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ОглавлениеSOBRE LA ADIVINACIÓN
INTRODUCCIÓN
1. Datación
Según un pionero estudio de R. Durand, el tratado De divinatione se concluyó después de la muerte de César (cf. I 119; II 99) 1 si bien Cicerón debió de escribir la mayor parte del mismo entre el mes de enero, aproximadamente, y los idus de marzo del año 44. Esta tesis fue cuestionada en parte por W. A. Falconer, y, más recientemente, por S. Timpanaro, quienes consideran posible que la obra todavía se estuviese redactando al producirse el asesinato del dictador 2 . El libro segundo del tratado ofrece un extenso proemio—que hace, en realidad, funciones de epílogo—, insertado, seguramente, poco después de la muerte de César, como sugiere la voluntad que expresa el autor de regresar a la escena política (II 6-7), a la vista de la nueva situación creada. Pese a los descuidos de carácter literario que también ofrece este tratado ciceroniano, no parece que haya que pensar en una publicación póstuma 3 . El título de la obra es traducción del Peri mantikês habitual en la literatura griega sobre el tema (Crisipo, Posidonio, etc.; cf. I 6).
2. Estructura, contenido y fuentes
La obra carece de dedicatoria 4 . La acción, que transcurre durante un solo día, se desarrolla en la villa ciceroniana de Túsculo; en su Liceo tiene lugar la conversación que ocupa la primera parte del tratado, contenida en el primer libro, mientras que en la biblioteca de ese mismo Liceo se desarrolla la segunda parte (cf. I 8 y II 8, respectivamente). Intervienen en el diálogo—amenizado mediante la inclusión de apóstrofes (I 8-11; II 100, 150), de gran cantidad de relatos breves (I 57) y de abundantes citas literarias—el propio Marco Tulio Cicerón, quien introduce la obra y pronuncia la charla contenida en el libro segundo, y su hermano, Quinto, quien expone sus tesis en defensa de la existencia de la adivinación—desde un punto de vista fundamentalmente estoico—en el libro primero 5 . El libro segundo es un alegato ciceroniano frente a la concepción estoica de la adivinación, y, más aún, frente a los embustes que solía propiciar la mántica, profusamente practicada en la época y que, en realidad, también había sido denunciada ya por Quinto, al final de su discurso (I 132). Este segundo libro hace, por tanto, de contrapunto del primero; su factura revela cómo el autor lo redactó con el primer libro a la vista, pasando rápidamente sobre éste e incluso citándolo, en ocasiones, de manera casi literal (cf., por ejemplo, I 71 y II 107, I 82-83 y II 101-102). A diferencia de lo que ocurre en el De natura deorum (cf. III 95), este tratado carece de una conclusión propiamente dicha; Quinto, no obstante, se muestra hacia el final de la obra claramente propenso a aceptar la mayoría de las críticas dirigidas por Cicerón hacia los postulados de su escuela (II 100). El tono general del debate—pese a la relativa vehemencia con la que a veces llegan a expresarse sus interlocutores (cf., por ejemplo, I 22; II 46, 136), propia de una conversación íntima o familiar (II 28; cf. Nat. I 61)—se mantiene en todo momento dentro de la moderación, sin que el lector llegue a percibir con nitidez ese "tenso debate" (disceptatio contentioque) al que se alude hacia el final de la obra (II 150).
