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CAPÍTULO SIETE

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Mackenzie aparcó su coche delante de la Residencia Treston para Invidentes a las 11:46, logrando llegar en menos tiempo de lo que había estimado su GPS. Aunque lo cierto es que, una vez hubo aparcado delante del edificio, tuvo que volver a comprobar la dirección que le había dado Clarke. La residencia parecía muy pequeña, no más grande que una fachada de una tienda normal. Estaba ubicada al extremo occidental de la localidad de Treston, que, aunque era mucho más grande que Stateton, tampoco tenía nada de lo que presumir. Aunque la ciudad estaba a mucha distancia de la desidia rural de Stateton, solo contaba con dos semáforos. Lo único que la hacía un poco más urbana era el McDonald’s que había en la calle mayor.

Convencida de que tenía la dirección correcta—lo que fue confirmado cuando vio el letrero que había delante de la propiedad en estado de deterioro—Mackenzie salió del coche y subió por el pavimento agrietado. La puerta principal solo estaba separada del pavimento por tres escalones de hormigón que parecía que nadie hubiera barrido en años.

Pasó al interior, entrando al área que hacía las veces de recepción y sala de espera. Había una mujer sentada detrás del mostrador junto a la pared frontal, hablando por teléfono. La pared que tenía detrás estaba pintada de un tono de blanco que resultaba deslumbrante. Había una pizarra de borrado en seco a su izquierda que contenía unas cuantas anotaciones. Por lo demás, la pared era sosa y sin ningún atractivo.

Mackenzie tuvo que caminar hasta el mostrador y quedarse allí de pie, apoyándose contra él y haciendo lo que podía para mostrar que necesitaba asistencia. La mujer que estaba sentada detrás del mostrador dio la impresión de sentirse terriblemente irritada por ello y terminó su llamada telefónica a regañadientes. Finalmente, miró hacia Mackenzie y le preguntó: “¿Puedo ayudarle?”.

“Estoy aquí para hablar con el director”, dijo ella.

“¿Y usted es…?”.

“Agente Mackenzie White, del FBI”.

La mujer se detuvo por un instante, como si no creyera a Mackenzie. Esta vez, le tocaba a Mackenzie mirarle con aspecto irritado. Le mostró su placa y entonces vio cómo la mujer se ponía en movimiento. Agarró el teléfono, marcó una extensión, y habló con alguien brevemente. Evitó hacer contacto ocular con Mackenzie todo el tiempo.

Cuando la mujer ya había terminado, volvió a mirar a Mackenzie. Era evidente que se sentía avergonzada, pero Mackenzie hizo todo lo que pudo para no regodearse demasiado en ello.

“La señora Talbot le verá de inmediato”, dijo la mujer. “Vaya hacia la parte de atrás. Su oficina es la primera puerta que se va a encontrar”.

Mackenzie atravesó la única otra puerta que había en el recibidor y entró a un pasillo. El pasillo era bastante corto, y contenía solo tres puertas. Al final del pasillo, había un par de puertas dobles que estaban cerradas. Asumió que la residencia propiamente dicha estaría detrás de esas puertas, esperando que las habitaciones estuvieran en bastante mejor estado que el resto del edificio.

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