Читать книгу Narcosur - Jacques Ranciere, Cecilia González - Страница 8
ОглавлениеCAPÍTULO 1
El chino
“Coopelas o cueio”
La imagen difundida en video y fotos por el gobierno mexicano convocaba a la codicia y a la incredulidad.
Era una montaña de billetes nunca antes vista en un operativo contra el narcotráfico.
El dinero había sido encontrado en maletas, alacenas, roperos y cajones. Para las fotos oficiales fue ordenado prolijamente en bloques de hasta un metro y medio de alto. En primera fila destacaban los 201 460 euros y 157 500 pesos mexicanos. En montones más pequeños estaban acomodados 113 260 dólares de Hong Kong, 180 dólares canadienses, 17 000 yenes y 20 000 dólares en cheques de viajero. También había 11 centenarios, 53 billetes falsos de 100 dólares americanos, 52 billetes dañados de 100 dólares, dos de 50 y uno de un dólar.1
Pero lo que se robó las cámaras fue la exposición de 205 564 763 dólares que formaban largas filas detrás del resto de los billetes y que estaban custodiados por un cartel de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) de México. Contarlo con precisión y en medio del asombro requirió de un trabajo de más de 24 horas.
Nunca antes, en ningún otro país, se había decomisado tal cantidad de dinero en efectivo.
La colosal fortuna fue encontrada el 15 de marzo de 2007 en una residencia de Las Lomas de Chapultepec, una colonia de millonarios enclavada en el poniente de la Ciudad de México. La rutinaria tranquilidad de la arbolada calle Sierra Madre se transformó ese jueves en un hervidero de agentes que llegaron a catear la casa número 515, ubicada a seis cuadras del cruce de Periférico y Paseo de la Reforma.
La investigación había comenzado el segundo día del gobierno de Felipe Calderón, el 2 de diciembre de 2006, con el decomiso de casi 20 kilos de seudoefedrina en el puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán. El cargamento provenía de Asia y había sido comprado por un misterioso empresario farmacéutico.
Tres meses y trece días después de ese operativo, decenas de agentes subieron los tres pequeños escalones de entrada de la residencia de Las Lomas, abrieron la reja negra de hierro que se coronaba en un arco colonial y atravesaron el jardín hasta ingresar en la blanca mansión de dos pisos. Revisaron los 1500 metros cuadrados de la propiedad. En los cuartos, apretujados en espacios cerrados, encontraron el dinero, dos armas de fuego largas y cinco cortas, máquinas para la fabricación de tabletas y joyas. Detuvieron a siete personas e incautaron ocho vehículos de lujo.
Mientras se allanaba la lujosa residencia, otros operativos se realizaban de manera simultánea en el Estado de México y en el centro del Distrito Federal.2
En Toluca, a las afueras del DF, se revisó la sede de Unimed Pharm Chem, una sociedad anónima que, según el gobierno mexicano, importaba desde la India, y de manera ilegal, acetato de seudoefedrina para elaborar el clorhidrato necesario en la fabricación de metanfetaminas. El otro cateo se realizó en las oficinas de la misma compañía ubicadas a unos pasos de la Secretaría de Gobernación.
Ahí, los policías se enteraron de que la empresa y la casa de Las Lomas eran propiedad de un desconocido empresario chino llamado Zhenli Ye Gon.
El 15 de julio de 1995, un solitario ciudadano chino llegó a México, sin un peso ni un yuan en la bolsa, para casarse con una novia mexicana a la que apenas si conocía por foto.
A sus 32 años, el hijo de Yulin Ye y Guiyu Gon tomó su pasaporte número 2621870, expedido por la República Popular China, y se lanzó a la aventura de viajar desde su Shangai natal hasta el lejano Distrito Federal. Había arreglado a la distancia una boda con Tomoiyi Marx Yu, una ciudadana mexicana cuya familia manejaba el restaurante Hong Kong en la calle de Dolores, corazón del Barrio Chino de la Ciudad de México.
La novia leal lo ayudó a radicarse. La pareja se casó el 14 de agosto de 1995, un mes después de la llegada del prometido, y para fines de ese año, el gobierno le otorgó a Zhenli Ye Gon, nacido el 31 de enero de 1963, la categoría migratoria que lo reconocía como “no inmigrante visitante con actividades lucrativas”. El hombre, de complexión física mediana, tez morena clara, pelo negro, frente amplia, cejas pobladas, ojos marrones, nariz cóncava, boca mediana, mentón oval, sin bigote, ni barba, ni señas particulares, había declarado que representaba a una empresa china dedicada a la venta de naipes, con domicilio legal en Hong Kong.
