Читать книгу Cartas III. Cartas a los familiares (Cartas 1-173) - Cicéron - Страница 5
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Afirmar que la correspondencia de Cicerón es, en el conjunto de su inmenso legado literario, la parte del mismo que el lector contemporáneo puede probablemente sentir como más próxima no responde a un exceso de entusiasmo. Buena parte de este atractivo se debe a su condición de fuente histórica excepcional sobre uno de los períodos más apasionantes de la historia de Roma y aun de Occidente, el final de la República. Por si fuera poco, este valor documental se ve aquilatado además por el contenido autobiográfico de quien sin lugar a dudas fue una personalidad extraordinaria, uno de los protagonistas de esta historia del final de la República y, lo que es más importante, una de las figuras señeras de la cultura occidental. Y, a pesar de todo, el interés que suscita va mucho más allá de su condición documental y atañe al placer de la lectura. Por una parte, el lector sentirá como cercano el género. En efecto, mientras que la gran oratoria y la noble tratadística, géneros de los que Cicerón representa la cima en Roma, apenas tienen cultivo literario en la actualidad, la epistolografía sigue en cambio gozando de lozanía en el canon occidental, en lo cual nuestro autor tiene también no poca responsabilidad, ya que a él le corresponde el mérito de haber otorgado naturaleza literaria a la carta en Roma. Pero, en todo caso, la razón de la vigencia del epistolario de Cicerón hay que buscarla más bien en el hecho de que algunas de sus señas de identidad hallan eco en la sensibilidad moderna. Sobre todo, el frecuente tono personal y directo, a menudo espontáneo, de lo que pretende ser una conversación entre amigos separados por la distancia y que se traduce en una lengua y un estilo que, por más que sometidos, como no podía ser de otra manera, a las normas de la retórica, evitan los excesos de artificio y buscan una elegante naturalidad. Si a todo lo anterior le sumamos que la correspondencia en general, y las Cartas a los familiares en particular, son producto de una persona excepcionalmente dotada para la creación literaria, no se sorprenderá el lector si descubre en el libro que tiene en sus manos una obra sumamente original y atractiva que atesora en sus páginas algunas perlas de exquisita y sofisticada prosa.
1. CONTENIDO Y ORGANIZACIÓN
Esta entusiasta presentación no debe ocultar al lector que con las Cartas a los familiares se halla ante una recopilación de material heterogéneo que sólo en algún momento después de la muerte de Cicerón adquiere la forma en la que la conocemos en la actualidad. Ni siquiera el título de la obra, Epistulae ad familiares , responde a una denominación originaria o antigua, sino que se trata de una creación moderna. En efecto, los testimonios antiguos no recogen un título de conjunto para el epistolario, sino que citan siempre por la carta en cuestión o bien aluden a cada libro con el nombre del corresponsal 1 . Sólo con los primeros editores renacentistas 2 se comenzará a imponer la denominación que ha venido gozando de fortuna, y ello en una época, como luego veremos, de eclosión de un género epistolar en el que las cartas reciben el calificativo de familiares no por hacer referencia a la «familia», sino por aludir a quienes disfrutan de «familiaridad» en el trato, de modo que lo distintivo del género es el tono confidencial y cercano de una correspondencia que tiene a gala ser personal.
El caso es que, tal como se nos han conservado, las Cartas a los familiares son una recopilación parcial de la correspondencia escrita o recibida 3 por Cicerón entre los años 62 y 43 a. C. 4 comprendiendo 435 cartas de naturaleza diversa distribuidas en 16 libros. La primera impresión que se desprende de este conjunto es, por tanto, de una abigarrada diversidad. Por una parte, hay una enorme variedad de registros y de voces, formando parte de la colección tanto las cartas extremadamente formales dirigidas a personajes de la talla de Pompeyo, Apio Claudio, Léntulo Espínter o Catón, como las más personales dirigidas a su mujer Terencia y, sobre todo, a su liberto Tirón, además de aquellas en que la amistad invita a la chanza y al tono humorístico como las dirigidas a Trebacio, Celio o Sulpicio. En total, más de 80 corresponsales. En cuanto al contenido, las Cartas a los familiares reflejan toda la amplia casuística temática de la carta en la Antigüedad con excepción de la carta erótica 5 . En ellas es posible hallar cartas informativas 6 , de amistad 7 , de consuelo 8 , de recomendación 9 o de agradecimiento 10 , por citar tan sólo los tipos más usuales en el ámbito privado y teniendo presente además que con frecuencia los registros y tonos se entremezclarán en una misma carta. En cuanto a las modalidades de las cartas públicas, no faltan ni los despachos oficiales dirigidos al Senado, a los magistrados o los grandes generales 11 , ni las epístolas abiertas de propaganda política 12 o las cartas más eruditas como las de reflexión literaria 13 .
Esta diversidad se verá en parte contrarrestada por la sensación de unidad que se desprende de la lectura de unas vivencias que tienen a nuestro orador como protagonista y de unos textos que con frecuencia son un reflejo de su ethos 14 . Pero también la heterogeneidad del epistolario se ve atenuada por algunos principios de organización, sobre todo por la tendencia a que haya una correspondencia entre libro e interlocutor —o entre libro y género en el libro XIII— y, con menos constancia de lo que sería deseable, a una cierta propensión a seguir una sucesión cronológica dentro de cada grupo o serie.
He aquí la disposición de la colección tal como nos ha sido conservada 15 :
Lib. I: | Nueve cartas a P. Léntulo Espínter, gobernador de Cilicia entre el 56 y el 54, más una breve nota a un amigo residente en esa provincia y que había solicitado la recomendación de Cicerón ante Léntulo. |
Lib. II: | Siete cartas a Curión el Joven entre el 53 y el 50 y otras nueve a M. Celio Rufo entre el 51 y el 49, ambos jóvenes promesas de la nobleza en los albores de su cursus honorum , amigos entre sí y en buena relación con Cicerón. Se añade un grupo de tres cartas con un común denominador: la primera está destinada al procuestor en Siria —probablemente de la misma quinta que Curión y Celio—; la segunda, a Q. Minucio Termo, gobernador de Asia, respondiendo a una consulta con relación a su cuestor; y, la tercera, a Gayo Celio Caldo, sucesor del propio cuestor de Cicerón. Este grupo final guardaría relación con las dos series anteriores: por una parte, tienen en común con las dirigidas a Celio Rufo, salvo la última, el haber sido escritas por Cicerón desde Cilicia como procónsul; por otra, al estar dirigidas o tratar sobre procuestores enlazan con las dirigidas a Curión el Joven que era cuestor en Asia durante el intercambio epistolar del 53. |
Lib. III: | Comprende trece cartas dirigidas a Apio Claudio Pulcro, el predecesor de Cicerón en el gobierno de Cilicia (53-50). Todas, salvo la primera, tienen en común la condición de procónsul en Cilicia del Arpinate. |
Lib. IV: | Comienza el libro con un intercambio de seis cartas entre Cicerón y Servio Sulpicio Rufo —las dos primeras al inicio de la guerra civil en el 49 y el resto durante el mandato de Sulpicio como gobernador en Acaya en el 46—. Sigue a continuación la serie de M. Claudio Marcelo —cuatro cartas dirigidas a él y una recibida de su parte por Cicerón—, colega de Sulpicio en el consulado en el 51, y que tienen como fecha también el 46. Pone colofón a esta sección una carta de Sulpicio informando de la muerte de Marcelo. Finalmente cierra el libro una serie de tres cartas dirigidas a P. Nigidio Fígulo y Gneo Plancio, que tienen en común su condición de pompeyanos, lo que les pone en relación con Sulpicio y Marcelo. |
Lib. V: | Es el más heterogéneo de toda la colección. Encabeza el libro la correspondencia con los hermanos Metelo Céler y Metelo Nepote: las dos primeras cartas son un intercambio entre Cicerón y Céler a finales del 62 a las que sigue una de Nepote a Cicerón en el 56 y otra de Cicerón a Céler a principios del 57. A continuación, dos cartas del 62 a G. Antonio, colega del Arpinate en el consulado, y a P. Sestio, cuestor y luego procuestor del anterior. Siguen otras dos cartas con cierta relación entre sí: la primera con Pompeyo por destinatario en el 62, lo que la vincula en cierta medida con las anteriores, y la segunda dirigida a M. Craso, quizá por su condición de colega de Pompeyo en el consulado. Acto seguido una serie de cinco cartas dirigidas a P. Vatinio durante su proconsulado en Iliria (45-44) y que quizá tenga en común con las anteriores su condición de consular y su relación con Pompeyo y Craso. En cambio, las diez cartas restantes forman un auténtico cajón de sastre, por más que haya cierta pretensión de orden en la disposición. Abre este grupo final la correspondencia con L. Luceyo, cuatro cartas de las que tres van dirigidas a él y una a Cicerón. Quizá pueda plantearse que se trata de una serie de transición, ya que una de ellas, la famosa reflexión historiográfica de Cicerón, por fecha y contenido estaría en relación con las anteriores y, en cambio, las dos concernientes a la muerte de Tulia apuntarían más bien al grupo que viene a continuación. Éste lo forman tres cartas cuyo común denominador es el pertenecer al género consolatorio: una carta de condolencia a un tal Ticio y las dos de consuelo que Cicerón dirige a P. Sitio Nucerino y a Tito Fadio con motivo de sus respectivos destierros. Cierran el libro las tres cartas a L. Mescinio Rufo, cuestor de Cicerón en Cilicia. |
Lib. VI: | La mayor parte de las veintitrés cartas están dirigidas a ex pompeyanos que aguardan el perdón de César durante los años 46 y 45, salvo el grupo formado por la extraña nota a Basilo, las dos cartas a y de Pompeyo Bitínico, gobernador de Sicilia en el 44, y las dos a Quinto Paconio Lepta, comandante de ingenieros de Cicerón en Cilicia. |
Lib. VII: | Abre el libro un grupo de cuatro cartas dirigidas a Marco Mario, un rico y buen amigo residente en la bahía de Nápoles. Sigue la voluminosa correspondencia con el joven protegido, y también amigo, Trebacio Testa en dos grupos: trece cartas que Cicerón le escribe mientras Trebacio desempeña tareas militares en la Galia (54-53) y que van encabezadas por una carta de recomendación ante César; y cuatro cartas de una segunda época, dos del 44 y dos de fecha incierta. A continuación figuran cuatro cartas del 46-45 a M. Fabio Galo, que, como Trebacio, es epicúreo y amigo de Cicerón. Habría que añadir a esta serie una carta dirigida a T. Fadio, pero que la tradición manuscrita atribuye por error al citado Fabio Galo. Se incluyen luego cuatro cartas a Manio Curio, caballero romano comerciante en Patras y gran amigo de Ático y de Cicerón. Cierran el libro dos cartas a P. Volumnio Eutrápelo, amigo de Ático y probablemente epicúreo también. En suma, esta sección del epistolario se caracterizaría por pertenecer los corresponsales al círculo de amigos íntimos de Cicerón, epicúreos además, y por el tono amable y con frecuencia humorístico. |
Lib. VIII: | Forman el libro las diecisiete cartas que Celio Rufo dirige a Cicerón. |
Lib. IX: | Veintiséis cartas dirigidas a tres corresponsales: ocho a Varrón; seis al yerno de Cicerón, Dolabela; y doce a Lucio Papirio Peto, hombre de negocios y epicúreo, amigo de Cicerón y de Ático, que habitualmente reside en Nápoles. El denominador común parece estar en el carácter privado de la correspondencia y el tono de humor predominante. Quizá también la datación de las cartas, mayoritariamente entre el 46 y el 44, sea otro vínculo. |
Lib. X: | Con los libros XI y XII forma una unidad temática concerniente al enfrentamiento con Marco Antonio en los años 44-43 y que, por lo general, se traduce en un intercambio epistolar con los comandantes en provincias. Este libro, en concreto, parece compilar los comunicados con las provincias de Hispania y Galia. Así recibe y remite 24 cartas a L. Munacio Planco —procónsul de la Galia Cisalpina en 44-43—, dos a su legado Furnio, cuatro de y a M. Lépido —Pontífice Máximo y gobernador de Hispania Citerior y Galia Narbonense— y tres cartas a y de G. Asinio Polión —gobernador de Hispania Ulterior en 44-43—. La excepción la constituyen las cartas 28, 29 y 30, puesto que se trata de una misiva a Trebonio en Asia, una nota a Apio Claudio el Joven y el relato de Servio Sulpicio Galba de la batalla de Forum Gallorum. |
Lib. XI: | El núcleo del libro lo constituye la correspondencia con D. Bruto, gobernador en la Galia Cisalpina, si bien se abre con una carta de éste a M. Bruto y G. Casio de fecha inmediatamente posterior al asesinato de César y dos cartas de éstos a Marco Antonio. Cierran el libro el intercambio epistolar con G. Macio y una carta dirigida a G. Opio. Todas ellas en torno a agosto del 44. |
Lib. XII: | El común denominador de este libro parece ser que trata de la correspondencia mantenida con las provincias de Oriente y de África. Son corresponsales G. Casio Longino —quien se había dirigido primero a Asia y luego a Siria—, Casio de Parma, Léntulo Espínter el Joven (Asia), G. Trebonio (procónsul en Asia) y Q. Cornificio (gobernador de África). |
Lib. XIII: | Es el único libro de la colección que responde a un criterio temático y no de destinatario: se trata de un compendio de cartas de recomendación. |
Lib. XIV: | Las veinticuatro cartas dirigidas a su esposa Terencia (y a su familia). |
Lib. XV: | En su mayor parte se trata de correspondencia «oficial» de Cicerón como gobernador de la provincia de Cilicia: dos informes de Cicerón como gobernador a los magistrados y al Senado; un intercambio de cuatro cartas con M. Catón; otro de cinco cartas con los Marcelos y dos con L. Paulo en su condición de cónsules; y finalmente otra carta como gobernador de Cilicia a G. Casio, procuestor en Siria. La conexión con Casio sirve de pretexto para añadir la correspondencia privada mantenida con él en los años 47-45 y permite cerrar el libro con dos cartas también personales dirigidas a G. Trebonio en 45 y 44. |
Lib. XVI: | Forman el libro las veintiséis cartas de Cicerón a Tirón y otros miembros de la familia, además de una de Quinto a su hermano Marco en relación a Tirón 16 . |
En la presente traducción el orden de las cartas es el adoptado por D. R. Shackleton Bailey en su edición y comentario de 1977, esto es, una ordenación cronológica de las cartas que sólo en segundo lugar atiende a criterios temáticos, de corresponsales o de género. Esta disposición tiene la ventaja de permitir una lectura acorde con la biografía de Cicerón a la par que se facilita la contextualización de las cartas en el marco histórico 17 . En todo caso, se adjuntan sendas tablas de correspondencias entre la ordenación tradicional y la propuesta por Shackleton Bailey, por lo que el lector siempre tiene la posibilidad de seguir una de las dos opciones 18 .
2. LAS CARTAS EN SU CONTEXTO HISTÓRICO : AÑOS 62-47
Como se apuntaba al inicio mismo de esta Introducción, al epistolario ciceroniano se le atribuye el mérito excepcional de ser una fuente sin parangón para el conocimiento de ese momento clave en la historia de Occidente que es la transformación del viejo régimen republicano en una autocracia imperial. En este sentido la correspondencia de Cicerón se erige como un inmenso caudal de información acerca de los vertiginosos acontecimientos que llevaron al fin de la República.
Y por cierto, y aunque sea de manera incidental, conviene llamar la atención sobre la producción misma de este inmenso caudal. Estamos ante una sociedad, o al menos una parte de la misma, que entiende la comunicación epistolar como una actividad cotidiana no sólo para satisfacer unos intereses pragmáticos inmediatos, sino también como una necesidad espiritual. De ahí el ilustre caso de Cicerón que prácticamente dedica a la actividad epistolar una parte de sus quehaceres diarios 19 . Pero también se trata de una sociedad lo suficientemente bien organizada como para que, sin un servicio postal propiamente dicho 20 , el envío de correspondencia fuera razonablemente rápido, económico y fiable 21 , alcanzando los confines del Imperio ya se trate de la lejana Cilicia, de la que es gobernador Cicerón, o de la brumosa Britania invadida por César 22 .
Volviendo a su condición de fuente histórica, el epistolario de Cicerón, y en particular las Cartas a Ático , nos ofrece no sólo una historia pormenorizada del período que va desde su consulado hasta su muerte 23 , sino que nos permite conocer además las reacciones y juicios de Cicerón ante los grandes y pequeños acontecimientos del momento y casi siempre con una sorprendente franqueza como corresponde a la confianza que tenía depositada en la amistad con Ático. Por si fuera poco, estas cartas nos iluminan, a veces hasta el detalle nimio, sobre la vida cotidiana de Cicerón en este marco histórico y, sobre todo, nos permiten acceder a su alma hasta el punto de que pueden considerarse una detallada y excepcional autobiografía. Estas características, aunque en menor grado, se hallan también presentes en las Cartas a los familiares . El epistolario es un buen relato de la historia de Roma en estos momentos, si bien carece de continuidad y, aunque no falten los juicios y reacciones del Arpinate sobre el curso de los acontecimientos políticos, se echa de menos con frecuencia una auténtica sinceridad en los mismos, por más que no falte la franqueza en la correspondencia mantenida con amigos como, por ejemplo, Trebacio o Celio. En cuanto al ámbito privado, el lector va a disponer de una información privilegiada sobre aspectos tales como la relación con su esposa Terencia, la constante preocupación por su hija Tulia o el profundo afecto por su secretario Tirón, sin que se vean relegadas al olvido cuestiones como el estado de sus finanzas y su patrimonio. Y, por supuesto, el epistolario estará trufado de opiniones y comentarios personales sobre los asuntos más variopintos, entre los que siempre conviene prestar atención a los concernientes a la cultura y a la literatura. En todo caso, lo distintivo de las Cartas a los familiares es que a través de su correspondencia tenemos ante nosotros a Cicerón desenvolviéndose en la enmarañada política romana, relacionándose en el seno de la sociedad o mostrando sus sentimientos personales a sus amigos y familia. Y no sólo nos permiten observar a Cicerón, sino que al incluir en su seno cartas de los corresponsales podemos oír en primera persona las voces de éstos, ya se trate de fascinantes secundarios como Celio Rufo o de los grandes protagonistas de la historia 24 . Las Cartas a los familiares no son, en definitiva, una mera fuente histórica documental, sino que es la historia misma, la historia de la alta política y la intrahistoria de las vivencias cotidianas, la que tiene lugar ante los ojos mismos del lector. Por todo ello merecen con razón el juicio de fresco histórico excepcional.
Hechas estas consideraciones, la lectura de las cartas parece recomendar un conocimiento, aunque sea somero, del marco histórico y de sus protagonistas, con especial atención a los episodios a los que se hace referencia en la correspondencia y dejando la exégesis del detalle para la nota ocasional. En todo caso, además de situar las cartas en su contexto histórico 25 , sirvan también estas páginas a modo de aproximación imparcial y lo más objetiva posible a la figura de Cicerón, sobre la que han recaído interpretaciones dispares y aun contradictorias 26 fundadas precisamente en el subjetivismo inherente al carácter autobiográfico de las cartas.
2.1. De la gloria consular al exilio (años 62-57)
2.1.1. La consecución y ejercicio en el año 63 del consulado, la más importante de las magistraturas de la República, supuso no sólo la cima de la carrera política de Cicerón, sino también su inclusión definitiva entre los miembros de la aristocracia romana a pesar de su condición de homo novus , esto es, de quien obtenía por vez primera en su familia la pretura o el consulado. Pero si bien había logrado el más alto grado de dignidad a la que podía aspirar un noble romano, sin embargo, desde el momento mismo del máximo esplendor de su estrella política ésta fue declinando paulatinamente. Tras abandonar el cargo, el Arpinate hubo de dedicar buena parte de sus esfuerzos a defender su actuación como cónsul y a hacer frente a los ataques de sus adversarios. En este contexto se inicia el presente epistolario cuyas cinco primeras cartas (Fam . 1-5) constituyen un magnífico ejemplo de lo cuestionada que fue su actuación consular así como de las complejas relaciones que mantienen entre sí los miembros de la nobleza romana.
Buena prueba de la afirmación anterior es el intercambio epistolar entre Quinto Cecilio Metelo Céler y nuestro orador (Fam . 1-2). Como cónsul pudo Cicerón contar con la lealtad y colaboración de Céler, a la sazón pretor del año 63, en la represión de la conjuración de Catilina. Bien distinta, en cambio, fue la actitud de su hermano Quinto Cecilio Metelo Nepote, como distintos eran sus intereses políticos que en su caso venían a ser los del ausente Pompeyo. En efecto, concluida la pacificación y reorganización de Oriente, Pompeyo decidió retornar a Roma donde esperaba ocupar una posición de primacía, respetando, eso sí, el orden constitucional. Sin embargo, se encontró con el recelo de la oligarquía senatorial y del propio cónsul Cicerón, quienes albergaban además el temor de que pudiese recurrir a sus tropas para hacerse con el poder al modo de un nuevo Sila. A fin de superar estas suspicacias, Pompeyo se sirvió en un principio de Metelo Nepote en su condición de tribuno de la plebe para el año 62. Nada más tomar posesión de su cargo el 10 de diciembre de 63 —cinco días después de la famosa sesión del Senado en la que se condena a muerte a los conjurados— y con el apoyo de César, pretor urbano, inició una campaña contra Cicerón y el Senado. Como parte de la misma Nepote impidió a Cicerón dirigirse al pueblo el 29 de diciembre en el discurso de despedida de su magistratura bajo la acusación de haber ajusticiado a ciudadanos sin permitírseles apelar ante el pueblo, al tiempo que le ataca también en diversas asambleas ciudadanas, en particular en la convocada el 3 de enero de 62, en la que propone la concesión de poderes extraordinarios a Pompeyo para acabar con Catilina y su ejército en Italia además de poner fin al poder absoluto de Cicerón (Plut., Cic . 23). Naturalmente, Cicerón no permaneció de brazos cruzados. Así, al desplante de Nepote del 29 de diciembre responde en la sesión del Senado del 1 de enero y, poco después, sobre el 7 o el 8, pronuncia un discurso contra Nepote en respuesta a la citada arenga asamblearia. Y asimismo la reacción del Senado tampoco se haría esperar: mediante un senadoconsulto último serán destituidos de sus cargos el pretor César y el tribuno Nepote. En este complejo entramado de relaciones e intereses en el que tiene lugar el presente intercambio epistolar de enero del 62 el Arpinate habrá de hacer gala de toda su maestría para preservar un delicado equilibrio: por una parte, ha de hacer frente a los ataques de Nepote a la par que atempera la irritación de su hermano Céler por las medidas de represión adoptadas; por otra, procurará que su posición de liderazgo en el Senado no sufra menoscabo alguno, pero siempre con la vista puesta en no agraviar al todopoderoso Pompeyo. Por ello, a la irritación de la carta con la que se abre esta colección en la que Metelo Céler reprocha amargamente a nuestro orador el trato recibido por su hermano (Fam . 1), responde Cicerón (Fam . 2) con una elaborada pieza en la que las prolijas explicaciones van aderezadas con un tono conciliador, aunque siempre imbuido de la dignidad de un consular.
