Читать книгу Una Vez Atraído - Блейк Пирс - Страница 12

CAPÍTULO SEIS

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“Una muy buena actuación”, pensó Riley.

La voz de Larry Mullins estaba temblando un poco. Mientras terminaba su declaración preparada para la junta de libertad condicional y para las familias de sus víctimas, sonaba como si estuviera a punto de llorar.

“He tenido quince años para mirar atrás”, dijo Mullins. “Todos los días estoy lleno de pesar. No puedo volver atrás y cambiar lo que pasó. Yo no puedo traer a Nathan Betts y a Ian Harter a la vida. Pero me quedan años para hacer una contribución significativa a la sociedad. Por favor denme la oportunidad de hacerlo”.

Mullins se sentó. Su abogado le entregó un pañuelo y él limpió sus ojos, aunque Riley no vio lágrimas reales.

El consejero y administrador de casos deliberaron en susurros. También lo hicieron los miembros de la junta de libertad condicional.

Riley sabía que pronto sería su turno para testificar. Mientras tanto estudió el rostro de Mullins.

Ella lo recordaba bien y pensaba que no había cambiado mucho. Incluso entonces, había estado bien arreglado y era bien hablado y tenía un aire de inocencia. Si estaba más endurecido, lo escondía bien detrás de sus expresiones de tristeza extrema. En ese entonces había estado trabajando de niñero.

Lo que impactó a Riley fue lo poco que había envejecido. Había tenido veinticinco años cuando había ido a la cárcel. Tenía la misma expresión amable y juvenil que había tenido en aquel entonces.

No podía decir lo mismo con los padres de las víctimas. Las dos parejas se veían prematuramente viejas y quebrantadas de espíritu. A Riley le dolía el corazón por todos sus años de pena y aflicción.

Ella deseaba haber sido capaz de hacer lo correcto para ellos desde el principio. También lo había querido su primer compañero del FBI, Jake Crivaro. Había sido uno de los primeros casos de Riley como agente, y Jake había sido un excelente mentor.

Larry Mullins había sido detenido bajo la acusación de la muerte de un niño en un parque infantil. Durante su investigación, Riley y Jake encontraron que otro niño había muerto en circunstancias idénticas mientras estaba bajo el cuidado de Mullins en una ciudad diferente. Ambos niños habían sido sofocados.

Cuando Riley había arrestado a Mullins, le había leído sus derechos y lo había esposado, su expresión irónica y llena de superioridad casi que había admitido su culpa.

“Buena suerte”, le había dicho sarcásticamente.

Ciertamente, la suerte se había vuelto en contra de Riley y Jake justo cuando Mullins estuvo bajo custodia. Negó haber cometido los asesinatos. Y a pesar de los mejores esfuerzos de Riley y de Jake, la evidencia contra él no era muy impactante. Había sido imposible determinar cómo los niños habían sido sofocados, y no había sido encontrada ningún arma asesina. Mullins solo había admitido haberlos perdido de vista. Había negado haberlos asesinado.

Riley recordó lo que el fiscal general les había dicho a ella y a Jake.

“Tenemos que tener cuidado, o el bastardo podrá quedar libre. Si tratamos de procesarlo por todos los cargos posibles, perderemos todo. No podemos demostrar que Mullins fue la única persona que tenía acceso a los niños cuando fueron asesinados”.

Luego vino la oportunidad de negociar la declaración. Riley odiaba las declaraciones negociadas. Su odio por ellas había comenzado con ese caso. El abogado de Mullins había ofrecido el trato. Mullins se declararía culpable de ambos asesinatos, pero no como asesinatos premeditados, y sus sentencias serían simultáneas.

Era un trato horrible. Ni siquiera tenía sentido. Si Mullins realmente había matado a los niños, ¿cómo podría haber sido simplemente negligente? Las dos conclusiones eran totalmente contradictorias. Pero el fiscal no vio otra alternativa que aceptarlo. A Mullins le dieron treinta años de cárcel con la posibilidad de libertad condicional o libertad anticipada por buena conducta.

Las familias se habían sentido destrozadas y horrorizadas. Habían culpado a Riley y a Jake por no hacer su trabajo. Jake se retiró tan pronto como terminó el caso, se había vuelto un hombre amargado y enojado.

Riley les había prometido a las familias de los chicos que haría todo lo posible para mantener a Mullins tras las rejas. Hace unos días, los padres de Nathan Betts habían llamado a Riley para informarle sobre la audiencia de libertad condicional. Había llegado el momento para que cumpliera su promesa.

Los susurros generales llegaron a su fin. La oficial de audiencias Julie Simmons miró a Riley.

“Entiendo que Riley Paige, la agente especial del FBI, quisiera hacer una declaración”, dijo Simmons.

Riley tragó grueso. Había llegado el momento para el que se había estado preparando por quince años. Sabía que la junta de libertad condicional estaba familiarizada con todas las pruebas, tan incompletas como eran. No tenía sentido repasar la evidencia de nuevo. Tenía que hacerlo más personal.

