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CAPÍTULO 3

1.

—OYE, NAM, EL JEFE ESTÁ vigilando.

Ante la advertencia de Ma-Chai, Sze Chung-Nam se apresuró a guardar el teléfono de nuevo en el bolsillo.

—Te pasas el día pasas mirando el teléfono. ¿Estás tratando de ligar con alguna chica? —rio Ma-Chai.

Chung-Nam se encogió de hombros, sin negarlo.

Estaban en el piso quince del Centro de Negocios Fortune de Mong Kok. Chung-Nam estaba delante de una computadora, al igual que sus cuatro compañeros. GT Tecnología, Sociedad Limitada, consistía de cinco empleados y el jefe, apretujados en los 55 metros cuadrados de la oficina abierta y sala de reuniones. El jefe no tenía su propia oficina, pero, para el caso, Jack Dorsey, el CEO de Twitter, tampoco tenía un escritorio propio. Según él, cualquier sitio podía ser un lugar de trabajo, siempre y cuando tuviera una computadora.

Por supuesto que el jefe, Lee Sai-Wing, no estaba ni cerca de la liga de Dorsey, en comparación era un don nadie. El señor Lee soñaba con llevar la empresa al terreno internacional, pero no tenía el talento, la visión ni la motivación necesarios. Se había hecho cargo del negocio familiar, una empresa textil de China, pero después de varios años de pérdidas la había vendido y había fundado una empresa de informática en Hong Kong.

GT Tecnología, Sociedad Limitada, tenía un año de antigüedad; su negocio principal era un foro de intercambio de opiniones y chat llamado GT Net. Chung-Nam y Ma-Chai, los empleados con más conocimientos tecnológicos, estaban a cargo de la creación y el mantenimiento del sitio. Los otros eran Thomas, el diseñador gráfico; Hao, el moderador y encargado de atención al cliente; y Joanne, una joven recién salida de la universidad que trabajaba como asistente personal del señor Lee. Al poco tiempo de incorporarse a la empresa, Chung-Nam comenzó a sospechar que la relación de Joanne con el señor Lee era más “personal” que de “asistente”.

Hao era unos años mayor que Chung-Nam y el más experimentado.

—Sí, claro, el jefe le lleva medio siglo, pero no tiene nada de malo, los dos son solteros. Además, es agradable tener un bombonazo en la oficina.

Chung-Nam coincidía con él, pero no estaba conforme con la situación. Joanne no era ninguna supermodelo, pero era joven y la única mujer de la oficina. Por supuesto, él se había interesado en ella hasta que descubrió, por Hao, que el jefe se le había adelantado. De hecho, el señor Lee había hecho su jugada un mes después de que Joanne hubiera comenzado a trabajar para él. De modo que Chung-Nam dio un paso al costado: quería conservar su empleo.

En los últimos seis meses, aun con un equipo tan pequeño de empleados, gracias a la combinación de los mejores elementos de redes sociales y foros de chat, GT Net se había vuelto el sitio web más popular de Hong Kong. La sección más importante era el Mercado de Rumores, que tenía su propia moneda virtual: dólares G. A diferencia de otros sitios de pago, aquí el pago se basaba en la valoración y la cantidad de visitas. Al igual que en el mercado de valores, había ganadores y perdedores: todo lo que tenía que ver con celebridades, por lo general, explotaba, mientras que algunos temas más aburridos se desplomaban y hasta llegaban a ser gratuitos.

—¿Ustedes dos ya terminaron de hacer las pruebas de funcionamiento del streaming de video? —El señor Lee se acercó justo cuando Chung-Nan guardaba el teléfono.

—Casi. Estaremos en condiciones de lanzar la versión beta la semana que viene —respondió Ma-Chai. Actualmente, GT soportaba imágenes, pero los videos debían subirse a través de otra plataforma como YouTube o Vimeo, lo que significaba que los usuarios podían esquivar el proceso de pago.

—Es prioridad absoluta. Resuélvanlo pronto.

A pesar de que GT estaba online hacía unos meses ya, seguían implementando diversas mejoras. Al comienzo, el señor Lee había nombrado tres elementos clave: pago seguro, un motor de búsqueda poderoso y streaming de video. Solamente faltaba completar el tercero.

Chung-Nam estaba muy orgulloso del motor de búsqueda: era su bebé. Si uno buscaba un actor famoso, por ejemplo, también aparecían todos los chismes sobre las mujeres con las que se lo había relacionado. En un mundo en el que todos tenían acceso a quince minutos de fama, cualquier cosa trivial como una pelea en un restaurante o en el autobús podía filmarse y subirse a GT. Una vez que se subía, se convertía en un tema indeleble que aparecería en las búsquedas. Con el auge del “motor de búsqueda de carne humana”, en el que la identidad real de las personas podía quedar expuesta si una horda de internautas salía a buscarla, todo el mundo tenía miedo de que se violara su intimidad. Pero esa tendencia también podía convertirse en un arma, y los que entendían las reglas del juego estaban en condiciones de sacarle provecho.

—No se preocupen si necesitan más mano de obra. Si todo va bien, nos expandiremos pronto —dijo el señor Lee palmeando el hombro de Chung-Nam—. Ahora tengo una reunión. Mañana quiero que me muestres el prototipo del streaming.

En cuanto el jefe se fue, Ma-Chai se acercó a su compañero.

—¿Por qué dijo que no nos preocupemos por la mano de obra? ¿Ahora tenemos dinero?

—¿No sabes con quién va a reunirse?

Ma-Chai negó con la cabeza.

—Es un programa nuevo del Consejo de Productividad. Organizan citas a ciegas entre capitalistas y start-ups tecnológicas locales.

—Ah, ¿como cuando les dieron veinte millones a 9GAG? Qué bien nos vendrían veinte millones a nosotros —comentó Hao, que pasaba por allí—. Podríamos mudarnos a una oficina mejor y contratar a más moderadores.

