Читать книгу Literatura en grajeas - Carlos Alejandro Quaglino - Страница 6
Оглавление“El príncipe feliz” (Oscar Wilde)
Se trata de un diálogo entre una golondrina y un príncipe feliz, que una ciudad había colocado sobre una estatua altísima, toda ella recubierta de láminas de oro, cuyos ojos eran dos zafiros resplandecientes y con un gran rubí en la empuñadura de la espada. La golondrina no había emigrado a Egipto como todas sus compañeras porque rezagada en el despegue se había enamorado de un junco. Posada un día sobre la estatua, comprueba que los ojos del príncipe estaban llenos de lágrimas. Y, apiadada de él, le pregunta por qué llora. Éste le responde que cuando estaba vivo y tenía un corazón humano no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en un palacio, donde el dolor no entraba. Creyendo que la felicidad era sinónimo de placer le apodaron los cortesanos “el príncipe feliz”. Pero ahora ya muerto y situado en la altura de la columna, puede ver la miseria del mundo, pero no puede hacer nada por superarla sino sólo llorar.
En tres visiones sucesivas le encarga a la golondrina que lleve el rubí de la empuñadura de su espada a una mujer envejecida que tiene las manos ásperas y rojas de sangre, porque es costurera; que lleve uno de sus ojos, que son zafiros rarísimos hace mil años traídos de la lndia, y se lo entregue a un estudiante que malvive en una buhardilla; que le arranque el otro ojo y se lo lleve a una pequeña vendedora de cerillas, ya que se le han caído sus fósforos al agua y su padre le pegará sino lleva el dinero como todos los días a casa; que le arranque finalmente las láminas de oro fino de las que está revestido y se las lleve a los pobres, porque la gente cree siempre que el oro puede hacer feliz.
La golondrina se despidió, pero no para irse a Egipto, sino a la Muerte. Al día siguiente el alcalde descubrió que al príncipe se le había caído la empuñadura, había perdido los ojos y ya no estaba dorado. Y por parecer más un pordiosero que un príncipe lo tiraron a un montón de basura, donde estaba también la golondrina muerta. El relato se cierra con este diálogo entre Dios y uno de sus ángeles:
—Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel le llevo el corazón de plomo y el pájaro muerto.
—Has elegido bien –asintió Dios–, porque en el jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz cantará mis alabanzas (El príncipe feliz, 167).2
2 Cf. Olegario Gonzáles de Cardedal, Cuatro poetas desde la otra ladera, Ed. Trotta, 1996, 424-425.