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Prefacio

El momento antes que el instante

¿Vivir el momento o vivir el instante? ¿De qué se trata? Una consigna que llama a “vivir el día a día” se multiplica a nuestro alrededor en conversaciones, en apelaciones publicitarias, en convocatorias de dudoso espiritualismo, en actitudes y conductas. Suena atractiva, promete aligerar la existencia, parece liberarnos de traumas del pasado y llevarnos suavemente a un porvenir inevitablemente benigno. Sin embargo, encierra un engaño. Llevado a la práctica, se convierte en vivir sin memoria, sin responsabilidad, sin compromiso. Lleva a cultivar relaciones utilitarias (“¿Para qué me sirves?”). En la era de la fugacidad y del vale todo -que termina en que nada vale- “vivir el día a día” se transforma, a la corta, en vivir el instante. Que no significa vivir el momento. La diferencia no es menor. El momento es hijo del pasado y padre del futuro. Es el tronco de un árbol que tiene sus raíces hundidas en el ayer y su fronda elevada hacia el mañana. Quitemos las raíces, eliminemos la fronda, y el tronco caerá abatido por la primera brisa, sin dejar huella en la tierra y sin haber dado frutos. Somos eslabones en la cadena del tiempo, que debemos gratitud a quienes nos precedieron pues nos dejaron un mundo en funcionamiento y un deber: poner en él nuestros dones. Y debemos amor a quienes nos continuarán, amor que demostraremos si honramos ese mundo, cuidándolo, conservándolo y mejorándolo para que ellos puedan, a su vez, verter en él sus cualidades.

En este libro, Carlos Abad honra al momento, honra al árbol desde sus raíces hasta su fronda y se detiene en la belleza del tronco. Lo hace con palabras cuidadas (como debe ser) que nunca son fortuitas, sino que responden a convicciones profundas a las cuales, me consta, Carlos convierte en acciones, en conductas, en una actitud existencial. Por eso seguramente Que el día de hoy sea sólo hoy resultará una obra que desbordará el presente, podrá ser leído en el futuro como si se recorrieran páginas tan intemporales como son, finalmente, las cuestiones del alma. ¿No es una maravillosa paradoja ésta de que un libro que habla de cultivar el presente nos recuerde que, en la medida en que lo hagamos, estamos destinados a trascenderlo?

Al poco tiempo de iniciar el recorrido de las páginas que vienen, el lector tendrá la sensación de beber un vino reconfortante y balsámico, añejado en nobles barricas. Sé que así fueron creadas. Carlos ha parido este libro como se paren los hijos que serán nuestras huellas en la eternidad. Lo ha hecho con deseo, con convicción, con compromiso, con responsabilidad; ha puesto en él sus valores, es un testimonio de su propio andar por la vida, ha cultivado cada palabra y ahora ofrece el fruto con la generosidad que es su marca de nacimiento. Eso sólo se puede llamar amor.

Conozco a Carlos Abad, he compartido con él numerosas tertulias, mesas y sobremesas, me ha acompañado en varios de mis propios partos literarios, nos hemos confiado nuestras esperanzas, temores, certezas y desconciertos y, aun así, la lectura de estas páginas no dejó de ser para mí una sucesión de descubrimientos y revelaciones. Es extraordinario cuánto podemos los seres humanos seguir explorándonos, descubriéndonos y ofrendándonos cuando cultivamos el día adentrándonos en él en lugar de simplemente rozar su superficie. Si esta es la actitud en cada jornada, la cadena de los días nos encuentra con aprendizajes, reflexiones, convicciones y legados como los que surgen de este libro capítulo a capítulo.

