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Nota introductoria
De triunfos, derrotas y el príncipe con mil enemigos

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Antonio Ortuño es un gran prosista, atributo que, supongo, deberíamos esperar de cualquier escritor. Sin embargo, no pasa así. Es común que se publiquen libros apresurados, de prosa oscura o, peor, descuidada. Hay ejemplos famosos de libros premiados en concursos dotados generosamente que tienen una prosa plagada de palabras mal puestas. Son así por culpa de la patanería del autor, el corrector, el editor y también por la avaricia. Libros como salchichas de pavo. Los de Ortuño, al contrario, están cuidados con esmero detallista. Es un escritor de prosa precisa que requiere que todo ande bien: parece tan simple.

Cada tanto debemos ventilar las palabras para que nombren nuevamente el mundo. Eso hace Ortuño, cada vez con mayor dominio. Vean sus adjetivos, los sustantivos cómicos que atentan con elegancia contra los sustantivados. Evita las descripciones genéricas y logra echar luz a sus párrafos. Una prosa luminosa abre la puerta para hablar de todo. Y Ortuño, además de prosista, es un gran narrador. La claridad de sus palabras le funciona para poner en el escenario a personajes muy variados: tortugas inmensas y enfermas ("La Señora Rojo"); un juez, un vasallo y un can, que terminan cediendo, como Ibargüengoitia en la "Ley de Herodes", ante la derrota ("Historia del cadí, el sirviente y su perro"); un hijo que traiciona la voluntad materna con el dinero que le da su padre culposo ("Agua corriente"); una prostituta golpeada en un motel que termina cobrando una pequeña y brutal venganza ("El trabajo del gallo"); un jardín mal puesto que sirve como excusa para lograr una reunión con la mujer deseada ("El jardín japonés"); y, claro, un escritor que se abre camino en la vida entre fracasos, abandonos, muertes, estulticia, violencia (todos los cuentos de La vaga ambición). Sus personajes son rebeldes, inconformes, crueles y vehículo de la ironía y el sarcasmo: Ortuño los pone a danzar para que soltemos carcajadas ante su desgracia.

"Masculinidad" cuenta un día en la vida de un periodista que, en sus propias palabras, es "un hombre". Y así le va. Sus desgracias se deben, en buena medida, no a la mala suerte, que se presenta en forma de derrota futbolera y un intento de asalto, sino a su estúpida masculinidad, de la que Ortuño se mofa palabra tras palabra.

"El Grimorio de los Vencidos" narra la batalla mágica entre un hombre desventurado, al que su mujer engaña con un mago, cuyo truco central es hacer nevar, y el mentado mago. Uno se las sabe todas, el otro debe recurrir a buscar un manual de magia, el famoso Grimorio de los Vencidos, del que rescata la receta que le ayudará a recuperar a su mujer, todo entre humillaciones y derrotas grotescas que, más que conmover, mueven a la risotada. De todo esto resulta que el verdadero mago es Ortuño, al transmutar la adversidad del cornudo en ironía.

"El príncipe con mil enemigos" es pieza clave de La vaga ambición, libro de cuentos que resultó ganador de la quinta edición del importante premio Ribera del Duero. Es fundamental por la conceptualización del libro que, a diferencia de los compendios de relatos, se compone de cuentos, que si bien funcionan como unidad, hilvanados cuentan una historia más amplia: la de la vaga ambición de Arturo Murray, un muchacho de padre ausente que termina convirtiéndose en escritor. Por supuesto, los escritores tienen vida más allá del escritorio y a lo largo de los relatos conocemos las desgracias de la vida familiar de Murray y también sus pequeños triunfos y sus inmensas derrotas. Todas estas vicisitudes son divertidísimas, grotescas y, en el momento preciso, conmovedoras. Los primeros cuentos de La vaga ambición nos hablan de un Murray joven que va abriéndose camino en eso de ser escritor. Y ya cuando llegamos a "El príncipe con mil enemigos", quinto cuento de seis, vemos al escritor en una gira llena de fracasos y torpezas. Es pieza clave porque es donde todo se redondea y se hace la luz: es mordaz al describir la vacuidad de la relación de los escritores con los medios, con otros escritores, con el público de las ferias de libro.

No quiero echarles a perder las carcajadas, pero citaré brevemente dos momentos del cuento: La aparición del músico Pájaro Cu, que a diferencia del escritor, mueve multitudes y va por la vida como desentendido, como si no supiera que ahí donde se presenta hay escritores hambrientos de público que lo miran atónitos y celosos; escritores que quieren mover masas como rockstars pero que no convocan ni a sus pocos lectores, y van de escenario en escenario buscando auditorios llenos, aunque sea de acarreados: más valen cien muchachos aburridos que el vacío, piensan. El personaje de Ortuño es menos pretencioso, de todas formas detesta a Pájaro Cu.

En otro momento Murray acude a una librería para que lo entreviste un periodista que, por supuesto, no ha leído su novela. Mientras espera el inicio del show, decide comprar un libro de adiestramiento canino para sus hijas, que tienen un pequeño sabueso, y esa elección desencadena un hermoso enredo que además de hacerlos reír, seguro los llevará también al desasosiego. Nada es como parece, siempre es peor. Y luego el cuento nos conmueve hasta las lágrimas con un cierre preciso y doloroso con el que, les decía, se redondea el cuento y también el libro. Ortuño es un gran cuentista que entiende que escribir es, como dice la madre de Murray: "la vaga ambición de guerrear contra mil enemigos y salir vivo". De la batalla de escribir, por supuesto, Ortuño sale vivito y coleando.

L. M. Oliveira

Antonio Ortuño

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