Читать книгу Orar con la Lectio divina - Bernardo Olivera - Страница 8

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JESÚS nos ama y quiere permanecer con nosotros para acercarnos, por el Espíritu Santo, al Padre. Su más profundo deseo es que los seres humanos queramos ser sus amigos, que estrechemos nuestros lazos con Él que nos sanó y elevó, por el Espíritu, a la calidad de hijos de su Padre. ¡Jesús es nuestro amigo! y nos invita a estar con Él en intimidad, a tener una relación personal, basada en una fe viva que busca la íntima comunión de amor con quien es principio y fin de nuestra historia sagrada.

Esta es una invitación a vivir nuestra existencia en la tierra, en compañía de Jesús. ¿Cómo? Deseando..., buscando..., encontrando..., perdiendo... y volviendo a desear a Aquel que nos amó primero y para siempre. Necesitamos tiempos fuertes de amistad, de diálogo con Dios, a fin de estrechar esta amistad. Tiempos fuertes de fe y de amor para que la fe se enamore y permita anticipar lo esperado. El Reino de Dios está ya entre nosotros. Jesús está entre nosotros y desea con todo su corazón que seamos discípulos felices y misioneros convincentes.

Si con lo dicho hasta aquí he logrado al menos que se sientan atraídos a continuar con la lectura, puedo estar agradecido a Dios. Quizás no lo perciban, pero puedo asegurarles que sus corazones han comenzado a latir junto al corazón de Jesús, pues es su Espíritu el que los ha invitado a compartir la alegría del Dios vivo que ofrece su beso amoroso a todo aquel que quiera oírlo, permanecer en Él y ser enviado en misión. Dejémoslo entonces, que tome las riendas en este camino de fe enamorada en anticipo de esperanza.

Que la unción del Espíritu Santo los ilumine y me ahorre así ulteriores aclaraciones y comentarios.

En todo lo que sigue nos pondremos en la escuela de los grandes maestros que supieron antes que nosotros estrechar su amistad con Jesús de tal modo que nos pueden guiar por un camino seguro: san Jerónimo, san Agustín, san Gregorio Magno, san Bernardo de Claraval...

Abriendo el corazón al Diálogo

Hay diferentes modos y formas de experienciar y estrechar nuestra amistad con el Señor. ¿De qué se tratan? Todos y cada uno de ellos son una encarnación concreta y definida de la fe enamorada.

Los modos y formas pueden ser muchos, pero hay dos que son fundamento de todos y, por lo mismo, nunca pueden faltar: la Liturgia y la Escritura, pilares de cualquier relación personal con Dios. Cristo está presente y actúa mediante ellas de manera imponderable.

Sin liturgia no hay genuina amistad con Jesús, ni contemplación. Y otro tanto podemos afirmar con respecto a la Biblia “pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”. (1) Ya desde los primeros tiempos, la Iglesia, aún niña, aprendió a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios. Fue así como su propio corazón se convirtió desde la más tierna infancia en una biblioteca de Cristo.

Vayamos entonces a lo que nos convoca. Intento compartir con ustedes esta forma de oración basada en la Escritura que la Iglesia desde los primeros tiempos ha convenido en llamar lectio divina. Concretamente, trataré de explicarles en qué consiste y cuáles son los pasos o momentos de su proceso o práctica.

La lectio divina es una forma de lectura contemplante; sigue las huellas de la tradición patrística y monástica. Ella nos permite participar en el diálogo de la salvación, asimilando la verdad salvífica contenida en la Escritura y comulgando con el Salvador.

No se trata, pues, de una simple lectura espiritual. Ha de ser una lectura en el Espíritu de la Palabra que inspiró ese mismo Espíritu. Será siempre una lectura de Dios con ojos de esposa, con ojos de Iglesia, con los ojos de María. La lectio divina es hija del Espíritu que fecunda la Palabra. En definitiva, es una lectura meditada, prolongada en oración contemplativa; es decir, una lectura:

Sin prisa: apacible, reposada, desinteresada, leyendo por leer y no por haber leído.

Comprometida: en la que se dona toda la persona, hasta el mismo cuerpo...

Recogida: en actitud de fe y de amor, buscando un contacto vivo con la Palabra que es Dios.

Sapiencial: su meta es la comunión, saborear a qué sabe Dios, gustar de Él y morar en él.