En Que el día de hoy sea sólo hoy recobran todo su significado y su eco palabras simples, que hemos desgastado con un uso banal hasta transformarlas en muletillas vacías. Palabras comobueno, hoy, amor, donar, dar, sagrado y tantas otras, leídas aquí vuelven a tener vida. En el contexto en que el autor las cobija, son primicias. En lo personal agradezco esta experiencia de lectura, esta confirmación de que siempre hay nuevas maneras de decir, de escribir, de recordar, de anunciar, de celebrar, de agradecer, y que esas formas nuevas se amasan con las palabras que siempre tenemos y a menudo despreciamos. Eso convierte a este libro en una experiencia espiritual en el sentido más amplio y profundo del término. Emana de él lo que en verdad, al menos para mí, significa la espiritualidad. La apertura de nuestra conciencia hasta el punto en que podemos comprendernos y asumirnos como partes de un todo que nos contiene, que es más que la suma de sus partes y fuera del cual jamás alcanzaremos a vislumbrar el sentido de nuestra vida.

Entendida así la espiritualidad contiene a la religiosidad y cobija a todos los humanos, independientemente de sus creencias o su agnosticismo. El día de hoy nace para todos, se abre en su horizonte para todos y pide de cada uno un aporte para honrar y mejorar el espacio común -físico y espiritual- que conformamos y en el que transcurre nuestra vida. Este libro es el testimonio de los aportes, los trabajos y los días de su autor. De sus dolores por el mundo que ve, de sus esperanzas por el que sabe posible, de su infatigable exploración de dudas y certezas, de su amor por la palabra. Escribir no es sólo poner palabras en orden en la pantalla de una computadora o en el papel. Ése es el momento más visible de la escritura, su culminación. Pero hay una escritura invisible hecha de vivencias, de soliloquios, de intensos monólogos interiores y de apasionados diálogos, de silencios y quietudes, de procesamiento de las experiencias personales, de la propia vida, que sólo al final se convierten en letra impresa. Que el día de hoy sea sólo hoy es el resultado de incontables días vividos cada uno, como Carlos Abad lo propone aquí. Su lectura, a la luz de mi experiencia, es una bella manera de cultivar el día. Y quien cultiva el día cultiva la vida. Una vida en la que prevalece el momento, no el instante.

Sergio Sinay

Introducción

Si quieres conocer el pasado mira el presente que es su resultado.

Si quieres conocer el futuro mira el presente, que es su causa.

Proverbio japonés

Como dijo Sergio Sinay en una de sus iluminadas reflexiones, pensar el presente “no es recomendable para espíritus atrapados por el delivery existencial, por el llame ya”. No es apto para los adeptos al ahora o nunca. Hay que salir de la jaula de Cronos y explorar la inmensidad de Kairós.

Cronos es cuantitativo y Kairós, cualitativo, representa ese momento adecuado u oportuno llamado “tiempo de Dios”. Pero el diario trajín nos aparta de ese tempo divino y nos asocia al tirano Cronos.

La vida es cronológica: nacimiento, desarrollo, muerte. Pero a veces la cronología (del griego χρονο chronos, ‘tiempo’ y λογα logos, ‘estudio’) es una línea que merece ser interrumpida para empezar a medir el tiempo desde otra perspectiva.

El “Papa bueno”, Juan XXIII -el Papa N.° 261 de la Iglesia Católica entre 1958 y 1963-, nos brindó su “Decálogo de la serenidad” elogiando el “hoy”.

Recordémoslo:

1. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.

2. Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo.

3. Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en este también.

4. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.

5. Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6. Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

7. Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos procuraré que nadie se entere.

8. Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

9. Sólo por hoy creeré firmemente, aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie existiera en el mundo.

10. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.

¡Qué sencillo y qué difícil! De este decálogo surge de inmediato otra inquietud: ¿Y mañana? Mañana Dios dirá… y por eso mismo: ¿Por qué no volver a empezar? Romper la cronología, nacer cada día, decidir recomenzar a contar desde cero.

¿Cuándo? Cuando el cómputo de los días, meses y años nos traza un recorrido que reclama detenerse, observar y cambiar el horizonte. Les propongo que esa línea divisora sea el concepto de “hoy”.

Etimológicamente, la voz latina hodie y como contracción de la expresión hoc die (“en este día”) se vincula a la noción de día, luz. De esa misma raíz derivan: dios, divino, adiós, divo, Diana, Júpiter, jovial, cotidiano, jornal, jornada, mediodía, meridiano. En todos los casos expresa luz, brillo.

¡Que tu Hoy sea luminoso, divino!

Que el día de hoy sea sólo hoy

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