Fam . 3 es reveladora, en cambio, de la posición real que ocupa Cicerón en el complejo entramado de la política romana. Carente de los ingentes recursos económicos y sociales de las grandes familias romanas, desarrolló una exitosa trayectoria política al amparo de Pompeyo, auténtico hombre fuerte entre las dictaduras de Sila y César. A este respecto no puede resultar más significativo que buscara su apoyo en la elección que le llevó al consulado (Cic., Cart. a Át . I 1, 5; Q. Cic., El manual del candidato 5, 14 y esp. 51). En contrapartida, el Arpinate colaboró con Pompeyo siempre que fue menester. Sin embargo, como se desprende de la queja de Cicerón, esa buena relación se ha enfriado: por una parte, no supo o no quiso colaborar en el retorno de Pompeyo en cuestiones tan capitales para él como la propuesta de reforma agraria de Servilio Rulo o en la convalidación en bloque de las medidas adoptadas en la reorganización de Oriente; por otra, Pompeyo, que sigue aspirando a ocupar una posición de primacía en la política romana, tampoco puede comprometerse con un Cicerón cuya actuación como cónsul ha sido sesgadamente optimate —amén de una dudosa legalidad en lo que atañe a la ejecución de los catilinarios— y de quien, si hemos de hacer caso al propio Cicerón (Cart. a Át . I 13, 4), siente cierta envidia. Éstas serían las razones de la falta de reconocimiento, y aun de un mínimo agradecimiento, en la carta privada que le dirigió Pompeyo y que no se nos ha conservado. Sí que podemos leer, en cambio, la respuesta de Cicerón en el mes de abril del 62 (Fam . 3). Consciente de que ya no goza de la inmunidad que otorgaba el ejercicio de una magistratura y de que por tanto tiene necesidad de contar con el apoyo de los personajes más poderosos, Cicerón procura en su respuesta limar asperezas y renovar su amistad con Pompeyo y con sus enormes recursos económicos y militares. Disponemos así de una carta calculada hasta sus mínimos detalles, tal como, por otra parte, ilustra el colofón de la misma en el que aspira a reproducir con Pompeyo la relación que se dio en el pasado entre el gran Escipión Emiliano y su consejero el sabio Lelio.
Finalmente, aunque distintas por el tono y por la relación que mantiene con los destinatarios, en Fam . 4 y 5 Cicerón acepta otorgar su ayuda a dos antiguos colaboradores en la represión de la conjura, el cuestor Publio Sestio y su colega en el consulado Gayo Antonio: con el primero (Fam . 4) se compromete a conseguir del Senado una prórroga de su administración de la provincia de Macedonia; con el segundo (Fam . 5) va un poco más allá y, a pesar de sus malas relaciones, decide asumir su defensa ante la acusación de extorsión y malversación de fondos públicos en su gestión como gobernador de esa misma provincia. En todo caso, esta ayuda no será desinteresada. De la lectura de ambas cartas se desprende que Cicerón obtuvo créditos con unas condiciones muy favorables, préstamo que invertirá en la adquisición de una magnífica mansión sobre el Palatino, el barrio residencial de la más alta aristocracia y, por tanto, símbolo de la posición que se ocupaba entre la élite de la sociedad romana. Por lo demás, estas cartas de finales del 62 nos iluminan sobre uno de los aspectos menos conocidos, y probablemente menos honestos, de la política romana: la administración provincial. Sirvan, por tanto, de anticipo a la abundante información que proporcionará el presente epistolario acerca del proconsulado de Cicerón en Cilicia.
2.1.2. Al modo de una tragedia griega 27 , en pocos años Cicerón se vio arrojado de la cumbre de la gloria del consulado al abismo del destierro lejos de su amada Roma. Y como si se pretendiera una catarsis mayor, fue precisamente la acción de gobierno de la que más se vanagloriaba, la represión del golpe de estado de Catilina, la causa de este exilio. En esta caída en desgracia no cabe duda de que la mayor responsabilidad corresponde al tribuno de la plebe del 58 Publio Clodio, que no olvidaba el testimonio en contra de Cicerón en el juicio celebrado contra él con motivo del escándalo de la Bona Dea, en diciembre del 62. Pero este encono personal no hubiera ido más lejos si no hubiese sido por la negativa de Cicerón a colaborar con el denominado Primer Triunvirato —pese a los ofrecimientos hechos por los mismos (cf., p. ej., Cart. a Át . II 3, 3-4)— y, no hay que olvidarlo, por la falta de apoyo de quienes Cicerón consideraba los suyos, los optimates. Así las cosas, atemorizado por la rogatio de capite ciuis Romanis propuesta por Clodio en febrero del 58, por la que se condenaría al destierro y se confiscarían los bienes de quienes hubiesen condenado a muerte a ciudadanos sin juicio previo, Cicerón huía de Roma a mediados de marzo de ese mismo año 28 y no regresaría hasta el 4 de septiembre del 57.
Las Cartas a los familiares presentan, sin embargo, una laguna para el período que va de los años 62 a 58, reanudándose en este último año el epistolario con un Cicerón que se encuentra en Brundisio camino del destierro. Escasa será también la correspondencia del exilio y toda ella con el denominador común de que en ella Cicerón nos ofrece sobre todo su perfil psicológico, pero muy poca información factual 29 tanto sobre las vicisitudes políticas como sobre las más cotidianas. Sobre este último aspecto contamos sin embargo con las cartas Fam . 6-9, que Cicerón dirige a su familia. En ellas encontramos una muestra de los sentimientos hacia su esposa e hijos y un excelente testimonio de la amargura y del desencanto del Arpinate, si bien todo ello expresado de una manera excesivamente formal y retórica. En todo caso, la expresión de estos sentimientos más personales no impide las constantes referencias a la preservación del patrimonio familiar y, sobre todo, al interés por las gestiones en favor del retorno.
En cambio, no contamos apenas con testimonios directos de los apoyos recibidos por Cicerón, por más que esta colección nos proporciona un buen ejemplo de esas relaciones entre los miembros de la aristocracia romana que antes calificábamos como fluctuantes y complejas. En Fam . 10 encontramos la primera muestra de la reconciliación entre nuestro orador y Q. Metelo Nepote, el antes adversario, que ahora va a ser pieza clave en el retorno del destierro desde su posición de cónsul para el 57. En la carta que le dirige el Arpinate al inicio de su mandato en enero del 57 le agradece su actitud favorable a la par que le solicita su apoyo. Esta reconciliación terminará culminando al año siguiente cuando así lo solicite formalmente Q. Metelo Nepote en Fam . 11, que le escribe desde su gobierno en Hispania Citerior. En cierta medida, este intercambio epistolar con Metelo Nepote vendría a simbolizar el cierre de un ciclo: por una parte, el fin de los acontecimientos que desde el consulado mismo de Cicerón desembocaron en el destierro, y, por otra, la recuperación de la dignidad tras su vuelta del exilio, dignidad que, no hay que olvidarlo, debe entenderse como reconocimiento de la posición alcanzada en el seno de la sociedad romana.
2.2. A la sombra de los triunviros (años 56-52)
2.2.1. Los años que van de la vuelta del exilio al proconsulado en Cilicia son especialmente turbulentos en una política romana que se va decantando de forma paulatina hacia la confrontación civil. En este contexto, con las cartas Fam . 12-18, dirigidas a Publio Léntulo Espínter —el cónsul del año 57 que tanto hizo por el regreso de Cicerón y que ahora en el 56 ejerce de gobernador en Cilicia—, asistimos a uno de los episodios más rocambolescos y a la vez más reveladores de los entresijos de la política romana, el de la sucesión del rey de Egipto Ptolomeo XI. El caso es que en la delicada situación interna romana vino a interferir la crisis de un país, Egipto, que estaba ya enquistada tal como se refleja, por ejemplo, en la división de sus territorios entre Alejandría, Chipre y Cirene 30 , en una corte sumamente intrigante 31 , en una casta sacerdotal siempre presta a preservar sus prebendas y en una población heterogénea en la que no comparten intereses egipcios, griegos y judíos. Precisamente, con vistas a superar la debilidad interna, Ptolomeo XI había legado en su testamento la soberanía sobre Egipto y Chipre al pueblo romano, lo que convertía, de hecho, a Roma en árbitro de la sucesión. En consecuencia, por más que Ptolomeo XII Auletes 32 fue reconocido como rey de Egipto en el 76 por la conspiradora corte lágida, el primer objetivo de su reinado fue obtener el reconocimiento de Roma, lo que consiguió en el 59, cuando el Senado le otorgó el título de aliado y amigo del pueblo romano a propuesta del cónsul César (Cés., G. Civ . III 108). Naturalmente, semejante concesión no fue desinteresada, y, según nos informa Suetonio (Cés . 54, 3), César exigió a cambio seis mil talentos, un precio excesivamente elevado por sí mismo y por sus consecuencias 33 . El pago de una cantidad tan considerable únicamente podía cumplirse incrementando la presión fiscal, lo que provocó el malestar entre sus súbditos y un ambiente hostil que sólo necesitaba de un detonante para estallar en revuelta. Éste fue servido por la anexión de Chipre 34 por Porcio Catón 35 , lo que provocó la sublevación de sus súbditos y la expulsión del trono de Ptolomeo en el 58, pasando el reino a ser gobernado conjuntamente por su esposa-hermana Cleopatra V y su hija Berenice IV. En esta tesitura Ptolomeo decidió acudir a Roma 36 dispuesto a intrigar todo lo que fuera necesario y a sobornar a quien fuera menester con tal de recuperar el trono. Poco después Berenice despachó también a Roma una populosa embajada en representación de los alejandrinos sublevados encabezada por el filósofo académico Dión. No obstante, esta embajada fue en parte comprada y en su mayor parte exterminada 37 . Roma no era sin embargo Egipto, y un crimen tal había de suscitar la correspondiente investigación y procesamiento judicial. La consecuencia fue que a finales del 57 Ptolomeo abandona Roma buscando refugio en el templo de Artemis en Éfeso, si bien deja como representante de sus intereses a su agente Amonio. Entretanto en Roma todos parecen estar interesados en la restauración de Ptolomeo: los senadores, a quienes ha sobornado con generosas dádivas; los acreedores, a quienes debe importantes sumas con las que ha financiado los sobornos; y, particularmente, los magistrados, quienes, puesto que resultaba imprescindible la intervención militar romana, veían en el asunto un lucrativo negocio. En un principio el Senado se decantó a finales del 57 por el todavía cónsul Léntulo dado su próximo destino como gobernador de Cilicia, provincia en cuyo gobierno se había incluido ahora la isla de Chipre. Los planes de Ptolomeo son, sin embargo, distintos y derrocha el dinero con prodigalidad con el fin de que la misión le sea confiada a Pompeyo, presumiblemente presionado por el propio Pompeyo o por su entorno. Sin embargo, el botín era lo suficientemente suculento como para no suscitar una fuerte reacción. Así un tribuno de nombre G. Catón, probablemente a instancias de Clodio, hizo público un oráculo emitido por los libros Sibilinos que prohibía la restauración de Ptolomeo por las armas. En consecuencia, el asunto retorna al Senado a mediados de enero del 56, contexto en el que se enmarcan precisamente esta serie de cartas. En ellas Cicerón informa a Léntulo, ya en Cilicia, de las gestiones que lleva a cabo en su favor.
Fam . 12-14 ofrecen una información en primera persona sobre todos estos sucesos hasta principios del 56, con especial detalle para las sesiones del Senado de los días 13, 14 y 15 de enero. En general, ofrecen un magnífico retrato de las complejidades de la política romana, de los grupos y facciones de senadores y magistrados y, particularmente, de la posición y maniobras de Pompeyo y de la línea de conducta de Cicerón, al menos de la imagen que quiere transmitirle a Léntulo. En todo caso, se trasluce una atmósfera de desánimo no tanto por la iniquidad de sus adversarios como por la incompetencia de quienes deberían apoyarle, los optimates.
Fam . 15-16, tras quedar la concesión de la restauración en punto muerto e interrumpirse el período de sesiones del Senado, nos informan de la reanudación de las mismas en febrero y del sorprendente giro de los acontecimientos: los ataques de populares y optimates contra Pompeyo desaniman a éste de su propósito, quedando por tanto el camino libre para Léntulo. Sin embargo, Fam . 17 (marzo) nos vuelve a presentar la causa como definitivamente perdida, lo que se confirmará en Fam . 18 (julio), si bien siempre le queda a Léntulo la posibilidad de llevarla a cabo mediante una iniciativa privada sin el apoyo del Senado.
En todo caso, además del curso de los acontecimientos y de la descripción del funcionamiento de la política romana, en esta serie epistolar resulta revelador el contraste de pareceres con las cartas más íntimas de los epistolarios a Ático y a su hermano Quinto, así como la imagen pública que de sí mismo procura construir el Arpinate ante Léntulo y, sobre todo, el anuncio del giro político de Cicerón y su justificación ante sus contemporáneos. Desengañado por la falta de apoyo y reconocimiento de los optimates, presionado por la violencia clodiana y dominado el escenario político por los triunviros, aconsejará a Léntulo, estableciendo un paralelismo con las circunstancias de su exilio, no sacrificar la seguridad en aras del honor. No deja de ser significativo a este respecto el final del episodio egipcio: pese a los esfuerzos de Cicerón, la restauración será llevada a cabo en el 55 por el gobernador de Siria Gabinio a instancias de Pompeyo (DIÓN CASIO , XXXIX 55, 2 y 56, 3).
2.2.2. El episodio de la restauración de Ptolomeo XII, más allá de evocar los venales tiempos de Yugurta, ilustra a la perfección la complejidad de la política romana de mediados de los cincuenta. Pero sobre todo revela bien a las claras la posición de un Pompeyo empantanado en su aspiración de convertirse en el hombre fuerte de Roma y la de un Cicerón que, actuando como uno de los principales valedores de Pompeyo, tiene el propósito más o menos declarado de distanciarlo de César y Craso ganándolo para la causa optimate. Sin embargo, la salida a esta situación cenagosa fue bien distinta: la renovación de la colaboración entre los triunviros tras la celebración de la famosa conferencia de Luca en abril del 56. Las nuevas reglas del juego político habrán de ser asumidas indefectiblemente por el Arpinate. Así Fam . 19-25 serán testimonio de ese profundo cambio de actitud de Cicerón respecto a los triunviros. En los años inmediatamente posteriores a la conferencia de Luca, Cicerón aceptó ya no sólo una discreta retirada del escenario político, sino que incluso se decantó por poner en práctica una vía posibilista de actuación política en la que estaba dispuesto incluso a colaborar con los triunviros en una actitud subordinada y aun sumisa.
Naturalmente este cambio de actitud necesitó de justificación ante buena parte de sus colegas en el Senado que, a buen seguro, observarían con asombro esta pérdida de independencia y colaboracionismo con los triunviros. En este contexto se inserta Fam . 19 dirigida a Léntulo en febrero de 55 tras la toma de posesión de los nuevos cónsules, Pompeyo y Craso. En ella la justificación del Arpinate es relativamente sencilla: su nueva línea de conducta no sería tan novedosa, sino que respondería a las habituales buenas relaciones con Pompeyo. Más interesante es, sin embargo, el reconocimiento de que los mecanismos del Estado se encuentran en manos de los triunviros y que poco o nada se puede hacer frente a ello.
Fam . 20, de diciembre de 54, es una encendida apología de su nuevo rumbo político. En ella Cicerón, insatisfecho con la nueva situación política y con su propio papel en la misma, justifica su cambio de actitud tras los acuerdos de Luca en la misma línea de pensamiento que puede leerse en Cart. a Át . IV 18 y 19 y Cart. a su her. Q . III, 5, 4. De nuevo, el destinatario de esta apología es Léntulo, lo que no obedece al azar. Cicerón se dirige a un personaje con quien le une una gran afinidad —fue su principal valedor en el retorno del exilio— y en cuya situación cree ver cierto paralelismo, ya que mantiene unas aceptables relaciones con Pompeyo y César y no ha sido tratado como correspondía por los optimates. Pero sobre todo Léntulo es un miembro de la alta nobleza que va a regresar a Roma y, por lo tanto, va a volver a dejar sentir su influencia en los círculos de poder. La epístola supone un paso argumentativo más sobre Fam . 19. Además de insistir en la ya mencionada colaboración con Pompeyo, se justifica la reconciliación con Craso, pero sobre todo se percibe una inesperada simpatía por César.
Por otra parte, a fin de compensar la merma de su ascendiente sobre la política romana, Cicerón trató de forjar una imagen pública que perseguía un reconocimiento general de su auctoritas . La construcción de dicha imagen tenía como piedra angular, cómo no, su actuación consular entendida como salvación de la patria. Con este mensaje de fondo —Cicerón como princeps salvador de la res publica — orquestó toda una campaña propagandística de la que conocemos bastante bien su vertiente literaria canalizada a través de la historiografía y de la poesía. Naturalmente, para que esta propaganda resultase verosímil, era fundamental que fueran otros quienes la llevasen a cabo. Pero los diversos requerimientos de Cicerón fueron todos desatendidos. Así, en el ámbito de la poesía tenemos noticia de que el poeta Arquias comenzó en el 62 un poema relativo a su consulado (En def. de Arq . 28), si bien ya en el 61 abandonó el proyecto, que tampoco fue aceptado por el poeta Tiilo (Cart. a Át . I 16, 15). En cuanto a la historiografía propiamente dicha, tenemos constancia de que en el 60 solicitó del prestigioso filósofo e historiador Posidonio la redacción de la historia de su consulado tomando como base el «borrador» escrito en griego por el propio Cicerón. Aparentemente la calidad literaria del borrador desanimó al antiguo maestro de Cicerón (Cart. a Át . II 1, 2). Tan sólo su buen amigo Ático compuso unos «comentarios» en griego sobre su consulado (Nep., Át . 18, 6), si bien no parecen satisfacer al Arpinate ya que los considera desaliñados (Cart. a Át . II 1, 1). En suma, Cicerón estuvo especialmente interesado en divulgar su versión de su actuación como cónsul en los años inmediatamente posteriores al consulado. Tras el exilio, a mediados de la década de los 50 Cicerón renovó su interés por reactivar esta campaña de propaganda. Es en este nuevo impulso propagandístico cuando tiene lugar la petición a Luceyo (Fam . 22). Por la carta que le dirige a su amigo queda claro que sus intereses no son tanto historiográficos como de recuperación de la dignidad perdida con vistas al reconocimiento de sus contemporáneos.
Fam . 23 es, en cambio, una carta de consuelo que Cicerón dirige a Publio Sitio, condenado al destierro poco después de su regreso en septiembre del 57 como inculpado por la crisis de suministro de trigo que en esos momentos se padece en Roma y que, por cierto, fue la misma acusación que, a instancias de Clodio, planeó también sobre Cicerón. La epístola es un buen ejemplo del subgénero de la carta consolatoria dirigida a los amigos caídos en desgracia 38 . Es más que probable que Cicerón mismo recibiera algunos de estos escritos consolatorios durante su destierro, si bien no se nos ha conservado carta alguna.
Fam . 24 demuestra que la actividad política tan intensa de estos años trasciende a todos los ámbitos de la sociedad. A finales de agosto o primeros de septiembre del 55 se inaugura el primer teatro de fábrica hecho construir por Pompeyo como muestra de su grandeza y con vistas a su propaganda personal. Pero más allá del significado político del mismo, la carta dirigida a Marco Mario nos permite conocer de primera mano los gustos personales del Arpinate en materia de espectáculos. Así descubrimos que respecto a las representaciones teatrales no criticará tanto la selección de piezas (Nevio y Acio) como la pretenciosa puesta en escena. En cuanto al resto de espectáculos —juegos atléticos, gladiadores, cacerías, etc.—, sentirá auténtica repugnancia por estas últimas. La carta deja entrever además no sólo un sentido elitista de la existencia y del arte, sino de nuevo un hastío por su papel subordinado a los triunviros: la imposición por parte de estos últimos de la defensa de individuos de difícil catadura supone para nuestro orador un auténtico trágala.
Finalmente, en mucho más hubo de condescender el Arpinate. Entre Craso y Cicerón había una vieja enemistad originada presumiblemente en el turbio asunto de la conjuración de Catilina y alimentada por el apoyo de Craso a Clodio. El deseo de contar con el apoyo de Cicerón por parte de Pompeyo y César llevó a estos últimos a favorecer la reconciliación. Una primera aproximación impulsada por Pompeyo a principios del 55 fracasó debido a la defensa que hizo Craso de Gabinio, a quien Cicerón había atacado pocos días antes (Fam . 20, 20). Sin embargo, los renovados esfuerzos de los otros dos triunviros lograron su propósito con motivo de la partida de Craso a la provincia de Siria en noviembre de 55. Fam . 25 es testimonio de esta reconciliación oficial, ya que los sentimientos de Cicerón debieron permanecer inalterados como confirma el calificativo de hominem nequam [sujeto infame] que le dedica en carta a Ático de mediados de noviembre de 55 (Cart. a Át . IV 13, 2). De ahí que en la presente carta las amables palabras del Arpinate no pueden evitar traslucir cierta falta de sinceridad en sus sentimientos por culpa de un tono excesivamente solemne y alambicado.
2.2.3. Fam . 26-39 forman una serie en torno a Gayo Trebacio Testa y a un mundo especialmente cercano al Arpinate, el de la jurisprudencia. Son también un magnífico ejemplo de las relaciones sociales entre la clase dirigente romana. Así, en la primera de las misivas de esta serie, Fam . 26, podemos comprobar no sólo el acercamiento que se ha producido entre Cicerón y César, sino también cómo funcionan los favores entre la élite y cómo la generosidad de César responde a una realidad cierta a juicio del Arpinate. Se trata de una recomendación de Cicerón en favor del mencionado Trebacio Testa para que lo incorpore a su estado mayor en la campaña de las Galias. En el resto de esta serie el lector podrá observar no sólo el profundo conocimiento del mundo del derecho que tiene Cicerón, sino su inteligente sentido del humor —quizá una faceta menos conocida, acostumbrados al orador abogado o político— que cultiva con deleite entre miembros de la aristocracia afines en gustos.
2.2.4. Fam . 40-44, salvedad hecha de la remitida por Quinto a su hermano, tienen como corresponsal a Tirón, el esclavo y secretario personal de Cicerón, quien entonces debía contar unos veinte años de edad. En el viaje de Roma a Cumas en el mes de abril, Tirón cayó enfermo, por lo que permanecerá recuperándose en la finca de Formias, mientras Cicerón prosigue su viaje, quizá para despedirse del cónsul del 54 Apio Claudio Pulcro que partía a Cilicia y con quien Cicerón estaba interesado en mantener buenas relaciones después de la reconciliación habida el año anterior. Tirón recuperará la salud —por lo demás, una mala salud de hierro, porque esta colección de cartas nos volverá a informar de varios episodios de enfermedad más, lo que no le impedirá alcanzar una notable longevidad— y al tiempo la libertad que Cicerón le había prometido.
2.2.5. Fam . 45-50 son una muestra de cómo en el 53 la situación política es tan enrevesada —recuérdese que no se nombran cónsules hasta el mes de julio— que Cicerón, entre otras medidas, intenta estrechar lazos con Gayo Escribonio Curión el Joven, a pesar de que cuenta con poco más de treinta años. Con esta maniobra Cicerón parece perseguir dos grandes objetivos: por una parte, y de manera más inmediata, conseguir su apoyo para la candidatura al consulado del 52 de T. Anio Milón; por otra, más general y quizá a un plazo mayor, confía en que Curión se alinee definitivamente con los optimates. Ninguno de estos dos propósitos se verá realizado. No tenemos constancia alguna de que apoyara la campaña de Milón y, respecto a su alineación partidista, es bien conocido que fue elegido tribuno de la plebe para el año 50 por su animadversión hacia César, que luego pasó a desarrollar una actividad tribunicia más o menos independiente y que finalmente terminó por apoyar abiertamente la causa de César, presumiblemente, a cambio de unos 60 millones de sestercios que en buena medida venían a sufragar sus enormes deudas (Apiano, G. Civ . II 26).
2.2.6. Fam . 51 y 52 son dos pequeñas muestras de los «daños colaterales» que desencadenó el asesinato de Clodio por Milón el 20 de enero del 52. Los violentos disturbios provocados por sus seguidores, en los que se llega a incendiar la Curia y la casa del interrey M. Lépido, fueron motivos suficientes para que el Senado tomara medidas de excepción y para que el 25 de febrero Pompeyo fuera nombrado cónsul sin colega, lo que le confería un poder casi absoluto. Sus primeras medidas en el cargo iban encaminadas a juzgar tanto a los responsables del asesinato como de las algaradas. Así, Pompeyo promulgó dos leyes, respectivamente, contra los actos de violencia (lex Pompeia de ui) y contra el fraude electoral (lex Pompeia de ambitu) . Ambas normas llevaban aparejadas una abreviación del procedimiento judicial, un agravamiento de las penas, medidas para evitar el soborno de los jueces —81 en total, nombrados a partir de una nueva lista de 360 elaborada por el propio Pompeyo— y, en el caso de la segunda, con carácter retroactivo desde el año 70.
