Читать книгу Sentado en la cuneta - Una carta - Claudio Bertoni - Страница 8

Оглавление

Qué será de la Ernestina

y de la dulce Alicia qué será

y del Gordo y

del Flaco Valenzuela

¡Qué será!

y del Cachoto

y del Práctico Pantruca

y del Ángel Face

y de la Pati

tan calientita

tan chiquitita

tan “paquita” como diría la Erna

y sobre todo tan deseadita por todos nosotros

en su negro suéter nocturno

¡Qué será!

y del Cacerola

y su trompeta de oro de cobre

y de su hermana Cecilia en bluyines prietos “pescadores”

con zapatos de charol negro puntudos dados vuelta para fuera

y de su papá baterista en el Nuria de esos días

¡Qué será!

y de la Colorina

vecina del Cacerola

y hermana de la robusta y buenamoza y nívea Ana María

a las que una vez intentamos seducir por vía oral con Marcelo

en el cine California practicamos un forado en un caramelo Ambrosoli

en forma de barrilito mediante una broca fina

para mezclar con su licor nuestra poción de amor al millonésimo

ya que la dosis normal era bestial

en buen romance era un afrodisíaco para vacas

de cuyo nombre ignoro la ortografía

y no se lo comieron

¿quién se lo comería?

y del Tarzán en Pelota

y del don Mota

y del don Willy

y de la Romana

tan pintiparada

tan tetiparada

tan culiparada

¡Qué será!

y del Juanillo

que se cortaba los primeros pelos de su bigote

en sus camisas fuera del pantalón con bahías de aire

laterales y con el cortaúñas que había traído de su periplo

en motonave al puerto de Arica

y que fue mi segundo “mejor” amigo

¡Qué será!

y del Patillitas Presley

con su jaguar violeta con su pantera de lava en la espalda

y con su primer cortaplumas

¡Qué será!

y del Avión a Chorro

y del Bigotes a la Firulí y a la Firulá

que pedía permiso para pasar al baño

y como en el pasillo estaban las cajas de cerveza

entraba con un destapador y salía más cocido que la cresta

y don Valerio alias el Avión a Chorro jamás lo comprendió

y de la Anita

y de su violinista doce años mayor

–y ella solo tenía once–

y de su novio en bluyines norteamericanos envidiados

por todos los que usábamos burdas copias nacionales

o pecosbiles

y al que seguía de árbol en árbol

así

en la punta de los dedos de los pies

o a toda velocidad

como en una película de monos animados

¡Qué será!

y de don Julio paseándose muy del brazo con su Julietita

por la vereda de Cirujano Videla de ida y vuelta

bordeando el muro de la entonces cancha de fútbol de Los Tigres,

todos los días todos los crepúsculos de todos los días

como si tuvieran quince años

en circunstancias que sí los tenían o más,

pero de casados

y que me trajo de regalo una lapicera negra

cuando volvió de su viaje a la Unión Soviética.

De nuestro querido don Julio y de su igualmente querida Julietita

como él cariñosamente le decía

¡Qué será!

y del Pato Loco

(¡y de su hija estudiante de leyes a la que a gritos confesé

mi amor adolescente una madrugada de Año Nuevo desde

un medidor de agua potable mientras el W y el M rodaban

por la vereda de la risa y ella me miraba desde su DFL 2

entre sorprendida ebria y divertida!)

