Читать книгу Por la vida con Séneca - Antonio Herrero Serrano - Страница 11

Оглавление

III. Combate a bordo: las virtudes contra los vicios en el vir sapiens

En la navegación no solo hay contratiempos externos, sino también internos: conflictos a bordo, discusiones y altercados debidos a las distintas situaciones y al cansancio de la duración del viaje; inestabilidad, ocasionada también por el modo de conducir el navío, sobre todo en los momentos apurados. Lo mismo sucede en la nave de la vida. Más concretamente, la pelea se da entre los vicios y las virtudes. Y el escenario o campo de batalla es el alma. Allí se despliega una verdadera Psycomachia, como la que nuestro Aurelio Prudencio describió en el poema alegórico que lleva ese título. Vicios y virtudes: contrincantes aguerridos que mutuamente defienden su propia bandera. Las escaramuzas no suelen llegar a guerra civil declarada, pero desasosiegan no poco a cada pasajero. La victoria en esos choques la va a conseguir el hombre esforzado y prudente, el sapiens o vir sapiens.

Este capítulo se detiene en esos combates de la existencia mientras va de camino hacia el puerto de la felicidad, nuestra alegórica Siracusa. Así la vida se presenta a la vez como un viaje permanente y veloz —«iter vitae assiduum et citatissimum» (Sobre la brevedad de la vida, IX, 5) y como una milicia constante: «Vivere [...] militare est» (Epístolas, lib. XVI, 96, 5).40

Curiosamente, la vida en el pensamiento de Séneca es también, desde la consideración lingüística, casi una asociación e incluso un conflicto de uves. La aliteración es patente: vitium, virtus, vir.

1. EL VICIO Y LOS VICIOS

A. CARACTERIZACIÓN

Séneca no suele inquietarse por definir con precisión los conceptos que maneja. Le agrada más presentarlos en acción, quizás a base de prosopopeyas. Con todo, en el caso del vicio, se aproxima a la definición ceñida, cuando escribe: «Es vicioso en cualquier circunstancia lo que es excesivo» (Sobre la tranquilidad del espíritu, IX, 6). Luego es vicio o vicioso lo que toca los extremos, o por exceso o por defecto. Cicerón encontraba la etimología de vitium en vitupero.41 Si bien ese origen se descarta hoy,42 es verdad que todo vicio es vituperable.

Después de esa definición, Séneca pasa a describirnos el vitium o los vitia en acción. Nos los presenta como enemigos. Son efectivamente los que llamábamos contrincantes en esa revuelta intestina abordo de la nave de nuestra existencia.

El filósofo reseña también la tipología de los vicios. Deja constancia no solo de su catadura, sino de la estrategia con que planean sus ataques: algunos son constantes; otros, intermitentes. Estos son los peores. Parecen enemigos nómadas que practican la guerrilla. Hacen muy difícil la vida: «Examinándome, se me presentaban, Séneca, algunos vicios puestos al descubierto que podría coger con la mano; otros, más velados; y en un recoveco, otros no permanentes, sino tales que se presentan a intervalos, que yo llamaría sin duda los más molestos, como enemigos caprichosos que según las circunstancias nos asaltan. Por su culpa no es posible ninguna de estas dos cosas: ni estar preparado como en la guerra, ni estar seguro como en la paz» (Sobre la tranquilidad del espíritu, I, 1).

Los vicios son, en buena medida, propios del vulgo (cf. Sobre la tranquilidad del espíritu, XV, 2), no del sapiens. Para colmo, los poetas dan pábulo a los vicios, sobre todo de la gente sencilla y crédula, echando la culpa de ellos a los dioses: «¿Qué otra cosa hacen sino inflamar nuestros vicios al asignar a los dioses como inspiradores suyos, y con el ejemplo de los dioses dar a la pasión enfermiza una licencia justificada?» (Sobre la brevedad de la vida, XVI, 5). Así que los poetas echan aceite al fuego de los vicios y dejan a la enfermedad de las pasiones amplio margen de expansión. Ningún mortal va a cercenar los vicios, muchos menos a extirparlos, cuando ve a los inmortales encenagados en ellos. En otras palabras, los dioses aumentan el morbo de los vicios, por usar la palabra de Séneca con el sentido actual.

