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LOS MINISTROS QUE DESEEN DIRIGIR sus congregaciones en adoración a Dios deben hacerlo con un entendimiento de lo que la Biblia enseña con respecto a la adoración. Si el liderazgo teológico fracasa en este punto, el pueblo de Dios quedará desamparado, arrastrado por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres (Efesios 4:14). En cuestiones de adoración cristiana, los ministros que no lideran teológicamente le ceden el papel de liderazgo a las modas culturales pasajeras o a las tradiciones veneradas. Por un lado, nuestra crítica hacia la música de adoración moderna, superficial, y romántica, y, por otro lado, a los clásicos dulces y sentimentales, sería una crítica vacía si no le enseñamos al pueblo de Dios cuál es el mensaje de la Biblia con respecto a la adoración.

En las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento, Dios ha suplido misericordiosamente nuestra necesidad de una visión teológica para la adoración. A través del Antiguo Testamento, los cristianos pueden aprender que a Dios le importa mucho la manera en que se le adora. En el Nuevo Testamento, Dios les enseña explícitamente a los creyentes cómo debe ser adorado. Estas dos premisas teológicas protegen a los creyentes de la astucia mundana que determina el orden de la adoración cristiana.

La Adoración en el Antiguo Testamento

Un tema reiterado del Antiguo Testamento es el respeto de Dios por sí mismo. Él está comprometido firmemente con Su gloria y honor, y busca darse a conocer a través de los eventos claves del Antiguo Testamento de la creación, el éxodo, el exilio y la promesa de un nuevo pacto. La devoción que Dios tiene por la gloria de Su nombre proporciona una base para otros fenómenos del Antiguo Testamento, incluyendo las regulaciones de la adoración en la ley, los castigos por violar estas regulaciones, y los frecuentes mandatos para que el pueblo de Dios lo alabe.

La función principal del orden creado es testificar la excelencia creativa y la habilidad de Dios. Él diseñó la creación para revelar Su carácter y mostrar Sus atributos específicos. A medida que los humanos perciben la belleza del amanecer, el atardecer y el cielo nocturno, perciben un testimonio visual de “la gloria de Dios” (Salmo 19:1) y una declaración de la “justicia” del gran Juez (Salmo 50:6).

El trato de Dios con Su pueblo, los israelitas, también refleja Su deseo por Su gloria. Creó a Su pueblo del pacto y lo llamó por Su nombre para Su propia gloria (Isaías 43:7). Su plan para este pueblo, que le reveló a Abraham, incluía la época de esclavitud y la liberación de Egipto (Génesis 15:12-16). El propósito de los extraordinarios acontecimientos del Éxodo era mostrarles a los egipcios el dominio exclusivo del Dios de Israel (Éxodo 7:15; 8:10, 22; 9:14, 29-30; 10:2; 14:4, 18).

Los eventos a lo largo de la historia del Antiguo Testamento recuerdan a los lectores la intención de Dios de glorificarse a sí mismo. A través de circunstancias extraordinarias, el pueblo de Israel entró en la tierra que Dios le prometió. Dios hizo que el río Jordán se partiera, y el pueblo cruzó sobre tierra seca. Y el propósito de esa impresionante hazaña era que “todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa” (Josué 4:24). Además, Dios orquestó la conquista y la ocupación de la tierra por parte de Israel de tal manera que era imposible que el pueblo de Israel se jactara, pues lo hizo de una manera que le daba el crédito por las victorias de los israelitas sólo a Él (Josué 6:16; Jueces 7:2).

Este tema (la intención de Dios de glorificarse a sí mismo) se mantiene incluso cuando Israel rechaza a Dios. Dios le concedió al malvado Rey Acab una victoria sobre Siria para reiterarle el carácter de Dios (1 Reyes 20:13). Por esa misma razón, el profeta Elías se enfrentó a los falsos profetas de Acab (1 Reyes 18:36). Sin embargo, Israel continuó rebelándose, y Dios trajo las maldiciones de la ley y envió a su pueblo lejos de la tierra prometida. El exilio de Israel y el posterior regreso del exilio compartían un propósito común. Dios exilió a Israel porque tuvo “dolor” por la profanación de Su santo nombre (Ezequiel 36:21), y después extendió Su misericordia para con Israel por causa de Su santo nombre (Ezequiel 36:22).

La estima que tiene Dios de sí mismo y el deseo por su propia gloria son rasgos que a veces confunden a los creyentes. Cualquier humano que tenga este tipo de autoestima se enfrentará a acusaciones de narcisismo. Sin embargo, lo que hace que la búsqueda humana de la gloria sea insípida son las imperfecciones inherentes a cada ser humano. Ninguno de nosotros merece gloria. Dios, por el contrario, en su santidad ejemplar, su belleza radiante, su sabiduría inescrutable y sus innumerables virtudes perfectas, es digno de toda admiración, afecto y aceptación, y debido a que es omnisciente, conoce Su propio valor. ¿Acaso no tendríamos un aprecio menor de Dios si Él tuviera un aprecio menor de sí mismo?

