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PRIMERA PARTE - Génesis

1. Preocupación por la imposición religiosa

El tiempo transcurre sobre Guayaramerín, estamos en 1982. Es febrero, tiempo de lluvias. Los escolares, después de unas vacaciones, vestidos de uniforme blanco y azul inundan las calles, y en especial, la avenida principal General Federico Román, imprimiendo así un ambiente alegre en el pueblo, escena que se repite anualmente.

El colectivo evangélico es muy significativo en la población, reflejado también en el campo estudiantil.

Además de los colegios fiscales, el pueblo cuenta con dos colegios particulares que rebosan de alumnos y que no tienen espacio para más. Todos quieren inscribir a sus hijos en estos colegios, porque en los fiscales no hay confianza, debido a las constantes huelgas de sus profesores.

Ese año inscribí a Sarita, mi primera hija, en el colegio católico Roberto Fransen. El mismo año la trasladamos al colegio adventista Elmer Batfor, pensando librarla de la imposición religiosa, pero caímos en otro más dogmático.

La imposición religiosa a los alumnos en estos centros educativos hace que preocupe a los líderes evangélicos que comienzan a considerar la necesidad de tener un colegio alternativo, con principios bíblicos, pero con libertad de creencia.

La preocupación se aviva al comienzo de cada año escolar, es tema de conversación y reuniones informales entre líderes y pastores, especialmente entre el liderazgo de la iglesia Nacional y de la iglesia Cristiana; y entre el director del Centro Juvenil Evangélico, pastor Alfredo Eggers, y el líder de la iglesia Nacional, Arnulfo Gil.

Mi hija, Sarita.

2. Iglesias Unidas

A comienzos de 1983 cobra aún más interés la necesidad de tener un colegio evangélico, por lo que se busca cómo gestionarlo. Para ello se acude a la directiva de Iglesias Unidas, para que sea tratado a nivel de líderes y pastores de las iglesias. La reunión es convocada por el presidente de la directiva, Arnulfo Gil, y el misionero Guillermo Biester.

La reunión se celebra en la iglesia Berea, con la asistencia de diez líderes de las siguientes iglesias: iglesia Cristiana, iglesia Nacional, iglesia Berea, iglesia Bautista e iglesia Asamblea de Dios; con la asistencia de los siguientes líderes y pastores: Eulogio Cuéllar, Víctor Moye, Franz Arzadum, Carmelo Pedriel, Pedro Vaca, Pedro Zeballos, Felipe Sinuiri, Guillermo Biester, Arnulfo Gil y Edwin Durán.

Las intervenciones se centraron en la necesidad de tener un colegio con principios bíblicos para Guayaramerín, donde se enseñe la Palabra de Dios pero con libertad de creencia y que sea un colegio de alto nivel pedagógico.

El pastor Eulogio Cuéllar, de la iglesia Cristiana, anima a los líderes a proseguir con la iniciativa, para así contar con un colegio donde se enseñe la Palabra del Señor a los estudiantes.

Después de varias intervenciones, todos coincidieron en la necesidad de tener un colegio evangélico, y se sugiere que para la siguiente reunión se lleven más datos e información sobre cómo fundarlo.

Posteriormente se celebra una segunda reunión y se nombra una comisión para que realice un estudio más exhaustivo sobre los pasos que se deben seguir para fundar un colegio y para su administración. Dicha comisión no funcionó.

Pasado un tiempo se vuelve a realizar otra reunión con una asistencia de seis líderes de las Iglesias Unidas con el propósito de hacer avances en el proyecto.

En esa reunión se trató sobre cómo se financiaría el colegio. Terminada la exposición, uno del grupo advierte diciendo: “Para la fundación del colegio, las iglesias deben construir las aulas, y empezar con el kínder y que las iglesias paguen el sueldo a los profesores; si fuera de otra manera, yo no colaboraré en el proyecto”.

Después de esta intervención, los hermanos dejan de intervenir. Se nota un ambiente de desazón por la propuesta, debido a que el proponente era un hermano influyente y decisivo en el ámbito de medios, lo que hizo que se apagaran los ánimos.

Los ingresos de las iglesias eran muy reducidos; por lo que no había ninguna posibilidad de aportar para aulas y mucho menos pagar sueldo a los profesores.

Así pues, pasan los días y ya no hay ningún interés de los líderes para volver a reunirse como Iglesias Unidas y tratar el asunto del colegio. Debido a esa apatía, la directiva deja de funcionar. Y no volvimos a reunirnos más como Iglesias Unidas.

3. Como iglesia Nacional

Yo seguía con la ilusión de que Guayaramerín y los evangélicos tuvieran un colegio con principios bíblicos y pedagógicamente eficiente para que los hijos de los creyentes y no creyentes salieran bien preparados para la vida y para la Universidad, y conociendo la Palabra de Dios y el Evangelio.

Viendo que el proyecto con Iglesias Unidas se apaga y el tiempo pasa, comienzo a buscar otras alternativas.

En mi búsqueda de alternativas me viene la idea de que, quizás como iglesia Nacional, podríamos fundarlo con el apoyo de las iglesias del río (iglesias asentadas en las riberas del río Mamoré e Itenez), en especial la iglesia de Puerto Carrero. Lo analizo y lo veo factible e inmediatamente decido llevar adelante la alternativa.

