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Chapter Cuatro

2. El Jefe

Ámbar apresuró su paso ignorando todo lo que sucedía en el cuarto que obraba las veces de desayunador. Al no poder hablar de sus vidas personales los temas de conversación no eran demasiados, no necesitaba prestar atención ya que esa rutina la conocía de memoria: cafés recién servidos; Peter, Michael y John hablando de deportes y comentando los resultados de los partidos del día anterior; Agnes y Mary hablando del último episodio de la serie que estuviera de moda; y las críticas al hombre encargado del destino de todos ellos: «el jefe».

--Ten cuidado parece que ya sabes quién hoy no está de buen humor --escuchó a Mary cuando le advertía a Peter en voz alta. Solo para que ella escuchara y se hiciera cargo del clima hostil que había generado la semana anterior-- para variar, hoy también será un día difícil.

La joven nunca se mostró interesada en los comentarios de pasillo por lo que siguió caminando como si nada. Estaba concentrada en su objetivo; sentía que luego de cinco años en la agencia ya había demostrado con creces su capacidad y no tenía que darle explicaciones a nadie, obviamente ya estaba lista para mayores desafíos.

Ámbar estaba cerca de cumplir los treinta años. La edad le sentaba muy bien y tenía unos hermosos ojos verdes que resaltaban con su cabellera oscura. Podríamos describirla como una típica muchacha similar a las chicas de su edad: un poco callada, un poco reservada, un poco esto, un poco aquello; no le gustaba participar de charlas grupales con sus compañeros, mucho menos individuales, ni siquiera con los que la rodeaban y formaban parte de su estrecho círculo de trabajo; lo único que se le escuchaba decir a diario era: «buenos días» o «buenas tardes». Nada más que lo justo y necesario para no parecer descortés y solo mantenía conversaciones que tenían que ver con temas estrictamente laborales. Eso sí, una cosa no quitaba la otra, siempre se la podía ver muy elegante, increíblemente bien vestida, arreglada y maquillada como para ir de fiesta, o al menos es lo que pensaban sus dos compañeras, Agnes y Mary, que no perdían oportunidad de hacerle notar al resto de los muchachos lo superficial y vanidosa que lucía Ámbar.

--No me sorprende que esta unidad esté a punto de disolverse --Agnes, la más veterana de ellas destilaba su veneno contra su compañera-- deberían traer agentes preparados en lugar de modelos de alta costura, sería una forma de demostrar un poco de respeto por todos nosotros.

Las normas para ingresar y permanecer en el equipo eran rigurosas, como la de cualquier cuerpo de élite. No podían ser más envidiados porque pocos sabían de su existencia. Hasta entre ellos mismos eran reservados. Sus nombres eran falsos y la persona a cargo de la unidad se la conocía solamente como «el jefe». Se utilizaban todos los recursos para proteger a estos agentes, no era de extrañar entonces que no hubiera objetos de afección en sus escritorios, mucho menos fotos de familiares. Cosa que le venía muy bien a Ámbar, aprovechaba todo esto para no hablar casi con nadie y quedar a salvo bajo la excusa del «protocolo de seguridad». Hasta la estructura del edificio ayudaba bastante.

Peter, Michael y John dejaron de hablar de inmediato al escuchar a su compañera. Ya estaban cansados de las dos mujeres que lo único que hacían desde hace cinco años era criticar y criticar a la señorita Stone.

--Ten cuidado con tus comentarios, no sea cosa que se te atraganten tus palabras, desde que llego Ámbar lo único que haces es ejercitar tu lengua junto a tu dama de compañía --Peter uso toda la ironía del mundo especialmente con su cara.

--No sabía que Stone necesitaba que la protejan --Mary «la dama de compañía» de Agnes, le soltó la frase como un guantazo a Peter.

--Si ustedes dos se dedicaran a trabajar un poco más en lugar de hablar tanto, seríamos la mejor división de espías de todo el mundo. Hagan el favor de resolver el caso de las vacunas adulteradas primero y luego opinen. Les recomiendo no decir más tonterías, al menos que quieran enfrentarse a una denuncia interna por malos tratos y les juro que soy capaz de presentar una y de Nivel IV.

De ninguna manera nadie se atrevería a presentar un formulario de investigación interna acusando a un compañero de violación al protocolo de buenas normas de conducta, o al menos nadie lo había hecho todavía, ni siquiera contra esas dos; por otro lado, ninguno de los que formaban parte del equipo necesitaba que alguien los defendiera, todos eran lo suficientemente capaces de lidiar con sus propios demonios, de lo contrario nunca hubieran podido pasar las duras pruebas de ingreso.