Como ya hemos indicado, el tema de la adivinación se encontraba muy ligado tanto al problema de la existencia de los dioses (I 9-10) como al del destino (II 19), y, pese a ser de honda raigambre tanto en la cultura griega como en la romana, podía considerarse, al mismo tiempo, de una gran actualidad 6 . Es probable que Cicerón, augur en ejercicio desde marzo del año 52 7 y vivamente interesado por estas cuestiones (como refleja el hecho de que también redactase un De haruspicum responso y un De auguriis) 8 , considerase urgente, en el momento de escribir su De divinatione , llevar a cabo una crítica profunda de la superstición y de la superchería que se habían ido abriendo camino poco a poco—tanto en el ámbito público, como, sobre todo, en el estrictamente privado 9 —frente a la religión romana tradicional, que la población percibía ya, en cierto modo, como un complejo y apenas comprensible repertorio de ritos arcaicos. Al mismo tiempo, Cicerón criticaba las complacientes y encastilladas creencias estoicas a propósito de la adivinación (I 10; II 37), así como el clima de temor y de ansiedad al que tal relajación conducía (destacan, en este sentido, las afirmaciones recogidas en II 148-150) 10 . La relativa vehemencia con que Cicerón trata toda esta cuestión revela, sin duda, interés y preocupación, y es comparable, en cierto modo, a la ya mostrada por Lucrecio para referirse a los males que acarreaba, desde una perspectiva epicúrea, la opresora religio 11 (al propio Lucrecio parece estar respondiendo Cicerón mediante su superstitio... oppressit de Div. II 148). Es probable que, al plantearse el problema, el autor también se viera influido por la postura que mantenían al respecto defensores de la mántica—e íntimos amigos suyos—como Apio Claudio Pulcro y Publio Nigidio Fígulo.
El racionalismo de tipo pragmático que, hasta cierto punto, caracteriza el discurso ciceroniano 12 puede entenderse, seguramente, como un último intento de preservar la tradición ritual y religiosa que había sustentado al Estado desde sus orígenes (fundamentum rei publicae) 13 , una vez apartada de los graves males que entrañaba el cultivo de la superstición (cf. II 149) 14 . Conviene destacar, en cualquier caso, que no parece que Cicerón creyera en la supuesta verdad subyacente bajo tal tradición (como demuestra hasta cierto punto, en clave literaria, su significativa aposiopesis de II 28, o un pasaje como el que se lee en II 70). Más bien cabe entender que, desde su perspectiva, ante una situación de crisis evidente—tanto en el aspecto político, como en el social 15 —, se imponía en cierto modo dar ‘un paso atrás’, no porque las instituciones religiosas del pasado se fundasen en la verdad, o porque se considerase suficiente—desde una ingenuidad impropia de Cicerón—una theologia civilis como la que hasta entonces se había practicado de hecho, sino por creer que, desde tal situación previa, todavía era posible un replanteamiento ordenado del papel que había de desempeñar la religión en el seno del Estado y de la sociedad. Se trata de un impulso que, en cualquier caso, las íntimas contradicciones del paganismo fueron ya incapaces de propiciar 16 .
También en esta obra se incluyen algunos excursos poéticos de interés, entre los cuales destacan los 78 versos del De consulatu suo ciceroniano que se citan, de boca de la musa Urania, en I 17-22. Este opúsculo, en el que el propio Cicerón elogiaba, desde una notable autoestima, los aciertos de su consulado (año 63) 17 , se inscribía dentro de la producción épico-propagandística de nuestro autor 18 , y debió de finalizarse hacia el mes de diciembre del año 60. El pasaje citado en el De divinatione —escrito bajo una perspectiva autobiográfica muy distinta ya—alude, sobre todo, a una serie de episodios ocurridos en el 63 (también recogidos en Catil. Ill 18-22) 19 , y debía de pertenecer al segundo de los tres libros que componían la obra. En I 106, Cicerón cita, asimismo, un fragmento de su poema titulado Marius. También cabe destacar que nuestro autor incluyó en su obra un buen número de citas de poesía arcaica romana, entre las que destacan por su número las procedentes de Enio (cf., por ejemplo, I 107-108, donde se recogen los auspicios tomados por Rómulo y Remo acerca de quién había de fundar la ciudad de Roma; se trata del fragmento más largo—veinte hexámetros—que se haya conservado de los Annales).
