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Introducción

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Los increíbles descubrimientos realizados en el campo de la biología desde que se conoció la estructura del ADN parecen dejar poco espacio para la sorpresa o la revelación. Cada vez somos más conscientes de nuestro lugar en la naturaleza, de nuestro origen y de cómo hemos llegado hasta donde estamos. La concepción molecular de la vida, de la evolución y del funcionamiento del cuerpo humano nos proporciona hoy en día una imagen tremendamente precisa y detallada de las piezas que forman un ser humano y de las leyes que rigen su funcionamiento.

En paralelo a este aumento del saber, se han producido avances notables en las técnicas que permiten aprovechar estos conocimientos para mejorar nuestras condiciones de vida: adelantos en la alimentación, prevención de dolencias, terapias farmacológicas… incluso se han llegado a erradicar enfermedades casi por completo, gracias a haber desentrañado los mecanismos que modulan nuestra respuesta inmunológica, permitiendo el desarrollo de las vacunas, por ejemplo. Pero sin duda, una de las llaves que más puertas ha abierto ha sido la concepción genética de la vida: descubrir el lenguaje que utilizan las células y la manera en la que viven, basada en información codificada y transmitida generación tras generación, hace posible entender cómo se consigue todo este ensamblaje preciso y eficiente entre información, estructura y funcionamiento. Cuando parecía que la genética podía responder todas las cuestiones y ayudarnos a ganar la batalla contra la enfermedad… nos dimos cuenta de que no era suficiente.

Entonces, llegó la epigenética. Una regulación a nivel genético que añade complejidad, pero a la vez permite entender mucho mejor cómo funciona el organismo. Una disciplina que ha venido acompañada, en muchos textos, por el epíteto de «revolucionaria». Si la genética nos hizo comprender que nuestro destino como seres vivos, lo que podemos llegar a ser, está escrito antes de nuestro nacimiento, la epigenética ha venido a demostrarnos que lo que está escrito se puede cambiar. Con esa información en nuestras manos podemos, ahora sí, enfrentar la lucha contra los estragos de la vejez, el estrés y las amenazas contra nuestra salud. La epigenética nos enseña que es posible modular la actividad de nuestros genes heredados, cambiar la vida de nuestras células, y mejorar el futuro de nuestros descendientes. Entre las más esperanzadoras promesas que esta revolución trae bajo el brazo se encuentra el último objetivo para la biomedicina: atacar la enfermedad como algo específico y propio de cada persona.

Este tipo de aseveraciones hacen pensar que la epigenética no se parece a nada de lo conocido anteriormente. Nada más lejos de la realidad. La epigenética es una forma de organizar y modular el funcionamiento de algo que conocemos bien: los genes contenidos en el ADN de las células y las proteínas que se construyen a partir de ellos. El sistema de regulación epigenético se compone de una serie de marcas y modificaciones químicas a nivel molecular sobre el ADN presente en el núcleo celular. Estas modificaciones etiquetan los genes, los activan o los desactivan, y además retocan y alteran otras moléculas intermediarias de modo que el mensaje contenido en el ADN puede no llegar a su destino, es decir, a traducirse en proteínas. Todos estos marcajes son reversibles, pero también pueden fijarse de manera muy duradera. Tales son la ductilidad y la versatilidad de los procesos epigenéticos. Desde mucho antes de nacer, estas marcas y modificaciones en los reguladores que guardan el orden y la precisión en todos los procesos celulares comienzan a establecerse, asegurándose de que se cumpla una regla fundamental: que a partir de una célula única se generen millones y millones de células con identidades, apariencias y funciones totalmente diferenciadas y ordenadas, y todo a partir de un mismo libro de instrucciones: el ADN de la primera célula. Hay mucho que organizar para conseguirlo, y la epigenética desempeña un papel esencial. Comprenderla nos ayuda a entender mucho mejor el concepto de diferenciación celular que facilita el funcionamiento de nuestro organismo como un conjunto de sistemas coordinados. Y siguiendo este camino, hemos llegado a entender enfermedades que tienen su origen en el estado embrionario de un individuo y afectan a multitud de sistemas, puesto que alteran la precisa regulación de los modificadores epigenéticos.