¡Qué será!

y del Gumoti

y de su hermana con el Johnny esa noche primaveral sin

calzones y un dedo invasor en la azotea

¡Qué será!

y de la Lala

y de la polola morena soberbia y peladita de su hermano

Kiko a poto pelado y sentada en el que rima con el mismo

a plena luz del mediodía

en la misma soez azotea

¡Qué será!

y de la misma Lala y de su ondita de bailarina de rock

poniendo así los pies

uno detrás del otro

como pisadas en la arena

su moño negro de lado a lado

¡Qué será!

y del Dati Forlutti

sacando bíceps de su camiseta de Marlon Brando

en Un tranvía llamado Deseo

y cantando el hit de Neil Sedaka:

“Oh Carol

alam bate fú

dati forlutti

tira rirarí...”

y de su hermano Julio,

el Cara de Pico

vendiendo tacos de zapatos de señora

rocas y canela

¡Qué será!

con su galaxia de gigantescas pecas y su boca sensual y honda

y con sus tetas

solo comparables a sus hombros

amplios

redondos

transandinos

y cubiertos de las islas más profundas

de las galaxias de islas más violetas de la vida

solo comparable a su vez

–como lo indica su apodo–

a sus mejillas de orangután o nalgas

¡Qué será!

y de la Tatovaldo

cuya puerta bombardeamos una noche con caca

(mía por lo demás)

en tarros de Nescafé plateados

¡Qué será!

y de la Soprole

con su extraordinario atributo

con su labial dúplex

que maliciosa nos decía:

Tienen gusto a leche"

o

"perro que ladra no muerde"

y del Julín Serra

–el Rey de los Delantales–

o el Gato

y que todos sabemos quién fue

y de su yunta el Guatón Rafucho

¡Qué será!

y de la Pepita de Ají

que vivía por ahí cerca

¡Qué será!

y del Juanito Duarte

alias Johnny Duartes como decía literalmente su tarjeta con ese al final

¡Qué será!

y de la guitarra con que tocaba sentado en la grisácea pandereta de la

¿cómo se llamaba?

y de su jopo y sus chuletitas Presley con caspa

¡Qué será!

y de la diosa de ojos tapatíos

la MEB

la primera “intelectual de bufanda y sandalias”

o “existencialista”

o “beat chilensis” que vi en mi vida

¡Qué será!

y de su abrigo rosado y de sus aros en forma de hoja rosada y lanceolada

y con brillantitos alrededor

¡Qué será!

y del Nalái

que durmió seis meses en nuestro garage y se caía de su silla en la cocina

de lo ebrio que estaba

¡Qué será!

y del Juanito

enamorado el pobrecito

¡Qué será!

y de su nariz de Pomponio y de ebrio consuetudinario

¡Qué será!

y de su enanismo

¡Qué será!

de su transpiradismo, de su alientismo, de su feísmo y hasta

de su monstruismo

¡Qué será!

un día le sobró pintura roja

y nos esperó feliz con la brocha en una mano

y con el tarro en la otra.

Había pintado las ampolletas

de la terraza, de la entrada de la cocina, de la entrada del living y del garage

con pintura roja como un lupanar

y se reía ji ji ji con su risita de Mishkin

como si las hubiera hecho de oro.

Y una memorable vez y enamorado

se hizo un “solo”

pero no de clarinete.

Estaba perdidamente enamorado

(¿y no está uno siempre perdida- mente

enamorado?)

de la María Q

una mapuche de película

enorme

buenamoza

peleadora

y un día que perdió el “dominio de los cinco sentidos”

como después nos dijo

al oler una enagua de la María sobre la cama

se hizo la que usted tanto se hace

ahí mismo sobre la cama y lo pilló la dueña de la prenda del desvarío

y enmudeció.

Pero después no enmudeció

enrojeció de ira

y no sabía cómo decir

cómo nombrar lo que había sucedido

y se lo dijo así a mi mami:

“Sra. Bertita

el Juanito se hizo un solo en mi cama”.

Yo no lo podía creer.

Al principio creí que se trataba de un instrumento

que el Juanito –por amor a la María– había tomado clases de quena

o de flautín

o de algo.

Pero no.

Se trataba de la vieja y dulce manflinfa

de nuestra tierna y el amiga: de la infaltable paja.

De todas maneras Juanito marchó al exilio.

Creo que desapareció por un tiempo.

