Читать книгу El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840) - Antonio Caridad Salvador - Страница 7

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INTRODUCCIÓN

Este libro trata sobre las fuerzas rebeldes que combatieron en Valencia y Aragón durante la primera guerra carlista. Dicha contienda comenzó en octubre de 1833, a la muerte de Fernando VII, un rey que había pasado gran parte de su reinado defendiendo la monarquía absoluta y combatiendo el liberalismo. Cuando el monarca falleció estalló un conflicto que, aunque en teoría era meramente sucesorio, en la práctica se convirtió en una guerra entre dos concepciones muy diferentes de la sociedad. Por una parte se encontraba la reina viuda, María Cristina de Borbón, que para defender los derechos de su hija Isabel tuvo que orientarse hacia el liberalismo, convirtiendo así a España en una monarquía parlamentaria. En su contra se situaba Carlos María Isidro, que como hermano del rey difunto reclamaba su derecho al trono, por delante de las mujeres y en defensa del orden tradicional. El conflicto, que terminó en julio de 1840, constituye la guerra civil más larga que ha padecido nuestro país. Pero además supuso el triunfo de la revolución liberal y del nuevo régimen burgués, frente a aquellos grupos que deseaban mantener la monarquía absoluta, con el orden social que llevaba aparejado.1

Pese a su gran importancia, la primera contienda carlista no ha recibido la atención que se merece, ya que fue promovida por un movimiento político que acabó fracasando y que ha influido más bien poco en nuestra forma de gobierno actual. Pero no podemos caer en el error de estudiar el pasado solamente en función del presente, ya que si hiciéramos eso acabaríamos llegando a la conclusión de que las cosas sólo pudieron suceder como lo hicieron. Al mismo tiempo, el carlismo nos puede mostrar una faceta del pasado menos conocida y más difícil de entender por nuestra forma de pensar actual, que ha sido mucho más influida por otras ideologías.

Una forma de acercarnos a este movimiento es analizando su aspecto militar, pues el recurso a las armas fue uno de los rasgos más característicos del carlismo decimonónico. Y si bien hubo varios conflictos carlistas, el más importante fue el primero, en parte por su larga duración, que superó con creces a los otros. Pero también porque fue la mayor demostración militar del tradicionalismo y porque fue el que tuvo mayor repercusión internacional.

Durante la primera guerra carlista hubo tres grandes focos rebeldes (el vasco-navarro, el catalán y el valenciano-aragonés), de los que este último ha sido el menos estudiado. Por ello se hace necesaria una obra como esta, que analice el funcionamiento de las fuerzas absolutistas en Valencia y Aragón, a fin de comprender mejor cómo pudieron mantenerse activas durante tanto tiempo. Esto es especialmente llamativo si tenemos en cuenta que los carlistas empezaron la guerra aislados de los otros focos rebeldes, sin ningún apoyo del ejército y en un territorio pobre y poco poblado. Frente a ellos tenían a un estado que controlaba la mayor parte del territorio nacional, con un ejército que le era totalmente fiel, con un importante apoyo de potencias extranjeras y con la posibilidad de mover fuerzas de unos frentes a otros, algo que los carlistas tenían muchas dificultades para hacer. Y si bien es cierto que los aspectos militares constituyen sólo una parte de la explicación, requieren también un estudio especializado, a fin de poder desarrollarlos con la extensión que se merecen. Además, el estudio del ejército y de las partidas rebeldes nos permitirá hacernos una idea aproximada de lo que supuso la guerra para las personas que la vivieron, tanto militares como civiles. Así pues, a partir de numerosos ejemplos podremos revivir los pequeños acontecimientos que marcaron de forma importante a muchas personas de la época.

A) LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN VALENCIA Y ARAGÓN

La guerra en esta parte de España comenzó en la parte oriental de la provincia de Teruel, que es donde se crearon las primeras partidas. Sus dirigentes fueron Manuel Carnicer y Joaquín Quílez, que tomaron las armas en octubre de 1833, al fracasar las conspiraciones realistas en Zaragoza y Alcañiz. Poco después se produjeron levantamientos carlistas en algunos municipios del País Valenciano, de los que el más importante fue el que se produjo en Morella el 13 de noviembre. Al tratarse de una población fortificada, acudieron hacia allí la mayoría de los insurrectos valencianos y aragoneses, que se pusieron bajo las órdenes del barón de Hervés, recién llegado de Valencia. Casi todos los rebeldes eran antiguos voluntarios realistas,2 que habían perdido su empleo con el nuevo régimen, dirigidos por oficiales con licencia ilimitada, apartados del ejército por sus ideas absolutistas.3

Pero la rebelión no empezó con buen pie, debido al escaso apoyo que encontraron sus promotores y a la falta de disciplina de las fuerzas carlistas, que no pudieron resistir el avance de las tropas de la reina. De esta manera, a principios de diciembre los carlistas abandonaron Morella sin apenas combatir, siendo destrozados poco después en la acción de Calanda (Teruel). Este revés llevó a la mayoría de los rebeldes a regresar a sus casas o a dispersarse en una serie de pequeños grupos, vivamente perseguidos por las fuerzas gubernamentales. Poco después fue capturado y fusilado el barón de Hervés, lo que dejó a los carlistas sin un claro liderazgo.4

Durante 1834 actuaron numerosas partidas rebeldes, aunque la mayoría de ellas eran muy pequeñas y se limitaban a recorrer los pueblos para exigir raciones y dinero. Pero había algunos grupos más grandes, formados por varios cientos de hombres, que ya podían permitirse emprender acciones ofensivas. El más importante era el de Carnicer, que operaba sobre todo por el este de la provincia de Teruel, aunque a veces se unía a otros cabecillas para hacer incursiones fuera de su territorio habitual. De esta manera pasó en marzo a Daroca (Zaragoza) y a Molina de Aragón (Guadalajara), derrotando a las tropas de la reina y regresando con gran cantidad de suministros. Un mes después pasó a Cataluña para intentar fomentar la rebelión en el principado, pero sufrió una severa derrota en Maials (Lleida) y tuvo que regresar apresuradamente a Aragón. Durante los meses siguientes experimentó nuevos reveses y, aunque fue nombrado por don Carlos comandante carlista de Aragón, acabó el año con unas pocas decenas de hombres, duramente perseguido por las tropas liberales.5

Parecida era la situación por el norte de la provincia de Castellón, donde operaban muchas pequeñas partidas, sin un liderazgo claro. La más grande era la de José Miralles (a) el Serrador, que a veces se unía a Carnicer para emprender acciones de mayor envergadura. Pero normalmente operaba en solitario por el Maestrazgo castellonense, emboscando a pequeños grupos enemigos y entrando en poblaciones poco protegidas, donde sus hombres se entregaban al pillaje. No obstante, su fuerza estaba tan indisciplinada y mal equipada que se veía a obligado a retirarse en cuanto acudía hacia él una columna liberal.6

A principios de 1835 las partidas carlistas habían quedado muy mermadas, debido a la incesante persecución a las que los sometían Nogueras, Buil y Pezuela. Por esas fechas las partidas de Quílez y de Carnicer habían quedado reducidas a menos de 30 hombres, lo que llevó al lugarteniente de este último, Ramón Cabrera, a marchar al País Vasco para exponer al pretendiente la dramática situación del carlismo aragonés. A su vuelta Carnicer emprendió también el viaje, pero fue apresado en Miranda del Ebro (Burgos) y fusilado poco después. Esto permitió a Cabrera, un antiguo seminarista de Tortosa, convertirse en jefe de las fuerzas carlistas en Aragón.7

Durante la primavera el nuevo caudillo intentó unificar a las partidas rebeldes que operaban por la zona, pero a esto se resistió el Serrador, que había sido nombrado comandante de los reinos de Valencia y Murcia. Pese a ello, sí que logró incorporar a sus fuerzas a las gavillas de Quílez, Forcadell y Torner, con las que recorrió los pueblos para reclutar combatientes y conseguir suministros. Al aumentar sus fuerzas consiguió resistir los ataques de Nogueras en Alloza (Teruel) y apoderarse posteriormente de Caspe, donde obtuvo un importante botín.8

Pero fue en verano cuando la situación experimentó un cambio radical. Las autoridades liberales, creyendo que la rebelión estaba controlada, habían sacado tropas de la zona para enviarlas al País Vasco y Navarra, donde la situación era preocupante para las fuerzas gubernamentales. Además, en esa época se produjeron motines progresistas en las principales ciudades, que fueron acompañados por ataques contra la iglesia y que ayudaron a reforzar el carlismo, que hasta entonces contaba con pocos apoyos en la zona. A esto contribuyó mucho la dureza de los liberales con los que habían apoyado la monarquía absoluta, muchos de los cuales fueron acosados, multados, confinados o encarcelados. De esta manera, numerosas personas que no se planteaban tomar las armas o que hubieran aceptado un liberalismo conservador acabaron abandonando sus hogares para unirse a las fuerzas del pretendiente.9