El chino tuvo que esperar casi dos años para obtener el reconocimiento legal de “residente definitivo”. Consiguió la mejora de su estatus migratorio el 13 de noviembre de 1997, luego de pagar el equivalente a 143 dólares por un trámite que quedó registrado en el expediente número 5/299526. Declaró que ya estaba casado, que no profesaba ninguna religión y que era trilingüe: hablaba chino, inglés y español. Tenía estudios de técnico farmacéutico, lo que le permitía trabajar como director general y administrador único de una empresa que recién había fundado.
Zhenli mantuvo su nueva categoría durante cinco años y tres meses pero, para poder ampliar sus negocios, requería de otro tipo de jerarquía. Logró su meta el 3 de febrero de 2003, día en el que se puso un traje oscuro y acudió a una solemne ceremonia en la Secretaría de Relaciones Exteriores para sentarse en la primera fila del auditorio y recibir de manos del presidente Vicente Fox, junto con otros 1737 extranjeros, su nuevo documento.
El hombre de ojos rasgados podía sonreír tranquilo: se había nacionalizado como mexicano.
Antes de completar sus trámites migratorios, el sencillo vendedor de naipes venía sufriendo una radical y acelerada transformación.
Cuando llegó al Distrito Federal trató, sin mucho éxito, de importar textiles, ropa y calzado y revender productos decomisados en las aduanas mexicanas. En 1997 encontró, por fin, el negocio que lo iba a volver rico y famoso: el 29 de abril de ese año fundó, con un capital de 200 000 dólares, la empresa Unimed Pharm Chem de México, la cual creció de manera acelerada hasta convertirse en una de las principales importadoras de efedrina y seudoefedrina, el alcaloide que sirve para fabricar tanto medicamentos antigripales como las ilegales metanfetaminas.
Gracias a esa empresa, a principios de siglo nada quedaba del humilde chino que había viajado al Distrito Federal sin más fortuna que su ambición.
Ye Gon ya era millonario, un empresario farmacéutico apostador, exhibicionista y despilfarrador. Las mesas de juego de Las Vegas fueron mudos testigos del aumento de la fortuna de este hombre de hablar pausado. En 1997, durante su primera visita a esa ciudad, derrochó 5300 dólares en apuestas. En los años siguientes, sus pérdidas en los casinos alcanzaron decenas de millones de dólares.
El dinero no era una preocupación. Importaba autos exclusivos como un Lamborghini Murciélago o un Mercedes Benz. En nada escatimaba. Hasta llegó a pagar más de cien mil dólares por la instalación de una cocina integral. Su casa de Las Lomas le había costado un millón cien mil dólares, así que bien podía gastarse otra fortuna en equiparla para comodidad de sus dos hijos, nacidos en Estados Unidos, y de su esposa, a quien, según denuncias de su familia política, golpeaba y le era infiel.
Su acelerado éxito empresarial en el ramo farmacéutico comenzó a ser amenazado con una denuncia que, a mediados de 2006, alertó a la Policía sobre la existencia de una banda dedicada al tráfico de efedrina desde China. La voz anónima identificó a “Chen Li” (así le sonó al agente de guardia el nombre de Zhenli) como el principal operador del grupo que importaba toneladas del precursor químico desde China.
Los manejos de su empresa ya levantaban sospechas. En muy poco tiempo, Unimed Pharm Chem se había convertido en la tercera firma importadora de seudoefedrina del país. Entre enero de 2003 –cuando su riqueza empezó a crecer– y marzo de 2007 –fecha del operativo policial en su casa–, introdujo en el país 194 cargamentos por los aeropuertos de la Ciudad de México y Nuevo Laredo, y los puertos de Lázaro Cárdenas y Manzanillo. El empresario falsificaba los embarques y los registraba como productos inofensivos, aunque eran químicos que necesitaban permisos específicos de importación.
Las autoridades mexicanas calculan que, durante esos años, Zhenli traficó unas 60 toneladas de efedrina y seudoefedrina. Hicieron cuentas. Los narcotraficantes pagaban en promedio 4500 dólares por cada kilo del precursor. Si Ye Gon les vendió todos sus cargamentos, según se lo acusó, habría ganado, por lo menos, 270 millones de dólares. La cifra era casi igual a la fortuna encontrada en su casa y acorde con las cantidades estratosféricas manejadas por el crimen organizado.
