Читать книгу Anábasis de Alejandro Magno. Libros IV-VIII (India) - Arriano - Страница 6
ОглавлениеAlejandro en la frontera entre Sogdiana y Escitia
Al cabo de unos días 1 se presentaron [1 ] ante Alejandro unos embajadores escitas, los llamados abios (de quienes Homero hizo público elogio en sus versos 2 , llamándolos «los más justos de los hombres»). Viven éstos como pueblo independiente en el Asia, gracias a su respeto a la justicia, así como por ser extremadamente pobres. Comparecieron también unos embajadores de los escitas europeos, que son el pueblo más populoso de cuantos en Europa habitan. Alejandro dispuso [2 ] que algunos Compañeros les acompañaran a su regreso, so pretexto de pactar un acuerdo amistoso, aunque la verdadera intención de esta expedición era espiar la naturaleza de la región escita, el número de sus habitantes, sus costumbres y las armas que emplean cuando van a la guerra 1 .
Pensaba Alejandro fundar una ciudad a orillas del [3 ] Tanais 4 y darle su mismo nombre, pues el lugar le parecía muy propicio para que la ciudad prosperase, muy idóneo su asentamiento ante un eventual ataque contra los escitas, y un buen bastión defensivo de la región contra las correrías de los bárbaros que habitaban [4 ] el otro lado del río. Además, pensaba que la ciudad se haría importante por el número de colonos y el esplendor de su nombre. Mas, he aquí que los bárbaros de la orilla del río cogieron y dieron muerte a los soldados macedonios de la guarnición de algunas de sus ciudades, a las que acto seguido fortificaron con mayor celo a fin de procurarles una mayor [5] seguridad. En este levantamiento habían participado también muchos sogdianos, animados por el grupo que había detenido a Beso, hasta el punto de que incluso indujeron a hacer defección a algunos bactrianos, apro vechando no sólo el temor que éstos sentían ante Alejandro, sino que daban esta otra razón para ello, a saber, que Alejandro había convocado a los hiparcos de esta región a una asamblea en Zariaspa, la capital, reunión que, a buen seguro, no habría de reportarles nada bueno.
[2 ] Al tener Alejandro conocimiento de todo esto, ordenó a su infantería que, compañía por compañía, construyera un número determinado de escaleras de asalto; mientras tanto, él continuó su avance hasta Gaza, que es la primera ciudad con que uno topa al salir del campamento. Según se decía, los bárbaros de la comarca se habían refugiado en siete ciudades vecinas; [2] dispuso por ello Alejandro que Crátero marchara a la más importante de ellas, llamada Cirópolis 5 , que era donde se había congregado el mayor número de bárbaros, con orden de acampar cerca de la ciudad y levantar en su perímetro una trinchera, rodearla con una empalizada y montar todos los ingenios de guerra que fueran precisos, a fin de que los defensores de la ciudad estuvieran por completo pendientes de las maniobras de Crátero y se vieran imposibilitados de acudir en auxilio de las demás ciudades.
Alejandro, una vez en Gaza, y según venía en su camino [3 ] dio una señal a sus hombres para atacar el muro (hecho de tierra y de no mucha altura) apoyando sobre él las escaleras de asalto por todo su perímetro. Simultáneamente al ataque de la infantería, los honderos, arqueros y lanzadores de dardos disparaban sus proyectiles contra los primeros defensores del muro, mientras las catapultas hacían lo propio, de modo que el muro quedó despejado de defensores en un momento a causa de la copiosa lluvia de proyectiles, con lo que la aproximación de los macedonios al muro y la fijación de las escaleras de asalto resultó tarea sumamente fácil. Siguiendo las órdenes de Alejandro, [4 ] dieron muerte a todos los hombres, raptaron a las mujeres y niños y se llevaron todo el botín.
A continuación marchó Alejandro a la segunda ciudad en importancia por el número de habitantes; de igual modo se apoderó de ella en ese mismo día, otorgando a sus ciudadanos idéntico tratamiento. Partió luego después a la tercera ciudad, capturándola al día siguiente al primer ataque. Mientras él llevaba a cabo [5] estas acciones con su infantería, despachó a los jinetes a otras dos ciudades vecinas, con el encargo de que vigilaran a sus habitantes a fin de evitar que éstos, informados de la captura de las otras ciudades cercanas y de la proximidad del avance de Alejandro, se dieran a la fuga y resultara difícil su persecución. Los hechos ocurrieron tal como él había supuesto, de modo que el envío de la caballería se produjo en el momento más oportuno. Efectivamente, los bárbaros que ocupaban [6 ] estas dos ciudades aún no tomadas, al ver el humo que ascendía del incendio de las otras ciudades de su comarca, y ver cómo se iban congregando ante sus puertas algunos que habían conseguido huir de la destrucción de sus propias ciudades, llevando noticias de su captura, intentaron por su parte y a toda prisa abandonar también ellos mismos sus casas, pero fueron a caer en manos de la caballería macedonia que marchaba en perfecta formación, muriendo buen número de estos fugitivos.
Captura de Cirópolis
[3 ] Tomó así Alejandro las cinco ciudades en dos días e hizo esclavos a sus moradores; a continuación se dirigió a la ciudad más importante de la región, Cirópolis. Era ésta una ciudad que contaba con una fortificación más elevada que las demás por haber sido fundada por el propio rey Ciro. La mayor parte, y precisamente los más belicosos de los bárbaros de la región se habían refugiado en ella, por lo que su captura se le presentaba a los macedonios muy difícil en un ataque abierto. Por ello, Alejandro pensó acercar los ingenios de guerra para derribar el muro y lanzar incursiones por aquellas partes del mismo en que progresivamente se fueran abriendo brechas.
[2 ] Advirtió, sin embargo, Alejandro que los canales del río que atraviesa la ciudad sólo en épocas de crecida invernal estaban a la sazón secos, por lo que existía un hueco entre su lecho y los muros por donde podrían pasar los soldados al interior de la ciudad. Reunió, pues, a los de su guardia personal, a los hipaspistas, arqueros y agrianes, y aprovechando que los bárbaros estaban atentos a los ingenios de guerra y a las tropas que junto a ellos combatían, consiguió pasar desapercibido e introducirse por los canales acompañado primero de unos pocos hombres, para dar posterior acogida al resto de sus tropas, tras serles franqueada desde dentro por el propio Alejandro las puertas de esta parte de la ciudad.
Cuando los bárbaros vieron que su ciudad estaba [3 ] tomada por los enemigos se volvieron contra los de Alejandro, produciéndose allí un violento combate en el que él mismo resultó herido por una piedra en la cabeza y en la pierna; también fue herido Crátero, al igual que otros muchos jefes, por los disparos de los arqueros, pero, aun así, desalojaron a los bárbaros de la plaza de la ciudad. Al mismo tiempo, los que asaltaban [4 ] el muro consiguieron apoderarse de él sin mayores dificultades, despejado como había quedado de defensores. En la toma de la ciudad perecieron unos ocho mil bárbaros, mientras que el resto (los combatientes allí reunidos llegaban hasta un total de quince mil hombres) se refugió en la acrópolis. Alejandro los cercó allí y mantuvo el cerco durante todo un día, al cabo del cual los refugiados se entregaron al carecer por completo de agua.
También al primer asalto tomó la séptima ciudad [5 ] de esta región; Tolomeo dice que sus habitantes se entregaron a Alejandro; Aristobulo, por contra, afirma que Alejandro la capturó por la fuerza, dando muerte a todos los que en ella encontró. Narra Tolomeo que Alejandro distribuyó a sus moradores entre los diversos cuerpos de su ejército, ordenando que permanecieran atados y vigilados mientras él siguiera en la región, de suerte que ninguno de los instigadores de la la sedición quedase en libertad.
En esto se presentó en las orillas del Tanais un [6 ] ejército de escitas del Asia, al haber tenido noticias muchos de ellos de que algunos bárbaros de este lado del río se habían sublevado contra Alejandro, en vista de lo cual pensaban unirse en el ataque contra las fuerzas macedonias, si la revuelta contra Alejandro tomaba mayor consistencia 6 .
Le llegaron también noticias de Espitamenes, que decía tener asediados en la acrópolis a las tropas que [7] Alejandro había dejado en Maracanda. Dispuso al punto que marcharan contra las fuerzas de Espitamenes, Andrómaco, Menedemo y Cárano, acompañados de sesenta jinetes de los Compañeros y los ochocientos mercenarios de Cárano, más un cuerpo de mil quinientos mercenarios. Mandaba este contingente el intérprete Farnuces, un hombre de origen licio, experto conocedor de la lengua de estos bárbaros y que había demostrado antes saber tratar con ellos convenientemente 7 .
Luchas con los escitas
[4 ] Mientras tanto, Alejandro fortificó con un muro por espacio de veinte días la ciudad en cuya fundación andaba ocupado, dando asentamiento en ella a los mercenarios griegos y a todos los bárbaros vecinos de la región que voluntariamente quisieran participar como colonos, a más de aquellas tropas macedonias inhábiles ya para el ejercicio de las armas. Organizó sacrificios a los dioses según el ritual y celebró un certamen ecuestre y gimnástico.
[2 ] Contemplaba Alejandro cómo los escitas no sólo no se mantenían lejos de la orilla del río, sino que disparaban sus proyectiles contra la orilla macedonia aprovechando que el río es en esta parte bastante estrecho; algunos incluso le insultaban insolentemente, diciendo en lengua bárbara que no se atrevía a entablar batalla con ellos, y que en caso de hacerlo, ya aprendería cuán diferentes eran los escitas de los otros pueblos de Asia. Irritado extremadamente Alejandro por estas bravatas, decidió preparar las balsas de pieles para cruzar el río y cargar contra ellos, pero al llevar a cabo los sacrificios para iniciar la travesía, las víctimas no le fueron favorables. Difícilmente sobre [3 ] llevaba Alejandro este contratiempo, mas se armó de paciencia y aguardó. Pero como los escitas no cejaban en su comportamiento, de nuevo hizo sacrificios para poder comenzar el ataque, y de nuevo 8 el adivino Aristandro le dijo que le indicaban algún peligro, a lo que Alejandro replicó que era preferible correr el mayor de los riesgos, a ser objeto de burla (cual le había ocurrido a Darío, padre de Jerjes 9 ) por parte de los escitas; él, que había domeñado Asia casi en su totalidad. Aristandro manifestó que no era posible interpretar los sacrificios contra la evidencia de los signos del cielo por más que Alejandro deseara obtener de ellos mejores noticias 10 .
Cuando Alejandro tuvo ya preparadas las balsas [4 ] para cruzar el río y sus tropas estuvieron formadas al completo con sus armas a la orilla del mismo, mandó que se diera la señal para que las catapultas dispararan contra los escitas que cabalgaban por la otra orilla, resultando alcanzados algunos por los proyectiles. A uno le atravesó un proyectil su escudo y su coraza de parte a parte, y cayó derribado de su caballo. Los escitas, aterrados ante la lluvia de proyectiles lanzados desde tan lejos, y al ver cómo uno de sus más bravos hombres moría, retrocedieron un poco, apartándose de la orilla. Al comprobar Alejandro que los bárbaros se [5] retiraban en desorden a causa de los proyectiles, hizo sonar las trompetas para comenzar la travesía del río, yendo él mismo a la cabeza del resto de sus tropas. Ordenó que desembarcaran primero los arqueros y honderos, y que disparasen desde lejos sus armas contra los escitas a fin de impedir que éstos se pudieran acercar a la falange de infantería que aún estaba atravesando el río, antes de que toda su caballería hubiera [6] cruzado. Una vez reunidas sus tropas en la otra orilla, lanzó contra los escitas una hiparquía 11 de mercenarios y cuatro escuadrones de lanceros 12 . Los escitas les hicieron frente y se dedicaban a dispararles sus proyectiles cabalgando en círculo a su alrededor, de tal suerte que consiguieron anular el ataque de las tropas macedonias, que eran inferiores en número y se veían enfrentadas ahora a un contingente más numeroso. Alejandro reforzó a continuación la caballería con los arqueros, agrianes y otras tropas de infantería ligera, bajo las órdenes de Bálacro, y los lanzó al ataque contra los escitas.
[7 ] Cuando ambos contingentes se entremezclaron en la lucha, mandó que tres hiparquías de los Compañeros y todo el cuerpo de lanzadores de dardos a caballo arremetieran contra los enemigos. Él mismo, al frente del resto de la caballería cargó a toda marcha contra los escitas con sus escuadrones en orden de columna. Los escitas ya no pudieron continuar cabalgando en círculos como hasta entonces. En efecto, fueron atacados simultáneamente por la caballería macedonia y la infantería ligera que a ellos se habían unido, impidiéndoles [8 ] continuar sus circunvalaciones en seguridad. Al poco tiempo los escitas se dieron ya abiertamente a la huida 13 . Murieron unos mil, con uno de sus jefes al frente, Satraces, resultando capturados unos 150 hombres. La persecución resultó difícil y agotadora a causa del mucho calor, que provocaba en el ejército una angustiosa sed, y hasta el mismo Alejandro bebía indiscriminadamente del agua que en su camino se encontraba. En efecto, el agua era insalubre, lo que le originó [9 ] una incesante afección diarreica. Por este motivo se desistió de perseguir a todas las tropas escitas. De no haber sido por ello, yo creo, todos hubieran perecido en aquella huida, si la salud de Alejandro no se hubiera resentido. Llegó Alejandro a caer enfermo de cierta gravedad, por lo que hubo de ser retirado al campamento. Fue así como se cumplió la profecía de Aristandro.
Poco después se presentaron ante Alejandro unos [5 ] embajadores del rey de los escitas 14 , comisionados para presentar excusas por lo ocurrido, ya que en ello no había participado todo el pueblo escita, sino que se había tratado de una escaramuza de gente dedicada al saqueo, en plan bandidos, y que el propio rey se ofrecía como garante de estas excusas. Alejandro le contestó amigablemente, ya que si desconfiaba del rey no le parecía honesto no reemprender el ataque, pero era consciente de no ser el momento más oportuno para poder hacerlo.
Por su parte, los macedonios que habían quedado [2 ] sitiados por las tropas de Espitamenes en la acrópolis de Maracanda 15 , al producirse el ataque de éstos salieron resueltamente, dando muerte a algunos de los sitiadores, y consiguiendo que todos los demás retrocedieran [3 ] regresaron ellos indemnes a la acrópolis. Cuando Espitamenes tuvo noticias de que las tropas enviadas por Alejandro a Maracanda estaban ya próximas a la ciudad, abandonó el asedio a la ciudadela y se retiró a la residencia real 16 de Sogdiana. Farnuces y sus oficiales se apresuraron a expulsarlo de la región y, persiguiéndolo en su huida hacia las montañas de Sogdiana, llegaron a entrar en combate con los escitas nómadas, sin saber el riesgo que con esta acción corrían.
[4 ] Espitamenes, después de haber recibido seiscientos jinetes escitas como refuerzos, reavivó su ánimo para hacer frente junto a sus aliados a sus perseguidores macedonios, para lo cual dispuso su ejército en un lugar llano, próximo al desierto escita. Su plan no era aguardar a los enemigos ni iniciar él el ataque, sino que su caballería, maniobrando en círculos, disparara sus proyectiles sobre la falange de infantería macedonia. [5] Cuando las fuerzas de Farnuces cayeron sobre los escitas, éstos se dieron a la fuga inmediatamente, y consiguieron ponerse a salvo con gran facilidad, ya que sus caballos eran más veloces al estar más descansados, mientras que la caballería de Andrómaco daba evidentes síntomas de agotamiento debido a la ininterrumpida cabalgada hasta llegar allí y la escasez de forraje que ya se hacía sentir. Sin embargo, si las tropas de Farnuces se detenían o retrocedían, los escitas les atacaban con plena decisión. Muchos resultaron alcanzados [6 ] por las flechas y encontraron así muerte segura. Los oficiales retiraron a sus hombres a una altiplanicie cuadrada en dirección al río Politimeto, donde había un pequeño soto, de suerte que los escitas no podían ya acertarles con sus disparos, mientras que ellos sí podían servirse de su infantería con mayor provecho frente a los escitas.
