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Capítulo Uno

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Elena Royal hizo una mueca mientras tomaba un sorbo de su segundo «Sexo en la playa». Menuda ironía.

Sexo en la playa.

Eso era exactamente lo que ella debería estar haciendo durante su luna de miel. Pero estaba sola, sentada frente a la barra del bar del hotel Wind Breeze, en la isla de Maui, ahogando sus penas en alcohol.

Debería estar recién casada.

Con Justin Overton, el sinvergüenza que la había convencido de que estaba enamorado de ella y no del dinero de su padre. Descubrir el día de su boda que su futuro marido era un canalla la hizo salir corriendo, abandonando a toda prisa la ceremonia y a los invitados, que estaban a punto de llegar.

Sí, había dejado plantado a Justin, pero también había dejado allí su corazón. Y, a partir de ese momento, ya no era la niña ingenua y confiada que creía en los finales felices.

Destrozada, había decidido ir a un hotel exclusivo en la isla de Maui, esperando no ser reconocida como la hija del magnate hotelero Nolan Royal. Necesitaba escapar. Necesitaba tiempo para reevaluar su vida. Llevaba tres semanas en la playa, nadando, leyendo, relajándose…

Y estaba volviéndose loca.

La luna flotaba sobre la piscina de aguas transparentes, las olas acariciaban la playa de arena blanca… Bajo el techo de paja del bar, Elena terminó su copa pensando si debía pedir otra antes de volver a la soledad de su habitación. La calurosa noche de junio era agobiante. De no ser por los ventiladores del techo, el aire caliente la asfixiaría…

–¿Quiere otra copa? –le preguntó el camarero, Joe, fulminando con la mirada a un hombre que pretendía acercarse, como hacía todas las noches desde que estaba allí.

Elena sonrió. Joe parecía haber decidido protegerla. Quizá porque, durante esos días, había comprobado que no tenía la menor intención de hablar con extraños.

–Mejor no. Aún no he terminado ésta.

Un ruido en la piscina la hizo volver la cabeza. Un hombre se había tirado de cabeza y nadaba hacia el otro lado con poderosas brazadas. Sin saber por qué, Elena se quedó mirando mientras salía del agua. Era un hombre muy alto, moreno… y sus hombros podrían rivalizar con los de cualquier atleta olímpico.

El hombre clavó en ella unos ojos oscuros y penetrantes… y Elena sintió un escalofrío que la recorrió de arriba abajo. Era una sensación que no había experimentado nunca.

Nerviosa, consiguió sonreír. El extraño no le devolvió la sonrisa, pero levantó una ceja como respuesta.

Elena, agitada, no podía dejar de mirarlo mientras se secaba los hombros y se envolvía una toalla en la cintura. La mirada oscura del extraño parecía estar llena de promesas y su corazón latía a toda velocidad mientras esperaba que se acercase… lo cual era sorprendente porque había jurado no volver a mirar a un hombre en al menos diez años.

Estaba harta de mentirosos, de tramposos, de hombres que le decían palabras de amor cuando sólo querían una parte del pastel de su familia.

Justin había sido el más inteligente. Elena había creído sus promesas de amor… hasta que su padre hizo que lo investigaran.

Y descubrió justo a tiempo que Justin Overton no era el alto ejecutivo que decía ser cuando lo conoció en Europa seis meses antes sino un tipo que estaba en la ruina y no tenía oficio conocido.

Elena, desesperada, había salido corriendo para esconderse en aquel discreto y lujoso hotel y curar su herido corazón.

De nuevo, miró hacia la piscina. El extraño había desaparecido. Suspirando, sacudió la cabeza. Seguramente era lo mejor. Al menos, que hubiera sentido cierta atracción significaba que no estaba muerta del todo.

–¿Ocurre algo, señorita? –le preguntó Joe.

–No, nada en absoluto –contestó ella, pensando que el único «sexo en la playa» que iba a tener aquella noche estaba en el fondo de la elegante copa de cóctel que sujetaba en su mano.

La combinación de refrescos de mango, melocotón y vodka que había tomado por la noche hizo que se levantara con dolor de cabeza al día siguiente. Ella nunca había sido una gran bebedora; prefería una copa de champán o de buen vino a un combinado. Y el precio era una terrible resaca.

Estaba en la playa, tomando un café solo y mirando el mar a través de sus gafas de sol. Pero ni siquiera Yves Saint Laurent podía evitar que le doliera la cabeza.

Elena cerró los ojos, esperando que la brisa del mar curase su jaqueca…

–¿Te importa si compartimos este pedazo de playa? –una voz masculina la hizo abrir los ojos.

