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2 HISTORIA
DE UNA
EXPULSIÓN

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Vilmos Vanczák casi nunca simuló. Casi nunca hizo echar a un rival. Casi nunca instaló su nombre en una jugada para siempre. Casi nunca vio a Lionel Messi. Y casi nunca habló con un periodista argentino. Todo lo hizo una sola vez.

Lateral por la izquierda, lo que hizo 79 veces fue ponerse la camiseta de la selección de Hungría, su país. Se retiró a punto de cumplir 35 años, en 2008. “Enfrenté a Raúl, Beckham, van Nistelrooy, Robben, Cristiano y afortunadamente a Messi, el mejor”, resume desde donde vive hoy, en Felcsút, a 40 kilómetros de Budapest, a partir de las posibilidades que otorga WhatsApp. Responde a fines de 2009, mientras trabaja como ayudante del técnico Miklós Benczés en Puskás Akadémia, último paso de su trayectoria. “A veces extraño el fútbol desde adentro. Por suerte pude empezar a trabajar inmediatamente. Fue importante para mi vida personal”, reconoce. El día después de la carrera deja mucho espacio sin llenar. A la edad en la que cualquiera está progresando en lo profesional, el ex jugador finaliza su tarea.

Vanczák enfrentó a Messi en 2005, el año en el que nos acostumbramos a ver a Leo con la camiseta argentina; el del Mundial sub 20 en Holanda, que lo tuvo como figura, goleador y campeón.

En un parate de ese Mundial, Julio Grondona viajó desde Holanda hasta la concentración de la selección mayor, que estaba disputando la Copa Confederaciones en Alemania. Apenas llegó, se sentó a una mesa con parte del cuerpo técnico. El preparador físico Eduardo Urtasún tenía relación con el presidente de la AFA: su padre Juan Carlos había sido otro de los fundadores de Arsenal de Sarandí.

–¿Qué tal los pibes? –preguntó Urtasún.

–Hay un chico que es impresionante. Desde Diego no veía a nadie igual –fue la respuesta de Julio.

Habían pasado pocos días de otra charla de Grondona, esta con un integrante del cuerpo técnico del seleccionado sub 20. En el primer partido, el chico que tanto prometía había entrado en el segundo tiempo.

–¿Por qué no juega de titular Messi? –quiso saber.

–Es más chico que el resto, Julio. Lo vamos a ir llevando de a poquito.

–De a poquito se van a volver a Buenos Aires ustedes... –recomendó a su manera el titular de la AFA.

Para el segundo encuentro, el entrenador Francisco Ferraro lo puso como titular.

No fue la única recomendación que motivó que Ferraro acelerara la inclusión del pequeño talentoso. Catorce años después, Lucas Biglia, integrante de aquel plantel campeón mundial juvenil, cuenta una historia poco conocida: “Tuvimos una reunión con el entrenador y le comentamos que le habíamos visto cosas muy interesantes. Estábamos todos, los 23 futbolistas. Sentíamos que con él seríamos otra cosa. Y desde que fue titular subió la autoestima del equipo”.

Un mes después de la coronación en Holanda, José Pekerman lo incluyó entre los 19 futbolistas convocados del exterior para la mayor. El seleccionado tenía pautado un amistoso contra Hungría para el 17 de agosto. El partido se disputaría en Budapest, en el estadio Ferenc Puskás. El periodista Hernán Claus ubicó a Messi para que contara en el diario Olé sus sensaciones tras la convocatoria: “Se me está dando todo y se lo debo a mi familia”, fueron las escuetas declaraciones de Leo desde el hotel Westin Resort, en la ciudad china de Macao, de cara al choque de pretemporada del Barcelona contra el Shenzhen Jianlibao.