Cárano, comandante de caballería, intentó atravesar [7] el río, a fin de poner a buen recaudo a sus hombres, sin informar de ello a Andrómaco. Acto seguido fueron tras ellos los hombres de infantería, sin autorización de nadie, produciéndose un desordenado y peligroso descenso hacia el río por sus escarpadas riberas. En seguida se percataron los bárbaros del error en [8 ] que habían incurrido estos macedonios, por lo que se lanzaron de aquí y de allá sobre ellos a interceptarles el paso con su caballería. Unos presionaban sobre las tropas macedonias que habían ya cruzado el río y se alejaban de la orilla; otros, colocados frente a frente a los que aún hacían la travesía, cargaron sobre éstos; otros les disparaban sus flechas cogiéndoles de costado, mientras otros, finalmente, caían sobre los que aún estaban embarcados, de suerte que los macedonios, constreñidos por situación tan apurada, buscaron común refugio en un islote del río. Los escitas y las tropas de Espitamenes les rodearon con su caballería, alcanzándoles con sus disparos. Cogieron algunos prisioneros, a los que luego dieron muerte 17 .
Serio revés macedonio frente a los escitas
[6 ] Aristobulo cuenta en su relato, sin embargo, que la mayor parte de este ejército macedonio pereció en una emboscada. En efecto, los escitas se habían ocultado en un bosquecillo y desde este escondrijo se lanzaron en plena acción contra los macedonios.
Fue en estos momentos cuando Farnuces transmitió el mando a los macedonios que le habían acompañado, ya que él era un hombre que carecía de experiencia en el mando militar, y había sido enviado por Alejandro más en calidad de intérprete, capaz de entablar unas conversaciones orientadas a negociar con los bárbaros, que como jefe que dirige una acción militar; por lo demás, los otros eran macedonios, y aun [2] Compañeros del rey. Sin embargo, Andrómaco, Cárano y Menedemo no querían aceptar los poderes que se les transmitían, de un lado, porque no querían dar la impresión de que ellos, por propia iniciativa, alteraban las órdenes de Alejandro; de otro lado, porque no estaban dispuestos a hacerse cargo del mando en un momento de crisis, no fuera que en caso de fracaso aparecieran ellos como causantes del mismo, no sólo a título personal, sino responsables de haber sido los que condujeron al desastre en su conjunto. En medio de este confusionismo y desorden les atacaron los bárbaros, causando la destrucción total entre ellos, de suerte que fueron no más de cuarenta los jinetes que se salvaron, y tan sólo unos trescientos soldados de infantería 18 .
[3] Al tener Alejandro noticias del desastre, y apenado por la desgracia de sus soldados, decidió ponerse en camino a toda prisa contra Espitamenes y sus tropas de bárbaros. Reclutó a la mitad de la caballería de [4] los Compañeros, a todos los hipaspistas, arqueros y agrianes, y la infantería ligera de la falange, poniéndose con ellos camino hacia Maracanda, adonde, según sus noticias, había vuelto Espitamenes para poner sitio de nuevo a los refugiados en la acrópolis. Alejandro recorrió mil quinientos estadios 19 en tres días, llegando a la ciudad al amanecer del cuarto. Espitamenes y sus tropas, enterados de que Alejandro se aproximaba, no lo esperaron, sino que huyeron abandonando la ciudad. Alejandro no cesó de perseguirlos, y al llegar [5] al lugar donde se había desarrollado el combate, dio sepultura a sus soldados muertos con el máximo boato que las circunstancias permitían, y continuó su persecución tras los fugitivos hasta el desierto. Dióse luego la vuelta devastando todo el territorio y mató a todos los bárbaros que se habían refugiado en las fortificaciones, ya que tenía noticias de que también éstos habían participado en el ataque contra los macedonios. Recorrió, así, todo el territorio que riega el [6] río Politimeto 20 . El territorio se vuelve desértico justo allí donde el agua del río desaparece en la arena, cosa que ocurre a pesar de ser río muy caudaloso. También hay más ríos que desaparecen en aquella región, y aun río grandes y que no están sometidos a estiaje, así el Epardo, que fluye por la tierra de los Mardos; el Ario, epónimo de la región de Aria, y el Etimandro, cuyas aguas discurren por el territorio de los Evergetas 21 . Todos estos ríos son de gran importancia, y ninguno de ellos es menor que el Peneo, que es un río de Tesalia que atraviesa el Tempe antes de desembocar en el mar. Por su parte, el Politimeto es mucho mayor que este río Peneo.
Castigo de Beso
[7 ] Tras llevar a cabo cuanto se lleva dicho, Alejandro regresó a Zariaspa, donde iba a permanecer hasta que pasara lo más crudo del invierno 22 . Estando allí se presentaron ante él Fratafernes, sátrapa de Partia, y Estasanor, que había ido a Aria para detener a Arsaces, a quien trajo encadenado al igual que a Brazanes, nombrado por Beso sátrapa de Partia, y a algunos otros que habían participado en la insurrección de [2] Beso. También comparecieron en este momento Epocilo, Melanidas y Tolomeo, general tracio, venidos todos ellos de la costa. Fueron éstos los que habían escoltado hasta el mar el tesoro enviado con Menes y al contingente de tropas aliadas. Al poco aparecieron Asandro y Nearco, al frente de un cuerpo de mercenarios griegos, y también Beso 23 , el sátrapa de Siria, y el gobernador 24 Asclepiodoro, ambos con sus respectivos hombres, venidos también de la costa.
[3] Convocó allí Alejandro una junta e hizo comparecer ante los presentes a Beso, a quien Alejandro acusó de haber traicionado a Darío, por lo que dispuso le fuera cortada la punta de la nariz y los extremos de las orejas, para ser posteriormente enviado a Ecbatana a morir ante la asamblea de los medos y persas 25 .
Por mi parte, yo no apruebo 26 esta modalidad de [4 ] extrema venganza en la persona de Beso, antes bien, la mutilación de las orejas la tengo por cosa propia de bárbaros y nada elogiable 26 , y confieso que Alejandro se sintió atraído a imitar el tipo de vida opulenta de medos y persas y los hábitos de la realeza bárbara, tan dada a distanciar sus hábitos de los de sus súbditos. En modo alguno puedo aprobar 26 tampoco, por muy descendiente de Heracles que sea, que decidiera trocar la vestimenta tradicional macedonia por la de los medos, ni el gorro con que él en vencedor se tocaba desde hacía tiempo, por la tiara de los vencidos persas.
Entiendo yo que el gran éxito de Alejandro es la [5] mejor prueba de que ni la fuerza física, ni el ser de noble familia, ni tener continuados éxitos en la milicia, aun mayores que los de Alejandro (incluso quien pensara, después de navegar por toda Libia, someter —como intentaba Alejandro— todo el Asia, o pretendiera hacer de Europa el tercer continente sometido a sus dominios para añadirlo a los de Asia y Libia) contribuyen más a la felicidad del hombre, si no le ayuda ello a ser más sensato y controlarse a sí mismo, aunque se sea, como parece, autor de grandes y magníficas hazañas 27 .
Alejandro mata a Clito
[8 ] Creo que no está fuera de lugar referir ahora la tragedia de Clito, hijo de Dropides, y el pesar que ello originó en Alejandro, aunque el suceso ocurrió algo más tarde 28 . Ocurrió así: celebraban los macedonios, un día al año, la festividad de Dioniso, en que Alejandro tenía [2] por costumbre ofrecerle un sacrificio. Parece que en ese año Alejandro desatendió la celebración en honor de Dioniso y se decidió a sacrificar, no sabemos por qué razón, a los Dioscuros. Durante la celebración de la fiesta se estuvo bebiendo durante largo rato (y es que Alejandro ya había adquirido por entonces el hábito de beber a la usanza bárbara 29 ) y, en el curso de la charla y mientras se seguía bebiendo, se suscitó el tema de los Dioscuros, y cómo la paternidad de éstos se le había asignado a Zeus en detrimento de Tindáreo.
[3] Algunos de los presentes intentaban adular a Alejandro (son estos hombres que por siempre existieron y existirán, y que con sus intrigas perjudican las decisiones reales) 30 diciendo que no podía ni compararse a Cástor y Pólux con Alejandro y sus hazañas. Hubo algunos incluso que no respetaron en medio de la orgía ni siquiera la figura de Heracles. Es la envidia, decían, la que impide que a los vivos se les tributen y reconozcan los honores que les son debidos por parte de los demás.
Clito ya se había mostrado desde hacía tiempo molesto [4 ] por esta desviación de Alejandro hacia las costumbres bárbaras, así como por la presencia de estos aduladores que con sus palabras le lisonjeaban. Pero fue en este momento cuando, estimulado por el vino, manifestó que no estaba dispuesto a permitir insolencias contra la divinidad, ni a que las hazañas de los antiguos héroes quedaran preteridas para atribuir a Alejandro honores inmerecidos, pues las hazañas de [5] Alejandro ni eran tan grandes ni tan admirables como aquéllos ensalzaban, ni las había llevado a cabo él sólo, antes bien eran común patrimonio de la mayor parte del pueblo macedonio. Al oír todo esto, Alejandro se irritó sobremanera.
Fueron, desde luego, palabras que yo no puedo aprobar, pues considero que cuando se está bebido es conveniente que cada cual sepa guardar silencio y no sumarse a lo que otros dicen por adulación.
Cuando algunos de los presentes recordaron, injustamente [6] y sólo por lisonjear a Alejandro, que las hazañas de Filipo no habían sido tan grandes ni portentosas, Clito, fuera de sí al oír ya esto, empezó a elogiar a Filipo al tiempo que se daba a lanzar infundios contra Alejandro y sus obras. Bajo los influjos del vino Clito denostaba por todo a Alejandro, espetándole que él mismo le había salvado la vida en cierta ocasión, durante el combate contra la caballería persa en Gránico. Aún más, levantó su mano derecha altaneramente [7] gritando: «Esta mano fue la que a ti, Alejandro, te salvó en aquella ocasión» 31 . Alejandro ya no aguantó más la borracha insolencia de Clito, y se lanzó sobre él en un ataque de ira, pero fue interceptado por los compañeros de fiesta. Clito no cesaba de comportarse insolentemente, por lo que Alejandro requirió a los hipaspistas 32 , mas al no obedecerle ninguno, exclamó: [8] «He llegado a la misma situación que Darío, cuando fue detenido y conducido prisionero por Beso y sus secuaces. No tengo de rey más que el nombre.»
Los Compañeros se vieron entonces incapaces de contenerle, ya que, según dicen algunos, dio un gran salto y arrebató a uno de los de su guardia personal su lanza y golpeó con ella a Clito hasta matarlo; según otros fue con una sarisa de uno de la guardia.
Aristobulo no nos cuenta cómo se originó esta pendencia de borrachos, pero afirma que la falta estuvo en Clito, pues cuando ocurrió el ataque de ira en que Alejandro se abalanzó sobre él para matarlo, Clito fue expulsado del recinto y fuera de los muros de la acrópolis (donde tuvo lugar el incidente) a manos de Tolomeo el hijo de Lago, uno de la guardia personal de Alejandro, pero Clito no supo contenerse y regresó 33 sobre sus pasos al lugar de la pendencia, topándose con Alejandro que llamaba a Clito por su nombre, a lo que éste contestó: «Aquí estoy yo, Clito, a quien tú llamas, Alejandro.» En este momento le asestó Alejandro un golpe con la sarisa y lo mató.
Pesar de Alejandro por la muerte de Clito
Yo reprocho con firmeza a Clito [9 ] su insolencia para con el rey, al igual que lamento el infortunio de Alejandro, que se mostró en esta ocasión dominado por dos vicios, la cólera y la bebida, por ninguno de los cuales está bien que un hombre sensato sea dominado. Pero he de elogiar a Alejandro por lo que a continuación [2] ocurrió, al reconocer acto seguido que había obrado horriblemente. Dicen algunos que Alejandro apoyó la sarisa contra la pared dispuesto a espetarse en ella, ya que no le parecía medianamente honroso seguir viviendo después de haber dado muerte a un amigo bajo los efectos del vino.
Es cierto, sin embargo, que la mayoría de los historiadores [3] cuentan otra versión bien distinta, según la cual Alejandro marchó a su cama y en ella se postró llorando, llamando por su nombre a Clito y a su hermana, Lanice 34 , hija de Dropides, que le había criado a él. ¡Con qué favor le pagaba, ahora que él se había [4] hecho un hombre, a ella que le había criado. A ella que había visto cómo sus hijos encontraron la muerte por defender a Alejandro, y se enteraba ahora de que éste había dado muerte con sus propias manos a su hermano!
No cesaba Alejandro de llamarse asesino de su amigo y, durante tres días, rehusó comer y beber, abandonando incluso su cuidado personal.
En esta ocasión algunos adivinos entonaron «la cólera [5] de Dioniso» ante la negligencia de Alejandro hacia Dioniso. A duras penas pudieron convencerle los Compañeros para que tomara alimento y cuidara su presencia corporal. Finalmente, ofreció a Dioniso el sacrificio debido, ya que se sentía proclive a imputar el pasado infortunio más a la cólera del dios que a su [6] propia maldad. En esto apruebo sin reservas la conducta de Alejandro, toda vez que no hizo alardes de su mal proceder, ni tomó el papel de campeón y abogado de mayores actos de maldad, sino que admitió haber errado como mortal que era 35 .
[7] Dicen algunos que el sofista Anaxarco 36 fue requerido para que con su presencia consolara a Alejandro. Encontró a éste sobre la cama, gimiendo, y le dijo sonriéndole: «¿No sabes por qué los hombres sabios de antaño consideraron a la Justicia compañera de sede de Zeus? Ello es porque todo lo que de parte de Zeus 37 se lleva a su cumplimiento es ejecutado con Justicia. Pues bien, de igual modo deben considerarse justos todos los actos de un gran rey, en primer lugar por el propio rey y, luego, por todos los demás hombres.»
[8] Parece que estas palabras consolaron a Alejandro de momento, aunque yo creo que provocaron en él un gran daño, mayor incluso que la aflicción que entonces sufría, si es verdad que consideraba opinión propia de un hombre sabio eso de que no es obligación de un rey previsor adecuar todas sus acciones a la Justicia, sino que hay que considerar justo cualquier cosa ejecutada por un rey de cualquier modo.
[9] Lo cierto es que prevaleció la versión de que Alejandro era partidario de la proskýnesis 38 , por subsistir la idea de que su padre fue Amón y no Filipo 39 , al igual que empezaba a manifestar su clara admiración por los vestidos persas y medos, a los que ya había cambiado, lo mismo que en todo lo referente a las nuevas modas en el atavío; tampoco carecía por este tiempo de aduladores pendientes de él en todo, menester en el que sobresalían especialmente dos sofistas que formaban parte de sus tertulias, Anaxarco, y el poeta épico Agis, natural de Argos.
Calístenes
Según se cuenta, el olintio Calístenes [10 ], que había asistido a las charlas de Aristóteles y que era hombre de carácter un tanto rudo, no aprobaba en absoluto este proceder de Alejandro, opinión ésta que yo comparto con Calístenes, aunque no me parezca razonable su afirmación (si es verdad que la hizo así) de que Alejandro y sus hazañas deben su celebridad al relato que de ellas hiciera el propio Calístenes. No se trataba, decía [2 ], de que él hubiera ganado fama por Alejandro, sino que más bien fue él quien hizo célebre a Alejandro ante los hombres. Y si a los ojos de los hombres Alejandro participaba de naturaleza divina no se debía ello a las invenciones que sobre su nacimiento había tramado Olimpíade, sino que era por lo que él había escrito y divulgado entre los hombres acerca de la figura de Alejandro.
