujeres más opuestas por la altura, el color del pelo y de los ojos, el cuerpo (ella es un poco regordeta), la ropa. La mamá y la puta.

miércoles 23

Difícil ahora de olvidar esa presencia junto a S. (eso, la pareja, palabra odiosa), y al mismo tiempo supone un crecimiento doloroso del deseo: soy, mientras dure, la preferida, el objeto verdadero del deseo. Entiendo a Tristán e Isolda, la pasión que abrasa y no se puede apagar a pesar y a causa de los obstáculos.

jueves 24

Niebla, cielo gris. Hoy tengo miedo del cansancio, y de que esto no dure más allá de Navidad. De hecho, esta vida al ritmo de las llamadas de teléfono, los días, bastante escasos al final, una vez por semana (en octubre eran dos), en los que nos vemos, es estúpida y vacía. Digo «vacía» con respecto al mundo (ya no me interesa nada realmente), llena con respecto al sentimiento. Decepciones hoy:

1) sigue sin decirme las palabras tiernas esperadas

2) después del encuentro Francia-URSS se ha ido con las chicas de la embajada sin acompañarme a Cergy.

Y me doy cuenta de que mi artículo sobre la Revolución es francamente nulo. Dormir, sí.

Y ya empezar a preguntarme, pero con asco, «¿cuándo me llamará?».

viernes 25

Dos conductas divertidas: pongo cirios en las iglesias para la obtención del amor y he ido hoy a la sección «Sexualidad» de los grandes almacenes Printemps. Hojeo, la gente pasa, un hombre hojea también, una mujer, sobre la que me pregunto, porque me roza, si no es lesbiana. Luego, en la caja, con El tratado de las caricias del doctor Leleu y La pareja y el amor, Técnicas del amor físico, 75 fotografías, 800.000 ejemplares vendidos. Unas mujeres detrás de mí. Yo permanezco impasible. El vendedor empaqueta los libros. Pero no pago con mi tarjeta de crédito, para que no se sepa mi nombre, y no leeré esos libros en el metro. Compro los libros por afán de perfección, para la sublimación de la carne.

domingo 27

¿Esto es vivir? Sí, sin duda, esto vale más que el vacío. Esperar el teléfono, la llamada incierta. No abro los libros de las «técnicas físicas» por temor a caer en esa tortura del deseo sin certidumbre: cuándo podremos estar juntos como en esos libros… Confesar: nunca he deseado otra cosa que el amor. Y la literatura. La escritura ha servido para llenar el vacío, permitir decir y soportar el recuerdo del 58, del aborto, del amor de los padres, de todo lo que ha sido una historia de carne y amor. Si no llama de aquí a mañana por la noche, es decir cuatro días después de nuestro último encuentro, creo que habrá que empezar a imaginar el final y, si es posible, adelantarse a ello.

Decirme que, esta semana, entrar en posesión de su nuevo y gran coche va seguramente a ocuparle más que mi recuerdo.

lunes 28

19h30. Quizá lo que más me une a S. es mi incomprensión ante sus comportamientos, también la dificultad que tengo para descifrar sus códigos culturales, e incluso situarlos socialmente, intelectualmente, cosas bastantes fáciles con un francés.

Espera atroz, corrijo exámenes febrilmente, para estar ocupada en lo que sea. Esperar la llamada, la voz que dice inmediatamente que existo, que soy deseada. ¿Por qué, cada vez, estoy segura de que se ha terminado, de que no volverá a llamar? ¿Qué clase de miedo ancestral es ese?

20h45. La llamada. Cada vez, el «destino», la llamada telefónica, el signo venido del más allá, ese temor, esa felicidad inmediata. Cuando descuelgo, un miedo atroz a que sea una falsa señal, un error de ese mismo destino. Es él. Mañana a las cuatro. Y surge la felicidad devastadora, la desaparición instantánea de una angustia que esa misma tarde alcanzaba el paroxismo… Ya no tengo ganas de corregir esos exámenes a los que me consagraba para olvidar. Estoy a punto de echarme a llorar, o a reír. Voy a fregar el suelo, el cuarto de baño, hacer un poco de limpieza general para cuando venga, él, el «macho», el hombre, al que reconozco como un dios durante un tiempo, antes de la desilusión, del olvido.

martes 29

11h de la noche. Hacia las cuatro, mientras le esperaba, un miedo muy profundo. De volver a verle, es decir, de añadir una tarde más que, por acumulación, debe conducirnos a la saturación y a la ausencia de deseo. No razono nunca en términos de estrechamiento de la relación a medida que nos conocemos, sino de lo contrario, de desilusión.