Providencialmente, un jueves de culto por la noche, en la Nacional (la Iglesia), aparece el hermano Alberto Bravo, de la iglesia de Puerto Carrero, que había venido en su motorcito (pequeña embarcación) a la Fera (Feria campesina a orilla de río) trayendo chivé, guineo, plátano, sandía y otros productos agrícolas para su venta.

Antes de empezar el servicio (reunión de oración) me aproximo para hablar con él y le propongo la idea de fundar el colegio evangélico para la iglesia Nacional, pero con el apoyo de las iglesias del río y en especial la de Puerto Carrero.

Enseguida le pregunto si está de acuerdo con el proyecto, a lo que me responde: “Todo lo que es para la obra del Señor, estamos listos a apoyar”.

Me animaba tener el apoyo de las iglesias del río, especialmente la de Puerto Carrero.

Familia Bravo

La familia Bravo formaba parte del liderazgo de la iglesia de Puerto Carrero, una de las iglesias influyentes entre las iglesias del río. Era una familia ferviente en el servicio al Señor. Ayudaban en los campamentos que se realizaban por los ríos con sus embarcaciones y sus productos agrícolas, también participaban activamente en la obra misionera. Su apoyo a la iglesia Nacional para la fundación del colegio y consolidación fue muy importante.

4. Si Dios quiere, fundaremos el colegio

Con esa respuesta y disposición del hermano Bravo, mi adrenalina hace efervescer mi esperanza de fundar el colegio y esa misma noche, sin más, hago el anuncio en el mismo servicio de culto: “El año que viene fundaremos el colegio de la Iglesia”.

Termina el servicio sin ningún comentario. Este silencio me hizo pensar que los hermanos no lo apercibieron bien o que no les llamó la atención el proyecto; seguramente lo vieron inalcanzable, porque fundar un colegio significaba, además de otras cosas, dinero, y no lo teníamos. Pero yo creía que, si Dios quería, lo podíamos conseguir, proveyéndonos los medios para llevarlo a cabo, tal como lo había hecho en otros proyectos que habíamos emprendido.

El Mensajero

Entre esos proyectos que habíamos emprendido estaba la compra y construcción de la embarcación “El Mensajero”, pequeña embarcación con motor de centro, de madera itauba, tipo buque, que construimos para los viajes misioneros, los mismos que se llevaron a cabo sobre el río Mamoré e Itenez.

Este motor (embarcación) fue construido por los hermanos de la Iglesia, entre los cuales estaban los hermanos Viveros, y entre los que dieron ofrenda para la compra del motor se hallaba el hermano José Saravia. Los hermanos de las iglesias de los ríos contribuyeron con madera, y otros con recursos y mano de obra.

“Si Dios quiere, fundaremos el colegio de la Iglesia el año que viene”

Semanas después de haber nosotros decidido fundar el colegio, solo como iglesia Nacional, el liderazgo de una iglesia nos llamó para decirnos que debíamos dejar nuestro proyecto como iglesia Nacional y esperar que se hiciera con Iglesias Unidas. Le respondimos que estábamos de acuerdo con retomarlo como Iglesias Unidas, pero no en retardarlo. Mientras tanto continuaríamos como iglesia Nacional. Terminó la reunión, no sin molestias.

Durante las siguientes semanas, la perspectiva del proyecto pierde fuelle y se estanca, más por la falta de experiencia en esta clase de trámites, pero sobre todo, por la falta de recursos. No encontraba la fórmula de cómo arrancar y mientras tanto los días iban pasando, y solo esperaba que Dios interviniera para que se pudiera llevar a cabo la fundación del colegio.

Un mes antes de terminar el año, me digo a mí mismo: “Si Dios quiere, fundaremos el colegio”. En uno de los cultos repito mi pensamiento a los hermanos, “Si Dios quiere, fundaremos el colegio de la Iglesia el año que viene”.

Seguía teniendo esperanza en que Dios proveyera medios para fundarlo de manera extraordinaria durante el tiempo que restaba, pero se cernían nubarrones de dudas sobre mí, aunque me esforzaba en confiar y esperar en Dios.

Son los últimos días de diciembre, para entrar en 1984, las inscripciones escolares deben empezar en enero, de acuerdo con el calendario escolar. A esa altura del tiempo mi ilusión de fundar el colegio se esfuma. Empiezo a asumir mi fracaso y me preguntaba: “¿Me apresuré en anunciarlo? ¿Hice el anuncio por emoción simplemente? ¿Qué de mi confianza en el Señor?”.

Me preocupaba el efecto negativo que causara mi fracaso a la Iglesia. Era como si me hubiese faltado la fe y que no lo supe gestionar.

La verdad es que el anuncio fue lanzado por fe, pues no había ninguna base financiera por la cual yo hubiera basado mi anuncio; fue un arranque de confianza en Dios, sabiendo que solo él podía proveer para fundarlo. Además, creía que el colegio era una necesidad para los hijos de los creyentes y no creyentes, y que se necesitaba tener un colegio con principios bíblicos y académicamente cualificado para Guayaramerín.

Historia de un colegio y de su expoliación

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