—El mundo está lleno de capitalistas con más dinero del que podrían gastarse en la vida. Tal vez uno o dos sean lo suficientemente estúpidos como para mandarnos veinte millones. —Chung-Nam sonrió—. Eso sí, que logren recuperarlos es otro asunto totalmente distinto.

—Ja, ¿así que crees que GT no tiene ningún valor? —preguntó Hao, acercándose una silla para sentarse con ellos.

Chung-Nam miró a Joanne, los ojos y oídos del jefe, para cerciorarse de que estuviera demasiado ocupada con el teléfono para espiarlos.

—No es rentable y es muy fácil de reemplazar. Actualmente emitimos dólares G libremente, así que, por supuesto, la gente disfruta gastándolos. Una vez que empecemos a cobrar, ¿quién va a sumarse? Además, no hay forma de mantener la exclusividad de los chismes jugosos: todo termina en Popcorn al día siguiente.

—Eso depende de ustedes, muchachos. —Hao se encogió de hombros—. Pónganle candado a los videos para que sea difícil compartirlos, y la gente se matará por sus dólares G. Es lo mismo que comprar una revista de entretenimiento.

La gente que no sabe codificar siempre cree que todo es fácil, pensó Chung-Nam. De hecho, sería casi imposible impedir que cualquier video pudiera ser descargado del sitio y vuelto a subir a YouTube.

—Esto podría funcionar aun sin encriptar —acotó Ma-Chai—. Antes de que Apple lanzara iTunes, todos decían que no funcionaría por la piratería..., pero muchísimas personas se mostraron dispuestas a pagar.

—Sigo sin convencerme —dijo Chung-Nam—. Si buscas chismes y rumores, ¿por qué no ir a Popcorn directamente? Es gratis.

—No tenemos suficiente penetración —se quejó Hao—. Popcorn tiene treinta millones de visitas por mes. Si tuviéramos números como esos, ganaríamos buen dinero solamente con la publicidad.

—Si tuviéramos números como esos —enfatizó Chung-Nam.

—Estoy con Nam —intervino Ma-Chai—. Popcorn está a kilómetros de distancia; podríamos pasarnos diez años intentándolo y no los alcanzaríamos nunca. ¿Recuerdan a la chica de catorce años que hizo una acusación falsa de acoso contra un sujeto? La historia se hizo viral solamente porque la subieron a Popcorn.

—No podemos hacer nada si ellos llegan primero. —Han extendió las manos—. ¿Pero no creen que eso demuestra que hay lugar para que GT se expanda? Piénsenlo: esa historia apareció primero en Popcorn, pero si hubiéramos sido nosotros los que publicamos la información, la gente de todos modos se habría registrado y habría pagado para descubrir su verdadero nombre.

Ma-Chai frunció el entrecejo.

—Esa chica se suicidó, hermano. ¿De verdad quieres ganar dinero así?

—Ma-Chai, amigo, no seas inocente —repuso Hao—. El dinero es dinero, no hay nada malo ni bueno en él. Si obtienes ganancias en la bolsa, se las estás quitando a otros inversores. ¿Eso lo convierte en dinero sucio? Digamos que crees en el karma. ¿Cómo sabes que el suicidio de esa chica no era exactamente lo que se merecía? Cada cosa que codificas podría llevar a una tragedia algún día. ¿Vas a hacerte responsable de eso? Siempre y cuando no estemos quebrantando las leyes ni posibilitando que nos inicien acciones legales, deberíamos tomar el dinero que está sobre la mesa. Las prostitutas hacen negocios en la sección “Amigos Adultos” de Popcorn... ¿Significa eso que Popcorn es un proxeneta? En esta ciudad sobrevive el más apto: esquilmas o te esquilman. Hoy en día las buenas acciones no reciben recompensa. En Hong Kong, lo único que importa es el capitalismo y el mercado.

—Pero es distinto cuando se trata de la vida de las personas... —Ma-Chai vaciló, sin saber bien cómo expresar sus pensamientos con palabras. —¿Tú qué piensas, Chung-Nam?

—Hum, los dos tienen razón —respondió Chung-Nam diplomáticamente—. Esa chica decidió suicidarse. Si quieres culpar a otro, podríamos decir que es culpa de toda la sociedad, ¿no? En fin, hablaremos de eso cuando nos suceda a nosotros. Lo importante ahora es terminar de armar nuestra plataforma.

Hao hizo una mueca como para decir: “Cobarde, no tomaste partido” y volvió a su lugar de trabajo. Ma-Chai giró nuevamente hacia su teclado y las líneas de códigos comenzaron a volar otra vez por la pantalla del monitor.

Ninguno de los dos vio la sonrisa de oscura satisfacción de Chung-Nam. ¿Cómo podrían haber adivinado que el que había matado a la chica estaba directamente delante de ellos?

2.

Desde que salió de la cárcel, Shiu-Tak había adoptado la costumbre de usar gorra cada vez que salía de casa. Se bajaba la visera sobre la frente y lograba evitar el contacto visual con otras personas.

Hacía un mes que ya estaba en su casa, pero no había regresado a la papelería: su esposa era la que se ocupaba ahora de eso. La chica se había suicidado diez días antes de que lo liberaran y, por supuesto, los periodistas habían vuelto a acechar. La única forma de evitar a esas pirañas era quedarse en el apartamento.

Por suerte, la prensa perdió interés al cabo de un mes o dos, y ahora solamente tenía que enfrentarse a las miradas torvas de los vecinos. De tanto en tanto salía a almorzar, pero nunca en horarios pico. Tampoco iba a su puesto de comidas favorito, situado en la urbanización Lower Wong Tai Sin, sino que caminaba un poco más hasta el Restaurante Buena Fortuna de la calle Tai Shing. En el pasado solía mirar a su alrededor mientras caminaba, prestando especial atención a las mujeres de vestimenta sensual, pero ahora mantenía los ojos fijos en el camino.