Hemos hecho el amor como una noche en Leningrado. Bonito. Luego en la entrada, como hace quince días. También bonito. Pero ya «como». Llevaba unos calzoncillos rusos, con toda seguridad: blancos, con la goma ligeramente descosida, demasiado ancha. (¡Mi padre tuvo unos calzoncillos así!)

Estoy cansada, bastante triste, sin duda porque espero demasiado de una historia después de no esperar nada en absoluto (en Leningrado).

«¡No quiero que nos separemos!», dice. Sí, claro, pero también: «A veces hago el amor con mi mujer». Inmediatamente pienso «esas palabras se me van a quedar grabadas, me las voy a repetir una y otra vez». Finalmente, no tanto como me temía. ¿Miente cuando dice que nunca, antes, ha tenido una amante francesa? Impresión de que no engaña mucho a su mujer, puede incluso que sea la primera desde hace mucho tiempo. Después de todo, viene de París a Cergy algo más de una vez por semana y pasa la velada conmigo, quizá subestime su cariño por mí. Pero ahora me llama solo cuatro días después del último encuentro.

diciembre sábado 3

Más de dos meses ya. He pasado esta tarde delante de los almacenes Brummell, en el ángulo de la Rue du Havre y de la Rue de Provence. Un mendigo atroz, con la boca abierta y una especie de gorra azul en la mano. Vuelvo sobre mis pasos, le doy diez francos a la vez que pido un deseo: que S. me llame esta noche. Cuatro días…

10h. Por qué están siempre ahí las señales, irónicas, formidables: acaba de llamar. Pienso en el mendigo, alto, terrible, doliente como Jesucristo, en mi gesto, en esa llamada, esta noche. Nos veremos el jueves. Y pienso en todo lo que tengo que hacer antes, comer con Antoine Gallimard, ir a Luxemburgo sobre todo, y estoy cansada.

¿Qué significa, después de todo, esa señal, esa llamada desde el Barrio Latino? ¿Que piensa en mí? No hay nada más imposible de imaginar que el deseo, el sentimiento del Otro. Y, sin embargo, solo eso es hermoso. Sueño únicamente con esa perfección, sin estar todavía segura de alcanzarla: ser la «última mujer», la que borra a todas las demás, en su atención, en la ciencia de su cuerpo, ser la «historia sublime».

martes 6

Hoy no he podido ver a S. a causa del almuerzo con Antoine Gallimard y Pascal Quignard (y porque me ha venido la regla). Tristísima porque me voy dos días a Luxemburgo, y eso me horroriza. Y las señales no funcionan siempre. Hoy he dado limosna a un mendigo en Saint-Lazare a la vez que formulaba el deseo de que me llamara. Y luego, ese punk que se sube en una parada del tren, con sus pendientes. ¡Y luego ese cantante! Vivimos en un mundo de mendicidad al que nos hemos acostumbrado, casi estético. Forma parte de la ciudad, del decorado de la estación, de las torres iluminadas por el sol del otro lado de la vía férrea: «Varta», «Salec» escrito en lo alto. «Penetre en un mundo de desafío, el mundo de Rhône-Poulenc», ese anuncio de hace unos meses. Sí, por cierto.

Hace más de una semana que vino S. Demasiado tiempo. Hago la suma de todo lo que he vivido desde entonces. Sorprendida por haber vivido tantas cosas desagradables y estúpidas, la comida con H., el Prix de Jeunesse en Montreuil, el final de mi serie de clases sobre Robbe-Grillet, y la comida de hoy. Que la vida sea esa acumulación de gestiones, de acciones insípidas, pesadas, únicamente atravesada por unos pocos momentos intensos, fuera del tiempo, me parece horrible. Solo soporto dos cosas en el mundo, el amor y la escritura, el resto es negro. Esta noche no tengo ni lo uno ni lo otro.

jueves 8

Tengo miedo de que no pueda venir mañana, a causa del terremoto en Armenia, servicios de la embajada desbordados. Diez días tan largos y quizá nada. Tanto deseo otra vez esta mañana en el tren y cuando se acerca el momento, casi helada de angustia, el miedo del «menos», menos felicidad, menos deseo de estar juntos que antes.

viernes 9

10h25. ¿Es su coche?