Esto permitió a los carlistas obtener grandes victorias a partir de julio, en parte facilitadas por la inactividad del general Sociats, jefe liberal en Valencia, que, debido a una enfermedad que padecía, apenas hacía la guerra a los rebeldes.10 De esta manera Cabrera aplastó a una columna enemiga en La Yesa (Valencia), para entrar después en Segorbe y vencer en La Jana (Castellón) a las fuerzas de Decref. Más tarde se dirigió a Rubielos de Mora (Teruel), donde exterminó a la milicia del pueblo, lo que le permitió hacerse con el control de la comarca. Por esas fechas Quílez se unió al Serrador, que también había incrementado sus fuerzas de forma considerable. Con unos 1.650 hombres los dos jefes rebeldes entraron en Villarreal, derrotaron a una columna liberal y rindieron los destacamentos de once pueblos, casi todos ellos en la provincia de Castellón. Todos estos éxitos pusieron en manos de los rebeldes más de mil fusiles, con los que pudieron armar a muchos de los voluntarios que acudían a sus filas.11 La mayoría de ellos eran campesinos y artesanos empobrecidos por veinte años de crisis económica, que veían en la guerra una forma de ganarse la vida y que perdieron el miedo a sumarse a la revuelta, al empezar a ver como posible una victoria carlista.12

Mientras tanto Cabrera empezó a organizar a sus hombres en batallones y en divisiones, de modo que se asemejasen lo máximo posible a un ejército regular. Además, se crearon en los puertos de Beceite (Teruel) las primeras fortificaciones carlistas, donde se instaló un hospital, así como fábricas de uniformes y municiones. En octubre el jefe rebelde logró en Alcanar (Tarragona) una importante victoria, frente a una columna de milicianos de Vinaròs. Después de esto reunió a todas las partidas para atacar Alcañiz, aunque no consiguió conquistarla, debido a la tenaz defensa que hicieron de ella los liberales. El tortosino emprendió entonces una marcha hacia Teruel, pero al no poder tomarla se dirigió hacia Castilla la Nueva a fin de conseguir suministros, con una gran partida de 4.400 hombres. Sin embargo, el gobierno mandó contra él un numeroso ejército, al mando del general Palarea, que le infligió, el 15 de diciembre, una severa derrota en Molina de Aragón (Guadalajara). A la gran cantidad de bajas que sufrieron los carlistas hubo que añadir las numerosas deserciones y la pérdida de gran parte del armamento, que dejó a las fuerzas rebeldes en una situación muy delicada.13

Por suerte para los carlistas, el gobierno liberal cometió de nuevo el error de retirar fuerzas del frente valenciano-aragonés, para reforzar a sus tropas en Navarra y Cataluña. Esto permitió a los partidarios de don Carlos pasar de nuevo a la ofensiva, sorprendiendo a una columna enemiga en el puente de Alcance, a poca distancia de Tortosa. Por esas fechas Cabrera hizo fusilar a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa (Teruel) por colaborar con el enemigo. A esto respondió el brigadier Nogueras, comandante liberal en el Bajo Aragón, organizando el fusilamiento de la madre del jefe rebelde, que hacía meses que estaba prisionera en Tortosa. Este asesinato tuvo lugar el 16 de febrero de 1836 y llevó a su hijo a tomar represalias, haciendo fusilar a varias mujeres que tenía presas y que eran esposas o hijas de militares liberales.14

Poco después Cabrera emprendió una rápida marcha hacia el Sur, que le permitió tomar Llíria por sorpresa. Su intención era continuar después hacia la Huerta de Valencia, pero la llegada de Palarea se lo impidió. El caudillo carlista se retiró entonces a Chiva, donde fue derrotado por su contrincante el 2 de abril. Por suerte para los rebeldes, las disputas internas de los liberales les salvaron de la persecución enemiga, permitiéndoles regresar a Aragón sin demasiados problemas.15

Una vez allí el tortosino ordenó fortificar Cantavieja, pequeña población aragonesa que estaba situada en una excelente posición defensiva. En poco tiempo las obras estuvieron terminadas y esto permitió a los carlistas contar con una base permanente donde depositar prisioneros, almacenar víveres, cuidar a los heridos y fabricar el equipamiento militar.16 Mientras tanto el Serrador continuaba con sus operaciones por la provincia de Castellón, aumentando poco a poco su campo de acción. En un principio fue derrotado por las columnas de Buil y de Cánovas, pero en junio consiguió tomar los fuertes de Alcalà de Xivert y Torreblanca, lo que le permitió aumentar su partida con nuevos reclutas. Además, expulsó a las guarniciones liberales del Alto Maestrazgo, estableciendo en Benasal su base de operaciones.17 En cuanto a Quílez, se encontraba a las órdenes de Cabrera, como comandante de la división carlista de Aragón. Pero gozaba de una amplia autonomía, por lo que normalmente operaba por su cuenta. Esto le permitió lograr en mayo una gran victoria en Bañón (Teruel), así como emprender una importante expedición, que le permitió entrar, dos meses más tarde, en Xàtiva y Ontinyent.18 A quien no le iba tan bien era a Torner, quien tras varias derrotas en el corregimiento de Tortosa se vio obligado a cruzar el Ebro, lo que llevó a sus hombres a unirse a las fuerzas de Cabrera.19


Retrato de Ramón Cabrera

Tras derrotar a los liberales en Ulldecona, Cabrera atacó Gandesa (Tarragona) en julio, con los primeros cañones de que dispusieron sus hombres. Mientras tanto la guerra se extendía al noroeste de la provincia de Valencia, donde se había creado la división carlista del Turia, que operaba desde Chelva. Esta unidad, que empezó a formarse en abril con tan sólo 66 hombres, creció rápidamente gracias al apoyo de la población de la comarca, así como a la organización que impuso Luis Llagostera, uno de sus primeros jefes. Gracias a ello los carlistas lograron una importante victoria en Alcublas (Valencia), contra las fuerzas de Buil, a las que hicieron más de 400 bajas. Como recompensa por sus éxitos Llagostera fue ascendido a comandante de la división de Tortosa, compuesta en su mayor parte por jóvenes del Bajo Ebro.20

Todos estos éxitos se vieron facilitados por los motines urbanos y de algunas unidades militares a favor de la Constitución de 1812, que obligaron al general Montes, comandante del ejército liberal del centro, a suspender sus planes contra los carlistas. Y así llegamos a septiembre, cuando Cabrera, que aún seguía en Cataluña, recibió un mensaje del general Gómez, que se encontraba en Utiel y que le animaba a unirse a su expedición, que había salido meses atrás del País Vasco. El caudillo catalán acudió al encuentro y permaneció fuera de su teatro de guerra durante varios meses, dejando a José María Arévalo al frente del carlismo aragonés. También se incorporaron a la expedición Quílez y el Serrador, que se llevaron sus tropas consigo.21

Esta salida de fuerzas rebeldes vino muy bien a las armas liberales, que pudieron obtener importantes victorias frente a un enemigo debilitado. El jefe de la división carlista valenciana, Domingo Forcadell, fue sometido a una dura persecución y acabó siendo derrotado por Borso en La Sènia (Tarragona). Poco después el general San Miguel pudo conquistar Cantavieja, el 31 de octubre, capturando los suministros que almacenaban allí los rebeldes y liberando a varios cientos de prisioneros. Y a esto siguió el abandono de los fuertes de Beceite, destruidos por los carlistas ante el avance liberal, ya que eran incapaces de defenderlos.22

Pero las cosas no tardaron en cambiar de sentido, debido al regreso de los principales jefes rebeldes. En diciembre lo hizo el Serrador, que aunque volvió enfermo y con tan sólo cien jinetes, reorganizó enseguida su partida e incluso creó una junta de gobierno.23 Algo parecido le sucedió a Cabrera, quien, tras permanecer herido y oculto durante un mes, volvió a Aragón el 8 de enero de 1837. Su regreso subió enormemente la moral de la tropa, desmoralizada por las continuas derrotas y por los rumores de que había sido capturado o fusilado.24

Tras ordenar el arresto de Arévalo, Cabrera tomó de nuevo el mando, emprendiendo expediciones a la Huerta de Valencia y a la Plana de Castellón, a fin de conseguir suministros para su ejército. En el transcurso de esta última fue herido en combate en Torreblanca, lo que ocasionó la retirada de sus fuerzas y que permaneciera inactivo durante unas semanas. Mientras tanto Forcadell hizo otra expedición a la provincia de Valencia, aplastando en Buñol a la columna de Crehuet. En cuanto a Cabrera, una vez recuperado, llevó a cabo otra incursión por la zona, aniquilando en Pla del Pou (San Antonio de Benagéber) a una fuerza enemiga, fusilando a los oficiales capturados y entrando después en Burjassot, donde celebró una fiesta.25 Todo esto fue posible por la escasez de fuerzas liberales, que sólo contaban con 5.000 hombres en fuerzas móviles, para proteger de los rebeldes el antiguo reino de Valencia. A esto se añadía el retraso en las pagas, que ocasionó un motín en el batallón de cazadores de Oporto. Y la falta de coordinación entre los generales de la reina, que carecían de un comandante en jefe. Para paliar este problema el gobierno puso al mando del ejército del centro al general Marcelino Oraa, que había destacado en el frente vasco-navarro, y que asumió el mando de todas las fuerzas de Valencia y Aragón.26

