Читать книгу Una Razón Para Rescatar - Блейк Пирс - Страница 10

CAPÍTULO CUATRO

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Avery estaba demasiado molesta y llena de adrenalina como para volver al hospital. En su lugar, después de dejar a Finley en la comisaría y meterse en su propio auto, se dirigió de nuevo a su apartamento. Había varias cajas en la parte posterior de su clóset que de repente sintió la necesidad de sacar y estudiar. Más que eso, con su mente un poco más activa y sintiendo la realidad del mundo a su alrededor, se dio cuenta de que también había alguien a quien tenía que llamar.

Cuando Rose contestó su llamada, se mostró feliz por la invitación a venir más tarde para cenar y tomarse unas copas de vino, pasando por alto el hecho de que a Rose le faltaban seis meses para poder beber legalmente.

Cuando llegó a su apartamento justo antes de las 10 de la mañana, preparó café y dos sándwiches. Aunque eran solo de jamón, queso y mayonesa en pan blanco, sabían mucho mejor que la comida de hospital que había estado comiendo recientemente. Se comió los sándwiches mientras se dirigía a su habitación. Luego abrió el armario y sacó las cajas que había empujado hacia la parte de atrás.

Había dos cajas, una llena de diversos archivos de su breve carrera como abogada de éxito moderado. Tuvo la tentación de revisar los archivos, ya que ella representó a unas cuantas personas en casos de asesinato. En su lugar se dirigió a la caja que sabía le daría una percepción distinta de lo que había visto esta mañana.

La segunda caja estaba llena de los archivos de Howard Randall. El caso tenía unos tres años de antigüedad, pero parecía lejano, algo que otra persona había vivido. Tal vez por eso le había parecido tan fácil y casi convencional buscar consejos de él; tal vez había logrado alejarse lo suficiente del caso y lo que le había hecho a su carrera de derecho.

La pila de archivos contaba una historia que ella se sabía de memoria, pero tocar las páginas e imágenes era como regresar al pasado y mirar hacia atrás para aprender alguna lección que quizás se perdió antes. Los archivos contaban la historia de Howard Randall, que, de niño, había sido golpeado por una madre abusiva. La historia del mismo chico que sería abusado en un baño de la escuela secundaria por un maestro de educación física, un niño que creció hasta convertirse en un hombre que no solo exteriorizaría la rabia que se había desarrollado en su interior, sino que también la utilizaría para moldear y definir una mente brillante que nunca se molestó en usar durante la escuela. No, más bien guardó su inteligencia para la universidad, comenzando en un colegio comunitario para subir sus notas y luego impresionando al departamento de admisiones de Harvard. Asistió a Harvard, se graduó y eventualmente comenzó a dar clases allí.

Pero su brillantez no se había detenido allí. Continuó a exhibirla, mostrándola de forma salvaje la primera vez que su mano agarró un cuchillo. Cobró la vida de su primera víctima con un cuchillo.

Avery llegó a las fotos de la escena del crimen de esa la primera víctima, una mesera de veinte años de edad. Una estudiante universitaria, al igual que todas sus otras víctimas. Randall rajó su garganta de oreja a oreja. Nada más. La chica se desangró en la pequeña cocina del lugar en el que trabajaba.

“Una sola raja”, pensó Avery mientras miraba la foto. “Una raja sorprendentemente limpia. Ningún indicio de abuso sexual. Simplemente una raja”.

Llegó a la segunda foto y la miró. Y luego a la tercera y la cuarta. Llegó a la misma conclusión en cada una de ellas, marcándolas como una hoja de estadísticas de algún deporte demente.

“Segunda víctima. Estudiante de primer año de dieciocho años de edad. Un corte en el costado que parecía accidental. Otra herida punzante directamente en su corazón.

Tercera víctima. Estudiante de inglés de diecinueve años de edad que también trabajaba como stripper. Encontrada muerta en su auto, una sola herida de bala en la parte posterior de su cabeza. Se descubrió luego que él le había ofrecido quinientos dólares para que le hiciera sexo oral, así que ella lo invitó a su auto y él le disparó allí. En su testimonio, Howard confirmó que él la mató antes de que el acto se llevara a cabo.

Cuarta víctima. Dieciocho años de edad. Golpeada en la cabeza con un ladrillo. Dos veces. El primer golpe no la mató. El segundo aplastó su cráneo y rasgó su cerebro.

Quinta víctima. Otra degollada, una raja profunda de oreja a oreja.

Sexta víctima. Estrangulada. Nada de huellas”, pensó.

Y así sucesivamente. Matanzas limpias. Solo encontraron grandes cantidades de sangre en tres de las escenas, y fueron cuestiones de circunstancia, no espectáculos.

“Digamos que Connelly y el alcalde están en lo cierto. Si Howard está matando de nuevo, ¿por qué cambiar sus métodos? No para probar nada, ya que probar un punto es una mierda machista indigna de él. Entonces ¿por qué lo haría?”, se preguntó.

“Él no lo haría”, dijo en voz alta a la habitación vacía.

Y aunque no era tan ingenua como para pensar que los tres años de prisión habían cambiado a Howard Randall y que ya no tenía interés en asesinar, creía que era demasiado inteligente como para empezar a asesinar aquí mismo en Boston.

Si había tenido dudas antes, estas definitivamente desaparecieron luego de leer los archivos.

“No fue él. Otra persona lo hizo. Y los pendejos a quienes les reporto van a ponerse a buscar al hombre equivocado”.

***

Avery se sintió encantada y un poco preocupada a la vez por el hecho de que Rose no vaciló en beber delante de ella. Aceptó el vaso de vino blanco con agradecimiento, tomando un poco inmediatamente. Avery aparentemente había estado mirándola extraño porque Rose le sonrió y negó con la cabeza una vez que bajó su copa.