Cuentan algunos la siguiente anécdota: preguntó Filotas [3] a Calístenes en cierta ocasión qué ciudadano ateniense merecía su más alta estima. «Harmodio y Aristogitón —le contestó—, por haber dado muerte a uno de los dos tiranos y haber acabado con la tiranía» 40 . De nuevo le preguntó Filotas, inquiriendo si a un tiranicida le sería posible encontrar asilo político en algún lugar de Grecia, a lo que Calístenes habría contestado: [4 ] «De no encontrarlo en otra parte, al menos entre el pueblo ateniense sí le sería posible, pues ya ellos en tiempos lejanos habían defendido a los hijos de Heracles contra Euristeo, tirano a la sazón en Grecia.»
[5] También corre por ahí el siguiente relato a propósito de la oposición que Calístenes manifestaba frente a Alejandro sobre la proskýnesis : convinieron Alejandro, los sofistas y los más ilustres persas y medos de sus tertulias traer a colación este tema en el transcurso [6] de una de sus charlas 41 . Comenzó la argumentación Anaxarco, haciendo ver cómo Alejandro debía ser considerado con mayor justicia un dios que el propio Dioniso o Heracles 42 . Y ello, no tanto porque las hazañas de Alejandro fueran mayores y más numerosas, sino porque Dioniso era tebano, sin parentesco por tanto con los macedonios, y Heracles un argivo, también extraño a la estirpe macedonia, a no ser por la línea de parentesco con Alejandro, ya que éste era descendiente de Heracles.
De otra parte, lo más justo parecía ser que los macedonios [7] honraran con honores divinos a su propio rey, pues no había la menor duda de que así harían cuando él no estuviera ya en este mundo, y que por tanto ¿cómo iba a ser más justo que le honraran como a un dios cuando hubiera muerto (cuando ya no obtendría de ello provecho alguno) que ahora que aún vivía?
Discurso de Calístenes contra la «proskýnesis»
Una vez que Anaxarco expuso [11 ] su argumentación de la manera que he dicho, los que compartían sus mismos puntos de vista elogiaron su exposición, manifestando su voluntad de que se instaurara la proskýnesis; en cambio, los macedonios, en su mayor parte irritados con la argumentación, guardaban silencio. Tomó entonces la palabra Calístenes y dijo 43 :
«Anaxarco, de ningún honor que atribuible sea a un [2] hombre declaro yo indigno a Alejandro; pero son muchos los medios de distinguir qué honores son propios del hombre y cuáles han reservado los hombres a los dioses. A los dioses se les erigen templos e imágenes, se les reservan bosques sagrados, a ellos se les sacrifica, y en su honor se celebran libaciones y se componen himnos; a los hombres, en cambio, corresponden los elogios. Mas en modo alguno esta costumbre de la proskýnesis es cosa insignificante 44 .
[3] »Los hombres, al saludarse se dan un beso de amistad; pero si la proskýnesis se reserva a la divinidad como máximo honor es porque se trata de algo que está por encima de nosotros y no nos es lícito ni siquiera tocarlo; también en su honor se organizan los coros y se entonan peanes. Nada hay de extraño en ello, cuando ni siquiera los dioses todos reciben idénticos honores. Es más, por Zeus, hasta los héroes reciben [4] honores distintos del de los dioses. No parece, pues, adecuado confundir todo esto y ensalzar a los hombres a una dignidad excesiva, exagerando sus honores, para aminorar (en la medida en que los hombres pueden influir en esto) la honra de los dioses hasta niveles inadecuados, queriéndolos igualar a los hombres.
[5] »Alejandro no consentiría, desde luego, que ningún particular accediera a los honores reales por elección o votación injusta; por ello parece que con mayor razón sientan aversión los dioses contra cualquier hombre que buscara para sí acceder a los honores divinos, o que consintiera que otros le otorgaran y reconocieran dichos honores. Alejandro es, y así se le considera además con toda razón, el mejor de los hombres, el más regio rey, y el general más valeroso de todos los [6] generales. Y era a ti, antes que a ningún otro, Anaxarco, a quien correspondía ser el promotor 45 de estas reflexiones y censor de las contrarias, ya que asistes a Alejandro como sabio consejero y asesor. Inoportuno es que tú hayas encabezado una tal propuesta, en vez de recordar que no asistes ni aconsejas a un Cambises o un Jerjes, sino al hijo de Filipo, descendiente de Heracles y de Eaco, cuyos antepasados vinieron de Argos a Macedonia, donde reinan ininterrumpidamente desde entonces, no por la fuerza, sino de acuerdo con leyes justas.
»Ni siquiera a Heracles tributaron honores divinos [7] los griegos mientras vivió, e incluso después de muerto hubo de esperarse a que el dios de Delfos diera su autorización para tributarle honores propios de un dios. Ahora bien, si por encontrarnos tratando este tema en una región bárbara hay que pensar con mentalidad bárbara, creo, Alejandro, que he de pedirte que te acuerdes de Grecia, por cuyo motivo organizaste esta expedición, a fin de anexionar Asia a Grecia. Considera [8] detenidamente lo siguiente: cuando regreses a Grecia, ¿vas a obligar a los griegos, que son los hombres que en mayor aprecio tienen su libertad, a aceptar la proskýnesis, o eximirás de ella a los griegos, manteniéndola como afrentosa obligación para los macedonios? ¿O tal vez piensas delimitar de una vez por todas estas cuestiones de honores, de modo que recibas los que son propios del hombre de parte de griegos y macedonios, y reservarás modalidades que usan los bárbaros sólo para cuando te halles entre bárbaros?
»Si, como se cuenta, Ciro el hijo de Cambises fue [9] el primer hombre que recibió los honores de la proskýnesis, y esta humillante costumbre permaneció desde entonces entre persas y medos, debes recapacitar en que a este Ciro 46 bien cuerdo lo volvieron los escitas, gente libre aunque pobre, al igual que los otros escitas lo hicieron con Darío; los atenienses y lacedemonios con Jerjes 47 ; Clearco y Jenofonte al frente de sus diez mil hombres con Artajerjes 48 ; y tú mismo, Alejandro, que hasta ahora no has recibido este honor de la proskýnesis, lo has hecho con Darío.»
[12 ] Tras pronunciar Calístenes su alocución en tales términos, Alejandro se sintió gravemente contrariado, aunque, por contra, sus palabras causaron entre los macedonios especial contento. Alejandro, conocedor de estas impresiones, manifestó su autorización a los macedonios de que podían olvidarse 49 de la proskýnesis. [2] Se produjo entonces tras las palabras de Alejandro un profundo silencio, y los más ancianos persas se fueron levantando y prosternando uno tras otro ante Alejandro. Leónato 50 , uno de los Compañeros, observando que uno de los persas se postraba ante Alejandro con poca gracia, hizo mofa de la postura poco honrosa del persa. Esto le valió la irritación de Alejandro, aunque algo más tarde se reconcilió de nuevo con él.
[3] También se comentaba la siguiente anécdota 51 : Alejandro hizo pasar una copa de oro para beber en honor de aquellos que en un principio habían estado de acuerdo con él en ese tema de la proskýnesis; bebió de ella el primero, se puso en pie, y se postró ante Alejandro mientras recibía de él un beso. Así, uno tras otro, [4] fue repitiéndose el ceremonial, mas cuando el turno de beber llegó a Calístenes, se levantó éste y bebió de la copa, acercándose a Alejandro a besarle con el beso de despedida 52 sin haberse postrado ante él. Casualmente se hallaba Alejandro en ese momento charlando con Hefestión, sin prestar atención a si Calístenes cumplía fielmente el ceremonial de la proskýnesis. Sin embargo, [5] Demetrio el hijo de Pitonacte, uno de los Compañeros, que sí lo observaba hizo saber que Calístenes se acercaba por el beso de Alejandro sin haberse postrado ante él. Ante esta observación, Alejandro no consintió que Calístenes le besara, ante lo que éste exclamó: «Me marcho con un beso de menos» 53 .
De este incidente yo no puedo en modo alguno [6] aprobar ni la arrogancia mostrada en este momento por Alejandro, ni el torpe proceder de Calístenes; antes bien, entiendo que un hombre debe saber comportarse en todo momento con decoro en su conducta particular, y estar dispuesto a ensalzar lo más posible todo lo concerniente a la monarquía, si es que se declara servidor de su rey.
Por esto creo que no fue del todo inconveniente la [7] animadversión que Alejandro mantuvo contra Calístenes, motivada por la importuna libertad de expresión y la arrogante necedad de que Calístenes hizo gala. De donde colijo yo que fácilmente alcanzaron credibilidad los detractores de Calístenes cuando le acusaron de haber participado en el complot que contra Alejandro prepararon sus Pajes; más aún, que llegara a creerse incluso por parte de algunos que el propio Calístenes fue uno de sus promotores. Acaeció esto de la siguiente manera 54 :
La conjura de los Pajes
[13 ] Existía una tradición, que se remontaba a los tiempos de Filipo, por la cual los hijos de los macedonios ricos e influyentes, al llegar a la adolescencia eran seleccionados para pasar al servicio del Rey. Implicaba este servicio, a más de la asistencia a la persona del monarca, actuar de guardia cuando se retiraba a dormir. Acompañaban también al rey cuando éste montaba a caballo, haciéndose cargo alguno de ellos del caballo cuando lo traían los palafreneros, y ayudaban al rey a montar al modo persa, siendo sus competidores [2] en las jornadas de cacería. Uno de ellos era un tal Hermolao, hijo de Sopólide, dedicado al parecer al estudio de la filosofía y asiduo acompañante por este motivo de Calístenes. Sigue así la anécdota que de él se cuenta: en el transcurso de una cacería un jabalí se lanzó sobre Alejandro, y fue Hermolao quien abatió a la fiera antes de que Alejandro pudiera reaccionar. El jabalí cayó malherido por Hermolao, lo que le valió la animadversión de Alejandro, molesto consigo mismo por no haber sabido reaccionar a tiempo. Cegado por la ira, Alejandro mandó azotar a Hermolao en presencia de los demás Pajes, despojándole de su caballo. [3] Dolido Hermolao por la injuria recibida, habló a Sóstrato, el hijo de Amintas, joven de su misma edad a más de su amante, de que no merecía la pena seguir viviendo sin castigar a Alejandro por su insolencia. Consiguió convencer a Sóstrato fácilmente, como amante suyo que era, de que participara en este plan 55 , y [4] entre ambos convencieron a Antípatro, el hijo de Asclepiodoro, que había sido sátrapa de Siria; luego a Epímenes, hijo de Arseo; a Anticles, hijo de Teócrito, y a Filotas, hijo de Carsis el tracio. Convinieron todos en que cuando le correspondiera el turno de guardia de noche a Antípatro asesinarían a Alejandro, atacándole cuando ya estuviera acostado.
Según relatan algunos por su cuenta, acaeció que [5] Alejandro estuvo bebiendo aquella noche casi hasta el amanecer; por su parte, Aristobulo narra este pasaje de la siguiente manera: una mujer siria, inspirada por don de la divinidad, seguía por entonces constantemente los pasos de Alejandro, aunque éste y los de su séquito la tomaban al principio a broma. Mas como vieran al cabo de algún tiempo que cuanto ella decía hallándose en trance se cumplía, Alejandro empezó a prestarle atención, permitiéndole el acceso a su persona a cualquier hora del día o de la noche, hasta llegar a convertirse en vigilante del sueño del rey mientras este dormía. Pues bien, fue en esta ocasión [6] cuando ella, hallándose en trance adivinatorio, se encontró con Alejandro que se retiraba de la fiesta y le aconsejó que volviera sobre sus pasos y continuara bebiendo durante toda la noche 56 . Alejandro vio en este aviso una señal del cielo, por lo que se volvió a reemprender la fiesta, dando así al traste con el complot de las Pajes.
[7] Al día siguiente Epímenes, el hijo de Arseo, uno de los conjurados, comentó a Caricles, hijo de Menandro, a la sazón su amante, todo el complot. Caricles lo contó a Euríloco, hermano de Epímenes, y este Euríloco se presentó en la tienda de Alejandro a narrarle con todo lujo de detalles el asunto a Tolomeo, el hijo de Lago, miembro de la guardia personal de Alejandro. Al momento informó éste de todo a Alejandro, quien ordenó acto seguido la detención de aquellos que Euríloco había mencionado. Sometidos a tortura, confesaron su complot y citaron los nombres de los demás conjurados.
Muerte de Calístenes
[14 ] Aristobulo nos cuenta que Calístenes fue uno de los instigadores del complot, y en este testimonio coincide con él Tolomeo. Otros, sin embargo, tienen del suceso una versión diferente, según la cual Alejandro dio fácil crédito a las acusaciones contra Calístenes sólo por el odio que ya por entonces sentía hacia su persona, y porque Hermolao mantenía uno amistad [2] especial con Calístenes. A este propósito, algunos historiadores nos traen a la memoria que Hermolao reconoció, al ser conducido ante los macedonios, haber formado parte del complot (ya que a su juicio ningún hombre libre podía soportar más la soberbia de Alejandro), al tiempo que hacía el recuento de las nuevas costumbres y sucesos últimamente acaecidos: la injusta muerte de Filotas, y la aún más ilegal muerte de su padre, Parmenión, y las de otros que por entonces habían perecido asesinados, la eliminación de Clito en el transcurso de la fiesta, las modas medas en el vestir, la recomendada y aún no derogada costumbre de la proskýnesis, así como las fiestas y horas a que últimamente se solía recoger Alejandro. De todo esto quería él verse libre y liberar a los demás macedonios.
Él y los con él apresados fueron apedreados por los [3] presentes. Según cuenta Aristobulo, Calístenes fue cargado de grilletes y tuvo que desfilar así ante todo el campamento, muriendo más tarde de enfermedad. Según Tolomeo, el hijo de Lago, sin embargo, fue sometido a tortura y colgado hasta que murió.
Observemos cómo ni las fuentes generalmente fiables, que acompañaban incluso a Alejandro 57 en esta ocasión, concuerdan en las versiones que nos transmiten de los hechos que entonces ocurrieron, a pesar de ser éstos bien conocidos y públicos. Hay todavía varías [4] otras versiones a propósito de estos sucesos; básteme a mí, empero, con lo que ya he recordado. Como dije, estos acontecimientos tuvieron lugar, cronológicamente hablando, un poco más tarde 58 , aunque yo he preferido traerlos a colación a propósito del incidente de Clito y Alejandro, por considerar que era aquí donde mejor cuadraban al hilo en que voy desarrollando mi narración.
Legación de los escitas y corasmios
[15 ] De nuevo se presentó ante Alejandro una legación de los escitas europeos, acompañando a los embajadores que Alejandro había enviado a Escitia 59 . Resultaba que el rey escita a quien Alejandro los había despachado acababa de morir y era ahora su hermano [2] quien le sucedía en el trono. El propósito de la legación escita era expresar a Alejandro que los escitas estaban dispuestos a cumplir cuanto Alejandro ordenara, en prueba de lo cual le traían regalos de parte de su rey, precisamente aquellos que los propios escitas estiman como más valiosos. El rey escita ofrecía su hija a Alejandro por esposa como garantía de amistad [3] y alianza. Ahora bien, si Alejandro descartaba su boda con la princesa escita, estaba dispuesto a ofrecer a los más leales hombres de Alejandro las hijas de los sátrapas y de los nobles del pueblo escita. El propio rey estaba presto, si se le autorizaba a presentarse ante Alejandro y oír de él lo que tuviera a bien disponer 60 .