—Tofu con arroz y cerdo asado, y un té con leche caliente —le indicó a la camarera. Miró alrededor para ver si reconocía a alguien. El incidente le había mostrado la verdadera naturaleza de la gente. Antes sonreían y bromeaban con él en la tienda, pero ahora volvían la cara hacia el otro lado al verlo en la calle o, peor aún, le gritaban insultos cuando pasaba. La tienda había perdido la mitad de la clientela, y con el aumento del alquiler, estaban justos de finanzas. Las quejas continuas de su esposa cuando volvía a casa por las tardes le estaban formando callos en las orejas.

Tak-Ping observó cada una de las caras del restaurante y se alegró de no reconocer a ninguna. Al ver una cámara en la mesa contigua, pensó por un instante que los paparazzi lo habían descubierto, pero de inmediato se dio cuenta de que estaba equivocado: la cámara era una réflex antigua, de objetivos gemelos. Ningún periodista utilizaría esa antigüedad.

Era tan original que no pudo quitarle los ojos de encima, ni siquiera cuando el camarero le trajo el té.

—Disculpe —dijo el hombre de pronto.

—¿Có... cómo dice?

—¿Me podría pasar el azúcar? —Señaló la azucarera que había en la mesa de Ping.

Tak-Ping se la alcanzó, sin dejar de mirar la cámara.

—Gracias —El hombre tomó la azucarera y echó dos cucharadas dentro del café—. ¿Le gusta la fotografía?

—Sí. ¿Es una Rolleiflex 3.5F?

—No, 2.8 F.

Tak-Ping estaba asombrado. Rollei era una marca alemana muy conocida y el modelo 3.5F era bastante común, se podía conseguir por unos pocos miles de dólares de Hong Kong. La 2.8F era mucho menos conocida, y una en buenas condiciones podía costar una buena cifra de cinco números.

—¿Ha utilizado una cámara de objetivos gemelos? —preguntó el hombre.

Tak-Ping negó con la cabeza.

—Demasiado caras. La única que me pude permitir es una Seagull 4B. —Era una marca de Shangai que costaba unos cientos de dólares.

—Olvídela —El hombre sonrió—. Las Seagull tienen buen aspecto, pero las fotografías no tienen vida.

—El año pasado un amigo vendió una Rolleicord usada por mil quinientos. Estuve a punto de comprársela —dijo Tak-Ping.

—No esta mal. ¿Por qué no la compró?

—Mi esposa dijo que no. —Tak-Ping hizo una mueca—. Ay, las mujeres. Se queja incluso si compro un rollo de más.

—¿Rollo? ¿No usas cámara réflex digital?

—No. Tengo una Minolta X-700 y un par de objetivos.

—Bueno, bastante bien. —El hombre asintió—. Pero hoy en día es todo digital. Yo utilizo las dos cosas.

—Las cámaras réflex digitales son muy caras.

—Se puede comprar online las usadas a muy buen precio. ¿Quiere que le recomiende un sitio web?

Tak-Ping negó con la cabeza.

—No, gracias, no hay necesidad. No entiendo mucho de sitios, de foros ni chats ni nada. Además, dicen que necesitas una muy buena computadora si vas a tomar fotografías digitales. No puedo gastar esa clase de dinero.

—Solamente si vas a hacer mucho trabajo de edición. ¿No tiene computadora en casa?

—Sí, pero casi nunca la usamos. Me la vendieron hace unos años con el sistema de cable. Solamente la uso para jugar al ajedrez y para ver videos. ¿De verdad no se necesita una computadora muy avanzada?

—Si solamente vas a guardar fotografías para verlas, cualquier modelo viejo sirve —explicó el hombre—. Eso sí: una vez que compre la cámara, deberás instalar un par de programas. ¿Conoces a alguien que entienda de computadoras?

—Pues sí... si no es algo muy difícil. —Tak-Ping estaba pensando en algunos de sus amigos con quienes compartía el interés por la fotografía, aunque no había estado en contacto con ellos después de haber salido de prisión; no sabía si querrían seguir tratando con él. La idea lo deprimía—. No importa. Mi esposa me matará si me compro otra cámara.

—Sí, claro, no hay nada que hacer, entonces.

Llegó la comida e interrumpió la conversación. Comieron en silencio y Tak-Ping decidió no quedarse después de haber terminado.

—En fin, ya me voy—dijo.

—Sí, claro. Adiós. —El hombre hizo un ademán con la cabeza y bebió otro sorbo de café.

Mientras caminaba de regreso a su casa, Tak-Ping no podía dejar de pensar en la cámara. Por primera vez desde su liberación, caminó con paso ligero, sin pensar en su familia ni en la chica ni en la cárcel. Decidió que se daría un gusto: compraría una cámara digital o una Seagull más económica. Y que su esposa se quejara si quería, se dijo. En este mundo, hay que fluir con la corriente y darse los gustos cuando se puede.

3.

—Shiu Tak-Ping es un cretino —anunció N cuando le abrió la puerta.

Había accedido a tomar el caso de Nga-Yee el viernes por la noche. A la mañana siguiente, ella había ido al banco a vaciar su cuenta. El cajero le preguntó varias veces si había sido víctima de una estafa, y ella tuvo que sonreír y asegurarle una y otra vez que sabía lo que estaba haciendo. De hecho, se había preguntado si esto no sería lo mismo que darle el dinero a un estafador. ¿Y si N le decía que no había podido conseguir la información? No habría nada que hacer. De todos modos, le entregó todos los billetes y las monedas. Él le dijo que la llamaría si tenía noticias y la empezó a guiar hacia la puerta menos de un minuto después de su llegada. No fue hasta que llegó a su casa cuando se dio cuenta de que no tenía forma de comunicarse con él. Trató de calmarse y se convenció de que pronto la llamaría. En su cabeza no paraba de repetirse lo que le había dicho el cajero del banco: “Espero que no la estén estafando, señorita” y las palabras del señor Mok describiendo a N como un experto.