“No es mi primera copa”, dijo. “Lamento arruinar tus sueños de tener una hija virgen y santa”.

“El vino nunca me hará eso”, dijo Avery con una sonrisa. “Algunos de tus novios anteriores, por el contrario...”.

“Qué réplica tan ingeniosa, mamá”.

Acababan de terminar una cena sencilla de pollo Alfredo y una ensalada griega que habían preparado juntas. Había música suave en el fondo, pop terrible que a Rose le gustaba. Sin embargo, la música no arruinó el momento. Había frío esa noche, las farolas brillando y el ruido suave del tráfico en la calle un ruido blanco en el fondo.

“Esto era exactamente lo que necesitaba”, pensó Avery. “¿Por qué estaba tratando de alejarla de nuevo?”.

“Entonces ¿no vamos a hablar de Ramírez?”, preguntó Rose.

Avery sonrió. Era extraño oír su nombre de la boca de Rose... especialmente solo su apellido, como si lo hubiera conocido del trabajo también.

“Simplemente no quiero pasar toda la noche sollozando”, dijo Avery.

“En una situación como esta, no tiene nada de malo quebrantarse un poco. Solo que no sé si lo mejor es que te la vivas encerrada en una habitación de hospital. Es un poco deprimente”.

“A veces”, admitió Avery. “Pero quisiera creer que alguien haría lo mismo por mí si yo estuviera luchando por mi vida”.

“Sí, creo que haría lo mismo por ti. Y obviamente yo también estuviera allí. Pero, al mismo tiempo, sabes que él te regañaría si supiera lo que estabas haciendo”.

“Probablemente”.

“¿Ya...”, comenzó a preguntar Rose, pero luego se detuvo como si no le parecía buena idea preguntar lo que estuvo a punto de salir de su boca.

“Está bien”, dijo Avery. “Me puedes preguntar lo que sea”.

“¿Ya has tenido un presentimiento de eso? Digo... ¿tus instintos te han dicho si va a sobrevivir o no?”.

Era una pregunta difícil de responder. En realidad no lo sabía. Y tal vez por eso es que todo este asunto la estaba afectando tanto. No sabía nada con seguridad. No sentía ningún impulso instintivo que le decía si iba a sobrevivir o no.

“No, aún no”.

“Una última pregunta”, dijo Rose. “¿Lo amas?”.

La pregunta fue tan inesperada que, por un momento, Avery no estaba segura de cómo responder. Era una pregunta que ella misma se había hecho varias veces en el pasado, una pregunta para la que finalmente tenía una respuesta clara y definida.

“Si, lo amo”.

Rose escondió su sonrisa detrás de su copa de vino.

“¿Cree que él lo sepa?”.

“Creo que sí. Pero no es algo que...”.

Fue interrumpida por el sonido de vidrio rompiéndose. Fue tan repentino e inesperado que le tomó a Avery aproximadamente dos segundos ponerse de pie y analizar la situación. Mientras lo hacía, Rose dejó escapar un pequeño chillido. Se había levantado del sofá de un salto y estaba retrocediendo hacia la cocina.

La ventana de la pared opuesta a la izquierda del sofá había sido destrozada. Una ráfaga de aire frío inundó el apartamento. El instrumento utilizado para romper la ventana estaba tumbado en el suelo.

Había un viejo ladrillo en el suelo, pero Avery solo lo vio después del gato muerto. El gato parecía ser un callejero delgado y desnutrido. Había sido atado al ladrillo con algún tipo de correa de caucho, como el tipo utilizado para atar marquesinas o toldos. Fragmentos de vidrio roto brillaban junto a él.

“¿Mamá?”, preguntó Rose.

“Está bien”, dijo Avery mientras corría a la ventana rota. Su apartamento estaba en el segundo piso, así que era posible que alguien alcanzara su ventana.

No vio a nadie en la calle directamente debajo. Pensó en salir y bajar las escaleras, pero la persona que había tirado el ladrillo y el gato ya estaría muy adelantada. Y con el ajetreo del tráfico y los peatones de Boston a estas horas de la noche (solo eran las 9:35), de seguro ya había escapado.

Dio un paso hacia el gato, con cuidado de no pisar el vidrio con sus pies descalzos.

Había un pequeño pedazo de papel entre el gato y la correa de caucho. Se agachó para agarrar la nota, haciendo una mueca al sentir el cuerpo frío y rígido del gato.

“Mamá, ¿qué demonios?”, preguntó Rose.

“Hay una nota”.

“¿Quién haría algo así?”.

“No sé”, respondió ella mientras sacó la nota y la desenrolló. Había sido escrita en una hoja de papel para notas. La nota era muy simple, pero envió escalofríos por todo su cuerpo.

¡Soy LIBRE! ¡Y estoy LOCO por volverte a ver!

“Mierda”, pensó. “Howard. Tiene que ser él”.

Este fue el primer pensamiento que pasó por su cabeza y se encontró tratando de echarlo a un lado enseguida. Al igual que la brutalidad del asesinato con la pistola de clavos, algo sobre una declaración tan descarada como tirar un gato muerto por la ventana de un apartamento con una nota amenazadora no parecía algo que Howard Randall haría.

“¿Qué dice?”, preguntó Rose, acercándose un poco. Parecía estar al borde del llanto.

“Es solo una amenaza ridícula”.

“¿De quién?”.

En lugar de responderle a Rose, agarró su teléfono celular del sofá y llamó a O’Malley.

“¿De quién?”, le había preguntado Rose.

Y cuando el teléfono empezó a sonar en el oído de Avery, al parecer solo había una respuesta plausible.

Howard Randall.

Una Razón Para Rescatar

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