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3. Acción volitiva

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Antes de poner el foco sobre las consecuencias del karma, examinamos el mecanismo básico del karma, cómo funciona. Toda la discusión del karma se basa en la comprensión de la idea de la acción. Como se ha dicho anteriormente, la palabra misma, karma, es un término sánscrito que significa «creación» o «acción». El karma es un patrón de acción. Consiste en actos que producen, o crean, otros actos.

Cuando hablamos de karma, no nos referimos a una entidad individual, a una fuerza kármica especial que está separada de la energía mundial existente. El karma se refiere a una situación interdependiente. El fuego, por ejemplo, es toda una situación kármica. Podríamos decir que el karma del fuego, la acción o actividad del fuego, produce calor. No podemos limitarnos a apuntar a una cosa, una entidad, y decir que este es el karma del fuego. En cambio, tenemos que hablar de una serie de factores: el combustible, la llama y la intensidad del fuego, que a su vez depende del combustible. Desde este punto de vista, el karma es un ente abstracto, un concepto que describe una situación interdependiente, en lugar de ser una sola entidad o cosa.

No en vano, aunque el karma puede parecer abstracto, las situaciones kármicas no se basan en ninguna ley cósmica abstracta ni en el aspecto abstracto de la moralidad, ni en nada de eso. Más bien, antes de que se inicie la moralidad, antes de que se ponga en funcionamiento la ley cósmica, existe una energía que crea acción volitiva. El karma surge de la energía de la confusión, el caos y la ignorancia. Este es el origen del karma.

Para que el karma funcione, tenemos que tener el encuentro de dos situaciones, lo cual produce una chispa de luz, por así decirlo.14 Si frotamos dos palos entre ellos, se produce fuego y calor. De manera similar, necesitamos un entorno básico, un entorno o terreno empático, para producir karma. Ese entorno es la ignorancia. El karma radica en nuestro estado psicológico más que en cualquier otra cosa. La ignorancia es el estado psicológico original donde la situación kármica nace y se desarrolla.

En la totalidad básica de nuestra ignorancia, tenemos tendencia a desconfiar de la energía. Esa desconfianza de la energía es también una tendencia a desconfiar de nuestra separación y a desconfiar de la totalidad original, en el dharmadhatu15 original o como sea que queramos llamar a ese espacio. Para ser precisos, la ignorancia no es tanto una tendencia a no creer en la totalidad como tal, sino más bien una tendencia a no creer en la individualidad, en las chispas particulares de energía que tienen lugar –las chispas de inteligencia, energía, compasión o sabiduría–. Tendemos a no poner en duda que los destellos que se manifiestan en este particular espacio exterior16 son entidades separadas. El hecho mismo de no creer que son entidades separadas solo produce o refuerza aún más la separación. Desconfiamos de la separación porque es una amenaza a nuestro propio sentido de solidaridad, o unidad, con el espacio de origen.

En cierto sentido, no queremos convertirnos en individuos separados de nuestro origen. Tratamos de aferrarnos a la situación original, a la totalidad original, pero aferrarnos a la totalidad original implica que nosotros mismos nos estamos separando. El origen de forma automática se convierte en algo que está separado de lo que somos nosotros mismos.

Siempre que intentas agarrar o sostener algo, estás haciendo automáticamente una declaración o una expresión de separación. Esto no significa necesariamente que en realidad estés separado del origen. Pero malinterpretas la situación y empiezas a admirar la totalidad, y esa admiración conduce al desconcierto. De manera muy tenue e inconsciente, te sientes bastante inseguro acerca de quién es quién, de qué es qué y a qué hay que agarrarse. El desconcierto y la separación son casi sinónimos desde este punto de vista.

Así que ignorar la separación es un problema, pero tratar de ser uno con la totalidad también es un problema, porque esto implica un giro. Ese deseo de llegar a ser uno es la semilla del samsara, la semilla del materialismo espiritual, que se planta desde el principio, antes de que puedas llegar a considerarte «tú».17

Podríamos llamar conciencia de la madre a nuestro sentido de solidaridad con el origen o con la totalidad. Pero al mismo tiempo no queremos considerarnos hijos de esa madre en particular. Al negarnos a creer que nosotros somos hijos de alguien, ya estamos en conflicto con nuestra madre. Estamos reaccionando contra nuestra madre más que contra cualquier otra cosa, así que estamos demostrando que ya somos un niño. Creer que no eres el niño no niega en absoluto que puedas tener una madre. De hecho, lo único que hace la creencia de que no eres el niño es confirmar la existencia de la madre. También confirma que eres alguna cosa. Hay alguien allí, tratando de aislarse de su madre.