Después de entregarle todos sus ahorros a N, le quedaron solamente el billete de cien dólares que tenía en el bolso, la tarjeta de transporte Octopus con unos cincuenta dólares de carga y unos diez dólares en monedas. Había ido de compras el día anterior, por lo que tenía suficiente comida por el momento, pero todavía faltaban dos semanas para cobrar el sueldo. Aun si vivía a sopa instantánea de fideos hasta entonces, los viajes le costarían veinte dólares diarios y claramente no podía dejar de ir a trabajar. Además, estaban las facturas de agua y de electricidad. Lamentó no tener una tarjeta de crédito, pero la advertencia de su madre de no gastar dinero que no tenía le había calado muy hondo.

Cuando fue a trabajar a la biblioteca el sábado por la tarde, le pidió a su compañera Wendy un préstamo hasta el día de cobro. Wendy se sorprendió, pues sabía que Nga-Yee por lo general era cuidadosa con el dinero. Cuando le preguntó al respecto, ella respondió algo impreciso sobre unos gastos inesperados.

—No hay problema, aquí tienes ochocientos. Me los puedes devolver el mes que viene —dijo Wendy mientras sacaba todos los billetes de cien dólares de la cartera.

—Gracias, pero con quinientos me alcanza.

—No te preocupes, sé que me los vas a devolver. Si estás con algún problema, ya sabes que me lo puedes contar.

Wendy había sido transferida a la Biblioteca Central desde la sucursal de Sha Tin hacía dos años. Era una persona cálida y abierta, unos cinco años mayor que Nga-Yee. A ella le resultaba un poco demasiado amistosa, y siempre buscaba una excusa cuando Wendy organizaba una salida a comer o al cine. Sin embargo, fue la calidez de Wendy lo que la llevó a pedirle ayuda. Su propia preocupación, sumada a las preguntas del cajero esa mañana, logró que se sintiera como una de esas víctimas bobas de estafas del programa de televisión Crimewatch, lo que la ponía todavía más ansiosa en cuanto al progreso de N. Revisaba una y otra vez el teléfono por temor a haberse perdido una llamada de él.

Después de tres días, perdió la paciencia.

El martes 16 de junio, volvió a Sai Ying Pun, decidida a pedirle un informe de sus progresos, pero vaciló al llegar a la esquina de la calle Dos.

¿Me estaré comportando como una idiota? ¿Y si lo fastidio tanto que deja de investigar y me pone cualquier excusa? A pesar de que le estaba pagando, sentía miedo, como una rana que ve una serpiente y de inmediato la reconoce como un depredador natural.

Llevaba allí diez minutos, sin poder juntar fuerzas para seguir caminando, cuando sonó el teléfono.

—Será mejor que subas, ya que estás aquí, o terminarán confundiéndote con un merodeador y llamarán a la policía —dijo N, y cortó.

Nga-Yee miró a su alrededor como una demente. Ni siquiera estaba cerca del número 151 y no había forma de que N pudiera haberla visto desde la ventana. Corrió hasta el edificio y subió los seis pisos.

—Shiu Tak-Ping es un cretino —anunció él, al abrirle la puerta—. Pero no es Kidkit727.

—¿Qué? —Había esperado que la regañara por hostigarlo, no que le diera información real del caso.

—Shiu Tak-Ping no tuvo nada que ver con esa publicación. —N logró despejar suficiente lugar en el caos del apartamento como para que ella pudiera sentarse en el extremo del sofá—. El informe de Mok decía que Shiu no tenía idea de quién había sido, pero como es la principal persona mencionada en la publicación, tuve que ir a cerciorarme.

—¿Me estás diciendo que fuiste a verlo en persona? ¿No podías averiguar lo que necesitabas por internet?

—Hay cosas que son más fáciles de preguntar en persona.

—¿Lo viste? ¿Y se lo preguntaste personalmente? ¿Por qué iba a decirte la verdad?

—Las personas son criaturas extrañas, señorita Au. Una vez que logras que bajen la guardia, hablan más con un desconocido que con su propia familia. —N puso la cámara sobre la mesa, delante de ella—. Lo seguí durante dos días. Ayer fingí ser un fanático de la fotografía e inicié una conversación.

—¿Cómo... cómo hiciste, te acercaste y le preguntaste: “¿Usted es Kidkit727?”.

N rio.

—No seas tonta. Hablamos de cámaras. —Nga-Yee tomó la cámara de objetivos gemelos y la estudió—. ¿Y así de la nada, averiguaste que no tenía nada que ver con Kidkit727?

—Para empezar, ni Shiu Tak-Ping, ni su esposa ni su madre saben absolutamente nada de computadoras ni de internet. Dijo que no hacía nada online salvo jugar al ajedrez y ver videos; lo verifiqué con el historial de búsqueda de su casa y de sus móviles. Ninguno de esos tres tiene la menor idea de cómo no dejar rastros en un foro de chat. También le pregunté si alguno de sus amigos era experto en computadoras, pero ese tampoco era el caso.

Nga-Yee escuchaba con atención.

—En segundo lugar, las políticas de Shiu van en contra de lo que aparece expresado en esa publicación —prosiguió N—. Si el cerebro que hay detrás de eso fue él o alguien cercano a él, el mensaje habría estado escrito de otra forma.

—¿Te refieres a su postura política?

