Solidarios

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Автор книги: id книги: 1963768     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 592,69 руб.     (6,45$) Читать книгу Купить и скачать книгу Электронная книга Жанр: Зарубежная психология Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9788432153211 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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Este libro presenta la trayectoria vital de cinco personalidades actuales que, mediante libros, artículos, discursos o películas, comparten la misma convicción: la existencia humana no puede concebirse sin los demás.
Svetlana Alexievich, historiadora y periodista, ha puesto voz a las pequeñas voces. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, subrayó siempre que la diversidad cultural es una riqueza y no una amenaza. Mahamat Saleh Haroun, cineasta, ha sabido plasmar en sus películas el dolor de los pobres y los humildes en África. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, incansable en su defensa de la paz como mediador de conflictos armados. Y finalmente, Antoinette Kankindi, profesora de Ética y filosofía política, y apasionada defensora de la mujer.
Cinco hombres y mujeres que han sabido practicar, de palabra y de obra, la solidaridad.

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Antonio R. Rubio Plo. Solidarios

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ANTONIO R. RUBIO PLO

La vida más allá de uno mismo

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La guerra de Afganistán produjo más de quince mil muertos entre el medio millón de militares soviéticos desplazados al frente. La propaganda oficial hablaba de que estaban cumpliendo un deber internacionalista, pues la URSS estaba ayudando a un pueblo hermano a construir puentes, carreteras y escuelas. Sin embargo, a los soldados no se les exigía pensar en estos temas. Debían limitarse a marchar con rapidez y adquirir una buena puntería. Sus mandos se encargarían de pensar por ellos. Esta conducta mecánica es un modo inexorable de volverse escéptico. Un combatiente soviético en Afganistán terminaría fácilmente por no creer en que lo que hacen los nuestros es siempre lo correcto y a cuestionar la verdad de lo que cuentan los periódicos y la televisión. Las consignas se dieron de bruces con la realidad cuando un soldado tenía que rematar a un amigo al que traían con la barriga destrozada. Hay que destacar también en el libro el testimonio de una madre de un excombatiente, hijo único. El joven, traumatizado por sus experiencias de combate, mató y descuartizó a uno de sus antiguos compañeros de armas. Ese hijo terminaría en la cárcel, con todos sus miembros intactos, pero con la mente alterada. La madre confesará amargamente que envidiaba a las otras madres cuyos hijos volvieron sin piernas, pero al menos pudieron quedarse a vivir con ellas.

En Los muchachos del zinc aparece una enfermera a la que dieron la estricta orden de no compadecerse del enemigo. Sin embargo, el sentido común de esta mujer le indica que es precisamente la compasión le da las fuerzas necesarias para soportar todo lo que está viviendo. La alternativa contraria supondría que los seres humanos se quedarían anclados en el odio, lo que lleva a la pérdida de la razón, o a la búsqueda de evasiones como las drogas, esa vana ilusión de intentar liberarse de todo. En otro pasaje, Alexievich dice que la guerra no hace mejor a un hombre: lo hace peor, y además nunca será el hombre que era anteriormente. Toda esta situación probablemente deba mucho a lo que se ha inculcado a los soldados desde la cadena de mando: queda prohibido ver a los enemigos como a seres humanos. Si no fuera así, los soldados serían incapaces de matar. La guerra concede licencia para matar. Un hombre que en tiempos de paz sería un asesino, cuando mata está ejerciendo la “santa tarea masculina”, en expresión de Svetlana Alexievich. Se limitaría a cumplir un deber filial para con la Patria y a defender al pueblo. Sin embargo, el odio engendra odio. Sobre este particular, una enfermera transmite un testimonio desgarrador: una anciana afgana estaba tumbada sobre la mesa de operaciones para ser curada de una herida en una arteria. Hubo un momento en que parecía que la mujer intentaba decir algo, pero lo que hizo fue escupir a los que la estaban asistiendo. Su dolor era más inmenso que su propia vida.

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