Poco después Forcadell emprendió una expedición a Orihuela, ciudad alicantina muy afín a la causa carlista, pero que se encontraba alejada del teatro de operaciones. Tras atravesar las provincias de Cuenca, Albacete y Murcia, Forcadell entró en dicha población el 29 de marzo, siendo recibido con gran alegría y reclutando en la zona varios cientos de voluntarios. Además, consiguió 3.000 reales y una importante cantidad de fusiles, así como telas para confeccionar uniformes. Con todo esto emprendió el regreso y, aunque fue alcanzado en Chulilla (Valencia) por la columna de Nogueras, consiguió unirse a Cabrera con la mayor parte del botín.27

Durante los meses anteriores los carlistas habían vuelto a crear la división aragonesa, que había desaparecido al marcharse Quílez con la expedición real. Esto fue obra de Juan Cabañero, un hacendado sin experiencia militar, que había creado una pequeña partida a principios de 1836. Al cabo de un año sus fuerzas habían crecido considerablemente y esto le permitió entrar por sorpresa en Cantavieja, capturando a la guarnición liberal el 25 de abril de 1837. Este éxito puso en manos de los carlistas una base fortificada, además de proporcionarles varias piezas de artillería, gracias a las cuales Cabrera pudo tomar Sant Mateu (Castellón) poco después. Ante todo esto poco pudo hacer Oraa, ya que tenía que defender muchos puntos a la vez, con unas fuerzas muy reducidas.28

Esta escasez de fuerzas liberales también facilitó las operaciones del Serrador, que, tras capturar en Mirambel a más de cien militares enemigos, se apoderó de Burriana, que había sido evacuada por las tropas de la reina. Allí capturó un cañón con el que intentó conquistar Benicarló, aunque sin éxito. Poco después se dirigió hacia el Sur, ignorando las órdenes de Cabrera (que no era su jefe) para que atacara a Oraa. En vez de eso, Miralles apareció por sorpresa en la Huerta de Valencia, donde obtuvo un importante botín, gracias a la ausencia de militares enemigos. Mientras tanto iba creciendo la rivalidad entre ambos jefes rebeldes, ya que el tortosino quería hacerse con el control de las fuerzas del caudillo valenciano, que se empeñaba en mantener su autonomía.29

Pero volvamos con Cabrera, que el 23 de mayo emprendió un nuevo asedio de Gandesa, aunque a los pocos días fue derrotado por Nogueras y tuvo que levantar el sitio. Poco después tuvo que abandonar sus planes de marchar a Castilla, a fin de preparar la llegada de la Expedición Real, que, encabezada por don Carlos, acababa de entrar en Cataluña, procedente de Navarra. De esta manera se dispuso a recoger víveres para alimentar a dicho ejército cuando llegara, además de requisar barcas para facilitarles el paso del Ebro. Pero para ello tuvo que hacer frente a las columnas de Borso y de Nogueras, que trataron de impedirlo el 29 de junio. Ese día, Cabrera derrotó al primero en Xerta (Tarragona) e inmovilizó al segundo en el desfiladero de Armas de Rey, lo que permitió a la expedición carlista pasar el río e iniciar su paseo por el Maestrazgo. Este éxito dio al caudillo catalán una gran reputación y le fue recompensado con el nombramiento de comandante general de Aragón, Valencia y Murcia. Además de esto, logró que don Carlos ordenase el arresto del Serrador, su principal rival en el mando, que fue despojado de sus fuerzas y enviado preso a Cantavieja.30

Después de esto la Expedición Real amagó un ataque sobre Castellón, que al ser rechazado le llevó a dirigirse a los alrededores de Valencia, donde permaneció varios días. Pero la llegada de fuerzas enemigas le hizo retirarse a Chiva, donde fue derrotada por Oraa, en lo que fue la mayor batalla de la guerra en territorio valenciano. Entonces los carlistas se retiraron a Cantavieja, donde descansaron y se abastecieron, mientras se creaba una junta de gobierno y se decidía lo que había que hacer. Mientras tanto los liberales los vigilaban con las fuerzas de Oraa, Borso y Buerens, a fin de evitar cualquier movimiento inesperado.31

En agosto la Expedición Real se puso de nuevo en marcha, aniquilando en Villar de los Navarros (Zaragoza) a la columna de Buerens, haciéndole varios miles de prisioneros y capturándole gran cantidad de armas. Después emprendió la marcha hacia Madrid, uniéndose por el camino con Cabrera, que se había separado del ejército para hacer algunas incursiones. Y aunque juntos llegaron a las puertas de la capital, los carlistas se retiraron al poco tiempo y, tras sufrir varias derrotas, regresaron muy mermados a sus bases.32

Poco después Oraa se lanzó a la ofensiva, consiguiendo llevar un convoy a Morella, importante plaza fuerte cristina, que se encontraba bloqueada por los rebeldes. Acto seguido se dispuso a atacar Cantavieja, pero tuvo que abandonar el plan, ante la resistencia carlista y la falta de los suministros necesarios. Entonces Cabrera emprendió un rápido movimiento e invadió de nuevo la Huerta de Valencia, pillando por sorpresa a los liberales, que lo suponían mucho más lejos. Mientras tanto Tallada, que mandaba la división del Turia, realizó una rápida marcha que le permitió entrar en Xàtiva por sorpresa. Después de esto pasó por Ontinyent y, tras unas escaramuzas en Almansa, regresó a Chelva con un gran botín.33

Más tarde Cabrera inició un bloqueo de Lucena del Cid (Castellón), pero Oraa consiguió romper el cerco y entrar un convoy en la población. Entonces el jefe rebelde pasó a la ribera del Jalón (Zaragoza), consiguiendo así gran cantidad de suministros, con los que repuso sus almacenes, exhaustos tras el paso de la Expedición Real. Además, en diciembre los carlistas se vieron reforzados con la llegada de tres batallones castellanos, que habían acompañado a Zaratiegui en su invasión de Castilla.34

Y así llegamos a enero de 1838, cuando se produjeron dos importantes acontecimientos. El primero de ellos fue la toma de Benicarló, que puso en manos de los rebeldes gran cantidad de fusiles, cañones y prisioneros. El segundo fue la conquista de Morella, gracias a un audaz golpe de mano nocturno, que obligó a retirarse a la guarnición, al apoderarse los carlistas del castillo. Desde entonces esta población, que estaba completamente amurallada, se convirtió en la capital del carlismo valenciano-aragonés, trasladándose allí muchas de las instalaciones que los rebeldes tenían en Cantavieja.35 Pero no todo eran éxitos, ya que la expedición de Tallada, que había marchado a Andalucía para conseguir caballos, acabó de forma desastrosa. El jefe rebelde fue fusilado y se perdió la mayor parte de la división del Turia, que sólo a duras penas pudo regresar a sus bases.36

Durante los meses siguientes Cabrera se empeñó en conquistar más plazas fuertes, valiéndose de una artillería cada vez más numerosa. De esta manera atacó de nuevo Gandesa, que ya había sufrido varios ataques carlistas anteriormente. También esta vez los rebeldes tuvieron que retirarse, pero el general San Miguel hizo evacuar la población, que se encontraba en un estado ruinoso. Poco después Cabañero lanzó un ataque por sorpresa contra Zaragoza, entrando en la ciudad en la noche del 4 al 5 de marzo, tras forzar varias puertas. Durante la madrugada la división carlista de Aragón se hizo con el control de la ciudad, pero en cuanto amaneció los zaragozanos se movilizaron y consiguieron hacer huir a los rebeldes, a los que infligieron una severa derrota.37

En cuanto a Cabrera, su siguiente objetivo fue Lucena, otra localidad rabiosamente liberal, que había resistido hasta la fecha todos los ataques carlistas. En esta ocasión estableció un bloqueo de la población, que fue levantado en abril por las fuerzas de Oraa, que acudieron a socorrer a los defensores. Entonces el jefe carlista dirigió sus miradas hacia Calanda (Teruel) que pudo tomar tras dos días de bombardeos, consiguiendo allí un importante botín. Animado por este éxito intentó lo mismo con Alcañiz, que era la principal base liberal en el Bajo Aragón. Pero tampoco esta vez pudo tomarla, al resistir la población y llegar en su auxilio fuerzas liberales. No obstante, este fracaso se vio compensado al llegar a Aragón nuevas fuerzas carlistas, encabezadas por Negri, Basilio y Merino.38


Campaña de Oraa contra Morella (1838)

