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MIEDO ANTE EL DISCURSO: UN MIEDO CON MUCHAS CARAS
ОглавлениеEl miedo ante el discurso es el miedo a hablar en público, es decir, a pedir la palabra delante de los demás, a formular una pregunta o a mantener una charla. Hay numerosas ocasiones en las que se habla en público:
• En círculos privados, fiestas familiares o en conversaciones entre amigas.
• En reuniones, encuentros de asociaciones, en campañas ciudadanas o en reuniones de padres.
• En situaciones profesionales, como son conferencias o reuniones con colegas de trabajo.
• En el colegio o la universidad.
• En actuaciones públicas en televisión, en salas de conferencias o sobre un escenario.
El miedo ante el discurso también se puede denominar angustia por hablar, miedo ante el público, inhibición del habla o miedo escénico, y es uno de los miedos más extendidos. Muchas personas conocen la sensación de estar nerviosos cuando deben hablar en público. En Estados Unidos, el 40,6% de las personas encuestadas en un estudio representativo contestaron que temían hablar ante un grupo. A partir de nuestros seminarios, sabemos que el miedo a hablar en público presenta diversas manifestaciones, que pueden ir desde un ligero nerviosismo y pasar por una fuerte excitación, hasta llegar incluso a un verdadero pánico. Es muy distinto en función de las personas, y también depende de las situaciones en las que se deba hablar. Para la mayoría de los casos sirve decir que cuanto más importante sea el motivo del discurso, cuanto más pueda influir su contenido en nuestra evaluación (por ejemplo, lo que ocurre en los exámenes), mayor será el miedo. Otro aspecto que puede afectar a la angustia es la cantidad de público al que debamos dirigirnos: a muchos les produce menos miedo hablar ante un grupo reducido de personas que en una sala con miles de oyentes. De todos modos, también juega un papel muy importante nuestra relación con el público: cuanto más familiares, informales y de confianza sean las personas, es normal que la situación nos resulte menos inquietante. Por el contrario, a la mayoría de las personas les supone mayor complicación hablar ante extraños, superiores, autoridades o, en general, personas de las que deba recibir una valoración. Se ha descrito de modos muy diversos la dimensión del miedo, que depende de forma muy precisa del contenido del discurso. Algunos cuentan que les resulta mucho más fácil hablar de temas personales, pero que se ven en apuros si se trata de asuntos profesionales; por decirlo de alguna manera: cuando se debe «tener pies y cabeza». En cambio, otros pisan sobre seguro en estos discursos profesionales («en este caso conozco el tema sobre el que estoy hablando»), pero sienten un gran pavor por informar sobre algo personal o emocional.
Existe un denominador común que se repite en todas las situaciones del discurso: miedo a hablar en público es una forma de miedo social, es decir, miedo a las demás personas.
Bajo el significado de «miedo a hablar en público», si se hace un análisis detallado, existe una gran cantidad de posibles angustias, y todas ellas pueden describirse como miedos sociales:
• Miedo ante el rechazo.
• Miedo ante la crítica.
• Miedo ante el fracaso.
• Miedo ante el éxito.
• Miedo ante la soledad.
• Miedo a la proximidad.
• Miedo a constituir el centro de la atención.
• Miedo a cometer errores.
• Miedo ante la autoridad, etc.
Todos estos miedos se reúnen y forman sólo uno: el miedo a ser valorado por los demás. Por ello, entre las «situaciones de horror» que se pueden producir, la mayoría de las personas angustiadas por hablar en público temen «perder los papeles» ante ese público, poder ser abucheados o hacerse objeto de burlas o críticas. La mayoría de las personas que dicen de sí mismas sentir miedo a hablar en público conocen la sensación de estar, de una forma constante, valorándose a sí mismos y buscar después la valoración de los demás. En lenguaje profesional, esto se designa como una «elevada atención propia frente al público», es decir, una persona que está en contacto con más gente valora de forma muy especial lo que esas otras personas puedan pensar de ella. Esto conduce a que alguien con una alta cantidad de atención proceda a observarse a sí mismo. Por ejemplo, se pregunta: «¿Tengo buen aspecto?» o «¿Piensan que es estúpido lo que estoy diciendo?» o «¿Por qué sonríe ese de ahí detrás, qué opina de mí?». Estas personas se sienten criticadas siempre y han desarrollado en su entorno unas «antenas» muy sensibles para insertar la reacción de los demás en una estructura interna: «¿Me aceptan o no me aceptan?» o «¿Estoy bien ahora?» o «¿He fallado en algo?», etc. Es evidente que esta «elevada autoatención frente al público» ejerce una influencia negativa en la evolución del discurso.
