Читать книгу Casados para Dios - Christopher Ash - Страница 8
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Ana estaba entumecida. Hace apenas seis meses había puesto su confianza en Jesucristo. Esta noche tendría su primera cita con un cristiano. Marcos parecía tener un pasado intachable: venía de un hogar cristiano amoroso, poseía una fe cristiana genuina desde que tenía memoria y no había tenido ninguna novia oficial antes. Ahora le había pedido una cita a ella, a Ana.
Ana lo encontraba muy atractivo, en el sentido físico y también como un amigo cristiano al que respetaba y con el que le encantaba estar. Se supone que tenía que estar entusiasmada, pero se sentía entumecida. Es que el pasado de ella era un gran desastre en comparación con el de él. Ahora, todo ese pasado volvía como un diluvio: su hogar disfuncional, el divorcio caótico de sus padres y sus dos “padrastros” que duraron muy poco; la horrible presión escolar para que no fuera una “virgen” (un término infame de desdén, ¡cuánto la aterraba!); la noche en que la presionaron para que durmiera con un joven por primera vez; el descenso gradual hacia el sexo barato, que la hacía sentir sucia, pero que no podía resistir por miedo a que no la amaran.
A estas alturas, por poco estaba programada para esperar que las citas terminaran en la cama. Sabía en su mente que esta tenía que ser distinta, pero estaba paralizada por el miedo y el arrepentimiento. “¿Cómo puedo ser cristiana yo?”, se preguntó. “Estoy sucia, soy un producto de segunda selección. La pureza es el sueño de los otros, pero nunca podrá ser una realidad para mí”. Anhelaba la pureza.
Por eso, cuando Marcos llegó a la puerta, en vez de encontrar a la Ana alegre y relajada que había conocido en el grupo de jóvenes de la iglesia, encontró a una chica tensa y con trazas de lágrimas en las mejillas.
Al comenzar nuestro estudio de la Biblia, quiero dedicar el primer capítulo a la gracia. Esto es muy importante. Si no entendemos la gracia, malentenderemos toda la enseñanza bíblica sobre el sexo y el matrimonio. Lo que Ana necesita es gracia, y en realidad Marcos necesita tanta gracia como ella. A menos que empecemos con la gracia, terminaremos en la desesperación o en la arrogancia.
Espero que este libro sirva para algo más que solo transmitir información. Quiero que, a medida que nos relacionemos con la enseñanza bíblica sobre el sexo y el matrimonio, todos seamos transformados por Dios. Este libro pretende persuadir además de informar. Pero debo ser realista, pues tanto ustedes como yo abordamos el sexo y el matrimonio con toda clase de lastres. Traemos lastres a nivel personal debido a nuestras historias individuales. También traemos lastres colectivos, que vienen de la cultura a la que pertenecemos. No llegamos a este libro, ni al matrimonio, como individuos libres que viajan ligeros. Nos tambaleamos bajo el peso de múltiples maletas llenas de historias y de nuestra cultura. Eso es tan cierto para Marcos como para Ana, tan cierto para mí como para ustedes.
Tenemos nuestras propias historias personales de experiencia o inexperiencia sexual; de esperanzas cumplidas o postergadas; de anhelos o aversiones; de satisfacción o frustración; de temor, ansiedad, deleite y arrepentimiento. Lo que hemos hecho o no hemos hecho, cómo nos han tratado o maltratado los demás… todo eso moldea lo que creemos.
Algunos queremos justificar nuestro comportamiento, así que deseamos contar con un sistema de creencias que diga que lo que hicimos está bien. Queremos poder decir: “Fue comprensible ―incluso justo o bueno― que hiciera eso o aquello. Puedo estar orgulloso, o por lo menos no estar avergonzado, por comportarme así”.
Pero si sabemos que nuestro comportamiento fue incorrecto, podemos vernos paralizados por el pesar y la sensación de que no podemos volver a comenzar, tal como Ana. O quizás fuiste abusado o te presionaron a tener un comportamiento sexual del que te avergüenzas, aunque no haya sido culpa tuya. Todo esto afecta profundamente la manera en que abordamos este asunto.