Quien también había recibido refuerzos era Oraa, pues tras exponer al ministro de la guerra la dramática situación de sus fuerzas, había conseguido que se le enviaran diez batallones y grandes cantidades de suministros. Entre los recién llegados estaba la división de Pardiñas, que gozaba de un gran prestigio por haber sido el principal artífice de la derrota de Tallada. Con estas fuerzas el jefe liberal planeó una campaña contra Morella, que debía ir combinada con ataques simultáneos sobre las otras capitales carlistas (Estella en Navarra y Berga en Cataluña) a fin de asestar un golpe definitivo a la causa del pretendiente. Para ello se reunió una importante cantidad de suministros, se preparó un buen tren artillero y se inició la campaña desde tres puntos a la vez. De esta manera, mientras Oraa y Pardiñas avanzaban desde Teruel, Borso lo hacía desde Castellón y San Miguel desde Alcañiz.39

Todo este plan se puso en marcha en julio, logrando reunirse las tres columnas en los alrededores de Morella, pese a los intentos carlistas por impedirlo. A continuación bombardearon las murallas e intentaron dos asaltos por una brecha, pero estos ataques fracasaron y Oraa tuvo que retirarse poco después, al no llegarle los suministros necesarios. Mientras tanto, una vez puesta a salvo su capital, Cabrera emprendió una rápida expedición a las riberas del Turia y del Júcar. Llegó allí en pocos días pillando por sorpresa a sus enemigos, que lo situaban aún en los alrededores de Morella. De esta manera, y sin fuerzas liberales que se lo impidiesen, el caudillo rebelde pudo llevarse de la zona grandes cantidades de caballos y de dinero, así como varios cientos de reclutas, que le sirvieron para incrementar sus fuerzas. Todo esto aumentó enormemente el prestigio de Cabrera, que fue recompensado por don Carlos con el ascenso a teniente general y el nombramiento de conde de Morella.40

Poco después regresaron a Navarra las fuerzas de Negri y Merino, pero esto fue compensado por la nueva quinta que ordenó Cabrera por esas fechas. Además, las fuerzas rebeldes estaban cada vez mejor equipadas y disciplinadas, lo que permitió al jefe rebelde alcanzar su mayor éxito a principios de octubre. Éste se produjo en Maella (Zaragoza), donde fue aniquilada la división de Pardiñas, que murió en combate y que perdió, además, más de 4.000 hombres, entre muertos y prisioneros. Estos cautivos sufrieron crueles penalidades y algunos de ellos fueron fusilados. A esto se sumó la ejecución de los prisioneros cristinos capturados en Castillo de Villamalefa (Castellón), lo que llevó, durante el otoño, a una serie de represalias por parte de los liberales. Hasta entonces lo normal era ejecutar sólo a los oficiales y jefes enemigos, pero no había ningún convenio sobre el trato a los prisioneros, que estaban sujetos a cualquier arbitrariedad por parte de sus captores.41

Durante ese otoño se emprendieron pocas operaciones militares, ya que los liberales aún no se habían repuesto de sus derrotas, mientras que Cabrera se dedicaba a labores de abastecimiento y fortificación. Para conseguir suministros envió a Forcadell y a Llagostera a las riberas del Júcar y del Turia, de donde sacaron un gran botín. Y aunque fueron derrotados por Pezuela en Cheste, lograron regresar al Maestrazgo con la mayor parte del convoy. Mientras tanto Cabrera se dedicaba a organizar la fortificación del territorio rebelde, que había puesto en marcha tras la toma de Morella. De esta manera, durante los dos últimos años de guerra se construyeron más de 30 fortificaciones, que sirvieron como base de operaciones del ejército carlista, cada vez más organizado. De hecho, conseguir más plazas fuertes se convirtió en una obsesión para el caudillo catalán, ya fuera construyéndolas con sus hombres o arrebatándoselas al enemigo. Otra de sus grandes preocupaciones fue obtener armas para equipar a sus huestes, que aumentaban día tras día. Con esta finalidad envió varios comisionados a Inglaterra, logrando así que en enero de 1839 llegara a las costas tarraconenses un barco con 10.000 fusiles. Por desgracia para él, este cargamento fue capturado por los liberales, lo que impidió un importante fortalecimiento de las fuerzas rebeldes, que contaban con muchos hombres desarmados.42

Tres meses después Cabrera llegó a un acuerdo con el general Van Halen, sucesor de Oraa en el mando, sobre el trato que se había de dar a los cautivos. Este convenio, aunque no siempre se cumplió, puso fin a las represalias, regularizó los canjes y redujo mucho el número de ejecuciones. Además, el jefe rebelde fue reconocido por las autoridades como comandante de un ejército enemigo y dejó de ser tratado como el cabecilla de un grupo de criminales, como había sucedido hasta entonces.43

Durante el mes de abril Cabrera se dedicó a fortificar Segura, localidad aragonesa que le serviría como cuña para impedir las comunicaciones entre Teruel y Zaragoza, además de servirle para profundizar en sus incursiones por el territorio enemigo, debido a su avanzada posición. Para impedirlo Van Halen acudió a la zona con su ejército, pero no se atrevió a atacar el castillo, que ya estaba bastante fortificado, y se retiró al poco tiempo. Esto dejó la zona en manos de los carlistas y precipitó el cese del jefe liberal, que fue sustituido por Nogueras, que pudo hacer poco, por encontrarse gravemente enfermo. Por otra parte, la situación del ejército de la reina era similar a la de su general, con una importante escasez de recursos y gran cantidad de deserciones.44

Durante los meses siguientes los rebeldes continuaron fortificando pueblos, atacando poblaciones enemigas y realizando incursiones para conseguir suministros, ante la pasividad del ejército constitucional, con pocos medios para impedir sus operaciones. Esto les permitió realizar dos incursiones a la provincia de Guadalajara, de donde sacaron un importante botín. Más tarde Cabrera puso sitio a Montalbán (Teruel), que en junio fue evacuada por los liberales, debido al ruinoso estado en que se encontraba. Posteriormente el jefe rebelde logró encerrar en Lucena a la división de Aznar, que pasó serios apuros hasta que fue liberada por O’Donnell, el nuevo jefe cristino en la zona. Menos suerte tuvo la columna de Ortiz, que fue atacada y destrozada en Chulilla por la división carlista del Turia, al mando de Arévalo. La única acción ofensiva que emprendieron los liberales les permitió la toma del fuerte de Tales (Castellón), pequeña fortificación rebelde desde donde se hostilizaba a Onda.45

A finales de agosto Cabrera emprendió una expedición a Castilla, rodeando en Carboneras (Cuenca) a una columna enemiga, a la que hizo 2.000 prisioneros. Acto seguido marchó a la provincia de Guadalajara, pero allí se enteró de la firma del convenio de Vergara, que supuso el fin de la guerra en el Norte. Ciego de ira, el caudillo catalán ordenó la retirada y se dispuso a resistir en el Maestrazgo durante todo el tiempo que fuera necesario. Por suerte para él, la moral de sus fuerzas era alta y ninguno de sus mandos quiso acogerse a dicho convenio.46

Pero esto no podía ocultar el giro que estaba tomando la guerra, sobre todo al llegar a Aragón el ejército de Espartero, compuesto por más de 40.000 hombres, que acababa de pacificar el País Vasco y Navarra. Esta superioridad numérica permitió a los liberales pasar a la ofensiva en el Alto Turia, donde la columna de Azpíroz operaba contra las fuerzas de Arévalo. De esta manera, antes de terminar el año las tropas de la reina entraron en Chelva, rindieron la torre de Castro (en Calles) y se apoderaron del fuerte de Chulilla, sin que los rebeldes pudieran hacer nada para impedirlo. A esto se añadieron varios intentos de asesinar a Cabrera, la expulsión de los familiares de carlistas al territorio rebelde y una fracasada tentativa de entregar Cantavieja al enemigo. Además, el caudillo catalán tuvo que apresar a varios miembros de la junta, que estaban negociando la paz con el enemigo, al tiempo que separaba de sus puestos a los militares que le inspiraban sospechas.47

A estas preocupaciones se sumó una marcha bajo una intensa lluvia, que acabó afectando la salud de Cabrera. El líder rebelde enfermó de tifus y estuvo varios meses apartado del mando, llegando a estar al borde de la muerte, mientras delegaba su autoridad en Forcadell. Mientras tanto los carlistas se mantuvieron a la defensiva, con la única excepción de Arnau, que emprendió una importante expedición por las provincias de Cuenca y Albacete, durante el mes de enero de 1840. En cuanto a los liberales, también estaban inactivos, pues Espartero y O’Donnell estaban haciendo acopio de suministros (y esperando que subieran las temperaturas) para emprender su ofensiva final.48

El ejército liberal se puso en marcha en febrero, al atacar la fortaleza de Segura, donde se había amotinado parte de la guarnición. El fuerte cayó al cabo de cuatro días y un mes después Espartero se apoderó de Castellote (Teruel), donde los rebeldes resistieron obstinadamente. Pero esto no impidió su caída, ni tampoco la de Aliaga (Teruel), que fue ocupada en abril por las tropas de O’Donnell. Después de esto la línea carlista se desmoronó, al rendirse los fuertes de Alpuente (Valencia), Alcalá de la Selva (Teruel) y Bejís (Castellón), mientras eran abandonadas muchas otras fortificaciones. Entre ellas destacaba la de Cantavieja, que fue evacuada e incendiada por las fuerzas rebeldes, dado su mal estado de defensa. La moral de las tropas carlistas estaba por los suelos y su ejército se desintegraba debido a la gran cantidad de deserciones.49