Ella se levantó y comenzó a hablar:

“Según tengo entendido, Larry Mullins tiene la oportunidad de salir en libertad condicional porque es un 'prisionero ejemplar'“. Con una nota de ironía, agregó: “Sr. Mullins, lo felicito por su logro”.

Mullins asintió con la cabeza, su rostro mostrando ninguna expresión. Riley continuó.

“'Comportamiento ejemplar', ¿qué significa eso exactamente? Me parece que tiene menos que ver con lo que ha hecho que con lo que no ha hecho. No ha roto las reglas de la prisión. Se ha comportado. Eso es todo”, dijo.

Riley luchó para mantener su voz firme.

“Honestamente, no me sorprende. No hay niños en la prisión para matar”.

Escuchó jadeos y murmullos en la sala. La sonrisa de Mullins se volvió una mirada llena de furia.

“Discúlpenme”, dijo Riley. “Sé que Mullins nunca se declaró culpable por asesinato premeditado, y la fiscalía nunca buscó ese veredicto. Pero él se declaró culpable igualmente. Mató a dos niños. No hay ninguna forma de que pudo haberlo hecho con buenas intenciones”.

Pausó por un momento, eligiendo sus siguientes palabras cuidadosamente. Ella quería provocar a Mullins para que mostrara su ira, para que mostrara quién era de verdad. Pero el hombre sabía que el hacerlo arruinaría su récord de buena conducta y que nunca saldría. Su mejor estrategia era hacer que los miembros de la junta afrontaran la realidad de lo que había hecho.

“Vi el cuerpo sin vida del niño de cuatro años Ian Harter el día después de su asesinato. Parecía estar dormido con los ojos abiertos. La muerte se había llevado toda su expresión, y su rostro estaba pacífico. Aún así, todavía podía ver el terror en sus ojos sin vida. Sus últimos momentos en este mundo fueron terroríficos. Fue igual para el pequeño Nathan Betts”.

Riley escuchó a las madres comenzar a llorar. Odiaba traer de vuelta esos recuerdos horribles, pero simplemente no tenía otra opción.

“No debemos olvidar su terror”, dijo Riley. “Y no debemos olvidar que Mullins demostró poca emoción durante su juicio, y ciertamente ninguna muestra de remordimiento. Su remordimiento vino mucho más adelante, si es que alguna vez lo sintió realmente”.

Riley respiró profundamente.

“¿Cuántos años de vida les quitó a esos niños si los sumamos? Me parece que mucho más de cien años. Recibió una condena de treinta años. Solo ha cumplido la mitad. No es suficiente. Nunca vivirá lo suficiente como para pagar todos esos años perdidos”.

La voz de Riley estaba temblando ahora. Sabía que tenía que controlarse. No podía romper a llorar o gritar de la rabia.

“¿Ha llegado el momento de perdonar a Larry Mullins? Eso se los dejo a las familias de los niños. Esta audiencia no se trata del perdón. Ese no es el punto. La cuestión más importante es el peligro que representa. No podemos arriesgar la posibilidad de que más niños mueran en sus manos”.

Riley notó que un par de personas en la junta de libertad condicional estaban mirando sus relojes. Se sintió un poco preocupada. La junta ya había examinado otros dos casos esta mañana, y tenían cuatro más por terminar antes del mediodía. Estaban impacientándose. Riley tenía que terminar esto de una vez. Los miró fijamente.

“Señores y señoras, les imploro a que no concedan esta libertad condicional”.

Luego dijo: “Tal vez alguien más quisiera hablar en nombre del prisionero”.

Riley se sentó. Sus últimas palabras habían sido un arma de doble filo. Sabía perfectamente que ni una sola persona estaba aquí para hablar en defensa de Mullins. A pesar de su “buen comportamiento”, todavía no tenía ni un amigo o defensor en el mundo. Ni tampoco merecía uno.

“¿Alguien más quisiera hablar?”, preguntó el oficial de audiencias.

“Solo quisiera añadir unas palabras”, dijo una voz desde el fondo de la sala.

Riley jadeó. Conocía esa voz bastante bien.

Giró en su asiento y vio a un hombre familiar bajito y fornido parado en la parte posterior de la sala. Era Jake Crivaro, la última persona que esperaba ver hoy. Riley se sintió contenta y sorprendida.

Jake se acercó y declaró su nombre y rango para los miembros de la junta y dijo: “Yo puedo decirles que este tipo es tremendo manipulador. No le crean. Él está mintiendo. No mostró ningún remordimiento cuando lo atrapamos. Lo que están viendo es tremenda actuación”.

Jake caminó hasta la mesa y se inclinó hacia Mullins.

“Apuesto a que no esperabas verme hoy”, dijo, su voz llena de desdén. “No me lo habría perdido, bastardo asesino de niños”.

La oficial de audiencias golpeó su martillo.

“¡Orden!”, gritó.

