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LA TRASTIENDA a Rodolfo Prayon

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Tu sonido

estalla en mí

como una ola

que me despedaza,

que me recompone

cuando se retira

suave como un beso.

Tengo que mirar para otro lado.

Tu cara es demasiado, demasiado,

mordiendo fuerte el aire hasta sangrarlo

porque no le perdonás

que albergue el tono

desparejo, incoherente

de tu amor y tu odio.

No sos asi conmigo.

¿Más sentimiento o menos

indica la constante,

sostenida dulzura

con que escribís en mí

tus movimientos?

Por más que haga el esfuerzo

de mirar a otro lado,

me aturdís, tan violento,

me inundas por completo,

te abrís tantos caminos

en mi mente y mi cuerpo

que no sé respirar

y me ahogo y muero

y me quiero escapar

porque me aterra

la fuerza con que siento.

La puerta está muy cerca,

a la derecha,

a la misma distancia

que, a la izquierda,

tu guardiana vigila

y se da cuenta

de todo lo que pasa.

Entonces

dibujás

en un platillo

una raya sonora,

serena, decisiva

que me marca los limites

con firmeza y ternura,

y no me muevo.

Sos dueño de mi huida

Inmóvil, seducida.

Arriba tuyo

un hombre,

desde un cuadro, me gruñe

porque no debo amarte.

Las luces Juegan tanto

borrachas de tu música

que dan un arcolrls

a tu pantalón blanco,

y le ponen al Flaco

una media rosada

pero una sola media.

El Flaco me sonríe,

me dedica una nota.

Mi amigo me acompaña,

me mira, baila quieto.

Lo demás, lo de menos.

Tu guardiana vigila,

me empuja hacia la puerta,

la única salida

que por suerte no alcanzo.

Ya no tengo salida.

Vos me lo impedís todo

con los ojos cerrados,

y aplacas mi locura

acariciando apenas

el gemido de bronce

que se quedó flotando.

Cuántas cosas

te aplaudo.

* * *

Música y letra

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