Por esas fechas había mejorado la salud de Cabrera, que se puso de nuevo al frente de sus fuerzas. Pero el ejército liberal era mucho más numeroso que el suyo, por lo que no pudo impedir ser derrotado en La Sènia (Tarragona). A esto siguió la toma de Morella por los cristinos, tras siete días de asedio, que dejó en manos de Espartero más de 2.000 prisioneros. Tras este desastre el caudillo carlista dio la guerra por perdida y decidió pasar el Ebro con su ejército, lo que hizo en la noche del 1 al 2 de junio. Al conocer esta noticia, las fuerzas absolutistas que operaban por el Alto Turia y la serranía de Cuenca emprendieron la retirada hacia Francia, mientras se iban abandonando las últimas fortificaciones rebeldes. La última que cayó fue la de Collado de Alpuente (Valencia), que fue ocupada por las tropas de la reina el 6 de agosto de 1840.50

B) EL EJÉRCITO Y LAS MILICIAS LIBERALES

Ahora que ya sabemos lo que ocurrió durante la guerra corresponde hablar de los dos contendientes. Empezaremos por los liberales, que disponían de dos tipos de fuerzas: el ejército y las milicias. El ejército se componía, en su inmensa mayoría, de combatientes forzosos, que se reclutaban de la siguiente manera. Cuando el gobierno necesitaba soldados convocaba una quinta (si se trataba de crear nuevas unidades) o un reemplazo (para cubrir bajas de unidades ya existentes). Una vez establecido el número de combatientes necesarios se repartía la cuota entre las provincias y se enviaba a las diputaciones para que organizaran el reparto por pueblos. En función de la población se asignaba un número de reclutas a cada localidad y el ayuntamiento procedía después al sorteo, normalmente entre los solteros entre 18 y 40 años. Los infelices a los que tocaba ser soldados se veían obligados a servir durante 7 u 8 años en el ejército (según si les tocaba caballería o infantería), normalmente bastante lejos de sus hogares, para dificultar la deserción. Una forma de librarse era pagando 4.000 reales, pero esta era una suma considerable, que sólo estaba al alcance de los más acomodados. Por eso al final el ejército liberal estaba compuesto por soldados de origen humilde, que no habían podido eludir el servicio militar.51

Como ser reclutado suponía una tragedia para muchas familias, algunos quintos se cortaban dedos o arrancaban dientes para ser declarados inútiles. Mucho más frecuente debió ser la huida del pueblo, que practicaban muchos jóvenes en cuanto salían elegidos. Otros, en cambio, se incorporaban a su unidad pero desertaban a la primera oportunidad, algo que fue muy frecuente entre 1837 y 1839, cuando la moral de las tropas de las reina alcanzó su nivel más bajo, debido a las constantes victorias carlistas. Para evitar esto las autoridades publicaban listas de desertores, encargando a los ayuntamientos que los localizaran para devolverlos a sus unidades. Además, el general Oraa hizo público un indulto para los prófugos que se incorporaran a filas, amenazando con fusilar a los que no lo hicieran. Esto no debió funcionar mucho, ya que en junio de 1839 el brigadier Facundo Infante, lugarteniente del capitán general y gobernador militar de Valencia, impuso penas de prisión a los familiares de desertores y ofreció recompensas a los que ayudasen a su captura.52

Pero no todos en el ejército estaban allí contra su voluntad. En primer lugar porque muchos jefes y oficiales eran voluntarios, que habían estudiado en academias militares y que pertenecían a la pequeña nobleza o a la burguesía. Además, también hubo mercenarios entre las fuerzas isabelinas, como el regimiento de Oporto, que estaba formado por alemanes, británicos y portugueses, y que participó en numerosas acciones de guerra en el País Valenciano. Se llamaba así por haber servido en Portugal durante la guerra civil que poco antes había asolado dicho país. Estas fuerzas eran muy indisciplinadas, ya que a menudo recurrían al saqueo y se amotinaban cuando no se les pagaba la soldada. Por último hay que mencionar a los carabineros de costas y fronteras, un cuerpo policial encargado de la represión del contrabando, y que también se dedicó a combatir a los carlistas.53

Además del ejército los liberales contaban con milicias, que numéricamente eran mucho más importantes. La principal era la milicia urbana, creada en 1834 y que, tras cambiar su nombre por el de guardia nacional, acabó llamándose milicia nacional. El gobierno quería que esta nueva fuerza estuviera formada sólo por personas “respetables”, con un cierto nivel económico que les acercara a las ideas liberales. Por ello se exigió a los milicianos una renta mínima y que se pagaran su uniforme. No obstante, con estos solo no fue suficiente, por lo que se acabó reclutando a muchos que no cumplían estas condiciones. Además, tampoco bastó con los voluntarios, lo que llevó al reclutamiento forzoso, que fue el que proporcionó la mayor parte de los milicianos. Por otra parte, el predominio progresista en esta fuerza armada se convirtió en un problema para los gobiernos moderados, ya que llevó a la milicia a protagonizar numerosos motines en las ciudades, exigiendo cambios de gobierno o represalias contra los prisioneros rebeldes.54

Otro tipo de milicias fueron los cuerpos francos, también llamados “peseteros” porque cobraban una peseta al día. Su existencia fue regulada en 1834 y funcionaban como guerrillas liberales, que actuaban en grupos reducidos, atacando a pequeños grupos enemigos. Eran todos voluntarios, atraídos por la paga, y que, al contrario que la milicia nacional, solían ser de origen humilde, especialmente jornaleros. Eran financiados por los ayuntamientos, normalmente con vecinos de la zona, por lo que sólo se formaban en las comarcas donde operaban grupos carlistas de los que hubiera que protegerse.55

Todas estas fuerzas se organizaban en compañías y batallones, al igual que el ejército regular, donde había además regimientos. Estos últimos se dividían en varios batallones y podían ser provinciales o de línea. Los primeros eran más numerosos y se formaron durante la guerra, con oficiales que venían de la vida civil, salvo el jefe de la unidad, que era el único profesional. En cambio los segundos ya existían en tiempo de paz y contaban con una oficialidad que había pasado por las escuelas militares.56 Estos dos tipos de regimientos se encuadraron en divisiones, con las que en 1836 se creó el ejército del centro, para unificar las fuerzas que operaban en Valencia y Aragón. Normalmente el ejército liberal funcionaba dividido en columnas de entre 500 y 2.000 hombres, que se dedicaban a perseguir a los carlistas o a acudir en ayuda de las localidades atacadas por el enemigo. Pero también dejaban destacamentos más pequeños en poblaciones estratégicas o en pueblos amenazados a menudo por los rebeldes. Sin embargo, en 1835 muchos de estos destacamentos sucumbieron ante las fuerzas carlistas, lo que llevó a las autoridades a concentrarlos en menos localidades, para que pudieran defenderse mejor.57


El ejército liberal en campaña

Muy diferente era la función de las milicias, que tenían una movilidad mucho más reducida. La más numerosa era la milicia nacional, que existía en la mayoría de las poblaciones, aunque estuvieran lejos del territorio donde operaban los rebeldes. Sus miembros realizaban patrullas de vigilancia por turnos, lo que permitía a la mayoría dedicarse a sus oficios, movilizándose sólo en caso de peligro. Cuando se acercaban fuerzas rebeldes podían realizar batidas, si se trataba de fuerzas pequeña, o refugiarse en la iglesia en espera de ayuda del ejército, si eran atacados por un grupo numeroso. No obstante, lo más habitual era que los milicianos no hicieran nada de esto, pues muchos de ellos lo eran a la fuerza y no tenían interés en arriesgar su vida por algo que les importaba bien poco. Otras veces eran adictos a la causa de la reina pero eran muy pocos o no tenían apenas armas para enfrentarse a sus enemigos. Por eso sólo ofrecían resistencia en localidades grandes o fuertemente liberales, donde el riesgo de combatir a los rebeldes era menor. Esto permitía a los carlistas entrar sin problemas en la mayoría de los pueblos, sin encontrar oposición por parte de la milicia.58

Los cuerpos francos eran más móviles y solían operar en grupos denominados “partidas volantes”, normalmente dentro de la misma comarca. No se dedicaban a defender pueblos, sino a realizar labores de exploración y a atacar a pequeñas partidas o convoyes enemigos, a veces en combinación con la milicia nacional. No obstante, a menudo no eran más que grupos armados que, con la excusa de hacer la guerra a los carlistas, recorrían los pueblos cometiendo robos y otros excesos.59