Los jugadores de la selección tenían algunas referencias y pocos puntos de común con el citado por primera vez. “Un año antes, cuando yo estaba en el Espanyol de Barcelona, un chico me había saludado en un restaurante. Me dijo que había jugado en Newell’s, cruzamos unas palabras y me olvidé de él. Hasta que lo vi en aquella gira de la selección y lo reconocí. En las prácticas jugaba como en el patio de la casa”, hace memoria Maximiliano Rodríguez.

“Ya tenía idea de quién era. En noviembre del año anterior, Leo había ido a ver un Barcelona-Milan por Champions. Él todavía no jugaba y ese día yo estuve en el banco del Milan. En el vestuario preguntó por mí, lo conocí, le di la camiseta y desde ese día empecé a seguirlo”, sorprende Hernán Crespo. “Creo que no le escuché la voz en ese viaje. Ojo, el resto tampoco habrá escuchado la mía”, recuerda Lisandro López, que jugaría su segundo partido de los siete que jugó en la selección. “En los entrenamientos vimos lo mismo que habíamos visto por televisión en el Mundial sub 20: iba en el aire. El que no lo agarraba o no le pegaba, no podía pararlo”, reconoce Lucas Bernardi.

“Queríamos que se sintiera cómodo –asegura Juan Pablo Sorín, uno de los referentes principales de la selección de Pekerman–. Teníamos la preciosa responsabilidad de cuidar al que podía ser algún día el mejor jugador del mundo. Lo habíamos visto definir los partidos con el juvenil y asumir la responsabilidad de tirar dos penales en la final”.

Daniel Lagares escribió en Clarín sobre la intimidad de aquel grupo: “A la tarde, después del almuerzo, mientras los ‘grandes’ (Sorín, Ayala, Heinze) y los ‘intermedios’ (Lux, Leo Franco, Demichelis, Quiroga) celebraban la llegada de Crespo con una charla entre amigos, el pibe rosarino buscaba un lugar en el inmenso lobby, miraba si del ascensor salía Zabaleta para que le hiciera pata. Se percibe que todavía no se anima a sumarse como uno más donde están los ‘pesados’ del grupo”. Pablo Zabaleta había compartido plantel en el Mundial de Holanda: “Como capitán de aquel sub 20, había sentido la responsabilidad de hacerlo sentir a gusto. No era fácil, pero se adaptó gracias a su carácter. Siempre tuvo un gen tremendamente competitivo y, a la vez, un perfil sumamente tranquilo. En la concentración en la mayor, estábamos juntos por lógica. Para nosotros era un mundo nuevo”.

Fue en aquella nota de Clarín donde Messi dijo que se sentía cómodo “de media punta”, que no sabía si esa temporada en el Barcelona jugaría en el primer equipo o en el filial, aunque “me dieron un dorsal, el 30”, y que “sería lindo entrar un ratito y tocarla con estos monstruos”.

Pekerman dejó en el banco a la promesa y dispuso este equipo titular para enfrentar a Hungría: Leonardo Franco; Lionel Scaloni, Roberto Ayala, Gabriel Heinze, Sorín; Luis González, Bernardi, Maxi Rodríguez; Andrés D’Alessandro; Lisandro López y Crespo.

Hungría era un rival de tercer orden. Un mes después, perdería un partido clave como local ante Suecia y terminaría en cuarto lugar en su grupo de las Eliminatorias para Alemania 2006, con lo que se perdería el quinto mundial consecutivo. Su técnico era Lothar Matthäus, el histórico futbolista alemán que suma su testimonio gracias a su agente de prensa: “Sabía que en el banco de Argentina esperaría un jugador joven y especial. Me habían hablado de un niño prodigio”.

El árbitro fue el alemán Markus Merk, que también sabía lo que sucedía:

“Cualquier persona interesada en el fútbol estaba al tanto de la joya sentada en el banco y que podría ser su debut internacional. Es cierto que no podía aventurar todo lo que vendría después”.