Fam . 51 y 52 nos ofrecen testimonio de los numerosos enjuiciamientos que siguieron al gran proceso judicial de esos momentos, el celebrado contra Milón. Pero también son un buen ejemplo de la suerte diversa con la que Cicerón vivió esos procesos menores. Fam . 51 es una carta consolatoria a Tito Fadio por su condena al exilio impuesta por los tribunales instaurados por Pompeyo, probablemente acusado de corrupción electoral. Las palabras de consuelo de Cicerón se explican por el hecho de que Fadio fuera cuestor durante su consulado y, sobre todo, porque como tribuno de la plebe en el 57 abogara por su vuelta del destierro. En cuanto a Fam . 52, tiene como corresponsal al Marco Mario de Fam . 24, a quien informa Cicerón de la victoria judicial obtenida sobre T. Munacio Planco Bursa que como tribuno encabezó los desórdenes públicos a la muerte de Clodio y que además se había convertido en enemigo personal del Arpinate al amenazar con llevarlo a juicio bajo la acusación de ser el instigador del asesinato.
2.2.7. Finalmente Fam . 53-63 dibujan un fresco de la sociedad romana a través de un subgénero epistolar, el de las cartas de recomendación. Pese a su carácter estereotipado y su contenido prosaico y un tanto irrelevante para el lector moderno, no dejan de ofrecer una información valiosa sobre la organización social de la antigua Roma, así como sobre la posición influyente que ocupa Cicerón en el seno de esta sociedad, además de constituir siempre un ejemplo de la maestría literaria del Arpinate incluso en un subgénero tan tipificado como éste: aun cumpliendo con los inevitables convencionalismos, Cicerón procurará en todo momento darles un tono personal y elevarlas a la categoría de prosa artística.
Dentro de este grupo tiene especial interés Fam . 63. En viaje ya a Cilicia, Cicerón hace escala en Atenas del 25 de junio al 6 de julio. Allí esperaba encontrarse con G. Memio, de quien pretendía conseguir la cesión del viejo solar donde se asentó en tiempos la escuela de Epicuro en beneficio de Patrón, cabeza de la escuela epicúrea en Atenas y viejo conocido de Cicerón. Sin embargo, Memio ha partido para Mitilene la víspera de su llegada, por lo que Cicerón le dirige la presente misiva solicitando la cesión, al tiempo que trata de atemperar la antipatía o enfado de Memio contra Patrón, en aras no sólo de los lazos que le unen con Patrón sino también de la mediación de Ático, amigo y simpatizante epicúreo. Este episodio es un buen ejemplo de cómo el antiepicureísmo que Cicerón manifiesta con frecuencia en sus escritos no son reflejo de su actitud respecto a los seguidores de esta escuela filosófica con los que a menudo mantiene unas relaciones más que cordiales.
2.3. El proconsulado en Cilicia (años 51-50)
La crisis en la que se vio inmersa la política romana a finales de la década de los cincuenta animó sin lugar a dudas a que durante su tercer consulado Pompeyo impulsara una serie de medidas con vistas a reconducir la situación. En lo que aquí nos interesa, es de destacar que hizo aprobar una ley cuya finalidad última era acabar con la corrupción electoral, si bien su objetivo inmediato era la regulación del gobierno provincial. Se trata de la lex Pompeia de provinciis . Aparentemente la medida no podía ser más sencilla y justa: se establecía que los magistrados con imperium , cónsules y pretores, no podían aspirar al gobierno provincial hasta transcurridos cinco años del desempeño de su cargo 39 , de modo que no podrían resarcirse mediante la extorsión en provincias de los altos costes de la carrera pública 40 . La entrada en vigor de esta norma llevaba implícito un período de transición en la medida en que imposibilitaba que los magistrados salientes del 51 asumieran algún gobierno provincial. Así pues, en tanto transcurrían los cinco años preceptivos, para cubrir el gobierno de las provincias vacantes en el 51 fue necesario recurrir a viejos senadores que todavía no habían desempeñado esta tarea, entre los cuales se encontraba nuestro orador. De este modo, en marzo del 51 un decreto del Senado otorgaba a Cicerón el gobierno de Cilicia. Conviene advertir no obstante que, probablemente, detrás de las buenas intenciones declaradas de la ley había otros intereses velados, quizá no tanto poner en aprieto la situación legal de César como alejar de Roma a elementos incómodos. De hecho, no deja de ser significativo que la ley afectara específicamente a Cicerón y al colega de César en el consulado del año 59, M. Calpurnio Bíbulo, quien recibió la provincia de Siria. No hay constancia de que más allá del 51 fuera respetada la ley, si bien es cierto que los años siguientes fueron especialmente convulsos.
En cuanto a la provincia que le había correspondido en suerte al Arpinate, conllevaba importantes dificultades. Cilicia comprendía territorios extensos, heterogéneos y mal comunicados entre sí: a mediados del siglo I abarcaba Cilicia propiamente dicha, Licia, Pisidia, Isauria, Panfilia, Chipre, Licaonia y tres distritos del sur de Frigia. Además Cilicia era prácticamente frontera con el amenazante Imperio Parto donde Roma acaba de sufrir en el 53 una lacerante derrota en la persona del entonces triunviro Craso. A estos condicionantes inherentes a la provincia en sí, se añadía la embarazosa circunstancia de que durante dos años había estado gobernada por Apio Claudio, que, si bien se había reconciliado con Cicerón, de nuevo se había distanciado como consecuencia del asesinato de su hermano Clodio.
A tenor del panorama aquí expuesto no es de extrañar que Cicerón recibiera con disgusto el mandato sobre Cilicia. A pesar de que las Familiares no destacan precisamente por su franqueza en la expresión, es posible admirar en ellas la resignación y entereza con la que asume esta encomienda. Cicerón decidió hacer frente a este contratiempo con la dignidad de un auténtico senador romano y con el firme propósito de que esta ausencia no fuese aprovechada por sus adversarios políticos 41 . Gracias a su correspondencia podemos seguir con detalle su viaje a Cilicia desde que partiera de Roma en mayo del 51 y cómo inmediatamente aprovecha el verano para la campaña militar ejerciendo el control de unas tropas escasas y de dudosa lealtad, ganándose la colaboración de los aliados en la zona —con especial interés en Ariobárzanes, joven rey de Capadocia— y sometiendo las poblaciones del macizo montañoso del Amano en la frontera entre Siria y Cilicia así como la desconocida ciudad de Pindeniso, acciones todas ellas tendentes a conjurar una posible invasión parta. Y, una vez concluida su actividad militar, con igual detalle podemos conocer su administración civil y judicial de la provincia, que, conforme al edicto emitido al principio de su mandato y aun de las recomendaciones que había dirigido a su hermano cuando el gobierno de éste en Asia, se guiaba por los ideales de integridad en la gestión de los fondos públicos, moderación en el gasto, deferencia con los publicanos y protección de las comunidades indígenas súbditas del Imperio. Finalmente, conforme se iba acercando la fecha del final de su gobierno, el epistolario nos irá desvelando sus esfuerzos, primero, por que no se le renueve y, luego, por encontrar un sucesor.
2.3.1. El primer grupo de cartas, Fam . 64-76, forma una unidad como demuestra el hecho mismo de constituir el libro III de las Cartas a los familiares . Se trata de la correspondencia mantenida con Apio Claudio Pulcro al final de su etapa de gobierno en Cilicia (53-51) y a las relaciones que con este motivo mantuvo posteriormente con Cicerón como sucesor suyo en el cargo.
Encabeza esta serie epistolar Fam . 64 que, si bien es bastante anterior en el tiempo al nombramiento de Cicerón como gobernador, testimonia la reconciliación habida en el 54 entre el Arpinate y su predecesor y es un buen ejemplo de los valores y servicios en los que se mueve la nobleza romana.
Las siguientes cartas, Fam . 65-67, son testimonio, en cambio, del escaso entusiasmo con el que Cicerón recibe el mando provincial y de cómo, pese a todo, afronta esa tarea con el mayor sentido de la responsabilidad. Para ello trata de obtener la colaboración de Apio a fin de que el traspaso de poderes sea lo más ventajoso posible para ambos.
A pesar de las buenas intenciones de Cicerón, la correspondencia de Fam . 68-69 evidencia que pronto surgieron las dificultades. En estas cartas salen a la luz los desplantes de Apio ante los intentos de Cicerón por encontrarse en el camino con el fin de mantener una entrevista personal que al Arpinate le parece a todas luces deseable para llevar a cabo el traspaso de poderes. Más allá de los hechos, en estas misivas conviene destacar que Apio queda retratado como un personaje fatuo y soberbio que además se ve rodeado de una camarilla de maledicentes.
Fam . 70 contiene un ilustrativo ejemplo del proceder de uno y otro como gobernadores. La carta es la respuesta a una anterior en la que Apio le echa en cara a Cicerón supuestos agravios. En particular se muestra ofendido porque el Arpinate vetó el envío al Senado de delegaciones de las ciudades provinciales a fin de que diesen testimonio de su agradecimiento por el buen gobierno de Apio. Se trata a todas luces de una iniciativa promovida por el propio Apio, quizá incluso en previsión de futuras acusaciones. La reacción del Arpinate no pudo ser más ejemplar: respetando en todo caso la gestión en el cargo de su predecesor, Cicerón no puede permanecer indiferente ante un gasto innecesario y desmedido que recae sobre unas ciudades que están en la más absoluta de las miserias.
Igualmente reveladora es Fam . 71. Cicerón tiene ahora que responder a dos reproches de Apio Claudio: el de haber impedido que se erigiese un templo en su honor y el de no haber ido al encuentro del gobernador saliente. Respecto a la primera, ofrece una explicación que no hace más que exponer diplomáticamente el rechazo que le ocasionaban al propio Cicerón estas prácticas comunes en el mundo helenístico sometido a Roma. En cuanto a la segunda, le basta al Arpinate con acudir a la realidad de los hechos y recordarle a Apio sus infructuosos y numerosos intentos por entrevistarse con él.
Pese a los desencuentros anteriores, las aguas parecen volver a su cauce en las cartas que cierran la serie, Fam . 72-76. Como atinadamente señala Cicerón en Fam . 72, la vuelta a Roma de Apio es determinante en esta reconciliación. Influye, desde luego, el que haya quedado atrás esa camarilla de provinciales, pero sobre todo el comprobar que en su ausencia Cicerón cumplió escrupulosamente con los deberes inherentes a la amistad. No cabe duda tampoco de que hay una comunidad de intereses por la que se necesitan mutuamente: Apio espera del Senado la concesión del triunfo y Cicerón que se le honre con una acción de gracias. Esta comunidad de intereses vuelve a ponerse de manifiesto en Fam . 73: ahora Apio necesita el mayor número posible de apoyos para salir airoso del juicio al que ha sido llevado por Dolabela, el inminente yerno de Cicerón, y para alcanzar luego la censura; Cicerón, por su parte, para que no se le prorrogue el mandato provincial y quizá obtener el triunfo. En todo caso, esta carta es, ante todo, un alegato que pretende disipar todos los resquemores de Apio respecto al Arpinate. Esta nueva reconciliación queda patente en Fam . 74 en la que Cicerón se felicita por la absolución de Apio e intercambia compromisos literarios, pero donde, sobre todo, deja traslucir de nuevo su fino sentido del humor. No obstante, no quedaría completa esta reconciliación sin las correspondientes explicaciones por la boda de su hija con Dolabela (Fam . 75 y 76) que en tan mal lugar dejan al Arpinate ante Apio, así como sin el compromiso de nuevos servicios —ahora de Apio desde Roma en favor de Cicerón— como es la colaboración en la concesión del triunfo (Fam . 75), donde no cabe duda de que Apio como nuevo censor tendría un peso considerable.
2.3.2. Fam . 77-98 están dirigidas a Marco Celio Rufo, joven promesa de la política romana a quien Cicerón conocía desde que ejerciera de patrono suyo en la etapa de formación del tirocinium fori . Más allá de su trayectoria política es de destacar, ante todo, que Celio fue él mismo un brillante orador, pero, sobre todo, que las cartas que dirige a Cicerón son buena muestra de su talento literario así como de su agudeza de ingenio a tenor de las informaciones, observaciones y comentarios de todo tipo que hace a su viejo maestro. Precisamente, consciente de las cualidades del joven Celio, Cicerón le encargará que le mantenga informado sobre la situación política en Roma mientras él desempeña el cargo de gobernador en Cilicia. Esta solicitud es precisamente el origen de la correspondencia entre ambos y el núcleo del libro VIII de las Cartas a los familiares , ya que de las 17 cartas de Celio a Cicerón —que comprenden desde mayo del 51 a febrero del 48—, 14 pertenecen a este período —de mayo del 51 a septiembre del 50—. Junto con las 8 cartas de respuesta del Arpinate constituyen un fresco insustituible de la vida pública romana previa a la guerra civil.
Un tema capital recorre este epistolario, el debate sobre la sucesión de César al frente de la Galia Cisalpina y del Ilírico. Sin ánimo de profundizar en cuestión tan compleja, sí conviene atender a algunos de los datos esenciales a los que se alude en la correspondencia. Gracias a una ley Pompeya-Licinia del 55 el mandato proconsular de César que debía terminar en el 54 fue prorrogado hasta finales del 49 con vistas a presentar su candidatura al consulado del año 48, respetando así el plazo preceptivo de diez años de intervalo entre el desempeño sucesivo de esta candidatura y sin perder al tiempo el privilegio del imperium como salvaguarda legal ante posibles contingencias. Más aún, como contrapartida a la primacía de Pompeyo como cónsul sin colega en el 52 se le reconoce a César el derecho a presentar su candidatura in absentia , pese a que se quebrantaba así la legislación ciceroniana del 63. Sin embargo, la oligarquía optimate y la calculada ambigüedad de Pompeyo terminaron confluyendo en el objetivo de acabar con César. Así uno de los nuevos cónsules del 51, Marco Claudio Marcelo, exigió que, en vista de que las Galias ya habían sido pacificadas, se le depusiera de su mando y se licenciase su ejército. Además, amparándose en la ley Pompeya de iure magistratuum aprobada en el 52, pretendió que el proconsulado de César terminase el uno de marzo de 50 en lugar de en el 49 y que, en caso de presentar su candidatura al consulado, tuviese que hacerlo en persona. Estas propuestas no prosperaron ante el veto de los tribunos de la plebe y la oposición del otro cónsul, Sulpicio Rufo, pero el debate sobre la sucesión y la controversia jurídica anexa serán tema recurrente a lo largo de los años 51 y 50.
2.3.3. Además de Apio Claudio y Celio Rufo, Cicerón mantuvo un intenso intercambio epistolar con buena parte de la clase dirigente romana, lo que le permite, por una parte, estar al corriente de los acontecimientos políticos y, por otra, mantener unos lazos de amistad lo suficientemente fuertes como para que no se le prorrogue el mandato provincial y se le conceda primero la acción de gracias y luego aspirar al triunfo.
Un buen ejemplo son Fam . 99-102, cuatro breves cartas de felicitación por el resultado de las elecciones consulares celebradas, probablemente, a principios de agosto y de las que tiene noticia después de partir de Iconio el 3 de septiembre. Los destinatarios serán, naturalmente, los cónsules electos para el año 50, Gayo Claudio Marcelo (Fam . 98) y Lucio Paulo (Fam. 102), pero también el padre del primero (Fam . 100) y su primo Marco Claudio Marcelo (Fam . 101) que había ejercido el consulado en el 51. Y en esta línea se incluirían también Fam . 106 y 107, sendas felicitaciones a Casio Longino y a Curión en las que solicita su apoyo para que no se le renueve el gobierno provincial, así como Fam . 118, una carta de agradecimiento al cónsul del 50 Gayo Marcelo.
Por otra parte, Cicerón tiene especial interés en obtener el reconocimiento de sus hazañas militares a través de una acción de gracias. Por ello procura mantener informado al Senado del estado de sus tropas, de la situación bélica y, curiosamente, del episodio de la conjura contra Ariobárzanes III (Fam . 104-105). Así, solicita el apoyo con vistas a la concesión de una acción de gracias a Gayo Marcelo (Fam . 108) y a Lucio Emilio (Fam . 109). Pero sobre todo llama la atención el exquisito trato con que obsequia a Marco Catón: primero con un breve informe (Fam . 103) y luego con un detallado relato de las operaciones militares (Fam . 110). Con su proverbial intransigencia, Catón accederá a la supplicatio , pero no alentará la solicitud del triunfo por parte de Cicerón (Fam . 111), pese a lo cual éste le quedará agradecido (Fam . 112).
En todo caso la correspondencia nos permite conocer otras facetas del gobernador de Cilicia. Ante todo, la distancia no le impide mantener el contacto con los buenos amigos. Así pueden catalogarse Fam . 113 dirigida a Publio Volumnio Eutrápelo, caballero romano amigo de Ático, y Fam . 114, a Papirio Peto, las cuales, por más que contienen sendas recomendaciones, destacan por su tono humorístico como corresponde a las cartas de amistad. Por otra parte, como gobernador mantiene también contactos con los representantes de Roma en las provincias limítrofes. Gracias a esta correspondencia conocemos las dificultades para la sucesión de los gobiernos provinciales en la situación de crisis que se vive en Roma en estos momentos: en Fam . 115 aconseja qué hacer a este respecto al gobernador de Asia Q. Minucio Termo; en Fam . 117 responde a Caninio Salustio sobre la sucesión en Siria, y en Fam . 116 da la bienvenida a Celio Caldo, el próximo cuestor de Cilicia y, en virtud de las circunstancias, su sucesor.
El viaje de regreso a Roma nos proporciona las cartas más personales. Sólo disponemos de una carta dirigida a su esposa Terencia, aunque, eso sí, en términos sumamente cordiales (Fam . 119). La mayor parte (Fam . 120-127) están dirigidas a su liberto Tirón, que ha enfermado en el viaje de Atenas a Patras y se ve obligado a guardar reposo mientras Cicerón prosigue su camino a Roma. Esta serie no sólo nos permite seguir con detalle el viaje de regreso, sino que en pocas ocasiones se nos muestra el Arpinate tan franco y sensible como cuando muestra su preocupación por la salud de Tirón.
Por su parte, Fam . 128 nos trae a colación uno de los aspectos más polémicos de la administración provincial, la gestión financiera. Cicerón ha llegado a las puertas de Roma a principios de enero del 49 y allí se ve obligado a responder a la exigencia de explicaciones de su cuestor, L. Mescinio Rufo, en relación con algunas irregularidades descubiertas en la contabilidad. De la respuesta parece desprenderse que, efectivamente, las cuentas rendidas por el gobernador no cuadraban todo lo bien que sería deseable. Pero no es menos cierto que Cicerón cumplió escrupulosamente con la Lex Julia de repetundis del 59 al depositar dos balances de cuentas en Apamea y Laodicea, más la copia enviada a Roma, y, sobre todo, que su actuación como gobernador había estado presidida por un ideal de integridad y equidad. Más allá de estos deslices contables, la gestión de Cicerón no parece haber caído en los excesos de una malversación de fondos públicos o en la imposición a los provinciales de unos tributos desmesurados, práctica habitual de los gobernadores provinciales.
Finalmente, con la serie de cartas Fam . 129-142 tendremos un nuevo testimonio de cómo la recomendación, incluso siendo gobernador, era un procedimiento de relación social profundamente arraigado en el mundo romano. Incluso una vez llegado a Roma, Cicerón continuará con su actividad recomendaticia relacionada con el Oriente romano (Fam . 142).
2.4. La guerra civil (años 49-47)
En la sesión del Senado del 1 de enero del 49 se había impuesto el parecer más extremista de los optimates liderados por Catón, Claudio Marcelo y Metelo Escipión. Este último, suegro de Pompeyo, había conseguido que se aprobase su propuesta de que César licenciase a sus tropas, se le anulara el privilegio de poder presentar su candidatura in absentia y que se le amenazase con declararlo enemigo público si no acataba la resolución del Senado. Naturalmente los tribunos cesarianos Marco Antonio y Q. Casio Longino impidieron con su veto esta resolución. Por su parte, César ofreció entregar las dos provincias galas y nueve legiones, solicitando tan sólo conservar la provincia de Ilírico con una legión hasta finales del 49 con vistas a presentar su candidatura a las elecciones para el consulado del 48. El ala más radical de los optimates obligó sin embargo a Pompeyo a rechazar esta última oferta. Así, el 7 de enero se produjo la ruptura definitiva: el Senado decidió hacer regresar a César de las Galias nombrando a L. Domicio Ahenobarbo como su sucesor. En lógica reacción, los tribunos Antonio y Casio elevaron su veto, pero esta vez el cónsul L. Léntulo Crus estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias: por una parte, obligó a los citados tribunos Antonio y Casio a que abandonasen el Senado y buscaran refugio junto a César; por otra, Léntulo solicitó del Senado un senatus consultum ultimum con vistas a «velar por que la República no sufra menoscabo alguno». La noche del 10 de enero, César terminará cruzando el río Rubicón, límite sur de la provincia de Galia Cisalpina, con el propósito de restituir la dignidad tribunicia. Era el comienzo de la guerra civil.
La correspondencia con Tirón y su familia durante el mes de enero del 49 (Fam . 143-147) nos permite conocer el papel de Cicerón en estos momentos de crisis. Ante todo, la obligación de permanecer a las afueras de Roma esperando la resolución de su solicitud de triunfo tuvo la ventaja inesperada de que no se vio obligado a participar en las reuniones del Senado ni a pronunciarse en público sobre las delicadas cuestiones que se estaban dirimiendo. En este contexto, a su llegada a Roma el 4 de enero, Cicerón trató de mediar en el conflicto, dirigiendo nuevas negociaciones entre los días 4 y 7 que en un principio fueron bastante alentadoras, pero que terminaron sin alcanzar un compromiso. Luego, una vez iniciadas las hostilidades y ante las noticias del 17 de enero en el sentido de que César había alcanzado Arímino y Ancona en la costa adriática y Arrecio en Etruria, se vio obligado a secundar, muy a su pesar, la orden de Pompeyo de evacuar Roma y dirigirse al sur, donde se concentraban las tropas senatoriales.
Pese a no compartir esta decisión de Pompeyo, acató la orden de evacuación y se dirigió a Formias acompañado por su hijo, mientras permanecían en Roma su esposa Terencia y su hija Tulia. Entre las tropas pompeyanas Cicerón desempeña sin embargo una labor secundaria y aun moderada: en el nombramiento de comandantes para las regiones y ciudades estratégicas de Italia le correspondió, en su calidad de procónsul, ponerse al frente de Capua y, por tanto, de la Campania, con la misión de reclutar el mayor número posible de soldados. Sin embargo, bien sea por falta de entusiasmo o por no significarse en demasía, no tuvo ningún éxito en esta misión. Más aún, consciente de la inferioridad militar y financiera de los optimates y crítico con la decisión de huir de Italia, Cicerón renuncia a su mando en Capua y no se reúne siquiera con Pompeyo en Luceria tal como éste le había solicitado insistentemente. Sin embargo, en un enfrentamiento civil de esta magnitud la neutralidad era difícilmente practicable. El Arpinate es objeto también de las presiones de los cesarianos, ya que la adhesión de un consular de su prestigio habría de redundar en la pretensión de legitimidad y ser al tiempo prueba de la magnanimidad cesariana. Tratado con exquisita paciencia por César, se entrevistarían finalmente el 28 de marzo, si bien Cicerón se niega a acompañarlo a Roma y a colaborar en general con él. Posteriormente, desconfiando de la reacción de César, se retira a su finca de Cumas presa de dudas y remordimientos. Conservamos algunas cartas de este retiro. Dejando a un lado la airada respuesta a T. Fadio sobre cuestiones de índole económica (Fam . 148), esta posición poco militante, incluso de clara pasividad, le permite agradecer la lealtad de viejos colaboradores como L. Mescinio Rufo (Fam . 152), pero sobre todo le permite seguir en contacto con viejos amigos ahora en el bando cesariano como Celio Rufo (Fam . 149, 153, 154), así como con prohombres que se habían decantado por una actitud neutral como Sulpicio Rufo (Fam . 150-151). El común denominador de toda esta correspondencia son las dudas y vacilaciones del Arpinate acerca de la decisión que ha de adoptar 42 . Sin embargo, pese a haber evitado desde el principio participar en la guerra civil y pese a la insistencia de César y de cesarianos como Celio para que mantenga una cierta neutralidad, a principios de abril parece haberse decantado por seguir a Pompeyo a Grecia, y así tenemos conservada la carta de despedida que le dirige a Terencia cuando embarca en Cayeta el 7 de junio del 49 (Fam . 155).