Era el extraño de la noche anterior, sus ojos ocultos bajo unas Ray Ban. Llevaba una camisa tropical sin abrochar y un bañador oscuro. Y tenía un torso de escándalo.

–La playa es de todos –contestó ella.

El hombre colocó una tumbona al lado de la suya.

–Desde luego, la vista es maravillosa.

Elena asintió, mirando al horizonte, hasta que se percató de que quizá él le había querido hacer un cumplido. Pero cuando lo miró, su expresión seguía siendo la misma.

–Me llamo Ty.

–Ah… yo soy Laney –dijo ella. Sólo su padre y sus mejores amigos la llamaban así. Y se alegraba de no tener que decirle su apellido.

–¿Demasiado «Sexo en la playa» anoche, Laney?

–Esto… sí, demasiado alcohol. Pero si la pregunta va con segundas, me temo que no es asunto tuyo.

–Te vi anoche en el bar, por eso lo digo.

–Ya, bueno, no soy una gran bebedora.

Él sonrió.

–¿Estás aburrida?

–Anoche sí –contestó ella–. Vine aquí para relajarme, para descansar, para no hacer nada…

«Para recuperarme de un compromiso roto».

–Pero no hacer nada no es tu estilo –sonrió él.

–Aparentemente no.

–Tampoco es mi estilo. Ya tenemos algo en común.

–¿Estás de vacaciones?

–Algo así –contestó Ty, encogiéndose de hombros–. Con unos cuantos negocios mezclados. Pero siempre me alojo en el Wind Breeze cuando vengo aquí.

Evan Tyler la observó atentamente cuando se reclinó en la tumbona. Era una belleza. Y pensar en cómo sus ojos azules lo habían devorado la noche anterior hacía que le hirviera la sangre. Aquella preciosa rubia había estado estudiándolo desde la barra con una mirada de puro deseo en sus ojos. Y lo que más lo había excitado era que no parecía darse cuenta de lo guapa que era…

Su cara le resultaba vagamente familiar. Evan guiñó los ojos, pensativo…

Elena Royal.

La había visto en alguna foto. Y aunque la rica heredera no era una joven notoria, su compromiso roto el mismo día de la boda había llenado las páginas de las revistas de sociedad.

Su rival en el negocio hotelero, Nolan Royal, sólo tenía una hija y, normalmente, era una joven muy discreta. Evan imaginó que había ido allí para recuperarse del escándalo. En Los Ángeles, la noticia de que Elena había dejado a su prometido plantado en la iglesia era un secreto a voces, aunque Nolan intentó tapar algunas bocas con dinero.

Y casi podía aplaudir que quisiera apartar a los medios de su hija.

Casi.

Porque Nolan Royal era su enemigo. Le había robado la adquisición de la cadena de hoteles Swan, en la que Evan llevaba dos años trabajando y sus deshonrosas tácticas para conseguirlo seguían quemándole la sangre. Había perdido dos años de su vida y una buena cantidad de dinero por culpa de ese hombre. Pero el viejo había conseguido ocultar las pruebas y él no podía demostrar que había usado métodos menos que claros, por no decir ilegales, para hacerse con la cadena de hoteles.

Pero había decidido vengarse.

Quería que Nolan Royal pagase por lo que había hecho.

Evan se volvió hacia su hija, fijándose en el bikini rojo que no podía esconder sus deliciosas curvas.

–¿Quieres escapar del aburrimiento?

Ella levantó una ceja.

–¿Qué tienes en mente?

Evan se levantó y, después de tirar la camisa sobre la hamaca, le ofreció su mano.

–Vamos a nadar un rato.

Laney disfrutó tanto que cuando Ty la invitó a comer no pudo encontrar razón alguna para rechazar la invitación. Comieron en un restaurante en Lahaina famoso por sus alitas de pollo picantes.

El sitio estaba lleno de gente, pero Ty consiguió una mesa en una esquina del patio con vistas a la histórica ciudad llena de turistas. Normalmente, Laney evitaba sitios llenos de gente, pero él le había prometido que no harían nada aburrido. Y nada aburrido era exactamente lo que le ofrecía.

Como aficionada a la fotografía, le encantaba mirar a la gente. Desde los doce años, cuando su padre le regaló su primera Canon, había estado haciendo fotografías. Ésa era su pasión.

–Este sitio es estupendo.

–Me alegro de que te guste.

Laney quería pedir una sencilla ensalada de pollo, pero Ty la convenció para que probase algo más original, de modo que pidió kahuna, una hamburguesa con salsa teriyaki y piña asada.

–Después de las alitas de pollo picantes no me atrevo a mucho más –rió.

–Te va a gustar, ya lo verás.

Mientras comía su deliciosa hamburguesa, observaba a Ty atacando el cerdo kalúa, un sándwich de lomo de cerdo con coliflor y cebollas salteadas, otro de los platos típicos de la región.