Esa angustia de que no venga, sin avisar. Angustia también de que venga, de ese momento en que oigo los frenos. De ese ruido. De no estar lo bastante guapa, sobre todo de no procurarle bastante placer. Pero si no sintiera todos esos miedos, significaría mi indiferencia.

18h10. Se ha ido a la una menos cinco. Apenas dos horas y media juntos. Me entran ganas de pensar que esta vez las señales del declive son visibles. Pero no ha ido a la conferencia de Sájarov, en la embajada, por venir a Cergy. La primera vez hemos hecho el amor muy bien. Pero la segunda no he tenido la misma impresión. ¿Finge? Es hermético hasta en su comportamiento sexual. No sé nada de él, ese mundo ruso me resultará siempre lejano, el mundo de la diplomacia, del aparato. Es evidente que siempre he puesto demasiada imaginación, de desgaste más bien, en mi relación con un hombre. No sé por qué está conmigo, si es por mi nombre, por el hecho de que sea escritora, todo eso me da ganas de echar a correr. El miedo mayor es el de que exista otra mujer. Se ha sentido atraído por un título, «en brazos de la mujer madura». Soy yo, claro está. Y cómo saber si ciertas cosas no le desagradan, como esa invitación a cenar mía a Makanin [escritor ruso] o la llamada de teléfono de S.A. cuando estaba conmigo.

Cómo traducir: el interés por ese título «en brazos de la mujer madura» (él dice «madurada»): ¿miedo y también constatación de su deseo por las mujeres?

«¿Te vas en Navidad?» = ¿Sería mejor que te fueras, así no me sentiría obligado a venir a verte, o, estaría bien que te quedaras?

Puede ser también que esas frases carezcan de importancia para él, que sean de esas que uno dice por decir…

También puede que su ausencia en la conferencia de Sájarov sea voluntaria, política, frente a un disidente, él, el «ortodoxo».

Releo lo que escribí el sábado pasado, seis días, nada normalmente, aquí una eternidad. La pasión colma la existencia, a punto de explotar.

domingo 11

Está nublado. Recuerdo de diciembre de 1963, cuando estaba embarazada y quería abortar. La Ciudad Universitaria, el más completo desamparo. Esas ganas entonces de dormir por la tarde (igual que en casa de P., en 1984). Esa especie de sueño (más bien torpor vital), comparable con el de los mendigos en los bancos del metro. No creo que duerma nunca con S. Una sola vez habría podido hacerlo en Leningrado, y no me apeteció. En 1985 también, el mismo tiempo gris, la misma sensación, la misma insatisfacción. En este momento sufro por no escribir nada. Exámenes, clases, historia sentimental, salidas, recepciones, el vacío total. Ya no busco la verdad puesto que no escribo, las dos cosas se confunden. Y también me encuentro muy sexual, no hay otra palabra, es decir que no es sentirme admirada lo que cuenta para mí, etc. Lo que cuenta para mí es sentir y dar placer, es el deseo, el erotismo real, no el imaginario, el de la tele o el del cine hard.

Por la noche. He vuelto a leer el final del otro cuaderno y toda la historia con S. desfila, y ya tomo conciencia del tiempo, y lloro. Solo los comienzos son bellos. Sin embargo, en el Parc de Sceaux no fue ninguna maravilla, ni tampoco en el apartamento, en octubre. ¿Por qué llorar, entonces?

No deseo que venga el martes a mi soirée soviética, resultaría demasiado complicado. Le quiero (= le necesito), pero no estoy segura de que me quiera. La historia de siempre.

martes 13

No ha venido a mi cena y sin duda ha sido mucho mejor así. No estoy segura de que esa invitación fuera una buena idea. Se acabó. Creo que odio recibir a gente en casa, vivo en la angustia perpetua de que salga mal (a medias, hoy). Tengo la falda manchada y un montón de vajilla por recoger. Tengo unas ganas locas de ver a S. lo antes posible, como si la presencia de los demás hiciera aún más profundo su vacío en mí.