Quisiera también decirles que, si bien considero la lectio divina como una forma de oración contemplativa, lo cual implica un cierto método, lo más apropiado sería considerarla como una actitud. ¿Una actitud de qué tipo? De diálogo; y más profundamente, de acogida o escucha y donación o respuesta, con esperanza de comunión o contemplación, abiertos a la acción o al servicio.

A esta altura, y con lo dicho ya habrán comprendido en qué consiste, qué es la lectio divina. Exponer su proceso nos lleva a explicar su práctica. Procuraré, en esta primera parte expresar lo esencial para despertarles el deseo de sumergirse aún más en el conocimiento y experiencia de este modo de orar.

De acá en adelante hablo en particular a cada uno de ustedes, como si estuviéramos solos, charlando cara a cara. Aquí vamos.

Para iniciarte en la lectio divina te sugiero proceder de este modo:

Todos los días, a una hora privilegiada, le puedes dedicar el tiempo que normalmente se requiere para entablar un diálogo con otra persona. ¿Te parece poco unos treinta minutos? Al principio te conviene saber con anticipación lo que vas a leer. Lo más sencillo es esto: tomar el evangelio del día. Así evitarás la tentación de perder tiempo buscando un texto que te caiga bien. Te ayudará también, cuando la cosa se ponga ardua, a no andar picoteando un poco aquí, otro poco allá, sin terminar de sacarle el jugo a nada. De esta manera, además, la lectio divina resultará una buena preparación o prolongación de la misa diaria.

¡¿Qué?! ¿Me dices que no tienes una Biblia? ¡Pues cómprala! Es una inversión vital. La de Jerusalén es cara; sin embargo te ahorrará consultar otros libros: está llena de notas aclaratorias y buenísimas introducciones; alguna que otra vez la traducción resulta dura, pero lo anterior compensa. La Biblia de Nuestro Pueblo y El libro del pueblo de Dios son también excelentes. Sea la que sea, ¡trátala con cariño! como a las cartas de tu novia, de un amigo, de tu madre, de alguien que te quiere y quieres muchísimo. El cuidado y respeto que muestres por tu Biblia será índice de tu fe en la presencia de Dios que en ella anida.

Ahora bien, no has de considerar los pasos del proceso como los peldaños de una escalera. Tampoco se trata necesariamente de momentos sucesivos. Se trata más bien de un movimiento vital y unitario, pero que admite distinciones. Por ejemplo, cuando caminas mueves alternadamente los pies, balanceas los brazos y conjuntamente avanzas. Se trata de una sola realidad: caminar. No obstante puedes distinguir entre un pie que avanza y otro que queda atrás... Evita, entonces, toda sistematización rígida, por más que yo al darte explicaciones pueda transmitir esa impresión. La práctica diaria se encargará de suavizar las rigideces y hará que los momentos se alternen en un orden siempre cambiante o se superpongan entre sí.

Digamos que en la lectio divina podemos distinguir un prólogo y una sucesión compenetrada, natural y espontánea de momentos o experiencias espirituales: lectura, meditación, oración, contemplación. En cada uno de ellos tu fe se va enamorando más y más y logras asimilar la Palabra en creciente intimidad.

Esta sucesión de momentos no es producto del ingenio creador de nadie. Tómate tiempo y verás si son un cuento. De hecho, responden a la íntima naturaleza de cualquier diálogo digno de tal nombre. ¿Acaso no podemos distinguir en el diálogo un triple ritmo de acogida, donación y comunión? Pues bien, este ritmo es el ritmo de la lectio divina; mira, si no.


Si lees con atención el relato de la Anunciación según san Lucas te convencerás de todo esto. Al anuncio del ángel sigue la meditación y respuesta de María y, finalmente, la encarnación del Verbo.

Te hablé de un prólogo, ¿en qué consiste? Antes de comenzar la lectura no está de más que te pongas de rodillas, hagas la señal de la cruz o algún gesto que te exprese. Yo le doy un beso al texto y otro a una imagen de María que uso de señalador. Es que el cuerpo, manifestación de tu persona, está también invitado a participar.

Luego puedes hacer una breve oración. Alguien me contó que siempre comenzaba la oración con una estrofa del salmo 119 (118) que al ser un salmo alfabético de veintidós estrofas, le permitía tomar una oración diferente cada día durante tres semanas. Lo probé personalmente: puedo decirte que vale la pena.