Después, pasearon por la calle principal y hablaron de cosas poco importantes. Le gustaba no saber su apellido y que él no supiera el suyo y le gustaba no hablar de cosas personales.

Lo encontraba tan excitante, tan lleno de sorpresas. Cuando la llevó de vuelta al Wind Breeze, Ty se inclinó un poco para hablarle al oído:

–Me gustaría explorar ese comentario tuyo… lo de que no te atreves a nada más. ¿Por qué no cenamos juntos esta noche?

Ella no estaba allí para buscar aventuras. Había ido al hotel para alejarse de la gente, de la prensa y de los malos recuerdos. Normalmente, no era de las que permanecían sentadas, pero un corazón roto le robaba la alegría a cualquier cosa. Estaba allí para olvidar, se recordó a sí misma, pero le sentaría bien un poco de diversión.

Y Ty era una diversión muy atractiva.

–¿Y tendré que volver a comer alitas de pollo picantes? Porque aún me quema la boca.

–Prometo que no habrá más alitas, Laney –sonrió él–. Pero me temo que no puedo hacer promesas sobre tu boca.

Un calor que podría rivalizar con el de las alitas picantes la recorrió entonces y Elena decidió que Ty era bueno para su maltratado ego. ¿Por qué no iba a cenar con un hombre tan interesante? ¿Por qué no hacer algo más que cenar? Había respetado las reglas durante toda tu su vida y el resultado era un desastre.

Se había dejado persuadir por su padre para estudiar hostelería y dirección de empresas cuando lo único que deseaba era convertirse en fotógrafa profesional. Y cuando su padre le regaló unas vacaciones de tres meses para viajar por Europa con su cámara, esperando que se cansara de la idea, conoció a Justin Overton en un café parisino.

Justin era un hombre carismático y ella era tan ingenua… Supo luego que el encuentro no había sido fortuito, que Justin la había seguido desde Los Ángeles. Aparentemente, tenían tanto en común que pronto se creyó enamorada de él y enseguida se comprometieron.

Laney creía conocer bien a Justin hasta que su padre decidió investigarlo. Y justo antes de que intercambiasen los votos frente al altar, su novio había quedado expuesto como un estafador, interesado sólo en el dinero de su padre.

Justin la había engañado, le había roto el corazón y la había hecho quedar como una tonta. Eso no volvería a pasarle con un hombre y mucho menos con un atractivo extraño al que había conocido en la playa. Gracias a Justin, ahora no confiaba en nadie. Sí, guardaría bien su corazón.

De modo que, ¿por qué no pasarlo bien? Podría disfrutar con él del tiempo que le quedase en Maui, en lugar de intentar olvidar leyendo un best seller o fingir que lo pasaba bien en la playa cuando su desilusión le pesaba como una losa.

–Si estás casado o comprometido haré que te corten la cabeza –le dijo, sólo medio en broma.

–No, soy soltero. Eso te lo puedo jurar.

–Muy bien. Entonces, cenaré contigo.

Ty miró su reloj y luego levantó la cabeza, con una mirada llena de promesas.

–Vendré a buscarte a las ocho. Prepárate para pasarlo bien y… para soltarte el pelo.

La dejó allí, en el vestíbulo, sin tocarla siquiera. Pero, por la mirada hambrienta que había visto en sus ojos, Laney sabía que eso podía cambiar esa misma noche y se preguntó, sólo durante unos dos segundos, si sería sensato cenar con él.

–Averigua todo lo que puedas sobre Elena Royal, Brock. Lo necesito urgente –Evan hablaba con su hermano por el móvil mientras conducía por la carretera que llevaba hasta el anticuado pero potencialmente interesante hotel Paradise, en el lado oeste de la isla.

–¿Elena Royal? –repitió su hermano–. Por lo que yo sé, se ha vuelto invisible desde que rompió con su prometido.

–Está aquí, en la isla. Nos hemos conocido, pero no sabe quién soy.

–¿Y?

–Es la hija de Nolan Royal, Brock. Y durante los últimos años ha trabajado para él.

–Y creo que es muy guapa, ¿no?

–Sí, eso también.

–He visto fotografías suyas en alguna parte, aunque es muy discreta. ¿Qué quieres conseguir con esto, Evan?

–Seguro que ella sabe algo sobre los negocios de su padre. Y si la cadena de hoteles tiene problemas serios, tengo que saberlo.

–Intentaré averiguar algo –suspiró su hermano–. Oye, ¿cómo es que yo estoy hasta las cejas de papeles y tú estas en Maui tomando el sol con una mujer guapísima?

