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Introducción

“Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta es posible sólo gracias al esplendor de la Verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano”1.

Todos atravesamos durante nuestra vida –y en especial si dejamos atrás una fe convencional y emprendimos un camino interior de oración y seguimiento de Jesús– por estados de ánimo propensos al optimismo o al desánimo, tiempos interiores de paz o de inquietud, experiencias espirituales fuera de lo común, etcétera., más o menos intensos y/o duraderos. Para evitar los riesgos que a veces traen asociados, nos conviene aprender a atravesarlos contando con el necesario discernimiento espiritual.

Antes de ver cómo capitalizar estas experiencias interiores, tengamos en claro el punto de partida: todo lo que nos sucede es querido o permitido por la amorosa providencia de Dios para nuestro bien. Él no es ajeno. Dios quiere lo bueno que nos sucede, y se conduele por adelantado cuando permite que lo malo nos pruebe.

Creo que es inevitable y hasta necesario psicológicamente que atravesemos por momentos de crisis, por consuelos y desconsuelos, por tiempos felices o de aridez, provenientes del propio temperamento y de otras causas. Dios permite la consolación y la desolación2 para ayudarnos a llegar a la madurez de los hijos de Dios, mediante el ejercicio de la fe y la esperanza, y sobre todo del amor. Para que busquemos lo realmente importante y duradero, pues como enseña san Pablo: “ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor” (1 Cor 13,13). Si somos fieles, viviremos junto a Dios en el amor por toda la eternidad. Y sabemos que “el amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener gran desnudez y padecer por el Amado”3.

En el ambiente del mundo en que vivimos, en proceso de descristianización y vuelta al paganismo, donde abunda el secularismo y la indiferencia religiosa, lamentablemente son pocos los que se interesan en discernir el origen divino, humano o diabólico de las motivaciones o impulsos. Pero a quien busca crecer como persona –y al cristiano que está entregado a Jesús como Señor de toda su vida– le importa mucho protegerse del engaño y percibir con gozo cuándo “es el Señor” (cf. Jn 21,7). Así el discípulo puede escuchar sus llamadas y navegar mar adentro para arrojar las redes de la Nueva Evangelización.

¿Cómo podemos discernir la voz de Dios entre las mil voces que escuchamos cada día en nuestro mundo? Benedicto XVI responde: “Yo diría que Dios habla con nosotros de muchísimas maneras. Habla por medio de otras personas, por medio de los amigos, de los padres, del párroco, de los sacerdotes. Habla por medio de los acontecimientos de nuestra vida, en los que podemos descubrir un gesto de Dios. Habla también a través de la naturaleza, de la creación; y, naturalmente, habla sobre todo en su Palabra, en la sagrada Escritura, leída en la comunión de la Iglesia y leída personalmente en conversación con Dios”4.

Te propongo, amigo lector, comenzar este itinerario bajo la luz del Espíritu Santo, para que su sabiduría te ilumine y fortalezca desde el testimonio de la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia.

1. Cf. Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 2; sobre algunas cuestiones de la enseñanza moral de la Iglesia (1993).

2. Más adelante hablaremos del significado que da san Ignacio de Loyola a la "consolación" y "desolación".

3. San Juan de la Cruz, carmelita y místico español (1542-1591), Avisos espirituales, Puntos de amor, 35.

4. Benedicto XVI, respuesta a la pregunta de Gregorpaolo Stano del Seminario Romano Mayor durante la visita del 17-Feb-2007.

Discernir lo que agrada al Señor

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