—Shiu en una oportunidad hizo campaña para un candidato pro-establishment. Todavía tiene el cartel en su negocio. Y el empleado de la tienda de Yau Ma Tei dijo que Shiu se quejó de que los jóvenes de hoy en día son todos inútiles y la causa de los problemas de Hong Kong. Es evidente que es de derecha. —N pasó la computadora del escritorio a la mesa baja. Seguía abierta en el foro de Popcorn—. Sin embargo, es evidente que el que escribió esto es un libertario y, además, una persona joven, ya que usa eslóganes populares de la resistencia. Por ejemplo: “Hoy en día en Hong Kong todo está patas arriba, hay poder, pero no hay justicia. La ley no significa nada, podrías decir que negro es blanco y todos estarán de acuerdo”, o esto: “ceder ante la injusticia”. Un conservador nunca diría esas cosas... al menos, jamás emplearía la frase cargada “hay poder, pero no hay justicia”. Dios los cría y ellos se juntan. No creo que Shiu frecuente gente con posturas tan opuestas a la suya, ni que tenga relación con alguien que pudiera escribir algo así por mandato de él.

—De acuerdo, pero siempre hay excepciones, ¿no? —replicó Nga-Yee—. Por lo que sabemos, Shiu puede perfectamente bien haber conocido a un experto en informática, haberse hecho amigo de él y haberle pedido que limpiara su nombre. Las frases y todo eso podrían ser parte del plan.

—Bien, supongamos que Kidkit727 es un engaño brillante, creado por alguien cuyos procesos de pensamiento son tan agudos como los míos, por lo que sabe crear una personalidad falsa con las palabras que usa. Alguien con el suficiente control de sí mismo como para retirarse después de la primera publicación en lugar de seguir avivando las llamas —dijo N—. ¿Este genio sería lo suficientemente estúpido como para actuar mientras Shiu estaba en prisión y la situación era más difícil de controlar?

—¿Difícil de controlar? ¿Por qué?

—Imagina que eres Shiu Tak-Ping. ¿Le pedirías a tu amigo experto en informática que publicara eso en Popcorn mientras estás en la cárcel, sin poder hacer nada cuando tu esposa y tu madre sean sitiadas por los periodistas? ¿O esperarías a estar libre para poder hablar directamente frente a las cámaras?

Nga-Yee comprendió por fin hacia dónde iba N.

—La relación de Tak-Ping con su esposa tampoco es almibarada como sugiere la publicación, pero no es tan tonto como para perjudicar su negocio. La papelería era el único ingreso de la familia, y su esposa lo estuvo manejando mientras él estaba preso. Tratar de establecer su inocencia mientras todavía está en la cárcel no parece que valga tanto esfuerzo. Se perdió sus quince minutos de fama: cuando lo liberaron, un mes más tarde, los medios ya habían perdido interés. Seguramente su astuto amigo Kidkit727 estaba al tanto de eso. —N hizo una pausa y prosiguió—. Y lo más importante: después del suicidio de tu hermana, Shiu recibió aún más críticas y manifestaciones de repudio. Si realmente hubiera sido él, se habría perjudicado casi tanto como perjudicó a tu hermana.

La mención de Siu-Man le provocó una oleada de tristeza.

—¿Entonces estás diciendo que mi hermana fue el blanco? —preguntó, tratando de reprimir el dolor.

—Sí, es lo más probable. Por supuesto, no tenemos pruebas concretas, así que todavía no podemos descartar nada.

—Si Shiu no tiene nada que ver con Kidkit727, ¿por qué no se lo dice directamente a la prensa?

—¿Y qué va a decirles? —N rio—. “Miren, no tengo sobrinos, pero un misterioso desconocido me defendió online y trató de atenuar mi culpa”. Eso solo enturbiaría las aguas y lo pondría aún más en el ojo de la prensa y del público.

Nga-Yee lo pensó. Tenía sentido.

—A propósito, ahora que conocí a Shiu, hay partes del texto que no comprendo. —N se había puesto serio y tenía las manos entrelazadas sobre el pecho.

—Te refieres a...

—Lo que dice sobre Shiu Tak-Ping es acertado en algunas partes y, en otras, exagerado. —N señaló la cámara que sostenía Nga-Yee—. Es cierto que le gusta la fotografía y solo tiene cámaras usadas. Estuve en su tienda y es verdad que tiene algunos libros de fotografía en venta, aunque no sé si se deshizo de los que mostraban chicas atractivas. Por la oferta variada que tiene, se nota que su interés es genuino. Y se mostró a gusto conversando de cámaras antiguas conmigo, un desconocido, por lo que sabemos que no es solo una fachada. Oye, mejor deja esa cámara, me la prestaron y vale veinticinco mil. No puedes permitirte causarle ningún tipo de daño.

Nga-Yee se sobresaltó tanto que casi se le cayó la cámara de la mano. Con cuidado, se apresuró a dejarla de nuevo sobre la mesa baja.

—Pero el texto publicado en Popcorn se equivoca respecto de su matrimonio —prosiguió N, apoyándose contra el escritorio—. Dice que él fue a la cárcel para calmar las cosas, que amaba tanto a su esposa que no quería causarle más problemas. Son todas idioteces. Desde que Shiu salió, ha estado ocultándose en la casa en lugar de ir a trabajar a la tienda, porque teme que la gente lo moleste. Es un cobarde. Cargó a la esposa con toda la responsabilidad de mantener a la familia y no solo se muestra completamente desagradecido, sino que incluso se quejó delante de mí, alguien a quien acababa de conocer, de que ella no le permitía comprarse una cámara.

—Entonces, ¿por qué te parece que es falso? —preguntó Nga-Yee—. El que lo escribió debe de conocer a Shiu, si escribió toda la parte que es cierta.

—¿Lo leíste con atención? ¿No te parece que tiene un tono particular?

—¿Particular en qué sentido?

—Como el de un abogado que defiende a su cliente en el tribunal.

Nga-Yee se quedó mirándolo.

