El paraiso de las mujeres
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Blasco Ibáñez Vicente. El paraiso de las mujeres
AL LECTOR
I. Frente á la Tierra de Van Diemen
II. Noche de misterios y despertar asombroso
III. De cómo Edwin Gillespie fué llevado á la capital de la República
IV. Las riquezas del Hombre-Montańa
V. La lección de Historia del profesor Flimnap
VI. Donde el profesor Flimnap termina su lección
VII. El más grande de los asombros de Gillespie
VIII. En el que el Padre de los Maestros visita al Hombre-Montańa
IX. Donde el gigante va de caza y Popito expone sus ideas sobre el gobierno de las mujeres
X. En el que se ve cómo el Hombre Montańa conoció al fin la Ciudad-Paraíso de las Mujeres, y la deplorable aventura con que terminó esta visita
XI. Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de cómo el Hombre-Montańa cambió de traje
XII. De cómo Edwin Gillespie perdió su bienestar y le faltó muy poco para perder la vida
XIII. Donde se ve cómo unos pigmeos bigotudos intentaron asesinar al gigante
XIV. Lo que hizo el Gentleman-Montańa para que Popito no llorase más
XV. Que trata de muchos sucesos interesantes, como podrá apreciarlo el curioso lector
XVI. Donde el Hombre-Montańa deja de ser gigante y da por terminado su viaje
Отрывок из книги
Edwin Gillespie, joven ingeniero de Nueva York, llevaba varias semanas de navegación á bordo de uno de los paquebotes ingleses que hacen la carrera entre San Francisco y Australia.
Nunca había conocido un viaje tan triste. Recordaba con dulce nostalgia su navegación de tres ańos antes, desde los Estados Unidos á las costas de Francia, cuando era oficial del ejército americano é iba á guerrear contra los alemanes. Aquella travesía resultaba peligrosa; reinaba á bordo una continua vigilancia por miedo á los submarinos y á las minas flotantes; pero Gillespie tenía entonces como inseparables compańeros la alegría de una juventud ansiosa de aventuras y el entusiasmo del que va á exponer su vida por un ideal generoso.
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Se abstuvo Gillespie de unirse á los grupos que esperaban sobre la cubierta el momento de huir del buque. Sabía que él, por su juventud y su vigor, debía ser de los últimos. Un tranquilo fatalismo guiaba ahora sus acciones. La muerte se le aparecía como algo dulce y triste que podía solucionar todas las contrariedades de su existencia.
Automáticamente se metió en su camarote, tomando muchos objetos de un modo instintivo, sin que su razón pudiese definir por qué hacía esto.
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