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Capítulo 6

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Riley estaba sentada en la camioneta al lado de Bill mientras cambiaba la velocidad, empujando el vehículo con tracción en las cuatro ruedas de la Oficina más arriba en las colinas, y limpió sus palmas en sus pantalones. No sabía por qué estaba sudando, y no sabía cómo sentirse por estar aquí. Después de seis semanas fuera del trabajo, se sentía ajena a lo que su cuerpo le estaba diciendo. Estar de vuelta era surrealista.

Riley estaba perturbada por la incómoda tensión. Ella y Bill apenas habían hablado durante su hora de viaje. Su vieja camaradería, su alegría, su extraña relación—nada de eso estaba allí ahora. Riley se sentía bastante segura de que sabía la razón por la cual Bill estaba tan distante. No era por mala educación—era de preocupación. También parecía tener dudas sobre si ella debía estar de vuelta en el trabajo.

Condujeron hacia el Parque Estatal Mosby, donde Bill le había dicho que había visto a la víctima del asesinato más reciente. Mientras andaban, Riley absorbió la geografía a su alrededor y, poco a poco, volvió su viejo sentido de profesionalismo. Sabía que tenía que recuperarse.

Encuentra a ese hijo de puta y mátalo por mí.

Las palabras de Marie la torturaron, la impulsaron a seguir e hizo que su decisión fuera fácil.

Pero nada parecía tan sencillo ahora. Por un lado, no podía evitar preocuparse por April. Enviarla a casa de su padre no era lo ideal. Pero hoy era sábado y Riley no quiso esperar hasta el lunes para ver la escena del crimen.

El profundo silencio empezó a incrementar su ansiedad, y sintió desesperadamente la necesidad de hablar. Hurgando en su cerebro para encontrar algo que decir, finalmente, dijo:

“¿Así que vas a decirme lo que está sucediendo entre Maggie y tú?”

Bill se volvió hacia ella, una mirada sorprendida en su rostro, y no podía decir si era debido a que rompió el silencio, o por su pregunta contundente. Fuera lo que fuera, lamentó inmediatamente haberlo preguntado. Muchas personas decían que su franqueza podía ser desagradable. Nunca quería ser contundente, sólo que no tenía tiempo que perder.

Bill exhaló.

“Piensa que estoy teniendo una aventura”.

Riley sintió una sacudida de sorpresa.

“¿Qué?”

“Con mi trabajo”, dijo Bill riendo con un poco de amargura. “Piensa que estoy teniendo una aventura con mi trabajo. Piensa que amo todo esto más que a ella. Sigo diciéndole que es tonto. De todos modos, no puedo terminarlo exactamente, no puedo dejar de trabajar”.

Riley negó con la cabeza.

“Suena igual a Ryan. Se ponía muy celoso cuando todavía estábamos juntos”.

No le contó toda la verdad. Su ex marido no había estado celoso del trabajo de Riley. Había estado celoso de Bill. A menudo se preguntaba si Ryan podría haber tenido alguna razón para ello. A pesar de la incomodidad de hoy, se sentía demasiado bien estar cerca de Bill. ¿Era esa sensación exclusivamente profesional?

“Espero que no sea un viaje perdido”, dijo Bill. “La escena del crimen fue limpiada, sabes”.

“Lo sé. Sólo quiero ver el sitio. Las fotos e informes no son suficientes para mí”.

Riley estaba empezando a sentirse un poco mareado ahora. Estaba bastante segura que era la altitud mientras seguían subiendo. La anticipación también tenía que ver. Sus palmas todavía estaban sudando.

“¿Cuánto falta?” preguntó, mientras observaba el bosque volverse más grueso, el terreno más remoto.

“No mucho”.

Unos minutos más tarde, Bill cruzó en la carretera. El vehículo deambuló bruscamente a lo largo de la misma, luego pararon alrededor de un cuarto de milla en los densos bosques.

Apagó el vehículo, luego se volvió hacia Riley y la miró con preocupación.

“¿Segura que quieres hacer esto?” preguntó.

Sabía exactamente lo que lo preocupaba. Estaba asustado a que volviera a su cautiverio traumático. Sin importar que se trataba de un caso y un asesino totalmente diferente.

Ella asintió.

“Estoy segura”, dijo, no del todo convencida de que estaba diciendo la verdad.

Se salió del coche y siguió a Bill fuera de la carretera a un sendero estrecho por el bosque. Oía el gorgoteo de un arroyo cercano. A medida que la vegetación se volvía más gruesa, tuvo que empujarse por ramas bajas y pequeños erizos pegajosos empezaron a agruparse en sus pantalones. Le molestaba la idea de tener que quitárselos luego.

