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INTRODUCCIÓN

Este librito salda una deuda de gratitud que tengo con el Patriarca San José. Para ser honestos, los beneficios que recibimos de San José son impagables, tanto por su inmenso número cuanto por la humildad con que actúa, sin darse casi a conocer, por eso intentaré hacerlo conocer y amarlo un poco más. Antes de comenzar, aunque no estoy a su altura, deseo hacer mías estas palabras de Santa Teresa de Ávila:

No me acuerdo hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo; de los peligros que me ha librado así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo por experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre –siendo ayo– le podía mandar, así en el Cielo hace cuanto pide. (1)

No es la primera vez que escribo o hablo sobre San José. Recuerdo la primera vez que escribí sobre él: me encontraba en la mitad de la vida, estaba interesado en José y me intrigaba el amor; fue un enfoque de tipo antropológico y utilicé el género literario epistolar. La segunda ocasión fue diferente pues necesitaba fundar la revelación cristiana en la historia y recurrí a la ayuda de otras disciplinas; un libro que cayó por providencia en mis manos me ofreció numerosas claves interesantes; debo reconocer que las charlas que di en ese entonces suscitaron genuino interés.

Ahora recopilaré y añadiré algo a todo aquello. La Sagrada Escritura, la tradición, los teólogos y el Magisterio me ayudarán en el proyecto. He buscado un fundamento bíblico, un apoyo en el Magisterio, una cierta racionalidad teológica y una actualización antropológica que es importante pues si Jesucristo, Verbo Encarnado, revela al hombre el misterio del hombre, no hemos de olvidar que José, “Padre” de Jesucristo, educó a su hijo y cooperó en su maduración humana. También consulté las tradiciones orales y escritas del pueblo de la Primera Alianza. Confieso de antemano que algunas de mis afirmaciones son improbables (no se pueden probar), pero las considero verosímiles (pueden ser verdaderas).

El énfasis antropológico de este libro es una respuesta a la invitación que hiciera San Pablo VI en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus (1974): “En el culto a la Virgen merecen también atenta consideración las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas” (34), pero está también motivado por la distorsión actual de la concepción de lo humano. El mundo occidental está invadido por una corriente ideológica que, negando la naturaleza y absolutizando la cultura, pretende que nosotros mismos nos hacemos (no nacemos), varones y mujeres. De este modo: negamos al Creador, ignoramos el código binario básico (mujer y varón), multiplicamos las identidades sexuales, destruimos la familia biparental heterosexual... ¡ignoramos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos! Nuestro querido San José es un fiel ejemplo de quien ha escuchado y amado la Palabra de Dios Padre que nos dice: “No separe el hombre lo que Dios ha unido” para acoger y educar a los hijos.

El título de este libro puede despistar, interrogar, sorprender y hasta disgustar a algunos, no creo que a “algunas” les pase lo mismo. De todos modos, merece una explicación. José es el “nuevo” soñador, pues hay otro que lo precede. En efecto, en el libro del Génesis se nos narra la historia de José, hijo de Jacob, a quien Dios se le comunicaba en sueños (Gn.37-50). La tradición cristiana lo asoció muy pronto con “nuestro” José, debido a su virginidad y a sus sueños… José, el esposo de María, estaba también comunicado con Dios en forma onírica; así, el Señor le reveló tres hechos capitales de su vida: tomar a María por esposa, emigrar a Egipto para salvar la vida de Jesús y retornar de Egipto para establecerse en Nazaret (Mt.1-2). De este modo, José protegió a María y a Jesús. Sin su fidelidad a estos sueños, nosotros, como cristianos, no existiríamos.

Comienzo desde el vamos ofreciendo las razones, además del afecto y agradecimiento, que me mueven a poner manos a la obra:

~ Conocer y amar más a Jesús, “hijo de José” (Mt 13:55; Lc 4:22; Jn 6:42).

~ Profundizar el misterio de Jesucristo y de María, esposa virgen de San José (Mt 1:18, 20, 23-25).

~ Acercarnos a él mismo, a José, el santo más grande del cristianismo. Su santidad fue proporcional a su extraordinaria misión y, además, fue él, después de María, quien estuvo más cerca de Cristo. (2)

~ Dado que José se humanizó y personalizó en su relación esponsal con María, y educó a Jesús en una genuina humanidad, según la voluntad original de Dios, deseamos que haga otro tanto con nosotros.

Hay todavía otras dos razones que me mueven a presentarles a este padre y amigo. En primer lugar, crecer en la verdadera devoción a los santos a fin de que Dios sea en ellos y por ellos glorificado. Devoción verdadera que consiste en imitar sus ejemplos, participar en su intimidad y recibir la ayuda de su intercesión. (3)

La segunda razón es de tipo teológico. La formulo así: la “josefología” es una gran ayuda para comprender y profundizar la cristología. El conocimiento de José, “Icono invisible del Padre celestial”, es puerta de acceso incomparable para el conocimiento de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Esto se explica por el hecho de que en la cultura hebrea la figura paterna es primordial en la educación y trasmisión de la fe a la generación siguiente.

Agrego, asimismo, otro doble motivo más personal, ya que el corazón también tiene sus razones. Mis cinco hermanos, hermana incluida, y mi padre se llaman José como segundo nombre, y yo también. La devoción la mamé de mi madrina de bautismo y ella misma se encargó de grabármela como con un sello el último día que la vi en esta vida. Fue en una sala de terapia intensiva; los médicos habían dicho que no había ninguna esperanza; yo se lo comuniqué, ella ya lo sabía. Estaba serena y lúcida, me mostró su brazo izquierdo, en torno a su muñeca tenía el “cordón de san José, patrono de la buena muerte”. Balbuceó: estoy con él. Su Santo la vino a buscar el día de la fiesta del Carmen, su advocación y devoción preferida.

Nos acercamos ahora a la figura de San José. Lo haremos en dos pasos sucesivos. Aunque estos puedan, en algunos casos, superponerse, no se trata de lo mismo. El campo de visión se ahonda y agranda. Así lo espero. Concluiré presentando el aporte del Magisterio papal de los últimos tiempos.

1. Vida, 6:6.

2. Cf. León XIII, Quamquam pluries; Pío XI, Alocución del 19-III-28.

3. Cf. Lumen gentium, 50-51.

El nuevo soñador

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