Evan giró el Porsche alquilado hacia la entrada del viejo hotel. Un sitio estupendo, una vista fantástica. Pero necesitaba reformas importantes. Tendría que hacer una tasación antes de añadir ese hotel a la cadena Tempest, la cadena de hoteles de los Tyler.

–Alguien tiene que hacerlo –contestó–. Y a mí no me importa mezclar los negocios con el placer. Para mí es lo mismo.

–Hay rumores sobre los Royal desde hace meses.

–Precisamente lo que quiero averiguar es si hay algo de verdad en esos rumores. Llámame cuando sepas algo.

Evan cerró el teléfono y detuvo el Porsche frente a la puerta del hotel. El hotel Paradise era de segunda categoría… pero él lo convertiría en uno de cinco estrellas si llegaba a un acuerdo con su propietario actual.

A las ocho menos cuarto, Evan, ya duchado en su suite del Wind Breeze, llevaba puesto un traje oscuro y tenía todos los detalles que necesitaba sobre Elena Royal. Y debía admitir que la pobre no había tenido suerte en la vida. Se había dejado cortejar por un sinvergüenza que estuvo a punto de pasar a formar parte de la familia Royal. Nolan, en contra de los deseos de su hija, había hecho que lo investigaran, aunque casi demasiado tarde.

Eso demostraba que el viejo empezaba a ablandarse.

Evan se colocó la corbata de seda gris, se pasó un peine por el pelo y tomó varios preservativos de la cómoda, guardándolos en el bolsillo. Hacía tiempo que no conocía a una mujer que lo intrigase tanto como Elena Royal y no pensaba dejarla escapar. Era una chica inteligente, guapa, divertida.

Sí, haría todo lo posible para que aquella belleza no se aburriese.

A las ocho en punto, Evan llamó a la puerta de su habitación y estuvo a punto de caerse de espaldas al verla.

–Vaya –murmuró, lanzando un silbido.

–Gracias –sonrió ella, casi con timidez. Llevaba un vestido de encaje negro con un escote fantástico que caía por encima de las rodillas. Parecía más alta, casi tanto como él, gracias a unas sandalias de pedrería que la levantaban por lo menos doce centímetros.

–Entra un momento. Voy a buscar mi bolso.

Cuando se volvió, Evan descubrió que el vestido tenía un escote que llegaba hasta donde era decente, dejando al descubierto su espalda y destacando un trasero bien formado.

–Muy bonito –murmuró.

–Se ha convertido en mi hogar –bromeó Elena–. Llevo aquí casi un mes.

–No me refería a la habitación.

–Ah, ya –sonrió ella, un poco tímida–. Gracias otra vez.

–Bueno, vamos a terminar con esto.

–¿A terminar con qué?

Parecía auténticamente sorprendida, pero Evan no podía parar.

–Esto –dijo, envolviéndola en sus brazos para tomar su boca con un beso hambriento. Sus labios sabían a fruta tropical y tener el cuerpo femenino apretado contra el suyo le pareció el paraíso. Su leve gemido de sorpresa lo excitó aún más. Animado, siguió besándola, inclinando a un lado la cabeza, más exigente ahora. Y ella respondió echándole los brazos al cuello.

Evan acarició su lengua una vez, dos veces… y ella le devolvió la caricia de forma tentativa. Su masculinidad reaccionó de inmediato, aunque no podía decidir si Elena era una amante experta o más ingenua de lo que parecía. Fuera como fuera, no podía negar que le parecía perfecta entre sus brazos. Evan se apartó ligeramente y la miró a los ojos.

–Si no te hubiera prometido que iríamos a cenar no saldríamos de esta habitación, Laney.

Ella sacudió su rubia melena.

–Bueno, entonces me alegro de que me lo prometieras –dijo, con voz ronca–. Me gustan los hombres que cumplen sus promesas.

–Pero también te prometí que no te aburrirías.

–Por ahora, no me estoy aburriendo en absoluto. Sigue sorprendiéndome, Ty.

¿Ty? Durante un segundo, Evan casi olvidó la razón por la que estaba con la bella heredera. Sin revelar su identidad, pensaba conseguir información sobre la cadena de hoteles Royal y cualquier problema que pudiera estar teniendo.

Sonriendo, inclinó la cabeza para rozar sus labios de nuevo y luego tomó su mano para salir de la habitación… si no se iban terminarían en la cama antes de lo previsto.

Laney lo sorprendía y eso era nuevo para él. A Evan no le gustaban las sorpresas. Él necesitaba tener las situaciones controladas. Su intensa reacción ante Elena Royal no era sólo sexual y eso lo turbaba un poco. Pero no dejaría que la sorpresa se interpusiera en su camino. Había algo que necesitaba de Elena Royal y pensaba conseguirlo: información.

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