Por fin ella y Bill llegaron a la orilla del arroyo. Riley inmediatamente fue impresionada por lo encantador que era el lugar. La luz del sol por la tarde entraba por las hojas, dándole al arroyo luz caleidoscópica. El constante borboteo del arroyo era relajante. Era extraño pensar que esto era una escena de crimen espantosa.

“Fue encontrada aquí”, dijo Bill, llevándola a una roca amplia y nivelada.

Cuando llegaron allí, Riley se detuvo, miró a su alrededor y respiró profundamente. Sí, venir aquí había sido lo correcto. Estaba empezando a sentirlo.

“¿Las fotos?” preguntó Riley.

Se agachó al lado de Bill en la roca, y comenzaron a hojear una carpeta llena de fotografías tomadas poco después de que había sido encontrado el cuerpo de Reba Frye. Otra carpeta estaba llena de informes y fotos del asesinato que ella y Bill habían investigado hace seis meses—el que no pudieron resolver.

Esas fotos trajeron recuerdos vivientes del primer asesinato. La transportó a esa zona de granjas cerca de Daggett. Recordaba cómo Rogers había sido colocada de manera similar contra un árbol.

“Muy parecido a nuestro caso anterior”, Riley observó. “Ambas mujeres en sus treinta años, ambas con niños pequeños. Parece ser parte de su MO. Le gustan las madres. Necesitamos consultar los grupos de padres, saber si hubo alguna conexión entre las dos mujeres, o entre sus hijos”.

“Haré que alguien se encargue de eso”, dijo Bill. Estaba tomando notas.

Riley continuó estudiando los informes y las fotos, comparándolas con la escena real.

“El mismo método de estrangulamiento, con una cinta rosada”, señaló. “Otra peluca y el mismo tipo de rosa artificial delante del cuerpo.

Riley sostuvo dos fotografías lado a lado.

“Ojos cosidos para mantenerlos abiertos, también”, ella dijo. “Si recuerdo bien, los técnicos descubrieron que los ojos de Rogers habían sido cosidos post mórtem. ¿Fue igual con Frye?”

“Si. Supongo que quería que las observara incluso después de que estuvieran muertas”.

Riley sintió un cosquilleo repentino por su columna vertebral. Casi había olvidado esa sensación. La sentía cada vez que algo sobre un caso tenía sentido. No sabía si sentirse animada o aterrorizada.

“No”, dijo. “Eso no es. No le importaba si las mujeres lo vieran o no”.

“Entonces, ¿por qué lo hizo?”

Riley no respondió. Ideas comenzaban a entrar en su cerebro. Estaba entusiasmada. Pero no estaba lista para ponerlo en palabras, ni siquiera a ella misma.

Colocó pares de fotografías en la roca, señalándole detalles a Bill.

No son exactamente iguales”, dijo. “El cuerpo no fue tan cuidadosamente escenificado en Daggett. Había intentado mover ese cadáver cuando ya estaba rígido. Mi conjetura es que esta vez la trajo aquí antes de que comenzara el rigor mortis. De lo contrario no pudiera haberla acomodado tan…”

Suprimió el deseo de terminar la frase con “bien”. Entonces se dio cuenta de que esa era exactamente la clase de palabra que habría utilizado cuando estaba en el trabajo antes de su captura y tortura. Sí, estaba volviendo a ser ella, y sintió la misma vieja obsesión creciendo dentro de ella. Muy pronto no habría vuelta atrás.

¿Pero eso era algo bueno o algo malo?

“¿Y qué le pasan a los ojos de Frye?” preguntó, señalando una foto. “Ese azul no parece real”.

“Lentes de contacto”, respondió Bill.

El cosquilleo en la columna de Riley se volvió más fuerte. El cadáver de Eileen Rogers no había tenido lentes de contacto. Era una diferencia importante.

“¿Y el brillo de su piel?” preguntó.

“Vaselina”, dijo Bill.

Otra diferencia importante. Sentía sus ideas acomodándose en un gran rompecabezas.

“¿Qué descubrieron los forenses sobre la peluca?” le preguntó a Bill.

“Nada todavía, salvo que fue reconstruida con pedazos de pelucas baratas”.

La emoción de Riley aumentó. Para el último asesinato, el asesino había usado una peluca sencilla y entera, no algo que reconstruyó con pedazos. Como la rosa, que había sido tan barata que los forenses no pudieron rastrearla. Riley sintió que el rompecabezas se estaba armando—no todo el rompecabezas, pero una gran parte de él.

“¿Qué piensan hacer los forenses sobre esta peluca?” preguntó.

“Lo mismo que la última vez—realizar una búsqueda de sus fibras, tratar de rastrearla en tiendas de pelo postizo”.

Sorprendida por la certeza en su propia voz, Riley dijo: “Están perdiendo su tiempo”.

Bill la miró, claramente lo tomó por sorpresa.

“¿Por qué?”

Sentía una impaciencia familiar con Bill, la se sentía cuando se encontraba unos pasos más adelantes de él.