Al campamento de Pompeyo en Grecia se incorporó acompañado de su hijo y de su sobrino. Su estancia, sin embargo, parece haber sido poco entusiasta, hasta el punto de que, según Plutarco (Cic . 38, 2-8), Pompeyo llegó a desear que abandonase su filas si persistía en su actitud sarcástica 43 . Mientras tanto, César y Pompeyo se enfrentan primero en Dirraquio y, finalmente, en la batalla de Farsalia el 9 de agosto de 48. Durante este año largo, apenas nada de la presente colección epistolar nos permite conocer la situación del Arpinate y siempre en el contexto de Dirraquio. Disponemos de una breve nota a Terencia sobre asuntos patrimoniales (Fam . 158) y de sendas cartas de Celio y Dolabela. El primero (Fam . 156) le hace partícipe, sorprendentemente, de su descontento en el bando cesariano; el segundo, hace un postrer esfuerzo para que abandone a Pompeyo (Fam . 157). Es llamativo sin embargo que personalidades tan diferentes y desde intereses tan distintos vengan a coincidir en que la suerte militar está echada.
Paradójicamente, a Cicerón, que tan escaso entusiasmo había manifestado por las operaciones militares —no participó en la batalla de Farsalia alegando que estaba enfermo—, los dirigentes optimates encabezados por Catón le ofrecen el mando supremo de las tropas senatoriales supervivientes en vista de que la huida de Pompeyo había dejado al ejército sin general y de que Cicerón era no sólo el consular de más edad, sino que desde Cilicia conservaba además su condición de procónsul. Como no podía ser de otra manera, el Arpinate rechazó el ofrecimiento y se mostró partidario incluso de poner fin a la guerra, lo que estuvo a punto de costarle la vida ante la reacción airada de Gneo Pompeyo, el hijo mayor del triunviro. Salvado por Catón, Cicerón huyó del campamento y desde Grecia trató de ganarse el perdón de César por mediación de su yerno Dolabela. Una vez obtenido éste, fue uno de los pocos senadores que regresaron a Italia —la mayoría se dirigió a África o aguardó acontecimientos en diversas ciudades griegas—, donde desembarcó en Brundisio en octubre del 48. Los caprichos del epistolario hacen que no dispongamos para este período de un año más que de la correspondencia que le dirige a su esposa Terencia (Fam . 159-173), una serie de notas frías y un tanto protocolarias que presagian el futuro divorcio. En estas cartas se dejan entrever no obstante los esfuerzos de los suyos y de algunos notables cesarianos para sacarlo del retiro de Brundisio. Sólo a finales de septiembre del 47 la llegada de César a Tarento le permitió mantener una entrevista y recibir expresamente el perdón para él y su hijo, de modo que pudo volver a Roma a principios de octubre. Sin embargo, la Roma que iba a encontrar será bien distinta de la que había dejado cuatro años atrás antes de partir a Cilicia.
3. ORIGINALIDAD Y TRADICIÓN
Una obra compuesta de materiales tan heterogéneos, que responde a una necesidad de comunicación inmediata y de la que no tenemos constancia de que su autor se haya planteado siquiera su publicación como colección difícilmente puede ser considerada literaria en su conjunto, por más que, como señalaba anteriormente, atesore en sus páginas algunas cartas de prosa exquisita 44 . Combina, pues, el epistolario un buen elenco de cartas artísticamente elaboradas con una mayoría cuya elegancia es consustancial al hecho de ser producto de uno de los mejores escritores en lengua latina, engalanado además con una amplia y profunda cultura y que, por si fuera poco, es uno de los miembros destacados de la clase dirigente romana 45 . El resultado es una obra, el epistolario en general y las Cartas a los familiares en particular, que inaugura una tradición epistolar en Roma y que, por lo tanto, sirve como modelo para el futuro 46 como demuestra, por ejemplo, el que la combinación de cartas propias con ajenas fuera determinante en la configuración del epistolario de Plinio así como en el de Frontón 47 .
Paradójicamente, la adopción como modelo del epistolario ciceroniano no incluyó una de sus señas de identidad más distintivas 48 y uno de los tesoros más preciados que entrevera la correspondencia del Arpinate, el denominado sermo cotidianus 49 . Objeto de inusitado interés por el historiador de la lengua, pero también motivo de deleite para el simple lector, la lengua coloquial de las Cartas a los familiares recrea —por más que las cartas pretendan ser un diálogo in praesentia 50 , siguen respondiendo a un código in absentia , el de la escritura 51 — la lengua cotidiana de la clase dirigente romana 52 y, fundamentalmente, de uno de sus más eximios representantes, lo que equivale a decir que se trata de una lengua conversacional entre personas de una excelente formación cultural 53 . Por ello el lector podrá encontrar junto a rasgos propios de la coloquialidad (p. ej., cierta relajación sintáctica, elisiones, pleonasmos, el gusto por los paralelismos, impresión de espontaneidad, neologismos, helenismos 54 , abundancia de exclamaciones e interjecciones, etc.) 55 , abundantes muestras de ingenio y de cultura que se traducen en la frecuente presencia de citas y proverbios así como en una constante tendencia a la sorpresa en el tono y a la perla humorística. Y esta expresividad alcanzará toda su dimensión en la correspondencia con unos amigos con los que puede cultivar el genus iocosum .
En todo caso, lo distintivo de nuestras cartas no es el sermo cotidianus , sino la variedad de tonos, registros y voces. Sólo unas breves consideraciones a este respecto. Se observará, en primer lugar, que las Cartas a los familiares tienen con frecuencia un marcado carácter oficial o público, lo que conlleva una mayor formalidad en la expresión tal como es habitual en sociedades clasistas como la romana. Me refiero aquí, naturalmente, desde los despachos a magistrados, generales y senadores a, por ejemplo, las cartas de recomendación, pero también, digámoslo así, a una cierta actitud de Cicerón de mantener la compostura, esto es, a la preservación a través del lenguaje de su condición de consular ante el conjunto de la sociedad romana. El resultado es que, con frecuencia, el estilo de Cicerón se asemeja bastante a la prosa de su oratoria. En segundo lugar, el lector habrá de ser consciente de que el intercambio epistolar entre los miembros de la clase dirigente es ante todo una muestra de amistad y ésta, por más que la élite romana la conciba como reciprocidad en favores y servicios (mutua officia) 56 , es expresada idealizadamente como una relación afectuosa entre íntimos, lo que se traduce en su manifestación epistolar en un lenguaje excesivamente apasionado que desde nuestra perspectiva actual resulta afectado. Y por último, al placer del siempre excelente latín de Cicerón, la presente colección epistolar tiene el interés añadido de permitirnos oír otras voces distintas de los grandes nombres del final de la República, entre las que merece destacar la de Celio Rufo, quien mediante un exquisito uso del latín coloquial hace gala de un personalísimo estilo 57 .
Dejando a un lado las cuestiones de lengua y estilo, el lector tendrá presente además que la epistolografía está sometida desde muy pronto a las normas y criterios que fija para su composición la preceptiva retórica 58 , no sólo porque gracias a los recursos de la retórica ese pequeño diálogo que es la carta puede adecuar su tono atendiendo al destinatario, al contenido y a otras circunstancias varias, sino porque como disciplina termina ocupándose de la forma de todo lo escrito y, por lo tanto, permite que las cartas sean motivo de placer literario 59 . De este modo no es de extrañar que la epistolografía sea cultivada por quien fuera el máximo exponente de la oratoria en Roma y, luego, también por oradores como Séneca, Plinio el Joven, Frontón o Símaco.
Cicerón respeta, desde luego, la preceptiva epistolar griega, pero sobre todo la adecua a cada situación particular y actúa con bastante libertad en lo tocante al estilo 60 . Sin que la brevedad de unas páginas introductorias sea el lugar adecuado para ahondar sobre esta cuestión, sí quisiera al menos ilustrarla con un ejemplo más allá de la mención siempre traída a colación de las cartas que, como Fam . V 12, parecen haber sido compuestas pensando en su difusión. Me refiero en concreto a las denominadas cartas de recomendación. Cicerón recibe un subgénero rígidamente codificado 61 y profusamente cultivado 62 por la tradición epistolar y que, por lo tanto, le deja escaso margen de maniobra 63 . Al lector del siglo XXI probablemente le resulte bastante lejano el mundo de las relaciones sociales clientelares en el que se producen estas cartas 64 y probablemente le parezca escasamente literario un género tan pragmático —nuestra mentalidad respecto a la literatura es la del ars gratia artis — y tan codificado con una expresión fuertemente formular y estereotipada y con unos contenidos cansinamente similares y reiterativos 65 . Y sin embargo no deja de resultar encomiable el esfuerzo con el que el Arpinate trata en cada una de estas cartas de librarse del corsé de la tradición 66 y dejar una impronta original en el contenido y, sobre todo, en la expresión 67 . El caso es que consigue así un producto artísticamente elaborado 68 hasta el punto de que el editor de las cartas de Cicerón decide recoger las cartas de recomendación en un único libro.
4. CIRCUNSTANCIAS DE PUBLICACIÓN
En lo que atañe al momento en el que pudo tener lugar la publicación del presente epistolario y a la responsabilidad de esta edición, conviene comenzar advirtiendo que poco es lo que se puede decir con certeza hoy en día a tenor de la escasez de noticias y de lo controvertido de su interpretación. Pese a todo, la versión que se ha ido imponiendo en la tradición filológica 69 atribuye a Tirón, el liberto y secretario del Arpinate, el mérito de la publicación de la correspondencia distinta a la mantenida con Ático 70 , a la par que recoge cierto consenso en situarla en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Cicerón, no siendo inusual que se precise en torno al 32 a. C. como fecha más probable para la edición 71 .
Esta visión tradicional se apoya, en primer lugar, en la noticia de que ya Cicerón en persona concibió el proyecto de publicar, al menos, parte de su epistolario. Así se desprende de Cart. a Át . XVI 5, 5 (9 de julio del 44), en la que ante el requerimiento de Ático (o de Nepote) le responde al primero que podría publicarse una recopilación (σφραγίς, sphragìs) de sus cartas a partir de las conservadas por Tirón, unas setenta, a las que cabría añadir algunas en poder del propio Ático 72 . Este proyecto no vería finalmente la luz, probablemente debido a las circunstancias en las que se vio inmerso Cicerón en los últimos años de su vida.
Así las cosas, no parecía descabellado pensar que fuera Tirón quien hiciera suyo el proyecto, probablemente con la colaboración del hijo Marco Cicerón —al fin y al cabo era el heredero legal— y de Ático. Sabemos que como diligente secretario guardaba la correspondencia recibida por Cicerón (p. ej. Cart. a Át . IX 10, 4; XIII 6, 3) 73 , a la par que se encargaba de copiar las remitidas por él (p. ej. Fam . 261, 1; Cart. a su her. Q . II 10, 4), y, lo que es más importante, llevaba a cabo una labor de organización de este ingente epistolario en uolumina (Fam . 186, 1) 74 . Así estas cartas eran agrupadas por destinatarios y por cronología, dando origen a los libri epistularum acceptarum y a los libri epistularum missarum a los que alude Cicerón en Verr . III 167. Además, Tirón, como secretario, no sólo había desempeñado el cargo idóneo para llevar a cabo una edición de las cartas, sino que su intervención a este respecto estaría en consonancia con su labor en favor de la preservación de la obra y la memoria de su maestro y patrono, con quien además había colaborado y servido en la composición y publicación de discursos y tratados 75 . Un último argumento vendría a ratificar esta hipótesis: la inclusión en la colección del libro XVI con el propio Tirón como corresponsal parecía un digno sphragìs de su intervención como editor 76 .
En cuanto a los aspectos concretos de su labor como editor, se aceptaba que no llevó a cabo una edición de conjunto y que, por lo tanto, no es responsable de la forma en la que conocemos en la actualidad los dieciséis libros de las Carta a los familiares . Que no hubo una edición de conjunto lo confirmarían tanto las citas de los autores antiguos como los manuscritos conservados 77 : ni unos ni otros presentan una denominación única para la colección, sino que cada libro recibe su propio título; más aún, citas antiguas y manuscritos vienen a coincidir en estos títulos individuales, lo que refuerza esta interpretación 78 . En definitiva, Tirón se habría limitado a compilar y ordenar el epistolario —quizá con la colaboración de Ático y de Marco, el hijo de Cicerón—, así como a recuperar de los archivos de los corresponsales aquellas cartas que no figurasen en el archivo de Cicerón 79 . Sólo en una fase posterior llevaría a cabo una serie de publicaciones parciales por libros que bien pudo tener lugar inmediatamente después de la muerte de Cicerón y, probablemente, bajo Augusto. Aceptada pues la existencia de un conjunto de libros de cartas editados individualmente por Tirón, quedaría abierta la cuestión de cuándo se creó nuestra colección —probablemente con posterioridad a Nonio en el siglo IV — y por qué se seleccionaron precisamente esos dieciséis libros y no otros, ya que el número parece responder a una analogía con la colección de las Cartas a Ático 80 .
Esta visión de los hechos requiere, no obstante, de alguna precisión 81 . Es cierto que algunas de las cartas alcanzaron una divulgación propia bien por voluntad del Arpinate 82 , bien porque se resigna ante su difusión 83 , y no lo es menos que, como ha quedado antes señalado, Cicerón procuró conservar copia de las mismas y pensó incluso en la publicación de una antología, quizá de aquellas cartas más significativas. Sin embargo, es más que discutible que tuviera en mente una publicación general y de la misma manera tampoco resulta verosímil que Tirón u otros colaboradores cercanos la llevaran a cabo. Hay que tener bien presente que su correspondencia, con algunas notables excepciones, es de índole privada y que, por lo tanto, no estaba pensada para una mayor difusión. Más aún, un hombre tan cuidadoso con su imagen pública como Cicerón difícilmente desearía ver circular un material, con frecuencia sensible, que afectaba directamente a su reputación. Y, en línea con lo anterior, parece poco probable que lo divulgaran Tirón, Ático y compañía que tan respetuosos fueron con la memoria del Arpinate, y aún menos desde el momento en que la censura ejercida por Augusto no iba a ver con buenos ojos la difusión de una obra en la que, mal que bien, se defiende el viejo régimen republicano por quien fuera además uno de sus más eximios representantes.
Por otra parte, una publicación de la correspondencia difícilmente podía obedecer a una motivación literaria, ya que en la Roma de Cicerón, por más que algunas de las cartas fueran de una exquisita elaboración artística y, en general, estuvieran sometidas a las normas de la retórica, la epistolografía no estaba reconocida como un género literario de entidad. La escasez de noticias hasta Quintiliano 84 y la naturaleza de las mismas invitan a pensar que las cartas de Cicerón no fueron vistas como un material literario, sino como una fuente documental de la que se nutren historiadores y compiladores de curiosidades retóricas y lingüísticas. Más aún, la correspondencia no es una lectura fácil para el público en general, ya sea de una generación posterior a Cicerón o ya se trate del lector contemporáneo. Las cartas requieren una lectura atenta y, con frecuencia, con el apoyo de información prosopográfica y de comentarios históricos. Es significativo a este respecto que no fueran incorporadas a la escuela romana a diferencia de lo que ocurre con discursos y tratados. Una correspondencia repleta de referencias oscuras, escrita con frecuencia en un estilo informal y que rezuma los viejos valores republicanos difícilmente había de ser de interés de la escuela imperial.
Conviene tener presente además que en Roma la publicación difiere notablemente del proceso editorial practicado hoy en día en la galaxia Gutenberg. En síntesis, éste venía a consistir en la difusión de un limitado número de copias 85 tras una fase previa de revisión y divulgación en círculos restringidos de lectores 86 . Por tanto, en la Roma del final de la República no hay que entender por «publicación» más que el deseo de un autor de que su obra sea copiada y leída para lo cual proporciona uno o dos ejemplares editados con esmero para que sirvan de modelo 87 . En este contexto editorial la publicación de un epistolario de las dimensiones del ciceroniano hubiese dado como resultado una edición costosa que, por otra parte, a duras penas sería rentable ante la carencia de un público consumidor de literatura epistolar. Además, al igual que sucediera con Tito Livio, lo más probable es que esa magna edición se hubiera dividido en colecciones menores o se hubiera incluso abreviado en compilaciones de extractos y antologías. En definitiva, la publicación completa de las cartas de Cicerón —en el sentido moderno de edición— ni disponía de un sistema de edición capaz de llevarlo a cabo, ni, probablemente, de un mercado receptor.
¿Cómo explicar entonces la difusión de las Cartas a los familiares ? No parece descabellado pensar que Cicerón en vida y los allegados que le sobrevivieron —Ático, Tirón, etc.— fueran conscientes del valor de la correspondencia como fuente histórica. Así pues, estos últimos pusieron su esfuerzo en conservarla organizando y clasificando las cartas en grupos coherentes, además de rescatar algunas de las cartas de sus destinatarios con vistas a incorporarlas a las ya existentes en los archivos de Cicerón. Pero, tras esta labor previa de ordenación, no hay indicio alguno de que hubiera una publicación, entendiendo por tal la copia y distribución pública. Lo exiguo de los testimonios antiguos apunta a que la correspondencia apenas debió de ser copiada en su totalidad y mucho menos leída con una cierta profusión. Por todo ello, más lógico resulta pensar en una difusión gradual y en una circulación reducida. Así, por ejemplo, las personas interesadas, investigadores en sentido general, tendrían acceso a este material ordenado y clasificado, bien en el propio archivo de Cicerón, bien en quien pudiera tener su propio material, tal como sucede con Cornelio Nepote que ha podido consultar las cartas en poder de Ático (Nep., Át . 16, 4). Naturalmente la consulta incluiría, si se contaba con la autorización pertinente, la copia de lo que se estaba buscando, ya sea un extracto, ya un libro entero. Otra fuente de conocimiento de las cartas pudieron ser las citas y los extractos que se incorporan a florilegios, glosarios, etc., que al cabo de una generación o dos después de la muerte de Cicerón sabemos que circulaban. Y, por supuesto, es posible que hubiera una labor de copia, probablemente pocas, como prueba el hecho mismo de que se nos hayan conservado varias colecciones.
En algún momento de la transmisión, posiblemente en el tránsito a la Edad Media, serían agrupados los libros que conocemos bajo el título moderno de Cartas a los familiares . Esta colección reuniría libros dedicados a un único corresponsal (el lib. I a Léntulo Espínter, el III a Apio Claudio, el VIII de Celio Rufo, el XIV a Terencia, el XVI a Tirón) o a un género (el lib. XIII agrupando cartas de recomendación), al modo de los libros de cartas a Ático o a su hermano Quinto entre los conservados o tal como debieron ser los libros de cartas a su hijo Marco, a César o a Pompeyo por citar algunos de los epistolarios perdidos. Pero también se terminaron incorporando una serie de libros formados con material, digámoslo así, sobrante: pequeñas colecciones de cartas en número insuficiente para formar un libro por sí mismas y que se combinaban en una especie de mezcla de retazos. El caso más extremo sería el libro V, aparentemente un cajón de sastre en el que se recopilan a lo largo del tiempo material procedente quizá incluso de misceláneas mayores. En suma, las Cartas a los familiares vendría a ser una recopilación tardía de material heterogéneo y de procedencia diversa, cuyos libros probablemente habían tenido una circulación independiente unos de otros y que no tenían entidad para formar colecciones epistolares al modo de las Cartas a Ático o tal como debieron ser algunos de los epistolarios perdidos.
5. PERVIVENCIA Y TRADICIÓN MANUSCRITA
Como se apuntaba en el apartado anterior, las referencias en la Antigüedad a las Cartas a los familiares son escasas 88 y su interpretación controvertida 89 , ya que con frecuencia planea sobre ellas la sospecha de que el conocimiento que se tenía de las mismas era indirecto. El único testimonio que tenemos antes de Quintiliano 90 es el de Séneca el Rétor, si bien sigue siendo motivo de discusión si demuestra realmente un conocimiento directo 91 . Algo más numerosos se vuelven nuestros testimonios a partir del renovado interés por Cicerón de época flavia, evidenciando en ocasiones un buen conocimiento de las cartas. Así alude a nuestra colección Quintiliano 92 , quien además en otros pasajes (Inst. Or . X 1, 107; XI 1, 21; XII 2, 6) hace referencia a las cartas de Cicerón en general, lo que quizá pudiera interpretarse como un conocimiento al menos somero del conjunto de la correspondencia.
Ya en el siglo II, Plinio el Joven, discípulo del Calagurritano, parece tener una buena idea del tono y contenido de las cartas de Cicerón a tenor del famoso pasaje de Ep . IX 2, 1-2 93 , si bien es difícil hablar de ecos específicos de las Familiares 94 . En cambio, sí que parece haber estado familiarizado con las cartas Suetonio, consciente de su valor como fuente histórica 95 . Con Frontón volvemos a encontrarnos con una situación similar a la de Plinio el Joven: aun cuando admira el epistolario ciceroniano y parece conocerlo 96 , no tenemos certeza sobre reminiscencias específicas 97 . Más sospechoso resulta el testimonio de Aulo Gelio, ya que, a pesar de hacer referencia a las Familiares en dos ocasiones 98 , la naturaleza lexicográfica de estas citas hace pensar que proceden de alguna fuente indirecta. Dejando a un lado los escritores latinos, el único escritor griego que hace referencia a la correspondencia es el prolífico Plutarco, autor de una biografía del Arpinate, pero de nuevo su manejo de fuentes y la naturaleza de las citas suscitan dudas sobre un conocimiento directo del epistolario 99 . En cuanto a la Antigüedad Tardía, encontramos referencia a las Familiares en Nonio 100 , Carisio 101 y Macrobio 102 entre los paganos y en Ambrosio 103 y Jerónimo 104 entre los cristianos.
A lo largo de la Edad Media nuestra colección cayó prácticamente en el olvido 105 y no será hasta el Renacimiento cuando el epistolario vuelva a ver la luz 106 . Esta falta de interés no debe, por otra parte, sorprender en una época en que las cartas de Cicerón ni son vistas como modelo retórico o literario, ni lo son siquiera como fuente histórica. En efecto, la composición epistolar medieval se rige por las artes dictaminis y no por los modelos antiguos y, en cuanto a su valor histórico, poco interés había de suscitar una documentación sobre la historia de la Roma pagana que además se centra en individuos y sucesos concretos en lugar de buscar ideas generales de alto contenido moral.
A lo largo de estos siglos oscuros la colección parece haberse transmitido en dos mitades 107 : por una parte, los libros I a VIII conservados en un grupo de manuscritos que han circulado principalmente por Francia; por otra, los libros IX a XVI cuyos manuscritos parecen haber circulado preferentemente por Alemania. Sólo hay un manuscrito que ha conservado la colección completa, el Mediceus 49.9 (M) 108 , pero incluso éste presenta indicios de que ha reunido dos series independientes 109 . Dejando a un lado esta circunstancia que hacen del Mediceus un manuscrito excepcional, la autoridad de su testimonio resulta fundamental para fijar el texto de las Cartas a los familiares por su antigüedad y su calidad. Se trata de un manuscrito en minúscula carolina del siglo IX (menos probablemente del siglo X ) 110 que contiene los dieciséis libros de cartas y en el que se incluyen correcciones procedentes de manos diversas que desde Mendelssohn (1893) se clasifican del siguiente modo: las realizadas por los escribas autores de la copia (M1 ); las llevadas a cabo por una segunda mano entre los siglos X y XII antes de la copia destinada a Salutati en 1392 y que fueron incorporadas a ella (M2 ); un tercer grupo posterior a esa fecha (M3 ); y, finalmente, una serie de correcciones cuya atribución es dudosa (Mc ).