Comprender la estima que Dios tiene por sí mismo y por Su gloria es algo que nos ayuda a entender mejor las prácticas de adoración del Antiguo Testamento. El concepto de adoración del Antiguo Testamento orbita alrededor de la pesada verdad del interés de Dios por Su gloria. Las extensas regulaciones para la adoración, por ejemplo, encuentran su fundamento y legitimación en el deseo de Dios por Su propia gloria. Moisés dedica seis capítulos del libro del Éxodo (capítulos 25-30) a las instrucciones del Señor en relación con el diseño de un lugar para su adoración. Más adelante utiliza cinco capítulos (capítulos 36-40) para describir cómo los artesanos israelitas siguieron al pie de la letra estas instrucciones. Esta atención a los detalles nos comunica el deseo de Dios por Su gloria. Él se interesa profundamente en la manera en la que se le adora.

El compromiso de Dios con su gloria explica la severidad del castigo que Dios impone a los que violan las normas de adoración. Los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, dirigieron la adoración sacerdotal fuera de las directrices de Dios. Ellos presentaron una ofrenda que era contraria a lo que Dios les había mandado (Levítico 10:1). Trágicamente, Nadab y Abiú murieron “delante de Jehová” a causa de su pecado (versículo 2). Dios busca seriamente la adoración de Su nombre, pero quiere que esta adoración se ajuste a Sus estándares. La severidad de este juicio particular nos indica hasta qué punto Dios se preocupa por Su gloria en la adoración.

El predominio de los llamados a la adoración en el Antiguo Testamento tiene sentido a la luz de la pasión de Dios por Su gloria. Particularmente en el libro de los Salmos, Dios frecuentemente ordena a Su pueblo, e incluso a todos los pueblos, que lo alaben. Más de treinta veces recibimos el mandamiento: “Alabad a Jehová”, y el salmista usa muchos otros imperativos, tales como: “Dad a Jehová la gloria,(…).” (Salmo 29:2), “Venid, adoremos y postrémonos” (95:6), y “Cantad a Jehová” (149:1). Con estas solicitudes, Dios no está buscando cumplidos, ni está demostrando una falta de confianza o de seguridad. Estas órdenes son decretos de un Juez que preserva la justicia. Sólo hay un Ser en todo el universo que se merece toda la gloria y la alabanza, por lo tanto, “¡Alabemos a Jehová!”

En las formas en las que Dios ha creado el mundo, ha tratado a su pueblo, ha ordenado su alabanza, ha especificado intrincadas prácticas de adoración y ha juzgado a los desobedientes, Su intención ha sido buscar Su fama, Su gloria, y Su honor. De manera que, el Antiguo Testamento nos revela a Dios, quien se preocupa profundamente por la manera en la que se le adora.

La Adoración en el Nuevo Testamento

El Dios que se preocupa profundamente por la forma en que es adorado (como se revela en el Antiguo Testamento) es el mismo Dios que se preocupa por enseñarles a los cristianos cómo adorar en el Nuevo Testamento. La naturaleza de la adoración cristiana, así como las actividades de ésta, se establecen explícitamente en los evangelios y en las epístolas de Pablo.

La adoración cristiana es espiritual y verdadera. Mientras Jesús dialogaba con una mujer samaritana pecadora, sus puntos de vista con respecto a la adoración comenzaron a contrastar entre sí. Ella estaba preocupada por cuestiones de genealogías y de geografía. El linaje correcto (“nuestro padre Jacob”, Juan 4:12) y la localidad correcta (“nuestros padres adoraron en este monte,” Juan 4:20), esos eran los criterios que ella enfatizaba con respecto a la adoración correcta. Sin embargo, Jesús impugnó estas nociones y señaló dos veces al “espíritu” y a la “verdad” como los estándares para la adoración que honra a Dios (Juan 4:23-24). Adorar en “espíritu” implica que la alabanza apropiada involucra los afectos, las emociones, los deseos y la voluntad. La adoración ya no gira principalmente en torno a actos físicos, como los sacrificios de animales. Adorar en “verdad” quiere decir que la alabanza debe estar centrada en Jesucristo. Él es el único que nos da acceso a Dios el Padre (Efesios 2:18).

Sin Jesucristo, y sin las verdaderas buenas noticias acerca de Su deidad, Su encarnación, Su muerte, Su resurrección y Su segunda venida, la adoración carece de credibilidad y veracidad.

La adoración cristiana es intencional. El apóstol Pablo se rige por este principio cuando instruye a la iglesia de Corinto con respecto a la adoración. En la adoración corporativa, Pablo procuraba cantar con su entendimiento (su mente) y con su espíritu (1 Corintios 14:15). Esto significa que la adoración cristiana no es una experiencia improvisada que sólo implica respuestas emotivas y espontáneas. La adoración cristiana es igualmente una actividad intelectual, en la que los creyentes reconocen, confiesan y profesan la verdad proposicional. Al involucrar la mente y el espíritu en la adoración, los cristianos se edifican unos a otros y dan testimonio de la verdad ante los no creyentes. Al dirigirse con determinación hacia la mente y el espíritu, los cristianos imitan a Dios, quien “no es Dios de confusión” (1 Corintios 14:33), y ellos hacen todas las cosas “decentemente y con orden” (versículo 40).