Bastaba hacer una simple ecuación: si una tonelada de seudoefedrina procesada produce 700 kilos de metanfetaminas y un kilo de estas tiene un precio promedio en el mercado de 30 000 dólares, resulta que de las 60 toneladas adjudicadas al chino pudieron salir 42 000 kilos de metanfetaminas. Eso representaba 1260 millones de dólares de ganancias para los carteles en cuatro años y medio, sobre todo gracias a la demanda que hay en territorio estadounidense, a donde va a parar el 80% de las metanfetaminas mexicanas.
La suerte del chino terminó cuando las casi 20 toneladas de seudoefedrina que había comprado en su último pedido fueron confiscadas el 2 de diciembre de 2006, apenas un día después de que Fox le entregara la banda presidencial a Felipe Calderón.
El 15 de marzo, tres meses y medio después de ese decomiso, vino el cateo en su casa de Las Lomas, que fue noticia en todo el mundo. De un día para el otro, el chino-mexicano se hizo famoso. Dejó de ser un ignoto empresario para transformarse en un peligroso prófugo con orden de captura internacional.
Muchos hechos absurdos rodearon su caso. Fue más fácil, por ejemplo, que lo encontrara un periodista que la policía mexicana o Interpol. El 17 de mayo de 2007, Zhenli aceptó una entrevista con la agencia de noticias Associated Press (AP) en la oficina de su abogado en Nueva York, en donde dio su primera versión pública sobre el escándalo. Fue una bomba informativa que la agencia se guardó durante casi dos meses, hasta que finalmente la transmitió el 2 de julio.
Sentado frente al reportero estadounidense, con su cabello lacio, corto y pegado a la cabeza, recién rasurado, vestido con una camisa negra de cuello Mao y discreto y pulcro traje marrón, Ye Gon denunció que durante 2006, en plena efervescencia electoral, un panista de nombre “Javier Alarcón” lo había obligado a guardar millones de dólares en su casa para la campaña de Felipe Calderón. La revelación tuvo tintes tragicómicos, porque su debut televisivo evidenció que los doce años vividos en México no le habían sido suficientes para dominar el idioma.
–Plimela palabla [de Javier Alarcón] dice que “tú eres muy famoso, tú eres muy famoso en la industria farmacéutica, tú eres muy activo en política, ahola tú eres mexicano, necesitas servicio a país de México, necesita apoyo partido de PAN, tú eres negocios, necesitan apoyo a político. Negocios y político son los mismo zapato, lo mismo camino”.3
Al explicarle las necesidades de la campaña oficialista, el supuesto panista abrió dos maletas colmadas de billetes y le soltó la amenaza fatal.
–Coopelas o cueio.
Para darle un tinte de mayor dramatismo, Ye Gon graficó su denuncia pasándose la mano por el cuello, como si fuera una navaja. Quería decir que si no cooperaba, lo degollaban, así que tuvo que guardar a la fuerza los 205 millones de dólares que le entregaron en varias tandas.
–Yo pleocupal mucho mi familia en México, ahora mi esposa, mi cuñado, todas mi familia, mis hijos, en situaciones muy difíciles, mi esposa es en cálcel, mi cuñado también. Yo pienso que el gobierno de mexicano sí se pueden descubrir todos los actos. Yo no soy narcotraficante.
El “coopelas o cueio” se convirtió en una nueva y graciosa frase de la cultura popular mexicana, y fue motivo de caricaturas y bromas a granel que aderezaron la historia del chino y el tráfico de efedrina.
La carta
El mismo día que la agencia AP emitió la nota con Ye Gon, la prensa mexicana dio a conocer fragmentos de una carta entregada por sus abogados en la embajada de México en Estados Unidos.
Las 17 páginas fueron publicadas de manera íntegra por el diario El Universal en sus ediciones del 16 y 17 de julio de 2007, cuando el chino ya estaba acorralado por la justicia.
En el escrito, Ye Gon insistió en un tono de abierta denuncia contra el gobierno mexicano: “La enorme cantidad de efectivo decomisada en mi casa no es lo que se llama dinero de las drogas. Estos son y fueron fondos secretos del partido político usados para la campaña presidencial mexicana, para comprar armas y financiar actividades terroristas”.