Cicerón declara abiertamente, a través del personaje de Quinto, que no busca la originalidad (I 11), y, de hecho, parece haber recurrido para la confección de la obra a un nutrido número de fuentes, cuya identificación—como en el caso del De natura deorum —ha sido objeto de gran debate, debido sobre todo a la pérdida casi completa de tales fuentes y a la falta de testimonios suficientes al respecto 20 . En su conjunto, el libro protagonizado por Quinto refleja las tesis estoicas más extendidas acerca de la adivinación, debido seguramente a la influencia de Posidonio (cf. I 64, 87-96, 117-131) 21 , autor a través del cual habría podido recabarse también la opinión de autores como Cratipo o Crisipo 22 . El catálogo doxográfico que aparece en I 5-7, análogo en cierto modo al de Nat. I 25-41, deriva probablemente de una colección de placita. El libro segundo ofrece un proemio original (II 1 -7); el resto pudo inspirarse, sobre todo, en la obra del académico Carnéades, a través de Clitómaco (como parece sugerir la referencia a los haruspices Poeni de II 28; cf. Nat. III 91). El tratado De providentia (Perì pronoías) de Panecio—quien se distinguía de los demás estoicos por su acendrado escepticismo en lo referente a la adivinación—fue, probablemente, la fuente utilizada para el excurso astrológico que se contiene en II 87-97 23 . Los exempla introducidos en la obra son—como en el caso del De natura deorum —de ambientación romana 24 , y se alude en ellos a autores como Celio 25 , Fabio Píctor, Gelio, Gayo Graco, Sila o Sisena, entre otros. Es probable—aunque no forzoso—que Cicerón extrajese sus testimonios de una antología de tales fuentes, y no de las obras de los mencionados autores por separado.
En su De divinatione , Cicerón alude a gran cantidad de fenómenos relacionados con el complejo mundo de la adivinación, que él define al principio de la obra como praesensio et scientia rerum futurarum (I 1; Quinto la caracteriza en I 9, desde sus postulados estoicos, como earum rerum, quae fortuitae putantur, praedictio atque praesensio). Su clasificación de los fenómenos adivinatorios se basa, fundamentalmente, en la diferencia que existe entre adivinación ‘natural’ (naturalis) , procedente por vía directa de los dioses (delirio profético y sueños, fundamentalmente; cf. II 100), y adivinación ‘artificial’ (artificialis) , que es la que se apoya en la larga serie de técnicas utilizadas por la humanidad, desde tiempos ancestrales, para conocer el futuro, sin que medie para ello la intervención de la divinidad (a través, por lo general, de la propuesta de una coniectura , pronóstico basado, a su vez, en la observación regular de los fenómenos; al respecto cf., por ejemplo, I 12) 26 .
La interpretación ideológica del De divinatione ciceroniano ha suscitado durante los últimos años un vivo debate entre historiadores y filólogos, quienes se han interesado tanto por su trasunto político-social (de carácter abiertamente anticesariano, según algunos) 27 , como por la opinión personal de Cicerón sobre la cuestión 28 .
3. Pervivencia y transmisión textual
La obra contó, seguramente, con muy pocos lectores entre los contemporáneos de Cicerón 29 . Sus primeras influencias claras se detectan en Valerio Máximo (cf., por ejemplo, Fact. dict. mem. I 1-8), Verrio Flaco, Plinio el Viejo, Plutarco y Aulo Gelio 30 . Posteriormente fue leída y utilizada por autores como Minucio Félix, Arnobio, Lactancio, Macrobio, S. Jerónimo, S. Agustín, Prisciano, Boecio y otros muchos, pasando así a formar parte del corpus filosófico ciceroniano más leído en la Edad Media (es decir, del llamado ‘corpus de Leiden’), cuyos primeros manuscritos conservados datan del siglo IX 31 . En el caso de España, este tratado circula por los mismos cauces que el De natura deorum , sin que pueda observarse una especial influencia literaria 32 , pese al vivo interés que el tema de la adivinación suscitó siempre en nuestra península 33 .