[4] Compareció también por este tiempo ante Alejandro Farásmanes, el rey de los corasmios, acompañado de mil quinientos jinetes, diciendo que era vecino del pueblo de los colcos y del de las amazonas 61 , y que estaba dispuesto a servirle de guía por la región y proporcionarle provisiones para su ejército, en el caso de que quisiera atacar a los colcos y las amazonas y subyugar a los pueblos que habitan aquella zona del [5] Ponto Euxino 62 . Alejandro contestó a los embajadores escitas amablemente y de la manera que mejor le convenía por el momento, diciendo que no tenía necesidad de casarse con una princesa escita. En cuanto a Farásmenes, elogió su gesto, ofrecióle su amistad y alianza, aunque le dijo que en estos momentos no entraba en sus planes avanzar hacia el Ponto. Envió Alejandro a Farásmenes de regreso a su país, después de haberlo presentado al persa Artabazo, a quien Alejandro había dejado al frente de la Bactria, y a los demás sátrapas de las regiones vecinas. Afirmó que en la actualidad [6] su interés era llegar a la India, y que una vez allí y dueño ya de la India, tendría bajo su poder todo el Asia, y una vez en su poder Asia podría regresar a Grecia, para más tarde adentrarse por el Helesponto y la Propóntide hacia el interior de la región del Ponto con todas sus fuerzas de infantería y su armada. Pidió, pues, a Farásmenes que aplazara para entonces las muestras de amistad que ahora le ofrecía 63 .
Alejandro se volvió hacia el río Oxo tras tomar la [7] decisión de avanzar hacia Sogdiana, por haberse informado de que muchos sogdianos se habían refugiado en sus fuertes y no obedecían ya las órdenes del sátrapa nombrado por Alejandro. Cerca de donde él había fijado su tienda en el campamento cercano al río Oxo brotaron dos manantiales cercanos entre sí: uno de agua y otro de una sustancia oleaginosa 64 . Se [8] dio conocimiento de este fenómeno a Tolomeo, el hijo de Lago, miembro de su guardia personal, quien fue a anunciarlo a Alejandro. Ofreció éste un sacrificio ante este portento, según dispusieron los adivinos. Aristandro interpretó la fuente de aceite como indicio de futuros sufrimientos, pero ello apuntaba también a la victoria que tras algunos contratiempos sobrevendría.
Alejandro en Sogdiana
[16 ] Con una parte de su ejército avanzó Alejandro hacia Sogdiana, dejando en Bactria a Poliperconte, Átalo, Gorgias y Meleagro con el encargo de proteger la región, evitando cualquier intento de sublevación de los bactrios de aquella zona, y de eliminar a los que aún fomentaban la secesión.
[2] Dividió sus tropas en cinco partes, encargando a Hefestión el mando de una de ellas, otra a Tolomeo, hijo de Lago, miembro de su guardia personal; al frente de la tercera sección puso a Perdicas; Ceno y Artabazo comandarían el cuarto batallón, reservándose para sí la quinta y última, con la que emprendió la [3] marcha hacia Maracanda. Las cuatro restantes secciones continuaron su avance según sus propios éxitos se lo iban posibilitando, dando muerte a los que se habían refugiado en los fuertes, o acogiendo a los que se les rendían bajo ciertas condiciones. Una vez estuvo todo su ejército en Maracanda, después de haber atravesado la mayor parte del territorio sogdiano, despachó a Hefestión a asentar algunos colonos en determinadas ciudades sogdianas, y a Ceno y Artabazo hacia territorio escita, ya que había tenido noticias de que Espitámenes había encontrado allí refugio. Mientras tanto él se dirigió con el resto de las tropas a aquellas zonas de Sogdiana ocupadas aún por los rebeldes, a los que desalojó de sus asentamientos sin mayor dificultad.
[4] Ocupado Alejandro en estas maniobras, Espitámenes y algunos fugitivos sogdianos que le acompañaban escaparon a la región de los escitas conocida con el nombre de Maságeta 65 , reclutaron allí seiscientos jinetes maságetas y se presentaron frente a uno de los fuertes de la región de Bactria. Cayeron inesperadamente [5] sobre la guarnición del fuerte, sorprendiendo al comandante de puesto, que en modo alguno esperaba un ataque del enemigo; dieron muerte a la guarnición y retuvieron como prisionero y rehén al comandante del puesto. Envalentonados por la fácil captura de este fuerte, se acercaron pocos días después a Zariaspa 66 , aunque no se decidieron a atacar la ciudad, sino que la rodearon con sus tropas, llevándose de ella abundante botín.
En Zariaspa habían quedado algunos jinetes del [6] grupo de los Compañeros, aquejados de alguna enfermedad, y con ellos estaba como defensor, por encargo del rey, Pitón, hijo de Sosicles, y el citaredo Aristónico. Al tener éstos noticias de la incursión que llevaban a cabo contra la ciudad los escitas (y dado que ya estaban en gran parte restablecidos de sus enfermedades y podían utilizar sus armas y montar a caballo), reunieron unos ochenta jinetes mercenarios que componían la guarnición de Zariaspa, a más de algunos pajes al servicio del rey, y salieron de la ciudad lanzándose en tromba contra los masagetas.
Al caer por sorpresa sobre los escitas, ajenos por [7] completo a este ataque, recuperaron el botín que éstos habían robado, y dieron muerte a gran parte de los encargados de su transporte y custodia. Sin embargo, al iniciar el regreso a la ciudad lo hicieron en completo desorden, por no haber nadie que impusiera su autoridad; dio ello ocasión a que Espitámenes y los escitas les tendieran una emboscada, en la que perecieron siete de los Compañeros y sesenta jinetes mercenarios. Pereció el citaredo Aristónico 67 , que se había portado con valentía mayor de la que cabía esperar de un citaredo. Pitón resultó herido y fue hecho prisionero por los escitas.
Muerte de Espitámenes
[17 ] Al tener noticias Crátero de estos incidentes, marchó a toda prisa contra los maságetas, quienes, al enterarse de que Crátero les seguía muy de cerca, huyeron a todo correr en dirección al desierto. Crátero inició su persecución, alcanzando a los escitas y a los mil jinetes maságetas que les acompañaban no lejos del [2] desierto. El combate entre macedonios y escitas fue terrible. Resultaron vencedores los macedonios, que dieron muerte a unos ciento cincuenta jinetes escitas, aunque los demás consiguieron salvarse fácilmente y se internaron en el desierto, donde la persecución resultaba inviable para los macedonios.
[3] Alejandro relevó por entonces a Artábazo del cargo de sátrapa de Bactria, atendiendo la propia petición del interesado por razones de edad; designó en su lugar como sátrapa a Amintas, hijo de Nicolao 68 . Dejó como guarnición también allí a Ceno al frente de su batallón y del de Meleagro, con mando igualmente sobre cuatrocientos jinetes de los Compañeros y sobre el cuerpo completo de los hipaspistas, así como de los bactrianos y sogdianos, a más de las tropas que hasta ahora habían estado bajo el mando de Amintas. La misión de todas estas fuerzas a las órdenes de Ceno era pasar el invierno allí en Sogdiana para asegurar la defensa del territorio y tender una emboscada a Espitámenes, en caso de que durante el invierno hiciera por allí alguna incursión. Espitámenes y sus hombres [4] encontraron todos los puestos ocupados por las guarniciones macedonias, por lo que no les fue posible escapar por ninguna parte, ante lo cual decidieron marchar contra Ceno y su ejército, en la idea de que por allí tendrían mejores expectativas de éxito en el combate. Se presentaron, pues, ante las puertas de Gaba, plaza fuerte de Sogdiana, limítrofe entre esta región y la de los escitas maságetas, convenciendo fácilmente a unos tres mil jinetes escitas para que se les unieran en su ataque contra la región sogdiana. Estos [5] escitas viven en medio de la más mísera pobreza, carecen de ciudades y de viviendas sólidamente edificadas, por lo que no tienen apego a sus enseres, y de ahí que se dejen persuadir con la mayor facilidad a alistarse en cualquier expedición guerrera.
Al informarse Ceno y sus hombres de que las tropas de Espitámenes se les aproximaban, les salieron a su encuentro con todas sus tropas en formación. Se [6] produjo un violento choque, en el que vencieron los macedonios. Perecieron unos ochocientos jinetes bárbaros en esta batalla, mientras que de parte de Ceno fueron unos veinticinco jinetes y unos doce soldados de infantería las víctimas. A la vista de esto, los sogdianos que seguían a Espitámenes, y buen número de bactrianos abandonaron a éste en su huida y se pasaron a Ceno en calidad de tránsfugas. Los escitas [7] maságetas, tras el revés sufrido, rapiñaron las acémilas de los bactrios y sogdianos que con ellos habían formado como compañeros, huyendo acto seguido al desierto con Espitámenes. Al tener noticias de que Alejandro les seguía de cerca por el desierto, cortaron la cabeza a Espitámenes y se la enviaron a Alejandro, buscando con esta acción distraer a Alejandro para que dejara de perseguirles 69 .
La Roca Sogdiana
[18 ] Mientras tanto Ceno había regresado a Nautaca al encuentro de Alejandro, al igual que Crátero y sus hombres, así como Fratafernes el sátrapra de Partia, y Estasanor, sátrapa de Aria, una vez ejecutadas [2] las órdenes de Alejandro. Dio allí Alejandro a sus hombres un descanso en Nautaca, aprovechando que el invierno era sumamente crudo. Envió luego a Fratafernes a la región de los mardos y tapurios 70 para que trajeran a su presencia al sátrapa Autofrádates, que ya había sido citado varias veces con anterioridad a que compareciera ante Alejandro, sin que aquél hubiera atendido la requisitoria.
[3] Designó a Estasanor sátrapa de la Drangiana, y envió a Media a Antrópates como sátrapa de los medos, por parecerle que Oxidrates no le era totalmente leal. Envió luego a Estámenes a Babilonia, pues, según noticias a él llegadas, Maceo, el gobernador 71 de Babilonia, había fallecido. Finalmente, encargó a Sópolis, Epocilo y Menidas que marcharan a Macedonia a hacerse cargo del nuevo ejército macedonio y traerlo a su presencia.
[4] No hizo más que despuntar la primavera 72 , cuando Alejandro se dispuso a avanzar hacia la Roca Sogdiana, en la que habían encontrado seguro refugio, según informaciones a él llegadas, buen número de sogdianos. La propia mujer de Oxiartes el bactrio y sus hijas estaban en este refugio, según se decía; allí las había llevado Oxiarte por ser un lugar algo apartado e inexpugnable y que él mismo había sublevado antes contra Alejandro. Estaba convencido Alejandro de que una vez tomada esta posición fuerte no les quedaría nada que hacer a los sogdianos que pretendieran sublevarse. A medida que se aproximaba a la roca, observó Alejandro [5] con gran sorpresa que resultaba prácticamente inexpugnable por todas partes, y que los bárbaros habían conducido a su interior suficientes provisiones para un largo asedio. De otra parte, una gran nevada que había caído recientemente dificultaba el acceso a los macedonios, al tiempo que aseguraba aprovisionamiento de agua a los bárbaros. Aun con todos estos inconvenientes, Alejandro decidió el asalto a la fortaleza. Habían hecho los bárbaros declaraciones en extremo [6] jactanciosas que habían provocado en Alejandro un vivo interés por alcanzar gloria en esta afanosa empresa. En efecto, en el transcurso de unas entrevistas mantenidas para procurar la salvación y retirada de los sitiados a cambio de abandonar el fuerte, éstos, en tono de burla, dijeron en su jerga bárbara a Alejandro que buscara soldados con alas, con los que tal vez podría capturar la plaza, en la convicción de que ningún otro mortal podría hacerla suya. Ante esto, hizo [7] proclamar Alejandro que para el primero que subiera habría una recompensa de doce talentos, para el segundo un segundo premio, otro para el tercero, y así sucesivamente hasta el último que subiera, que obtendría uno no menor de trescientos daricos 73 . El efecto de esta proclama no hizo sino avivar aún más los ánimos de los macedonios, ávidos como ya estaban por escalar la roca.
Roxana
[19 ] Se reunieron a propósito los hombres que ya en otros asedios habían adquirido práctica en escalar posiciones difíciles, unos trescientos aproximadamente. Se equiparon con unas pequeñas estacas de hierro, las mismas que se utilizan para fijar los vientos de las tiendas, y las fueron hincando en la nieve cuando ésta tenía suficiente consistencia, o en las calvas de roca que entre la nieve aparecían; las enlazaron luego con resistentes cordeles de lino, avanzando así durante toda la noche por la parte más abrupta de la roca, que [2] era precisamente la menos vigilada. Clavando, como queda dicho, las estacas sobre la roca donde ésta se hacía visible, y la mayor parte de ellas sobre la nieve que resistía sin hacerse polvo, fueron ascendiendo uno tras otro por la roca. En la escalada perecieron unos treinta hombres, cuyos cuerpos cayeron despeñados por distintos lugares, sin que fueran jamás localizados [3] para darles sepultura. Sin embargo, los demás consiguieron culminar la ascensión del monte antes del amanecer. Desde allá arriba agitaron unas banderas para hacerse visibles al ejército madeconio, siguiendo con ello las instrucciones que Alejandro les diera. Envió entonces Alejandro un heraldo a las primeras filas de los bárbaros, no a conversar por más tiempo, sino a decirles que se rindieran, ya que él había conseguido los hombres con alas que necesitaba (al propio tiempo el mensajero debía señalar a la cima del monte para que vieran que los macedonios tenían copada las alturas). Ante esto, los bárbaros quedaron estupefactos, [4] no dando crédito a lo que sus ojos veían. Temiendo que los que ocupaban las alturas fueran más de los que en realidad eran y estuvieran perfectamente pertrechados, se entregaron sin ofrecer resistencia. Tal fue el miedo que sintieron a la vista de aquel reducido número de macedonios. Fueron hechos prisioneros mujeres y niños, y entre ellos la mujer e hijas de Oxiartes.
Tenía este Oxiartes una hija, en edad núbil, aún [5] virgen, de nombre Roxana. Los que servían a las órdenes de Alejandro afirmaban 74 que era la mujer más hermosa que en Asia habían visto después de la mujer de Darío. Alejandro, una vez que la vio, quedó enamorado de ella. Aun prendido de ella como se sintió, no quiso forzarla a sus deseos, aunque era su cautiva, sino que consideró más digno tomarla por esposa 75 .
[6] Apruebo yo este modo de proceder de Alejandro y su conducta, en modo alguno censurable. Por lo que a la mujer de Darío respecta, la más hermosa según se decía de todo el Asia, o no sintió deseo por ella o se supo controlar, y eso siendo Alejandro joven como era y en el culmen de su poderío, momentos en que los jóvenes son más dados a la intransigencia. Alejandro, sin embargo, la respetó y se abstuvo de gozar de ella, haciendo gala de una buena dosis de templanza y de un propósito —muy conveniente, por cierto— de buena reputación 76 .
[20 ] A propósito, se cuenta un relato 77 , según el cual, poco después de la batalla que tuvo lugar entre Alejandro y Darío en Iso, el eunuco de la mujer de Darío había conseguido escaparse y pasarse al campamento de Darío. Al verle éste le preguntó, en primer lugar, si [2] seguían vivas sus hijas 78 , su mujer y su madre. Se enteró por él de que seguían vivas, y que se las seguía llamando y tratando según su propio rango de familia real, al igual que cuando vivían en la corte de Darío; tras lo cual preguntó si su mujer le guardaba fidelidad. A la respuesta afirmativa del eunuco, volvió a preguntarle Darío si no había tenido que ceder por fuerza ante la intransigencia de los deseos de Alejandro. Bajo juramente dijo el eunuco: «Soberano mío, tu mujer está tal cual tú mismo la dejaste, y Alejandro es el [3] mejor hombre y de mayor templanza del mundo.» Ante tales palabras, Darío alzó sus manos al cielo, así rogando: «Soberano Zeus 79 , con potestad para arbitrar los asuntos de los reyes entre los hombres, presérvame ante todo el poder sobre medos y persas, ya que tú mismo me lo diste. Pero, si no he de ser yo el rey de Asia por más tiempo, no entregues a ningún otro mortal que a Alejandro mi poder.»
Hasta tal punto las acciones virtuosas merecen el reconocimiento incluso de los propios enemigos.
Así, cuando Oxiartes tuvo noticias de que sus hijas [4] habían caído prisioneras de Alejandro, y que éste mostraba interés por su hija Roxana, en un acto de audacia se presentó ante Alejandro, de quien recibió un trato muy distinguido, cual procedía ante tal feliz situación.