Las afirmaciones eran contundentes, pero el resto del relato, no. Según su versión, uno de los hombres que le pasaba el dinero le confirmó que la fortuna era para la campaña presidencial del PAN, y le reveló que el “jefe”, un político de más de cuarenta años, pelo negro, cejas pobladas, vello grueso en cara y brazos, nariz muy larga, que usaba lentes transparentes de marca Cartier, se llamaba Javier Alarcón. La relación inmediata fue con el secretario de Trabajo, Javier Lozano Alarcón.4
Lo que nunca se entendió de la historia de Ye Gon fue por qué, si se suponía que la fortuna era para la campaña, no se utilizó justo en la etapa en la que más le hubiera servido al candidato oficialista. La acusación no se sostenía con los hechos.
El 2 de julio de 2006 se realizaron en México unas elecciones en las que la izquierda aspiraba a sumar al país a la oleada de gobiernos progresistas asentados en Sudamérica. Su candidato, Andrés Manuel López Obrador, arrancó como favorito, pero durante la campaña fue perdiendo votos gracias a una mezcla de errores propios con una mediática y clasista guerra sucia en su contra que lo presentó como “un peligro para México”. López Obrador seguía convencido de su triunfo, pero el día de los comicios se instaló la incertidumbre ante el virtual empate que alcanzó con el candidato del conservador Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón. La noche de los comicios, por primera vez en la historia del país, no hubo un claro ganador. Cuatro días más tarde, las autoridades electorales declararon como vencedor a Calderón, pese a las múltiples denuncias de probadas irregularidades y de la sombra de fraude que cubrió el proceso electivo.
Según el conteo final, Calderón había ganado con el 35,88% de los votos contra el 35,31 de López Obrador. La diferencia era de apenas 243 934 sufragios entre los casi 30 millones emitidos. Como en México, a diferencia de Argentina, no hay segunda vuelta, se venía una guerra poselectoral.
Siguiendo con la versión del chino, en agosto, en plena pelea por los resultados de las elecciones, unos presuntos policías lo secuestraron para robarle y advertirle que tenía que salir de inmediato del país. Se refugió en Estados Unidos durante un par de semanas, pero a principios de octubre volvió para supervisar la construcción de una planta farmacéutica en el Estado de México.
Su regreso fue fugaz. A mediados de octubre sacó de su casa un millón y medio de dólares en efectivo, pero cuadras más adelante fue detenido por policías federales que se quedaron con el dinero y le exigieron que se fuera otra vez a Estados Unidos y suspendiera la construcción del nuevo laboratorio.
Las protestas de la izquierda estaban en su apogeo. López Obrador tenía copado el Distrito Federal con un gigantesco y permanente bloqueo de calles. Exigía el conteo “voto por voto, casilla por casilla”. El 6 de septiembre, el Tribunal Electoral cerró toda posibilidad de revisar actas y validó el triunfo de Calderón con una diferencia del 0,6 por ciento de los votos.
El clima de efervescencia política continuaba en octubre, cuando Ye Gon partió hacia Estados Unidos y comenzó los preparativos para montar allá su nueva fábrica farmacéutica. Un par de meses después el proyecto se desmoronó cuando un policía le avisó del decomiso del cargamento de seudoefedrina en Michoacán.
La cronología era un problema en la carta del chino, porque contaba que “la Navidad estaba por llegar” cuando los supuestos panistas lo llamaron para garantizarle que la fortuna escondida durante la campaña sería sacada por fin de su casa en cuanto Calderón asumiera como presidente, pero este ya había comenzado a gobernar el 1° de diciembre.
A escondidas, con empujones, por la fuerza, en medio de abucheos y custodiado por policías y militares, el panista pudo entrar en la Cámara de Diputados para jurar como nuevo presidente de México por un período de seis años. Un sector de la población lo consideró, desde entonces y para siempre, como un gobernante espurio, emergido de un fraude electoral.5
En enero de 2007, sin haber podido regresar al país y cuando Calderón ya anticipaba que la guerra al narcotráfico sería un tema central de su gobierno, los supuestos panistas le dijeron a Ye Gon que no podía sacar el dinero de la casa de Las Lomas porque pronto habría una devaluación y convenía mantenerla guardada. En lugar de la crisis en el mercado cambiario, vino el allanamiento policíaco. Fue justo el 15 de marzo, día del cumpleaños de uno de sus hijos.