miércoles 14

Debía llamarme hoy. Por primera vez no lo ha hecho (es verdad que he estado ausente desde las cuatro hasta las ocho de la tarde). Puede que haya empezado la cuenta atrás. Todo es tan negro que me apetece quedarme en casa, el mundo exterior me da pánico. Sola en esta casa, resulta menos difícil vivirlo. Y está el teléfono, es decir, la esperanza. Fuera no hay ninguna salida, soy una mujer al borde de las lágrimas. Tatiana Tolstaya y sus «cosas eternas», su forma de decir, como Nathalie Sarraute, soy escritor y soy ciudadano, los dos no interfieren… Pero de ella no he retenido en realidad más que esto: gestos «rusos», sacudir la mano a modo de negación/irrisión delante del rostro, y una expresión indefinible que S. también tiene a veces. No me gusta que hable sarcásticamente de su país, «La URSS es un auténtico regalo para un escritor» (de puro terrible).

jueves 15

Sigue el silencio. Me siento tan mal que busco acordarme de momentos semejantes, y vuelven, inexorablemente, 1958 y 1963. Saber que bastaría con una llamada (¡Oh, es la palabra justa!) para que recupere el gusto por la vida. Si un día se lee este diario, se verá que era exacto lo de «la alienación en la obra de Annie Ernaux», y no solamente en la obra, más aún en la vida. Mis relaciones con los hombres siguen este curso inexorable:

a) indiferencia inicial, véase aversión

b) «iluminación» más o menos física

c) relaciones felices, bastante controladas, atravesadas incluso por momentos de aburrimiento

d) dolor, carencia sin fondo.

Y llega el momento (en ello estoy) en que el dolor es tan agudo que los momentos felices no son sino futuros dolores, acrecientan el dolor.

e) La última etapa es la separación, antes de llegar a la más perfecta, la indiferencia.

Por la noche, nueve menos cuarto. Es muy duro, más aún, creo, que con P., hace cuatro años, en verano. Está claro que si no llama esta noche (tenía que haberme llamado ayer), se acabó. Por razones que, naturalmente (nunca llega a saberse, o más tarde), ignoro. Acabar esta noche sin demasiadas lágrimas, es todo lo que pido. La literatura no hace sufrir de la misma manera, aunque también es duro. Aquí, es el desgarro total, la exclusión, las ganas de morir. A los dieciocho años comía para compensar. A los cuarenta y ocho sé que no hay compensación posible. Un libro que empezara por «he amado a un hombre» o incluso «sigo amando a un hombre». Cuando pienso en él, lo veo desnudo, en mi cuarto, lo desvisto, solo pienso en su sexo turgente, en su deseo. Así es como debería decirlo.

Diez menos cuarto. Ha llamado y no por ello me siento más dichosa (ha comenzado pues el ciclo del dolor). Nos vemos el martes, es decir dentro de cinco días. Eso quiere decir que no tiene necesidad de verme a menudo. Que puede que esté con otra, a pesar de los calzoncillos imposibles. Que soy una mujer honorífica a la que va a honrar de forma cada vez más distante. Pero, sobre todo, no dejarla, eso no. Ya me lo sé. A pesar de todo, le espero. ¿Mejor que nada?

viernes 16

Las mañanas negras: un día en el que me dedico solo a vivir. Todavía es de noche. Cientos y cientos de mañanas como esta, antes de y ante mí. Me masturbo pensando en S. y todavía es peor. No, no del todo.

martes 20

No me avisa nunca, con una llamada, de cuándo va a llegar. Desde el jueves pasado, cuando fijamos la cita, yo podría estar muerta, o enferma. Imposible prevenirle. El amante en la sombra. Y ese miedo, siempre, ese terror, incluso (cada vez, tengo un cólico) de verle, cuando, durante toda la noche, solo he sentido ese deseo, un deseo devorador. El coche que llegará… Cada vez, como si me fuera a desvirgar, una vez más.

Once menos veinte. ¿Y si no viniera?

¿O si avanzaran los inicios de la degradación? Hace un tiempo espléndido, como en noviembre. Sin embargo, ya no es noviembre.

15h30. Ha llegado justo cuando terminaba yo de escribir «ya no es noviembre». ¿Es porque hace buen tiempo? Un bello encuentro. Trae regalos, me promete una foto. Y pienso que me quiere un poco, a su manera, en una casilla extraconyugal, «clasificada», pero puede que no tanto como me imagino. Dependencia sensual, además. Y un poco de locura. Esa imposibilidad de saber qué soy para él, más aún que con P., más excitante también. Él tenía un «coche bueno», algo en común, sí, con mi exmarido, socialmente. Estoy muy cansada. Me siento dichosa por hacer que se corra, por hacerle feliz. «¿Qué haces?», dice él, con su acento ruso, cuando siente placer en mi boca. Inolvidable. Pero, en otros términos, así no voy a ningún lado, esto es la perdición total, el desgaste inconmensurable de mi energía, de mi vida.