Por otra parte, no hay que perder mucho el tiempo en analizar sus propiedades o características. Lo importante es tomar el pulso a las consecuencias de los vicios en el alma de cada uno: «En fin, son incontables las características, pero una sola la consecuencia de este vicio: sentirse a disgusto consigo mismo» (Sobre la tranquilidad del espíritu, II, 7). Así queda a la vista el resultado de esa lucha interior cuando se ha impuesto el vicio: nada de alegría para el espíritu, sino insatisfacción del alma ante la constatación de la propia vileza, pues ha preferido el mal al bien. Séneca traza este triste diagnóstico para el hombre cuando cede ante los vicios y deja la virtud: «Nihil est cuique se vilius: nada hay más vil para cada uno que él mismo» (Epístolas, lib. V, 42, 7). Frase sapiencial y lapidaria, tan del gusto literario del filósofo.

En efecto, el precio que se debe pagar por los vicios es alto, pues dejan al hombre vilipendiado. Séneca lo contrapone con el tributo sencillo que exige la virtud: «El cuidado de todas las virtudes es fácil; en cambio, el cultivar los vicios es caro» (Sobre la ira, lib. II, XIII, 2).

B. DE LA IRA Y OTROS VICIOS

Antes de pasar revista a los vicios, conviene comenzar por una constatación: hay tantos vicios cuantas virtudes contrarias a ellos, dato obvio apuntado ya por Cicerón.43 Esto indica que el vicio es contrario a la virtud, pero también, como reacción saludable, la hace nacer o la estimula en quien combate la mala hierba del defecto. Séneca analiza sobre todo el vicio de la ira. Dedica excepcionalmente tres libros al diálogo Sobre la ira. Una cantidad desproporcionada, si consideramos los demás tratados monotemáticos. Además, es el único cuyo título y argumento es directamente un vicio. En los otros toca varios vicios, principalmente el opuesto a la virtud protagonista: el placer desmedido, como opuesto a la verdadera felicidad, en el diálogo Sobre la felicidad; la crueldad, como contraria a la clemencia, en el Sobre la clemencia, etc. También a otros pensadores antiguos44 les llamó poderosamente la atención el vicio o pasión de la ira; el más cercano en el tiempo fue Cicerón, que le dedica espacio en el libro IV de las Disputaciones Tusculanas, al hablar de las perturbationes o pasiones45 del alma, sobre todo en el caso del sapiens.

¿Por qué este interés en estudiar y diagnosticar la ira? La razón hay que buscarla en la irracionalidad de esa pasión. Estar en posesión de la ira es haber dejado el reino de lo racional para caer en el del instinto y en el de la locura. El airado es un loco, o como un loco, como un animal furioso; una especie de animal momentáneo, mientras sea presa de la ira. El animal rationale cuando es presa de la ira se queda solo en animal, en irrationale. No es dueño de sí, sino esclavo del instinto. Cicerón lo caracteriza así: «Afirmamos que los airados han salido fuera de su propio dominio; es decir: del sentido, de la razón, de la mente. Pues su propio dominio debe residir en todo su espíritu».46 De ahí la definición que traza Séneca sobre la ira: «Algunos de los hombres sabios llamaron a la ira locura pasajera» (Sobre la ira, lib. I, I, 2).47 Caracterización que se fija principalmente en la reacción desproporcionada del agraviado ante la injuria recibida. Por eso, en cierto sentido, la ira es la pasión y el vicio más abyectos. Es un concentrado de todos los demás vicios. En consecuencia, indigna diametralmente del sapiens, hombre en todo atenido a la ratio y que, ni por descuido de un segundo, cae en lo irracional.

Por la vida con Séneca

Подняться наверх