“Ah, lo siento”, dijo Jake sarcásticamente. “No quise insultar a nuestro prisionero modelo. Después de todo, él está rehabilitado ahora. Es un bastardo asesino de niños arrepentido”.

Jake solo se quedó parado allí mirando a Mullins. Riley estudió la expresión del prisionero. Sabía que Jake estaba haciendo todo lo posible para provocar un estallido de Mullins. Pero el rostro del prisionero se mantuvo insensible.

“Sr. Crivaro, por favor tome asiento”, dijo el oficial de audiencias. “La junta puede tomar su decisión ahora”.

Los miembros de las juntas se apiñaron para compartir sus notas y reflexiones. Sus susurros se veían animados y tensos. Todo lo que Riley podía hacer en ese momento era esperar.

Donald y Melanie Betts estaban sollozando. Darla Harter estaba llorando, y su marido, Ross, estaba sosteniendo su mano. Él estaba mirando directamente a Riley. Su mirada la atravesó como un cuchillo. ¿Qué pensaba del testimonio que acababa de dar? ¿Creía que enmendaba su fracaso?

La sala estaba demasiado caliente, y sintió sudor en su frente. Su corazón estaba latiendo con fuerza.

La junta dejó de deliberar en pocos minutos. Uno de los miembros de la junta le susurró a la oficial de audiencias. Ella se volvió hacia todos los demás que estaban presentes.

“No se concede la libertad condicional”, dijo. “Pasemos al siguiente caso”.

Riley jadeó en voz alta ante la brusquedad de la mujer, como si el caso no fuera más que una multa. Pero se recordó a sí misma que la junta tenía prisa para continuar con su trabajo de esta mañana.

Riley se puso de pie, y ambas parejas corrieron hacia ella. Melanie Betts se echó en los brazos de Riley.

“Ay, gracias, gracias, gracias...”, seguía diciendo.

Los otros tres padres la rodearon, sonriendo a través de sus lágrimas y diciendo “Gracias” una y otra vez.

Ella vio que Jake estaba a un lado en el pasillo. Tan pronto como pudo, dejó a los padres y corrió hacia él.

“¡Jake!”, dijo ella, dándole un abrazo. “¿Desde cuándo no te veo?”.

“Desde hace demasiado tiempo”, dijo con esa sonrisa de lado que lo caracterizaba. “Los niños de hoy en día nunca escriben o llaman”.

Riley suspiró. Jake siempre la había tratado como una hija. Y realmente era cierto que debía haberse esforzado más por mantenerse en contacto.

“Entonces, ¿cómo has estado?”, le preguntó.

“Tengo setenta y cinco años”, dijo. “Me operaron ambas rodillas y una cadera. No veo nada. Tengo un audífono y un marcapasos. Y todos mis amigos excepto tú han muerto. ¿Cómo crees que he estado?”.

Riley sonrió. Había envejecido bastante desde la última vez que lo había visto. Aún así, no se veía tan frágil como estaba diciendo que estaba. Estaba segura de que todavía podía hacer su antiguo trabajo si alguna vez fuera necesitado.

“Bueno, me alegra que hayas podido hablar aquí”, dijo.

“No debería sorprenderte”, dijo Jake. “Al menos soy zalamero como ese bastardo Mullins”.

“Tu declaración fue realmente útil”, dijo Riley.

Jake se encogió de hombros. “Bueno, deseaba haberlo provocarlo. Me encantaría haberlo visto perder los estribos. Pero él es más frío y más inteligente de lo que recuerdo. Tal vez la prisión le ha enseñado eso. De todos modos, logramos una buena decisión incluso sin que perdiera el quicio. Tal vez se quedará tras las reglas para siempre”.

Riley no dijo nada por un momento. Jake la miró con curiosidad.

“¿Hay algo que no me estás diciendo?”, preguntó.

“Temo que no es tan sencillo”, dijo Riley. “Si Mullins sigue acumulando puntos por buen comportamiento, su liberación anticipada probablemente será obligatoria en otro año. No hay nada que podamos hacer al respecto”.

“Dios”, dijo Jake, viéndose igual de amargado y enojado que hace todos esos años.

Riley sabía exactamente cómo se sentía. Era desgarrador el pensar que Mullins podría quedar en libertad. La pequeña victoria de hoy en día parecía mucho más amarga que dulce.

“Bueno, tengo que irme”, dijo Jake. “Me alegró verte”, dijo Riley.

Riley vio tristemente a su antiguo compañero alejarse. Entendió por qué no se quedaba a seguir discutiendo estos sentimientos negativos. Simplemente él no era así. Hizo una nota mental para comunicarse con él pronto.

También intentó encontrar el lado positivo a lo que acababa de suceder. Después de quince largos años, la familia Bettse y la familia Harters finalmente la habían perdonado. Pero Riley no sentía como si merecía su perdón.

En ese momento Larry Mullins fue retirado de la sala con las manos esposadas.

Se volvió para mirarla y le sonrió ampliamente, diciendo estas próximas palabras en voz baja:

“Nos vemos el año que viene”.

Una Vez Atraído

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