En la soleada tarde en Budapest, Argentina tuvo la iniciativa, aunque necesitó de un par de pelotas aéreas para convertir. A los 18 minutos, llegó un centro preciso de Sorín, que aprovechó Rodríguez con su histórica capacidad para ubicarse en el lugar clave. Maxi ya se destacaba por su intuición, su permanente atención mientras se desarrolla la jugada y su vocación goleadora para imponerse incluso con dos centrodelanteros en el área, Lisandro López y Crespo.

Sin embargo, a la media hora de juego, en un ataque húngaro sin atinadas coberturas defensivas en el seleccionado de Pekerman, Roberto Ayala persiguió al delantero en vez de frenarse y dejarlo adelantado. El punta de 1,85 m, Sándor Torghelle, que en esa época jugaba por única temporada de su carrera en el fútbol inglés (en el Crystal Palace), empató parcialmente.

La nueva ventaja sucedió recién a los 16 minutos del segundo tiempo. D’Alessandro envió un córner al punto penal y desde atrás irrumpió Gabriel Heinze. El cabezazo, seco, resultó inatajable para Gábor Király, conocido por atajar con pantalones grises del estilo de los joggings.

En la transmisión pareció que Pekerman había dispuesto el ingreso de Messi luego de ese segundo gol. En realidad, lo había llamado un par de minutos antes. De hecho, Leo no vio el cabezazo de Heinze porque, justo en ese momento, estaba pasando su camiseta por su cabeza. Pekerman le dio indicaciones por espacio de 40 segundos, luego se le acercó Tocalli durante otros 20 y, antes de que entrara, el técnico volvió a marcarle algo en 10 segundos; en total, un minuto y 10 segundos de recomendaciones, una proporción absurda para lo que sería su intervención en la cancha.

En Hungría no solo Matthäus tenía el dato de quién podría entrar: “Antes del encuentro todos hablaban especialmente de un joven entre ellos. Decían que era muy bueno, pero verdaderamente nosotros no lo conocíamos. Apenas entró, demostró su calidad. Enseguida entendí que se trataba de un gran talento. Claro, ese día no tuvo mucho tiempo para jugar”, anticipa Vilmos Vanczák.

A los 18 minutos 15 segundos de ese complemento, Messi ingresó por Lisandro López. Apenas había cumplido 18 años y llevaba la 18 en la espalda. Hugo Tocalli fue quien le dio un par de conceptos: “Siempre fuimos simples con José. Le dije simplemente que se fijara que desde la derecha podía enganchar, pero si tenía que moverse detrás del 9, que también lo hiciera”.

Con su ingreso se cerraba el círculo: todas las notas periodísticas durante la semana anterior habían apuntado a la coincidencia del rival. Diego Maradona también había debutado contra Hungría en la selección mayor. En su caso, con 16 años y 4 meses, y la camiseta número 19. Aquel 27 de febrero de 1977 en La Bombonera, la recomendación de César Luis Menotti fue similar a la de Tocalli: “Haga lo que sabe y muévase por toda la cancha”, le dijo antes de hacerlo entrar por Leopoldo Jacinto Luque con el partido 5-1 (así terminaría).

Desde el ingreso de Messi todo fue tan veloz como efímero en la tarde de Budapest. Leo saludó a Lisandro al entrar, recibió la palmada de Lucas Bernardi (“fue una forma de decirle que disfrutara, que jugara sin responsabilidad”) y se ubicó por la derecha. Listo para demostrar, enseguida se mostró.

“Toqué dos pelotas”, es el recuerdo actual de Messi. En realidad, fueron tres. Su primera participación, inmediata, fue un pase hacia atrás a Scaloni, que jugaba de lateral. Y enseguida quiso juntarse con D’Alessandro por adentro. Abierto y detrás del 9, las dos alternativas que le habían pedido. Antes de cumplirse los 19 minutos, Bernardi lo buscó en tres cuartos de cancha:

“Lo que más queríamos era verlo, que entrara en juego. Así como no sabíamos lo que podría venir con los años, tampoco podía imaginar que con ese pase quedaría en la historia”.

