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INVESTIGACIÓN + INCLUSIÓN

La gestión del conocimiento como estrategia para la inclusión social y el desarrollo

Frederic Vacheron (Unesco)12

Considero que estamos en un momento muy propicio para analizar y valorar los avances concretos y significativos que se han logrado en nuestro sector en cuanto a la inclusión de la cultura en las prioridades de la agenda de desarrollo a nivel regional y global. La agenda para el desarrollo sostenible 2030 por primera vez hace referencia a la cultura como componente central de la definición del desarrollo sostenible, lo que significa un paso muy importante.

Cabe recordar la adopción de la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de Unesco, que data del 2005. La región fue particularmente reactiva y aquí, un año después de la adopción de esta convención, se adoptó la Carta Cultural Iberoamericana que hoy constituye un documento de referencia y una hoja de ruta para los actores del desarrollo.

Gracias al Fondo Internacional para la Diversidad Cultural se implementaron cerca de 80 proyectos a lo largo de más de 45 países. Más del veinte por ciento de estos proyectos han estado directamente vinculados con jóvenes que, como sabemos también, sufren los efectos de diversos procesos de exclusión. La juventud es una cuestión transversal, tal como lo es el tema del género. Ante tales desafíos, Unesco publicó recientemente un estudio sobre la relación entre género y cultura, y especialmente entre igualdad de género y sector creativo. Las cifras son claras y contundentes: las mujeres representan menos del 10% de los directores de cine y el 97% de los directores de orquestas, por caso, son hombres.

Otra iniciativa financiada por el Fondo para el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) ha permitido posicionar a la cultura, a pesar de que los ODM no contemplaban de manera explícita su importancia. Este programa se implementó en América Latina, en Costa Rica, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Uruguay, y permitió la identificación de un conjunto de buenas prácticas.

De manera general, podemos afirmar que es necesario gestionar más conocimientos sobre cultura en inclusión social para el desarrollo, y crear mayores mecanismos para su difusión. Ya se han adoptado –o se encuentran en plena implementación– Planes Nacionales de Cultura, tales como los que ha desarrollado Brasil, en 2011, o el que se encuentra formulando Uruguay actualmente. México adoptó, en 2016, una nueva Ley General de Cultura, que es un intento ambicioso por considerar a los derechos culturales como una herramienta contra la exclusión social.

Quisiera mencionar también que la Convención ha influido radicalmente en los nuevos instrumentos comerciales que han surgido en los últimos años. Se reconoce la especificidad de los servicios culturales y la necesidad de conceder tratos preferenciales para promover la libre circulación de los artistas y profesionales de la cultura. No podemos aún “gritar victoria”, ya que esta visión todavía está cuestionada en algunos ámbitos que limitan las aspiraciones de la humanidad a simples necesidades biológicas, o reducen a los ciudadanos a simples consumidores de mercado.

También es importante recordar que todavía se cuestiona la importancia del patrimonio cultural y de las expresiones culturales, vistos como un freno al crecimiento local o a la igualdad social. La Ruta del Café, en Perú, por ejemplo, es un proyecto apoyado por el PNUD que cuestiona esa postura. La caficultura en Perú es esencialmente familiar y todos sus miembros participan en sus procesos, lo cual implica empoderamiento de las mujeres e igualdad social. Este sistema tradicional de producción ha adquirido una nueva vigencia y abre un futuro de bienestar y de igualdad social a las comunidades locales. Somos testigos de que, también en Colombia, el paisaje cultural cafetero ha sido declarado patrimonio de la humanidad por Unesco, lo cual consagra todo un sistema tradicional de producción.

Estas experiencias están profundamente vinculadas al Objetivo de Desarrollo Sostenible 10 (ODS10), centrado en reducir la desigualdad en y entre los países. El mismo consiste en lograr un crecimiento económico inclusivo, es decir, que tenga en cuenta las tres dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental.

Muchos consideran que invertir en el patrimonio y en su protección perjudica al desarrollo comercial o es en vano, sin reconocer su contribución a la calidad de vida. Este tema fue intensamente presentado en el marco de la tercera conferencia de las Naciones Unidas sobre la Vivienda y el Desarrollo Humano Sostenible (Hábitat III), que se llevó a cabo en octubre de 2016 en Quito. Conocemos los antecedentes de violencia y de marginación social de los suburbios de la ciudad de Medellín, sin embargo esta ciudad logró de manera notable convertir los guetos urbanos marcados por el miedo en una referencia mundial de cambio, gracias a la fuerza de la cultura. La fórmula fue la siguiente: “acceso a la cultura” para dar “oportunidades de inclusión”, y “apertura al mundo” a través del “sistema de parques bibliotecas”.

La Unesco apuesta a que debemos volver a confiar en las ciudades. De hecho, como ilustra el ejemplo de Medellín, la cultura ocupa un lugar central en la renovación y la innovación urbana. En ese sentido, el Objetivo 11 de los ODS es lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, residentes y sostenibles.

Hace unos meses inauguramos en Argentina la exposición “Máquinas para habitar: cultura, ciencia y ciudades sostenibles”. En este marco, se presentó una iniciativa emblemática, Eloísa Cartonera, una editorial que sirvió de mecanismo de residencia en inclusión social. Concluiré con una frase de Victoria Ocampo: “La cultura y la ciencia pueden ser instrumentos para capacitar al hombre y ponerlo en la guía de soluciones que no se han aliado desde que el mundo es mundo”.

12 Especialista del Programa de Cultura en la Oficina Multipaíses de la Unesco para Argentina, Paraguay y Uruguay. Tiene a su cargo la implementación de varios programas de alcance nacional o subregional sobre los ejes de acción prioritarios de la Unesco: patrimonio mundial, patrimonio inmaterial, museos y tráfico ilícito, industrias culturales, diversidad cultural y diálogo intercultural. Supervisa la implementación de los proyectos interagenciales en cultura y desarrollo implementados en el marco de la ONU en Uruguay. Asimismo, tiene bajo su responsabilidad la supervisión del Proyecto Villa Ocampo en Argentina. Encargado de la cooperación técnica entre Unesco y Mercosur Cultural.

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