Alejandro toma la Roca Coriena
Alejandro, cumplida su misión [21 ] en Sogdiana, y conquistada ya la Roca, prosiguió su avance hacia los paretecos, donde según se decía habían encontrado refugio muchos bárbaros de la zona en las alturas de otro pico rocoso, conocido con el nombre de Roca Coriena. En ella se había refugiado el mismo Corienes acompañado de un buen número de sus gobernadores. La [2] altura de esta roca era de unos veinte estadios 80 , y su perímetro de unos sesenta. En todo su contorno estaba cortada a pico, con una sola vía de acceso, estrecha y de difícil paso, por haber sido construida en lucha contra la propia naturaleza del terreno, y desde luego muy incómoda de ascender, incluso yendo de uno en uno y aunque nadie nos cerrara el paso. Un profundo precipicio rodeaba la roca en todo su contorno, de suerte que cualquiera que quisiera hacer pasar un ejército a la misma debía antes rellenar por un lado el terraplén, para poder así llevar sus fuerzas al asalto por este pasadizo a nivel.
[3] Con todo y con eso, Alejandro se aplicó a la empresa. Su idea era la de no dejar lugar alguno sin tomar porque le hubiera resultado inaccesible; hasta tal grado de osadía le habían conducido sus anteriores éxitos 81 . Mandó ahora cortar los pinos que en gran número y de muy buen tamaño rodeaban el monte, para construir con ellos escaleras por las que su ejército pudiera bajar al fondo del barranco, única manera ésta [4] de hacerlo. Durante el día era el propio Alejandro el que supervisaba los trabajos en los que tenía ocupados la mitad de sus hombres; por la noche se turnaba su guardia personal, Perdicas, Leónato y Tolomeo, hijo de Lago, cada uno al frente de un tercio del ejército, según la distribución que de él se había hecho para los trabajos nocturnos.
En el turno de día avanzaron no más de veinte codos 82 , y por la noche algo menos, aun estando todo el ejército manos a la obra, debido a lo inaccesible del terreno y lo penoso del trabajo que en él se realizaba. [5] Una vez en el fondo del barranco, fijaron unas estacas en lo más profundo de él, guardando entre sí una distancia conveniente para que resistiera el peso y la carga que sobre ellas se iba a echar. Superpusieron sobre las estacas unas redes de mimbres a modo de puente, todo bien atado entre sí, y sobre ello vertían tierra por arriba hasta procurar enrasar el nivel del barranco para que el ejército pudiera franquear lo que era un desnivel natural.
Al principio los bárbaros despreciaron este intento [6] por vano, como cosa por completo irrealizable. Pero cuando las flechas empezaron a alcanzar la roca, y veían que no podían hacer nada desde arriba para cortar el paso a los macedonios (ya que éstos se habían fabricado unas protecciones contra los dardos, gracias a las cuales habían realizado su trabajo con seguridad), Corienes, atónito ante el desarrollo de los acontecimientos, envió un heraldo a Alejandro solicitando que le enviara a Oxiartes 83 . Alejandro atendió su solicitud [7] y le envió a Oxiartes, quien aconsejó a Corienes que se entregara él y su territorio a Alejandro. Le hizo ver que no había en el mundo plaza inexpugnable por la fuerza para Alejandro y sus hombres, y que si se avenía a un pacto de amistad y de alianza*** 84 .
*** Hizo varios elogios de la fidelidad y justicia del rey, ofreciendo como garantía, entre otras, su propio pacto. Logró convencer a Corienes, quien se presentó [8] ante Alejandro acompañado de algunos de su familia y sus amigos. A la llegada de Corienes, Alejandro le correspondió con muestras de amistad, dándole garantías de fidelidad, aunque le retuvo consigo, aconsejándole que enviara a algunos de los que hasta allí le habían acompañado a que regresara a la Roca para pactar la entrega de la plaza. Ésta, en efecto, fue entregada [9] por los fugitivos que en ella se habían refugiado. Alejandro reunió unos quinientos hipaspistas y subió con ellos a inspeccionar la plaza. Lejos de comportarse inadecuadamente con Corienes, le puso al frente de aquella plaza en calidad de gobernador del pueblo que hasta entonces había gobernado.
[10] El ejército de Alejandro había pasado grandes penalidades durante aquel invierno, ya que mientras duró el asedio había estado nevando copiosamente, a más de que anduvieron escasos de provisiones. Corienes se comprometió a darles víveres para dos meses, abasteciéndoles de trigo y vino que tenía almacenados en la Roca, además de repartir por las tiendas carne salazonada 85 . Hecha esta distribución, dijo Corienes que no había gastado en ella ni la décima parte de las reservas almacenadas para resistir el asedio. Por ello aumentó la estima de Alejandro hacia él, pues había entregado la plaza no tanto por obligación o fuerza mayor como por una decisión libremente tomada.
Alejandro en Bactria. Camino de la India
[22 ] Despues de esta conquista, Alejandro se puso en marcha hacia Bactria, enviando a Crátero con seiscientos jinetes de los Compañeros y su batallón de infantería, a más de los de Poliperconte, Átalo y Alcetas, contra Catanes y Aristanes, que eran los únicos rebeldes que [2] habían quedado en territorio pareteco. En un violento encuentro 85 que sostuvieron con las tropas de Crátero se impusieron éstos, pereciendo en la lucha 86 el propio Catanes, y cayó prisionero Aristanes, que fue conducido a presencia de Alejandro. De las filas bárbaras murieron ciento veinte jinetes y unos mil quinientos infantes. Cumplida esta misión por las tropas de Crátero, también se dirigieron a Bactria, donde ocurrió el incidente entre Alejandro, Calístenes y sus Pajes 87 .
Acababa ya la primavera 88 , cuando Alejandro reunió [3] sus tropas y se dispuso a avanzar hacia la India, dejando a Amintas en Bactria con tres mil jinetes y diez mil soldados de Infantería. En diez días había ya cruzado [4] el Cáucaso 89 , y acto seguido se presentó en Alejandría, nueva ciudad fundada por él en Parapamísada la primera vez que vino a Bactria. Relevó de su cargo al gobernador de esta ciudad, al que anteriormente él mismo había nombrado, por no haber cumplido a su juicio satisfactoriamente. Asentó a nuevos colonos en [5] la ciudad, a los que se sumaron aquellos soldados que habían quedado inútiles para el combate, encargando a Nicanor, uno de los Compañeros, el gobierno de la ciudad. Nombró a Tiriespes sátrapa de la región de Parapamísada y del territorio que se extiende hasta el río Cofén 90 . Una vez en Nicea ofreció sacrificios en [6] honor de Atenea y continuó hasta el río Cofén, enviando por delante un heraldo a Taxiles y a los indios vecinos de este lado del río, ordenándoles le salieran a su encuentro según se fuera aproximando a cada uno de sus pueblos. Así lo hicieron Taxiles 91 y los otros gobernadores 92 , que le presentaron los dones de mayor aprecio entre los indios, y con la promesa de poner a su disposición los veinticinco elefantes que ellos tenían.
[7] Dividió entonces Alejandro su ejército, enviando a Hefestión y Perdicas al territorio de los peucelotas, en dirección al río Indo, al frente del batallón de Gorgias, del de Clito y del de Meleagro, la mitad de la caballería de los Compañeros y toda la caballería mercenaria. Les encargó que se anexionaran todas las plazas del camino, bien por la fuerza de las armas, bien mediante pactos. Les ordenó igualmente que una vez en el Indo prepararan todo lo necesario para su travesía. Les acompañaban también en esta expedición Taxiles y los restantes gobernadores, que hicieron puntualmente al llegar al río todo cuanto Alejandro les había encargado. [8] Sin embargo, Astis, el gobernador de Peucelótide, intentó sublevarse, aunque no consiguió con ello sino su ruina y la de la ciudad en que había logrado refugiarse. Hefestión le puso cerco, y en treinta días cayó en poder de sus hombres. Resultó de ello la muerte de Astis, y en su lugar fue nombrado para gobernar la ciudad Sangeo, quien había hecho anteriormente defección de Astis y se había pasado a Taxiles, por lo que gozaba de la confianza de Alejandro.
Campañas contra los aspasios, gureos y asacenios
Alejandro, mientras tanto, al [23 ] frente de los hipaspistas, la parte de la caballería de los Compañeros que no había ido con Hefestión, los batallones de los llamados asceteros 93 , los arqueros, los agrianes y los lanzadores de dardos a caballo, se adentró en el territorio de los aspasios, gureos y asacenios 94 . Siguiendo [2] el curso del río llamado Coes por una ruta montañosa y difícil, cruzó el río no sin serias dificultades. Ordenó a la infantería que le siguiera en orden de marcha, mientras él se adelantaba a toda prisa con la caballería y unos ochocientos infantes macedonios a los que había procurado una cabalgadura, sin que por ello dejaran sus escudos de infantes. Con estas tropas avanzó contra los bárbaros de aquella región que se habían refugiado, según noticias a él llegadas, en las ciudades con recintos amurallados. Atacó la primera de estas ciudades [3] que encontró a su paso, poniendo en fuga al primer ataque a las tropas que habían formado delante de la ciudad para defenderla, obligándolas a encerrarse en sus murallas. En el transcurso del ataque el propio Alejandro resultó alcanzado en el hombro por un dardo que le atravesó la coraza. La herida, con todo, no fue grave, ya que la coraza impidió que el dardo le atravesara el hombro. También resultaron heridos Tolomeo, el hijo de Lago, y Leónato.
Alejandro desplegó sus tropas delante de la ciudad, [4] justo por donde el muro le parecía más accesible. Al amanecer del día siguiente, y a la vista de que la ciudad estaba circunvalada por una doble muralla, los macedonios forzaron el paso con relativa facilidad por el primer muro, pues éste había sido construido un poco a la ligera. Tras ello, los bárbaros formaron delante del segundo muro, aguardando un poco la llegada de los macedonios, pero cuando las escaleras de asalto empezaron a apoyarse sobre el muro y los defensores de primera fila eran alcanzados por las flechas lanzadas desde todas partes, no aguantaron ya más, sino que abandonaron la ciudad, saliendo por las puertas [5] en dirección a los vecinos montes. Algunos de ellos perecieron en la huida, y los macedonios dieron muerte a todos los que cogieron vivos, irritados por la herida que Alejandro había sufrido en el primer combate. La mayor parte, empero, consiguieron huir a las colinas cercanas a la ciudad. Alejandro arrasó hasta los cimientos la ciudad, poniéndose acto seguido en camino hacia Andaca. Ésta se le entregó y puso en sus manos mediante unas negociaciones pactadas. Dejó en ella a Crátero con los demás jefes de infantería, con órdenes de destruir todas aquellas ciudades que no quisieran pasarse voluntariamente a su bando, y disponer los asuntos concernientes a este territorio del modo más conveniente a tenor de las circunstancias presentes.
Aristía de Tolomeo, hijo de Lago
[24 ] Reunió Alejandro ahora a los hipaspistas, arqueros y agrianes, al batallón de Ceno y al de Átalo, el ágēma de caballería y el resto de los Compañeros hasta un total de cuatro hiparquías 95 , más la mitad de los arqueros a caballo y avanzó con ellos hacia el río*** 96 , de una ciudad donde estaba el gobernador de los aspasios. Después de recorrer un largo trayecto en dos días llegó a divisar la ciudad. Al tener noticias los bárbaros de que [2] Alejandro estaba cerca, prendieron fuego a su ciudad y buscaron refugio en los próximos montes. Los soldados de Alejandro persiguieron a los fugitivos hasta los montes, matando a gran número de ellos, hasta que éstos consiguieron adelantarse perdiéndose entre las sinuosidades del terreno.
Tolomeo, hijo de Lago, vio que el jefe del ejército [3] de los indios se había detenido en una colina, y aunque los hipaspistas que acompañaban a Tolomeo eran sólo unos pocos, se lanzó éste a caballo en persecución de aquél. Como la subida a la colina le resultaba penosa a los caballos de Tolomeo y sus hombres, bajó de su caballo y se lo entregó a uno de los hipaspistas para que se hiciera cargo del mismo, mientras él se puso a perseguir a pie al jefe de los indios. Al ver éste que [4] Tolomeo se le aproximaba, se dio la vuelta seguido de su guardia 97 y golpeó de cerca con su larga lanza en el pecho de Tolomeo, aunque la coraza le aminoró el golpe. Por su parte, Tolomeo atravesó de lado a lado el muslo del indio, derribándolo a tierra, donde lo despojó de sus armas. Cuando sus hombres lo vieron así, [5] abatido por tierra, ya no aguardaron en sus puestos, y por su parte los que estaban en los montes, al ver cómo el cadáver de su gobernador era arrastrado por los enemigos, llenos de rabia se lanzaron a la carrera contra ellos, librando una terrible batalla al pie mismo del monte. Menos mal que ya se habían acercado hacia allá Alejandro y sus tropas de infantería, desmontados ahora ya de sus caballos para cargar sobre los indios, a los que consiguieron desalojar, bien que con cierta dificultad, de su emplazamiento y hacerlos retroceder hacia los montes, quedando Alejandro dueño del cadáver de su enemigo.
[6] Cruzó Alejandro ahora los montes para llegar a la ciudad de Arigeo 98 , sorprendiéndole cómo sus habitantes le habían prendido fuego y se habían escapado huyendo. Se unieron a él allí las tropas de Crátero y sus Compañeros, después de haber cumplido cuanto Alejandro [7] les había encomendado. Le pareció a Alejandro ésta una ciudad ubicada en un lugar muy estratégico, y por ello encargó a Crátero que la fortificara y repoblara con los habitantes vecinos de aquella tierra que quisieran instalarse en ella, así como con los soldados del ejército que hubieran quedado inútiles para el servicio de armas. Mientras tanto, continuó él su avance hacia donde, según sus noticias, habían huido la mayoría de los bárbaros; llegó así al pie de un monte a cuyas faldas hizo acampar a su ejército.
[8] En esto, Tolomeo, hijo de Lago, que se había apartado un poco a buscar forraje por encargo de Alejandro, se había alejado algo más con algunos hombres a inspeccionar los alrededores; de regreso trajo noticias a Alejandro de haber visto en el campamento bárbaro mayor número de hogueras que las que había [9] en el propio campamento de Alejandro. Desconfió éste al principio de este número, pero al ver que se trataba de una asamblea de bárbaros de este territorio, dejó en reserva una parte de su ejército al pie del monte donde estaba, mientras que él se puso al frente de un contingente de hombres, suficiente a su juicio, en vista del número de bárbaros allí reunidos; procedió a dividir el grupo en tres secciones, según se iban acercando a los fuegos enemigos.
Al frente de una de ellas puso a Leónato, uno de su [10] guardia personal, asignándole el batallón de Átalo y el de Balacro; la segunda sección, formada por un tercio de los hipaspistas reales, los batallones de Filipo y Filotas y dos quiliarquías de arqueros, los agrianes y la mitad de la caballería, quedó a cargo de Tolomeo, hijo de Lago. Al frente de la tercera se puso él mismo, situándose donde al parecer formaba la mayor parte de los bárbaros.
Al ver éstos que los macedonios se les aproximaban, [25 ] continuaron ocupando sus posiciones dominantes. Algo después, confiados en su número y despreciando a los macedonios que tan pocos eran, bajaron hasta las posiciones situadas algo más abajo. El combate que allí se originó fue muy duro, aunque Alejandro terminó por imponerse sin grandes dificultades.
