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IV
ОглавлениеRatos muy buenos pasaba yo en casa de mi tío, donde nunca faltaba animación. Eloísa vivía con sus padres; Camila en un tercero de la misma casa, pero todo el santo día lo pasaba en el principal; María Juana, que habitaba en el barrio de Salamanca, hacía largas visitas á la casa de Recoletos. Viéndolas allí á todas horas alrededor de su madre, charla que charla, unas veces riendo, otras disputando sobre cualquier tema de actualidad, se habría podido creer que eran solteras, si la presencia de los respectivos consortes no lo desmintiese.
Pocas mujeres he visto más arrogantes que María Juana. Era una belleza estatuaria, diosa falsificada, clasicismo vestido, si los mármoles admitieran el corsé de ballenas y las telas modernas. Desde que la conocí, inspiróme más admiración que estima, pues algo va de escultura á persona. Su airecillo presuntuoso no fué nunca de mi agrado. Por aquellos días no había empezado á engordar todavía, y así su engreimiento no tenía la encarnación monumental que ha tomado después. Su marido me fué más simpático. Parecióme un hombre de gran rectitud, veraz, sencillo, con cierta tosquedad no bien tapada por el barniz que le daba su riqueza; callado, prudente, modesto en todo, y muy principalmente en la estatura, pues era uno de los hombres más pequeños que yo había visto. Cuando paseaba con su mujer, por cada dos pasos que ella daba, él tenía que dar tres. Después supe que no era ambicioso; que no aspiraba á ser padre de la patria, ni á fatigar á los órganos de la publicidad con la repetición de su nombre; lo que me sorprendió, pues es de hombres chicos el apetecer cosas altas. Gustaba de la vida obscura, arreglada y cómoda, y sus ideas, poco brillantes, giraban dentro del círculo estrecho del ya anticuado criterio progresista; pero siendo el tal una de las personas que con más sinceridad deploraban los males del país, no tenía la petulancia de creerse llamado, como otros campeones del vulgo, á remediarlos por sí mismo. Contáronme que su origen era humilde. Su padre, que había hecho mucho dinero con los transportes en la primera guerra civil, usaba siempre en Madrid el pintoresco traje de Astorga.
Muerto su padre, Cristóbal Medina heredó con sus dos hermanos una pingüe fortuna. Casó con mi prima dos años antes de mi venida á Madrid, y hasta entonces no habían tenido sucesión, ni después la han tenido tampoco. Viviendo en plácida armonía, en su casa todo era orden y método. Gastaban mucho menos de lo que tenían, y no se señalaban por su generosidad. Así llegó la malicia á tacharles de sordidez y del prurito de alambicar, apurar y retorcer demasiadamente los números. No sé si era ésta ú otra la causa de que tuvieran algunos enemigos, gente quizás desgobernada y maldiciente que persigue con sátiras de mal gusto á los que no tiran el dinero por la ventana. Una señora muy conocida que fué compañera de colegio de mi prima y después, por ciertas cuestiones, ha trocado su cariño en odio implacable, le puso un apodo que por suerte no ha prevalecido sino en el círculo de los envidiosos. Recordando que al padre de Cristóbal se le conocía hace cuarenta años por el ordinario de Astorga, dió aquella mala lengua en llamar á María Juana la ordinaria de Medina.
En cuanto al mérito intelectual de ésta, bastaba tratarla un poco para descubrir en ella ideas muy juiciosas; por ejemplo: dar más valor á las satisfacciones de una conducta honrada que á los vanos éxitos de la vida oficial; preferir los moderados goces de una fortuna bien distribuída á los regocijos escandalosos con que algunas casas ocultan sus trampas y su ruina. De sus conversaciones se desprendía un tufillo puritano, una filosófica reprobación de las farsas sociales, guerra sorda á los que suponen más de lo que son y gastan más de lo que tienen. Pagaba su tributo á la sátira corriente, que se ha hecho amanerada de tanto pasar y repasar por labios españoles, quiero decir, que daba curso á esas resobadas frases que parecen un fenómeno atmosférico, porque las hallamos diluídas en el aire de nuestro aliento y en las ondas sonoras que nos rodean: «¡Oh! si aquí se trabajara; si no hubiera tanto vago, tanto noble arruinado que vive del juego, tanto abogadillo cesante ó ambicioso que vive de las intrigas políticas...» Debo añadir que María Juana había adquirido, no sé si en libros ó en algún periódico, ciertas menudencias de saber político, religioso y literario, que eran la admiración mayor de todas las admiraciones que su marido tenía por ella. El amor de Medina principiaba en ternura y acababa en veneración, motivada sin duda por la superioridad de ella en todos los terrenos. Tenía este matrimonio muchas y buenas relaciones. ¿Cómo no tenerlas si eran ricos, cuando hasta los más necesitados y humildes se codean aquí con los poderosos, con tal que sepan envolver su miseria en el paño negro de una levita?