Pero volvamos con el ejército liberal, a fin de ver cómo era su abastecimiento y equipamiento. Lo más habitual era que se abastecieran exigiendo raciones a los pueblos, dando después los recibos oportunos para que los municipios recibieran después el dinero. No obstante, esto no siempre se hacía y, aunque así fuera, las probabilidades de cobrar el dinero a un estado en guerra y escaso de recursos eran bastante limitadas. Por eso a menudo los soldados no encontraban raciones y recurrían al saqueo y a la violencia para conseguir alimentos. Al mismo tiempo, la pobreza del erario público obligaba a muchos municipios fortificados a mantener a su costa a las guarniciones del ejército, lo que suponía una carga insoportable para una población empobrecida por la guerra. Además, para transportar los suministros los liberales utilizaban mulas confiscadas en los pueblos, obligando a sus dueños a acompañarles durante la marcha. Esto se denominaba “servicio de bagages” y suscitaba muchas quejas de los ayuntamientos, ya que a menudo no se pagaba ni se daba alimento a los bagajeros, como estaba estipulado.60

Otras veces, sobre todo cuando se necesitaban grandes cantidades de suministros, se pedían las raciones a la diputación más cercana o se recurría a un contratista privado que proporcionaba los alimentos a cambio de un pago por parte del gobierno. Pero esto tampoco funcionaba muy bien y en alguna ocasión se tuvo que suspender una campaña por no haber llegado los suministros contratados. De todas maneras, el dominio del mar y de las principales ciudades por parte del gobierno hacía que el hambre no fuera un problema tan grave como entre las carlistas.61

En cuanto a las armas, no parece que el ejército liberal tuviera problemas de equipamiento, debido al abundante armamento que le suministró Gran Bretaña. Los que sí tenían escasez eran los milicianos nacionales, que muchas veces no disponían de suficientes fusiles (o munición) para defender los pueblos. Por otra parte, el ejército tuvo muchos problemas con el vestuario, ya que a menudo las tropas andaban descalzas o con uniformes en mal estado. Esto se debía a las agotadoras marchas que realizaban en persecución de los carlistas, a menudo por zonas de montaña, que destrozaban rápidamente las alpargatas y los pantalones de los soldados liberales. El estado de su ropa era tan lamentable que a veces se organizaban colectas, en las que los ciudadanos aportaban dinero de forma voluntaria, a fin de mejorar el equipamiento de estas fuerzas.62

Otro problema para las tropas de la reina era la escasez de noticias sobre los movimientos del enemigo. Los ayuntamientos estaban obligados a informar al ejército en caso de movimientos rebeldes, pero esto muchas veces no se cumplió, por miedo a las represalias carlistas. De hecho, no era raro que un paisano fuera apaleado por llevar un pliego de un alcalde para un comandante cristino o que un alcalde fuera fusilado por informar a las tropas de la reina. Esto hizo que, a partir de 1836 los liberales empezaran a ir escasos de informes de los pueblos, lo que les exponía a sorpresas por parte de sus enemigos, de los que a menudo ignoraban su paradero.63

De todas maneras, el control de las principales ciudades fue una gran ventaja para las fuerzas gubernamentales, ya que allí podían descansar sus tropas sin ningún peligro, al tiempo que tenían allí su administración y sus almacenes, así como sus hospitales y depósitos de prisioneros. El trato dado a estos últimos era muy malo, ya que pasaban hambre a menudo, se encontraban hacinados y a veces podían morir fusilados si se producían ejecuciones de cautivos liberales. Además, muchos de ellos fueron deportados a Cuba o Puerto Rico, algo que resultaba especialmente odioso para los carlistas.64

C) EL EJÉRCITO Y LAS PARTIDAS CARLISTAS

Antes de empezar a profundizar en el tema, se hace necesario aclarar algunos términos, especialmente los que aparecen en el título de este libro. ¿Qué es exactamente un ejército? ¿En qué se diferencia de una partida? ¿Se puede considerar un ejército a las fuerzas de Cabrera? La historiografía no ha entrado mucho en las dos primeras cuestiones, pero sí que hay un consenso en que llegó a haber un ejército carlista en Valencia y Aragón. Esto ya lo defendieron los primeros que escribieron libros sobre la guerra carlista, en la década de 1840, independientemente de su ideología política. De esta manera, los autores de Panorama español sostenían que las antiguas “hordas” de Aragón y Valencia se habían convertido, en 1836, en las divisiones del “ejército” de Cabrera.65 En el mismo sentido, aunque situando después este proceso, se posicionaba Wilhelm von Rahden, quien afirmaba que, tras la toma de Morella (en enero de 1838), Cabrera pasó de ser un caudillo guerrillero a convertirse en el jefe de un ejército.66 Lo mismo decía Dámaso Calbo y Rochina, cuando escribía que en enero de 1838 el “ejército” de Cabrera constaba de 19 batallones y 9 escuadrones.67 Posteriormente otros autores, como Boix, Pirala, Flavio y Romano, ratificaron este punto de vista.68

Más sistemático fue Melchor Ferrer, quien afirmaba que llegó a haber tres ejércitos carlistas en España: el del Norte, el de Cataluña y el de Valencia y Aragón.69 En el mismo sentido se pronunció, a principios de los años 90, Alfonso Bullón de Mendoza.70 Y últimamente esa ha seguido siendo la interpretación que ha dado la historiografía. Antonio Manuel Moral y Carlos Canales, por ejemplo, continúan defendiendo la existencia de los mismos tres ejércitos que mencionaba Ferrer.71 También Pedro Rújula clasifica así a las tropas de Cabrera, al afirmar que sus medidas organizativas le dieron la estructura y la apariencia de un ejército.72 Y lo mismo sostienen Núria Sauch y Javier Urcelay, procedentes de campos muy diferentes, pero que han escrito sus obras hace relativamente poco tiempo.73 Además, no parece que esto sea un tema de discusión, puesto que no he encontrado a ningún autor que defienda la postura opuesta.

¿Pero qué es realmente un ejército? ¿Cuándo se deja de ser un grupo guerrillero para convertirse en una fuerza regular? Bajo mi punto de vista habría cuatro requisitos que se deberían cumplir para poder catalogar como “ejército” a un grupo armado. El primero de ellos sería el disponer de una organización militar, a base de divisiones, batallones y compañías, que a su vez deberían estar dirigidas por una serie de jefes organizados jerárquicamente (brigadieres, coroneles, comandantes...). El segundo sería disponer de un número significativo de tropas uniformadas, a fin de dar una apariencia externa de que se está ante un ejército organizado. El tercero contar con armamento pesado (es decir, artillería), lo que permitiría conquistar las plazas fuertes del adversario. Y por último disponer de puntos fortificados, a salvo de ataques enemigos, y en los que podría desarrollarse una cierta infraestructura de retaguardia. Así pues, si se dan las cuatro condiciones estaríamos ante un ejército. Si no se cumple ninguna (o sólo una) nos encontraríamos con un grupo guerrillero. Y si se dan dos o tres estaríamos ante una fuerza de transición, en vías de convertirse en un ejército regular.

Ahora lo que cabe preguntarse es si las fuerzas carlistas de Valencia y Aragón cumplían estas condiciones. Pues bien, cuando empezó la guerra en el Maestrazgo se intentó crear algo parecido a un ejército organizado, utilizando para ello la plaza fuerte de Morella y la organización militar de los voluntarios realistas. No obstante, al poco tiempo se perdió la única fortaleza de que disponían, a lo que siguió el desastre de Calanda y el fusilamiento del barón de Hervés, con lo que el carlismo valenciano-aragonés quedó reducido, durante mucho tiempo, a unos cuantos grupos de guerrilleros. Así siguieron las cosas hasta que en marzo de 1835 Cabrera sustituyó a Carnicer al mando de la comandancia general de Aragón. Entonces el nuevo caudillo hizo valer su fuerte personalidad para unificar las principales partidas y diseñar una incipiente organización. Tres meses más tarde creó las primeras divisiones, que se dividieron en batallones y compañías, empezando así a dar un aspecto más militar a su fuerza.

Al año siguiente continuó este proceso, al fortificarse Cantavieja, que durante varios meses se convirtió en la única plaza fuerte del carlismo valenciano-aragonés. No obstante, los rebeldes sufrieron un importante revés en octubre, cuando el general San Miguel la reconquistó, privando a los carlistas de su principal base de operaciones. Y aunque había algunos reductos rebeldes en los puertos de Beceite, estos también fueron destruidos por las tropas de la reina, aprovechando la ausencia de Cabrera, que se había incorporado a la expedición de Gómez.

Pero en cuanto volvió el caudillo catalán, las cosas empezaron a mejorar para los carlistas valenciano-aragoneses. En 1837 se generalizó el uso de la boina y se empezó a uniformar a algunas unidades. Además, en abril se recuperó Cantavieja, lo que permitió a los rebeldes empezar a contar con una importante cantidad de piezas de artillería, que habían sido capturadas allí. Al mismo tiempo, la nueva plaza fuerte volvió a ser un punto seguro para las fuerzas de Cabrera, siendo utilizada para acoger una fábrica de cañones, un depósito de prisioneros, un hospital militar, la redacción de un periódico y otras muchas instalaciones. Algo parecido se hizo en Mirambel (Teruel), donde se situaron las oficinas de la junta carlista. Todo esto se vio reforzado durante 1838, con la toma de la Morella y la construcción de gran cantidad de fortificaciones, que estaban guarnecidas por varios miles de soldados rebeldes.

