Читать книгу Josephine - Amanda Mariel, Christina McKnight - Страница 8
CAPÍTULO DOS
ОглавлениеDevon Mowbray, duque de Constantan, raramente dejaba su propiedad. Sin embargo, cuando recibió la invitación para las nupcias de Lord Ailesbury, apenas pudo resistir la tentación. Observando la sala de dibujo, estiró las piernas y espero a que apareciese el hombre. Sus pensamientos vagaron hacia aquella belleza de pelo negro con la que se había tropezado la noche anterior, pero obligó a su mente a volver al presente y a recordar por qué había venido.
Durante años había oído hablar de la Bestia de Faversham: un conde con la cara y el cuello lleno de cicatrices producidas por un incendio ocurrido hacía años. Se rumoreaba que el conde nunca salía de Faversham y que pasaba la mayor parte de su tiempo oculto en su propiedad. Devon se veía reflejado, aunque sus razones eran diferentes y mucho más problemáticas que una apariencia deforme.
Más extrañas aún eran las historias sobre la participación del conde en el trabajo de la fábrica. Se decía que profesaba miedo a su gente, a pesar del cuidado que les brindaba. Eran chorradas sobre su espantoso comportamiento, el cual casaba con su apariencia. Aquellas historias resultaban difíciles de creer, pero era también imposible negar lo intrigantes que eran.
Tamborileó los dedos sobre el apoyabrazos del sofá. A Devon le era difícil relajarse cuando estaba lejos de casa durante un largo periodo de tiempo, pero tenía que conocer al misterioso sujeto y verlo por sí mismo.
Esperaba que nada malo ocurriese durante su ausencia. Su personal era excelente y se había ocupado de tomar todas las precauciones necesarias. Debía confiar en que todo fuese bien.
Un hombre irrumpió en la habitación y Devon se levantó para saludarle.
–Lord Ailesbury, supongo.
No podía ser otra persona a juzgar por la cicatriz que cruzaba su cara. En realidad, era una cicatriz insignificante. Devon se había esperado algo mucho peor, dadas las historias que se contaban sobre aquel hombre.
–Así es, y usted debe ser el duque de Constantan. —Ailesbury le dirigió una cálida sonrisa.
Devon asintió con la cabeza. Todos los rumores habían descrito a Ailesbury de una manera incorrecta. No solo sus cicatrices estaban lejos de ser bestiales, sino que también parecía un hombre educado con una agradable actitud. Devon le ofreció una amable sonrisa.
–Es un honor conocerle y le felicito por sus próximas nupcias.
–Gracias. Debo decir que soy un hombre afortunado. —Ailesbury rio entre dientes—. Tome asiento, Su Excelencia.
–No hay necesidad de tantas formalidades. Por favor, llámame Devon o, si lo prefieres, Constantan.
Devon se relajó en un sofá de felpa. Aunque había venido con la intención de conocer a una bestia, el hombre que tenía ante sí no le decepcionaba. De hecho, sospechaba que podrían convertirse en amigos. Un inesperado, pero agradable pensamiento.
–Muy bien, y deberás llamarme Jasper. —Ailesbury se volvió hacia un lacayo que estaba cerca, le pidió que trajera algunos refrigerios y, a continuación, se sentó frente a Devon—. ¿Cómo te ha ido el viaje a Faversham?
–Bastante tranquilo. Nuestras propiedades están a menos de un día de viaje y los caminos son regulares. —Devon se cruzó de piernas—. Es una pena que no nos hayamos conocido antes.
–Es cierto —dijo Jasper—. Antes de conocer a la señorita Adeline, mi futura esposa, nunca salía de Faversham.
–Tenemos algo en común, ya que yo raramente dejo mis tierras.
Un sirviente entró con una bandeja de plata repleta de dulces, galletas, una jarra y vasos. Los ojos de Jasper se llenaron de curiosidad, aunque no le preguntó los motivos de su reclusión.
Devon aceptó un vaso de limonada.
–Demasiadas responsabilidades hacen que me sea difícil alejarme.
No era una mentira, ya que sus deberes para con su madre y para con la familia eran responsabilidades que le exigían estar cerca.
–Comprendo perfectamente lo ocupado que puede estar un hombre con sus tierras —dijo Jasper—. Aquí en Faversham siempre hay alguien o algo que requiere mi atención.
–He oído decir que tu casa fue una vez un monasterio. Es tan impresionante como las tierras.
Devon había oído la misma cantidad de historias sobre la propiedad y sobre los alrededores que sobre aquel hombre. Ahora se preguntaba si también esas historias eran erróneas.
–De hecho, lo fue. Tal vez, te gustaría unirte al señor Felton Crawford y a mí para un paseo por la propiedad. —Jasper dio un mordisco a una galleta.
–Sería un honor.
Devon se sorprendió por la sinceridad que había en su tono. Había venido aquí movido por la curiosidad y había esperado volver a casa con la confirmación de todos los rumores que le habían contado. En lugar de eso, estaba disfrutando sinceramente de Faversham y de la compañía del hombre que lo dirigía. Quizás, su viaje resultaría ser una bendición.
Devon se relajó y decidió disfrutar de su estancia en Faversham Abbey y de la fluida conversación en la que se había sumergido con Jasper.
Algunas horas después, Devon estaba montando su semental por los terrenos de Faversham con Jasper y Felton. Le habían dicho que Felton se había casado con la amiga de la señorita Adeline. Según Jasper, las chicas eran muy cercanas y, del mismo modo, también sus maridos.
Devon descubrió que le caía bien Felton. Se llevaba bien con ambos hombres y se percató de que se lo estaba pasando mejor de lo que había creído. Acercándose a un pasaje poblado de árboles, Devon aminoró el paso de su montura y siguió a Jasper. Un estrecho sendero que se abría entre los árboles permitía que pasase solamente un caballo detrás de otro. Las ramas de los árboles se extendían sobre ellos, arrojándolos en las profundas sombras, y gruesos arbustos y matorrales flanqueaban los lados del camino. Devon se inclinó hacia un lado para evitar que se le enganchase el abrigo con una solitaria rama mientras se encaminaban hacia el final del trayecto, donde se podía ver la luz del sol.
–El último que llegue al otro lado del terreno tendrá que cepillar a los caballos cuando regresemos —dijo Felton, preparando a su caballo para el galope.
–Espero que te guste la tarea —respondió Jasper.
Devon se concentró en la abertura que había al final del camino.
–Para eso es para lo que sirven los novios.
–No me digas que ensuciarte las manos es demasiado para ti —dijo Felton desde atrás.
–No puedo soportarlo —dijo Devon, mientras los hombres salían del sendero al campo abierto.
Obligó a su semental a alcanzar la máxima velocidad, montando en un completo abandono por el campo, decidido a alcanzar la victoria.
Un dolor candente le atravesó el hombro. Un momento después, cayó sobre la cálida y alta hierba del campo. ¿Qué demonios había sucedido? Se esforzó por llenar sus pulmones de aire mientras giraba la cabeza para inspeccionar de dónde provenía aquel lacerante dolor. Una flecha le sobresalía. La punta de flecha que se había introducido en su carne había dejado un agujero en su camisa, ahora deshilachada.