Para la primera mitad (lib. I-VIII) existe además una tradición independiente de M 111 representada por el Harleianus 2773 (G), un manuscrito del siglo XII conservado en el Museo Británico 112 , y por el Parisinus 17812 (R), también del siglo XII , en la actualidad en la Bibliothèque Nationale de France. Estos manuscritos están emparentados entre sí y remontan a una fuente común próxima a M. Su autoridad suele ponerse por debajo de M como consecuencia de sus lecturas corruptas e interpolaciones.
En cuanto a la segunda mitad (lib. IX-XVI) 113 , Mendelssohn se sirvió de tres manuscritos junto a M: el Harleianus 2862 (H) del siglo XI , en la actualidad en el Museo Británico; el Berolinensis 252 (F), anteriormente Erfurtensis , del XII o XIII (en la actualidad en Berlín, pero originario del monasterio de Corvey en Westfalia), que contiene únicamente los libros XIV-XVI, la carta XII 21, un fragmento de XII 29, 2 y las dos últimas cartas (78 y 79) del libro XIII; y finalmente el Palatinus 598 (D) 114 de la segunda mitad del siglo xv, trasladado de Heidelberg a la biblioteca Vaticana en 1623.
Para esta segunda mitad Constans 115 y los editores subsiguientes tienen en cuenta además una serie de manuscritos del siglo XV que Mendelssohn desestimó por contaminati . Estos manuscritos contienen el conjunto de las Familiares además de otras obras de Cicerón, si bien su valor es desigual para las dos mitades: mientras que en esta familia los libros I-VIII parecen ser una copia de P y, por lo tanto, de escaso valor, en el establecimiento del texto de la segunda mitad hay que contar con ellos ya que se trata de una fuente común distinta de M. Entre estos manuscritos destaca por su valor el Parisinus 14761 (V) originario de la abadía de S. Victor, mientras que el interés de los otros tres manuscritos que se relacionan con él es muy escaso 116 . No existe tampoco una interpretación única entre los editores acerca de su relación con M y con DHF más allá de que representan una tradición distinta y de que V y DHF remonten a un ancestro común (c) que se llega incluso a identificar con un manuscrito, el codex Laurisheimensis , que en el siglo X se conservaba en el convento de S. Nazario en Lorsch (Alemania).
El caso es que gracias esta transmisión, y pese a sus avatares, el Renacimiento dispondrá del conjunto del epistolario de Cicerón primero gracias a la recuperación del texto a finales del siglo XIV y, posteriormente, a su publicación en el siglo XV 117 , lo que contribuyó a que ejerciera una influencia notable sobre el género epistolar en el que tanto se prodigaron los humanistas del Renacimiento. En efecto, junto a la epístola de carácter erudito y literario, más próxima al tratado, se cultivó un tipo de carta más personal e íntima que tendrá como modelos los epistolarios de Cicerón, Plinio y, en menor medida, Séneca. El primero en explorar este tipo de carta personal será, cómo no, Petrarca 118 y, tras su estela, humanistas de la talla de L. Bruni, A. S. Piccolomini, Poliziano, M. Ficino, C. Salutati, etc., publicarán a lo largo del siglo xv sus respectivos epistolarios 119 . Añádase a esta vertiente literaria la presencia del Arpinate y su epistolario en los studia humanitatis : por una parte, las Cartas a los familiares serán utilizadas como modelo para la imitación en las clases de gramática y en las prelecciones 120 ; por otra, sus cartas serán fuente inagotable para los tratados de preceptiva epistolar que proliferan en el Renacimiento y, en particular, para el De conscribendis epistolis (1522) de Erasmo de Rotterdam, cuya repercusión fue extraordinaria 121 . Naturalmente el ámbito hispano también participará de este entusiasmo epistolar: por una parte, con el cultivo de la epístola literaria 122 y, por otra, sirviéndose del epistolario ciceroniano en la enseñanza y en la preceptiva epistolar 123 .
6. EDICIONES , COMENTARIOS Y TRADUCCIONES
De las primeras ediciones 124 de las Cartas a los familiares habría que destacar, por una parte, el hecho de que fuera uno de los textos que más pronto fue llevado a la imprenta, siendo la editio princeps de 1467 125 ; por otra, la buena acogida que tuvo, lo que llevó a que antes de 1470 hubiera ya cuatro ediciones 126 y que para 1501 hubiesen aparecido, al menos, cincuenta y dos 127 . Sin embargo, estas primeras ediciones tomaron como base los códices humanistas que derivaban del apógrafo P y, por lo tanto, con frecuencia serán textos con interpolaciones o lecturas erróneas. A este respecto el salto de calidad lo llevará a cabo la edición veneciana de Pier Vettori en 1536 que recurre a M, el manuscrito de mayor autoridad, para fijar el texto de las Familiares . Y, sin pretensión de exhaustividad, sí al menos conviene recordar los nombres de Bernardino Rutilio por sus correcciones al texto 128 , P. Manucio (Venecia, 1533, 1540, 1564) por ser autor del primer comentario digno de tal nombre; D. Lambino (París, 1566 y 1584), autor de numerosas conjeturas; y, especialmente, I. G. Grevio (Amsterdam, 1677 y 1693), quien incorporó nuevos códices, entre ellos G (Harleianus 2773).
Será ya en el siglo XIX cuando la actividad editorial en torno a las Cartas a los familiares se beneficie del avance científico de la crítica textual y del perfeccionamiento de la ecdótica. El punto de partida de las ediciones críticas modernas puede considerarse la edición de L. Mendelssohn (1893), encomiable por el rigor y cuidado de su aparato crítico en el que han venido confiando los editores posteriores. A esta edición de Mendelssohn siguieron las de C.F.W. Mueller (1893), la oxoniense de L.C. Purser (1901) y, sobre todo, la cuidada edición de H. Sjogren (1925) en Teubner dentro de un plan de publicación global del epistolario ciceroniano, meritoria por su excelente estudio de los manuscritos pese a lo escaso de su aparato crítico y a la ausencia de V en el mismo. Al mismo tiempo, desde el Trinity College tuvo lugar la edición de R. Y. Tyrrell, L.C. Purser (1885-1901) sobre la que editores posteriores de la categoría de W. S. Watt y D. R. Shackleton Bailey guardan un significativo silencio 129 . Con todo, al ser una edición completa de toda la correspondencia en orden cronológico y, sobre todo, al venir acompañada de comentario se convirtió en una edición muy popular.
En el siglo xx aparecen además como novedad ediciones críticas, generalmente acompañadas de comentario —que en algunos casos son excelentes— de libros individuales 130 . Así conviene citar la edición (con comentario y traducción italiana) del libro XII llevada a cabo por D. Nardo (1966) y, sobre todo, la magnífica edición y comentario de A. Cavarzere (1983) para el libro VIII. A modo de ejemplos de ediciones parciales por temas, sin circunscribirse por lo tanto a las Familiares , donde lo más interesante es el comentario, pueden citarse la de M. M.Willcock (1995) para las cartas de enero a abril del 43 y las de R. degl’Innocenti Pierini (1996) para las cartas del exilio.
En todo caso, lo distintivo del siglo xx será la aparición de las grandes ediciones de referencia de las Cartas a los familiares . Así conviene citar en primer lugar la de L.-A. Constans (vols. I-IV), J. Bayet (vols. IV-V) y J. Beaujeu (vols. VI-XI) para Les Belles Lettres. Se trata de una empresa colosal tanto por sus dimensiones —abarca todo el epistolario ciceroniano— como por su ambición, ya que su excelente edición crítica va acompañada de una traducción francesa y de un aparato de notas en algunos casos excelentes. De la magnitud del proyecto da idea el hecho de que su primer volumen fuera publicado en 1934 y su conclusión haya venido a coincidir prácticamente con el final de siglo (vol. XI de 1996).
Mención especial merece la labor de D. R. Shackleton Bailey como responsable de ediciones críticas del epistolario ciceroniano 131 . En lo que aquí nos atañe, a él se debe la edición para Cambridge University Press (1977) que va acompañada de un comentario que desde el punto de vista histórico puede considerarse magnífico 132 . Esta edición de Shackleton Bailey se distingue por su propensión a la conjetura, lo que conlleva grandes aciertos aunque también propuestas más discutibles 133 , y por una actitud sin complejos frente a la tradición manuscrita y editorial de las Familiares .
Muy distinta es la actitud de W. S. Watt en la edición oxoniense que apareció publicada poco después (1982). Menos proclive a la conjetura que Shackleton Bailey 134 , la edición de Watt es fruto de una labor concienzuda y de una concepción más conservadora de la crítica textual. No deja de ser significativo a este respecto que la disposición de las cartas retorne al orden legado por la tradición, mientras que desde la edición de Tyrrel-Purser se venía adoptando una organización cronológica. En cuanto a la tradición manuscrita es de destacar la no colación de F (Berolinensis 252) en virtud de su condición de gemello deteriore de H (Harleianus 2682), su precaución ante V, frente a Constans y Shackleton Bailey, la no consideración de P, la acotación de las lecturas de ς y, sobre todo, el haber colacionado no sólo los manuscritos, sino también las ediciones antiguas a partir de la de Rutilius (1528), lo que le ha permitido aclarar la paternidad de numerosas conjeturas.
Cierra esta relación de nuevo Shackleton Bailey, responsable de las últimas ediciones aparecidas, la de Teubner (1988) y la de Loeb (2001) 135 . En realidad, el texto base sigue siendo el de 1977, si bien en el ínterin ha seguido con su acribía filológica que se traduce en un buen número de variantes con respecto a la edición de 1977, especialmente en la de Teubner 136 . Además, esta nueva aproximación al texto de las Familiares supone una nueva reflexión que le lleva a incorporar algunas de las propuestas de la edición de Watt (1982) 137 .
7. LA PRESENTE TRADUCCIÓN
Aun cuando no es ésta ocasión para reflexiones sobre el difícil arte de la traducción, sí quisiera, al menos, dejar constancia de que quien esto suscribe se conformaría con no haber traicionado en exceso el texto ciceroniano. Y es que, como no podía ser de otra manera, la fidelidad y el respeto al original latino han de ser la norma fundamental. Pero, al mismo tiempo, he procurado que el resultado de la traducción fuera un texto claro y de fácil comprensión para un lector que no tiene por qué ser especialista. En consecuencia, y con el convencimiento de que toda traducción es también un acto de creación, no se ha seguido pedisecuamente el original latino, sino que, en aras de la claridad y sin traicionar su sentido, se ha optado por soluciones que, aun cuando formalmente se apartaban del texto original, permitían una lectura fluida, actual y diáfana. Sin pretensión de exhaustividad, dilucidar pasajes de especial oscuridad, aclarar elipsis y concisiones, sustituir pronombres y deícticos por sus referentes o aclarar términos de civilización han sido entre otras algunas de estas dificultades 138 . Confío en que el magnífico latín de Cicerón haya podido sortear estos escollos así como mi impericia.
En español la única traducción completa de las Familiares de la que tengo constancia 139 es la benemérita de Pedro Simón de Abril 140 a finales del siglo XVI que, como era habitual en la época, surge con la encomiable intención de servir de modelo para la redacción epistolar 141 . De que su éxito fue más que notable da prueba la profusión de reediciones en el siglo XVII 142 y que todavía a finales del siglo XIX fuese incorporada a la traducción de las Obras completas de Marco Tulio Cicerón por el editor de la Biblioteca Clásica D. Luis Navarro 143 . En cuanto a las traducciones parciales 144 , cabe mencionar al menos la más reciente, la de J. Guillén 145 en cuya antología se recogen 68 de las cartas de nuestro epistolario.
Sí quisiera además aclarar que, conforme a los criterios de la Biblioteca Clásica Gredos , se ha procurado que la traducción fuera acompañada por una justa proporción de notas. Sin embargo, el texto de Cicerón ha requerido de abundantes notas explicativas conteniendo información prosopográfica, aclaraciones de realia , referencias a loci similis , etc., además de exégesis de las abundantes elipsis, alusiones y referencias. Es de agradecer a este respecto la comprensión de los asesores para la sección latina que han permitido una anotación más generosa. Pese a este esfuerzo, el lector se encontrará con que no se ha podido arrojar luz sobre la totalidad del texto de Cicerón y es que, tal como señalábamos al principio de esta introducción, en la comunicación epistolar el único que posee los conocimientos necesarios para descifrar la totalidad del mensaje es el destinatario de la misiva 146 . Confío, en todo caso, en haber navegado con arte entre la Escila de la falta de explicación y la Caribdis del exceso de comentario que pueda distraer de lo que verdaderamente importa, el texto de Cicerón. A este respecto sí quisiera declarar públicamente la deuda con el magnífico comentario de Shackleton Bailey, que ha contribuido de manera sustancial a arrojar luz donde este traductor sólo veía sombras 147 . Y es de justicia mencionar aquí también las introducciones y notas de la edición L.-A. Constans, J. Bayet, J. Beaujeu en la colección «Les Belles Lettres» (1934-1996) así como las observaciones del comentario clásico de R. Y. Tyrrel, L. C. Purser (1885-1901).
En cuanto al texto base adoptado, se ha seguido la edición de D. R. Shackleton Bailey para Teubner (1988), el más reciente de los recomendados en el índice de autores y obras del Thesaurus linguae Latinae 148 . Asimismo se han tenido también en cuenta otras ediciones como la de L.-A. Constans, J.Bayet, J. Beaujeu en la colección «Les Belles Lettres» y la oxoniense de W. S. Watt (1982). Como norma general, he procurado alejarme lo menos posible del texto de la edición teubneriana y sólo cuando el editor ha optado por la crux o por la laguna se ha optado por elegir una variante en aras de una lectura lo más inteligible posible —que no tiene por qué coincidir con la lectura adoptada en el caso de una edición crítica—, dado que se trataba de ofrecer una traducción destinada a un público general. En consecuencia, las variaciones respecto al texto de Shackleton Bailey que pueden afectar al sentido de la traducción son mínimas tal como se desprende de la relación que se detalla a continuación y que en su mayoría se corresponden con conjeturas y lecturas de A. Cavarzere 149 para el libro VIII, de especial complejidad, en aras del criterio antes aludido de la comprensión cabal de determinados pasajes. Naturalmente en casos significativos en los que no hay consenso en la lectura se recogen en nota las diversas propuestas existentes.
VARIANTES TEXTUALES
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CUADRO CRONOLÓGICO (AÑOS 63-47)
(en relación con las Cartas a los familiares 1-173)
63Cicerón cónsul. Su colega será G. Antonio Híbrida.
En enero se opone a la reforma agraria propuesta por el tribuno Rulo (Sobre la ley agraria) . En mayo o junio del 63 en un discurso ante el pueblo renuncia a su mandato proconsular sobre la provincia de Macedonia y, posteriormente, sobre Galia Cisalpina. A finales de verano Cicerón promueve una acción de gracias (supplicatio) de diez días en honor de Pompeyo con motivo de la muerte del rey del Ponto Mitrídates VI.
De octubre a diciembre tiene lugar la represión de la conjura de Catilina (Catilinarias) .
El 21 de octubre Cicerón, informado de que los conjurados planean un asalto armado para el día 27, consigue que el Senado apruebe medidas de excepción (senatus consultum ultimum) , confiriéndole plenos poderes para reprimir la conjura.
A finales de octubre del 63 el pretor Q. Cecilio Metelo Céler es enviado al norte de Italia para cortar el paso a las tropas de Catilina.
El 7 de noviembre es informado Cicerón de que los conjurados planean su asesinato.
El 3 de diciembre el Senado decreta una acción de gracias en honor de Cicerón.
El 5 de diciembre el Senado decreta la condena a muerte de los conjurados.
Enfrentamiento con Metelo Nepote.
El 29 de diciembre Metelo Nepote, en su calidad de tribuno, prohíbe a Cicerón pronunciar el discurso de despedida como cónsul ante la asamblea popular y le obliga a ceñirse a la fórmula tradicional.
62Consulado de Décimo Junio Silano y Lucio Licinio Murena. Su hermano Quinto, pretor.
Enfrentamiento con Metelo Nepote. Correspondencia con Metelo Céler (enero): Fam . 1 [V 1] y Fam . 2 [V 2].
El 1 de enero tiene lugar el debate en el Senado con Metelo Nepote, quien le acusa de haber ajusticiado a ciudadanos sin permitírseles apelar ante el pueblo.
El 3 de enero arremete Metelo Nepote contra Cicerón en una asamblea popular proponiendo la concesión de poderes extraordinarios a Pompeyo para acabar con Catilina y su ejército en Italia además de poner fin al poder absoluto de Cicerón.
El 7 o el 8 de enero pronuncia un discurso contra Nepote en respuesta a la citada arenga asamblearia del día 3.
A finales de enero el Senado aprueba un senadoconsulto último por el que fueron destituidos de sus cargos el pretor César y el tribuno Metelo Nepote.
Muerte de Catilina en la batalla de Pistoya.
Intento de aproximación a Pompeyo: Fam . 3 [V 7] (abril).
A principios de año, tras la huida de Metelo Nepote, Cicerón remite a Pompeyo un prolijo relato de los acontecimientos relativos a la conjuración de Catilina así como de la situación política de Roma.
En marzo Pompeyo remite un informe oficial al Senado y a los magistrados en el que se informa del fin de las operaciones por tierra y mar en la Tercera Guerra Mitridática. El Senado concede a instancias de Cicerón diez días de acción de gracias en su honor (supplicatio) .
Adquisición de una mansión en el Palatino, probablemente con el apoyo económico de G. Antonio Híbrida, gobernador de Macedonia, y de Publio Sila.
Fam . 4 [V 6] (diciembre) a Publio Sestio y Fam . 5 [V 5] (diciembre de 62 o enero de 61) a G. Antonio Híbrida.
La noche del 3 al 4 de diciembre Clodio comete sacrilegio durante la celebración de la Buena Diosa.
61M. Valerio Mesala Nigro y M. Pupio Pisón Frugi Calpurniano, cónsules.
Quinto Cicerón, gobernador de Asia.
En la primera quincena de mayo Cicerón es testigo contra Clodio en el juicio por el escándalo de la Buena Diosa.
Cartas de recomendación: 53 [XIII 42] y 54 [XIII 41].
60Q. Cecilio Metelo Céler y Lucio Afranio, cónsules.
En junio o julio remite a Ático la versión definitiva de sus discursos consulares con vistas a su publicación. Asimismo desde marzo a fin de año compone un poema (Sobre su consulado) y unas memorias en latín y griego sobre su consulado.
En diciembre se constituye el denominado Primer Triunvirato.
59G. Julio César y M. Calpurnio Bíbulo, cónsules.
En junio César le propone a Cicerón ser legado suyo en las Galias y, posteriormente en julio, le invita a formar parte de la comisión encargada de distribuir las tierras de Campania según la ley agraria cesariana.
58Consulado de L. Calpurnio Pisón y Aulo Gabinio.
Destierro (marzo del 58 a septiembre del 57): Fam . 6-9 [XIV 4, 2, 1 y 3] a Terencia e hijos.
El 12 de marzo (o quizá febrero) Clodio, como tribuno de la plebe, presenta una propuesta de ley por la que se condenaría al destierro y se confiscarían los bienes de quien hubiese condenado a muerte a ciudadanos sin juicio previo (rogatio de capite ciuis Romanis) .
Probablemente la noche del 19 de marzo Cicerón huye de Roma. Inmediatamente, la casa de Cicerón en el Palatino fue saqueada e incendiada así como sus villas en Túsculo y Formias.
El 24 de abril Clodio hace aprobar una ley por la que se prohibía al pueblo y al Senado proponer el regreso del desterrado y se le impedía a Cicerón residir a menos de 500 millas de Italia, además de ordenar la demolición de la casa del Palatino (Lex Clodia de exsilio Ciceronis) .
Cicerón viaja hasta Brundisio y de allí el 29 de abril embarca rumbo a Dirraquio para pasar luego a Tesalónica, donde se establece el 23 de mayo, acogido por el cuestor Gneo Plancio, hasta mediados de noviembre. El 25 de noviembre vuelve a Dirraquio.
57Q. Cecilio Metelo Nepote y Publio Cornelio Léntulo Espínter, cónsules.
En la sesión del 1 de enero Nepote se muestra presto a una reconciliación con Cicerón en beneficio de la República. Fam . 10 [V 4] a Q. Cecilio Metelo Nepote.
El 23 de enero el tribuno Q. Fabricio propone ante el pueblo una ley en favor de la vuelta de Cicerón que suscita una reacción armada por parte de Clodio.
El 4 o 5 de julio Metelo Nepote o Léntulo proponen una ley en favor del regreso de Cicerón que será aprobada el 4 de agosto en los comicios centuriados.
El mismo 4 de agosto embarca en Dirraquio llegando el día 5 a Brundisio, donde le espera su hija Tulia.
El 4 de septiembre entra en Roma por la puerta Capena.
El 5 de septiembre, discursos de agradecimiento en el Senado y ante el pueblo (En agrad. al Sen . y En agrad. ante el pueblo) .
El 7 de septiembre Cicerón fue el promotor de la iniciativa que nombraba a Pompeyo curator annonae con mando completo sobre los abastecimientos de trigo por cinco años, rango de procónsul y quince legados para ayudarle en este cometido.
El 29 de septiembre consigue que los pontífices anulen la consagración del solar de su casa en el Palatino (Sobre su casa) . El 3 de noviembre las bandas de Clodio atacan su casa en reconstrucción e incendian la vivienda de su hermano Quinto. El 11 de noviembre el propio Cicerón es asaltado en la vía Sacra por los hombres de Clodio.
56Consulado de Gn. Cornelio Léntulo Marcelino y L. Marcio Filipo.
Cicerón interviene activamente en favor de la concesión a Publio Cornelio Léntulo Espínter de la restauración en el trono de Egipto de Ptolomeo XII. Correspondencia con Léntulo Espínter: Fam . 12-14 [I 1, 2 y 4] de enero; Fam . 15 [I 5a] y 16 [I 5b] de febrero; Fam . 17 [I 6] (marzo); y Fam . 18 [I 7] (julio).
En abril (o antes) su hija Tulia contrae nuevo matrimonio con Furio Crásipes.
A principios de abril Cicerón defiende a M. Celio Rufo (En def. de Cel.) .
A mediados de abril tiene lugar la Conferencia de Luca.
A finales de mes (o ya en mayo) Cicerón recibe presiones de Pompeyo para no poner obstáculos a la política de César. A finales de mayo, o ya en junio, pronuncia un discurso elogioso sobre César apoyando sus peticiones (Sobre las provincias consulares) .
El 2 de julio apoya la candidatura de Milón a la pretura.
Clodio, como edil, ataca a Metelo Nepote en varias asambleas ciudadanas: Fam . 11 [V 3] de Q. Cecilio Metelo Nepote.
Fam . 23 [V 17] (fecha incierta) a Publio Sitio.
Cartas de recomendación: Fam . 55 [XIII 60], 56 [I 3], 57 [XIII 6], 58 [XIII 6a].
55Gn. Pompeyo y M. Licinio Craso, cónsules por segunda vez.
En enero se opone a la candidatura de P. Vatinio a la pretura, pero en febrero se reconcilia debido a la mediación de Pompeyo. Fam . 19 [I 8] (febrero) a P. Cornelio Léntulo Espínter.
En torno al 12 de abril (menos probablemente en junio de 56) solicita a Luceyo que componga una obra histórica sobre sus vivencias entre el consulado y el destierro (Fam. 22 [V 12]).
A principios de octubre asiste a los juegos organizados por Pompeyo con motivo de la inauguración del teatro de su nombre y del templo de Venus Vencedora (Fam . 24 [VII 1] a M. Mario).
A finales de noviembre remite a Ático la versión definitiva de su tratado Sobre el orador .
En noviembre o diciembre se reconcilia con M. Licinio Craso, cenando con él en el jardín de su yerno Crásipes.
Carta de recomendación: Fam . 59 [XIII 40].
54Apio Claudio Pulcro y Lucio Domicio Ahenobarbo, cónsules.