—Remarca lo bueno y oculta lo malo. Muestra el mejor lado del cliente y, a la vez, se esfuerza para distorsionar detalles subjetivos como su matrimonio. Después de todo, si la señora Shiu dice “Somos una pareja que se ama” ¿cómo haría la otra parte para demostrar lo contrario? Eso es básicamente lo que se espera que digas cuando declaras en el tribunal. Sospecho que el que escribió y subió esta publicación está conectado de algún modo con el abogado defensor de Shiu, aunque no creo que el propio abogado sea tan tonto como para involucrarse directamente: no le serviría a su cliente. —N tomó una hoja de papel de la pila que había en el escritorio—. Este es Martin Tong, el abogado. Es bastante conocido en la profesión. Organiza charlas comunitarias de apoyo legal y hace trabajos pro bono. No va a arriesgar su impecable reputación rebajándose a hacer jugadas sucias. Se perjudicaría a sí mismo.

—Pero, aun si no lo hubiera hecho él, ¿podría estar involucrado?

—Es posible, pero no es fácil cruzar espadas con un abogado. —N se encogió de hombros—. Seguiré investigando el tema, pero hay otra línea de investigación que me parece más interesante seguir.

—¿Cuál es?

—Tu hermana.

Nga-Yee sintió que le corría un escalofrío por la espalda.

—¿No quieres entrar en ese tema, señorita Au? —preguntó N con aire indiferente—. Por las pruebas que tenemos, lo más probable es que este posteo haya sido escrito y publicado para perjudicar a tu hermana, tal vez por un rencor personal o porque el que lo escribió creía genuinamente que se había cometido una injusticia con Shiu Tak-Ping y quería repararla. Voy a necesitar que me cuentes todo lo que hay que saber sobre Au Siu-Man: en qué círculos se movía, cómo era su vida personal, cuál era su forma de pensar y qué enemigos podía tener.

—Pero Siu-Man tenía solo quince años. ¿Qué enemigos podía tener?

—Eres demasiado inocente —ironizó N—. Hoy en día, las chicas de catorce o quince tienen muchos más secretos que nosotros los adultos, y sus relaciones sociales son increíblemente complejas. Con las redes sociales y los mensajes instantáneos, es muy fácil para los adolescentes entrar en el mundo adulto. Antes, las chicas que ofrecían sexo dependían de sus proxenetas, pero hoy en día tienen aplicaciones para conseguir clientes. Algunas de estas chicas no saben en lo que se meten: imaginan que ser “acompañante” significa salir con alguien de paseo y darse la mano. Las llevan a la cama con engaños, tal vez las fotografían o las filman y las convierten en blancos de extorsión. No pueden pedir ayuda porque corren el riesgo de ser arrestadas por prostitución, así que lo toleran. Y, mientras tanto, sus familias suponen que cualquier comportamiento extraño se debe a que son adolescentes. Esta publicación dice que tu hermana bebía, se drogaba y vendía su cuerpo. ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme con toda seguridad que Siu-Man no era esa clase de chica?

Nga-Yee lo miró y quiso hablar, pero luego recordó que solamente un puñado de compañeros de clase de Siu-Man habían expresado sus condolencias, y no le vinieron las palabras a la boca. No fue hasta después de la muerte de Siu-Man cuando se dio cuenta de que, en realidad, no había comprendido tan bien a su hermana. A menudo volvía tarde a casa por los turnos que le tocaban en la biblioteca, y nunca se había preguntado si Siu-Man volvía a casa directamente del colegio o si de verdad, en las pocas ocasiones en las que llegaba más tarde, había estado estudiando en la biblioteca como decía. ¿Se habría mezclado con malas compañías porque ella no le prestaba atención? ¿Tendría secretos que sentía que no podía compartir con su hermana? ¿Podría haber usado esa ventana de tiempo para llevar a cabo actividades ilícitas para obtener dinero para sus gastos?

Con la muerte de Siu-Man, en el corazón de Nga-Yee una semilla de duda quedó sepultada. Sin que ella lo notara, había germinado y crecido, y se había convertido en una hiedra venenosa que se le había enredado alrededor del alma y le estaba devorando la confianza.

Al ver que Nga-Yee se echaba atrás, N no la presionó, sino que dijo en tono más suave:

—Señorita Au, si quieres saber quién mueve los hilos, tendrás que escarbar en el pasado de tu hermana. Puede haber cosas que no quieras descubrir. ¿Lo entiendes?

—Sí —respondió Nga-Yee sin vacilar—. Cueste lo que cueste, quiero encontrar al responsable de la muerte de Siu-Man.

—Bien, entonces necesito que vayas a casa y busques si tu hermana tenía un diario o cualquier tipo de cuaderno. ¿Tenía computadora?

—No, solo un smartphone.

—Necesitaré verlo. La gente tiene el teléfono encima todo el tiempo. Se puede comprender perfectamente a una persona con solo examinar su teléfono.

—¿No quieres venir y revisar nuestra casa?

—Ya pasé dos días siguiendo a Shiu Tak-Ping, señorita Au. No vas a decirme a mí lo que debo hacer. No soy tu asistente personal. —N volvió al escritorio y se sentó en la silla de trabajo—. Llama a este número si necesitas hablarme, aunque no puedo prometerte que vaya a responder. Si es importante, deja un mensaje y te llamaré cuando tenga tiempo.

Le entregó un trozo de papel con ocho dígitos escritos con lápiz.

Acto seguido, le señaló la puerta para indicar que la reunión había terminado. Nga-Yee tenía más preguntas, pero ya conocía lo suficiente a N como para saber que, si se las hacía, lo único que conseguiría sería más maltrato. De camino a casa, reflexionó que, si bien le había hablado con dureza, no había tratado de andar con evasivas ni de decirle “la investigación está en curso”. Por el contrario, había discutido el caso seriamente con ella. El señor Mok tenía toda la razón: era un personaje excéntrico.

Supongo que tendré que confiar en él, pensó mientras miraba la nota con el número telefónico.

Para ahorrar en el viaje, Nga-Yee tomó el tranvía, luego el ferry y el autobús en lugar del MTR, que era más caro. Eso lo reservaba para cuando iba a trabajar, que necesitaba llegar puntual. Ahora no tenía importancia tardar más. Eran más de las diez cuando llegó a la Casa Wun Wah.