miércoles 21

Cómo saber cómo se tomará mi regalo, el de una vieja amante a su gigoló, si tenemos en cuenta el precio. Hoy he dado diez francos a la atroz visión de la estación de Ópera, a esa mujer con los dedos de los pies y las manos retorcidos, inacabados, tumbada contra la pared desde hace, al menos, un año. Verificar las señales: pero por qué iba a llamarme si vino ayer. Esa es la «casilla». Así que mis deseos se proyectan en los mendigos, encargados de ser los intercesores del destino… La realidad tiene razón frente a lo imaginario.

jueves 22

Esta noche, especie de revelación de la enormidad del regalo hecho a un hombre que, quizá, me considere como un culo, solo algo más gratificante que otros (exagero en la visión negativa). El problema sigue siendo el mismo: ¿qué soy para… (él, ella)? «What’s Hecuba to him, or he to Hecuba?» (Hamlet).

Por la noche. ¿Y si tuviera ganas de romper? Que me dijera lo contrario el 29 de noviembre (un mes, tremendo…), no significa nada. Esta noche imagino la posibilidad de que no venga en absoluto la semana que viene. Si llega ese momento, tener el valor de mirar las cosas cara a cara y romper, pero siendo chic, dándole el regalo.

Cada noche se vuelve negra y me hago demasiado dependiente, a expensas del teléfono. Tendría que llamarme como muy tarde (es decir con respecto a las normas del pasado ya pasado) el sábado por la noche o el domingo por la noche. Si no, una decisión.

sábado 24

Mañana tan negra como la víspera de Pascua o de Quasimodo de 1986. Vivo la historia más alienante desde la de Philippe, hace veinticinco años. Escribo incansablemente en este cuaderno como escribía a mi madre cuando estaba en cuidados geriátricos. Si, por lo menos, pudiera servir para algo. Ayer por la noche, estaba convencida de que se había hartado de mí, que no volvería a llamarme de aquí a enero. Esta mañana, sigo creyéndolo un poco.

A la una, la tarjeta navideña, heladora, percibida como una señal: «Un saludo muy cordial», con su firma. Pensándolo mejor, eso no significa nada, es una felicitación oficial. En otro orden, el de las señales de ruptura, en el que llevo sumida quince días, es el anuncio de unas relaciones cordiales que van a sustituir las precedentes.

domingo 25

De ocho a diez, es el agujero negro, no llama y yo espero. Y en ese momento ni siquiera pienso, como Proust, que bastaría con nada, justo un poco de voluntad, para dejar de sufrir, atravesar ese aro de papel tras el que sería libre.

lunes 26

Cambiar tan poco. Esperar: a los dieciséis años (en enero, febrero, una señal de G. de V.), a los dieciocho (el peor, C.G.), a los veintitrés, Ph., en Roma. Hace unos años, P. Esta vez he superado por un día el plazo que me había dado. Pero admito que una llamada esta noche aún sería aceptable, porque son las fiestas de Navidad. Pero más allá…

Cambiar tan poco: e incluso ese deseo de quedarme embarazada, aunque aún sin pensar en las medidas que pudieran concretarlo (pero no creo que tome la píldora este mes).

He de tener muy poca confianza en mí misma para ser capaz de toda esta locura.

10h45. Ha llamado, pero no sabe cuándo vendrá. «Intentaré ir a verte esta semana.» «Intentaré», esa palabra horrible cuando no se tienen ganas. Justo algo de paz, de remedio para mi dolor.

martes 27

Por supuesto (pero no obstante yo esperaba…) no ha llamado, como era de prever, «mañana, o pasado mañana». Estoy a punto de llorar y de la náusea. Además, nunca sola, con Éric siempre aquí. Al acecho de los días en que S. va a venir, feliz sin duda de que no venga. No sé qué pensar, o, mejor dicho, sí: le soy completamente indiferente, a S., pero esta noche levanto toneladas de no-ser, de asco, dormir, dormir.

miércoles 28

No he dormido realmente, he caído en el horror: llanto, certeza de estar siendo abandonada poco a poco, sueños con mi exmarido que quería follarme y era atroz para mí, obsesionada con S. «Allí donde la vida levanta muros, la inteligencia abre una salida», dice Proust. Por la noche, ya no hay inteligencia, solo la vida en su magma de contradicciones, de sufrimientos, sin salida. El «aro de papel» era placa de cemento. No creo haber vivido noche semejante desde hace seis años, cuando estaba separándome de Philippe. Aquí he llegado a preferir también la ruptura franca. Tres meses.