Este prólogo del que te hablo no tiene otra finalidad que ayudarte a tomar conciencia de la cita con Dios. Él está interesadísimo en hablarte, escucharte y hasta en besarte. Que tus ojos se acostumbren a ver en la Biblia la boca de Dios: ella es un beso de eternidad, decían los antiguos.

Si te visitara el papa Benedicto XVI ¿le dirías que viniera más tarde o lo recibirías acostado y tapado hasta la nariz porque hace frío? Estoy seguro de que no. Serías capaz de esperarlo un día entero en el aeropuerto, llueva o truene. ¡Y eso que no es más que el vicario de Cristo, el que hace sus veces!

Y ahora sí, te largas a leer.

Tu lectura confronta la palabra escrita: lo que está escrito ahí y no lo que tienes en tu cabeza o lo que te comentó el cura en la iglesia. Es importante que leas lo que está escrito, lo que el evangelista quiso decir: el sentido literal del texto, como dicen los entendidos. Este es el sentido que nos interesa en primer lugar cuando leemos el Nuevo Testamento. El sentido literal te enseñará gran cantidad de cosas sobre Jesús: quién es, qué dice, qué hace, qué quiere...

Para ayudarte a captar qué dice el texto puedes tener en cuenta las siguientes reglas prácticas:

El contexto mayor: el capítulo y la sección en que se encuentra el texto que lees.

El contexto menor: lo que antecede y lo que sigue.

El contexto litúrgico: los otros textos de la misa y el clima de la fiesta o tiempo litúrgico.

Los pasajes paralelos: sean del mismo evangelio o de los otros.

Las palabras claves que comunican el mensaje central.

En más de un caso tendrás que recurrir a las notas al pie de página. Pero, ¡atención! que la lectio divina no se convierta en estudio. El estudio de la Escritura ha de ocupar otro tiempo. Estudiar la Escritura y orarla contemplativamente son dos cosas distintas: en el primer caso se busca información y se procura adueñarse de la Palabra; en el segundo, la meta es la transformación personal y para ello hemos de permitir a la Palabra que se apodere de nosotros. Si tu estudio es contemplativo, muy bien, nada que objetar; pero si pretendes que tu lectio divina sea también estudio, me temo que no será ni lo uno ni lo otro.

Supongo que sabrás evitar también esta otra tentación típica: ver apenas el texto y decirte, ¡Ufa, este pasaje ya lo requeteconozco! No peques por superficialidad, puede ser que conozcas las palabras en cuanto portadoras del mensaje, pero con seguridad aún te falta profundizar en la realidad que ellas significan.

En fin, si te ayuda tomar notas, puedes hacer lo siguiente. Divide una hoja en cinco columnas:

En la primera anota la fecha y el texto del Evangelio, por ejemplo: “11-X-12 / Lucas 1, 26-38”. En la segunda, tu respuesta a esta pregunta: ¿qué dice el texto en sí mismo?

Todo lo que vas leyendo es palabra viva de Dios. Tu meditación la hace actual. La Palabra te interpela aquí y ahora. Tu lectura y meditación son la voz de Dios que te está hablando en este momento. Más que lector tienes que ser oidor. Que no haya apuro, date tiempo, sin una escucha serena no oirás nada. Y la Palabra te hará pensar, reflexionar, meditar: ¿qué significa esto para mí ahora...? Si no captas lo que la Palabra te dice, no sé cómo podrás vivirla.

A fin de encarnar el texto, un amigo se ayudaba de esta manera: Luego de leerlo varias veces, lo releía en primera persona. Supongamos que el pasaje era el del joven rico según la versión de san Marcos; pues bien, José Luis, mi amigo, lo leía así: “Se ponía ya en camino cuando yo corrí a su encuentro y, arrodillándome ante él, le pregunté: ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Jesús, fijando en mí su mirada, me amó y me dijo: ‘José Luis, sólo una cosa te falta, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.’ Pero yo, al oír estas palabras, me entristecí y me marché apenado, porque tenía muchos bienes.”

Leyendo así, podía José Luis sentir la voz de Jesús dirigida a él personalmente y en ese momento preciso.