Encendió las luces y sin siquiera detenerse a cambiarse la ropa, fue hasta la estantería que separaba la “habitación” de Siu-Man del resto del apartamento. No había tocado nada desde su muerte, así que todo estaba como siempre: el pequeño escritorio, la litera en alto encima de la estantería y el guardarropa. De niña, cuando murió su padre, Nga-Yee clasificó sus cosas con su madre; luego, al morir esta, lloró sola mientras guardaba su ropa. Sin embargo, con Siu-Man, no había podido hacer lo mismo. La profesora encargada del curso de Siu-Man había llamado a fines de mayo para avisarle que su hermana había dejado libros en su casillero, por si quería pasar a buscarlos. Nga-Yee le contestó que estaba demasiado ocupada y lo postergó una y otra vez, pensando que ver las pertenencias de su hermana le resultaría demasiado doloroso.

Revisó ahora los cajones del escritorio y la estantería, pero no encontró nada parecido a un diario, solamente maquillaje, accesorios y un par de paquetes de papel de carta decorado y cinta de pegar. En los estantes solo había libros de estudio y algunas revistas de moda, y en la mochila, solamente libros de texto. Nga-Yee revisó cada centímetro del guardarropa, pero tampoco encontró nada.

¿Cómo puede ser que no tuviera ni siquiera una agenda? se preguntó Nga-Yee, que era la clase de persona que anotaba todo en papel. De pronto lo comprendió: ¡por supuesto, el teléfono!

Lo que llevó al siguiente problema: el teléfono no estaba por ningún lado.

Recordaba claramente que su hermana siempre dejaba su teléfono, de un rojo brillante en la esquina superior derecha del escritorio, donde estaba el cargador. El cargador estaba vacío. Revisó la cama, pero tampoco lo encontró.

Después de pensar cuidadosamente, se dio cuenta de que no había visto el teléfono desde la muerte de Siu-Man.

Buscó su propio teléfono y marcó el número de su hermana, pero se activó el buzón de voz. Obviamente, después de casi un mes, la batería debía de estar descargada.

A menos que... el teléfono hubiera caído por la ventana junto con ella...

Hasta el momento, Nga-Yee se había resistido a pensar en el momento exacto del suicidio de su hermana, pero ahora se vio obligada a considerar esa posibilidad. Pero no: si hubiera sido así, habría caído cerca de ella y la policía lo habría descubierto y se lo habría devuelto, sin duda.

¿En dónde podía estar, entonces? ¿Estaría en el colegio?

Buscó el trozo de papel y marcó los ocho números.

—Este es el buzón de voz de 61448651. Por favor, deje su mensaje después de la señal —dijo una voz automatizada.

—Hola... Hola... Soy Au Nga-Yee. Hice lo que me pediste, pero no encontré ni un diario ni tampoco el teléfono. Esto... ¿tal vez deberías venir a buscar tú también? —balbuceó, y cortó.

Volvió a buscar, solamente para asegurarse. El dinero de Siu-Man y las llaves estaban allí; lo único que faltaba era el teléfono.

Esa noche durmió peor que nunca. No podía dejar de pensar en el teléfono, y N no le devolvió la llamada. Cuando sonó el despertador a la mañana siguiente, sintió como si hubiera pasado despierta toda la noche. Fue a trabajar como de costumbre, pero cometió muchos errores al ingresar y dar salida a los libros. Finalmente, para evitar las quejas, la jefa la sacó de la recepción y la envió a las estanterías.

Llamó a N después del almuerzo, pero se conectó otra vez con el buzón de voz. Al llegar la noche, aún no le había devuelto la llamada.

—Hola, soy Au Nga-Yee. ¿Podrías llamarme cuando escuches este mensaje? —Su voz sonaba irritada. ¿Para qué le daba el número telefónico, si nunca iba a responder?

Esa noche no obtuvo respuesta, pero se despertó a las siete del día siguiente y encontró un mensaje de texto en su bandeja de entrada: “¿Eres ciega o tonta? Asegúrate de buscar por todo el apartamento”.

El mensaje había sido enviado a las 04:38. Completamente despierta ahora, Nga-Yee pensó con furia que N la subestimaba. Desde la muerte de Siu-Man no había tenido fuerzas para sentarse a pensar, por lo que se había distraído continuamente con tareas del hogar. Había limpiado cada centímetro del apartamento, además de todas las pertenencias de su hermana. Si el teléfono hubiera estado en un estante de la cocina, junto al televisor o debajo de un almohadón del sofá, lo habría visto, sin duda. Estuvo a punto de enviarle una respuesta furibunda, pero logró calmarse.

Trabajó hasta las ocho de la noche y, luego, decidió ir a casa de N y arrastrarlo por la fuerza, si era necesario, para demostrarle que no había dejado de buscar en ningún lado. Pero justo cuando estaba a punto de tomar el tranvía que la llevaría al oeste de la isla de Hong Kong, le vino una idea a la mente.

Había un sitio donde había evitado buscar con demasiada atención: la ventana desde la que Siu-Man había saltado al vacío. Estaba junto al lavarropas y durante el último mes, cada vez que ponía ropa a lavar imaginaba a su hermana apoyándose contra la máquina, subiéndose a las sillas plegables que había al lado, abriendo la ventana y arrojándose.

¿Habría estado sosteniendo el teléfono hasta el último momento?

Volvió a casa a toda prisa, juntó valor y fue a revisar la zona de lavado.

Cuando se puso de rodillas y apoyó la cara contra el suelo, lo vio.

El teléfono de Siu-Man estaba debajo de la lavadora.

Extendió el brazo para buscarlo, pero la mano no pasaba por el estrecho espacio debajo de la máquina. Miró a su alrededor y vio unas perchas de metal. Con manos temblorosas, desarmó una e introdujo un extremo por debajo de la lavadora.