Cómo sorprenderme de mi locura en 1958, después de C.G., de mis dos años de bulimia, de desamparo, a causa de los hombres. Sé muy bien que lo que me hace escribir es eso, la falta de realización del amor, ese abismo.

Hay un momento en el que se avanza en una historia, todo está por delante, esperanza. Otro momento en que todo bascula hacia el pasado y lo que hay delante no será más que repetición, degradación. Sitúo ese momento en noviembre, pero sin precisión. Con mayor seguridad en diciembre, cuando invité a Makanin. Octubre y noviembre, dos meses muy bellos, con sol, además. Diciembre, muy negro. Por qué escribir esto, si no es para forzar al futuro a que vuelva a ser soleado. Rara vez con el mismo hombre.

He dormido una hora, esta tarde, en el dormitorio (en general, señal de gran abandono). He estado a punto de romper una de las lamparitas de noche al levantarme.

Soy una mujer ávida, esa es realmente la única cosa más o menos justa, de mí.

jueves 29

10h30. Había apagado. Suena el teléfono y nadie contesta, así tres veces. Diez minutos más tarde: «Viernes a las diez». Por primera vez en mi vida, lloro de felicidad. Y sé que es lo peor para mí, el engranaje atroz, como con Philippe en Roma, y sin salida oficial. Menos mal, por otra parte, porque si no caería en la trampa, matrimonio, etc.

viernes 30

Estoy en un agujero. Aún en ese momento en que no se ha ido del todo, en el que todavía estoy segura de que se lo pasa bien conmigo. Mi inquietud por el regalo, demasiado caro. Un recuerdo dulce: «¿Qué significan estas flores?», dice él, por las prímulas junto a mi cama. Evidentemente celos, puesto que le he enseñado que en Francia las flores tenían un significado. Siempre son los celos los que me sirven de prueba. Le saco de su error y le regalo otras prímulas de mi jardín.

Hoy se arrodilla ante mi sexo, como hago yo. Maravilloso desnudamiento, por ambas partes. Sí, la verdad es que está bueno, «mi soplo en el corazón», como lo llama D.L. (sin saber de quién se trata), snob parisino, de vuelta de todo, de los que me horrorizan.

He oído en la tele esa canción de Aznavour que tenía olvidada, Vivre, je veux vivre avec toi (Vivir, quiero vivir contigo). Tengo dieciséis años, sigo teniendo dieciséis años. Barrida por el recuerdo de entonces, de ese amor loco. Con S., es como si todos los amores inacabados o imperfectos de mi juventud se hubiesen realizado: G. de V., Pierre D., todos los que me decepcionaban y de quienes pienso ahora que no podían hacer otra cosa. No eran peores que los demás. Ahora sé que no puedo «vivir contigo», que debe permanecer como un sueño, un dolor.

Esta tarde, sobrepasada por eso, «soy como Anna Karénina». Anna, loca por Vronski. Miedo.

sábado 31

Esta noche, mensaje de Navidad de F. Mitterrand: hace un discurso de izquierdas. Al final, por primera vez, se canta La Marsellesa. Siento ese pequeño escalofrío que para mí es señal de emoción absoluta. ¡La Marsellesa! Mi padre me la cantaba, es la canción del final de la guerra, es el cántico de la libertad. ¡1789! Eso es lo que «significa» para mí, estoy del lado de los revolucionarios, siempre lo he estado. «¿Oís en los campos / El bramido (¡!) de aquellos feroces soldados? / ¡Vienen hasta nuestros mismos brazos / A degollar a vuestros hijos y compañeras! / ¡A las armas, ciudadanos!» Tan pomposo, tan enorme, pero esas palabras no tienen importancia, solo la música, y ese grito «¡A las armas, ciudadanos!».

1988, año globalmente satisfactorio pero demasiado agitado mediáticamente. En sentido estricto, no he hecho nada. Los mejores momentos, Venecia, URSS y, naturalmente, la «historia» en la que sigo desde finales de septiembre, el 25 exactamente, el día del cambio de hora de invierno. Ha habido un otoño, ¿qué estación(nes) más habrá?

Evidencia: objetivamente, las cosas del sexo, los gestos, son los mismos cuando se está enamorado que cuando no se está enamorado.

Perderse

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