El clima interno se había enrarecido al llegar Ámbar, hace ya casi cinco años. Había generado un gran revuelo, especialmente porque apareció de un día para el otro y «como la única y principal asignada en la investigación del mayor caso de corrupción de la historia de la agencia». Para peor, solo unos días antes de eso también había sido asignado a esta unidad «el jefe», así que los dos eran novatos a los ojos del resto.

Se podía decir que Ámbar despertaba todo tipo de pasiones, algunos la adoraban, otros simplemente la odiaban y eso incluía al gran conductor de ese equipo, pero desde el incidente entre ellos dos que había concluido con el portazo de Ámbar, habían pasado a otro nivel de enfrentamiento y ambos estaban intratables.

Ella pasaba sobre todo eso sin que le molestara, no estaba allí para hacer amigos, mucho menos para recibir aprobación. Esa joven tenía las cosas claras y no podía detenerse ante nada. Con el tiempo había logrado tener control sobre sus emociones. Lo único que no podía evitar era una especie de mantra, casi sin darse cuenta solía acomodarse su cabello sobre sus hombros, un gesto típico de ella, un tic reiterado como si fuera un ritual que le proporcionara inteligencia extra a la hora de pensar; solo que, al ser tan bella, lejos de molestar cautivaba a los hombres de la agencia. Ellos estaban acostumbrados a tratar con mujeres como Mary y Agnes, amargadas, filosas, desagradables. En definitiva, todo era causa y efecto, era inevitable que la joven llamara tanto la atención.

-- ¿En qué ha quedado ese asunto de la droga de alto rendimiento deportivo que daña la vista? --el veterano Michael hizo un esfuerzo para suavizar el tenso ambiente.

--Estamos estancados --John frunció el ceño y se rascó la cabeza, sabía que Michael estaba cambiando de tema, pero le hizo recordar su frustración y sus flojos resultados del último año y hablar de casos inconclusos o de investigaciones a medias no ayudaba en nada.

Como en todo trabajo de equipo, a la hora de repartir triunfos todo era sonrisas y aplausos, pero cuando las cosas no resultaban como se esperaban, aparecían los reproches y el pedido especial para que rueden cabezas por el aire. Todos intuían que estaban bajo la atenta mirada de varios directivos de alto rango, especialmente por la juventud del responsable de la unidad, quién era el primero en saber que su posición era la más comprometida y detestaba la pérdida de tiempo y sobre todo los dimes y diretes organizados desde el seno mismo de su equipo.

A pesar de sus treinta y pico de años, tenía un marcado liderazgo y don de mando natural. Bastó su sola presencia en la sala y sin decir una palabra, todos se callaron y apresuraron el ritmo cansino de la mañana.

El joven también intimidaba con su físico. Era alto, cabello oscuro que le daba un aspecto de rudeza adicional, ojos azules de mirada profunda y en comparación a los otros tres hombres que superaban los cincuenta y ya tenían el pelo algo entrecano, parecía un atleta de alto rendimiento.

Al jefe no le gustaban que su equipo tuviera esos excesivos tiempos de descanso. Sabía todo lo que pasaba en la agencia de sobra, de hecho, tenía montado en su escritorio un cuidadoso sistema de vigilancia de cada una de las salas del lugar, así que dejaba que se reunieran un poco, de tanto en tanto, pero siempre que todo fuera acompañado por buenos resultados, cosa que parecían no suceder por esos días.

--Les recuerdo que debemos resolver algún otro caso antes que termine el mes. Ya no puedo tolerar esta falta de compromiso de ninguno de ustedes, o se creen que estamos en una agencia de investigaciones secreta solo porque el gobierno no sabe en que gastar el dinero de su presupuesto de defensa --irrumpió con actitud desafiante y mirando especialmente a Mary y Agnes. Ambas se levantaron en milésimas de segundos al saberse en falta.

--Qué les dije, el jefe hoy se las trae. Apenas lo vi entrar, sabía que íbamos a tener un día complicado --murmuró Peter a John, aun sabiendo que si lo escuchaban podía tener consecuencias.

--En media hora reunión de emergencia. Quiero a cada uno de ustedes con el detalle y avances de lo que han hecho en estas semanas. ¡Vamos que esto no es un club de veraneo! --pareció no importarle la resolución del caso "Presblers", el mayor de la historia y dio a entender que se venía una revisión de las actuaciones de cada uno de ellos.

Los cinco se apresuraron y comenzaron a mover expedientes. Peter fue el primero en sacar carpetas de color azul, Michael estaba demorado porque no podía destrabar su cajonera, John pasaba hojas de un expediente a otro, Mary cerró su cajón y se escuchó el pitido dando a entender que ya había sido bloqueado el sistema de seguridad y Agnes recién estaba acomodándose en la silla. Ámbar por el contrario ya hacia un buen rato que estaba en su lugar y miró la escena en forma descuidada, se detuvo un segundo en Peter, que era con el que más empatía sentía buscando una explicación a lo ya obvio para ese momento.