4. Bibliografía
Para nuestra traducción hemos seguido el texto teubneriano fijado por Remo Giomini (M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 46: De divinatione, De fato , Timaeus; edidit... , Leipzig, 1975 [cf. S. LANCIOTTI , RFIC 107, 1979, págs. 73-82; W. D. LEBEK , Gnomon 51 (1979), 245-247; K. VRETSKA , Anzeiger für die Altertumswissenschaft 33 (1980), cols. 4-6]) 34 , que sustituye—aunque sólo parcialmente—al editado en la misma colección por W. Ax (Ottonis Plasberg † schedis usus), M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt omnia. Fasc. 46: De divinatione, De fato, Timaeus; recognovit... , Stuttgart, 1977 [1938] 35 , y que se basa sobre el testimonio de los tres códices más importantes para la constitutio textus de nuestros tratados: Voss. Lat. F. 84 (A; med. s. IX ), Voss. Lat. F. 86 (B; med. s. IX ) y Vindob. Lat. 189 (V, princ. s. IX ).
Una larga lista de comentarios y de ediciones anotadas facilita A. S. PEASE , Div. , pág. 7, n. 1; este mismo autor recoge en su monumental comentario un extenso apartado en el que se consignan los manuscritos que transmiten la obra (págs. 604-619), otro en el que se recoge mención de las ediciones impresas publicadas hasta mediados de nuestro siglo (págs. 620-632; cf., igualmente, R. GIOMINI , págs. XXXVI-XXXVII) y un tercero en el que se incluyen las traducciones de la obra publicadas hasta la fecha de publicación de su trabajo (págs. 632-634, R. GIOMINI , págs. XXXVIII-XLVI) 36 .
Las obras que hemos consultado para nuestra traducción han sido, fundamentalmente, las siguientes 37 :
A. S. PEASE , M. Tulli Ciceronis de divinatione libri duo , Darmstadt, 1963 [= University of Illinois Studies in Language and Literature 6 (1920), 161-500; 8 (1923), 153-474]; según advierte Pease (pág. 7), su texto se inspira en el establecido por C. F. W. Müller (Leipzig, 1878).
W. A. FALCONER , Cicero. De senectute, De amicitia, De divinatione , Cambridge (Mass.) - Londres, 1992 [1923].
S. TIMPANARO , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Milán, 1988 (hay una 2.a ed., sin cambios, de 1991 [cf. N. SCIVOLETTO , GIF 41 (1989), 112-114]).
CHR . SCHÄUBLIN , M. Tullius Cicero. Über die Wahrsagung , Múnich - Zúrich, 1991 (cf. D. S. LEVENE , Classical Review 109, n. s. 45 [1995], 167; J. G. F. POWELL , Gnomon 68 [1996], 549-551) 38 .
1 «La date du De divinatione» , en Mélanges Boissier. Recueil de mémoires concernant la littérature et les antiquités romaines dédié à Gaston Boissier , París, 1903, págs. 173-183.
2 Cf. W. A. FALCONER , «A review of M. Durand’s La date du De divinatione», Classical Philology 18 (1923), 310-327. Según opina S. TIMPANARO , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Milán, 1988, pág. LXXI, Cicerón escribió el libro primero antes del 15 de marzo (al menos hasta I 119), concluyendo el resto de este libro y el libro segundo con posterioridad a esta fecha (frente a esta propuesta, cabe mencionar el testimonio de Div. II 142, como apunta F. Guillaumont en R. GOULET [dir.], II, C 123, pág. 387). Tomando en consideración el testimonio de Div. I 43-45 y Cartas a Ático XV 11 (8 de junio del 44), J. Boes considera que la obra debió de publicarse a partir de mediados de junio (cf. «À propos du De divinatione , ironie de Cicéron sur le nomen et l’omen de Brutus», Rev. Ét. Lat. 59 (1981), 164-176; La philosophie el l’action dans la correspondance de Cicéron , Nancy, 1990, pág. 238). Sobre la cronología del De divinatione puede consultarse, igualmente, M. RUCH , págs. 175-177; A. S. PEASE , Div. , págs. 13-15; R. GIOMINI , págs. VI-XVII, esp. IX, Problemi cronologici e compositivi del De divinatione ciceroniano , Roma, s. a. [1971].