Por otra parte, en julio de 1837 el caudillo catalán prosiguió su tarea centralizadora, eliminando al Serrador, único dirigente importante que no le obedecía, y haciéndose así con el control del carlismo valenciano. Lo mismo hizo con la administración rebelde, imponiendo su autoridad sobre la junta nombrada por el pretendiente, que acabó convirtiéndose en una corporación totalmente controlada por él. Toda esta centralización, que no tuvieron, por ejemplo, los carlistas catalanes, permitió a Cabrera crear un pequeño estado en las montañas del este de España, hasta que el convenio de Vergara marcó el inicio de su fin, en agosto de 1839. Por todo ello, considero que los carlistas de Valencia y Aragón sí que llegaron a crear un auténtico ejército, aunque no desde el principio de la guerra. De esta manera, se pasaría de unas fuerzas de transición (1833), a unas partidas guerrilleras (1833-1836), para volver después a unas fuerzas de transición (1836-1838), que acabarían convirtiéndose en un ejército regular (1838-1840).

Pero la existencia de un ejército organizado no hizo desaparecer a muchas partidas carlistas, que siguieron actuando por su cuenta durante toda la contienda. No obstante, una vez el caudillo catalán se hizo con el control de la situación, los grupos más importantes se integraron en su ejército y sólo permanecieron independientes las pequeñas gavillas, formadas por menos de cien combatientes. Estos grupos no tenían ya ninguna influencia en el desenlace de la guerra, pero afectaban mucho a la vida cotidiana de la población, ya que se dedicaban al pillaje y a las venganzas personales, combatiendo a las tropas de la reina sólo cuando no les quedaba más remedio. Por eso el carlismo real de estas pequeñas fuerzas es bastante discutible, ya que no podían hacer gran cosa contra el ejército isabelino y sí, en cambio, que sus integrantes pudiesen sacar algún provecho de la guerra.

Una vez dicho esto, corresponde pasar al análisis pormenorizado del ejército y las partidas carlistas, que empezaré con la organización militar, para pasar después a los aspectos logísticos y terminar con el funcionamiento de la retaguardia rebelde. Todo este recorrido nos permitirá entender por qué los carlistas llegaron a ser un enemigo tan importante para el gobierno liberal, máxime cuando partían de una posición tan poco favorable.

1 Sobre las reformas liberales véase Artola, M., Antiguo régimen y revolución liberal, Barcelona, Ariel, 1978, Aróstegui, J., “El carlismo y la guerra civil” y Tomás y Valiente, F., “La obra legislativa y el desmantelamiento del antiguo régimen” en J. M. Jover (dir), Historia de España. La era isabelina y el Sexenio Democrático (1834-1874), Madrid, Espasa Calpe, 1996. Sobre las diversas interpretaciones del carlismo véase Solé, J. M. (dir.), El carlisme com a conflicte, Barcelona, Columna edicions, 1993 y Canal, J., El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid, Alianza Editorial, 2000.

2 Milicia absolutista creada en 1823 por Fernando VII para combatir el liberalismo. Fue disuelta en 1833 al decantarse cada vez más hacia el carlismo.

3 Anónimo, Fastos españoles o efemérides de la guerra civil, Madrid, Imprenta de don Ignacio Boix, 1839-1840, v. 1, pp. 266, 770 y 790 y v. 2, pp. 23, 26, 79, 83, 111, 128, 151-153 y 358. Segura, J., Morella y sus aldeas, Villarreal, Ayuntamiento de Morella, 1991, v. 4, pp. 24-36.

4 Anónimo, Fastos españoles... v. 2, pp. 272-400. Segura, J., Morella... v. 4, pp. 42-47.

5 Córdoba, B., Vida militar y política de Cabrera, Madrid, Imprenta de Eusebio Aguado, 1844-1846, v. 1, pp. 47-95. Boletín Oficial de la Provincia de Castellón de la Plana, 1 de diciembre de 1834.

6 El Turia, 26 de octubre, 3 y 24 de diciembre de 1834. Segura, J., Morella... v. 4, pp. 69 y 70. Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 77, 92 y 94.

7 Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 99-127 y 138-140.

8 Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 130-164. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos de las provincias de Aragón y Valencia desde el pronunciamiento de Morella en 1833 hasta el presente, Valencia, Oficina de López, 1840, p. 111.

9 Pirala, A., Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, Turner / Historia 16, 1984, v, 2, p. 58. Una reunión de amigos colaboradores, Panorama español. Crónica contemporánea, Madrid, Imprenta de panorama español, 1842-1845, v. 3, pp. 48 y 49. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera y guerra civil en Aragón, Valencia y Murcia, 1845, pp. 83 y 84. Segura, J., Morella... v. 4, pp. 86-92.

10 Fernández de San Román, E., marqués de San Román, Guerra civil de 1833 a 1840 en Aragón y Valencia. Campañas del general Oraa (1837-1838), Madrid, Imprenta y fundición de M. Tello, 1884, v. 1, p. 20.

11 Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 180-203. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... p. 195. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales... pp. 19 y 20. Segura, J., Morella... v. 4, pp. 103 y 104.

12 San Miguel, E., De la guerra civil de España, manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional, 1836, pp. 61, 68 y 69. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... pp. 2 y 3. Fontana, J., La crisis del antiguo régimen. 1808-1833, Barcelona, Crítica, 1988, pp. 280-282. Caridad, A., El carlismo en el País Valenciano y Teruel (1833-1840), Valencia, Universidad de Valencia, 2010, p. 828.

13 Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 176, 214-221, 227-246 y 257. Diario de Zaragoza, 25 de noviembre y 15 de diciembre de 1835. Diario Constitucional de Zaragoza, 14 de enero de 1837.

14 Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 256-261 y 270-333.

15 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 15-26. Fernández de San Román, E., marqués de San Román, Guerra civil... v. 1, p. 22.

16 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 28-31.

17 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 45-50. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... pp. 146-148. Segura, J., Morella... v. 4, pp. 123 y 124. Diario Mercantil de Valencia, 30 de junio de 1836. Monfort, A., Historia de la real villa de Villafranca del Cid, Valencia, Ayuntamiento de Villafranca del Cid, 1999, pp. 567, 568 y 581.

18 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 39-41. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... pp. 192 y 193. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales... pp. 201 y 202.

19 Pirala, A., Historia de la guerra... v. 3, pp. 70-74. Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 31-33.

20 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 27, 44, 53-57, 67, 68 y 84-89. Diario Mercantil de Valencia, 24 de julio de 1836. Diario de Avisos de la Ciudad de Valencia, 20 de septiembre de 1836.

21 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 89-139. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 3, p. 147.

22 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 142-145, 149 y 153.

23 Boletín Oficial de la Provincia de Castellón de la Plana, 13 de diciembre de 1836. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales... p. 21. Segura, J., Morella... v. 4, pp. 146 y 147.

24 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 156-159. Calbo y Rochina. D, Historia de Cabrera... p. 247.

25 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 169-189, 192 y 194-203.

26 Pirala, A., Historia de la guerra... v. 4, pp. 379 y 390-394. Diario Mercantil de Valencia, 14 de marzo de 1837.

27 Archivo Histórico de Orihuela, legajo D 1144. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... pp. 270-277.

28 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 211-213, 217-220, 222 y 321-323. Archivo General Militar de Segovia, primera sección, legajo C-91.

29 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 191, 192, 206, 207 y 222. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales... pp. 16-18, 21 y 22. Diario Mercantil de Valencia, 18 de mayo de 1837.

30 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 231-237, 247-257 y 260-277. Fernández de San Román, E., marqués de San Román, Guerra civil... v. 1, pp. 136-142 y Diario Mercantil de Valencia, 12 de julio de 1837.

31 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 3-33.

32 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 33-59.

33 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 72-80 y 83-84. Fernández de San Román, E., marqués de San Román, Guerra civil... v. 1, pp. 264 y 298-309.

34 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 89-90, 94 y 99-100. Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, vigilancia, caja XV-1026, legajos 140 y sin catalogar.

35 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 118-129, 138-154, 236, 272, 273 y 546. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 5, pp. 92 y 287. Diario Mercantil de Valencia, 22 de junio de 1838.

36 Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales... pp. 161-170. Córdoba, B., Vida militar... v 3, pp. 106-112.

37 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 158-172 y 176-179.

38 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 189-197, 225-227 y 229-231. Diario Mercantil de Valencia, 3 de junio de 1838.

39 Fernández de San Román, E., marqués de San Román, Guerra civil... v. 2, pp. 109-119. Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 252, 261, 269 y 292-293. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales... p. 166.

40 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 270-373.

41 Córdoba, B., Vida militar... v. 2, pp. 41 y 197 y v. 3, pp. 382, 389-394, 417, 426, 428-438, 450-463, 466-478 y 483-506. Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. M., Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, Zaragoza, Institución Fernando el Católico y Diputación de Zaragoza, 2006, pp. 220 y 232. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 5, p. 142. Diario Mercantil de Valencia, 16 de abril de 1839.