Si el embrión progresa y llega a nacer, la epigenética sigue actuando. Constantemente y a lo largo de la vida, nuestros genes tienen la clave para convertirnos en lo que seremos, pero nuestras experiencias van a condicionar ese destino drásticamente, más de lo que se creía hasta hace poco. Siempre se ha sabido que factores como los hábitos de vida o la exposición a ciertas sustancias alteraban de manera significativa nuestra fisiología, pero hoy sabemos por qué lo hacen. Lo que comemos, el ejercicio que hacemos, lo que respiramos..., disparan cambios mediados por las moléculas responsables de dirigir la epigenética, cambiando sutil pero perceptiblemente la lectura que las células hacen del ADN, lo que produce comportamientos distintos a partir de un mismo libro de instrucciones. Gracias a la epigenética comprendemos mucho mejor el envejecimiento, los estragos de una mala alimentación, o por qué personas que comparten gran parte de su genoma —es decir, la mayoría de sus genes son idénticos— tienen muy distinta predisposición a padecer ciertas enfermedades.

Si bien la información a nivel genético sigue siendo imprescindible hoy en día, la epigenética, desde una perspectiva superior, proporciona información mucho más precisa. Y si este campo de conocimiento se ha calificado de revolucionario no es solo por eso, sino por el hecho de que los cambios epigenéticos revisten una propiedad que los diferencia de cualquier otro mecanismo regulatorio: la posibilidad de ser transmitidos a la descendencia. Esta interacción entre ambiente y genética, no solo a nivel celular sino incluso con carácter transgeneracional, es la más controvertida y al mismo tiempo la más estimulante de las facetas que la epigenética nos ha mostrado en las últimas décadas. Promete ser algo realmente asombroso cuando seamos capaces de comprenderla en toda su complejidad. Los investigadores ya están utilizando el conocimiento de estas marcas y de cómo afectan a la actividad génica para fabricar nuevas y potentes herramientas de diagnóstico y de seguimiento de multitud de patologías, ya sean de origen genético, ambiental o multifactorial. Incluso se están empezando a utilizar fármacos capaces de alterar la actividad de los reguladores epigenéticos, con el fin de revertir las alteraciones que se observan en algunos estados patológicos y restablecer los patrones epigenéticos normales, o al menos lo más parecidos posible a los que se asentaron durante el desarrollo, y que sutilmente se han ido alterando por nuestras experiencias vitales.

Esta última aplicación es, realmente, la que va a suponer una revolución sin parangón en el campo de la ciencia biomédica. Poder revertir los efectos del ambiente, controlar el legado que pasemos a nuestros descendientes, modular la epigenética para rectificar lo que la genética nos hizo dar por irrevocable…, todo esto llevará a poder atacar la enfermedad desde el punto de vista más específico posible: lo que se conoce como medicina personalizada y de precisión.

Porque si bien es cierto que en los últimos años hemos dado auténticos saltos de gigante en cuanto al tratamiento de enfermedades mayoritarias como la diabetes, el sarampión o cualquier otra que pueda prevenirse mediante la aplicación de vacunas o tratamientos sencillos, todavía somos incapaces de atajar las patologías de orígenes complejos. La implicación de diversos genes actuando conjuntamente, o de variantes genéticas específicas que hacen a los individuos presentar síntomas y reacciones que se alejan de la norma, dificulta en gran medida la generación de fármacos y terapias completamente efectivos. El hecho de saber que muchas de estas variaciones vienen condicionadas por la regulación epigenética supone un nuevo rayo de esperanza, que viene reforzado por el espectacular avance técnico. Cuando hablamos de avances técnicos no nos referimos solo al perfeccionamiento de las técnicas de diagnóstico y detección de variaciones en el genoma, sino también al de las herramientas bioquímicas que empiezan a permitir incluso la modificación directa de los genes con increíble precisión.

Puede que la epigenética no suponga una revolución radical, perceptible de la noche a la mañana, y que aún quede mucho por desvelar de sus mecanismos, pero, sin duda, nos está abriendo las puertas para traspasar una de las principales fronteras que todavía nos quedan por franquear.

La epigenética

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