La adoración cristiana es congregacional. El Nuevo Testamento define los patrones y los preceptos de la adoración en el contexto de la iglesia local. La iglesia primitiva después del Pentecostés se reunía con frecuencia para recibir enseñanza, participar en la Cena del Señor y orar (Hechos 2:42). Aunque el número de creyentes en Jerusalén era significativo (tres mil, según Hechos 2:41), la congregación seguía reuniéndose en un mismo lugar, aunque hacerlo requería un gran espacio público (el pórtico de Salomón, Hechos 5:12). Los mandamientos del Nuevo Testamento para la adoración a menudo implican la participación de toda la congregación local. Por ejemplo, los mandamientos de cantar unos con otros (Efesios 5:18–21; Colosenses 3:15–16) involucran a toda la congregación para animarse unos a otros.

El Nuevo Testamento a menudo incluye mandamientos que señalan lo que Dios espera que ocurra en la adoración cristiana. Lo que se espera de todos los cristianos es que se reúnan regularmente para la adoración (Hebreos 10:25). Estas reuniones proveen de un contexto en el que los ministros del evangelio pueden cumplir su responsabilidad de predicar la Palabra de Dios (Hechos 6:4; 2 Timoteo 4:1–2). El Nuevo Testamento describe y espera que las iglesias tengan una activa vida de oración corporativa, que incluye súplicas por otros creyentes (Santiago 5:14), por los ministros (Colosenses 4:3) y por las autoridades civiles (1 Timoteo 2:1-2). A las iglesias se les ordena cantar cuando se reúnen (Efesios 5:18-21; Colosenses 3:15-16). La lectura de la palabra de Dios es un mandato que se repite en el Nuevo Testamento (Colosenses 4:16; 1 Timoteo 4:13). Las ordenanzas del bautismo y la Cena del Señor forman una parte importante de la reunión de la iglesia, la primera constituye la misión de la iglesia (Mateo 28:19-20) y la segunda perdura hasta la venida de Cristo (1 Corintios 11:26). Todos estos mandamientos deben servir para orientar y darle forma a las prácticas de adoración de las iglesias locales. Dios ha enseñado cuidadosamente a los creyentes cómo deben adorar cuando se reúnen.

Aplicación de la Teología Bíblica de la Adoración

En resumen, las enseñanzas del Antiguo Testamento con respecto a la adoración nos muestran que Dios se preocupa profundamente por la manera en la que se le adora; y las enseñanzas del Nuevo Testamento nos muestran que Dios ha instruido a los creyentes específicamente en lo que respecta a la manera en la que deben adorarlo. Los ministros cristianos deben entender y aplicar estos principios a medida que dirigen a sus congregaciones locales. Estos principios dan a los líderes de la iglesia la visión teológica necesaria para planificar y dirigir la adoración.

Estos dos resúmenes coinciden perfectamente entre sí. Si a Dios le preocupa profundamente la manera en la que se le adora y si Dios nos ha dado instrucciones específicas para adorarlo, entonces los cristianos deben dar prioridad a estos mandamientos en su adoración. Cuando las iglesias se reúnen, la predicación y la lectura de la palabra de Dios, la oración corporativa, el canto congregacional y la práctica de las ordenanzas son elementos esenciales. Estas prácticas son el medio que Dios ha ideado y ordenado para glorificarse a sí mismo en la iglesia local. El uso correcto de estos medios en la adoración de la iglesia es algo que fortalece a los creyentes. Además, la adoración intencional y ordenada es la que mejor comunica el evangelio a los no creyentes que se reúnen con la congregación (1 Corintios 14:23-26).

Una forma sabia de aplicar estos principios bíblicos y priorizar estos mandamientos es lo que a menudo se ha llamado el principio regulador. La Palabra de Dios nos da parámetros precisos para la adoración. El Nuevo Testamento, de manera particular, regula el culto de adoración. Lo que el Nuevo Testamento ordena a los cristianos hacer en sus reuniones debe ser la sustancia y la suma de la adoración congregacional. Cualquier otra cosa que los cristianos creativos propongan para el culto de adoración carece del respaldo de la Palabra de Dios. Aunque estas propuestas pueden tener beneficios en ciertos contextos, están fuera de lugar en las reuniones de adoración de la iglesia. Dios está deseoso de Su gloria; así que, Él no podría haber olvidado revelar los elementos esenciales para la adoración de Su nombre.

Los siguientes capítulos guiarán a los ministros en la comprensión y aplicación de los elementos de la adoración cristiana que son exigidos por la Palabra de Dios. Gran parte del material proporciona orientación práctica sobre la planificación y la dirección de la adoración. Sin embargo, antes de que cualquiera de estas sugerencias sea adoptada por los ministros y abrazada por las iglesias locales, es necesario afirmar los conceptos teológicos de la devoción de Dios hacia Su gloria y Sus meticulosos mandatos de adoración. Pastores, amen estas doctrinas de la Palabra de Dios y enseñen a su congregación a amarlas también. La aplicación de estos principios sólo florecerá dentro de este contexto doctrinalmente rico.

Reunir al pueblo de Dios

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