La rutina de seguridad era abrumadora, no podían dejar ningún papel fuera de los cajones que estaban bloqueados con un delicado dispositivo de seguridad que solo podía destrabar cada usuario con su huella dactilar. Lo mismo que cada una de las Laptops o cualquier elemento que pudiera tener información. No les estaba permitido compartir todos los datos entre ellos.

--Dinos que has logrado algo más esta semana, solo tú puedes salvarnos de esta --Peter colocó sus dos palmas enfrentadas bajo su barbilla, suplicándole a la muchacha un as bajo la manga y exagerando la modulación de su boca para que pudiera captar el lenguaje desde la distancia.

No estaba equivocado, si alguien podía hacerlo, esa era Ámbar. Tal como venía sucediendo en los últimos días, parecía que era la de más años de experiencia. Definitivamente no era un golpe de suerte, o mejor dicho varios; a su talento natural se le sumaban muchas horas de completa dedicación.

Un capítulo aparte merecía la máxima autoridad del lugar: «el jefe»; él era diferente al resto y por eso estaba a cargo. Su nivel de exigencia era infinito, pero primero lo era consigo mismo, de ahí que se creía con todo el derecho para exigirles a los demás la misma entrega. Sabía los recursos con los que contaba y se sentía a gusto con ellos, solo le parecía que eran un poco lentos para estos tiempos tan difíciles que les tocaba vivir, además era de la idea que un poco de motivación extra le vendría muy bien a sus muchachos, especialmente a Peter.

Desde ya que le quedaba muy claro quién era su mejor hombre o, mejor dicho, su mejor mujer. El sí podía ver más allá de la figura delicada y bella de Ámbar. Era uno de los pocos que notaba lo brillante que era la muchacha. La mayoría se quedaban estancados en lo superficial, en lo obvio, y no le daban el crédito que realmente se merecía, pero nunca lo reconocería delante de alguien más y mucho menos se lo diría a ella.

Para la agencia también había sido un gran acierto su incorporación, desde su llegada, habían resuelto la entramada madeja entre corporaciones Prescott y Glambers, nada especial para una división independiente y aislada con jurisdicción internacional. A base de un trabajo de equipo que se dividía principalmente en los que estaban apostados en la oficina y aquellos que comprometían su vida en trabajo de campo, solo necesitaban mostrar algo de tanto en tanto o simplemente dar un gran golpe para que nadie más dudase de ellos.

Antes de la llegada del jefe, se habían tomado demasiado en serio el tema del ultrasecreto, tal así que había más expedientes archivados que hormigas en un hormiguero. La mayoría de los casos eran un secreto hasta para ellos mismos, ni siquiera estaban bien clasificados, solamente amontonados en un archivero gigantesco con numeración por orden de llegada, con una descripción más que pobre y elemental, solo nombres, fechas y lugar donde había sido cometido el «supuesto fraude o delito», muy bien guardados y con acceso solo a los autorizados. Él modificó todo y le asignó a cada agente sus investigaciones. Cada uno era responsable por el seguimiento y resolución de estos y debían conocerlo a perfección, salvo para Stone, ella solo tenía un solo expediente.

La falta de resolución de casos espectaculares y la extrema reserva del gobierno sobre esta unidad, complicaba la concesión de un presupuesto mayor y todos los recursos para el trabajo de campo se habían asignado al caso «Plesbers». Los cambios de administración hacían que los fondos fueran cada vez más difíciles de obtener, la mayoría no sabían que existían ni qué servicio prestaban y muchos temían la idea de tener a un cuerpo de expertos investigando delitos en todas las esferas. A este ritmo no sobrevivirían mucho más tiempo. Con tan solo diez años de existencia, la agencia estaba en peligro de extinción.

«El jefe» no solía quejarse, a excepción del día que asignaron a la unidad a la señorita Stone, eso fue como la gota que colmó el vaso. Si no hubiera sido el joven brillante que todos estaban esperando para el puesto, muy probablemente lo hubieran despedido. De nada le valió la explicación sobre la financiación y el aporte de fondos extraordinarios tan necesarios para la continuidad de la agencia, ni todos los contactos y redes que podía aportar Ámbar.

Tampoco le pareció buena idea trabajar con la joven. No había forma de hacerlo entrar en razón, para él era caer demasiado bajo. La incorporación de Ámbar, en definitiva, fue una extorsión vulgar, «una falta de ética inadmisible para la URA» (Unofficial Research Agency).

La misión era muy precisa, investigar a los poderosos, así se habían cargado a un par de políticos de baja monta, empresarios inescrupulosos y hasta supuestos hombres de fe. Por algo los miembros eran cuidadosamente elegidos y tenían que ser aprobados por el encargado de la división, jamás hasta ese momento se había puesto a nadie digitado o recomendado como lo habían hecho con Ámbar Stone, eso lo había sacado de sus casillas en más de una oportunidad.