“Mira la imagen que está tratando de mostrarnos. Lentes de contacto azules para hacer que los ojos no parezcan reales. Párpados cosidos para que los ojos permanezcan abiertos. El cuerpo sentado, piernas abiertas de forma peculiar. Vaselina para que la piel parezca de plástico. Una peluca reconstruida de pedazos de pelucas pequeñas; no pelucas humanas, pelucas de muñecas. Quería que ambas víctimas parecieran muñecas, como muñecas desnudas en exhibición”.

“Dios”, dijo Bill, tomando notas febrilmente. “¿Por qué no vimos esto la vez pasada en Daggett?”

La respuesta le parecía tan obvia a Riley que sofocó un gemido impaciente.

“No era lo suficientemente bueno en ello todavía”, dijo ella. “Todavía estaba averiguando cómo enviar el mensaje. Está aprendiendo poco a poco”.

Bill levantó la mirada de su bloc de notas y sacudió la cabeza con admiración.

“Maldita sea, te he extrañado”.

Aunque apreciaba el piropo, Riley sabía que venía una realización aún más grande. Y por sus años de experiencia, sabía que no podía forzarla. Simplemente tenía que relajarme y dejar que llegara espontáneamente. Se agachó en la roca silenciosamente, esperando que pasara. Mientras esperaba, trataba de quitarse los erizos de sus pantalones.

Qué maldita molestia, pensó.

De repente sus ojos reposaron sobre la superficie de piedra bajo sus pies. Otros erizos pequeños, algunos de ellos enteros, otros rotos en fragmentos, yacían en medio de los erizos que se estaba quitando ahora.

“Bill”, dijo, su voz temblorosa con emoción, “¿estos erizos estaban aquí cuando encontraron el cadáver?”

Bill se encogió de hombros. “No lo sé”.

Sus manos temblando y sudando más que nunca, agarró un montón de fotos y hurgó a través de ellas hasta que encontró una vista frontal del cadáver. Allí, entre sus piernas extendidas, cerca de la rosa, estaba un grupo de pequeñas manchas. Eran los erizos, los erizos que acababa de encontrar. Pero nadie había pensado que eran importantes. Nadie había tomado la molestia de tomar una foto más nítida y más de cerca de ellos. Y nadie se había molestado en barrerlos cuando se limpió la escena del crimen.

Riley cerró los ojos, imaginándose todo. Se sintió mareada. Era una sensación que conocía muy bien—una sensación de caer en un abismo, en un terrible vacío, en la mente malvada del asesino. Estaba caminando en sus zapatos, en su experiencia. Era un lugar peligroso y aterrador. Pero era en donde pertenecía, por lo menos ahora. Lo aceptó completamente.

Sentía la confianza del asesino mientras arrastraba el cuerpo por el camino al arroyo, perfectamente segura de que no iban a atraparlo, no tenía prisa en lo absoluto. Podría haber estado tarareando o silbando. Sintió su paciencia, su arte y habilidad, mientras exhibía el cadáver en la roca.

Y pudo ver el espeluznante cuadro a través de sus ojos. Sentía su profunda satisfacción por un trabajo bien hecho, el mismo cálido sentimiento de satisfacción que siempre sentía cuando había resuelto un caso. Se había agachado sobre esta roca, haciendo una pausa por un momento, o durante el tiempo que quiso, admirando su propia obra.

Y mientras lo hizo, se había arrancado los erizos de los pantalones. Se tomó su tiempo. Él no se molestó en esperar hasta que se pudo ir libre y limpio. Y casi podía oírle diciendo en voz alta sus palabras exactas.

“Qué maldita molestia”.

Sí, incluso se había tomado el tiempo para arrancarse los erizos.

Riley abrió la boca y sus ojos se abrieron. Jugando con el erizo en su mano, observó lo pegajoso que era, y que sus espinas estaban lo suficientemente afilado para sacarle sangre.

“Reunir esos erizos”, ordenó. “Podríamos obtener un poco de ADN”.

Los ojos de Bill se ensancharon y extrajo inmediatamente una bolsa plástica y pinzas. Mientras trabajaba, su mente seguía andando.

“Hemos estado equivocados todo este tiempo”, dijo. “Este no es su segundo asesinato. Es su tercero”.

Bill se detuvo y miró hacia arriba, claramente aturdido.

“¿Cómo lo sabes?” preguntó Bill.

El cuerpo entero de Riley se tensó mientras intentó controlar sus temblores.

“Ya se ha vuelto demasiado bueno. Su aprendizaje terminó. Es un profesional ahora. Y apenas está empezando. Él ama su trabajo. No, esta es su tercera vez, por lo menos”.

La garganta de Riley se apretó y tragó duro.

“Y el próximo será muy pronto”.

Una Vez Desaparecido

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