Utiliza tus «antenas» para ti misma.
El hecho de hablar es, en sí, un proceso muy complicado: pensamos, buscamos las palabras adecuadas para expresar un pensamiento, hablamos y, al mismo tiempo, pensamos en lo que acabamos de decir, en encontrar una conexión lógica y, a la vez, en coger aire, añadir una ocurrencia espontánea, referirse a las preguntas del público, etc. Si, además de todo lo anterior, estamos atentos a observarnos a nosotros mismos desde fuera, a escuchar nuestras propias frases o a valorarnos según los ojos del público, puede ocurrir que, de cierta manera, nos quedemos desconcertados, que perdamos el hilo o que comencemos a tartamudear. Así el miedo provoca que nos comportemos de una forma equivocada a la hora de hablar, y eso es con exactitud lo que tememos.
¿Cuál es la verdadera amenaza para muchas personas que se encuentran en la situación de pronunciar un discurso en público? Por un lado, son las consecuencias negativas que pueden acarrear el fracaso de su aportación, como por ejemplo un examen echado a perder o una entrevista de trabajo que haya salido mal. Pero, en la mayoría de las ocasiones, al hablar en público no ocurre que la disertación pueda modificar nuestra vida o la ponga en peligro. A pesar de ello, muchas personas sienten miedo. El amedrentamiento es la posibilidad de que salgan a la luz pública debilidades o insuficiencias o que los demás nos puedan rechazar por lo que somos. Lo que nos amenaza es la propia autovaloración, que puede llegar a hacer vacilar la valoración de los demás.
¿Pero son sólo las mujeres las que padecen este miedo a hablar en público? No. Este miedo no depende del sexo, pues los hombres también lo sienten. Hemos escrito este libro dirigiéndonos a las mujeres por un motivo:
El miedo a hablar en público de las mujeres es «pertinaz», parece «normal» entre ellas, pues se ajusta a lo que podríamos llamar el rol tradicional femenino. «El público» es un ámbito masculino por tradición, ya que las mujeres están encasilladas en la privacidad, la casa y la familia; las mujeres escuchan y entienden, pero son los hombres los que pronuncian los discursos. Esta imagen clásica lleva consigo un agravamiento de la situación para la mujer que quiera hablar en público. Por regla general, se creen menos capaces de hacerlo y, también por regla general, reciben menor atención, son interrumpidas en más ocasiones y se retraen con mayor rapidez.
El miedo a hablar en público se ajusta al rol tradicional de la mujer.
Por lo común, las mujeres son más responsables de sus miedos, ya que esta angustia se corresponde con las expectativas sociales de la mujer. Es cierto que existe gran cantidad de hombres que, de hecho, muestran comportamientos de angustia a la hora de hablar en público, pero ni ante sí mismos ni ante los demás pueden admitir que lo experimentan. En un capítulo posterior describiremos con todo detalle lo bien que parece ajustarse el miedo a hablar con el hecho de ser mujer. También nos ocuparemos de las «circunstancias agravantes» con las que las mujeres, en contraposición a los hombres, nos enfrentamos cuando estamos en situación de hablar en público. Por lo tanto, con este libro expresamos nuestro deseo de que las mujeres puedan comprender y superar sus angustias.
¿Cómo se hace patente el miedo a hablar en público?