Sin un wing clásico a quien marcar, Vilmos Vanczák debía vigilar a Messi. Con la inercia de una defensa que achicaba hacia atrás, le había dejado espacio para recibir y Messi pudo girar. Pero antes de que llegara al cuarto paso en su aceleración, Vanczák lo sujetó de la camiseta. Sin querer otra cosa que seguir con la pelota, Messi tiró dos manotazos hacia atrás para desatarse del agarrón; el primero dio apenas en el pecho del defensor rival y el segundo, en el cuello. Vanczák simuló que había sido en la cara. Boca arriba en el suelo, se tocó el rostro y se miró la mano, como si se fijara si tenía sangre.

Después de casi una década y media, el villano de la historia evoca el momento: “Recibió el balón y me pasó muy rápido. Pensé que tenía que detenerlo y lo eché hacia atrás. Quiso escaparse y tiró un golpe. Honestamente, me tocó un poco, pero actué como si hubiese sido más fuerte. No era para roja”.

Sorín, Scaloni, Bernardi y Heinze no pudieron darle vuelta la decisión a Merk. Tampoco D’Alessandro, quien como jugaba en el Wolfsburgo sabía alemán, pudo decirle en su idioma que se estaba apurando y hasta le preguntó si quería ser figura. El resto no sabía cómo frenarlo.

“Lo primero que hice fue mirar al árbitro. Y lo vi ensimismado. Temí que quisiera figurar expulsando a una futura estrella mundial. Le hablamos en todos los idiomas posibles: inglés, español, lo que nos surgía. Lo rodeamos. Le decíamos que ni siquiera había reaccionado, simplemente había querido sacarse de encima el brazo del rival. Merk no quería ni dialogar. ‘Te vas a arrepentir’, le marcábamos. Y no hubo caso”, repasa Sorín como si fuera hoy. “No podíamos hacerle entender que era injusto y que estaba echando a un chico. Le dije cuatro o cinco palabras en inglés y otras barbaridades”, suma Bernardi.

A los 19 minutos 45 segundos de aquel complemento, apenas una vuelta y media del minutero después de su ingreso, el árbitro alemán amonestó a Vanczák y expulsó a Messi.

En la transmisión en vivo para la Argentina no llegó a escucharse el apellido de uno de los protagonistas:

–No le hizo nada –dijo sobre la repetición Alejandro Fabbri, desde los estudios de TyC Sports en la transmisión en vivo.

–Si hubo un golpe fue en el pecho… –agregó Walter Nelson. Y siguió–: No me digas que va a echar a los dos... Las patadas que le dieron a Maxi Rodríguez y ni amonestó... Los va a echar a Messi y al jugador húngaro, acordate. Están desesperados para hacerle entender que no lo puede echar, no se puede creer.

–¿Por esto echarlo?

–Si no es amarilla, es roja, seguro. No, amarilla, bueno... Amarilla para... Y roja para Messi, ¿viste? No se puede creer. La bronca que tiene...

La jugada adquirió importancia con el tiempo y la dimensión que tomó el expulsado. Para el periodismo húngaro fue una jugada más, sin sentido para analizarla después del partido. Y lo que no hicieron en su momento tampoco lo hicieron después: “En mi país no recuerdan la jugada. Pero en YouTube aparece enseguida con mi nombre. Varias veces me preguntaron si realmente soy yo”, cuenta Vanczák, que nunca había tenido que remitirse a ese momento. Hasta ahora: “Yo no era un jugador así. Te digo más, no quise simular para que a Messi lo echaran. Me preocupaba más que me sacaran una tarjeta a mí. Simulé para evitar la mía, no para provocar la de él”. Sí, la expulsión de Messi nació no solo de una simulación, inédita para quien fingió, sino también de una manera de esquivar el castigo propio.