--Encontré una posible conexión de corporaciones Glambers en incendios forestales en varios parques nacionales. Al menos tres casos en Latinoamérica, el objetivo es desforestación para construir lujosos barrios cerrados--Ámbar lo dijo en un tono suave, su sonrisa y las chispas en sus ojos eran indisimulables. Una vez más, la joven aportaba luz sobre una red que se extendía a nivel mundial tan profunda que no terminaba nunca de desarmarse.

--Tienes que explicarle al resto cómo lo haces --dijo el jefe con ironía y fue hacia ella saltando por sobre el escritorio de Peter, con Peter incluido en su silla.

Los aplausos por la acrobacia y por el resultado de la investigación no se hicieron esperar, eso incluía a Mary y Agnes. En minutos no se hablaba más de otro tema, una vez más Ámbar había opacado cualquier cosa que pudiera hacer el jefe y había dado con la punta del ovillo, trasformando una flaca carpeta en pilas de evidencia, nombres, fotos, cuentas bancarias, traspaso de fondos, la secuencia con la que habían operado, los más altos personajes involucrados, incluyendo algún que otro gobernante. Todo listo y resuelto para ser traspasado a la justicia para que continúen con el proceso.

Ámbar se levantó en silencio, fue hacia la sala desayunador y se sirvió un té de menta. Según ella era eso lo que la ayudaba a pensar y encontrar la inspiración necesaria para resolver todas las conexiones de la investigación que llevaba a cabo.

Sus compañeros tenían otra versión, para ellos era porque le dedicaba unas veinticuatro por trescientos sesenta y cinco. Es decir, las veinticuatro horas del día durante todo el año. Cuando todos regresaban a sus hogares, ella aún se quedaba trabajando en la agencia, junto con el jefe. Los únicos dos con permiso extendido para después de las cinco PM.

Desde el primer día, Ámbar estaba alojada en el piso dieciocho, ala norte, sección rouge. De alguna forma era su única preocupación, sin familia y sin otra cosa que hacer, era su única manera de hacer pasar el tiempo. Le dedicaba todo su día y sus noches a la agencia, hasta en sus sueños resolvía las cosas. Se había transformado en poco tiempo en una experta, sagaz y astuta agente. Si se le hubiera podido asignar trabajo de campo, hubiera sido una perfecta pieza para infiltrarse dentro de cualquier grupo: culta, refinada, varios idiomas, solvente en sus conocimientos de negocios, de derecho, de finanzas. Todos los requisitos para encajar dentro de las corporaciones que investigaba la URA. Visto a la distancia, el director sí había dado en la tecla. Fue una muy buena idea permitirle a la joven colaborar, solo que a «el jefe» nunca le gustaron las imposiciones de este estilo, puede que hasta no le hubiesen mentido con eso de que Ámbar tenía que trabajar junto al agente más incorruptible, frío y distante que pudiera existir. Nadie más, ese fue el requisito.

Él recordaba todo aquello muy bien, hasta lo soñaba una y otra vez. Justo a la semana de la muerte de su propio jefe en un operativo que salió mal, recibió el ofrecimiento. Un simple llamado, de esos que te cortan la respiración y te hacen pensar en todas las cosas que tienes en la oficina y como ponerlas en una caja para llevártelas a tu casa cuando te despidan. Fue todo un alivio cuando escuchó sobre todo las dos primeras frases de felicitaciones y la propuesta de estar a cargo de la división URA. Una vez que le explicaron qué era y dónde estaba, vino la peor parte, como casi siempre sucede con este tipo de nombramientos, tendría que ceder algo para ser nombrado jefe, solo una exigente condición, aceptar la incorporación de «Ámbar Stone».

Cómo olvidar aquel día. Cómo olvidar cuando en pocos minutos puedes pasar por casi todas las mezclas de emociones que puede experimentar un ser humano. Primero, sensación de vacío y miedo a quedarse sin trabajo, todo por su maldito carácter; después orgullo por ser reconocido, y siendo más joven, bastante más joven que el promedio de sus colegas; minutos más tarde, sentirse en la gloria por ser «incorruptible, frío y distante». Pero ahora se preguntaba si aquello era un cumplido o una ofensa. Y la cereza del postre, lo que le había generado una ira incontenible, y eso fue la extorsión para aceptar a Stone y el círculo vicioso, el miedo a quedarse sin trabajo por su maldito mal carácter. Sin duda, uno de esos momentos que lo recuerdas de memoria para siempre, pero ahora estaba aquí y a cargo de la vida de su equipo y con las presiones habituales de los burócratas que no saben nada del compromiso de sus hombres, no podía fracasar habiendo llegado tan lejos.

Harmonía

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