El miedo a hablar en público puede sentirse o manifestarse de muy diversos modos. De la experiencia adquirida en nuestros seminarios sabemos las diversas formas con las que las mujeres experimentan su angustia. Algunas de ellas están nerviosas días antes de pronunciar su discurso y pasan noches sin dormir; otras se encuentran tranquilas y relajadas durante la disertación pero, a posteriori, tienen la sensación de haber tomado un narcótico y no recuerdan nada, otras muchas son experimentadas oradoras que tras una conferencia tiemblan como una hoja a merced del viento y se ponen a sí mismas de vuelta y media. Algunas están tan alteradas que ya no tienen nada que decirse.
El miedo a hablar en público ejerce sus efectos tanto sobre el organismo como sobre los pensamientos y el comportamiento. A continuación queremos describirte con más precisión cada uno de estos planos. Es probable que puedas reconocer en alguno de ellos tu forma de experimentar la angustia.
Los efectos sobre el organismo
El miedo se asocia la mayoría de las veces con una nítida reacción corporal: si una persona considera que se encuentra en una situación peligrosa o amenazadora, tal información se transfiere, a través del diencéfalo y el nervio simpático, a las glándulas suprarrenales que, a la velocidad del rayo, distribuyen las dos hormonas del estrés, la adrenalina y la noradrenalina. Estas hormonas llegan a todo el organismo a través del torrente circulatorio y sirven para que el cuerpo adopte una «reacción de supervivencia»: en situaciones de amenaza para la vida son las posibilidades primitivas de atacar o de huir. El cuerpo está sometido a un esfuerzo elevado y el raciocinio se bloquea de forma transitoria, pues un tiempo largo de reflexión supondría un impedimento ante la situación de peligro. En cambio, se eleva la actividad cardiaca y el metabolismo, y todo el cuerpo queda dispuesto para hacer frente al peligro. Estas alteraciones orgánicas provocadas por las hormonas pueden servir de impedimento cuando se está en situación de hablar en público: el corazón palpita con mayor rapidez, los dedos se humedecen por el sudor, las rodillas comienzan a temblar, la cara se pone pálida o roja, o se crea el bloqueo del raciocinio del que se ha hablado arriba, hay un vacío en la mente, el denominado blackout.1
Los efectos sobre los pensamientos
El miedo bloquea el pensamiento creativo; el blackout es el ejemplo extremo. Pero incluso en los preparativos del discurso puede ocurrir que ya no se nos ocurra nada más, que nos resulte complicado concentrarnos y hasta retener las ideas. Es frecuente que los pensamientos caigan en un círculo vicioso y, en muchos casos, esto se refiere más a las situaciones que se teme que puedan presentarse que al contenido en sí de la disertación. Por ejemplo: «Espero que no vaya mal...» o «Sería terrible si...» o «Por el amor de Dios, no debo...». Pero son estos pensamientos los que refuerzan la sensación de angustia, y de ellos, más adelante, nos ocuparemos con mayor detalle.
Los efectos sobre el comportamiento
El miedo también puede hacerse patente a través del comportamiento. A menudo tiene un efecto de inquietud, nerviosismo y tensión; se hacen gestos poco apropiados o exagerados, la persona está rígida, como «congelada»; hace ruidos sobre la mesa con los dedos o agarra con fuerza los papeles; está intranquila o mueve los pies; la velocidad del habla es de una rapidez anormalmente rápida o prolija en exceso, faltan las pausas para la respiración o el fraseo; las oraciones se vuelven confusas o se pierde el hilo (seguro que tú podrás completar esta lista con tus experiencias personales).
De esta enumeración se desprende la intensidad con la que los síntomas de la angustia de hablar en público pueden perjudicar el discurso y lo fácil que resulta sufrir del «miedo ante el miedo».
A menudo existe un «miedo ante el miedo».
En ese caso los síntomas de miedo son los que por sí mismos generan el miedo («¡Basta de tener miedo o, de lo contrario, me despistaré!»), y muchos, para no sentir esta angustia, prefieren evitar las ocasiones de hablar en público, escabullirse de ellas. Pero esta conducta de evitar la situación lleva a consolidar el miedo, y esa no es la solución (más al respecto en el capítulo 3). De forma simultánea, a raíz de esos intentos de omisión se reduce nuestro propio margen vital y con ello nos limitaremos las posibilidades de desarrollo y de práctica.