A nivel colectivo, todos pertenecemos a una cultura que sugiere que el sexo es aceptable en diversas clases de relaciones. Todas las telenovelas, todas las películas y todas las revistas presentan estos comportamientos y actitudes libertinas hacia el sexo como si fueran normales. Nos invitan a pertenecer a la cultura compartiendo esas actitudes. Estamos mucho más moldeados por nuestro medio que lo que nos gustaría admitir.
Ya que los sentimientos sexuales nos afectan tan profundamente, debemos ser realistas respecto a nuestra fragilidad y a los lastres y heridas con que llegamos a esta esfera. Ni ustedes ni yo escuchamos la enseñanza bíblica de forma neutral, esperando que Dios escriba Su voluntad en nosotros como hojas en blanco. Nuestras hojas ya están llenas de garabatos, palabras tachadas y más garabatos. Llegamos como hatos de prejuicios, con oídos que, en el mejor de los casos, están a medio abrir.
Por lo tanto, antes de invitarte a acompañarme para que seas transformado por la enseñanza bíblica, quiero decir tres verdades básicas sobre Dios y el sexo. Las tres tienen que ver con la gracia.
La Biblia se dirige a los que tienen un pasado sexual estropeado
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios
(1 Corintios 6:9-11)
La primera verdad es esta: la Biblia se dirige a los hombres y las mujeres que están totalmente estropeados en el área sexual. Tendemos a pensar que el cristianismo es para los exitosos en el plano sexual, para los que tienen todo en orden, para los respetables o para los que tienen historiales limpios. Todo lo contrario: cuando Pablo les escribe a los nuevos cristianos de Corinto, entrega una lista terrible de maldades, que incluye desórdenes sexuales. Luego dice: “Y esto erais algunos”. Si se contaran las historias de los hombres y las mujeres de la iglesia de Corinto, algunas no serían aptas para los niños. Entre ellas, habría historias muy terribles de desastres morales en el área sexual. Dudo que las historias de confusión sexual que pudieran contar un pastor o un doctor hoy sean peores que las historias que Pablo debe haber oído en Corinto. Deben haber incluido sexo casual, abusos (relatados por víctimas y victimarios), prácticas homosexuales y probablemente mucho más.
Hay un chiste antiguo en que un hombre le pregunta a un extraño cómo llegar a un lugar. Cuando el extraño escucha cuál es el lugar al que quiere ir esa persona, responde: “Bueno, si yo fuera tú, no partiría aquí”. Hay gente que piensa que el cristianismo es así: cuando le preguntamos cómo vivir correctamente, el cristianismo dice: “Bueno, si yo fuera tú, no partiría donde tú estás. Ya metiste la pata; no tienes esperanza”. Una vez más, lo cierto es todo lo contrario. Jesús, el gran doctor, vino para los enfermos, no para los que pensaban estar bien (Mateo 9:12-13). Este libro no es para el fariseo que le da gracias a Dios porque tiene un historial limpio en el plano sexual, a diferencia de esa gente inmunda de la que lee en la prensa. Es para el fracasado que dice: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:9-14).
El hecho de que el evangelio sea para los fracasos sexuales tiene dos implicaciones. Si pienso que básicamente estoy limpio (como tal vez pensaba Marcos), el evangelio me enseña que no lo estoy y me recuerda que en el área de los deseos sexuales, si no en mis acciones, estoy lejos de la pureza de corazón. Por el otro lado, si, al igual que Ana, estoy muy consciente de mis fallas y tengo cicatrices, el evangelio me dice que Jesucristo vino precisamente para mí.
Al leer este libro, podrías pensar que yo, el escritor, tengo todo en orden y he ganado las batallas morales del área sexual. Podrías pensar que, ya que tengo una esposa amorosa y cuatro hijos, todo está bien en mi vida. Estarías muy equivocado si pensaras eso. Dios me ha dado una esposa muy amorosa y le agradezco por ella, pero hay momentos en que a ambos se nos hace difícil tratarnos con amor, momentos en que peleamos, en que las cosas entre nosotros se enfrían y se ponen dolorosas. Dios nos ha confiado tres hijos y una hija, y le agradecemos por ellos, pero hay momentos en que ser padres nos es muy difícil y sumamente doloroso, como le pasa a la mayoría de los padres. ¡Y estoy seguro de que hay ocasiones en que para ellos es muy difícil ser hijos nuestros! Veinticinco años después de casarme, mis deseos sexuales siguen siendo una confusión moral, una mezcla entre el deseo saludable por mi esposa y atracciones nocivas por otras mujeres, revistas inmorales y otras cosas por el estilo. Esta confesión no es increíble ni merece cobertura mediática (“Pastor confiesa pecado de lujuria ¡Asombro, horror!”); simplemente es lo que nos ocurre a todos, de una u otra manera. Debemos recordar que la Biblia se dirige a los que están estropeados en el plano sexual.