Lothar Matthäus aporta la voz disidente: “La roja estuvo justificada. Le pegó un codazo a uno de mis jugadores. Evidentemente quería empezar a mostrar sus condiciones, por lo que le vi la tristeza en los ojos cuando tuvo que irse de la cancha. Parecía decepcionado consigo mismo”.

Markus Merk, el otro villano de la historia, o el que debió desentrañar la trampa y no pudo hacerlo, había sido elegido por la Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol como el mejor árbitro del mundo en 2004. La controvertida expulsión a la figura naciente no le impediría repetir el logro en ese 2005.

Según escribió Luis Calvano en el diario Olé, Merk solo atinó a decir “no comment” cuando los periodistas lo abordaron a la salida del vestuario, interesados en saber qué había visto para expulsar al invitado de honor de la fiesta. El tiempo ubica, suaviza y permite el diálogo. Ahora, la insistencia sí trae frutos: Merk responde.

Dentista de profesión y con un pasado de diecinueve años de trayectoria como árbitro, vive en Otterbach, un municipio cercano a Kaiserslautern con menos de 5000 habitantes. Desde allí se refiere a la jugada que quedaría en la historia: “Aún hoy me siguen reclamando por esa acción. Todavía me conmueve haber dirigido aquel partido”.

En su caso, pide que el contacto se realice mediante correo electrónico. Y la respuesta sobre la famosa expulsión es digna de un experto en conceder y leer entrevistas, a juzgar por el detalle del final: “Creí que le había pegado, por supuesto. Él se apartó y tiró el golpe hacia atrás. En el campo interpreté que el golpe había sido mucho más violento. Pero no tuvo intención. Me engañó el jugador húngaro. Desafortunadamente, habría bastado con una tarjeta amarilla para Lionel Messi. Habría sido la mejor y más justa decisión. Yo habría sido más feliz y nadie se habría ofendido. Ciertamente fue un hito en la carrera de Lionel y su posterior desarrollo. ¡Pero no me invitará a su partido despedida! (Risas)”. Así redacta Merk, incluido el “risas”: para copiar (traducir en realidad) y pegar.

“Siempre traté de proteger a los artistas del fútbol –sigue Markus–. Los virtuosos como él tienen que ser personajes fuertes, calmos, que no entren en las provocaciones. Que no se contaminen con el intento de destrucción del juego. Fue interesante cómo, con el correr de los años, Lionel Messi se ganó cada vez más respeto de los rivales. Además, su habilidad y su ojo para diversas situaciones le permitieron evitar los duelos. Por todo eso no es común el juego sucio contra él. También por su personalidad. Ya en sus inicios era un jugador reservado, tanto con el árbitro como con los rivales”.

Después de caminar sin saber adónde mirar, probablemente con mezcla de vergüenza y rabia, Messi enfiló hacia la salida. La cámara lo perdió cuando se le acercaron Sorín (“quería sacudirle la energía negativa; ‘esto no es nada’, le decía”) y Hugo Tocalli. Sí lo tomó primero consolado por el médico Donato Villani (“no llorés, no tenés nada por qué llorar”) y luego acompañado por el masajista Marcelo D’Andrea, conocido como Daddy.

D’Andrea llevaba cinco años trabajando en la mayor. Ya tenía buena relación con Leo y, con los años, ese vínculo quedaría sellado a fuego. “Siempre espero a los jugadores que se van expulsados. Es una manera de acompañarlos en la mala –dice y recuerda puntualmente ese momento–: Me surgió abrazarlo rumbo al pasillo. Le dije que se fuera con la frente alta. Entramos juntos en el vestuario, le pedí que se bañara y que se tranquilizara. Lo hizo, pero igualmente estaba caído. Muy caído. Tan chico de edad y de físico dentro de un plantel de jugadores de nombre, no podía entender lo que había pasado”.

A los 21 minutos 12 segundos de aquel segundo tiempo de un partido cuyo resultado no se movería y tampoco importaría demasiado, Messi se perdió en el pasillo rumbo al vestuario. La imagen podría haber fundido a negro, aunque quedaba media hora de juego.