Allí estaba: tenía un dije en forma de gato colgando y una rajadura en la pantalla causada por el golpe contra el suelo. Apretó el botón de encendido, pero no sucedió nada. El alma se le fue a los pies. ¿Se habría roto al caer? Corrió hasta el escritorio de Siu-Man; temblaba tanto que solo pudo conectar el teléfono al cargador en el tercer intento.

Ping.

La pantalla se iluminó y apareció el símbolo de carga. Nga-Yee suspiró, aliviada. Dirigió la vista a la ventana y se preguntó cómo habría ido a parar allí. ¿Se le habría caído a Siu-Man? Se necesitaba fuerza para que fuera a parar allí, debajo de la máquina. ¿Lo habría arrojado? ¿O le habría dado un puntapié sin querer? ¿Habría caído por entre la máquina y la pared?

¿Qué había estado haciendo Siu-Man justo antes de morir? Nga-Yee no tenía idea, y abandonó el intento de comprender qué había sucedido.

Lo más importante era que estaba en posesión del teléfono. Mientras se cargaba, volvió a oprimir el botón de encendido. La pantalla se iluminó con el logo del proveedor de servicio, luego con una cuadrícula de nueve círculos. Deslizó el dedo sobre ellos, pero apareció el letrero de “contraseña incorrecta”. Después de varios intentos, abandonó y dejó que se siguiera cargando.

N es un hacker, pensó. Sabrá cómo desbloquearlo.

Su primer impulso había sido ir directamente a casa de N con el teléfono, pero cuando se le pasó el entusiasmo inicial, se dio cuenta de que era demasiado tarde para salir. Tendría que tomar un taxi para volver, lo que le costaría caro. Además era posible que, después de ir corriendo a verlo, él lo arrojara a un rincón. Decidió esperar hasta salir del trabajo al día siguiente, para poder mirar por encima del hombro de N cuando lo desbloqueara.

“Encontré el teléfono. Te lo llevaré mañana, después del trabajo” le escribió en un mensaje de texto cuando vio que no respondía a su llamada.

Esa noche soñó con Siu-Man. Estaba sentada en el sofá, concentrada en el teléfono, como siempre. Ella le decía algo y su hermana respondía, pero cuando despertó, no pudo recordar de qué habían hablado.

Lo único que recordaba era el rostro sonriente de Siu-Man.

Por la mañana, se lavó los rastros de lágrimas de la cara, se bañó y se vistió, guardó el teléfono cargado en el bolso y salió hacia la biblioteca.

—Últimamente estás muy distraída, Nga-Yee —le dijo Wendy durante la pausa del almuerzo—. ¿Estás bien, de verdad?

—Sí. Estoy preocupada, nada más —respondió ella.

—¿Es por la investigación? ¿Mi tío no ha podido averiguar nada, todavía? —Wendy no tenía idea de que el caso había pasado a manos de un detective hacker sin licencia.

Nga-Yee se mostró evasiva.

—Hubo avances, sí.

—Si es un problema de dinero, te puedo ayudar —le dijo Wendy con generosidad. Desde la muerte de Siu-Man se había mostrado muy solícita con ella.

—Ya me prestaste ochocientos hace unos días. Con eso está bien.

—Si mi tío te está cobrando mucho dinero... Mi tía me quiere mucho. Podría pedirle que te rebaje los honorarios... —Wendy tomó el teléfono, lista para enviarle un mensaje por Whatsapp de inmediato a la señora Mok.

Cuando Wendy deslizó el dedo por el teclado para desbloquear el teléfono, Nga-Yee se paralizó. Una imagen le vino a la mente: Siu-Man haciendo lo mismo. Por un segundo, creyó que era por el sueño de la noche anterior, pero luego comprendió.

Era un recuerdo de momentos que había vivido: Siu-Man desbloqueando el teléfono.

Abajo a la izquierda, al centro a la izquierda, arriba a la derecha, al medio, arriba a la izquierda.

Sacó el teléfono del bolso e introdujo el patrón que recordaba. Esta vez la pantalla de la contraseña desapareció.

Ingresar el código correcto le provocó un momento de júbilo, pero en cuanto vio las palabras que aparecieron en la pantalla, sintió que todos sus órganos se desplomaban en caída libre y se le helaba el cuero cabelludo. Cuando hizo clic, lo que vio le aceleró el corazón de forma tan repentina que pensó que dejaría de respirar.

—Wen-Wendy, por favor ayúdame a decir que necesito medio día libre —balbuceó, tratando de recuperar la compostura.

—¿Qué sucede? Nga-Yee, ¿estás bien?

—Es... Necesito... Necesito salir a resolver algo urgente. Por favor, por favor, ayúdame a... —Dejó caer el teléfono en el bolso y haciendo caso omiso de las exclamaciones de Wendy, salió corriendo del edificio.

Nga-Yee nunca había usado un smartphone, pero instintivamente, había cliqueado en el icono del correo electrónico, lo que abrió el mensaje más reciente

De: kid kit <Kidkit727@gmail.com>

Para: Siu-Man <ausiumanman@gmail.com>

Asunto: RE:

Au Siu-Man:

¿Tienes valor suficiente como para morir? ¿No estás haciendo lo mismo de siempre, tratando de que te tengan lástima? Tus compañeros no van a dejarse engañar otra vez. La escoria como tú no tiene derecho a seguir viviendo.

Kidkit727

Jueves, 21 de mayo de 2015

Hay una cosa que no te dije 22:07
Le envié un correo electrónico a Au Siu-Man
¿Puede ser un problema? 22:07
es posible 22:09
¿cómo lo enviaste? 22:10
¿como te enseñé? 22:11
¿borrando tus huellas online? 22:12
Sí. 22:15
todo bien entonces 22:16
no te preocupes 22:17
Hong Kong Hacker (versión latinoamericana)

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