3 Cf. A. S. PEASE , Div. , págs. 18, n. 82, 28-29, 248, quien considera estos descuidos (cf., por ejemplo, I 87, 127) como fruto de la gran rapidez con que Cicerón elaboró el tratado; M. L. COLISH , págs. 121-122, señala, igualmente, las frecuentes contradicciones que se observan entre ambas partes de la obra, mientras que para M. VON ALBRECHT , págs. 412-414, el libro primero adolece deliberadamente de falta de sistematismo, a diferencia del segundo. A pesar de todo ello, S. TIMPANARO , pág. XXVII, estima, con razón, que se trata de «una delle opere più artisticamente vive e filosoficamente intelligenti di Cicerone».
4 Cf. M. RUCH , págs. 295-297; S. TIMPANARO , pág. LXXXIII.
5 Cf. A. S. PEASE , Div. , pág. 16; cabe destacar, no obstante, cómo Quinto muestra en algunos lugares simpatías peripatéticas (cf. Div. II 100; Del supremo bien y del supremo mal V 96; en general, véase L. REPICI , «Gli stoici e la divinazione secondo Cicerone», Hermes 123 [1995], 175-192).
6 Como demuestra, además, la mucha literatura escrita sobre el tema en la época y hoy, lamentablemente, perdida (cf. H. BARDON , La littérature latine inconnue, I: L’époque républicaine , París, 1952, págs. 306- 316). Para un estado general de la cuestión remitimos a la excelente introducción que ofrece S. TIMPANARO , págs. VII-CI. La bibliografía al respecto es, por lo demás, sumamente amplia, y va desde la clásica contribución —todavía útil en muchos aspectos— de A. BOUCHÉ -LECLERCQ , Histoire de la divination dans l’antiquité, IV: Divination italique (étrusque, latine, romaine) , Nueva York, 1975 [París, 1882], hasta las modernas y escuetas síntesis de J. Linderski (cf. S. HORNBLOWER , A. SPAWFORTH [eds.], The Oxford Classical Dictionary , 3.a ed., Oxford - Nueva York, 1996 [19702 , 1949], pág. 488, s. v. ‘divination’) o D. Briquel (H. CANCIK , H. SCHNEIDER [eds.], Der Neue Pauly , III: C1 - Epi, Stuttgart - Weimar, 1997, cols. 714-718, s. v. ‘Divination’), por ejemplo, pasando por obras tan conocidas como la de R. BLOCH , La adivinación en la antigüedad , tr. V. M. SUÁREZ , Méjico, 1985 [= La divination dans l’antiquité , París, 1984], Hemos de abstenemos aquí, por tanto, de facilitar una relación más pormenorizada de títulos.
7 Cf. J. LINDERSKI , «The aedileship of Favonius, Curio the Younger and Cicero’s election to the augurate», Harvard Studies in Classical Philology 76 (1972), 181-200, esp. 199.
8 El De auguriis se escribió, probablemente, después del De divinatione (cf. II 76); el De haruspicum responso suele datarse hacia mediados del 56.
9 Y en éste último destacaba, sin duda, la intervención de la mujer romana, según ha destacado S. MONTERO , Diosas y adivinas. Mujer y adivinación en la Roma antigua , Madrid, 1994.
10 Sobre el concepto de superstición, en general, cf. Nat. II 72; Div. I 7. Acerca de este tema en la literatura griega puede consultarse, por ejemplo, TEOFRASTO , Char. 16, así como el tratado Perì deisidaimonías de Plutarco.
11 Percibida por él como superstitio (término que, por lo demás, no emplea en su obra), como causa del miedo, frente a la pietas liberadora propugnada por Epicuro (cf. De rerum natura I 62-101; V 1198-1203; al respecto, cf. E. OTÓN , «Superstición y religión verdadera en Lucrecio», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 12 [1997], 29-38; D. BRAUN , «Der Gott Epikur oder die philosophisch geläuterte pietas. Aspekte der Religionskritik des Lukrez», Jahrbuch für Antike und Christentum 28 [1998] [= Chartulae. Festschrift für Wolfgang Speyer] , 30-35).