¿Sabes cuáles son las tentaciones más típicas durante la meditación? Pues te prevengo, para que las evites. Ante todo, el divagar. Ponerse a construir castillos en el aire, de esos que no tienen nada que ver con el texto. Cuando te suceda tal cosa, vuelve a la lectura. Si las distracciones persisten, procura centrarte en las palabras clave, quizás escribiéndolas.

Pero hay otra tentación más jugosa. Ponerse a meditar lo que la Palabra le dice al vecino en lugar de a uno mismo. Como aquel sacristán que al leer lo que Juan le decía a los fariseos y saduceos: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, dignos frutos de conversión...”; salió corriendo a buscar al párroco para decirle que Juan Bautista lo llamaba. Si te descubres haciendo esto, es señal de que debes leer el texto en primera persona.

Si te has decidido a tomar notas, en la tercera columna pondrás tu respuesta a esta otra pregunta: ¿qué me dice a mí el texto leído al meditarlo?

La lectio divina no es un monólogo, sino un diálogo. Por consiguiente, el Señor, después de hablarte, espera tu respuesta, aguarda tu oración. Esta podrá expresarse de muchas maneras, pero, una vez más, siempre en consonancia con el texto. Sería un descuelgue que durante la lectio divina te pusieras a rezar el rosario. ¡Atención!, dije “durante la lectio divina”.

Algunas veces, tu oración será un movimiento de amor, de alegría, de compunción...; palabras de alabanza, petición, intercesión... Otras, será la simple repetición de algo que has leído y que en la meditación te golpeó: “Bendito el que viene en nombre del Señor”; “¡Señor, que vea!”; “Habla, Maestro, que tu discípulo escucha”.

En definitiva, será el Espíritu Santo quien te inspire y hablará por tu boca; nosotros no sabemos orar como conviene.

Quizás no te salga nada; en tal caso no pierdas la paz y, si puedes, repite lentamente alguna palabra o frase significativa. Pero también puedes caer en el extremo opuesto: llenarte la boca de lindas palabras. Si esto último te sucede, te aconsejo componer una breve oración basada en el mensaje central del texto y contentarte con ella. En la cuarta columna de tus notas puedes responder a este interrogante: ¿qué le digo a Dios motivado por la lectura y la meditación?

Y de esta manera, cuando Dios quiera, te hará conocer la vida que encierra su Palabra. La Palabra, siempre grávida de vida divina, te hará partícipe de su fecundidad. La letra se convertirá en acontecimiento que anticipará lo esperado. La luz de la Palabra caldeará tus entrañas, su calor te iluminará. Después de mirarse y hablarse quedarán en silencio...

¡O te quedarás dormido! En este caso el remedio es bien sencillo: acuéstate más temprano la noche anterior, elige una hora más conveniente y tómate unos mates antes de comenzar.

Si todavía deseas anotar algo, en la quinta y última columna responde a esta pregunta: ¿qué más sucedió?

Todavía me queda algo por decirte. Lo tengo bien aprendido por experiencia. La lectio divina no es inmediatamente gratificante, aunque sí algo diariamente obligatorio, con la misma obligación que tiene una enamorada de leer las cartas de su novio... Es una actitud espiritual de largo aliento. El agua es blanda por naturaleza y la piedra es dura; si el agua cae gota a gota, día tras día, termina por perforar la piedra. De igual forma, la palabra de Dios es suave y nuestro corazón es duro, pero...

Si me has seguido hasta aquí, puede ser que te estés preguntando: ¿a dónde voy a ir a parar con esta lectio divina? Te repito lo que ya te he insinuado: ¡llegarás al mismo cielo! Ascenderás al Padre, en el Espíritu Santo, por el camino del que Él se valió para descender y salvarnos: la Palabra eterna, hecha carne y libro.

El que ama guarda la Palabra, y la guarda convirtiéndola en vida. El iracundo san Jerónimo escribía a la joven Eustoquia: “¿Oras? Hablas con el Esposo. ¿Lees? Él te habla”. (2) Y esta amante virgencita de quince años no era solo oidora, sino también obradora de la Palabra.

Le pido a María que nos dé parte en el misterio de su maternidad virginal. Que la Palabra se haga también Hijo en nuestros corazones. Y se hará en la medida de nuestra acogida y perseverancia.

1. Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 25.

2. San Jerónimo, Carta, XXII: 25.

Orar con la Lectio divina

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