La María no lo quería ver ni en pintura.

Después, creo, después de no sé cuánto

(si de meses, si de un año)

volvió

empezó a limpiar los vidrios de nuevo

empezó a virutillar y a limpiar los vidrios de nuevo.

Y un día la María Q –también de nuevo– le habló, le dirigió

la palabra y lo miró.

No me acuerdo cuánto duró esto.

Ni cu ándo partió el uno ni cuándo

partió el otro. Pero de que los dos partieron de eso sí

me acuerdo.

De Juanito supe que lo habían atropellado. Que había

quedado cojo y que había venido un día con su mamá. Que

ahora trabajaba estacionando autos frente al Congreso y que

había entrado una vez más –y salido– del manicomio y del

delirium tremens.

A veces uno veía al Juanito con la vista ja como un guijarro delante suyo.

Daba miedo verlo. ¡Quién sabe qué es lo que estaba pensando!

Quién sabe qué es lo que pensaba. Qué es lo que podía pensar

el Juanito. ¡El vericueto del pensamiento del Juanito!

Y su cara no era de rapto ni de dulzura. Su expresión era dura

fija

detenida.

Era la del que se encontraba

frente a su inexorable erro. Ahí tenía su guerra

–él y su erro–

La guerra con su erro.

Juanito y su fierro.

Y otras veces muy ebrio también

se quedaba así

mirando jo delante de sí. Entonces su expresión era de pena.

De una pena que arrastraba y que conocía y que nos decía

que nadie conocía como él y que no le importaba o viceversa

ni concebía el tipo de penas que uno decía pensar

que conocía. Esta pena suya era de erro también.

Lamentablemente para él, que la habría deseado sin duda y

probablemente blanda como el lóbulo de una oreja –¿el de

una oreja de la María Q tal vez?–.

En estos casos y en estas meditaciones el Juanito al final se

deshacía, perdía la cabeza, quedaba acéfalo, llegaba hasta el

cuello no más. Y así descansaba el Juanito: lloraba y se aliviaba

al n un poco y eran unas pocas lágrimas que le caían como

piedras. Duras como el erro y porosas y ariscas y unidas

por el agua dulce al ojo.

Y verlo llorar lo aliviaba un poco a uno también.

y de la María Q

¡Qué será!

(tuvo una guagüita incluso más bonita –si eso es posible–

que la misma María Q: ¡la Llanquirai!)

y del Alfonsito

y sus tapitas de gaseosa con el asiento de bicicleta Spur

clave para ganar una, dos, tres y más bicicletas y que

canjeaba por cajas de zapatos llenas de otras tapitas

y por dinero

y de la mamá del Alfonsito –vieja catete no más– tocando la radio a todo chancho

y con la ventana abierta el papá del Juanito diciéndole:

“¿Por qué no apaga su huevadita, señora?”

¡Qué será!

y del papá del Jaimito

(Jaimito que murió a los doce años de edad de leucemia

–y nos da miedo y eriza los pelos

el solo verla morder a un niño–

y que me prestaba su bicicleta roja de gruesas negras ruedas

y que fue el primer muerto que yo vi

el primer amigo muerto que yo vi)

¡Qué será!

(años después

lo vi un día dando la vuelta

desde Irarrázaval por Román Díaz

con un cambuchito de café en la mano

como el doctor Chapatín)

y de la Mirenchu

que cuando creció se transformó según Marcelo en “asesina”

¡Qué será!

y de la Rucia del primer piso del bloque dos pisos debajo del

Nano, de la Marilyn Monroe, de la Zsa Zsa Gabor, de la Jayne

Mansfield de los edi cios que andaba con el C. R. cuando era

entrenador del Iberia (o del Palestino) y después o

simultáneamente con el moreno de anteojos de la camioneta

roja pick-up Ford 56 y casado y casada ella también y con gafas

sobre un ojo morado y que nos tenía a todos locos con sus

faldas ceñidas. ¡Sin ropa interior fue un día a la verdulería

en su falda ceñida blanca! ¡¿Qué quería esa mujer?!