En enero defiende los intereses de Craso en el Senado (Fam . 25 [V 8] a Craso).
En primavera-verano recibe el encargo de César de dirigir la importante reforma urbanística de Roma.
Correspondencia con Trebacio: Fam . 26 [VII 5] a César; Fam . 27-33 [VII 6-9, 17, 16 y 10].
A finales de agosto defiende a P. Vatinio acusado, probablemente, de corrupción electoral.
En noviembre es nombrado por Pompeyo legado en Hispania, pero renuncia al cargo.
Entre mayo y noviembre trabaja en su tratado político Sobre la república .
Después de haber presentado testimonio contra A. Gabinio en un proceso de lesa majestad, lo defiende en diciembre. A petición de Pompeyo se reconcilia con Apio Claudio Pulcro.
Justificación de su trayectoria política: a finales de año termina de componer un poema sobre su exilio (de temporibus suis) así como un pequeño poema épico sobre la expedición de César a Britania; Fam . 20 [I 9] (diciembre) a P. Cornelio Léntulo Espínter. Fam . 21 [I 10] (diciembre) a L. Valerio.
53Tras un interregno hasta julio, son nombrados cónsules
M. Valerio Mesala Rufo y Gn. Domicio Calvino.
Correspondencia con Trebacio (enero-junio): Fam . 34-39 [VII 11-13, 18, 14 y 15].
Correspondencia con Tirón (abril): Fam . 40-44 [XVI 13-15, 10 y 16]. El 28 de abril concede la libertad a su esclavo Tirón.
Enfrentamiento entre Milón, que presenta su candidatura al consulado, y Clodio.
Ante la maniobra de Clodio de declarar a Milón candidato no apto al consulado debido al montante de sus deudas, Cicerón interviene en su favor en el Senado. Más adelante (¿noviembre?) casi es asesinado en uno de los ataques de las bandas de Clodio durante las elecciones consulares.
Correspondencia con G. Escribonio Curión el Joven: Fam . 45-50 [II 1-6].
Después de junio es elegido miembro del colegio de los augures.
Fam . 64 [III 1] a Apio Claudio, con quien se había reconciliado.
52Gn. Pompeyo, cónsul (por 3.a vez) sin colega; desde julio, con Q. Cecilio Metelo Pío Escipión Nasica.
Asesinato de Clodio por Milón el 20 de enero y procesos subsiguientes: Fam . 51 [V 18] a Tito Fadio y Fam . 52 [VII 2] (enero 51) a M. Mario.
Cicerón es acusado por sus partidarios de ser el instigador del asesinato. Agitación popular contra Milón encabezada por los tribunos T. Munacio Planco Brusa, Q. Pompeyo Rufo y G. Salustio. Cicerón actúa como defensor de Milón en el juicio que tiene lugar el 7 y 8 de abril. Discurso En def. de Milón . T. Munacio Planco Bursa es acusado de recurso a la violencia tras cesar como tribuno el 10 de diciembre.
A finales de año regresa su hermano Quinto a Roma después de haber servido como legado de César en las Galias.
Carta de recomendación: Fam . 60 [XIII 75].
51M. Claudio Marcelo y Servio Sulpicio Rufo, cónsules.
A finales de la primavera publica el tratado De re publica , cuya composición había iniciado en el 54.
En Roma la situación política se va enquistando a lo largo del año en torno al problema de la sucesión de César en las Galias. Correspondencia con Celio Rufo: Fam . 77-80 [VIII 1-3; II 8;] y 81-85 [VIII 4, 9, 5, 8; II 9].
En marzo es nombrado gobernador de la provincia de Cilicia (Fam . 65 [III 2]).
Entre mayo y julio viaja con su séquito camino de Cilicia. Correspondencia con G. Memio (Fam . 63 [XIII 1]) y Apio Claudio (Fam . 66-68 [III 3-5]).
Hasta el 5/6 de mayo sus etapas son Roma, Túsculo, Arpino, ¿Formias? y Minturno. Entre el 7/8 y el 10 viaja a Cumas y luego a sus fincas Puteolanum y Pompeianum . Pasa por Trébula, Benevento y Venusia, alcanzando Tarento el 18 de mayo donde se encuentra con Pompeyo. Entre el 19 y el 22 de mayo parte con dirección a Brundisio donde permanece hasta el 5 o el 11 de junio. El 14 de junio alcanzará Accio tras pasar por Dirraquio y Corfú y continuará viaje hasta Atenas. En esta última se detiene hasta el 6 de julio para embarcar a continuación con destino a Éfeso. Tras desembarcar en esta localidad el 22 de julio Cicerón viaja hasta Laodicea de Frigia, puerta de entrada de su provincia que alcanza el 31 de julio.
Desde agosto hasta final de año campañas militares de Cicerón. Correspondencia con Apio Claudio (Fam . 69-70 [III 6 y 8]), Celio Rufo (Fam . 86 [II 10; VIII 10]) y diversos magistrados y senadores (Fam . 99-110 [XV 7- 9, 12, 3, 1, 2, 14; II 7; XV 10, 13, 4]).
A mediados de agosto se dirige a Filomelio, donde visita las tropas amotinadas para continuar luego hasta el campamento junto a Iconio, adonde llega el 29 de agosto. Sobre el 3 de septiembre, cuando se dirigía a Cilicia, ante la invasión de los partos de Siria regresa a Iconio para preparar la defensa de Capadocia. Hasta el 22 o 24 de septiembre permanece acampado junto Cibistra para dirigirse luego a Tarso ante la amenaza parta sobre Cilicia. En Cibistra tiene lugar la entrevista con el rey de Capadocia Ariobárzanes III. Después de pasar el Tauro se dirige a Mopsuhestia. Pacifica la región del macizo montañoso del Amano. El 13 de octubre sus tropas le aclaman como imperator . Desde el 21 de octubre al 17 de diciembre asedia la ciudad de Pindeniso.
50Consulado de G. Claudio Marcelo y L. Emilio Paulo.
Desde enero a junio administra Cilicia desde Tarso y Laodicea; posteriormente acampa junto a sus tropas en el río Píramo. En Roma la situación política sigue girando en torno a la sucesión de César. A Cicerón se le concede una acción de gracias, pero no el triunfo. En su hogar su hija Tulia, tras divorciarse de Crásipes, contrae matrimonio con Dolabela en agosto. Correspondencia con Apio Claudio (Fam . 71-74 [III 7, 9-11]), Celio Rufo (Fam . 88-95 [VIII 6; II 14, 11; VIII 11, 7; II 13; VIII 13; II 12)] y diversos magistrados y senadores (Fam . 111-118 [XV 5, 6; VII 32; IX 25; II 18, 19, 17; XV 11]). Cartas de recomendación: Fam . 129-142 [XIII 55, 53, 56, 54, 57, 65, 61-64, 9, 58, 59, 48].
Viaje de regreso a Roma (julio-diciembre) dejando como sucesor a su cuestor G. Celio Caldo. Tirón caerá enfermo en el viaje. Correspondencia con Apio Claudio (Fam . 75-76 [III 12 y 13]), con Celio Rufo (Fam . 96-98 [II 15; VIII 14 y 12]) y con su familia (Fam . 119-128 [XIV 5; XVI 1-7, 9].
49Consulado de G. Claudio Marcelo y L. Cornelio Léntulo Crus.
Guerra civil entre Pompeyo y César.
El 4 de enero alcanza las puertas de Roma (Fam . 128 [V 20]) y permanece allí todavía cuando estalla el conflicto. El 18 de enero abandona Roma, evacuada por Pompeyo, y se establece en Campania (Formias, de febrero a marzo, y Cumas, de abril a mayo). Se le asigna el mando militar de la región de Capua con la misión de reclutar tropas. Pompeyo embarca en Brundisio el 17 de marzo. Cicerón se entrevista con César (27 de marzo), pero seguirá presa de las dudas hasta que finalmente el 7 de junio se decanta por embarcar con su hijo, su hermano y su sobrino con destino a Grecia junto a Pompeyo. Correspondencia con su familia (Fam . 143-147 y 155 [XVI 11; XIV 18, 14; XVI 12, 8; XIV 7]) y amigos (Fam . 149-154 [VIII 15; IV 1, 2; V 19; VIII 16; II 16]).
48G. Julio César (por 2.a vez) y P. Servilio Isáurico, cónsules.
Permanece en el campamento de Pompeyo en Épiro sin desarrollar ninguna actividad notable (enero-agosto). Correspondencia con amigos (Fam . 156-157 [VIII 17 y IX 9]) y familia (Fam . 158 [XIV 6]).
Tras la derrota de Farsalia (9 de agosto), abandona a los pompeyanos y retorna a Italia con su hijo. Se instala en Brundisio a finales de octubre. Correspondencia con su familia (Fam . 159-162 [XIV 12, 19, 9, 17]).
47Q. Fufio Caleno y P. Vatinio, cónsules.
La estancia en Brundisio se prolonga hasta septiembre. Cicerón está angustiado por la situación política, por el enfrentamiento con su hermano, por el distanciamiento con Terencia y, finalmente, por el matrimonio de Tulia. Correspondencia con su familia (Fam . 163-173 [XIV 16, 8, 21, 11, 15, 10, 13, 24, 23, 22, 20]).
El 25 de septiembre marcha al encuentro de César en Tarento y obtiene el perdón. Se retira a su villa de Túsculo.
1 Ejemplo de lo primero es Séneca el Viejo (Suasorias 1, 5) quien, al referirse a Fam . XV 19, 4, observa eleganter in C. Cassi epistula quadam ad M. Ciceronem missa positum [un elegante ejemplo de lo anterior se halla en una de las cartas de Casio a Cicerón]. Del segundo proceder ofrece testimonio Aulo Gelio cuando al citar Fam . IV 4 dice In libro M. Tullii epistularum ad Seruium Sulpicium (Noches Áticas XII 13, 21) o cuando para referirse a Fam . X 33 señala in libro epistularum M. Ciceronis ad L. Plancum et in epistula M. Asini Pollionis (Noches Áticas I 22, 19). De manera similar el manuscrito más antiguo, el Mediceus 49.9 (s. IX ), ni transmite una denominación de conjunto ni numera los libros, sino que señala la separación entre ellos aludiendo a los corresponsales. El resto de los manuscritos, en caso de tener alguna referencia, hablarán de M. Tullii Ciceronis epistolae o Epistolae Ciceronis .
2 El título de Epistulae ad familiares aparece por vez primera en la edición de Robert Estienne [Robertus Stephanus] de 1526. Pero ya R. SABBADINI (Le Scoperte dei codici Latini e Greci ne’ secoli XIV e XV , Florencia, 1905, pág. 34, n. 53) señala que lo utilizó G. della Pigna antes de 1406 y que fue sancionado por S. Polenton hacia 1430 en Scriptorum illustrium Latinae linguae libri XVIII , apuntando que el origen está en la similitud de una expresión de Suetonio para referirse a uno de los epistolarios de César (Cés . 56): extant epistulae ad Ciceronem, item ad familiares [se conservan las cartas (de César) a Cicerón, así como las dirigidas a sus amigos].
3 No todas las cartas proceden de la mano de Cicerón, sino que en este conjunto, al igual que sucede con las Cartas a Ático , se incorporan a la colección cartas remitidas por otros corresponsales.
4 En lo sucesivo no se recordará mediante abreviatura que, salvo aclaración expresa, las referencias cronológicas son siempre anteriores a la era cristiana.
5 Sobre la taxonomía epistolar de los antiguos, vid . P. CUGUSI (Evoluzione e forme dell’epistolografia latina nella tarda repubblica e nei primi due secoli dell’imperio con cenni sull’epistolografia preciceroniana , Roma, 1983, págs. 105-135). Para ilustrar el grado de detalle que se alcanzaba en estas clasificaciones baste recordar que los Τύποι ’Επιστολικοὶ, Týpoi Epistolikoì [Clases de cartas ], de Pseudo-Demetrio distinguen 21 tipos y los ’Επιστολιμα οι χαρακτ ρες, Epistolimaîoi charaktêres [Estilos epistolares ], de Proclo (o Pseudo-Libanio) llega a 41.
6 «Como bien sabes, hay muchas clases de cartas, pero la genuina —precisamente en la que radica el origen mismo del género— es únicamente aquella por la que se informa al que está ausente de cuanto sea de su interés a juicio del remitente o del destinatario» (Fam . 48, 1).
7 «El último punto de lo que me había propuesto es la reafirmación de nuestra amistad» (Fam . 106, 6). Con frecuencia estas cartas adoptan un tono jocoso, como podrá comprobar el lector en la correspondencia de Cicerón con Peto, Trebacio o, fuera del presente epistolario, con Ático.
8 P. ej. Fam . 23, 51, 187, 225, 240, 241, 243, etc. Celebérrima es la dirigida por Servio Sulpicio a Cicerón con motivo del fallecimiento de Tulia, la hija de Cicerón (Fam . 248).
9 Que conforman el libro XIII de las Familiares . También fuera de este libro se encuentran cartas de recomendación. En el magnífico estudio de E. DENIAUX (Clientèles et pouvoir à l’époque de Cicéron , Roma, 1993, pág. 23) se les otorga esta condición a 111 cartas del conjunto de la correspondencia, de las cuales pertenecen a nuestra colección Fam . 5, 26, 56, 64, 89, 114, 236, 311, 332, 376, 427, 429, 431-435.
10 P. ej. Fam . 49, 75, 85, 107, 224, 226, 322, 326.
11 P. ej. Fam . 104 y 105. Ejemplo de cartas privadas donde se transcriben decretos del Senado sería Fam . 84.
12 P. ej. la famosa carta a P. Léntulo, Fam . 20.
13 Es inevitable mencionar aquí la carta de Cicerón a Luceyo (Fam . 22) que, por lo demás, servirá de modelo a un tipo particular de carta artística, aquella en la que se ofrece otro material para la exornatio histórica.
14 Es éste otro de los rasgos distintivos de la carta en la Antigüedad, el de reflejar la personalidad del autor. En el presente epistolario queda célebremente formulado por Quinto, el hermano de Cicerón (Fam . 44, 2): te totum in litteris uidi [En esa carta te he visto reflejado por completo]. Sobre el tópico de la carta como espejo del alma a lo largo de la historia, vid . W.G. MÜLLER , «Der Brief als Spiegel der Seele. Zur Geschichte eines Topos der Epistolartheorie von der Antike bis zu Samuel Richardson», A&A 26 (1980), págs. 138-157.
15 Es D. R. SHACKLETON BAILEY en la introductión a su comentario (Cicero: Epistulae ad Familiares , Cambridge, 1977, págs. 20-23) quien ha llamado la atención sobre algunos de los principios que tratan de dar orden a este vasto material. Recientemente M. BEARD («Ciceronian correspondences: making a book out of letters», en T. P. Wiseman (ed.), Classics in progress. Essays on ancient Greece and Rome , Oxford, 2002, págs. 103-144) defiende que estos principios corresponden a una época en la que el libro es una unidad de composición literaria y que por lo tanto son prueba de la concepción literaria que preside el epistolario.
16 M. BEARD («Ciceronian correspondences…», págs. 131 y ss.) señala que también habría un orden interno dentro de este libro. En su opinión, habría que tener presente que el orden tradicional fue fijado por Lambino (Opera omnia a Dion. Lambino ex codd. Mss. Emendata et aucta , París, 1565-1566) y que éste no se corresponde con el transmitido por los manuscritos. Si atendemos al orden originario de estos últimos el libro se estructuraría en tres partes: las primeras 11 cartas tratarían sobre los problemas de salud de Tirón en el viaje de regreso de Cilicia (conforme a la numeración habitual el orden sería 5, 7, 1-4, 6, 8, 9, 11, 12); un grupo central de 5 cartas en relación con la manumisión de Tirón en el 53 (10, 15, 14, 13, 16 en el orden tradicional); un grupo final de 11 cartas del 45-44 de tema variado (17-27 en la numeración tradicional y en los manuscritos).
17 La disposición cronológica es la que se ha erigido en tradición filológica desde la edición de R. Y. TYRREL , L. C. PURSER (el vol. I de la 1.a ed. apareció en 1879). Sólo en dos recientes ediciones críticas —las de W. S. Watt (1982) y D.R. Shackleton Bailey (1988)—, en las que el interés está en la fijación del texto latino y en la historia de los manuscritos, se mantiene la organización tradicional. En todo caso, no le falta razón a M. BEARD («Ciceronian correspondences…», esp. págs. 123 y ss.) al señalar que la elección no es neutra: un orden cronológico responde en último término a una concepción del epistolario como documento histórico, mientras que la preservación del orden tradicional pretende llamar la atención sobre sus cualidades literarias.
18 Dado el carácter abierto de la estructura de nuestra colección quizá se le pueda aplicar lo que el personaje de Morelli responde a sus amigos respecto a la publicación de su obra en la novela Rayuela de Cortázar: «Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana (…). Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y, en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto».
19 G. ACHARD (La communication à Rome , París, 1991, pág. 139) estima, aunque sin justificar el dato, que un romano de clase elevada debía escribir, y recibir, en torno a unas 10 cartas al día. Sin aventurar una cifra, lo cierto es que Cicerón escribe en todo momento y circunstancia —p. ej., el simple hecho de disponer de correos justifica la redacción—, aun cuando no tenga nada realmente notable que decir (p. ej. Fam . 7, 1; 125, 1; 176, 1; 217, 1; 233, 1;244, 1; 420, 1; 421, 1). Esto último, por cierto, tampoco ha de ser creído a pie juntillas, sino que ha de ser interpretado como uno de los tópicos de la carta en la Antigüedad (nihil habeo quod scribebam) . Sobre el mismo, vid . P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, pág. 75).
20 A diferencia del Imperio Persa (cf . HERÓDOTO , VIII 98), ni Grecia ni la Roma republicana contaron con un servicio postal.
21 A este respecto resulta ejemplar el estudio de J. NICHOLSON («The Delivery and Confidentiality of Cicero’s Letters», CJ 90 (1994), págs. 33-63) sobre los mecanismos y condiciones del reparto de correo. Aquí me limitaré a recordar que en la Roma de Cicerón para el envío de una carta se podía recurrir a los amigos y conocidos (o sus libertos) que viajasen en la misma dirección, a los tabellari domestici propios o ajenos, al servicio postal particular de los publicani o, incluso, al personal de un gobernador (especialmente lictores y statores) . Este sistema es rápido, fiable y, aparentemente, con un coste mínimo, por lo que no es de extrañar que en ocasiones mantenga correspondencia diaria no sólo con su buen amigo Ático, sino con otros corresponsales como su hermano Quinto, su secretario Tirón o corresponsales como Celio Rufo, Trebacio Testa, Trebonio o G. Casio. Más allá de las pérdidas ocasionales —Cicerón confía tanto en la fiabilidad del sistema que se permite bromear con la ausencia de correo por parte de Celio Rufo en Fam . 86, 1—, la mayor preocupación que manifiesta Cicerón atañe a la confidencialidad de la correspondencia (p.ej. Fam . 18, 1;48, 1;49, 1; 95, 1; 213; 245, 3; 360, 2; 385, 2).
22 Naturalmente la fiabilidad y la velocidad del correo dependía de circunstancias tales como las condiciones de los caminos, la climatología y la época del año, la situación política y social de una región determinada, de los medios puestos a disposición del correo, etc. Ejemplos de todas estas variables pueden hallarse en G. ACHARD (La communication …, págs. 134-136), quien calcula además, como dato orientativo, que un correo, en condiciones normales, podía cubrir al final de la República etapas de una media de 100 km. En cambio, dado el número de variables, no se atreve a ofrecer un promedio S. PITTIA («Circulation maritime et transmission de l’information das la correspondance de Cicéron», en J. André, C. Virlouvet, L’information et la mer dans le monde antique , 2002, págs. 197-217), pero sí que ofrece un cuadro con todos los datos de velocidad de los correos que aparecen en las cartas de Cicerón. Añado algunos ejemplos tomados de la presente colección: entre Roma y Cilicia la correspondencia solía tardar entre 40 y 60 días (45 días según Fam . 17, 1); entre Roma y Formias, cuya distancia es de unos 150 km, Cicerón no ve inconveniente en solicitar a su mujer Terencia que organice correos diarios (Fam . 144, 2); en el viaje de regreso de Cilicia Cicerón recibe en Atenas la correspondencia enviada por su mujer que ha tardado tan sólo veinte días en llegar (Fam . 119, 1), pero en agosto del 44 ese mismo trayecto (Roma-Atenas) supone 45 días (Fam . 337, 1).
23 Como ya viera su contemporáneo Nepote al señalar que qui legat non multum desideret historiam contextam eorum temporum [quien las lea no echará de menos una historia sin interrupción de esa época] (NEP ., Vida de Át . 16, 3).
24 Las cartas de otros corresponsales incluidas en los epistolarios ciceronianos son editadas por P. CUGUSI en Epistolographi Latini Minores. II: Aetatem Ciceronianam et Augusteam amplectens , Turín, 1979.
25 He utilizado con este fin, y naturalmente para la traducción, los manuales y obras de referencia que figuran en el apartado bibliográfico de «Historia, instituciones y civilización». Conviene señalar aquí que, a fin de aligerar un tanto el aparato de notas, para las semblanzas biográficas de la traducción ha sido especialmente útil la consulta del Paulys Realencyclopädie der classischen Altertumswissenschaft .
26 Representan uno y otro extremo, por ejemplo, J. CARCOPINO (Les sécrets de la correspondence de Cicéron , París, 1947, 2 vols.) y J. GUILLÉN (Héroe de la Libertad. Vida política de M. T. Cicerón , Salamanca, 1981). El primero ofrece una visión excesivamente negativa en línea con la imagen que de Cicerón trazara T. Mommsen (en el vol. III de su Römische Geschichte , 1856 [trad. esp. de 1876]); el segundo, en cambio, tiende con frecuencia a la idealización. Pero ya en la Antigüedad la figura del Arpinate fue motivo de controversia y así no es lo mismo la biografía que de él trazara Plutarco que la invectiva del Pseudo-Salustio.
De las biografías sobre Cicerón me permitiré destacar la breve pero correctísima aproximación de J. M. BAÑOS (Cicerón , Madrid, 2000), la introducción rigurosa y de lectura sumamente amena de M. RODRÍGUEZ -PANTOJA en esta colección («Introducción general» en M. T. Cicerón. Discursos. I: Verrinas: Discurso contra Q. Cecilio. Primera sesión. Segunda sesión [discursos I y II] , Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1990, págs. 7-156) y, finalmente, la reciente biografía de F. PINA (Marco Tulio Cicerón , Barcelona, 2005) que, a mi juicio, se ha convertido en la obra de referencia al respecto. De gran utilidad han sido asimismo la cronología de N. MARINONE (Cronologia Ciceroniana , Roma, 1997; reedición revisada y actualizada en 2003, acompañada de un CD-Rom, por E. Malaspina) y el onomástico de D. R. SHACKLETON BAILEY (Onomasticon to Cicero’s Letters , Stuttgart-Leipzig, 1995).
27 Sobre el exilio presentado como tragedia, vid . R. DEGL ’INNOCENTI , M. T. Cicerone. Lettere dall’esilio , Florencia, 1996, págs. 15-21. Por su parte, S. CITRONI MARCHETTI (Amicizia e potere nelle lettere di Cicerone e nelle elegie ovidiane dall’esilio , Florencia, 2000, págs. 37-48, y «Amici e nemici nell’esilio di Cicerone», en E. Narducci (ed.), Cicerone prospettiva 2000. Atti del I Symposium Ciceronianum Arpinas , Florencia, 2001, págs. 79-104) insiste en las analogías de expresión entre las cartas de Cicerón y el Heracles euripídeo.
28 La cronología de estos acontecimientos es incierta. Probablemente la Lex Clodia de capite ciuis Romani fuera aprobada el 12 de marzo. Cicerón reaccionase huyendo la noche del 19 al 20 y la promulgatio de la versión definitiva de la Lex Clodia de exsilio Ciceronis tuviera lugar el 3 o el 5 de abril, de modo que su votación tuviera lugar en torno al 24 de ese mes y Cicerón fuera informado en Brundisio sobre el 28. Con respecto a esta cronología y a las diferentes hipótesis, vid . Ρ. MOREAU , «La lex Clodia sur le bannissement de Cicéron», Athenaeum 65 (1987), esp. págs. 469-472.