Las tropas de Tolomeo se habían alineado en orden [2] de batalla sobre un terreno no liso, pero como los bárbaros ocupaban las alturas, Tolomeo formó las compañías en orden de columna, llevándolos hacia donde el cerro parecía más fácilmente expugnable, sin cerrar con sus tropas por completo el perímetro del cerro, sino que dejó un corredor por el que los bárbaros, llegado el caso, pudieran emprender la huida. Se produjo también allí un violento combate, debido [3] no tanto a lo escabroso del lugar, como a que estos indios son mucho más valientes que sus vecinos. Con todo, fueron desalojados de la colina por los macedonios. Leónato y sus hombres, que componían uno de los tres tercios del ejército, resultaron igualmente victoriosos, consiguiendo derrotar a sus oponentes. Según [4] cuenta Tolomeo, fueron capturados un total de cuarenta mil hombres y doscientos treinta mil y pico bueyes, de los cuales Alejandro seleccionó los que le parecían más hermosos y grandes para enviarlos a Macedonia a labrar la tierra.
[5] Desde aquí se dirigió Alejandro a la región de los asacenos, que se habían preparado ya para la lucha, según noticias a él llegadas, con dos mil jinetes, más de treinta mil infantes y treinta elefantes. Crátero, que ya había terminado de fortificar la ciudad, motivo que le había retenido allí, aportó al contingente de Alejandro la infantería pesada y las máquinas de asalto, por si necesitaba acudir a ellas para el asedio de la [6] ciudad. Alejandro, al frente de la caballería de los Compañeros, los lanzadores de dardos a caballo, los batallones de Ceno y Poliperconte, los mil agrianes 99 y arqueros, avanzó hacia el territorio de los asacenos, [7] a través del país de los gureos. Mucho le costó cruzar el río Gureo 100 , epónimo de la región, a causa de su profundidad y por su impetuosa corriente, a más de porque en su lecho arrastra cantos rodados que hacían resbalar a los que intentaban atravesar el río. Al ver los bárbaros que Alejandro se les acercaba, no se atrevieron a guardar la formación para hacerles frente juntos, sino que se dispersaron pensando tan sólo cada uno en procurar la salvación y defensa de su propia ciudad.
Alejandro en Masaga
[26 ] Alejandro se dirigió en seguida hacia Masaga 101 , que es la ciudad más importante de la región. Cuando sus tropas llegaron ante los muros de la ciudad, los bárbaros, que se hallaban muy envalentonados por haber recibido como refuerzos unos siete mil mercenarios 102 de la India más al interior, cayeron sobre el ejército macedonio al verlo acampado al pie de sus murallas.
Alejandro se percató de que el combate iba a desarrollarse [2] en un lugar demasiado próximo a la ciudad, mientras que lo que a él le interesaba era que los bárbaros se alejaran de sus murallas, para que en el caso de que se produjera (y él estaba seguro de que así ocurriría) una brusca maniobra de contraataque no les fuera posible a los bárbaros escapar y salvarse, refugiándose en la ciudad que tan cerca se encontraba. Efectivamente, al ver cómo los bárbaros salían de la ciudad para atacarle, ordenó a sus hombres que retrocedieran cambiando su marcha en dirección a una colina que dista unos siete estadios 103 del lugar donde habían pensado instalar su campamento. Los enemigos [3] se envalentonaron, pensando que los macedonios habían iniciado la retirada, y se lanzaron en su persecución sin orden ni concierto alguno. Pero cuando ya los disparos enemigos alcanzaban a sus tropas, Alejandro hizo girar rápidamente y a una señal convenida su falange, lanzándola al contraataque y a la carrera contra ellos. Los lanzadores de dardos a caballo, agrianes y [4] arqueros fueron los primeros en llegar a todo correr al cuerpo a cuerpo con los bárbaros, mientras el propio Alejandro hacía evolucionar en orden a su falange. Los indios quedaron atónitos por lo inesperado de la reacción, y al llegarse al combate mano a mano retrocedieron, escapándose hacia su ciudad. Murieron unos doscientos, mientras los demás eran obligados a refugiarse en sus muros. Aproximó Alejandro ahora su falange a los muros, donde resultó alcanzado en el muslo por un dardo disparado desde la muralla, aunque la herida no fue de importancia.
[5] Al día siguiente aplicó las máquinas de asalto al muro, consiguiendo derribar fácilmente un tramo del mismo. Los macedonios presionaron por donde el muro había quedado derribado, pero como los indios resistían bravamente, Alejandro tuvo aquel día que retirar su ejército. Al día siguiente, el ataque macedonio fue aún más violento, de suerte que al fin se logró que una torre de madera quedara fija a los muros; desde ella disparaban sus flechas los arqueros, al tiempo que todo tipo de dardos lanzados desde las máquinas de asalto hacían retroceder un buen trecho a los indios. Pero ni aun así fueron capaces los macedonios de forzar la entrada al recinto amurallado.
[6] Al tercer día acercó Alejandro de nuevo la falange al muro, enlazando la máquina de asalto con el agujero abierto en el muro, e hizo pasar por allí a los hipaspistas que ya en el asedio de Tiro 104 habían tomado la ciudad mediante una estratagema parecida a ésta. Fueron muchos los que, entusiasmados, se lanzaron a la carrera por el pasadizo, que a causa del mucho peso se derrumbó, precipitándose junto con él no pocos macedonios. [7] Al ver los bárbaros lo ocurrido, lanzaban desde la muralla sobre los macedonios piedras, flechas y cualquier cosa que a las manos se les venía, en medio de un enorme griterío, al tiempo que otros salieron por unas pequeñas puertas que había entre las cortinas 105 de la muralla, golpeando de cerca a los confundidos macedonios.
[27 ] Encargó Alejandro a Alcetas que con su batallón acudiera a recoger a los heridos, con órdenes de que se retiraran al campamento los que aún proseguían la lucha. Al cuarto día se consiguió de nuevo enlazar el muro con otra máquina de asalto.
Los indios se defendieron valerosamente mientras el [2] jefe de la plaza sobrevivió, pero al ver que éste había muerto alcanzado por un disparo efectuado desde la máquina; al ver que algunos de los defensores habían caído durante el curso de tan prolongado asedio, y que contaban con muchos heridos que habían quedado inútiles para la guerra; al ver todo esto, enviaron una embajada a Alejandro en son de paz. Grato le resultó [3] a Alejandro que estos bravos hombres salvaran sus vidas, por lo que convino con los mercenarios indios que podían incorporarse a su ejército para servir en sus filas. Abandonaron éstos sus refugios trayendo sus armas, y acamparon frente a las filas del ejército macedonio, junto a una colina. Habían maquinado, sin embargo, escapar a la carrera aprovechando la noche hacia sus propios pueblos, pues no estaban dispuestos a empuñar las armas para enfrentarse a otros pueblos indios.
Al tener Alejandro noticias de todo esto, rodeó durante [4] la noche la colina a cuyo pie habían acampado los indios, cercándolos en medio, y tomó al asalto la ciudad, que había quedado desguarnecida de defensores, haciendo prisioneros a la madre de Asacanes, así como a su hija. En este asalto encontraron la muerte unos veinticinco hombres de Alejandro 106 .
Desde este lugar, envió a Ceno hacia Bacira, pensando [5] que sus habitantes se le entregarían después de haberse enterado de la captura de Masaga. A su vez, despachó a la ciudad de Ora a Átalo, Alcetas y el hiparco Demetrio, con el encargo de que cercaran con [6] un muro la ciudad hasta que él llegara. Los habitantes de la ciudad hicieron una violenta salida contra las tropas de Alcetas, aunque los macedonios sin gran dificultad les obligaron a darse la vuelta y recluirse de nuevo dentro de los muros.
A Ceno, sin embargo, no le fueron bien las cosas en Bacira, pues sus habitantes, confiados en la seguridad del emplazamiento, construida como estaba sobre un lugar muy elevado y por todas partes concienzudamente amurallada, no dieron señal de que fueran a rendirse bajo condiciones.
[7] Al conocer estos pormenores, Alejandro se puso en marcha hacia Bacira, aunque antes de llegar a ella le informaron de que algunos bárbaros vecinos de la región intentaban subrepticiamente llegarse hasta la ciudad de Ora, misión que les había encomendado Abisares. Ante esta noticia, Alejandro cambió su rumbo, dirigiéndose primero a Ora. Mandó a Ceno que construyera una plaza fuerte y reforzara la guardia sobre la ciudad de Bacira, dotándola de guarnición suficiente para impedir a los habitantes del territorio la libre circulación por el mismo. Respecto del resto del ejército, le ordenó Alejandro que lo trajera adonde él mismo estaba.
[8] Los habitantes de Bacira, al ver que Ceno levantaba el campamento con la mayor parte de sus tropas, despectivamente se mofaban de los macedonios diciéndoles que no eran enemigos para ellos, y acto seguido salieron a luchar a campo abierto. La batalla que entonces se originó fue violentísima; cayeron en ella quinientos bárbaros, siendo más de setenta los capturados prisioneros. Los demás lograron refugiarse en la ciudad, de donde les impedía la salida ahora ya con más decisión la guarnición apostada delante de sus murallas.
El asedio a Ora no resultó gravoso para Alejandro, antes bien, se apoderó de la ciudad al primer ataque contra sus muros, capturando los elefantes que en ella habían quedado abandonados.
En ruta hacia Aornos
Al tener conocimiento los habitantes [28 ] de Bacira del desarrollo de estos acontecimientos, abandonaron la ciudad a media noche, desistiendo de sus planes anteriores, y buscaron refugio seguro en la Roca, cosa que hicieron también los demás bárbaros. Efectivamente, todos abandonaban sus respectivas ciudades para refugiarse en la Roca, conocida con el nombre de Aornos 107 . Es ésta, en efecto, una enorme roca de esta región sobre cuya historia se cuenta que ni siquiera Heracles, el hijo de Zeus, pudo tomarla al asalto.
Desde luego, yo no puedo afirmar en modo alguno [2] si el Heracles 108 que llegó hasta la India fue el tebano, o si el licio o el egipcio. Más bien pienso que Heracles nunca llegó aquí, sino que son los hombres quienes, al querer ensalzar sus empresas, exageran sus dificultades hasta llegar a declarar que ni el propio Heracles pudo realizarlas. Así es como yo pienso que se ha utilizado a propósito de esta Roca el nombre de Heracles, por [3] pura jactancia de palabra 109 . Según dicen, el perímetro de la roca es de unos doscientos estadios 110 , y su altura por la parte más profunda del barranco de unos once estadios 111 , con un solo camino de acceso, difícil, abierto por la mano del hombre. En su cumbre abunda el agua pura, que brota de un manantial que constantemente fluye; también abunda la madera y buena tierra fértil para labrar, suficiente para mil hombres.
[4] Al tener Alejandro noticias de estas circunstancias, sintió unas enormes ganas 112 de tomar esta montaña, movido además por el relato que se contaba a propósito de Heracles. Fortificó, pues, como guarniciones de la región Ora y Masaga, y amuralló la ciudad de Bacira. [5] Los hombres de Hefestión y Perdicas fortificaron otra ciudad llamada Orobatis, siguiendo en ello instrucciones de Alejandro; dejaron en ella una guarnición y marcharon al río Indo. Una vez allí, prepararon todo lo necesario para enlazar ambas orillas del río, siguiendo [6] en ello las instrucciones de Alejandro. Nombró éste sátrapa de la región que queda a este lado del Indo a Nicanor, uno de los Compañeros. Él mismo se puso en marcha hacia el río Indo, consiguiendo bajo condiciones previamente pactadas se les pusiera de su parte la ciudad de Peucelótide, situada no lejos del Indo, en la que dejó una guarnición macedonia bajo las órdenes de Filipo. Igual hizo luego con algunas otras pequeñas aldeas ribereñas del Indo. Se pasaron a su bando Cofeo y Asagetes, los gobernadores de esta región.
Llegó luego a la ciudad de Embólima, situada muy [7] cerca de la Roca de Aornos, donde dejó a Crátero con una parte del ejército. Encargó a éste 113 que acumulara en la ciudad la mayor cantidad posible de trigo y de todo lo que pudiera necesitarse en un asedio prolongado, ya que su idea era que los macedonios utilizaran esto como base, para desde aquí agotar a los ocupantes de la Roca por un polongado asedio, en caso de que fracasara su plan de tomarla al asalto al primer intento. Alejandro reunió a los arqueros, los agrianes, el batallón [8] de Ceno; seleccionó a los hombres más ágiles y al tiempo mejor armados de la falange, y con ellos y con unos doscientos jinetes de los Compañeros y unos cien arqueros a caballo se aproximó a la Roca. Acampó a sus hombres donde más conveniente le pareció, dándoles allí ese día de reposo, y al día siguiente los volvió a acampar en un emplazamiento ya algo más próximo a la Roca.
Comienza el asalto a la Roca de Aornos
He aquí que se le presentaron [29 ] ahora unos vecinos de la zona, poniéndose a su disposición y prometiéndole que le podían conducir por el acceso más vulnerable de la Roca, y que así podría capturar la posición sin mucha dificultad. Ordenó a Tolomeo, hijo de Lago, uno de su guardia personal, que acompañara a estos hombres, poniéndose al frente de los agrianes, el resto de la infantería ligera y algunos hipaspistas bien seleccionados, con órdenes estrictas de que tan pronto capturaran la posición dejaran en ella una sólida guarnición y le hicieran señales para que él advirtiera que [2] había sido tomada. Tolomeo, después de recorrer un camino escabroso e incómodo de transitar, se apoderó de la posición sin que los bárbaros le observaran. La fortificó con una empalizada circular y una trinchera, al tiempo que hacía señales con fuego desde el monte a fin de que Alejandro les divisara, según la contraseña convenida.
Así ocurrió, en efecto, por lo que Alejandro puso en movimiento su ejército al día siguiente, aunque no pudo prosperar en su empeño ante la fuerte resistencia ofrecida por los bárbaros y la dificultad del terreno. [3] Al advertir los bárbaros que a Alejandro le resultaba imposible avanzar, se dieron la vuelta para atacar las tropas de Tolomeo. Se originó entre ambos bandos un violento combate: los indios intentaban por todos los medios destrozar la empalizada; los hombres de Tolomeo proteger a toda costa la posición. Los bárbaros llevaron la peor parte en el combate artillero, por lo que se retiraron al caer la noche.
[4] Alejandro mandó llamar a un indio desertor, hombre en quien podía además confiar y buen conocedor del territorio, para mandarlo a Tolomeo durante la noche con una carta en la que decía a Tolomeo que atacara a los bárbaros desde lo alto del monte cuando viera que Alejandro se había acercado a la Roca, y que no se contentara sólo con mantener la defensa de la posición, ya que los indios no sabrían qué hacer cuando se vieran atacados por ambos lados, por uno y [5] otro contingente macedonio. Al amanecer, Alejandro levantó el campamento y condujo a sus hombres al camino por donde había ascendido Tolomeo, lo que consiguió hacer sin ser advertido por los enemigos. Su plan era enlazar con las fuerzas de Tolomeo, ya que, logrado esto, el resto de la empresa le resultaría facilísimo. Así fue como ocurrió, en efecto; hasta medio [6] día se entabló un violento combate entre indios y macedonios; los unos forzando el ascenso, los otros disparándoles cuando aquéllos subían. Los macedonios no cejaban en su empeño por ascender, volviendo sobre sus pasos uno tras otro y dejando descansar a los primeros que subían. A eso de media tarde, aunque no sin dificultad, consiguieron hacerse dueños del camino y enlazar con las tropas de Tolomeo. A partir de este momento, cuando estuvo ya reagrupado todo el ejército, lanzó Alejandro de nuevo un ataque contra la Roca, aunque tampoco ahora pudo conquistarla. Así acabó este largo día de lucha.
Ai amanecer del día siguiente ordenó Alejandro que [7] cada soldado cortara unas cien estacas, y una vez cortadas él mismo el primero empezó a amontonarlas sobre la cresta de la loma en que estaban acampados, hasta conseguir formar un gran montón que se alzó hasta igualar la altura de la Roca. Intentaba alcanzar desde aquí con los proyectiles de sus máquinas a los combatientes enemigos de primera fila, y a este fin todos sus hombres se aplicaron a la obra de construir el gran montón; él mismo colaboraba, inspeccionando 114 y animando 114 a los que en ellos trabajaban con entusiasmo, o reprendiendo 114 al momento a los rezagados.
