Читать книгу Hoy camino con Dios - Carolina Ramos - Страница 77
ОглавлениеAroma a sábado - 13 de marzo
Casi
“El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de agua” (Isa. 35:7).
Mi hermana nació en una provincia argentina que tiene unas sierras hermosas con arroyos muy característicos, limpios y caudalosos.
Con mi familia nos tocó vivir varios años en la capital de esa provincia, y los fines de semana solíamos ir a las afueras a pasar tiempo tranquilos en la naturaleza. El campamento adventista se encontraba a una hora de la ciudad, así que era uno de nuestros destinos acostumbrados.
Allí había un arroyo que, en una parte de su recorrido, dejaba una pileta natural en la que muchas veces se hacían bautismos y más adelante se convertía en cascada que caía sobre una olla. De niña recuerdo que pasábamos horas nadando en ese arroyo bastante profundo.
Aquel sábado de tarde, varios años después, me encontraba sentada al lado de ese mismo arroyo. Solo que ahora estaba prácticamente seco. Solo corría un hilo de agua, y en algunos lugares directamente se cortaba la corriente. Al borde había unas hojas de sauce llorón que, colgando, acariciaban la tierra, como queriendo consolarla por la ausencia de agua. La sequía era seria. La paradoja, profunda. Era curioso que el sauce que lloraba fuera en ese momento el que consolara. Pero así estamos muchas veces, consolándonos en una Tierra que pierde la cuenta de sus años de sequía y de dolor.
El paisaje, una vez verde, ahora era en su mayoría marrón.
Pero vi, inesperadamente, una flor amarilla que nacía entre algunos juncos; juncos de esos acariciados por las lloronas hojas del sauce. Representaba la esperanza nacida en medio de la pobreza; la esperanza que nosotros, en nuestra tristeza, tenemos la obligación de compartir; la esperanza que permanecerá hasta que haya estanques y manantiales de agua por todos lados otra vez, aguas cavadas en el desierto, torrentes en la soledad.
Leí el capítulo 35 de Isaías en silencio, con oración, y recordé lo que se dijo sobre este profeta en Profetas y reyes: “¿Qué importaba que el mensajero del Señor hubiese de encontrar oposición y resistencia? Isaías había visto al Rey, a Jehová de los ejércitos; había oído el canto de los serafines: ‘Toda la tierra está llena de su gloria’ (Isa. 6:3) [...]. Durante el cumplimiento de su larga y ardua misión, recordó siempre esa visión” (p. 230).
Recordemos nosotros también a dónde estamos yendo y que, aunque casi todo se seque, aún hay esperanza.