12 Cf. A. S. PEASE , Div. , pág. 9; R. J. GOAR , «The purpose of De divinatione», Transactions and Proceedings of the American Philological Association 99 (1968), 241-248; Cicero and the State religion , Amsterdam, 1972, págs. 96-104, 114-129; y, en general, Y. LEHMANN , Varron théologien et philosophe romain , Bruselas, 1997, págs. 67-79, 342-367.
13 Cf. Leyes II 69; Harusp. resp. 19; Pro Sest. 98; Nat. II 8.
14 Este mal había sido censurado ya, por lo demás, desde mucho tiempo atrás, como puede observarse en HOMERO , Il. II 830-834; V 149- 151; Od. XXII 328-329.
15 Es llamativa, en este sentido, la alusión a los momentos de esplendor (cum florebat imperium) que pronuncia Quinto en I 92, cuando el territorio conquistado era todavía controlable y no se había producido todavía la enorme afluencia de cultos —procedentes de todo el Mediterráneo— que experimenta Roma durante el s. I a. C., hasta convertirse en lugar de asiento de todos los dioses (OVIDIO , Fast. IV 270; LUCANO , III 91).
16 Acerca del concepto ciceroniano de progreso —extensible al ámbito de lo religioso (cf. Div. II 70, 75, 117)—, en general, cf. A. NOVARA , Les idées romaines sur le progrés d’après les écrivains de la République (essai sur le sens latin du progrès) , I, París, 1982, esp. 163-534.
17 Tuvo origen, probablemente, en un commentarium laudatorio del propio Cicerón, compuesto en griego (cf. Cartas a Ático I 19, 10; 20, 6; II 1, 1-2; II 3, 4; al respecto cf. O. LENDLE , «Ciceros hypómnēma perì tês hypateías», Hermes 95 [1967], 90-109). La obra constaba de tres libros; el contenido que ha de asignarse a cada uno de ellos es muy discutido (cf. J. SOUBIRAN , págs. 28-33; E. COURTNEY , pág. 157; M. HOSE , «Cicero als hellenistischer Epiker», Hermes 123 [1995], 455-469, esp. 467-468), pero pudo ser, aproximadamente, el siguiente: elección de Cicerón como cónsul y concilio de los dioses en torno a él (puede compararse Div. I 49), descubrimiento de la conjura y discurso de la musa Urania, y triunfo de Cicerón en Roma y reconocimiento como custos urbis , respectivamente. En el tercer libro se incluía, seguramente, el o fortunatam natam me consule Romam , citado por QUINTILIANO , IX 4, 41 y XI 1, 24 (frag. 12 Bl., 8 Courtney; cf. W. ALLEN , «O fortunatam natam...», Transactions and Proceedings of the American Philologycal Association 87 [1956], 130-146), verso probablemente imitado por Horacio en su Epist. II 1, 256 (cf., no obstante, O. SKUTSCH , Annals , Vest. XIV, págs. 784-785), que se convirtió en emblema de la arrogancia de Cicerón y de su ‘mal gusto’ poético.
18 También tomaron modelo en la épica helenística sus tres libros De temporibus suis , de c. 55-54 (cf. Quint. II 7, 1; III 1, 24; Fam. I 9, 23; J. SOUBIRAN , págs. 33-41; S. J. HARRISON , «Cicero’s De temporibus suis: the evidence reconsidered», Hermes 118 [1990], 455-463) y el Marius , de c. 57-54 (cf. Div. I 106; Leyes I 1-2; J. SOUBIRAN , págs. 42-51; E. COURTNEY , págs. 177-178); de un poema dedicado a César, finalizado en diciembre del 54 (cf. Quint. III 7, 6) no subsisten fragmentos. Según E. COURTNEY , pág. 174, es posible que Cicerón no llegase a publicar ni su Marius ni el poema a César. Acerca de la obra histórica ciceroniana, en general, véase M. FLECK , Cicero als Historiker , Stuttgart, 1993.