Piiicooo

responde suave como la brisa el coro.

Y de su nariz puntiaguda de cirugía

¡Qué será!

y de la costurera de los G

esa vieja colorina con huecos de cráneo al descubierto y patuleca

como esa muñeca de trapo, la Patila

¡Qué será!

y del mismo dueño de la casa y don P

¡Qué será!

y de sus estampillas

cuando le preguntaban si era filatélico

decía que sí

–que era “sifilítico”–

y se reía

A mí me convirtió a la filatelia

y al Rucio Fernández

¡y a cuántos más!

Incluso llegué al extremo de comprar pinzas

unas con la punta tableadita y plana

especiales para tomar estampillas que hay.

Me compré un álbum de sellos chilenos

y abandoné la frivolidad de coleccionar sellos extranjeros por lo “bonito”

y por los pajaritos y ores multicolores que traían

y me dediqué a coleccionar parcos y fomes –aunque sin duda

profundos y al hueso–

sellos nacionales.

Me compré los dos catálogos de (la) SOCOPO

y aprendí a ver la filigrana

ese timbre de agua al reverso de las estampillas

filigrana uno, dos, tres y cuatro

depende para dónde mire la punta del escudo chileno que constituye la filigrana

y sin filigrana también, claro, como todo en la vida.

Donde don P la tina de baño era siempre una laguna sobre la que

cual nenúfares o envoltorios de caramelo

otaban sobres y papelitos de los que se despegarían las estampillas

que después había que poner a secar en vidrio

en las ventanas del baño

en el lavatorio

en los ancos del lavatorio

en el espejo del botiquín

en el espejo retrovisor de la camioneta Ford que posteriormente tuvieron

¡hasta en los espejitos para pintarse los labios de sus lindas hijas!

En todas partes había sellos de boca secándose

incluso en los ventanales del living donde estaba el milenario

piano vertical que tocaban él y sobre todo su esposa la señora O

que era concertista y profesora del Conservatorio y su hijo

mayor un día llegó nada menos que con Miguel Zabaleta (de Los

Red Juniors) y otro día llegó con Pat Henry (de Los

Diablos Azules), el que cantaba “Poesía en movimiento” (o en la

lengua de no Cervantes: “Poetry in Motion”).

Pero volviendo a don P

la filatelia fue un leitmotiv de su vida

entre otras cosas fue el primer allendista que conocí

sus mellizas eran ahijadas de don Carlos Ibáñez del Campo

alias el Paco Ibáñez

y para esas elecciones todos andábamos en el barrio con una escobita en la solapa

(el símbolo de su candidatura era una escobita)

y para esa otra

puso un letrero luminoso de Salvador Allende en el frontis de

su casa y escribió en grandes letras blancas su nombre sobre

los ladrillos del muro de la entonces cancha de fútbol y

recuerdo haberlo visto escuchando un disco 45 de Fidel

Castro y llorando.

Pero don P

era un inventor

inventó que podía hacer seda

y pobló su casa de gusanos de seda

uno abría un cajón de la cocina

–para buscar cuchillos o

servilletas–

y encontraba un gusano de seda y la correspondiente baba o

hilos nísimos de seda.

Uno abría un cajoncito de la

máquina de coser para encontrar un al ler y se encontraba

con un nido de gusanos de seda y con su telaraña,

miríada de transparentes hilitos de seda.

En fin,

todo y por todas partes

y cualquier cavidad

con gusanos de seda.