“Esa noche, la estación de TV mexicana transmitió una gran noticia: se había dado uno de los principales golpes contra el narcotráfico, con antecedentes chinos. Me sentí impotente y perdido y sin saber qué hacer o decir. Sólo seguía pensando dentro de mí: ¿quién es esta persona extremadamente despiadada que manda a mi familia a la cárcel y quiere destruir mi vida? Me retratan como un venenoso capo de las drogas y destacan la atención personal del presidente de México en el asunto. Dicen que controlaba cuatro bandas de narcotraficantes. En el gigante mercado de las drogas de México y Estados Unidos, en apenas una noche, me convertí en el hombre del momento, conocido a nivel mundial, inesperadamente”, lamentaba en la carta.
El presidente Calderón le respondió al prófugo. Presumió el decomiso de las casi 20 toneladas de seudoefedrina en Michoacán y de los millones de dólares en la casa de Las Lomas como algunos de los primeros logros de su guerra contra el narcotráfico.
–Es un cuento chino –ironizó al desacreditar la denuncia de Ye Gon–, es una versión ridícula el decir que ese dinero iba a ser para la campaña 2006 o que había sido y que se lo habíamos prestado, algo que a mí me parece totalmente ridículo, que no es más que una estrategia realmente muy burda y muy tonta para pretender, desde luego, evadir la acción de la justicia.6
El presidente anunció ahí que Javier Lozano Alarcón, su secretario del Trabajo, iba a demandar en México y en Estados Unidos al chino por relacionarlo con las supuestas amenazas. Su nombre no se había citado textualmente pero, de manera inexplicable, el funcionario se dio por aludido y otorgó entidad y peso a las denuncias de un presunto delincuente.
Las desmentidas del gobierno mexicano fueron muy airadas, a pesar de que Ye Gon afirmó luego que la carta era falsa. En una rueda de prensa sui géneris, desde algún lugar desconocido, el acusado charló telefónicamente con una decena de periodistas en las oficinas de sus abogados en Washington. Les dijo que el escrito no era suyo (aunque no difería de la versión que le había dado a la agencia AP) y advirtió que no estaba dispuesto a entregarse ni al gobierno de México, ni al de Estados Unidos.
Ye Gon y sus abogados exculparon a Calderón de cualquier responsabilidad o relación directa con el dinero. El gobierno, en tanto, defendió su versión de que el chino lideraba una banda internacional que operaba en México, Estados Unidos y China para llevar desde Hong Kong y Shangai, con escala en Long Beach, California, y destino final los puertos de Manzanillo o Lázaro Cárdenas, cargamentos de efedrina o seudoefedrina para surtir a narcotraficantes mexicanos (todas las pistas apuntaban al Cartel de Sinaloa), además de que pretendía iniciar la producción de metanfetaminas en la planta farmacéutica que estaba construyendo en el Estado de México.
La huida de Ye Gon terminó a las nueve de la noche del lunes 23 de julio de 2007, cuando agentes de la DEA lo encontraron cenando comida china en un restaurante de la pequeña localidad de Wheaton, Maryland.
El proceso en su contra fue lento y complicado. México pidió su extradición con una avalancha de cargos: delincuencia organizada, transporte de derivados de la efedrina y seudoefedrina, posesión y producción de derivados de la metanfetamina; desvío de químicos esenciales, posesión de armas de fuego y cartuchos reservados para las fuerzas armadas y operaciones con recursos de procedencia ilícita derivados de delitos contra la salud.
Había un problema: el gobierno de George W. Bush tenía que resolver primero una investigación propia por lavado de dinero en contra de Ye Gon para después decidir si lo juzgaba en Estados Unidos o lo mandaba a México, lo que generó, otra vez, la rivalidad y falta de cooperación que ya había marcado a ambos países en otros casos. En este, en particular, Estados Unidos llevaba las de perder porque no había trabajado de la manera más eficiente posible.
El 25 de julio de 2007, el periódico La Jornada reveló que la DEA sospechaba de Ye Gon desde 1997, cuando empezó a viajar a Las Vegas. Había tardado diez años en emitir una orden de detención, y lo hizo recién cuando la policía mexicana ya había realizado el cateo de la casa de Las Lomas y con el chino prófugo en territorio estadounidense. Funcionarios mexicanos reconocieron que si Estados Unidos probaba cargos a Ye Gon y lo juzgaba en tribunales de ese país, habría posibilidades de congelar allá una parte de los 205,6 millones de dólares que le habían sido decomisados al empresario en la casa de Las Lomas y que el gobierno de Calderón, en medio de las críticas y protestas de la oposición, había depositado en el Bank of América. El procurador mexicano, Eduardo Medina Mora, advirtió que el decomiso de la seudoefedrina y del dinero y el descubrimiento de la presunta relación de Ye Gon con el narcotráfico había sido una acción exclusiva del gobierno mexicano. No había modo de compartir los millones con Estados Unidos. La DEA no lo contradijo.