Durante el primer día, el ejército acumuló un montón [30 ] de unos doscientos metros de base; al día siguiente los honderos dispararon desde lo alto contra los indios, que eran también y simultáneamente batidos por los proyectiles lanzados por las máquinas, según salían en esporádicos saltos contra los que continuaban construyendo el montón. Durante tres días prosiguieron amontonando las estacas en este emplazamiento, y al día siguiente unos pocos macedonios, en un acto de valor, conquistaron una pequeña loma de la misma altura que la Roca. Alejandro, sin perder un momento, continuó acumulando estacas sobre el montón, hasta conseguir enlazarlo con esta loma que ya algunos de sus hombres habían ocupado.
[2] Los indios, atónitos ante el indescriptible grado de osadía de estos macedonios que se habían apoderado de la loma, y viendo que habían conseguido unirla al montón de estacas apiladas, desistieron ya de continuar la defensa. Acto seguido, pues, enviaron una embajada a Alejandro entregándole la roca a cambio de negociar para sí mismos su salvación. Sin embargo, habían urdido la siguiente estratagema: iban a ocupar todo el día en estas negociaciones, con objeto de, cuando llegara la noche, poder escapar furtivamente cada cual a su pueblo.
[3] Informado Alejandro de sus intenciones, les concedió un poco de tiempo para que se retiraran y destruyeran el cerco que fortificaba la Roca por todas partes, aguardando hasta que los bárbaros empezaran a retirarse. En este preciso momento, reunió Alejandro a unos setecientos hombres, entre su guardia personal y los hipaspistas, y se dispuso a avanzar sobre la parte ya desalojada de la Roca. Tras él seguían los macedonios, que subían por diversos lugares auxiliándose los unos [4] a los otros en el ascenso. A una señal convenida, los hombres de Alejandro se volvieron contra los bárbaros que empezaban a retirarse, dando muerte a gran número de ellos en su huida; otros se precipitaron peñas abajo al intentar escapar presos del pánico.
Así consiguió apoderarse Alejandro de esta Roca, inaccesible como había sido al propio Heracles, y sobre ella ofreció un sacrificio; dejó allí una guarnición y encargó la vigilancia a Sisicoto, que hacía tiempo había desertado de los indios, pasándose a Beso cuando estaba en Bactria, y posteriormente a Alejandro, en cuyas filas prestaba sus servicios cuando éste se hizo dueño de Bactria, granjeándose su total confianza.
Levantó Alejandro el campamento y, abandonando [5] la Roca, se internó por la región de los asacenos, por haber tenido noticias de que el hermano de Asaceno había conseguido escapar hacia los montes con los elefantes y muchos bárbaros vecinos del territorio. Llegó al poco a la ciudad de Dirta, aunque no encontró ni en ella ni en sus alrededores a ninguno de sus habitantes. Al día siguiente despachó a Nearco y a Antíoco, quiliarcos de los hipaspistas (a Nearco le había asignado los agrianes y los de infantería ligera, y a Antioco su propia quiliarquía, más otras dos), a que inspeccionaran el territorio, a fin de capturar a algún bárbaro del [6] lugar y someterlo a interrogatorio, pues anhelaba conocer datos sobre el lugar y, especialmente, enterarse de lo que había ocurrido con los elefantes. Según marchaba [7] ya hacia el río Indo, su ejército tenía que irse abriendo su propio camino según avanzaba por aquellos parajes absolutamente intransitables. Hizo allí algunos prisioneros, de quienes pudo informarse de que los indios de aquel territorio se habían refugiado en el campamento de Abizares, aunque habían abandonado los elefantes, que pastaban por las orillas del Indo. Acto seguido ordenó Alejandro a los prisioneros que le condujeran hacia donde estaban los animales.
Muchos indios suelen ser cazadores de elefantes; [8] algunos de ellos se presentaron diligentemente ante Alejandro, y con su ayuda pudo éste cazar a los animales. Dos de éstos se despeñaron por los acantilados al pretender huir, pero el resto de la manada fue capturado y pasaron a incorporarse al ejército de Alejandro, [9] montando a su grupa un naire 115 . Encontró en el río abundante y muy apreciable madera, encargando a sus hombres que la cortaran para construir naves, con las que río abajo llegaron hasta el puente que Hefestión y Perdicas habían fabricado hacía tiempo, siguiendo instrucciones de Alejandro.
1 También en este libro cuarto reciben un tratamiento muy detallado las operaciones militares en todo lo referente a sus aspectos geográficos y topográficos, continuando así Arriano sus descripciones con gran precisión, a modo de los tratadistas de poliorcética.
2 En Ilíada XIII 6.
3 Q. CURCIO , VII 6, 11, con nuevos detalles.
4 La actual Chojend fue la «última Alejandría». Ya hemos dicho que Alejandro heredó de su padre esta costumbre de dar nombre a las ciudades fundadas por él durante sus campañas. Cf. III 1, 5, y nota correspondiente.
5 En plena región sogdiana, muy próxima al extremo nororiental que Alejandro visitara.
6 Detalles en Q. CURCIO , VII 7, 1.
7 Curcio sólo menciona a Menedemo, acompañado de tres mil soldados de infantería y ochocientos jinetes.
8 Leyendo aûthis con Castiglioni.
9 Cf. HERÓDOTO , IV 122-142.
10 Q. CURCIO , VII 7, 24, hace modificar a Aristandro la interpretación del oráculo.
11 El empleo aquí del término hiparquía, al igual que en III 29, 7, no corresponde a un uso técnico y preciso, pues designa un contingente de caballería bajo las órdenes de un comandante.
12 Son el cuerpo de caballería equipado con la sarisa.
13 Sobre la táctica de estas escaramuzas, cf. J. F. C. FULLER , The Generalship of Alexander the Great, Londres, 1958, páginas 236-241; también puede confrontarse con el testimonio de CURCIO , VII 7, 1-9.
14 Q. CURCIO , VII 9, 17.
15 Unos mil hombres, según el relato de Curcio.
16 Mantenemos la lectura de los códices, basíleia, corregida por Polak, Roos, en bóreia. El error se debe, al parecer, a que se nos dice que ante la llegada de Farnuces a Samarcanda, Espitamenes abandonó el sitio sobre ésta y se retiró a la «residencia real» de Sogdiana. Ahora bien, se trata de que Samarcanda es, precisamente, la capital de Sogdiana, y de ahí que algunos editores hayan enmendado el texto transmitido, inventando un «bóreia » («en la región norte»).
17 Sea ésta la versión correcta, sea la que a continuación nos narra Aristobulo, no es menos cierto que éste fue un serio revés sufrido por las tropas de Alejandro, cuya responsabilidad debió de alcanzar, incluso, al propio Rey. Cf. J. R. HAMILTON , Alexander the Great, Londres, 1973, pág. 99; además, CURCIO , IV 7, 30.
18 Las pérdidas pueden cifrarse en dos mil infantes y unos trescientos jinetes.
19 Unos doscientos setenta kilómetros en tres días y una noche; cf., al respecto, C. NEUMAN , «A Note on Alexander’s March-Rates», Historia 20 (1971), 196 ss., en respuesta a R. D. MILNS , «Alexander’s pursuit of Darius through Iran», Historia 15 (1966), 256 ss., que critica, a su vez, a TARN , CAH 6, 385.
20 Actual Zarafshan.
21 Son los ariaspas, llamados Benefactores (III 27, 4) a raíz de haber acudido en socorro de Ciro, el hijo de Cambises, en su expedición contra los escitas.
22 Durante el invierno del 329/328.
23 El nombre de «Beso» es aquí una corrupción. Para obviar el error se han propuesto diversas enmiendas (Menón, por ejemplo, defendido por BOSWORTH , «Error’s in Arrian», Class. Quarterly [1976], 119-125; Menes, que mereció el beneplácito, aunque no definitivo, de BRUNT ). Cf. también TARN , Alexander the Great, Cambridge, 1948, vol. II, págs. 179-180.
24 Traducimos hýparchos por «gobernador»; no debe confundirse con «hiparco» = hípparchos. Por lo demás, no sabemos si en este pasaje el término griego traduce el correspondiente indio o persa. Ordinariamente, este gobernador acepta el nombre de su región: Abisares/Abisara, Poro/Paurava, Taxiles/Taxila, etc.
25 Sobre estos bárbaros, sus costumbres, hábitos, etc., cf. HERÓDOTO , III 154.
26 Es un ejemplo de epanalepsis, rasgo característico del estilo de Arriano (tal vez, influencia herodotea), motivo por el que mantenemos en nuestra traducción la redundancia que se advierte. Paralelo es III 18, 12.
27 Estos juicios de ARRIANO aparecen preteridos «por razones políticas», más adelante, en VII 29, a cuyo comentario remitimos.
28 Además de en este pasaje, la muerte de Clito aparece en Q. CURCIO , VIII 1, 2; PLUTARCO , Alejandro , 50, 1. Cf. al respecto T. S. BROWN , «Callisthenes and Alexander», AJP 70 (1949), 225-248, recogido luego por GRIFFITH , Main Problems, 40 ss.
29 Sin caer en las exageraciones de la Nueva Comedia, sí parece cierto que el ejército de Alejandro y él personalmente se aficionaron a la bebida; pese al piadoso atenuante de Tarn: «the dry climate of Turkestan, and the bad water induced in the army much use of strong native wine».
30 Cf. II 6, 4; VII 12, 5, y 29, 1.
31 Cf. I 15, 8.
32 Tal vez, en propio dialecto macedonio.
33 Cantando, al parecer, los vv. 693 ss. de Andrómaca : «¡Ay de mí! ¡Qué mala costumbre hay en la Hélade! Cuando un ejército erige trofeos sobre los enemigos, no se considera esta hazaña propia de los que se esfuerzan, sino que quien consigue el renombre es el general, el cual blande su lanza como uno más entre otros muchísimos y, a pesar de no hacer nada más que ninguno, obtiene mayor fama. Arrogantes, instalados en sus cargos por la ciudad se creen más importantes que el pueblo, cuando no son nadie.» (Traducción de J. A. LÓPEZ -FÉREZ , Eurípides. Tragedias, vol. I, Madrid, 1977, pág. 414.) Cf., al respecto, el comentario de A. AYMARD , «Sur quelques vers d’Euripide qui pousserent Alexandre au meurtre», publicado primero en Mélanges H. Grégoire, 1949, y luego, en Études d’Histoire Ancienne (París, 1967), 51-72; así como, en la misma idea, H. U. INSTINSKY , «Alexander, Pindar, Euripides», Historia 10 (1961), 250-253.
34 En Q. CURCIO , VIII 1, 21.
35 Cf. VII 29, 2.
36 Natural de Abdera, preceptor y maestro del escéptico Pirrón.
37 La vinculación entre Justicia y Zeus se remonta a HESÍODO , Obras, 256 ss.
38 El complejo tema de la consideración divina de la figura de Alejandro no puede ser abordado en una nota sin tener que simplificar la cuestión, de modo que vamos a centrar el tema en tres puntos importantes:
1 La consulta de Alejandro al oráculo de Amón.
2 La implantación de la proskýnesis.
3 La exigencia de que se le tributen honores divinos por parte de las ciudades griegas a partir del año 324.
Como se comprenderá estos problemas no tienen importancia sólo para Alejandro y su época, sino que van a trascender a toda la época imperial romana.
1. La consulta de Alejandro al oráculo de Amón. — Los verdaderos motivos de esta consulta aún aparecen poco claros para nosotros; se ha hablado de las convicciones religiosas de Alejandro, pero también se ha hecho de un sentimiento más racionalista de oportunismo político, como móviles contradictorios. Hemos de pensar, sin duda, que en el proceso de divinización de Alejandro influyeron, junto a sus motivos o intereses personales, las propias costumbres, instituciones y creencias de Egipto. Así lo demuestra G. MASPERO en su trabajo «Comment Alexandre devint dieu en Égypte», Ann. de l’Écol. Pratt. des Haut. Étud., 1897, págs. 5-30; en la misma línea insistía G. RADET , «Le pelerinage au sanctuaire d’Ammon», Rev. Étud. Anc. 28 (1926), 213-240, quien, tras analizar la cuestión desde un punto de vista múltiple, psicológico, geopolítico, religioso e, incluso, genealógico, llega a estos resultados: Alejandro utilizó el afamado y generalizado prestigio de este oráculo egipcio para reafirmar y justificar su política internacional y su vinculación a la divinidad; para afianzar sus insaciables esperanzas de conquista, y para exculpar, finalmente, a su madre de las recriminaciones y maledicencias populares. Tres, pues, fueron para Radet las respuestas del oráculo a Alejandro: la confirmación de su ascendencia divina, de su soberanía mundial y de su invencibilidad. Para V. Ehrenberg, en cambio, merece la pena considerar esta consulta a Amón bajo el prisma del sincretismo religioso, en tanto que Zeus-Amón era un dios grecoegipcio que hizo a Alejandro el encargo de fusionar ambas culturas. Más pragmático parece U. WILCKEN , «Alexanders Zug in die Oase Siwa», SB Berlin (1928), 576-609, según el cual Alejandro acudió al oráculo simplemente a consultar y prever su futuro (críticas le hicieron H. BERVE Gnomon [1929], 370-386, y luego E. BRECCIA , Bulletin de la Société Archeologique 25 (1930), 152-161, y 26 [1931], 355 ss.). Podríamos continuar repasando las diversas teorías a propósito de esta cuestión, tarea de la que nos exime el excelente capítulo que le ha dedicado al tema J. SEIBERT , Alexander der Grosse, Darmstadt, 1972, (a partir de aquí citado sólo por el nombre del autor), en sus páginas 116-125. Terminaremos recogiendo la opinión de C. B. WELLES , quien relaciona la visita al oráculo con la fundación de la ciudad de Alejandría, en «The discovery of Sarapis and the foundation of Alexandria», Historia 11 (1962), 274 ss.
2. La implantación de la «proskýnesis ». — Es ésta una palabra que ha hecho escribir largo y tendido. La institución es una costumbre persa que obliga a todos los que se hallan en presencia del rey a postrarse ante su persona, aunque para los persas no parece que ello implicara veneración al rey, a quien no consideraban un dios. Es, más bien, un acto de vasallaje debido al monarca como reconocimiento de su superior rango. Para griegos y macedonios, por contra, que sólo se postraban ante la divinidad, el acto de la proskýnesis implicaba veneración como a una divinidad. Hemos de pensar que si Alejandro adoptó esta costumbre fue para que los persas y macedonios unificaran su ceremonial respecto a la figura del rey, aunque este acto tuviera, en cada caso, una significación parcialmente distinta. La bibliografía es inmensa, pero muy selectivamente: J. P. V. D. BALSDON , «The Divinity of Alex. the Great», Historia 1 (1950), 363-388 (= GRIFFITH , Alexander the Great. The Main Problems, Cambridge, 1966, págs. 179 ss.); T. S. BROWN , «Callisthenes and Alexander», Am. Jour of Philol. 70 (1949), 225-248; R. L. Fox, Alexander the Great, Londres, 1973, págs. 23 y sigs., con bibliografía; una lámina, la XXX, nos da una imagen gráfica de la ceremonia, en OLMSTEAD , History of the Persian Empire, Chicago, 1948; J. HORST , Proskynein. Zur Anbetung im Urchristentum nach ihrer religionsgeschichtlichen Eigenart. Neutestamentliche Forschungen, 3, Gütersloh, 1932; R. G. RICHARDS , «Proskynein», Class. Rev. (1934), 168-170; L. R. TAYLOR , «The proskynesis and the hellenistic ruler culte», Jour. of Hell. St. (1927), 53-62; B. M. MARTI , «Proskynesis and adorare», Language 12 (1936), 272-282; G. MEAUTIS , «À propos de la proskynèse», Rev. Ét. Anc. (1942), 304-308; F. ALTHEIM , «Proskynesis», Paideia 5 (1950), 307-309); A. DELATTE , «Le baiser, l’agenouillement et le posternement de l’adoration chez les Grecs», Académie Royale de Belgique. Bull. Class. des Lettres et des Sciences Morales et Politiques (1951), 423-450; Ε. VISSER , «The divinity of Alexander and the proskynesis», Atti del 8 Congresso Inter. di Storia delle Religioni, Roma, 1955 (1956), págs. 321 y sigs.; E. J. BICKERMANN , «A propos d’un passage de Chares de Mytilène», La Par. del Pass. 18 (1963), 241-255.