En el estadio estaba el portugués José Mourinho. El entrenador había llegado a la mañana desde Londres junto con Fernando Hidalgo, por entonces representante, entre otros, de Hernán Crespo. Mourinho quería ver justamente a Crespo, a quien empezaría a dirigir en el Chelsea inglés. El entrenador que luego dirigiría a Inter, Real Madrid y Manchester United ya había ganado una Champions, la de la temporada anterior con el Porto, pero Pekerman no lo reconoció o por lo menos no demostró registrarlo en el saludo. Hidalgo cuenta que “a los dos nos pareció una boludez la expulsión. Sabíamos que era un pibe que prometía mucho y que la selección argentina usaría ese amistoso para hacerlo jugar. Igualmente Mourinho no lo conocía demasiado”. Ya tendría tiempo para estudiarlo.

Trece años después, Messi recordaría en TyC Sports: “No lo podía creer cuando me expulsaron. Llegué al vestuario y me puse a llorar. Vinieron varios a consolarme: Ayala, Sorín, Maxi, Crespo. Pero yo no podía más”.

“Lo que lloraba en el vestuario ese chico...”, recuerda Tocalli. “Lo arropamos. Tenía una tremenda culpa”, acota Zabaleta. “En ese momento, además de la vergüenza, tenía miedo de lo que pudiera pensar el técnico. Me salió decirle muy convencido que la bronca no se la iba a sacar nadie, pero que iba a jugar en la selección hasta cuando se cansara”, imaginó Sorín. “Estaba muy caído. Le decíamos que se quedara tranquilo. Que todo iba a quedar en una anécdota”, coincide Crespo. “Tengo la imagen de cómo trataba de consolarlo Ayala. El Ratón, una eminencia”, elogia Bernardi al capitán de aquel equipo. Pero a Ayala lo perjudica su memoria: “Son muy pocos los partidos que recuerdo bien. De hecho, en la concentración de la Copa América 2019, una noche Scaloni empezó a hablarme de ese día y le dije que yo no había jugado, que lo había visto por televisión. Perdí la cena que me apostó”.

La familia Messi no había viajado a Hungría. Era uno de los primeros partidos que Jorge, su padre, no vivía en persona. Antes lo había acompañado en el viaje a Barcelona para probarse, se quedó solo con él cuando la hermana de Leo no quiso permanecer en la nueva ciudad (los otros dos hermanos y la madre también regresaron a Rosario) y estuvo en Holanda para verlo destacarse plenamente en el Mundial sub 20. No solo eso, también era quien lo activaba en sus distracciones durante sus partidos en la adolescencia. Pero ya habrá tiempo para recordar esos momentos. Ahora la narración sigue remitiendo a lo que sucedió en Budapest, a casi 12.000 kilómetros de donde Jorge miraba todo por televisión.

“Hablé cuando terminó el partido. Estaba angustiado. ¿La verdad? Estaba hecho mierda. Creía que era culpa suya, no había manera de levantarlo. Y menos a la distancia”, recuerda quien caminaría toda su carrera a la par, también en la representación.

Messi se quedó con un récord negativo que tenía Cristian González. El 8 de noviembre de 1995, en un 1-0 de Brasil en el Monumental, el Kily fue expulsado en su debut en el seleccionado por una infracción que cometió 3 minutos después de su ingreso. González conoció a Messi en octubre de ese año y le contó lo vivido: “Le dije que la historia es larga. Que tendría tiempo. Que si yo llevaba diez años en la selección, él podría hacer lo mismo. Me quedé corto... Y también lo chicaneé: lo había visto con la camiseta 18 y es la que usaba yo. ‘¿Me querés borrar?’, le pregunté”.

