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Prólogo

Imaginar es ver. Es una forma de ver. La diferencia entre lo que imaginas y ves es la creencia de que lo que crees que imaginas es lo que realmente es y ves.

DRUNVALO MELCHIZEDEK

Cuántas veces nos hemos sorprendido soñando con un vuelo. Ya sea que volemos en un artefacto o que flotemos. La sensación de vuelo para el ser humano es por sí misma una ventana a la libertad, un breve asomo a la incomparable experiencia de estar desprendidos del suelo y romper el espacio de los límites para literalmente despegar.

Cuando éramos niños gozábamos de un permiso intrínseco para volar con nuestra imaginación comandados por el llamado del alma, con su inconfundible brújula y diseño de vuelo. Muchos o la mayoría rebasábamos las fronteras de lo imposible para hacerlo posible. Al parecer teníamos fresca una memoria que nos otorgaba la certeza de que volar era parte de lo nuestro. Cuando veíamos las caricaturas, a pesar de ser advertidos de que aquello era puro cuento, una parte nuestra guardaba con recelo la posibilidad de que eso, que parecía ajeno, de alguna forma seguía perteneciéndonos. No es fortuito que la mayoría de los niños soñaran con ser pilotos, y las niñas, aeromozas (término que se usaba en épocas pasadas).

Toño Esquinca no es la excepción. En alguna de nuestras pláticas me contó que siempre soñó con ser piloto y que más allá del uniforme elegante y atrayente, era la sensación liberadora de volar comandando una nave que lo llevara al cielo, a las nubes, incluso al espacio para tocar, aunque sea un poco, las increíbles trayectorias que forman las aves, lo que le resultaba tan incitante.

Los caminos lo condujeron por otros rumbos, sin embargo, como en muchos, el anhelo del vuelo permaneció en el cofre del tesoro escondido de los sueños del alma.

El vuelo, pues, es vuelo como tal cuando podemos realizarlo de una manera literal. Sin embargo, se abre como un abanico de infinitas posibilidades al remontarnos a nuestros sueños infantiles, cuando nos permitíamos verdaderamente volar. El vuelo se levanta al ser inocentes, al tirar nuestras cargas, al liberar el peso que verdaderamente nos mantiene atados con una fuerza mucho mayor a la de la gravedad: nuestros propios límites.

A lo largo de su trayecto y a pesar de nunca haberse graduado como piloto, Toño ha descubierto que la verdadera forma de volar puede encontrarse en el andar de nuestras vidas.

Este libro explora los componentes que todos como humanos tenemos ya como nuestro propio artefacto de vuelo: nuestra tecnología interna, que está diseñada para mucho más de lo que ahora, como adultos, creemos que sabemos.

Con un tono suave y ameno, Toño describe el plano de nuestro propio instrumental de vuelo recopilado a través de enseñanzas de distintas tradiciones espirituales y experiencias personales, que deriva en una propuesta inspiradora de un Plan de Vuelo que podemos tomar como herramienta para comenzar a arrancar motores, abrirle las puertas al incalculable poder de nuestro espíritu y emprender el vuelo de nuestro Ser hasta llegar, ¿por qué no?, al vuelo perfecto: volar con nuestro cuerpo de carne y hueso.

CLAUPATRA

Plan de vuelo

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