29 Así lo señala C. J. CLASSEN , Displaced Persons. The Literature of Exile from Cicero to Boethius , Londres, 1999, pág. 27.
30 De hecho, Ptolomeo Apión, hermano también de Ptolomeo IX y de Ptolomeo X, lega a su muerte la Cirenaica a Roma, si bien no se hará efectivo el dominio hasta el 75 a. C.
31 Sin ser excesivamente prolijos, baste con recordar que se suceden en el trono Ptolomeo IX Sóter II, su hermano Ptolomeo X Alejandro I, Ptolomeo XI Alejandro II y, de nuevo, Ptolomeo IX hasta el 80. Además de todas las madres, esposas y hermanas —Cleopatras y Berenices en su mayoría— que comparten el trono o conspiran para imponer a su candidato.
32 Oficialmente, Theos Philopator Philadelphos Neos Dionysos. Sus contemporáneos, con gracia alejandrina, lo apodaron además Auletes [el flautista] y, con menos gracia, Nothos [el bastardo].
33 De esa suma se beneficiarían, en mayor o menor medida, los tres triunviros. Las consecuencias fueron desde luego negativas para la monarquía egipcia, pero no menos para parte de los miembros de la clase política y financiera romana: Cicerón mismo parece haber deseado o haber sido tentado con una libera legatio en Egipto en el 59 (Cart. a Át . II 5, 1), por no mencionar los problemas que este episodio ocasionó a Pompeyo, los procesos a los que sería sometido Gabinio, el enjuiciamiento de Gayo Rabirio Póstumo —principal prestamista del rey egipcio—, etc.
34 Que le había correspondido en herencia al segundo hijo de Ptolomeo IX, mientras que al primero, nuestro Ptolomeo XII, le correspondió Egipto.
35 Catón fue comisionado por una ley propuesta por Clodio durante su tribunado. La ley tenía como objetivos convertir la isla en provincia romana y confiscar los bienes de la corona en provecho del tesoro romano (vid . J. P. V. D. BALSDON , «Roman history 58-56 B.C. Three Ciceronian problems», JRS 47 (1957), págs. 15-20, y S. I. OOST , «Cato uticensis and the annexation of Cyprus», CP 50 (1955), págs. 98-112). En realidad, detrás de estos objetivos oficiales se escondía el interés de Clodio —y de los triunviros— por alejar al siempre incómodo Catón (CIC ., Sobre la casa , 22, 65; En def. de Sest ., 60-63) —y en caso necesario lanzar acusaciones sobre su gestión— y por conseguir el dinero necesario para su ley frumentaria (vid . C. NICOLET , «La lex Gabinia-Calpurnia de insula Delo et la loi ‘annonaire’ de Clodius», CRAI (1980), págs. 259-287).
36 Fue acogido por Pompeyo en la villa de Alba (CIC ., En def. de Rab. Post . 6).
37 La embajada, de unos cien miembros, fue asaltada nada más desembarcar en Putéolos. Más tarde, el propio Dión fue asesinado en casa de Luceyo, el amigo de Cicerón (CIC ., En def. de Celio 23, 24, 51 y 54; DIÓN CASIO , XXXIX 14, 3).
38 Sobre las características de esta consolatio ad exulem, vid . C. J. CLASSEN , Displaced Persons …, págs. 77-79, con bibliografía.
39 El estudio más completo sigue siendo A. J. MARSHALL , «The lex Pompela de provinciis (52 B.C.) and Cicero’s Imperium in 51/50 B.C. Constitutional Aspects», ANRW I.1, Nueva York - Berlín, 1972, págs. 887-921.
40 Otros motivos son recogidos en A. J. MARSHALL , «The lex Pompeia …», págs. 891 y ss.
41 Sobre su gobierno en Cilicia, vid . J. MUÑIZ COELLO (Cicerón y Cilicia , Huelva, 1998), además de los capítulos correspondientes en las diversas biografías —a destacar, no obstante, F. PINA , M.T. Cicerón , págs. 267-294, y D. STOCKTON , Cicero …, págs. 227-253—. El artículo de D. CAIAZZA («Il proconsolate di Cicerone in Cilicia», Ciceroniana 2 (1959), págs. 140-156) no es más que una mera sinopsis.
42 Cuál era su estado de ánimo queda recogido en la famosa sentencia de Cart. a Át . VIII 7, 2 [trad. de M. Rodríguez-Pantoja]: «Yo, la verdad es que tengo de quien huir pero no tengo a quien seguir».
43 Sobre la decepción que le causó el campamento de Pompeyo, nada más ilustrativo que la declaración de Fam . 183, 2: nihil boni praeter causam [no había nada bueno excepto la causa].
44 El debate sobre la naturaleza literaria del epistolario ciceroniano se ha reabierto en tiempos recientes a raíz de la monografía de G. O. HUTCHINSON (Cicero’s Correspondence. A Literary Study , Oxford, 1998). Para su valoración remito a las reseñas de J. EBBELER (Bryn Mawr Classical Review 1998.11.43), P. CUGUSI (Gnomon 73/4 (2001), págs, 303-305) y A. M. RIGGSBY (Classical Philology 96 (2001), págs. 98-101).
45 Es P. CUGUSI («L’epistolografia: modelli e tipologie di comunicazione», en G. Cavallo, P. Fedelli, A. Giardina (eds.), Lo Spazio Letterario di Roma Antica. II: La circolazione del testo , Roma, 1990, págs. 379-419, y «L’epistola ciceroniana: strumento di comunicazione quotidiana e modello letterario», Ciceroniana 10 (1998), págs. 163-189) quien ha llamado fundamentalmente la atención sobre la combinación de estos dos componentes en el epistolario de Cicerón, el artístico-literario y el instrumental-comunicativo. Baste con pensar en dos circunstancias extremas de composición que se encuentran en el epistolario: la carta largamente reflexionada dirigida a un corresponsal determinado pero destinada a una difusión mayor y la redactada calamo currente para entregarla en mano al tabellarius que estaba a punto de partir.
46 Sobre Cicerón como modelo para la epistolografía posterior, vid . fundamentalmente P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, «L’epistolografia: modelli…» y «L’epistola ciceroniana…»).
47 Específicos para la epistolografía en Roma son C. CASTILLO (1974), P. PIERNAVIEJA (1978), M. A. MARCOS CASQUERO (1983), J.A. ENRÍQUEZ (1985) —una breve nota sobre los orígenes del género en Roma—, M.a N. MUÑOZ MARTÍN (1991, un estado de la investigación, y 1985), C. CODOÑER (1995) —para la epistolografía latino-cristiana—, B. ANTÓN (1996) y L. PÉREZ GÓMEZ (1997). En cuanto a la bibliografía de fuera de nuestras fronteras, la investigación parte de H. PETER (1901 [= reimp. Hildesheim, 1965]) y alcanza su cima con los trabajos de P. CUGUSI (1970, 1972, 1983 y 1990). Además habría que tener en consideración los trabajos comunes sobre epistolografía griega y latina: J. SYKUTRIS (1931), J. SCHNEIDER (1954), Β. KITZLER (1965), Κ. THRAEDE (1970) y G. SCARPAT (1972).
48 P. CUGUSI , «L’epistola ciceroniana…», págs. 171 y ss.
49 Sobre los rasgos de lengua y estilo del género epistolar, vid . P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, págs. 78 y ss.). Cicerón mismo dirá: epistulas… cotidianis verbis texere solemus (Fam . 188, 1).
50 Sobre el tópico de la carta como diálogo entre ausentes, vid . K. THRAEDE (Grundzüge griechisch-römischer Brieftopik , Múnich, 1970, págs. 27 y ss.) y, sobre todo, P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, págs. 32-33 [fuentes antiguas], 43-44 y 73-74). Más recientemente, analiza la interacción epistolar S. ROESCH («L’interaction auteur/destinataire dans la correspondance de Cicéron», en L. Nadjo, É. Gavoille (eds.), Epistulae Antiquae. Actes du IIe Colloque «Le Genre Épistolaire Antique et ses Prolongements Européens» (Université FrançoisRabelais. Tours, 28-30 septembre 2000) , Lovaina - París, 2002, págs. 89-112).
Cicerón mismo ofrece numerosos ejemplos de esta concepción de la carta: amicorum colloquia absentium (Filípicas II 7); per litteras tecum quam saepissime conloquar (Fam . 18, 1); utemur bono litterarum et eadem fere absentes quae si coram essemus consequeremur (Fam . 106, 3). Así también en Fam . 417, 1; 215, 1: 216, 1; Cart. a Át . VIII 14, 1; IX 10, 1; XII 53, 1; XIII 18; Cart. a su her. Q . I 1, 45.
51 No deja de resultar curioso cómo un léxico propio de la oralidad (loqui, audire , etc.) se aplica a la comunicación epistolar escrita y cómo en la correspondencia se recrean interpelaciones propias del diálogo. Una interesante aproximación a todo lo relativo a la oralidad de las cartas puede seguirse en F. BIVILLE («Échos de voix romaines dans la Correspondance de Cicéron», en A. Garcea (ed.), Colloquia absentium. Studi sulla comunicazione epistolare in Cicerone , Turín, 2003, págs. 13-46); vid . también M. FRUYT , «Oralité et langue latine: approche de la problématique», en J. Dangel-C. Moussy (eds.), Les structures de l’oralité en latin , París, 1996, pág. 61. Téngase en cuenta, por otra parte, que la lectura de un texto en la Antigüedad supone siempre, en mayor o menor medida, un retorno a la oralidad (vid . E. VALETTE -CAGNAC , La lecture à Rome: rites et pratiques , París, 1997, págs. 29-71).
52 Que esa lengua conversacional de la clase dirigente era la propia del estilo epistolar ya lo observa el propio Cicerón en las cartas de Cornelia, la madre de los Gracos (Bruto 211).
53 Cicerón es además un paradigma de corrección que no se deja arrastrar por la vulgaridad ni cuando cae en reacciones violentas ni cuando tiene que lidiar con un léxico obsceno y cacofónico (p. ej. Fam . 189, 2-3).
54 Específico para los helenismos en las Cartas a los familiares es B. BALDWIN («Greek in Cicero’s Letters», Acta Classica 35 (1992), págs. 1-17), quien destaca la diferencia con las Cartas a Ático al observar que, frente a las aproximadamente 700 palabras, expresiones y citas griegas de éstas, en las Familiares rondan sólo la centena.
55 Un catálogo de estos recursos puede seguirse en A. CHESSA , «Aspetti di espressività nell’epistolario ciceroniano», Annali della Fac. di Let. e Fil. dell’ Univ. di Cagliari 17 (1999), págs. 205-253.
56 Sobre la concepción romana de la amistad, vid . J. BOES (La philosophie et l’action dans la correspondance de Cicéron , Nancy, 1990, págs. 55-78) y B. FIORE («The theory and practice of friendship in Cicero», en J. T. Fitzgerald (ed.), Greco-Roman Perspectives on friendship , Atlanta, 1997, págs. 59-76).
En el contexto romano de una amistad concebida utilitariamente la carta es un instrumento perfecto para cultivar esa amistad en la medida en que al transmitir peticiones de favores y agradecimientos de los mismos contribuye a ese intercambio de servicios. Pero el hecho mismo de la comunicación y de la transmisión de información es en sí mismo un officium , máxime en un mundo como el romano organizado en unas redes clientelares que hacen que cualquier suceso, por nimio que sea, pueda tener consecuencias incalculables. Vid . P. CORDIER , «La lettre et l’amicita », en F. Dupont (ed.), Paroles romaines , Nancy, 1991, págs. 25-34.
57 Vid . A. CAVARZERE , M. Celio Rufo, Lettere (Cic. fam. l. VIII) , Brescia, 1983, págs. 62 y ss.
58 En esta preceptiva suele distinguirse entre tratados específicos (los Τύποι ’Επιστολικοὶ, Týpoi Epistolikoì [Clases de cartas ], de Pseudo-Demetrio y los ’Επιστολιμα οι χαρακτ ρες, Epistolimaîoi charakt res [Estilos epistolares ], de Proclo —Pseudo-Libanio), las observaciones incluidas en los tratados de retórica (Περὶ ἑρμηνείας, Perì hermēneías [Sobre el estilo ], de Demetrio —Pseudo-Demetrio Falereo—; el Ars Rhetorica de Julio Víctor) y la teorización llevada a cabo en la misma práctica epistolar (p. ej. Cicerón).
Sobre las fuentes de la teoría epistolar, vid . H. PETER (1901 [= reimp. Hildesheim, 1965]), J. SYKUTRIS (1931, págs. 189-195), H. KOSKENNIEMI (1956), K. THRAEDE (1970), P. CUGUSI (1983) y A.J. MALHERBE (1988). En lengua española conviene acudir a M. a Ν. MUÑOZ MARTÍN (Teoría epistolar y concepción de la carta en Roma , Granada, 1985, págs. 31-65 y 70-87, esp. para Cicerón) y, para las fuentes griegas, el señero artículo de E. SUÁREZ («Ars epistolica . La preceptiva epistolográfica y sus relaciones con la Retórica», en G. Morocho (coord.), Estudios de Drama y Retórica en Grecia y Roma , León, 1987, págs. 177-204), además del reciente y completo estado de la investigación de A. VICENTE (Las Cartas de Temístocles. Lengua y técnica compositiva , Zaragoza, 2006, págs. 359-364 y 372 y ss.).
59 P. CUGUSI , «L’epistolografia: modelli…», pág. 381.
60 Conclusiones éstas ya apuntadas por K. THRAEDE (Grundzüge …, págs. 27-47).
61 Este subgénero aparece ya reconocido como una de las 21 clases de cartas por el Pseudo-Demetrio que, a pesar de los problemas de cronología, su núcleo remonta probablemente al siglo. II a. C. Sobre las cartas de recomendación en el mundo griego, vid . C.-H. KIM (Form and structure of the Familiar Greek Letter of Recommendation , Missoula [Montana], 1972), quien también contrasta con el epistolario ciceroniano.
62 Según se desprende de que, además de una tradición literaria, dispongamos de un buen número de documentos. Vid ., además del antes citado C.-H. KIM (Form and structure…) , H. M. COTTON (Documentary Letters of Recommendation in Latin from the Roman Empire , Königsten, 1981) y P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, pág. 112).
63 Específicos para el epistolario ciceroniano son los artículos de P. M. ÁLVAREZ SUÁREZ (1993), H.M. COTTON (1984, 1985 y 1986), G. PIERRETTORI (2000), A. PLANTERA (1977-1978) y F. TRISOGLIO (1984), además del primer capítulo de la excelente monografía de E. DENIAUX (Clientèles et pouvoir …, págs. 17-70) sobre el clientelismo en Cicerón.
64 Sin embargo, como señala P. FEDELI («L’epistola comendatizia tra Cicerone e Orazio», Ciceroniana 10 (1998), págs. 52-53), «una lettera di raccomandazione di 2000 anni fa ci apparirà meno banale e il suo contenuto meno comprometiente», si tenemos en cuenta que en Cicerón responde fundamentalmente a los sagrados vínculos de la amistad. Sobre la carta de recomendación como manifestación concreta de amistad, vid . especialmente E. DENIAUX (Clientèles et pouvoir …, págs. 28 y ss.). Naturalmente en Cicerón esta recomendación es compatible con su dignidad y con la del destinatario y no supone esta gratia pasar por encima de la iustitia (vid . H. M. COTTON 1985 y, esp., 1986).
65 Todas estas cartas de recomendación suelen responder al siguiente esquema: presentación del commendatus , frecuentemente incluyendo su elogio (laudatio) y la aclaración de los lazos que lo vinculan a Cicerón que puede ser o no su patronus; petición al destinatario de la carta con el que suele renovarse los sentimientos de amistad (beneuolentia); agradecimiento por el servicio que se va a prestar y garantía de que en un futuro obtendrá contraprestaciones tanto de Cicerón como, especialmente, del recomendado, que es un homo officiosus et gratissimus. Vid . P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, pág. 113) y, sobre todo, E. DENIAUX (Clientèles et pouvoir …, págs. 44 y ss.) para Cicerón y A. PLANTERA («Osservazioni sulle commendatizie…») para la evolución de este esquema en Cicerón, Plinio y Frontón.
66 No falta en Cicerón el reconocimiento de que las de recomendación son una clase particular. Cf. Fam . 5, 1; 292, 3; 293, 1.
67 Que Cicerón adaptó fórmulas griegas de cartas de recomendación y que, probablemente, se sirvió de manuales griegos al uso, ya fue apuntado por C. W. KEYES («The Greek Letter of Introduction», AJPh 56 (1935), pág. 44). En cambio, H. M. COTTON («Greek and Latin epistolary formulae: some light on Cicero’s Letter Writing», AJPh 105 (1984), págs. 409-425), sin negar la influencia griega, considera que las fórmulas ciceronianas responden a una tradición romana.
68 Ya H. BORNECQUE (La prose métrique dans la Correspondance de Cicéron , París, 1898, págs. 125 y ss.) observó que, con frecuencia, una de las señas de identidad de las cartas de recomendación en Cicerón era el recurso a la prosa métrica.
69 Desde esta perspectiva tradicional el análisis más completo sigue siendo el de K. BÜCHNER («M. Tullius Cicero (Briefe)», RE VII A/1 (1939), esp. cols. 1192-1235).
70 Los dieciséis libros de Familiares no comprenden la totalidad de la correspondencia distinta a la mantenida con Ático. Conservamos tres libros de Cartas a su hermano Quinto en los que se recogen 27 cartas remitidas a su hermano entre el 60 y el 54, así como un libro de Cartas a Marco Bruto con 26 cartas escritas en el 43. Pero tenemos también constancia de la existencia de otras colecciones perdidas hasta un total de cerca de 40 libros: el intercambio epistolar con Bruto comprendía al menos 9 libros, correspondiéndose el libro conservado con el último de la serie; 9 libros de cartas a Hircio; 3 a Pansa; 2 a Q. Axio; 3 a Licinio Calvo; 2 libros de cartas a Nepote; 2 a su hijo Marco; 4 a Pompeyo; 3 a César; y, finalmente, 3 a Octaviano. Las referencias y fragmentos han sido recopilados y examinados por C. WEYSSENHOFF (De Ciceronis epistulis deperditis , Cracovia, 1966, y Ciceronis epistularum fragmenta , Cracovia, 1970), pero al estar en polaco hace aconsejable acudir a la ed. de W. S. WATT (M. T. Ciceronis Epistulae. T. III , Oxford, 1958) y a la prolija relación y análisis minucioso de K. BÜCHNER («M. Tullius Cicero (Briefe)», cols. 1119-1206). Vid . además P. CUGUSI (Evoluzione e forme …, págs. 159-161) por la detallada bibliografía. Por cierto, paradójicamente son muchos más numerosos los testimonios relativos a las colecciones perdidas que los de la correspondencia conservada. Obsérvese, por otra parte, que de ser ciertos estos datos resultaría que se nos habría conservado menos de la mitad de la correspondencia de Cicerón, habiéndose perdido algunos de los epistolarios más interesantes desde el punto de vista histórico (Pompeyo, César, Octaviano) y seguramente literario.
71 Aunque suele rechazarse la visión en exceso negativa que sobre Cicerón ofrece J. Carcopino (vid . P. BOYANCE , «Cicéron contre Cicéron», REA 51 (1949), págs. 129-138 [= Études sur l’ humanisme cicéronien , Bruselas, 1970, págs. 74-85] y A. PIGANIOL , «Un ennemi de Cicéron», RH 201 (1949), págs. 224-234) y por más que también suele mantenerse una cierta prevención a su hipótesis sobre la publicación de las Cartas a los familiares —en síntesis, que hubo dos ediciones, la segunda de las cuales tuvo lugar entre el final del 33 y primeros meses del 32 con vistas a desprestigiar a Cicerón y a servir a los intereses propagandistas de Octaviano (J. CARCOPINO , Les secrets de la correspondance de Cicéron , París, 1947, vol. II, págs. 363 y ss.)—, lo cierto es que viene aceptándose su propuesta de que la publicación tuvo lugar en torno al 32 a. C.
72 No se puede precisar, en rigor, con qué parte del legado epistolar transmitido se correspondería este grupo de cartas, por más que resulta sumamente tentador pensar que estaríamos ante la génesis de las 78 cartas de recomendación que forman el libro XIII de las Familiares . Tal fue la hipótesis de L. GÜRLITT en De M. T. Ciceronis epistulis earumque pristina collectione , Gotinga, 1879 (tesis) y «Die Entstehung der ciceronischen Briefsammlungen», Neue Jahrbücher VII (1901), págs. 532 y ss., a la que se suma un editor de la importancia de L.-A. CONSTANS (Cicéron. Correspondance. Tome I , París, 1969, págs 12-13). Pero como señala CARCOPINO (Les secrets …, vol. II, págs. 486-487) resulta difícil de creer que Cicerón estuviera pensando para una antología en las cartas de recomendación, probablemente las menos originales.
73 J. CARCOPINO (Les secrets …, vol. II, págs. 228 y ss.) se percató de que Cicerón, al menos desde el 54, procuró guardar copia de su correspondencia. De esta misión parece haberse encargado Tirón y habría contado con un archivo con sede en Roma (p. ej. Cart. a Át . XIII 6, 3 de 3 de junio del 45).
74 A tenor de las noticias del propio epistolario ciceroniano, el soporte fundamental en el que se escribían estas cartas era la hoja de papiro (charta) . Cicerón nunca menciona el pergamino y sólo muy ocasionalmente las tablillas de madera o codicilli , y esto último por más que tabellarius [cartero] evoque un pasado en el que las tabellae debieron ser el principal soporte. El papiro presentaba una serie de ventajas con vistas a la producción y a la conservación. Respecto a la primera, es evidente que era un material ligero para llevar encima y luego para remitir incluso en paquetes (fasciculi) , de fácil acceso, que contribuía a una nítida escritura con el cálamo y que en caso de necesidad permitía cartas de mayor extensión. Por lo que atañe a la conservación, conviene tener presente que las chartae podían ser encoladas unas con otras por los glutinatores hasta formar un rollo (volumen) . Sobre el particular, vid . F. GUILLAUMONT , «Charta et codicilli : aspects matériels de la correspondance dans les Lettres de Cicéron», en L. Nadjo, E. Gavoille (eds.), Epistulae Antiquae III. Actes du IIIe Colloque International «L’Epistolaire Antique et ses prolongements européens» , Lovaina, 2004, pág. 129.
75 Sobre esta actividad de corrector, editor y aun apologeta, vid . W. C. MC DERMOTT , «M. Cicero and M. Tiro», Historia 21 (1972), págs. 259-286.
76 Como observa W. C. MC DERMOTT (ibidem , pág. 280), excepción hecha de Ático y otros equites , los corresponsales de Cicerón pertenecen a la clase senatorial, siendo Tirón el único de extracción social baja.
77 La existencia de duplicados en el epistolario apuntaría también en el mismo sentido. Como observa D. NARDO («I duplicati dell’epistolario ciceroniano», Ciceroniana 3-6 (1961-1964), págs. 199-232), estos duplicados no responden a los avatares de la transmisión, sino que remontan a la «edición primitiva», lo que resultaría mucho más lógico si se tratara de libros publicados individualmente y no conforme a un plan de conjunto.
78 P. ej. in libro M. Tulli epistularum ad Seru. Sulpicium de Aulo Gelio (Noches Áticas XII 13, 21) viene a coincidir con el Ad Seruium Sulpicium et ceteros de los manuscritos.
79 La recopilación que dio pie a las Cartas a los familiares contó no sólo con las cartas propias y ajenas conservadas por Tirón en el archivo, sino que también se incluyen cartas de las que Cicerón por diversos motivos no pudo hacer copia (p. ej. Fam . 197; 339; 213) y cuya presencia se explica sólo porque un editor se encargó de recuperarlas de manos de sus destinatarios o bien de los herederos de éstos.