3. La exigencia de reconocimiento divino a Alejandro. — Sobre esto, cf. un breve resumen en J. SEIBERT , págs. 192 y sigs.
39 Cf. VII 29, 3, y 30, 2.
40 Hiparco murió asesinado en el 514, y su hermano Hipias tuvo que salir de la ciudad en el 510. Cf. TUCÍDIDES , VI 54, 9.
41 El relato tal vez no sea más que la versión literaria dada en ese momento, aunque sí refleja bien la controversia que suscitó el tema de la proskýnesis. La bibliografía es, igualmente, copiosísima; cf. C. A. ROBINSON , Jr., «The arrest and death of Callisthenes», Trans. and Proc. of the Am. Philol. 62 (1931), y T. S. BROWN , «Callisthenes and Alexander…», 225-248.
42 La vinculación y paralelismos entre Alejandro-Dioniso por una parte, y Alejandro-Heracles por otra, es un aspecto bien conocido gracias a los trabajos (dejo aparte las obras más generales de Berve, Neuffer, Mederer, Radet, etc., sobre los cuales, cf. J. SEIBERT , pág. 204) de R. VALLOIS , «Alexandre et la mystique dionysiaque», Rev. Ét. Anc. (1932), 81 ss.; J. TONDRIAU , «Alexandre le Grand assimilé à différentes divinités», Rev. de Philol. (1949), 41-52; J. SERVAIS , «Alexandre-Dionysos et Diogène-Sarapis», An. Class. (1959), 98-106; S. S. HARTMANN , «Dionysos and Heracles in India according to Megasthenes: a counterargument», Temenos 1 (1965), 55-65. — Para las relaciones Alejandro-Heracles: A. R. ANDERSON , «Heracles and his sucessors», Harv. St. in Class. Philol. (1928), 12-19, y J. TONDRIAU , «Héracles, Héraclides et autres émules du Héros», Instit. Lombar. di Sc. e Lett. (1050), 397-406.
43 Sobre los discursos, cf. nuestra nota a V 25, 3.
44 Ya queda dicho (cf. vol. I, Introducción, n. 52, y vol. II, n. 38) que, para los persas, esta práctica de la postración no implicaba la consideración divina del rey, y, en cambio, para los griegos, este acto equivalía a la veneración que sólo al dios es debida. Cf. HERÓDOTO , VII 136.
45 El término empleado es eisēgetḗn, sustantivo verbal en -tēs, de clara influencia tucididea. Digámoslo con palabras de H. R. GRUNDMANN , Quid in elocutione Arriani Herodoto debetur, tesis doct., Berlín, 1844, pág. 13: «Sustantiva verbalia in -tes, etiamsi non tam saepe inveniuntur quam in -sis, tamen satis multa eorum sunt exempla, ut agnoscemus Thucydidis imitationem. Sic legitur IV 11, 6; IV 29, 7; III 26, 2, etc.» En el mismo sentido puede consultarse E. MEYER , De Arriano Thucydideo, tesis doct., Rostochii, 1877.
46 Los escitas masagetas derrotaron y dieron muerte en 529 a Ciro, fundador del Imperio persa. Cf. HERÓDOTO , I 208-214. Más tarde, en 513, los escitas europeos hicieron otro tanto con Darío I; de nuevo, HERÓDOTO , IV 83-142.
47 Año 480/479.
48 En el año 401/400.
49 Entiende Roos que no debe leerse aquí «macedonios».
50 Según Q. CURCIO , VIII 5, 22, fue Poliperconte quien se mofó del persa, aunque parece deducirse del propio testimonio de Curcio que Poliperconte no estaba ni siquiera presente cuando se produjo el incidente. C. W. HECKEL , «Leonnatos, Polyperchon and the Introduction of Proskynesis», Am. Journ. of Philol. (1978), 459-461.
51 La versión se debe a Cares.
52 Este beso del rey persa al despedir a sus hombres de mayor confianza era un beso en la boca, al modo como aún se conserva entre algunos pueblos; cf. JENOFONTE , Ciropedia I 4, 27; HERÓDOTO , I 134.
53 La expresión refleja toda la amargura de Calístenes.
54 Las fuentes antiguas, a más de ésta, son Q. CURCIO , VII 6, 8, y PLUTARCO , Alejandro 55.
55 Coinciden Arriano y Curcio en atribuir a los conjurados motivos puramente personales, aunque no se puede descartar que hubiera detrás de ello unos intereses superiores. Tenemos una carta de Alejandro (hoy considerada, sin duda, genuina) en que escribe a algunos de sus generales que se ha tratado de una conjura «a cargo de unos Pajes», sin mayor trascendencia. En otra carta, sin embargo, Alejandro acusa a los atenienses de ser los instigadores de la conjura, llegando a ver en ella incluso la propia obra de Aristóteles. Las cartas mencionadas aparecen recogidas en PLUTARCO , Alejandro 55, 6, y 55, 7. Sobre su autenticidad, cf. J. R. HAMILTON , «Three passages in Arrian», Class. Quarterly 5 (1955), 217-221, y «The letters in Plutarch’s Alexander », Proc. of the Afr. Class. 4 (1961), 12-20.
56 Fueron detalles como éstos los que indujeron a los estoicos a hacer a Alejandro objeto de sus reproches, afeándole su pronta cólera y su pasión por la bebida.
57 Remitimos a lo dicho en el capítulo «Arriano, historiador» de la Introducción, a propósito de las selección y combinación que el propio Arriano hace de las fuentes por él manejadas.
58 Es decir, en el 327, mientras que los acontecimientos que iba relatando y ahora reemprende corresponden al invierno de los años 329-328.
59 La primera visita nos ha sido relatada en IV 1.
60 Corresponde a Q. CURCIO , VII 1, 7.
61 Más detalles, en VII 13.
62 Los corasmios estaban asentados al Este del mar Caspio, y los colcos entre este mar y el Euxino, a considerable distancia unos de otros, ya que sólo se podían poner en contacto a través de los sármatas, por la parte norte del Caspio.
63 Considerablemente distinto a propósito de los preparativos, Q. CURCIO , VII 10, 13.
64 PLUTARCO , Alejandro 57, 4, y ESTRABÓN , XI 7, 3, también registran el fenómeno; sobre la existencia de petróleo en esta zona y su constatación en esta época, cf. R. J. FORBES , Bitumen and Petroleum in Antiquity, Leiden, 1936, especialmente, páginas 29 y sigs.
65 Los maságetas son una tribu escita que vive al Este del mar Caspio (cf. HERÓDOTO , I 201-216), concretamente, entre las desembocaduras del Oxo y el Jaxartes.
66 Es un lugar fronterizo entre Sogdiana y Bactria.
67 Alejandro erigió en su honor una estatua en Delfos (cf. PLUTARCO , Moralia 334).
68 Corresponde a Q. CURCIO , VIII 1, 19, y 2, 14, aunque según este autor fue Clito quien sucedió a Artábazo, y sólo más tarde fue Amintas quien se hizo con el poder.
69 Según CURCIO , VIII 3, 1. Espitámenes muere degollado a manos de su mujer.
70 La expedición debió de recorrer no menos de 1.000 km., toda vez que estos pueblos estaban asentados en la ribera del Caspio.
71 Cf. n. 25.
72 Estamos en el año 327.
73 Moneda persa acuñada en oro de 23 ¼ quilates, esto es, 98 por 100 de oro puro (cf. A. T. OLMSTEAD , History of the Persian…, págs. 188-189. Esta suma de trescientos daricos equivalía a un talento. — Las finanzas y la liquidez de las arcas es un problema de permanente preocupación para Alejandro; al respecto, cf. A. ANDREADES , «Les finances de guerre d’Alexandre le Grand», Ann. d’Hist. Économ. et. Soc. I (1929), 321-334; F. HEICHELHEIM , Wirtschaftliche Schwankungen der Zeit von Alexander bis Augustus, Jena, 1930; el trabajo más reciente de A. R. BELLINGER , «The King’s Finances», en Essays on the Coinage of Alex. the Great. Numimastic Studies of the American Numism. Society. 11 (1963), 35-80; así como el de R. KNAPOWSKY , «Die Finanzen Alexanders des Grossen», en F. ALTHEIM -R. STIEHL , Geschichte Mittelasiens im Altertum, Berlin, 1970, páginas 235-247, y el más conocido de E. BADIAN , «Alexander the Great and the Greek Cities of Asia», en Ancient Society and Institutions, Stud. presented to V. Ehrenberg, Oxford, 1966, páginas 54-61.
74 No sabemos si se trata de la Vulgata, o, lo que es más probable, de la versión de Tolomeo y Aristobulo.
75 Alejandro se casó dos veces (según Tarn, que rechaza la boda con Barsine) o tres (Roxana, Barsine y Parisátide), unas, por razones de Estado y, más tarde, por razones de Estado y verdadero amor. Su padre, Filipo, lo hizo en varias ocasiones más. Se ha dicho que Alejandro manifestaba un cierto distanciamiento por las mujeres (TARN , Alexander, II, pág. 319), mas parece llevar las cosas demasiado lejos querer ver como causa de ello una tendencia de Alejandro a la homosexualidad. — Sobre las mujeres de Alejandro, cf. P. A. BRUNT , «Alexander, Barsine and Heracles», Riv. di Filol. Class. (1975), 22-34, y sobre el ceremonial de su boda con Roxana, M. RENARD -J. SERVAIS , «A propos du mariage d’Alexandre et de Roxane», Ant. Class. 24 (1955), 29 ss.
76 Plutarco elogia públicamente a Alejandro por el respetuoso comportamiento que observa con sus cautivas, coincidiendo también en ello Diodoro y Q. Curcio.
77 De nuevo la Vulgata.
78 [kaì hoi huioí ].
79 Esto es, Ahura Mazda. Plutarco, en su relato, nos presenta a Darío invocando a su dios tradicional.
80 Corresponde a unos 3.600 m., aunque parece que no se trata propiamente de la altura de la Roca, sino de la distancia que por sus vericuetos hay que recorrer para llegar hasta la cima.
81 La argumentación es la misma que la expuesta en I 4, 3; II 4, 4; VI 16, 2; VII 15, 3, entre otros pasajes.
82 Un codo = 462,4 mm.; por tanto, casi 10 m.
83 Curcio lee Oxartes, toda vez que Oxiartes aún no se había pasado al bando de Alejandro.
84 La frase queda interrumpida por la existencia de una laguna.
85 CURCIO , VIII 4, 18, cuenta la anécdota de que Alejandro, en agradecimiento, le regaló, días más tarde, 30.000 cabezas de ganado que era una parte del botín rapiñado a los pueblos vecinos.
86 La traducción española resulta, creemos, más airosa si evitamos la repetición de un mismo término; de ahí que traduzcamos «encuentro», y luego «lucha», donde Arriano repite máche. Esta verborum abundantia en nuestro autor es también influencia de Heródoto, en el que podemos encontrar dos, tres y hasta cuatro veces repetida la misma palabra en breve espacio. Remitimos a la comparación que nos da H. R. GRUNDMANN , Quid in elocutione Arriani…, págs. 21 y sigs.: HERÓDOTO , III 102, 4; III 104, 14; IV 146, 5; VI 4, 7, con los pasajes de Arriano, V 2, 1; V 5, 5; V 2, 4; VI 6, 6, etc. Terminemos con la siguiente observación del citado autor: «Eodem spectat, quod Arrianus etiam nomina propria plane abundanter vel in eodem enuntiato vel in sequente repetit.»
87 Narrado antes, en el cap. 13.
88 A. Fraenkel prefiere leer «verano», con lo que se obvia una dificultad cronológica, pero a costa de modificar la lectura de los códices.
89 No es, propiamente, el Cáucaso, sino de nuevo las estribaciones del Hindu Kush.
90 Actual río Kabul.
91 Su verdadero nombre era Omphis (CURCIO , VIII 12, 14) y Taxiles, su nombre político, ya que, como es sabido, el rey adopta el nombre de su país.
92 Cf. nuestra n. 25.
93 Los editores lo corrigen en pezétairoi. Por contra, BRUNT mantiene, al igual que en II 23, 2; V 22, 6; VI 6, 1, 21, 3, y VII 11, 3, asthétairoi (independientemente del exacto valor de este término).
94 Corresponde a los territorios de Bajur y Swat.
95 Recordamos que el empleo del término hiparquía antes de la muerte de Clito suele hacerse sin mucha precisión, y que, en todo caso, hasta el año 324 sus componentes fueron macedonios.
96 Existe en el texto una laguna.
97 El empleo del término hipaspistas es aquí de notable imprecisión, de ahí que lo hayamos traducido por «guardia».
98 Muy probablemente, la actual Nawagai, capital de Bajaur (cf. J. F. C. FULLER , The Generalship…, pág. 126).
99 El texto ofrece ciertas dudas; nosotros mantenemos, con Roos, la lectura de los códices. El contingente de estos agrianes era de 500 hombres en el año 334, pero fueron ampliados hasta 1.000 en el 331.
100 El actual Panjkora.
101 No ha sido identificada esta ciudad con exactitud.
102 Q. CURCIO , VIII 10, 23, con cifras considerablemente divergentes.
103 Unos 1.260 m.
104 En II 23.
105 La cortina es la parte de muralla situada entre dos baluartes.
106 Corresponde este pasaje a DIODORO , XVII 84; Q. CURCIO , VIII 10, 34, y PLUTARCO , Alejandro, 59, 3, quien condena el atroz proceder de Alejandro en esta ocasión.
107 Fue identificada por STEIN , «Alexander’s Campaign in the Indian North-West Frontier», Geographical Journal 70 (1927), 417-439 y 511-540, en el actual Pis-Sar; cf., también, J. F. C. FULLER , The Generalship, con fotografías y planos del lugar. Con todo, hay que mencionar, en honor a la verdad, que el feliz hallazgo de Stein fue precedido por los trabajos de muchos otros estudiosos. Citaremos sólo los más relevantes (muchos de ellos no los hemos podido consultar, dado lo dificultoso de su búsqueda): J. ABBOTT , «Gradus ad Aornon», Jour. of the As. Soc. of Gr. Brit. and Irl. 23 (1854), 309-363; M. NEUBERT , «Aurel Stein auf den Spuren Alexanders des Grossen an der Nordwestgrenze Indiens», Petermanns Geographische Mitteilungen, 1929, págs. 84 y sigs.; G. RADET , «Aornos», Journal des Savants (1929), 69-73. Conexo con este tema está el más general de la literatura relativa al itinerario de Alejandro hacia la India. Aparte de lo que vamos comentando en algunas notas, remitimos al capítulo de J. SEIBERT , «Die Topographie des Alexanderfeldzuges in Indien», páginas 150-152, de su citado libro, así como a sus correspondientes notas en págs. 287-288.
108 Cf. lo dicho en vol. I, n. 206, y vol. II, n. 42.
109 A propósito, cf. DIODORO , XVII 85, y Q. CURCIO , VII 11, 2.
110 Equivalente a 36 km.
111 Casi 2.000 m., aunque más que de la altura de la misma, debe referirse a la distancia que hay que recorrer hasta llegar a su cima.
112 Cf. nuestra nota 22 (vol. I).
113 Algunos autores entienden que aquí falta un keleúsas (Polak),
114 Los tres gerundios corresponden a otros tantos sustantivos en -tēs, clara influencia tucididea. Remitimos a n. 45.
115 Es el conductor de elefantes que va montado a la grupa del animal.