42 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 478-481 y v. 4, pp. 3-7, 25, 26 y 491. Von Rahden, W., Cabrera. Erinnerungen aus dem spanischen Bürgerkriege, Frankfurt, Wilmans., 1840, pp. 304-307.

43 Diario Mercantil de Valencia, 17 de abril de 1839. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 5, p. 300.

44 Von Rahden, W., Cabrera. Erinnerungen... pp. 326, 327 y 405. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 5, pp. 308 y 309.

45 Córdoba, B., Vida militar... v. 4, pp. 72-82, 85-93, 106-114, 118-122 y 478-481. Von Rahden, W., Cabrera. Erinnerungen... pp. 429-455, 465, 466, 480-482 y 489. Von Goeben, A., Cuatro años en España. Los carlistas, su levantamiento, su lucha y su ocaso. Esbozos y recuerdos de la guerra civil, Pamplona, Institución Príncipe de Viana y Diputación Foral de Navarra, 1966, pp. 310-312. Diario Mercantil de Valencia, 1 de junio de 1839.

46 Von Rahden, W., Cabrera. Erinnerungen... pp. 497-501. Córdoba, B., Vida militar... v. 4, pp. 137-139.

47 Córdoba, B., Vida militar... v. 4, pp. 82, 119, 147-149, 167 y 183. Von Rahden, W., Cabrera. Erinnerungen... p. 511. Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. M., Historia de la guerra... p. 255. Archivo del Reino de Valencia, propiedades antiguas, legajos 196, 229, 250, 407, 471, 572, 592, 615, 659 y 728. Diario Mercantil de Valencia, 30 de octubre de 1839.

48 Córdoba, B., Vida militar... v. 4, pp. 187-207, 215-217, 221, 222, 228-230 y 320-322. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 5, p. 566.

49 Córdoba, B., Vida militar... v. 4, pp. 240, 241, 271, 272, 287, 300, 317, 327 y 340. Diario Mercantil de Valencia, 23 de marzo, 22 de abril, 23 de mayo y 10 de junio de 1840.

50 Córdoba, B., Vida militar... v. 4, pp. 323-325, 335-339, 343-359, 366-367 y 370-378. Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... pp. 526-543 y 572.

51 Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1838, folios 39 y 149. Diario de Valencia, 22 de febrero de 1834. Boletín Oficial de Valencia, 14 de marzo de 1834, 20 de enero, 27 de octubre, 3 de noviembre de 1835, 5 de diciembre de 1837 y 12 de enero de 1838. Diario Mercantil de Valencia, 14 de noviembre de 1835. Boletín Oficial de la Provincia de Castellón de la Plana, 27 de noviembre y 1 de diciembre de 1835.

52 Boletín Oficial de Valencia, del 25 de abril de 1837 al 26 de abril de 1840. Diario Mercantil de Valencia, 31 de marzo de 1838 y 19 de junio de 1839. Bullón de Mendoza, A., La primera guerra carlista, Madrid, Universidad Complutense, 1992, p. 167.

53 Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1836-1837, p. 377. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 4, p. 379. Bullón de Mendoza, A., La primera guerra... p. 149.

54 El Turia, 26 de enero, 12 y 22 de febrero de 1834. Diario Mercantil de Valencia, 27 de agosto de 1835. Boletín Oficial de Valencia, 25 de diciembre de 1835, 19 de mayo y 5 de diciembre de 1837. Duncan, F., The english in Spain, Londres, John Murray, 1877, pp. 333-336. Chust, M., Ciudadanos en armas. La milicia nacional en el País Valenciano (1834-1840), Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1987, pp. 28, 34, 53, 59, 60, 66, 72 y 87-89.

55 Boletín Oficial de Valencia, 15 de septiembre de 1835 y 7 de mayo de 1839. Diario Mercantil de Valencia, 5 de septiembre de 1835, 31 de diciembre de 1838, 25 de noviembre de 1839 y 16 de enero de 1840. Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1839, folios 64 y 238. Bullón de Mendoza, A., La primera guerra... p. 189.

56 Córdoba, B., Vida militar... v. 3, p. 261. Bullón de Mendoza, A., La primera guerra... pp. 178, 179, 189 y 198. Canales, C., La primera guerra carlista 1833-1840. Uniformes, armas y banderas, Madrid, Ristre, 2006, pp. 33 y 39.

57 Córdoba, B., Vida militar... v. 1, pp. 186, 189 y 190 y v. 2, p. 61. Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. M., Historia de la guerra... pp. 120 y 205. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 3, p. 140.

58 Archivo de la Diputación Provincial de Valencia, B-4, quintas, milicias provinciales, cajas 5, 6, 7, 8, 9, 10 y 11. Boletín Oficial de la Provincia de Castellón de la Plana, 15 y 17 de enero de 1836. Diario Mercantil de Valencia, 3-8 de noviembre de 1837, 25, 26 y 30 de agosto de 1838. Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 478-480. Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. M., Historia de la guerra...pp. 136 y 205. Boletín Oficial de Valencia, 19 de mayo de 1837. Chust, M., Ciudadanos en armas...pp. 37, 38, 43-45, 74-76 y 103.

59 Archivo Municipal de Culla, caja 134, legajo 2. Archivo Municipal de Castellfort, caja 93. Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1836-1837, pp. 698 y 88 bis. Diario Mercantil de Valencia, 11 y 16 de marzo de 1838, 20 de enero de 1839. Diario Constitucional de Zaragoza, 4 de enero y 13 de febrero de 1840. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 4, p. 407 y v. 5, pp. 46 y 47.

60 Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1836-1837, pp. 237, 238, 309, 375, 377, 388, 445, 507, 508 y 251 bis. Diario Mercantil de Valencia, 21 de febrero, 11 y 15 de marzo de 1838. Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. M., Historia de la guerra... p. 118. Fernández de San Román, E., marqués de San Román, Guerra civil... v. 1, pp. 186, 191-194 y 358-366.

61 Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1836-1837, p. 91 bis y colección de actas de 1839, folio 74. Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 375-377. Diario Mercantil de Valencia, 2, 13, 15, 16 y 19 de febrero de 1839.

62 Archivo de la Diputación Provincial de Valencia, B-4, quintas, milicias provinciales, cajas 5, 6, 7, 8, 9, 10 y 11. Archivo de la Diputación Provincial de Castellón de la Plana, colección de actas de 1839, folio 13. Diario Mercantil de Valencia, del 4 de abril al 11 de julio de 1836. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 3, p. 131 y v. 5, p. 309. Chust, M., Ciudadanos en armas... pp. 43, 44 y 52. Bullón de Mendoza, A., La primera guerra... pp. 186 y 187.

63 Diario Mercantil de Valencia, 18 de agosto de 1839. Córdoba, B., Vida militar... v. 1, p. 262. Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. M., Historia de la guerra... pp. 142 y 143.

64 Archivo de la Diputación Provincial de Valencia, A. Central 8, cárceles y correcciones públicas 1, expedientes generales, cajas 5 y 7. Córdoba, B., Vida militar... v. 3, pp. 429, 478, 484-486 y 496. Segura, J., Morella... v. 4, p. 87.

65 Una reunión de amigos colaboradores, Panorama español... v. 2, pp. 86 y 91.

66 Von Rahden, W., Cabrera. Erinnerungen aus dem spanischen Bürgerkriege, Frankfurt, Wilmans, 1840, p. 364.

67 Calbo y Rochina, D., Historia de Cabrera... p. 345.

68 Boix, V., Historia de la ciudad y reino de Valencia, Valencia, Imprenta de Benito Monfort, 1847, v. 3, p. 429. Pirala, A., Historia de la guerra... v. 5, p. 287. Flavio, E., conde de X***, Historia de Don Ramón Cabrera, Madrid, Establecimiento Tipográfico-Editorial de G. Estrada, 1870, v. 1, p. 469. Romano, J., Cabrera. El Tigre del Maestrazgo, Madrid, Imprenta de Juan Pueyo, 1936, p. 195.

69 Ferrer, M., Acedo, J. y Tejera, D., Historia del tradicionalismo... v. 18, p. 188.

70 Bullón de Mendoza, A., La primera guerra... p. 300.

71 Canales, C. y Carrasco, J. C., La primera guerra carlista 1833-1840. Uniformes, armas y banderas, Madrid, Medusa ediciones, 2000, p. 41. Moral, A. M., Las guerras carlistas, Madrid, Sílex, 2006, p. 53.

72 Rújula, P., Ramón Cabrera. La senda del Tigre, Zaragoza, Ibercaja, 1996, p. 57.

73 Urcelay, J., El Maestrazgo carlista, Vinaròs, Ediciones Antinea, 2002, p. 281. Sauch, N., Guerrillers i bàndols civils entre l’Ebre i el Maestrat: la formació d’un país carlista (1808-1844), Barcelona, Publicacions de l’abadia de Montserrat, 2004, p. 137.

El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840)

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