Читать книгу Derecho a decidir - Carmen Domingo - Страница 6
ОглавлениеPresentación
Vivimos tiempos en los que se recurre con bastante frecuencia a la expresión «derecho a decidir» como sinónimo de «libertad de elección». ¿Pero de verdad se puede elegir en libertad muchas de las veces que nos dicen que se hace así? ¿Elige gobierno libremente quien vota al cacique porque sabe que sólo si gana le dará trabajo? ¿Elegimos con libertad adónde vamos de vacaciones, en qué mes y en qué medio de transporte? ¿Elegimos el barrio donde vivimos, el modelo de coche que usamos y la ropa que nos ponemos? ¿O depende todo lo anterior de la voluntad de nuestro contratador y de la cuantía de la nómina? Podríamos seguir con más ejemplos y llegaríamos a la mujer y a su cuerpo y su capacidad de decidir en libertad. Y eso es lo que hace Carmen Domingo en este nuevo libro de la colección A Fondo, Derecho a decidir. El mercado y el cuerpo de la mujer. Aquel grito feminista del siglo pasado, «el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo», ha terminado, en manos del mercado, convertido en un bumerán contra las mujeres.
La autora repasa tres casos de rabiosa actualidad, o, mejor dicho, rabioso debate, en los que el denominado «derecho a decidir» se encuentra en el centro de las argumentaciones y justificaciones: los vientres de alquiler (que hasta en la denominación es objeto de controversia), la prostitución y la vestimenta femenina.
Las mujeres que aceptan gestar un niño para dárselo a otras familias que no pueden o no quieren sobrellevar un embarazo, ¿lo deciden libremente o lo hacen de forma altruista como afirman sus defensores? ¿Por qué siempre son mujeres pobres las embarazadas «altruistas» que ceden a los bebés y siempre son familias adineradas del primer mundo las destinatarias de ese «altruismo»? ¿Por qué no hay mujeres «altruistas» en el primer mundo, ricas o famosas?
¿Decide libremente la mujer musulmana cubrirse por completo en la playa a 30º mientras que su marido se mete en el agua en bañador? Cuando mi madre, en los años cincuenta, con dieciséis años y viviendo en un pequeño pueblo manchego, se vistió de luto durante dos años tras la muerte de mi abuela, ¿lo decidió libremente? ¿Decide con libertad pasar por el quirófano para aumentarse los pechos una joven de dieciocho años y así parecerse a la modelo de moda? ¿Forma parte del derecho a decidir que las azafatas se expongan con el mínimo de ropa bajo el frío y la lluvia en las competiciones de Fórmula 1 o de tenis para alegrarle la vista a los espectadores?
¿Deciden libremente las mujeres que optan por tener sexo 10 o 20 veces en una noche con borrachos, ancianos y sucios? Si es así, ¿por qué nos indignan esos anuncios de demanda de secretaria de buena presencia a la que se le exige entrar dos veces por semana al despacho del jefe a tener relaciones sexuales? ¿Acaso no es voluntario aceptar una oferta de trabajo? Tanta campaña feminista de Me Too, ¿acaso es que esas actrices, modelos y cantantes no follaban voluntariamente con productores y directores a cambio de un buen papel? ¿O quizá todo eso no es derecho a decidir y sólo lo reivindicamos en el caso de las prostitutas pobres?
Los defensores del comercio de niños o del comercio de sexo apelan a la libertad de comercio, a que las partes, contractualmente, pueden establecer los términos de intercambio que consideren oportuno. Según ellos, no procede intervención externa alguna, y menos por parte del Estado a través de sus leyes. Pero no tienen razón, el mercado también tiene unos límites que nadie discute. Como dice la autora, «ninguno de nosotros puede renunciar a sus derechos fundamentales». «Igual que no podemos vender el voto a cambio de dinero, ni siquiera queriendo. Ni tampoco podemos vender un órgano –una córnea o un riñón...–, aunque nos parezca oportuno porque nos iría bien saldar una deuda», añade. En nuestra legislación comercial existen incluso las que se denominan «cláusulas abusivas», cláusulas que no se permiten en un contrato porque evidencian un abuso de poder de una parte sobre otra. Por ejemplo, pedir una fianza de ocho meses para poder alquilar una vivienda.
Lo que denuncia Carmen Domingo en Derecho a decidir es que parece que, cuando se trata del cuerpo de la mujer, es cuando los límites del mercado dejan de existir y ya todo se puede comprar y vender.
Otro elemento que hace más controvertidos estos temas es la posición ambigua o enfrentada dentro de la izquierda. Algunos sectores no se manifiestan en contra de los vientres de alquiler, y diversos colectivos LGTB se han pronunciado a favor. En el tema de la prostitución existe un virulento debate entre abolicionistas y regulacionistas, todas bajo la bandera del feminismo y la izquierda. Mientras que uno de los manifiestos de la cadena feminista del último 8 de marzo destacaba «la figura desafiante y antipatriarcal que representamos las putas», para otras feministas la prostitución es sencillamente una forma de esclavitud y explotación de las mujeres, poco desafío se vislumbra en vender tu cuerpo. Y sobre asuntos de vestimenta como el hiyab musulmán se simultanean actos de solidaridad en Occidente de mujeres poniéndose el pañuelo con denuncias contra la represión a las mujeres que se lo quitan en países islámicos.
Las posiciones de la derecha también influyen en el debate. Si bien los sectores neoliberales se han posicionado a favor de los vientres de alquiler (ellos lo llaman gestación subrogada), la derecha y la ultraderecha católicas están en desacuerdo. En cuanto al hiyab, mientras que una izquierda se opone porque reivindica el laicismo y denuncia imposiciones religiosas, la ultraderecha lo hace por su xenofobia a otras culturas y religiones que no sean la católica.
Pero, de todo ello, lo que más indigna a la autora, y sobre lo que centra su análisis, es que todo esto es presentado y defendido como un derecho de decisión de la mujer. Como si ser puta, ceder tu bebé, taparte el cuerpo en nombre de Dios o destapártelo para conseguir trabajo fuera un acto de empoderamiento, «porque puedo y lo decido libremente».
«Asumir una situación de pobreza asociada al sexo femenino supone, también, asumir una posición social de las mujeres inferior o desigual a la que tienen los hombres. Por eso vivir, y perpetuarnos, en situaciones de escasez y precariedad, nos obliga a tomar decisiones con nuestro cuerpo que poco, o nada, tienen que ver con la libertad de decisión, y mucho, o todo, con la necesidad de subsistencia», nos dice la autora.
Carmen Domingo sabe de lo que habla. Es escritora y colaboradora en distintos medios de comunicación y se ha especializado en temas de mujer, de los que tiene publicados más de 20 títulos, tanto de ensayo como de ficción. En la actualidad realiza talleres sobre violencia machista y de perspectiva de género.
Nuestra autora podría haber afrontado estas temáticas de una forma más abierta, sin definirse tan claramente, sin pronunciarse de forma contundente, pero no lo ha hecho así. Carmen Domingo ha tomado una posición clara y firme, porque ella, a diferencia de muchas gestantes pobres, prostitutas, desempleadas y musulmanas, sí tiene la posibilidad de optar por su derecho a decidir.
Pascual Serrano