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Cecilia Martínez y el dibujo expandido MARCO GRANADOS

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Soy un simple accidente; ¿Por qué tomármelo todo tan en serio? - Émile Cioran

A un trazo enérgico, le sigue uno de apariencia nervioso, luego una mancha de tinta expandida, junto a una línea sutil; todo completa una intrincada red visual que se soporta en un papel, a veces corporizado también a partir de varias capas superpuestas, un papel que refleja ya los embates de las pinturas, las tintas y el agua. Por encima hay uno o varios personajes, cuya procedencia nos resulta reconocible y que sin embargo en su conjunción nos siembra dudas acerca de nuestros propios recuerdos. El poder comunicativo de cada composición, de cada imagen, se ve potencializado en tanto nuestra memoria encuentre eco en dichas relaciones y partir de ello sea capaz de construir el rompecabezas. Los dibujos, las pinturas y las esculturas en cerámica de Cecilia Martínez nos exigen una atención que trasciende una primera lectura.

Por otro lado, hay que decir que la destreza con la que trabaja sus dibujos proviene de años de práctica, de una gran cantidad de horas con ejercicios de taller en los que la impronta al principio era lo más importante, aunque con el tiempo eso fue dando paso a composiciones cada vez más elaboradas en las que, sin embargo, siempre hay lugar importante para el accidente. Así en su obra actual, aunque la figura humana resuelve igualmente gestual, también posee un sentido conceptual que supera, con mucho, la sola intención del dibujo anatómico desde sus proporciones y su purismo técnico.

Esos dibujos en los que conviven los trazos intencionados con los accidentes generados a partir de raspar, mojar, cortar y retrabajar la superficie son además desde hace unos años el fiel reflejo de sus preocupaciones formales y sustento para sus motivos temáticos. Ya sea que se trate de una escena de humor cáustico, una de extraña nostalgia o bien una de crítica social, sobre todo cuando puntualiza en las desigualdades en las que hemos habituado a desenvolvernos. La circunstancia desfavorable del género, la exigencia de visibilidad de la otredad y la enunciación de la necesidad de una sociedad más justa, por mencionar solo algunos ejemplos. Destaca sí, ya lo dije, siempre la figura humana, pero esta construye caprichosas escenas en las que las imágenes se componen de múltiples capas de información, de muchos layers como si de diseño gráfico se tratara dando por resultado una suerte de línea de tiempo dislocada y extraña.

Existe el riesgo de asumir que la obra se defina en la tradición de la ilustración o de la viñeta y, en efecto, hay mucho de ello, pero resulta en realidad que una buena parte de su praxis artística se basa en investigar, pesquisar, recopilar y almacenar información que luego utilizará de manera algo caprichosa pero puntual. Contrario a lo que parece, ningún elemento teórico, técnico y material en el trabajo está ahí por mera casualidad. Ese archivo personal en continuo crecimiento debe primero pasar por un proceso de asimilación y de ubicación, de catalogación digamos. En efecto, la obra tiene elementos y múltiples referencias transgeneracionales. Abreva desde su propio bagaje, desde su propia cultura y también se nutre de fragmentos del imaginario colectivo de, por lo menos, las últimas tres generaciones, de ahí la facilidad con que, por ejemplo, se desplaza su obra en redes sociales.

Gran parte de la obra bidimensional de Cecilia parte de la premisa de construir (y deconstruir) la imagen haciendo asociaciones, por más descabelladas que puedan parecer, de mezclar iconografías y datos que al final construyen collages, estos mucho más cercanos a la idea posmoderna del pastiche que de la simpleza de la parodia. Cada elemento remite a un espacio y un tiempo, un sesgo cultural, preferentemente de la cultura popular, de los mass media y con ello a un estilo de vida. Ahora bien, en las composiciones el o los personajes están permanentemente dispuestos en medio de una tensión que se proyecta en facciones y posturas rígidas, duras, en situaciones límite y en ocasiones al borde del colapso.


La mal querida. Tinta sobre papel. 2020.

Los dibujos de Cecilia, aún los aparentemente cándidos, son un retrato psicológico que cuestiona nuestra idea actual en muchos de los tópicos de la vida cotidiana.

No puedo dejar de mencionar que hay algunas constantes que de alguna manera funcionan como hilos conductores entre las distintas técnicas y las diferentes series que Cecilia Martínez meticulosamente elabora y entreteje: por un lado, el trazo poderoso, las formas crudas y una paleta de colores que refiere y nos devuelve a los óxidos y la tierra. Por otro el formato, que al ser de escala pequeña en un buen porcentaje, obliga al espectador a una aproximación y a una intimidad, cercanía que no siempre le resulta gozosa, si en cambio incómoda a ratos, pero atrayente e invariablemente reveladora siempre. Finalmente, y muy importante, hablo de una obra mayormente poblada por personajes femeninos en la que es visible una actitud amorosa y de empoderamiento, donde simultáneamente hay espacio para el valor y la resistencia, pero también para la fragilidad, la rabia e incluso el humor, en las cantidades justas para no victimizarse, sino para funcionar como una especie de mantra que propone que un día, no muy lejano, el dolor y la violencia dejen de ser el tema central en la convivencia humana.

Perdidas en el bosque

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