19 Sobre la utilidad que podía obtener el orador de la relación de signos supuestamente divinos, de gran eficacia persuasiva (ARISTÓTELES , Rhet. 1376al), cf., por ejemplo, Top. 77; Part. 73; F. GULLAUMONT , págs. 19-42.
20 Cf. F. PFEFFER , Studien zur Mantik in der Philosophie der Antike , Meisenheim am Glan, 1976, págs. 44-53; F. GUILLAUMONT , pág. 11 (quien considera que, fuera del De divinatione , Cicerón se muestra, por lo general, mucho más favorable a la mántica; cf., por ejemplo, en relación con la práctica del augurio, Leyes II 32-33).
21 En obras como el Perì mantikês , el Physikòs lógos o el Perì theôn; acerca de la influencia de este autor sobre la obra ciceroniana, en general, cf. CHR . SCHÄUBLIN , «Cicero, De divinatione und Poseidonios», Mus. Helv. 42 (1985), págs. 157-167.
22 Cf. A. S. PEASE , Div. , pág. 22, n. 100; S. TIMPANARO , pág. LXXXVII.
23 A. S. PEASE , Div. , pág. 26.
24 Probablemente también como concesión oratoria (cf. QUINTILIANO , XII 2, 30: quantum enim Graeci praeceptis valent, tantum Romani, quod est maius, exemplis).
25 A través del epítome de Bruto (cf. Cartas a Ático XIII 8 [9 de junio del 45]: epitomen Bruti Caelianorum velim mihi mittas et a Philoxeno Panaitíou perì Pronoías).
26 La distinción entre adivinación ‘natural’ y adivinación ‘artificial’—encarnadas en las figuras míticas de Casandra y de su hermano Héleno, respectivamente (cf. I 89)— ya se apunta, por ejemplo, en PLATÓN , Fedro 244cd. El primer tipo fue menos apreciado, en general, por parte de las autoridades romanas (cf. R. BLOCH , pág. 95).
27 Cf., por ejemplo, J. LINDERSKI , «Cicero and Roman divination», La parola del passato 37 (1982), 12-38, esp. 36-38; así como J. NORTH , «Diviners and divination at Rome», en M. BEARD , J. NORTH (eds.), Pagan priests. Religion and power in the ancient world , Londres, 1990, págs. 51-71, esp. 70-71; G. FREYBURGER , J. SCHEID , Cicéron. De la divination , pref. A. MAALOUF , París, 1992, págs. 14-15.
28 Al respecto, baste remitir a N. DENYER , «The case against divination: an examination of Cicero’s De divinatione», Proceedings of the Cambridge Philological Society 211 (n. s. 31), 1985, págs. 1-10; M. SCHOFIELD , «Cicero for and against divination», JRS 76 (1986), 47-65; M. BEARD , «Cicero and divination: the formation of a Latin discourse», JRS 76 (1986), 33-46, así como a la réplica de las contribuciones anteriormente citadas realizada por S. TIMPANARO , «Alcuni fraintendimenti del De divinatione» , en Nuovi contributi di filologia e storia della lingua latina , Bolonia, 1994, págs. 241-264.
29 Acerca de la pervivencia del tratado, cf. A. S. PEASE , Div. , págs. 13, n. 33, 29-37; M. MANITIUS , I, págs. 481-483.
30 Cf. F. GUILLAUMONT , «Aulu-Gelle lecteur du De divinatione» , en A. FOULON (et al.), Au miroir de la culture antique. Mélanges offerts au président René Marache par ses collègues, ses étudiants et ses amis , Rennes, 1992, págs. 259-268; y, en general, A. MICHEL , «Aulu-Gelle et Cicéron», ib. , págs. 355-360.
31 Cf. A. S. PEASE , Div. , págs. 34-35; R. GIOMINI , págs. XVII-XXXV; R. H. ROUSE , «De natura deorum, De divinatione, Timaeus, De fato, Topica, Paradoxa Stoicorum, Academica priora. De legibus» , en L. D. REYNOLDS (ed.), Texts and transmission. A survey of the Latin classics , Oxford, 1986 [1983], págs. 124-128.