Jesucristo ofrece perdón y restauración a los que tienen un pasado sexual estropeado
Ni yo te condeno; vete, y no peques más
(Juan 8:11).
La segunda verdad básica sobre Dios y el sexo es esta: las buenas nuevas de Jesucristo ofrecen perdón a los que tienen un pasado sexual estropeado. El pecado sexual no es el pecado imperdonable, y las lesiones sexuales no son irreparables. No importa lo que hayamos hecho, visto o pensado, ni tampoco lo que nos hayan hecho, la Biblia nos habla “la palabra de [la] gracia [de Dios]” (Hechos 20:32). La Biblia está saturada de muestras de esta gracia. Las familias de Abraham, Isaac y Jacob fueron extremadamente disfuncionales, pero el linaje prometido de Cristo pasó por ellas. El rey David cometió adulterio y después hizo un plan para asegurarse de que el esposo de la mujer fuera asesinado en la batalla, pero se arrepintió de su maldad y fue perdonado (2 Samuel 11-12; Salmo 51). ¡La mujer con la que cometió adulterio incluso recibe una mención especial en el árbol genealógico de Jesucristo! (Mateo 1:6).
Aunque muchas veces la gente espera que la Iglesia condene a los que han cometido errores en el área sexual, debería ocurrir todo lo contrario. Debemos seguir las pisadas de Jesús, que le da vida nueva a una mujer con un pasado muy oscuro (Juan 4:1-42) y perdona a una mujer atrapada en el acto mismo del adulterio (Juan 8:1-11). La pureza de Jesús y Su oferta de perdón atraían a las prostitutas (p. ej., Lucas 7:36-50). De hecho, los fracasos sexuales entraron al Reino de los cielos antes que los que pensaban estar limpios (Mateo 21:31-32). Los fariseos ataban cargas pesadas de obligación religiosa y las echaban a cuestas de la gente, convirtiendo así toda la religión en algo difícil de llevar (Mateo 23:4). En contraste, el Señor Jesús no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que centellea débilmente (Mateo 12:20 citando Isaias 42:1-4). Su yugo es fácil y ligera Su carga (Mateo 11:29-30). Por lo tanto, cualquiera sea nuestro pasado, nuestros pensamientos, nuestros deseos, quizá incluso nuestras acciones y relaciones incorrectas, Jesucristo nos ofrece perdón y gracia a ti y a mí.
Y os restituiré los años que comió… la langosta…(Joel 2:25)
Este perdón y esta restauración se ilustran de manera hermosa en una profecía de Joel, en el Antiguo Testamento. Una vez, mi esposa y yo estábamos intentando ayudar a una amiga muy querida cuya vida era un tormento por los recuerdos de un pecado sexual. Lo había dejado hace mucho, pero los recuerdos seguían perturbándola. Nada de lo que le decíamos parecía ayudarla hasta que mi esposa la llevó a la profecía de Joel, que fue dirigida a un pueblo cuya tierra y cuyas vidas se habían visto asoladas por una plaga de langostas como castigo por sus pecados. Sabían que era culpa suya, y se arrepintieron, pero parece que habían perdido la esperanza de que sus vidas fueran restauradas. Deben haber pensado así: “Fuimos demasiado lejos, nos arruinamos demasiado, perdimos nuestras opciones”.