Víctor Tujschinaider, de TyC Sports, fue uno de los pocos periodistas argentinos enviados a Budapest. En el estadio no pudo entrevistar a Messi porque lo vio “desolado”. Sí lo hizo en el hotel donde la delegación estaba alojada, no sin antes hacerle entender que no pretendía acorralarlo con preguntas, sino darle la oportunidad para que contara su versión: “Le prometí que simplemente le ponía el micrófono. Que él dijera lo que sentía, que se descargara”.

La exposición fue concreta, básica, lógica:

“Tengo un poco de bronca. Me venían agarrando, yo intenté sacarlo para poder seguir y el árbitro interpretó que quise pegarle. No sé… Me echó. Lo que yo quería era sacármelo para seguir adelante. Ya está”.

También había viajado Cristina Cubero, periodista del diario Mundo Deportivo, de Barcelona: “Lo había conocido el año anterior, en la pretemporada del Barça en China. Ronaldinho me dijo ‘ese será mejor que yo’. Estaba embarazada y tenía a tope el instinto maternal. Enseguida vi a ese chico que hablaba muy poco y me interesó saber quién era, qué pensaba. Le prometí que cuando debutara en su selección, allí estaría”.

Así fue. Y lo entrevistó en los días previos: “Me contó que Maradona era muy importante para los chicos argentinos de su edad. Que si iban a la casa de conocidos de sus padres, él y los otros niños se quedaban viendo goles de Maradona. Me habló del río de su ciudad, un río turbio. Y le pregunté por qué era tan callado pese a que los argentinos son tan famosos por hablar mucho. Respondió que a él le gustaba más escuchar que hablar, que así podía formar su opinión”.

Cubero también habló con él después del partido. Lo vio en el hotel, llorando todavía, “abrumado. Me decía ‘no puede ser, jugué solo un minuto y medio. No me van a convocar más’. Y yo atiné a recordarle cómo había sido su primer gol oficial en el Barcelona, tres meses previos a su partido con el seleccionado: se lo hizo al Albacete, a pase de Ronaldinho y por arriba del arquero, exactamente igual que uno que le habían anulado equivocadamente minutos antes. ‘Verás que también aquí tendrás otra oportunidad’”.

Luego, Messi hablaría en el aeropuerto de Barcelona, a su regreso. “Lo pasé, me venía agarrando y yo quería soltarme para seguir. El árbitro creyó que le había tirado un codazo. –Y terminó el relato sin entender todavía la expulsión–: Pasó lo que pasó”. Solo el tiempo y las siguientes convocatorias fueron sacándole el temor de no volver a jugar donde había soñado hacerlo. En ese momento no podía ocurrírsele, por ejemplo, que llegaría a ser el máximo goleador de la historia de la selección argentina.

Matthäus volvería a verlo en distintos ámbitos, tales como entregas de premios y alguna ceremonia de la FIFA: “Nos encontramos varias veces. Cada encuentro se caracterizó por un gran respeto mutuo. De aquel partido nunca hablamos. A mí me sigue sorprendiendo que lleve un período tan largo en tan buen nivel de juego. Es genial, uno de los mejores cinco futbolistas de la eternidad”.

Distinto fue lo de Vilmos Vanczák. Su trayectoria no le permitió enfrentar nuevamente a Messi. Argentina y Hungría no volvieron a cruzarse, y solo podría haberse medido en un partido de Champions, pero no tuvo la suerte de disputarla en los clubes donde jugó: el Újpest, de Hungría; el Sint-Truiden, de Bélgica; nueve años en el Sion, de Suiza y dos en el Puskás Akadémia. “Desafortunadamente no volví a verlo. Quizás él hoy no recuerde lo que sucedió”, cree Vilmos. O quiere creer.

Obviamente, Messi tiene presente la jugada. No la olvidará. Durante más de trece años esa expulsión fue la única de su carrera. “Me permitiría una broma si pudiera hablar con él: fui el primero que logró que le sacaran una roja”, se anima el húngaro. El final también es suyo: “Estoy contento de estar en su historia. En algún punto para mí es un orgullo”.

Messi, el genio completo

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