Dos días después de la detención del chino, el gobierno informó que los millones asegurados no habían sido reclamados por nadie, así que se los consideraba abandonados. Fueron repartidos en partes iguales entre tres secretarías.
Los cargos en contra de Ye Gon en Estados Unidos no prosperaron. El 28 de agosto de 2009, a dos años de su detención, recibió una buena noticia: el juez Emmet Sullivan desestimó la acusación en su contra por tráfico de drogas en ese país y ordenó la restitución de 1 700 000 dólares confiscados en diferentes cuentas que tenía en Estados Unidos. Le devolvieron su Lamborghini, su Rolls Royce y sus dos Mercedes Benz, con lo que concluyó su proceso criminal en ese país. Su amante, Michelle Wong, que también había sido detenida, acusada de complicidad en el lavado de dinero, recuperó una residencia en Las Vegas valuada en más de un millón de dólares. Los abogados celebraron y siguieron presionando para liberar al chino. Fracasaron. Dos meses más tarde, el juez federal John Facciola aceptó la petición del gobierno de Estados Unidos de dejarlo preso y sin derecho a fianza ante el riesgo de fuga. A mediados de 2013 seguía pendiente su extradición a México.
Con Ye Gon preso y el dinero volcado en las arcas públicas, el gobierno de Felipe Calderón anunció el 14 de septiembre de 2007 una drástica medida que modificaría el negocio de las metanfetaminas en el mercado internacional: a partir de 2008, México cerraría por completo el paso a las importaciones de efedrina y seudoefedrina. Y para 2009, ningún medicamento comercializado en el país podría contener dichas sustancias. Serían sustituidas por la fenilefrina, un componente eficaz para combatir los síntomas del resfriado, pero que no puede ser utilizado como precursor químico para elaborar drogas.
La historia del chino pasó de largo en Argentina, aunque, poco tiempo después, las derivaciones del caso iban a impactar de lleno en este país. Más allá de la espectacularidad de las imágenes del cuarto atestado de dólares, euros y pesos que fueron transmitidas por los canales de televisión al día siguiente del allanamiento, la noticia no repercutió en la prensa ni en la opinión pública.7
Sin esa información, no se pudo prevenir el impacto obvio, inmediato y sangriento que iba a tener la decisión del gobierno mexicano de limitar las importaciones de efedrina. Bastaba revisar las condiciones de comercialización de fármacos a nivel internacional para darse cuenta de que, con el chino detenido y la importación del precursor químico suspendida en México, uno de los mercados más atractivos para los narcotraficantes de metanfetaminas era Argentina.
Naturalmente, para acá se vinieron. Pero no iban a ser los primeros. Muchos años antes, otros narcos mexicanos ya habían explorado el territorio.
1 El primer día del operativo, la Procuraduría General de la República reportó solo el aseguramiento de 205,6 millones de dólares en efectivo, 200 000 euros y 157 500 pesos. El significativo y preciso aumento de la suma total del dinero incautado se dio a conocer una semana después, cuando ya habían contado toda la fortuna.
2 El Estado de México equivale a la Provincia de Buenos Aires, y el Distrito Federal, o Ciudad de México, a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
3 La entrevista también fue transmitida por televisión. El video puede ser visto en http://www.youtube.com/watch?v=aa0fNMRHxDI&feature=related
4 El cargo de secretario, en México, equivale al de ministro.
5 Andrés Manuel López Obrador volvió a competir en las elecciones presidenciales de 2012, pero ahora sí perdió por un mayor margen: obtuvo el 31,5% de los votos, frente al 38,2% logrado por el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto.
6 Versión estenográfica de la Conferencia de Prensa Conjunta ofrecida por los presidentes Felipe Calderón y José Luis Rodríguez Zapatero en Palacio Nacional (México). Presidencia de México. 16 de julio de 2007.
7 La escasa cobertura de la prensa argentina al caso de Zhenli Ye Gon –y a todo lo que ocurre en México en general–, podría deberse a que, salvo el diario Página/12, ningún medio cuenta con corresponsales en ese país. Por el contrario, una decena de medios mexicanos sí mantiene a sus corresponsales permanentes en Argentina, lo que provoca que el flujo informativo entre uno y otro país sea totalmente desparejo.