Entonces escucharon este mensaje de parte de Dios: “Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta” (Joel 2:25). Este versículo predica el evangelio en el Antiguo Testamento y anticipa la promesa de Cristo. Por arruinada y asolada que esté tu vida en el área sexual, si te vuelves a Cristo, Él promete restaurar los años que comió la langosta. Eso no significa necesariamente que tendrás satisfacción sexual en esta vida, aunque bien podría incluir una buena medida de sanidad y restauración. Pero sí significa más allá de toda duda algo más profundo: un perdón pleno y gratuito, y un nuevo comienzo. ¡Y sí significa que en el mundo por venir experimentarás una satisfacción y realización que, en comparación, opacará al mejor sexo del mundo!
La gracia de Dios nos permite vivir vidas de pureza
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras
(Tito 2:11-14).
La tercera verdad básica respecto a Dios y el sexo nos lleva más allá del perdón. Es esta: el Dios que nos perdona en Su gracia también actúa en nuestro interior con poder para cambiarnos. Dios no solo nos perdona para dejarnos seguir como estábamos antes (no muy bien). En lugar de eso, coloca Su Espíritu, Su propia presencia, en nuestros corazones como Su poder personal para invadir, limpiar, y remoldear nuestro corazón estropeado. Como Pablo le dice a su colega Tito en el pasaje bíblico anterior, la gracia de Dios nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir vidas nuevas. Jesús vino a purificar para Sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.
Independientemente de nuestras historias, nunca debemos subestimar el poder de la gracia para enseñarnos y purificarnos. Después de entregarle esa lista terrible de pecados a la iglesia de Corinto, Pablo añade: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados [apartados para que ahora vivan diferente], ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:9-11).
Hace algunos años, leí un best seller de psicología popular. Esos libros siempre me deprimen porque dicen, más o menos, que si esto o aquello ocurrió en tu niñez, verás ciertas consecuencias malas en tu adultez. Al leerlos, muchas veces siento, en primer lugar, que mis padres cometieron algunos de esos errores durante mi niñez (¡como lo hacen todos los padres, aunque en verdad los míos fueron maravillosos!), y, en segundo lugar, que yo, por mi parte, cometí todos los mismos errores con mis propios hijos durante su niñez. Pareciera que no hay esperanza para ninguno de nosotros. Sin embargo, recuerdo vívidamente el comentario de un buen amigo cuando conversamos sobre el libro. “El problema de ese libro”, dijo, “es que no da lugar a la gracia”. ¡Cuánta razón tenía! La gracia de Dios puede irrumpir en la vida más estropeada y traer limpieza, y luego esa misma gracia puede enseñarle a la vida limpiada a ser una vida de pureza creciente. Eso es tan cierto del área sexual como en cualquier otra área de la vida humana.
Por lo tanto, mientras estudiamos la Biblia juntos, nunca te olvides de que les habla a los que tienen historias de ruina y lesiones, y Jesucristo les ofrece perdón y restauración. Tampoco olvides nunca que, por Su gracia, Dios puede convertir una vida estropeada en una vida de pureza creciente, que será perfeccionada cuando Él, a la postre, nos dé cuerpos resucitados.
Para estudio y discusión
Vuelve a leer los pasajes principales que se abordan en este capítulo (1 Corintios 6:9-11; Juan 8:11; Joel 2:25 y Tito 2:11-14).
1 ¿Quiénes son las personas que más te han influenciado con sus ejemplos (buenos o malos) en el área del sexo y el matrimonio? Piensa tanto en la gente que conoces como en los personajes que has visto en películas, series, revistas o libros.
2. Describe esos ejemplos, ya sean buenos o malos. ¿Cómo se han comportado esas personas y qué has aprendido de ellas (positivo o negativo)?
3. ¿Cómo han influenciado tus nociones de lo que es bueno y malo?
4. Si estás casado (o quizás lo estés un día), ¿qué “lastres” crees que llevas al matrimonio, en cuanto a ideas y expectativas?
5. Detente para llevar esos “lastres” en oración delante de Dios. Ora a la luz de las verdades de la gracia presentadas en este capítulo y pídele a Dios que las enraíce en tu corazón. Reclama el perdón y la limpieza de Cristo para tu pasado.
6. ¿Cuáles son tus áreas de lucha en el ámbito de la pureza sexual? ¿Cómo piensas que puedes progresar, por la gracia de Dios? Ora pidiendo gracia para ser más puro en el futuro.