Después inventó el Litosol

una sustancia en polvo para lavarse las manos y también la ropa

y también la loza creo

pero era muy fuerte para lavarse las manos era una suerte de desollador

además de muy liviano y polvoriento

y todo esto sucedía en su casa en su domicilio

con siete hijos y tres o cuatro gatos

y con un canario al nal que tuvo

para el que cerraba todas las puertas de la casa y las ventanas a una hora del día

para que volara

y la central del Litosol era el comedor de la casa

el centro neurálgico del Litosol era la mesa del comedor de caoba partida en dos

al centro un arnero

y a su comando don P

dele que suene

y encima de todos el harinoso Litosol

y nuestras familias y mamaes o mamases

lavaron su ropa

o al menos lo intentaron,

y su loza

con Litosol

y un día el Litosol pasó a la historia también

y quedó amontonado en sacos por ahí por el garage por el pasillo por todas partes

y otro día

don P descubrió o inventó una máquina para transformar el aceite quemado

en aceite vivito y reluciente,

una especie de alquimia del aceite

o una especie de ave Fénix del aceite

que renace de su propia roña

y la instaló en el garage.

Recuerdo que este invento tampoco funcionó

o funcionó defectuosamente

y solo se pudieron limpiar o metamorfosear

unos pocos vasitos de aceite

y a nivel del vecindario

y algunos de nosotros parecíamos güaipe

y un buen día se compró un bus verde italiano OM

y contrató a Olivares

y Olivares con su peinada a la gomina brillantita

y su pancita

y sus zapatos negros puntiagudos y sus calcetines de hilo blanco

se mandó guardar a la Inés,

una doméstica de ojos verdes o azules y rubia que había en mi casa

y que se apellidaba Errázuriz

según ella era hija de un dueño de fundo

y además se mandó guardar Olivares a otra doméstica que tuvimos después

muy blanca y que tenía un colmillo en el paladar y dos tetas

como ya dije muy blancas y donde las debía tener y deliciosas

y que era crespa y medio tontona y jorobada y andaba siempre sacando la guata

y Olivares era chofer de don P además

pero esto fracasó también

y el bus terminó quedando detenido ahí frente a mi casa

y frente a la suya

(éramos next door neighbours en una blind street)

y los fines de semana los sábados y los domingos después de

almuerzo el solcito en otoño y sobre todo en invierno y sobre

todo en primavera a lo mejor y a lo mejor en verano y en más

de un día también y en las mañanas también y con seguridad

en más de un rosado atardecer también se transformó este

bus en una especie de espontáneo living comunal

o por lo menos de nosotros

“los del rincón”

y ahí podíamos encontrar a la señora O tejiendo por supuesto

y a mi mami también tejiendo

y a la señora Julita Naranjo riéndose por supuesto

y a su hijo Rafael colgándose de los travesaños para sujetarse

y a mí mismo sentado por ahí o colgándome también de esos

travesaños

y sin duda pasaba el Jorge o el Juani por ahí

o cualquier otro

y por supuesto las mellizas andaban siempre por ahí

y la Isabel Margarita

y mi hermana Carmen y la más chica

y en general pululaba toda esa gente y otras

buscando sitio en este living calientito

y un día hubo en que don P descubrió el negocio de las sandías

y este bus se inundó de sandías

se transformó en un envoltorio de sandías

en un vientre de sandías

en un acuario de sandías

en un carretón de sandías.

Al principio se las transportaba

pero después se taimó de nuevo el OM

y se las almacenaba solo se las almacenaba

se las traía hasta aquí

y se las introducía en el bus

entonces yo me sentaba en la vereda frente a mi casa

y veía este bus verde inmenso repleto de sandías también verdes

pero más brillantes y más peladas como zepelines jugosos

saliéndose por las ventanas

asomándose por las ventanas

y sofocándose contra el vidrio de las puertas de aire allá abajo.

Y un día las mellizas

la A y la P

dos piscucias así de este porte –“las más chicas de todas”–

y que ahora están casadas y con piscucias propias

nos dijeron que don P tenía unas cajas con “vitamina” debajo de la cama

Sentado en la cuneta - Una carta

Подняться наверх