80 Vid . P. CUGUSI , Evoluzione e forme …, pág. 160.
81 Sigo en lo fundamental el, a mi juicio, magnífico análisis de J. NICHOLSON («The Survival of Cicero’s Letters», en C. Deroux (ed.), Studies in Latin literature and Roman history IX , Bruselas, 1998, págs. 63-105).
82 Tal parece ser el caso de Fam . 22 [V 12] cuya belleza literaria le lleva a solicitar de Ático que se haga con una copia (Cart. a Át . IV 6, 4).
83 Así lo declara en Cart. a Át . VIII 9, 1 respecto a Cart. a Át . IX 1 la dirigida a César.
84 Especialmente sospechoso resultaría el silencio del comentarista de Cicerón Q. Asconio Pediano.
85 Vid . al respecto R. SOMMER , «T. Pomponius Atticus und die Verbreitung von Ciceros Werken», Hermes 61 (1926), págs. 389-422. y, especialmente, J. J. PHILLIPS , «Atticus and the publication of Cicero’s works», Classical Weekly 79 (1986), págs. 227-237.
86 Esa fase previa comprendía, naturalmente, la redacción de la obra —por su propia mano o dictada (vid . M. MC DONNELL , «Writing, copying and autograph manuscripts in ancient Rome». Class. Quart . 46 (1996), págs. 469-491)—, la revisión de este autógrafo o de copias por el propio autor o por amigos, lo que venía a suponer una difusión en un círculo restringido, y, finalmente, la reproducción del texto definitivo.
87 Cicerón proporciona un buen elenco de noticias sobre el proceso de publicación de sus obras (Cart. a Át . II 20, 6; IV 13, 2; XIII 22, 3; XIII 21a, 1-2).
88 Sobre los testimonios antiguos sigue siendo válida la relación de K. BÜCHNER («M. Tullius Cicero (Briefe)», cols. 1195 y ss.). Resultan fácilmente accesibles gracias a la recopilación de las referencias antiguas y medievales de la introducción de U. MORICCA (Ciceronis epislularum ad familiares libri sedecim , Turín, 1950, págs. XXII -XXIX ).
89 A mi entender, el estudio de J. NICHOLSON («The Survival…») resulta revelador sobre la interpretación de estos testimonios.
90 E. NARDUCCI («La più antica citazione delle familiares di Cicerone», Maia 35 (1983), págs. 20 y ss. [recogido en Cicerone e i suoi interpreti. Studi sull’ Opera e la Fortuna , Florencia, 2004, págs. 235-237]) sugiere la hipótesis —a mi juicio, indemostrable, por más que sugerente— de que el primer testimonio de las Familiares corresponde a Cornelio Nepote (Vida de Ático 16, 4).
91 En Suasorias 1, 5, 5 se alude a Fam . 216, 4. Pero el tipo de cita —un ejemplo de humor de Cicerón, que además contiene un término griego que resulta ser un hapax legomenon — y el hecho de que no lo reproduzca fielmente —sorprendente en una persona como Séneca el Rétor de quien sabemos que gozaba de una memoria extraordinaria— invitan a pensar que posiblemente no consultó directamente el epistolario, sino alguna de las antologías con agudezas de ingenio del Arpinate que circulaban por la época.
92 Una cita de Fam . 70, 3, aparece en Inst. Or . VIII 3, 35. De nuevo, la referencia resulta sospechosa, ya que es utilizada para ilustrar el término urbanus , por lo que no sería de extrañar que, antes que una consulta directa del epistolario, la fuente fuera algún gramático, quizá incluso Domicio Marso, autor de una obra titulada De urbanitate .
93 También Ep . III 20, 10-12, aunque no mencione expresamente a Cicerón, estaría haciendo referencia a sus cartas.
94 Fam . 351, 2, animando a escribir aun cuando no se tenga nada que decir, podría estar detrás de Ep . I 11. La descripción de Cicerón de su rutina diaria en Fam . 193, 3, podría haber influido en Ep . IX 36, III 1 y III 5 de Plinio. No es tan seguro que detrás de las cartas que dirige a su esposa Plinio (Ep . VI 4, VI 7, VII 5) estén Fam . 7, 2-3; 6, 4-5; y 119, 1-2. Sí, en cambio, parece que la carta que Cicerón dirige a Curión cuando es procuestor en Asia (Fam . 45, 2) sirvió de modelo, junto con Cart. a su her. Q . I 1, a Ep . VIII 24 donde Plinio alecciona a Valerio Máximo sobre el gobierno provincial.
95 En Gramáticos y rétores ilustres (Gram . 14) cita Fam . 217, 1, al hablar del gramático Curcio Nicia.
96 A él le debemos uno de los juicios más apasionados: «Creo que deben leerse todas las cartas de Cicerón, en mi opinión, más que todos sus discursos: no hay nada más perfecto que las cartas de Cicerón» (FRONTÓN , Epistolario 184 [= II 156-158 Haines], trad. de A. Palacios, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1992).
97 J. NICHOLSON («The Survival…», pág. 98, n. 77) considera que los ecos señalados por T. SCHWIERCZINA («Fronto und die Briefe Ciceros», Philologus 81 (1926), págs. 72-85), un centenar aproximadamente, no pasan de ser meras coincidencias antes que imitaciones intencionadas.
98 En Noches Áticas XII 13, 21, cita Fam . 203 y en I 22, 19, se refiere a Fam . 409.
99 P. ej. en la introd. a la vida de Cicerón de «Les Belles Lettres» (R. FLACELIÈRE , É. CHAMBRY , Plutarque. Vies. T. XII: Démosthène-Cicèron , París, 1976) se señalan las Cartas a los familiares como posible fuente de 20, 3 (Fam . 7) y 36, 2 (Fam . 110, 6), pero lo cierto es que la única referencia directa se halla en 36, 6 (Fam . 90, 2).
100 El caso de Nonio Marcelo es único, ya que presenta 75 referencias a las cartas, de las cuales 9 corresponden a las Familiares . Pero al tratarse el De compendiosa doctrina de una obra lexicográfica lo más probable es que se sirviera de glosarios anteriores.
101 Ars grammatica II, pág. 212, 16 Keil, en alusión a Fam . 242, 4.
102 Saturnales II 3, 13, en alusión a Fam . 363, 1.
103 Epist. ad Sabinum 48, 1, posiblemente en alusión a Fam . 72, 2, y De fide I 15, 99, con relación a Fam . 193, 3.
104 Fam . 189, 3, en Is . 47, 1 y ss. (vid . H. HAGENDAHL , Latin Fathers and the Classics , Gotemburgo, 1958, pág. 235).
105 Específico para la transmisión en la Edad Media es K. WEYSSENHOFF , «Les manuscrits des lettres de Cicéron dans les bibliothèques médiévales», Eos 56 (1966), págs. 281-287.
106 Así sabemos, por ejemplo, que Lupo de Ferrières (circa 800-c . 862), además de ser dueño de una copia, recibió en el 847 un manuscrito con los ocho primeros libros de las Cartas a los familiares enviado por Ansbald, abad de Prüm. Es posible también que uno de los manuscritos de Lorsch fuera usado por Liutprand de Cremona (c . 920-970) mientras escribía la Antapodosis y el Liber de rebus gestis Ottonis , ya que las cita con frecuencia. También Juan de Salisbury presenta citas de las cartas en su obra Policraticus (1159).
107 Sigo aquí las introducciones de L.-A. CONSTANS (1934), W. S. WATT (1982) y D. R. SHACKLETON BAILEY (1977) —la introducción a la edición de Teubner (1988) es un resumen de ésta—. Hay que añadir, naturalmente, el siempre válido artículo de K. BÜCHNER para RE («M. Tullius Cicero (Briefe)», RE VII A/1 (1939), esp. cols. 1223-1230) y el breve bosquejo de R. H. ROUSE en L. D. Reynolds (ed.), Texts and Transmission. A Survey of the Latin Classics , Oxford, 1983, págs. 138-142.
Los problemas fundamentales de esta tradición manuscrita ya fueron señalados y debatidos por L. MENDELSSOHN en la praefatio a su edición (Ciceronis epistularum libri sedecim , Leipzig, 1893). Complétese además con L. GURLITT («Zur Überlieferungsgeschichte von Ciceros epistularum 1. XVI», Jahr. f. class. Philol . Supl. XXII (1896), págs. 509-554), G. KIRNER («Contributo alla critica del testo delle Epistulae ad Familiares di Cicerone», Studi it. di filol. class . IX (1901), págs. 369-433) y L.-A. CONSTANS («Sur deux nouveaux manuscrits des lettres de Cicéron», REL 8 (1930), págs. 341-350).
108 Además de las copias derivadas. Entre éstas hay que mencionar el Mediceus 49.7 (P), famoso por tratarse de la copia que Paquino de Capelli, canciller de Milán, hizo llegar en 1392 a Coluccio Salutati, canciller de Florencia, cuando éste, informado de que se había recibido en la biblioteca ducal una copia de una colección de cartas de Cicerón procedente de Vercelli, esperaba recibir las cartas a Ático que habían sido descubiertas recientemente por Petrarca. Salutati recibió, pues, la citada copia (P), si bien el original (M) terminaría también en la Biblioteca Laurentiana de Florencia en fecha indeterminada, aunque antes de 1489, año de la publicación de las Miscellanea de A. Policiano en las que aparece mencionado. Vid . P. L. SCHMIDT , «Die Rezeption des römischen Freundschaftsbriefes (Cicero-Plinius) im frühen Humanismus (Petrarca-Coluccio Salutati)», en Der Brief im Zeitalter der Renaissance (Mitteilung IX der Kommission fur Humanismusforschung) , Weinheim, 1983, págs. 25-59.
El valor del apógrafo P se aquilata si se tiene en cuenta, en primer lugar, que de él derivan la mayor parte de los códices del s. xv que luego sirvieron de base para las primeras ediciones impresas. Y, por otra parte, P testimonia las primeras contribuciones críticas al texto de las Familiares : las correcciones de Coluccio Salutati —y de otros como Niccolò Niccoli— sólo en parte representan conjeturas y, como señala D. NARDO («Le correzioni nei due codici Medicei 49,7 e 49,9 delle ‘Familiares’ di Cicerone (Una terza tradizione diretta?)», Atti dell’lstituo Veneto di Scienze, Lettere ed Arti 124 (1965-1966), págs. 337-397), las más de las veces son auténticas lecturas del arquetipo procedentes de códices de notable autoridad hoy en día desaparecidos.
109 En la parte superior del f.° 134r, donde comienza el libro ad Varronem , se puede leer liber I , cuando es el inicio del libro IX según la vulgata.
110 D. NARDO (Epistularum ad Familiares liber duodecimus , Bolonia, 1966, pág. 64, n. 5) es el primero en recoger la propuesta de B. Bischoff en conferencia en la Universidad de Padua el 28 de abril de 1966, quien lo retrotrae a la primera mitad del s. IX (vid . B. BISCHOFF , «Paläographie und frühmittelalterliche Klassikerüberlieferung», en La cultura antica nell’ Occidente latino dal VII all’ XI secolo , Spoleto, 1975, pág. 68, n. 20). Quizá fuera producto de una escuela vinculada a la corte de Luis I el Piadoso. El manuscrito pudo haber pertenecido al monasterio de Lorsch y haber estado en manos del obispo Leo de Vercelli (circa 988-1026), consejero del emperador Enrique II.
111 Habría que contar además con dos fragmentos, presumiblemente del s. XII , que contienen pasajes de la primera mitad. Se trata de S (frag. Freierianum en honor del Dr. Freier, su dueño en el s. XIX ), un manuscrito en escritura sajona que contiene las cartas II 1-4 y 17-19, y de I (frag. Hamburgense) , hallado en Hamburgo y que contiene las cartas V 10 (incompleta), 10a, 11 y el comienzo de 12. Existe además un tercer fragmento (T), un palimpsesto tunnés del s. vi que contiene VI 9 y buena parte de VI 10, pero que en el s. VII pasó a Bobbio donde fue reutilizado para copiar encima obras de Agustín de Hipona. Suele citarse en todo caso como prueba de que ya en la Antigüedad había malas ediciones y que, por lo tanto, la antigüedad de un manuscrito no es prueba de su valor (L.-A. CONSTANS , Cicéron …, pág. 25). Sobre el palimpsesto, vid . M. D. REEVE , «The Turin palimpsest of Cicero», Aevum 66 (1992), págs. 87-94.
112 J. G. Graevius (1632-1703) lo consiguió en Colonia y posteriormente H. Wanley lo adquirió para Lord Harley —de ahí su denominación—, pasando junto con el resto de la colección al Museo Británico en 1753.
113 La relación de manuscritos que se citan a continuación para la segunda mitad se completaría con el Fragmentum Heilbronnense (L), presumiblemente del s. XII , que fue descubierto en 1857 como cubierta de un tratado de teología (C. E. FINCKH , «Noch ein Bruchstück einer Pergamenthandschrift von Ciceros epistulae ad Familiares», Jahrb. f. cl. Phil . 75 (1857), págs. 725-727). Este fragmento contiene el texto de XII 19, 1 (tributum) a XII 23, 1 (posterius) . Las analogías de L con los fragmentos S e I llevaron a D. NARDO («Le correzioni…» e introd. a Epistularum ad Familiares liber duodecimus , Bolonia, 1966, págs. 71-72) a sustituir para la segunda mitad de la colección la tradición bipartita por una tripartita en la que se incorpora una tercera familia de la que sólo sobrevivirían estos escasos fragmentos.
114 D es un buen ejemplo de códice recentior non deterior tal como señala L. MENDELSSOHN en su introducción (1893: págs. XXII y ss.).
115 L.-A. CONSTANS , Cicéron …, págs. 19 y ss.
116 El Parisinus 7783 no parece ser una copia de V como a veces se ha interpretado, sino de una copia del modelo común a V, aunque de peor calidad que éste. Los otros dos manuscritos son muy inferiores a los parisinos. Se trata del Canonicianus Oxoniensis Lat . 210 (B) de la biblioteca Bodleiana y el Dresdensis 112 (e).
117 Además de las Cartas a los familiares es recuperada la correspondencia con Ático, Bruto y Quinto por Petrarca en 1345 —aunque luego se perdiera este manuscrito junto con la copia que de él hiciera Petrarca—, cuyas primeras ediciones tendrán lugar en 1470. Sobre la cuestión, vid . M. RODRÍGUEZ -PANTOJA («Introducción», Cicerón. Cartas a Ático , Madrid, 1996, vol. I, págs. 30 y ss.).
118 Bajo la influencia de las Cartas a Ático , compuso unas Epistulae de rebus familiaribus (1361), intercambió abundante correspondencia con los prohombres de la cultura occidental de su tiempo y tuvo la originalidad de dirigir epístolas a los grandes escritores de la Antigüedad como Homero o el propio Cicerón.
119 Vid . C.H. CLOUGH , «The Cult of Antiquity: Letters and Letter Collections», en C. H. Clough (ed.), Cultural Aspects of the Italian Renaissance. Essays in Honour of Paul Oskar Kristeller , Manchester - Nueva York, 1976, págs. 33-67.
120 Vid . P. F. GRENDLER , Schooling in Renaissance Italy: literary and learning 1300-1600 , Baltimore, 1989, págs. 121-124 y 203-234, esp. la tabla 8.1 de pág. 206. A título de ejemplo cabe recordar que en 1419 Guarino inauguró en Verona un curso centrado sobre las Cartas a los familiares (R. SABBADINI , Storia e critica di testi latini , Padua, 19712 , pág. 45).
121 Vid . A. GERLO , «L’ Ars epistolica et le traité d’Erasme De conscribendis epistolis», LEC 37 (1969), págs. 98-109. Para su repercusión en España, vid . M. BATAILLON , Erasmo y España: estudios sobre la historia espiritual del s. XVI , México, 19662 [= Érasme et l’Espagne] .
122 Iniciada por Diego de Valera y Fernando de la Torre, culminará con las Epístolas Familiares (1539-1541) de fray Antonio de Guevara. Vid . J. N.H: LAWRANCE , «Nuevos lectores y nuevos géneros: apuntes y observaciones sobre la epistolografía en el primer Renacimiento español», Academia Literaria Renacentista 5 (1988), págs. 81-99.
123 Vid ., de manera general, J. TRUEBA LAWAND , El arte epistolar en el Renacimiento Español , Madrid, 1996.
124 Una relación pormenorizada de ediciones puede seguirse en la introd. de U. MORICCA (1950: págs. XXX-XXXIV ).
125 Fueron sus responsables los clérigos alemanes Conrad SWEYNHEIM y Arnold PANNARTZ (Roma, 1467), introductores de la imprenta en Italia y autores también de la editio princeps del De oratore ciceroniano (Subiaco, 1465).
126 Además de la editio princeps , hubo otra edición romana de SWEYNHEIM -PANNARTZ (1469) y dos ediciones venecianas de JUAN DE ESPIRA (1469).
127 Vid . C. H. CLOUGH . «The Cult of Antiquity…», págs. 54-55. El repertorio de M. FLODR (Incunabula Classicorum. Wiegendrucke der griechischen und römischen Literatur , Amsterdam, 1973, págs. 104-109) recoge hasta 65 ediciones.
128 Β. RUTILIO , Decuria in familiares Ciceronis epistolas uniuersas annotationes , Venecia, 1528.
129 Al situarla en el contexto de su época, mucho más comprensiva es la valoración de M. BEARD («Ciceronian correspondences…», págs. 106 y ss.).
130 Sin ser ediciones críticas también han contribuido a mejorar el conocimiento de nuestro epistolario estudios como la tesis doctoral de M. DEMMEL para la correspondencia con Peto en el libro IX (Cicero und Paetus [ad fam. IX 15-26] , Colonia, 1962) o el de R. SCHURICHT (Cicero an Appius [Cic. Fam. III]. Umgangsformen in einer politischen Freundschaft , Bochum, 1994) sobre el intercambio epistolar con Apio Claudio en el libro III.
131 En su haber hay que anotar la edición con comentario de las Cartas a Ático —ya anteriormente publicó M. Tulli Ciceronis Epistulae. Vol. II. Epistulae ad Atticum. Pars posterior: Libri IX-XVI , Oxford, 1965—: Cicero’s letters to Atticus , Cambridge, 1964-1970, 7 vols., cuyo texto revisado sería publicado en Teubner (M. Tulli Ciceronis Epistulae ad Atticum , Leipzig, Teubner, 1987, 2 vols.) y luego en Loeb (Letters to Atticus , Cambridge [Mass.], Loeb Classical Library, 1999, 3 vols.). Con respecto al resto de las cartas a él se deben: M. Tulli Ciceronis Epistulae ad Quintum fratrem et M. Brutum , Oxford, 1980 y, sin apenas variaciones textuales, M. Tulli Ciceronis Epistulae ad Quintum fratrem. Epistulae ad M. Brutum. Accedunt Commentariolum petitionis , Stuttgart, Teubner, 1998, texto que, de nuevo revisado, será recogido en Cicero. Letters to Quintus and Brutus. Letter Fragments. Letter to Octavian. Invectives. Handbook of Electioneering , Cambridge, Loeb Classical Library, 2002 —la ed. de la Carta a Octaviano y de las Invectivas es nueva.
132 El trabajo de D. R. SHACKLETON BAILEY incluía además una traducción al inglés que se editó aparte en dos volúmenes en Penguin Classics (Nueva York, 1979).
133 Aproximadamente son 190 las conjeturas propuestas, de las cuales 122 se incorporan al texto. En cuanto a la fijación del texto, parece deseable que se hubiese prestado más atención a M3 y a P y sus sucesores. En cambio, defiende V, al que ya Constans había concedido una importancia quizá excesiva.
134 De hecho, adopta pocas de sus correcciones y su nombre apenas aparece en el aparato crítico de Watt.
135 La traducción que acompaña reproduce, tras su revisión, la publicada en 1979 en Penguin.
136 En la edición teubneriana hay una lista de variantes en las págs. VI-VIII, algo menos de 60, con respecto a la ed. de 1977. En cuanto a la edición de Loeb, las variantes son señaladas mediante asterisco en las notas críticas, aunque sigue en general la ed. de Teubner.
137 Así, por ejemplo, parece menos favorable a aceptar las lecturas de V.
138 Conviene aclarar que en la transcripción de nombres propios se ha compaginado la norma usual en la transcripción de nombres griegos y latinos con el respeto por aquellas voces ya asentadas en nuestra tradición culta. Así, por ejemplo, se mantiene Sila (y no Sula), triunviro (y no triúnviro), Lúculo (y no Luculo), etc.
139 En las líneas que siguen han sido consultas fundamentales M. MENÉNDEZ PELAYO (Bibliografía hispano-latina clásica , Santander, 1950, vol. II, págs. 376-377, ed. preparada por Enrique Sánchez Reyes) y A. PALAU Y DULCET (Manual del librero hispanoamericano. Bibliografia general española e hispanoamericana desde la invención de la imprenta hasta nuestros tiempos con el valor comercial de los impresos descritos por… Segunda edición corregida y aumentada por el autor , Barcelona - Madrid, 1950, t. III, págs. 483 y ss.).
140 Los diez y seys libros de las epistolas, o cartas de Marco Tulio Ciceron, vulgarmente llamadas familiares: traduzidas de lengua Latina en Castellana por el Dotor Pedro Simón Abril, natural de Alcaraz. Con una cronologia de veynte y un Consulados, y las cosas mas graues que en ellos sucedieron, en cuyo tiempo se escriuieron estas cartas dirigidas à Mateo Vazquez de Leca Colona, del Consejo del Rey nuestro señor, y su Secretario. En Madrid, en casa de Pedro Madrigal. Año 1589 .
141 Así es posible leer en la Dedicatoria: «… mudando solamente el estilo de las cortesias, que es algo diferente del de aquellos tiempos, tendrán los nuestros vn como formulario de escriuir graues consuelos, prudentes esortaciones, discretas disculpas, benignos i amorosos fauores, sabrosas burlas y donayres cortesanos, manera graue de contar sucessos de negocios, con otros mil generos de cosas, de que estan llenas las cartas que en este libro se contienen».
142 Así en 1592, 1600 y 1615 (Barcelona), 1678 (Valencia y Pamplona), 1679 (Madrid).
143 Tomos VII (1884) y VIII (1885).
144 Por lo que he alcanzado a comprobar se trata de textos de desigual interés y normalmente para uso escolar ya desde la edición más antigua de la que tenemos constancia, la antología de Pedro Simón Abril (M. Tullii Ciceroni Epistolarum selectarum libri tres , Tudela, 1572).
145 J. GUILLÉN , M. Tulio Cicerón. Cartas políticas , Madrid, 1992.
146 En palabras de P. VIOLI («Letters», en T. A. van Dijk (ed.), Discourse and Literature , Amsterdam - Philadelphia, 1985, pág. 158), «what we find in the letter is that often the encyclopaedia we need for an understanding of the text is idiolectal […] which is to say information available to only the real addressee of the letter».
147 D. R. SHACKLETON BAILEY , Cicero: Epistulae ad Familiares , Cambridge, 1977, 2 vols.
148 Thesaurus linguae Latinae. Index librorum, scriptorum, inscriptionum, ex quibus exempla afferuntur , Leipzig, 19902 . La edición posterior de SHACKLETON BAILEY en Loeb (2001) no presenta apenas variaciones y, por otra parte, la edición de Teubner supone una revisión de la edición de 1977 al tiempo que incorpora parte de las propuestas de Watt (1982).
149 A. CAVERZERE , Lettere (Cic. fam. l. VIII) , 1983, Brescia.
150 Ω = Consensus codicum MGR
151 Aunque no se incluyen aquí las ediciones de libros individuales, conviene mencionar al menos el proyecto, inconcluso todavía, del Centro di Studi Ciceroniani que ha llevado a cabo ediciones críticas parciales de los libros VIII-XVI entre 1965 y 1989, siendo sus responsables J. Bayet (lib. VIII), J. P. Vallot (lib. IX), G. Bernardi Perini (lib. X), E. Pianezzola (lib. XI), D. Nardo (lib. XII y XIV), V. Cannata (lib. XIII) y T. Bertotti (lib. XV y XVI).