Según el abhidharma y varios textos de maha ati, de forma tradicional se dice que existen tres fases o tipos de ignorancia. El primer tipo, o fase, de ignorancia es la ignorancia de la misma ignorancia. Esta es una situación de total ignorancia, en la que se ignora tanto a la madre, o la totalidad, como al niño.

El segundo tipo, o fase, de ignorancia es la ignorancia de la incomodidad. Esta incomodidad no es tan aguda o precisa como la incomodidad de la que generalmente hablamos, que suele ser bastante definida y específica. Aquí, nuestra incomodidad es leve, una vaga sensación de que existe algo en lo que en verdad no queremos intervenir. Hay una vaga posibilidad de meterse en algo y la vaguedad en sí misma es amenazante. Puede que no sea precisamente una amenaza, porque no hemos decidido si queremos entrar o si queremos salir de ella, independientemente de lo que «eso» sea. Preferimos considerar que las situaciones son decisivamente amenazantes o placenteras. La incertidumbre es muy alarmante, aunque se trate de una alarma inexistente y transparente.

La cualidad inexistente de la incomodidad es en gran medida amenazante. Hay algo que está sucediendo, que es incierto, hasta el punto de llegar a tener certeza de ello. Te preguntas si deberías sentirte amenazado o no. Es incierto; es muy vago, extraordinariamente vago. Esa vaguedad en sí misma se vuelve inquietante; algo sucede, pero no está del todo claro si ese algo es una cosa o una no-cosa. Esta incógnita se convierte en el problema, e incluso, si no surge la pregunta, la falta de una pregunta se convierte en un problema. En otras palabras, toda la situación se encuentra totalmente turbada.

Esa turbación a menudo se expresa como un aparente estado de paz o de tranquilidad. Pero esa experiencia de tranquilidad también se vuelve amenazante en el subconsciente más débil del subconsciente del subconsciente. Algo no anda bien, así que no queremos ceder a la tranquilidad. No puedes fiarte de ella. Hay algo ahí que es extraordinariamente vago e incierto.

Has perdido por completo tu suelo, el cual es una expresión de la ignorancia. Sin embargo, la ignorancia se vuelve muy manipuladora: para protegerse y darle sentido a lo que está sucediendo, es imposible lidiar con solo un área, y se necesita lidiar con todas las áreas a la vez. Este proceso proporciona constantemente el trasfondo de nuestra psicología, todo el tiempo. Esa vaga incomodidad es el punto focal a lo largo de nuestro camino. Cuando finaliza, se llega el final del camino.

La tercera fase de la ignorancia se llama ignorancia del concepto. No se trata de ignorar conceptos; más bien, es el acto de etiquetar, pero trasciende el mero etiquetaje. Es muy sutil. Debido a que hemos estado sufriendo de vaguedad, el problema de la vaguedad, nos sentimos con ánimos de dar un paso. ¿Deberíamos estar a favor o en contra de ello? Estar a favor o en contra se vuelve más importante que mantener o validar la vaguedad en sí misma.

Así que en ese punto se empieza a generar una ligera insinuación de agresión, como de empujar o apartar; una débil sugerencia de pasión, como de magnetizar o atraer; y una débil sugerencia de ignorancia, ignorándolo todo, como de hacerse el ciego y seguir navegando.18 Esas tres posibilidades –de apartarse de las cosas, atraerlas e ignorarlas– surgen a la vez que las otras fases: la vaguedad, así como la primitiva, primordial y turbada situación de ignorancia. Estas tres cosas: la pasión, la agresión y la ignorancia nos dan la posibilidad de convertirnos en el yo, en mí mismo o en mi ego. «Soy lo que soy. Yo existo porque mis aspectos existen.» Esto es diferente de decir que existes debido a tus proyecciones. Este paso es la experiencia del espacio en el cual puedes exteriorizar o extender tu agresión, tu pasión y tu ignorancia al mundo. En otras palabras, puedes hacer que todo el mundo sea visible, en lo que a tu confusión se refiere. Decides salir de forma definitiva y crear tu propio mundo.

En ese momento, hay una tendencia a dar un pequeñísimo salto muy sutil. Las madres experimentan algo parecido cuando están pariendo. En el proceso de dar a luz, cuando la madre tiene que empujar y respirar, cada empujón se convierte en un esfuerzo heroico. Cuando de verdad llega el momento de dar a luz a tu hijo, quieres sacarlo de tu cuerpo. Estás haciendo una clara afirmación de que vas a tener este niño, que vas a hacer que el niño salga de tu cuerpo. Cuando las madres empujan y trabajan con su respiración durante el parto, el proceso es totalmente comparable al nacimiento del karma. Los empujones para dar a luz al mundo de la pasión, la agresión o la ignorancia tienen un sentido de continuidad, al igual que la continuidad que una madre siente al dar a luz a un hijo.

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