32 Para esta cuestión remitimos a nuestro breve trabajo sobre «La pervivencia del Corpus teológico ciceroniano en España», Rev. Esp. de Filos. Med. 4 (1997), 189-201.
33 Entre las innumerables obras que testimonian este interés, baste citar la del maestro Pedro Sánchez Ciruelo, Reprobación de las supersticiones y hechicerías , Alcalá, c. 1530 (publicada de nuevo, por ejemplo, en Salamanca, 1538), cuya intención se expresa claramente al final de la obra (desterrar «estas malditas supersticiones de nuestra España, porque, estas quitadas, ella sería la más limpia y más firme en las cosas de la fe y de la religión cristiana que haya en toda la Europa»). En cualquier caso, nuestro tratado alcanzó cierta fortuna en lengua española, al ser minuciosamente reescrito, en 1919, por D. CÉSAR PALADIÓN , según cuentan J. L. BORGES , A. BIOY CASARES , Crónicas de Bustos Domecq , Buenos Aires, 1967, págs. 15-18 («Homenaje a César Paladión»); la anécdota recuerda lo ocurrido con el De natura deorum , cuyo cuarto libro —sobre la naturaleza de la verdadera religión— descubrió y publicó el Padre Seraphinus (heterónimo del sacerdote protestante H. Heimart Cludius) a principios del siglo pasado (Berlín, 1811; cf. G. L. CARVER , «Pseudo-fourth book of Cicero’s De natura deorum», The Classical Bulletin 41 [1964-1965], 89-92).
34 No nos consta que se haya publicado todavía una segunda edición de este texto, anunciada por S. TIMRANARO , pág. 283.
35 Al respecto cf. S. TIMPANARO , págs. XCVII-XCVIII.
36 Desde el punto de vista crítico-textual, hemos prestado atención a las contribuciones de CHR . SCHÄUBLIN , «Kritische und exegetische Bemerkungen zu Cicero, De divinalione II», Mus. Helv. 44 (1987), 181-190, «Weitere Bemerkungen zu Cicero, De divinatione», Mus. Helv. 46 (1989), 42-51; R. BADALÍ , «Note testuali al de divinatione ciceroniano», en S. MARIOTTI (et al.), Studi di filologia classica in onore di Giusto Monaco , II, Palermo, 1991, págs. 829-834. Para cuestiones de realia hemos recurrido en ocasiones a J. CONTRERAS - G. RAMOS - I. RICO , Diccionario de la religión romana , Madrid, 1992; G. LUCK , Arcana mundi. Magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano [= Arcana mundi. Magic and the occult in the Greek and Roman worlds , The Johns Hopkins Univ. Press, Baltimore, 1985], tr. E. GALLEGO , M. E. PÉREZ , Madrid, 1995; L. ADKINS , R. A. ADKINS , Dictionary of Roman religion , Nueva York, 1996; S. MONTERO , Diccionario de adivinos, magos y astrólogos de la antigüedad , Madrid, 1997.
37 Existe, además, una traducción española de Fco. Navarro y Calvo, publicada en Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Versión castellana de D. Marcelino Menéndez y Pelayo , tomo V, Madrid, Biblioteca Clásica 73, 1884, págs. 205-323, y otra a cargo de J. Pimentel Álvarez, a partir del texto establecido por W. A. Falconer (Cicerón. De la adivinación , Méjico, 1988; res. D. KNECHT , AC 60 [1991], 398-399).
38 Hay una traducción en alemán, también reciente, de H. DIETER , L. HUCHTHAUSEN , «Über die Weissagekunst», en L. HUCHTHAUSEN (ed.), Cicero. Werke in drei Bänden , III, Berlín - Weimar, 1989, págs. 7-122, 309-332; hemos podido consultar, asimismo, la traducción italiana de R. GIOMINI , Marco Tullio Cicerone. Della divinazione , Florencia, 1968; y la francesa de G. FREYBURGER , J. SCHEID , Cicéron. De la divination , pref. A. MAALOUF , París, 1992.